La corte de los milagros

¡Los VIP quieren hacer deporte! La sala del gimnasio está dispuesta, pero los aparatos no han llegado todavía. En cuanto a las sesiones de hipnosis que teñían que comenzar el 1 de enero, ¡ninguna novedad! He enviado al hospital a un cardíaco que parecía haberse tomado todos sus medicamentos al mismo tiempo. La familia acaba de llamarme para decirme que quería suicidarse. Salió para el Hôtel-Dieu, de donde me lo reenvían. Tenía la tasa de protrombina por los suelos, y podía sufrir una hemorragia de un momento a otro. En cuanto ha llegado, se ha tragado de nuevo sus medicinas, ¡otra ronda! Hospitalizado otra vez, pero ahora en urgencias y con vigilancia.

Hoy han violado a un preso entre otros dos, un francés y un magrebí. Ha venido la policía, ha habido que rellenar papeles…

Garretta está furioso: ¡Le han sacado en Ici Varis arrellanado en un sillón de cuero, con un puro y bebiendo champán!

Un poli corrupto que ha prendido fuego a la casa de su amante para vengarse de una traición, me dice que se siente más tranquilo aquí en la cárcel, porque si no la habría matado. Ahora está mejor; cuando llegó quería colgarse.

Entre un cólico nefrítico, los trabajos, el radiólogo que se va de vacaciones, y la dentista con permiso de maternidad, se me acumulan los expedientes y también los problemas médicos.

Hoy toca "El silencio de los corderos". Un travestidoo seropositivo vuelve del Palacio de Justicia. Tiene una crisis de angustia y golpea durante toda la noche la puerta de su celda. Quiere morder a todo el mundo para inocularle su virus. Va a morir en prisión y lo sabe. Voy a verle durante una hora para hablar con él. Le gustaría comerse una pizza, escuchar música, en fin, cosas simples antes de morir. Llamo al juez, pero no quiere saber nada. Quizá tenga un gesto más tarde. Por el momento, lo mantenemos con vida con muchas atenciones a su alrededor. Hoy, en todo caso, está mejor, y se siente más confiado. Moraleja de la historia: por fin he conseguido una medida de gracia médica para este paciente. Ha salido, se encuentra bien, y me lo encuentro con un algodón de azúcar en la feria del Trono, adonde había ido en compañía del director adjunto de La Santé y de un colega médico. Nos miraba divertido dar vueltas en el carrusel, porque los tres nos sentíamos mareados. Me gusta mucho la feria del Trono…

Recorrido por la enfermería: el enfermero encierra sistemáticamente a los enfermos de los pulmones en celdas donde el vapor de la lavandería se condensa sobre las paredes como si lloviera. Responde que basta con que cierren la ventana, ya que estamos en invierno. Y sin embargo, hay celdas vacías enfrente. Lo hace seguramente para ver cómo se comportan, ya que al otro lado está el patio donde se pasean los travestidos. ¡Como si esos pobres tipos se fueran a excitar ante el espectáculo lamentable de unos travestidos que ni siquiera son atractivos!

Reunión relajada con todos los jefes de servicio sobre una exposición prevista en La Santé por el Museo del Hombre, sobre el origen de la Humanidad… ¿Pero qué interés puede tener para unos presos que no saben leer y ni siquiera hablan francés? ¡En cuanto a la idea de instalar la exposición en la sección de los travestidos, hace reír a todo el mundo!

Hoy acaba de llegar la enfermera jefe, muy segura de sí misma, está por encima de las habladurías: se trata de una monja sin hábito, avisada de todo lo que ocurre aquí por el ministerio y por el director. Sabe a qué atenerse. Desfilan ante ella los presos. Hay uno, proveniente de una familia noble, encantador, distinguido, de sesenta y nueve años, que se disculpa por no haberse afeitado antes de venir a verme. Está aquí desde hace dos meses y me cuenta el porqué: una oscura historia de falsas facturas inmobiliarias. Su hijo se ha encