¿Una puerta de salida?
Si bien la medicina penitenciaria ha dado pasos de gigante, aún no se ha resuelto todo. Fía habido algunas mejoras importantes: se ha remodelado el mobiliario de los lugares comunes, así como algunas celdas. El precio de los artículos de la cantina ha bajado sensiblemente. Hay lavadoras a disposición de los presos, a 16 francos (unos 2,40 euros). Ya no se ven obligados a lavar su ropa en la ducha.
Las comidas llegan siempre heladas a las celdas. No existe ningún proyecto de cocina central con una cadena frío-caliente, como en los hospitales. Pero lo esencial de los problemas sigue en pie: la droga, diversos tráficos, las incoherencias, la ausencia de vigilancia por la noche, la falta de higiene, la suciedad, lo precario de las instalaciones. Y las mentalidades que no evolucionan…
Dos cartas que he dirigido recientemente, una a la Ministra de Justicia y la otra al director de La Santé, son testimonio de ello:
"Señora Ministra:
Nos conocimos cuando vino usted a hacer una visita al Centro de Detención de La Santé.
En siete años que llevo aquí, usted ha sido la primera en emprender algunas iniciativas. Me ha impresionado mucho, porque poca es la gente que se interesa por nosotros.
Querría atraer su atención sobre los suicidios en serie, la mitad de los cuales han tenido lugar en las celdas de aislamiento. Ese lugar está organizado actualmente de forma que induce a poner en práctica las intenciones suicidas que alguien pueda tener (…)".
"Querido Director:
Le llamo la atención sobre la distribución del pan a granel en cestas de mimbre que se arrastran por el suelo.
Se precisaría siquiera un plástico o un paño en el fondo de la cesta para mantener un mínimo de higiene (…)".
Vuelvo de vacaciones. Un muerto: treinta años, infarto masivo en plena noche. El médico no ha podido hacer otra cosa que constatar el fallecimiento por la mañana. Unos días más tarde, recibo el resultado de la autopsia. El análisis toxicológico muestra una tasa de haschich tan elevada que el forense concluye que tuvo que estar fumando hasta el momento de su muerte. Otro preso se ha cortado un dedo, pero no ha querido dárnoslo y se lo ha metido en la boca, de donde lo saca y se lo vuelve a introducir. Al principio he creído que se trataba de un cigarrillo. Finalmente ha salido para el hospital, pero no se ha conseguido encontrar el dedo, que al parecer se había guardado en los calzoncillos.
Jornada cargada. A las 9 de la mañana, un infarto. Se llama con urgencia al Samur, y se llevan al paciente a reanimación. A las 9 y media, uno con síntomas de tuberculosis. Hay que aislar inmediatamente al preso, organizar la prevención y saber con quiénes se relacionaba. El paciente que se había llevado el Samur regresa: de nuevo, dolor torácico. Electrocardiograma modificado. Se lo llevan esta vez al hospital de guardia.
Un preso en huelga de hambre llega a la enfermería, declarando: "¡No como más que metal! Desde hace diez días me he tragado un cortaúñas, un cuchillo, y hoy un tenedor". La radiografía lo confirma. Sale para urgencias para que le saquen el tenedor por fibroscopia. Antes de regresar a La Santé, se traga la llave del cuarto de las enfermeras y muestra sus nalgas en el pasillo. Ya no quieren el servicio telefónico.
Nueva urgencia. Un preso asiático está acurrucado en el pasillo y se agarra el sexo. Le han atado unos compañeros vietnamitas, y le han introducido un cepillo de dientes afilado en el sexo. Sale para el hospital. ¿Se trata de una violación? Más tarde me entero de que se trata de un ritual para ser más viril y tener mayor rendimiento. Normalmente se meten bolas de ágata. Pero aquí no tenían nada mejor que un cepillo de dientes…
Llegan los exámenes de laboratorio. Me encuentro con los de un seropositivo en triterapia desde hace seis meses. Sus resultados son extrañamente normales. Le llamo para pedirle que pase de nuevo por el test. Acaba por aceptar, tras negarse dos veces: se descubre que no es seropositivo. Ha mentido para evitar que se le expulse, y tira sus medicamentos al excusado.
Sábado, a las cuatro de la tarde. El servicio médico está relativamente tranquilo, vacío. Unos pocos presos enfermos pasan por el servicio de urgencias y un especialista viene a ver a uno de ellos. El preso en cuestión sale y consigue pasar al primer piso de la enfermería (nadie ha avisado a los funcionarios, porque el servicio estaba tranquilo y en calma). En el primer piso no había nadie. Sorprende a la única funcionaría de la prisión, la desnuda y la ata, y vuelve a salir. Y los funcionarios ven pasar a un hombre extraño con un pantalón que apenas le llega a la cintura y una chaqueta demasiado estrecha que no puede cerrar. Se precipitan al piso superior, agarran al individuo y encuentran a la funcionaría en bragas, en la sala de relajación. Muy trastornada, no la hemos vuelto a ver.
Desde entonces, el primer piso está cerrado mediante un código digital y los presos no pueden entrar en él, salvo para la limpieza.
Telefonea un conocido. Acaban de condenarle por un asunto financiero. "Me han echado un año; he elegido La Santé. Así, al menos, si me pongo enfermo, usted cuidará de mí". Unos días después, vuelve a llamar diciendo: "Llego a las doce". Espero. Las doce y media: sigue sin llegar. Telefoneo al servicio de cacheo para saber si han visto al Sr. X. Se muestran muy suspicaces: "¿Le conoce usted? ¿Cómo lo sabe?". Tartamudeo al teléfono explicando que acaba de llegar su mujer, sin comprender por qué no puede entrar su marido en la prisión. Es bastante cómico, ya que, en general, es más fácil entrar en ella que salir.
De hecho, ingenuamente, se ha presentado por las buenas, sin ningún papel del juez, a la entrada de la cárcel, y se ha vuelto a ir, para volver más tarde…
Desde los distintos escándalos de Fleury y de aquí, ya no tenemos travestidos. Pero un día un travestido puesto en libertad nos monta una farsa. Se presenta en la puerta, a la salida del personal, maquillado, peinado, vestido con un mini-short de skay rojo y medias de rejilla con tacones muy altos, dando unos pasos de un lado a otro de la puerta de La Santé, moviendo las caderas. Dos funcionarios intrigados se le acercan y él, con su voz grave, les dice: "¿No me habéis reconocido? Soy Fulano". Se alejan corriendo. En efecto, nadie le había reconocido de entrada…
Los engranajes entre Instituciones Penitenciarias y el hospital comienzan a ponerse en funcionamiento, pero existe un desconocimiento recíproco entre ambas partes.
Un paciente gravemente enfermo tiene que ser hospitalizado. Le he dicho que lo haríamos esta semana. De golpe, cada día deduce que va a ser al siguiente, tiene la ingenuidad de decirlo, los escoltas están avisados. Me ha costado tranquilizarles diciéndoles que él no sabe nada, que va de farol, pero tienen miedo. Un día, un preso se ha dislocado voluntariamente el hombro (tenía una luxación). Tras una visita, su familia y amigos le esperaban ya en el hospital. Un verdadero comité de recepción. Pido al médico de Cochin que venga a examinarlo a La Santé, y acepta. ¡Uf!
Otro paciente ha hecho que lo operen de los dos píes ayer martes. Hoy es miércoles, nos lo reenvían a La Santé, donde no hay nada preparado para acoger a los discapacitados: escaleras por todas partes, dédalos de pasillos estrechos… Está ahí, tras haber salido de la ambulancia, llevado por dos funcionarios. Firmo inmediatamente un certificado para que se lo lleven al hospital de Fresnes. No tienen sitio, y tengo que convencerles. Por fin, se lo llevan…
Hoy suena el teléfono sin parar. Como todos los meses, repaso atentamente los expedientes de los enfermos graves para que no quede nada olvidado. Todos los días salen tantos presos como entran. Ese turn-over incesante nos obliga a andar con mucho cuidado.
Primera llamada. Un jefe de clínica desagradable me llama a propósito de un "tragasables". Se extraña de que hayamos esperado quince días para actuar. El tipo en cuestión se traga algo cada semana, por no decir cada día. Se acaba cayendo en el fatalismo, ya que aquí pasa de todo. Los tenedores y cucharas están normalmente hechos de un metal a base de aluminio que se disuelve en contacto con los jugos gástricos. Mala suerte: esta vez ha conseguido un tenedor que no se disuelve.
Segunda llamada: la madre de un preso que tiene una relación muy extraña con su hijo de treinta años, que no ha cortado el cordón… y que me llama sin parar. La envío amablemente a paseo. Conviene recordar que su hijo tiene la piel enrojecida, está cubierto de eczema, pese a los tratamientos; no soporta la cárcel.
Tercera llamada sobre un chalado que ocupa el despacho de la funcionaría. Quiere verme porque he aumentado su tratamiento contra el dolor disminuyendo al mismo tiempo el psiquiátrico. No le parece bien. ¡Ya no sé qué hacer! Los tratamientos del centro antidolor son incompatibles con el tratamiento psiquiátrico. De hecho, lo que quiere es salir al Palais en ambulancia, y me hace chantaje.
Llamada de un ex-preso que pregunta por el resultado de sus análisis. Diálogo de sordos. "Quiero mis exámenes de laboratorio. Voy a ir a recogerlos". Le contesto que no puede hacerlo, que estamos en una cárcel. "No, señora, yo estoy en libertad". Pero yo, por el contrario, estoy en prisión…
Una juez de instrucción encolerizado me monta un escándalo, reprochándome que me excedo en mis derechos. Tiene que realizar una reconstrucción de los hechos. Todo está dispuesto: sólo falta el preso, pero está en el hospital. La dirección se ha olvidado de avisarle. Llamo al hospital; el enfermo está ya en el bloque, le van a operar. Lo sacan de la sala de operaciones, le quitan los tubos y lo traen a La Santé. Lo operarán más tarde. ¡Afortunadamente, no se trata de una urgencia!
He visto esta mañana al Sr. Loudmer. Me cuenta las noticias de la tercera sección de los VIP. He recibido también al primo de una amiga de la infancia, encarcelado como consecuencia de un asunto político-financiero, que trabajaba en el fútbol. Me ha conseguido dos entradas para la semifinal de la copa del mundo para mi marido y mi hijo. A mí no me gusta el fútbol. El funcionario se ha enterado y me ha denunciado a la dirección. Yo le había pagado las entradas, y no entiendo qué es lo se me puede reprochar.
Jornadas corrientes.
La comisaría del distrito XIV llama, enfurecida. He hospitalizado a un preso sospechando que puede tener un cáncer de pulmón. El scanner cerebral está previsto para hoy, pero se trata de un presunto miembro de la Cuncolta corsa. Tiene una escolta reforzada, y por mi culpa han tenido que vaciar la comisaría de policías. ¿Qué puedo hacer yo? Yo decido las hospitalizaciones, pero es el hospital el que programa el día, y ya hay otros cuatro presos en Broussais. Trato de arreglar las cosas con el comisario, lo que a veces resulta imposible. Otras prisiones envían a sus enfermos al XIV y a veces no hay policías suficientes. Hay que decir que la prefectura parece más comprensiva en París que en los alrededores.
El paciente con cáncer de pulmón se niega a permanecer en el hospital más de dos días, ya que no le dejan fumar. Es imposible reprogramar una hospitalización antes de diez días. Su mujer llama todos los días pidiendo noticias… Hoy está en La Santé. Llega de Ajaccio, y no quiere marcharse sin haber hablado conmigo, pero no tengo nada que decirle, y no recibo a los familiares de los presos. El enfermo está en detención preventiva. He enviado al juez un certificado médico para explicar la gravedad del diagnóstico.
Tienen que operarle el lunes. Con mi certificado, lo han puesto en libertad el viernes. Según su visitante, le ha acompañado a Orly, y él se ha encerrado en Córcega. Me veo obligada a llamar a un compañero suyo en Ajaccio, puesto que no tiene teléfono. Ahora no parece que tenga tanta prisa…
Me ha enviado una cartita dándome las gracias por haber podido volver a su isla. Al final le operarán, se trata efectivamente de un cáncer.
Las enfermeras han realizado una petición, porque no quieren distribuir el Subutex enfermo por enfermo, metiéndoselo en la boca. Todos los días hay problemas. La escalera que lleva a la enfermería se convierte en lugar de reunión de todos los toxicómanos. Algunos esconden las cápsulas bajo vendas de la mano o se las sacan de la boca para metérselas en los bolsillos: una cápsula de Subutex en prisión es una buena moneda de cambio, vale por un paquete de Marlboro. Se organiza una reunión con el servicio de detección de toxicomanías, entre nosotros y el laboratorio que fabrica el medicamento en cuestión, que termina con una acumulación de recriminaciones mutuas.
La asistente social no va a volver. Tiene una fuerte depresión, demasiado frágil para este medio. El hospital ha colocado aquí a una enfermera a prueba para ayudarla a reponerse, pero se trata de una alcohólica. Nos hemos dado cuenta en seguida de que olía a alcohol. Pusimos marcas en las botellas de alcohol de 90", y comprobamos que efectivamente bebía de ellas. Este no es ciertamente un lugar para gente vulnerable.
Un paciente al que hay que hacer un examen para verificar el estado de las coronarias está en la ambulancia desde hace dos horas y media esperando a los policías que deben escoltarle. Al final, los polis no llegan y el preso vuelve sin su coronarogratía. ¡El otro cuerpo de policía que se ocupaba antes de estos casos no estaba al corriente! En efecto, quienes llevan a los presos al hospital son los funcionarios de prisiones. Cuando llegan allí, dos polis de la comisaría del distrito XIV los reemplazan (es lo que llaman vigilancia estática), y permanecen allí durante todo el período de hospitalización. Esa vigilancia estática se ha sustituido por una brigada de proximidad, pero durante toda una semana no estaban disponibles ni los unos ni los otros.
Los CRS, uniformados militarmente, con el cráneo afeitado, porra al costado y botas rangers en los pies, han sustituido a los polis de la comisaría para vigilar a los presos hospitalizados. La enfermera de cirugía telefonea bromeando: "¿Quiénes son estos Rambos que nos han enviado? Se lo advierto, son tan hard que no se les puede ni ofrecer café". Todo el mundo se ríe. Al parecer, hay quince de ellos metidos en un cuartito a la entrada del hospital: ¡Así es la brigada de proximidad! Los demás pacientes preguntan si es que estamos en Kosovo. No, responden los enfermeros, ¡se trata únicamente de La Santé!
Un preso nos está mareando desde hace tres meses con su sonda urinaria. Cada vez que pretendemos retirársela responde que no puede ser antes de que le hagan la reconstrucción. La tiene puesta desde hace meses, aunque sólo debía ser para diez días… La última vez que le enviamos al hospital se negó a bajar de la ambulancia. Ese mismo preso ha empujado a una enfermera contra la pared; ahora se encuentra en celdas de aislamiento. Una médico lo ha sacado de allí; tiene razón desde el punto de vista médico… Sufre una infección tras otra, tiene fiebre y no quiere tomar antibióticos, que según él no son buenos. Quiere verme inmediatamente. Al final, le recibo. Aúlla diciendo que estoy confabulada con los funcionarios para hacerle la vida imposible. Me hace también chantaje afirmando que ha iniciado una huelga de hambre y sed, y entonces le damos una botella de agua al día por razones médicas. Trata de poner a unos médicos contra otros. Nos vemos totalmente impotentes frente a su malevolencia. Parece un pobre tonto confuso, pero escribe cartas notables, perfectamente estructuradas… Al final se lo llevan a Fleury. Me llama mi colega de allí para decirme que por fin han conseguido retirarle la sonda urinaria. Después de eso se suicida tragándose unas pastillas de alcohol para quemar.
Esta mañana he recibido una carta desgarradora de un preso transferido que se encuentra muy mal. Voy a responderle.
Me llama un preso con una crisis. Subo.
Un paciente se presenta con gafas negras. Dice que no ve nada. Le envío al oftalmólogo, y resulta que no tiene nada. ¡Está como una cabra! Por otra parte, las gafas de sol están prohibidas -los presos no tienen derecho a cambiar de look- salvo por prescripción facultativa, y es muy difícil conseguir unas para quienes tienen verdaderamente necesidad de ellas.
Sospecha de infarto. Llamo al Samur y a los bomberos. El electrocardiógrafo no funciona. Sólo puede hacer una derivación, si no da electrocardiograma plano. ¡Ahora funciona! Y la derivación única lo confirma. ¡A reanimación! Lo hemos salvado. Su mujer telefonea llorando. Le anuncio la buena nueva, y sufre una crisis de histeria. Aúlla, llora, vocifera. Termino por colgarle el teléfono.
Un preso me espera. Está convencido de que tiene una crisis de paludismo, pero los análisis demuestran lo contrario. Encuentro seis cartas de dos páginas, firmadas por él, en el correo.
Me llaman a la sala de cuidados intensivos. Un paciente depresivo. Una historia horrible: limpiando su fusil mató a su hijo. Acaban de enterrarlo, y ni siquiera le han avisado.
He conseguido apaciguar a dos energúmenos agresivos. Casi se han vuelto sociables. He necesitado semanas para domarlos. Otro preso, que rechazaba todos los tratamientos prescritos, está mucho mejor. No deja de bromear, y repite: "¡Qué contento estoy, me encuentro super bien!"
A otro se lo han llevado con urgencia. Se había tragado su cinturón, y después un cuchillo suizo, que desgraciadamente se ha abierto en su estómago, y un tirafondos. Tiene todo eso metido en el vientre. ¡Buena jornada!
Un chico estúpido y tambaleante llega a la enfermería, con los ojos a la funerala. Parece una lechuza ebria. Dice que se ha caído de la cama. De hecho, son las consecuencias de una pelea por un asunto de drogas…
He decidido largarme cuatro días a esquiar, estoy reventada. ¿Es la altitud o demasiado oxígeno? Paso la mañana del regreso como borracha. Me espera un paquete de cartas. Divertidas, conmovedoras, imprecisas, desagradables. Una queja de la mujer de un preso por asociación de malhechores contra el profesor Didier Sicard y yo misma. ¡Y por no ayudar a una persona en peligro, cuando hemos salvado la vida de su marido! Otra prescripción médica de casa de reposo para un preso hospitalizado, a la que no puedo acceder. ¡El desconocimiento del medio es asombroso! Recuerdo haber recibido una prescripción del mismo estilo, de reeducación en piscina para un preso operado de una hernia discal.
Después una carta desde Argelia de un ex-preso expulsado de Francia que me envía una llamada de auxilio; lo recuerdo, es una persona muy enferma. Quiere que le ayude a volver para que le cuiden aquí.
De nuevo, más urgencias. Llega un preso al que han machacado los gendarmes al detenerlo: tiene la clavícula hecha trizas.
He vuelto a ver a un preso al que conozco bien. Busco su expediente. Es su sexto encarcelamiento. Se trata de un chico amable, sensible e inteligente. Siempre viene a la cárcel por delitos menores, ¿podrá algún día evitarlo?
Todo el mundo entra en mi despacho a contarme sus problemas. Nunca estoy sola. ¡Y continuamente este maldito teléfono! Ahora, un periodista quiere saber de qué metal están hechos los tenedores y las cucharas de La Santé.
El tribunal de apelación me llama al respecto de un preso puesto en libertad para saber dónde se le puede contactar, si está en su casa o en una de reposo. Inaudito: ¡Y qué sé yo!
Rizando el rizo: Salgo a hacer la compra y me meto en un Monoprix, en el que me doy de bruces con un ex-preso, que me dice: "¡Sí, soy yo, buenas tardes, doctora!" Lo recuerdo, con su anilla en la nariz para evitar los ronquidos. Me es imposible asociar un nombre a su rostro, pero recuerdo que es un falsificador…
Me llama Didier Sicard desde Cochin. Otro enfermo que presenta una denuncia porque hay problemas con la policía. No le quieren en los hospitales civiles, y rechaza el de Fresnes. Me veo obligada a negociar con Instituciones Penitenciarias, que acaba aceptando enviarlo a Cochin.
Las cosas se degradan rápidamente. Otro fallecimiento: ruptura de aneurisma. ¡El octavo en nueve meses!
Bob Denard se encuentra en Fresnes, para pasar ante el tribunal. Habría preferido que lo enviaran aquí. Se tranquilizaría. Me siento dichosa.
Nos encontramos en pleno "affaire des paillotes
Didier Sicard me advierte al respecto de un paciente seropositivo al que han hospitalizado en Cochin a raíz de una parálisis facial. Tiene una leucoencefalitis viral, lo que le da muy poco tiempo de vida, hay que solicitar ya su puesta en libertad por razones médicas. Tengo que pedir su ficha al archivo. Es algo complicado, ya que necesito el acuerdo del director. Una vez que éste lo concede, la ficha no puede pasar de la tercera puerta. Así pues, tengo que enviar a mi secretaria con un certificado para enviar un fax desde el archivo, junto a la petición de gracia. El juez está de vacaciones, y no consigo encontrarlo. Al final, tengo la ficha. De hecho, el juez se ha desentendido desde hace un mes del asunto, reenviado al segundo tribunal correccional, y como todavía no han juzgado al preso en cuestión, no se puede solicitar la medida de gracia presidencial. El juez de instrucción, puesto que se ha desentendido, tampoco puede dictar una suspensión de pena por razones médicas. Única solución: enviar un certificado médico detallado al presidente del segundo tribunal correccional, pero entonces hay que esperar al juicio… y no le queda mucho tiempo. Quince días más tarde le conceden la medida de gracia.
Hoy falta un médico. Es sábado. Acudo urgentemente para cubrir su baja. Un paciente seropositivo ha dado una paliza a tres funcionarios, de los que uno tiene una herida en un ojo con mal aspecto. Lo de siempre…
Un preso, víctima de un accidente de automóvil, tiene quemaduras por todo el cuerpo, y una cicatriz horrible que supura… Le falta una mano… Después veo a otro paciente, un psicótico que proviene de algún país del Este. Está como loco. Le envío a que le curen una llaga, una úlcera varicosa que no deja de lamer y de rascar. Le digo que no es un perro, y me responde: "Sí, exactamente eso". Más tarde me entero por sus compañeros de celda de que anda a cuatro patas por el patio y que se come los insectos que va encontrando. ¡Como me dice mi colega psiquiatra, es el síndrome de los Balcanes!
Me llaman para que vea a un preso que se ha cortado el vientre, el cuello, los brazos y los dedos con una hoja de afeitar. Lo envío a urgencias de Boucicaut. Se va cubierto de sangre, se ha negado a que le suturen las heridas: está paranoico, y muy excitado. Vuelve con vendas por todas partes, esposado de manos y pies, con una camisa de fuerza atada por detrás y sostenido por dos funcionarios que hacen bromas sobre su aspecto…
Un paciente ha confundido un tubo de pomada antibiótica con otro de pegamento, y se ha cubierto el glande con el contenido. Consigue de todos modos orinar de lado. Otro se ha tragado una pelota de alfileres. De urgencia al hospital. Llega con la ropa en jirones, esposas en las manos y en los pies y un enorme chichón en la frente, ya que ha habido que sacarle a la fuerza de la ambulancia.
Un preso se ha tragado los medicamentos de otro. Han llegado los bomberos. Llamo al archivo para que me expliquen por qué tardan tanto en encontrar su ficha. La seguridad ante todo, me dicen; aquí no estamos en el Club Med. El mismo día, un tipo prende fuego a su colchón, después de apoyarlo contra la puerta de la celda. Aquí están de nuevo los bomberos. Ya conocen el camino.
Nueva invasión, recientemente, de chinches y cucarachas. Las cucarachas se comen las chinches, de manera que decidimos no molestar a las cucarachas. ¡Entre dos males…!
Unos días después llamada muy alarmada de la dirección. Han interceptado una carta y se han enterado de que un paciente que está en el hospital para una intervención quirúrgica prepara una evasión. El preso va a dormir a los polis esta noche y a aprovechar la ocasión para escapar. Llamo al director del hospital, al que conozco bien, para que tengan cuidado. No pasa absolutamente nada.
Un amigo, director de orquesta, acaba de dar un concierto en La Santé: Mozart, Haydn, Beethoven… Hay un ambiente bastante extraño; 30°C fuera, y los espectadores tan distraídos que los músicos se parten de risa.
Algunos reproches por parte de los médicos, que me encuentran demasiado tajante: en el fondo tengo razón, pero las formas dejan que desear. Es muy posible. Yo también tengo derecho a estar cansada y a encolerizarme.
1 de septiembre de 1999. Regreso de unos días de viaje a la India. Mi pensamiento sigue allí aunque mi cuerpo esté aquí, como si flotara.
Un ex-preso telefonea para expresarme su agradecimiento. Me envía una orquídea y una espléndida azalea.
A mi vuelta me entero de que ha habido otro fallecimiento: previsible. El preso se negó a ir al hospital. Ha muerto durante la noche. Es el décimo en un año.
Llamo al director para decirle que me acaban de indicar que los presos salen hacia otros centros de detención con montones de psicotrópicos (a veces para quince días o un mes). Ahora bien, a la salida les deberían hacer un registro. Aprovecha para hacerme partícipe de habladurías propagadas en mi ausencia por informes de funcionarios no siempre bienintencionados. Los médicos de guardia, hartos de la sordidez de su apartamento (que habría que haber reformado hace dos años) han pintado graffitis en las paredes. Ha hecho fotos y parece furioso. Es el espíritu estudiantil de las salas de guardia, que a mí me hace más bien reír, pero a él no.
Vuelvo a ver a enfermos que no habían pasado por consulta desde antes de vacaciones. Uno de ellos ha sufrido una intervención gravísima y me cuenta su epopeya. El día antes de ser trasladado al hospital de Fresnes para la convalecencia tuvo diarrea durante toda la noche. Los polis lo estuvieron vigilando continuamente, a pesar de sus protestas. Permaneció en el hospital de Fresnes durante algunos días, y de allí lo trasladaron al comarcal. Como se encontraba muy mal, se negaron a hacerse cargo de él. Lo metieron en una celda, en el suelo, únicamente con una manta y vestido sólo con la camisa verde del hospital. Allí permaneció toda la noche tiritando de frío. Al día siguiente le metieron en una celda de aislamiento con un suicida de setenta y tres años. Gracias a la obstinación del médico que le había operado en Broussais pudo volver a La Santé, pero pasó diez días horribles.
Un médico de guardia me cuenta que le ha llamado por la noche un funcionario que no se encontraba bien. Estaba en coma etílico.
Un médico de Cochin me telefonea a propósito de un enfermo hospitalizado en su servicio por sospecha de accidente vascular cerebral. Me dice: "Creo que está simulando, le hemos hecho todo tipo de exámenes, y no tiene nada, además ha robado todo tipo de cosas en la oficina".
Un preso dice haber salido del hospital hace diez días con un tratamiento antituberculoso. La radiografía es anormal, pero no es fácil decir si se trata tan sólo de secuelas o si está evolucionando. Se le aísla. Todos los exámenes son negativos. Llamo al hospital. Al final encuentran su nombre en una consulta de hace seis años. Le hago venir. Sus explicaciones son muy confusas, embrolladas. Me enfado, y le digo que vuelva a verme cuando haya decidido decir la verdad, a lo que responde únicamente: "De acuerdo".
Otra urgencia por sobredosis de medicamentos. Acaba de llegar de otra prisión y lo que ha tomado no está disponible en La Santé.
El médico encargado de visitar a los presos en celdas de aislamiento está trastornado. Un paciente que volvía de oftalmología por una llaga en un ojo ha estado golpeando la puerta de su celda, hasta que los funcionarios han decidido gasearlo. Dice que allí no se puede respirar, que ha examinado al paciente y que éste tiene los ojos muy irritados. El director se muestra enojado; va a emprender una investigación. La denuncia llegará al ministerio.
Miro el cuaderno de urgencias. Diez y media de la noche: "Las celdas de aislamiento, o la miseria humana". Llaman al colega de guardia esta noche por un preso que ha inundado su celda y ha despedazado su colchón de espuma. Tiene que calmar al preso enfurecido. El médico constata que está tranquilamente quitando el agua del suelo empapando trozos del colchón. El también está empapado. El funcionario pretende que el médico lo duerma con una inyección, como condición para ponerle un colchón nuevo. El médico se rebela: ¿Por qué atontar a un preso que se muestra calmado? Pide un colchón y una manta. El jefe de servicios, al que han llamado para que dé su opinión, acepta. De todas formas, si el preso se cuelga con su manta, será responsabilidad del médico. Al día siguiente, zafarrancho de combate en la enfermería. El preso se ha tomado al pie de la letra el tratamiento que le había dictado el médico de beber mucha agua, y llega empapado con una vestimenta muy de alta costura de vanguardia. La camiseta está partida por la mitad, con una sola manga, el pantalón es un especie de pañal que le llega a las rodillas, compuesto de retales desgarrados unidos mediante una veintena de nudos, en el que ha insertado una bombilla de 60 watios. Adopta una actitud totalmente iluminada, con un aspecto malicioso. Psicosis y gran guiñol.
Una semana como tantas otras.
Un preso acaba de salir hacia el hospital a causa de una hemorragia meníngea, aunque no tenía antecedentes.
Un preso ha intentado ahorcarse esta mañana, otro acaba de tragarse un Paic de limón. En una celda encuentran en un registro detonadores hechos con piezas de transistores. Uno de los presos de la celda es un enfermo dulce y amable, con frecuentes depresiones, al que cuido desde hace años.
Me entero por la mujer de otro preso con SIDA, y para el que he pedido la puesta en libertad por razones médicas, de que se la han denegado. Está gravemente enfermo y podría salir en libertad condicional en febrero de 2000. El procurador podría haber hecho un esfuerzo, tanto más cuanto que el certificado médico no dejaba ninguna duda sobre el destino fatal y próximo de este paciente.
La mujer grita al teléfono: "¡Usted quiere matarle!"; le respondo que he hecho cuanto he podido, y que la decisión no depende desgraciadamente de mí.
Otro paciente al que hemos salvado la vida (tenía una patología gravísima y rara), salió a urgencias, le redacté un certificado con el que salió en libertad a los pocos días. En lugar de agradecimientos, recibo una denuncia por medio de su abogado, porque habría podido morir. Es el mundo al revés.
Un paciente cardíaco se queja de que ronca y eso le despierta por la noche. Le digo que es mejor que se hago operar fuera, y se burla diciéndome que le han echado doce años por tráfico de haschich. Me parece mucho… hasta que me dice que transportaba cuatro toneladas.
Varios presos están furiosos porque no he hablado apenas en la emisión Zona prohibida. "Seguramente le han cortado una parte en el montaje", me dicen. Es cierto que tres cuartos de hora de entrevista para sólo diez segundos de antena es desproporcionado, tanto más cuanto lo que ha quedado es bastante anodino.
Viernes, me llama la médico que recibe a los recién llegados: tiene un paciente de setenta y seis años muy enfermo, al que han ido a detener por fraude (él dice que por no haber pagado un crédito) a un asilo donde tenía asistencia médica. No puede apenas andar ni respirar, tiene un temblor senil y es hipertenso. Llamo al procurador para solicitar una suspensión de pena por razones médicas, y mientras tanto lo envío al hospital de Fresnes, ya que puede venirse abajo de un día a otro. Además, le cuesta mucho desplazarse, y aquí no se han tomado medidas para los discapacitados, aunque cada vez tenemos más pacientes ancianos.
Insisto y presiono al hospital de Fresnes explicando la situación y pasándole la patata caliente al médico de allí. A la espera de su liberación, sólo se trata de ir y venir, ya que no es una urgencia, me dicen. Evidentemente no, es justamente para evitar lo peor por lo que lo he enviado allí. Estoy furiosa. Como me dice el subdirector: "Te han tomado bien el pelo, ¿eh?". Aquí tendríamos que meterlo en una celda con timbre de alarma y encontrar una solución, que aparece cuatro días después, cuando lo ponen en libertad.
Un preso acaba de llegar de la sala Cusco (urgencias médico-legales del Hôtel-Dieu, adonde llevan a los presos antes de enviarlos a un centro de detención), con ambos pies escayolados. Obviamente, aquí no nos podemos quedar con él. Como siempre, el hospital de Fresnes lo rechaza. El preso, de profesión cerrajero, cuenta que estaba robando en un apartamento, en un cuarto piso, cuando ha llegado el dueño, que ha intentado agarrarlo por la camisa, de botones a presión, que se han soltado, cayendo él al patio. Afortunadamente ha caído sobre un sillón con ruedas, pero el propietario ha llamado a la policía y a la salida le esperaba un comité de recepción. Su abogado le ha aconsejado que denunciara al propietario del piso, pero no quiere hacerlo porque le estaba robando: "Es lo único que sé hacer", dice.
Nos devuelven otros dos pacientes ancianos, muy enfermos, enviados al hospital de Fresnes, uno de ellos para bastante tiempo. Según el informe del hospital, están en plena forma y pueden sobrellevar el régimen de vida en prisión. Esta mañana, el enfermero que le llevaba sus medicamentos a uno de ellos lo ha encontrado muerto en su celda, dos días después de su regreso.
Maurice Papón
Esta mañana, un ex-preso con una enfermedad grave llega a la puerta de La Santé con un gran ramo de girasoles para el servicio médico. Negativa de los funcionarios: "Nunca se sabe, hay que tener prudencia". ¿Desprecio por el ex-preso, vejación hacia nosotros? Para que mejore algo la vida cotidiana del preso es menester que evolucione la mentalidad de los carceleros.
Esta mañana he recibido una carta de la gendarmería nacional. Han encontrado un torso, al que habían cortado la cabeza, los brazos y las piernas, en un canal. Queda el sexo, y se trata de un hombre. Según los propios términos de la carta, "las amputaciones han sido realizadas por un 'profesional' (carnicero, cuerpo médico…)". La única señal distintiva es una cicatriz, y me preguntan si conozco el torso. La respuesta es no. Pero la historia me ha hecho reír durante media hora.
Mi carta del 8 de junio de 1999 dirigida al ministerio de Justicia no ha quedado sin respuesta. Unas semanas más tarde he recibido una carta de la Sra. Guigou que me pide que me ponga en contacto con uno de sus consejeros, lo que acabo de hacer. El mismo día me entero por la radio de que la Ministra de Justicia ha decidido emprender la renovación de cinco prisiones, entre ellas La Santé. El presupuesto es de 500 millones de francos. Se aislarán los W. C. en las celdas y se modificarán los sanitarios de forma que los internos puedan ducharse con más frecuencia. También se mejorarán las celdas de aislamiento.
Muchas gracias, Señora Ministra, pero hágalo pronto. ¡Queda tanto por hacer…!
Cuando la doctora Véronique Vasseur ingresó -como médico jefe de aquel establecimiento penitenciario- en la Prisión de La Santé no sabía dónde entraba, en qué mundo iba a vivir desde entonces: aquel mundo era demasiado horrible y demasiado desconocido. Así es siempre cuando se trata de la realidad carcelaria: es una realidad absolutamente ignorada, incluso por quienes creen conocerla desde fuera, por su profesión.
La delgada lámina de cristal que separa a un visitante de un preso es en realidad la frontera entre dos mundos, y más de una vez se ha dicho que, imaginando su Infierno, Dante no vio nada. ¿Cómo saber algo de lo que allí ocurre en realidad? La doctora Vasseur lo ha intentado en estas páginas, y su libro ha suscitado una gran emoción en la opinión pública. El Infierno existe -viene a decir en su libro-, y está aquí, al otro lado de esas rejas.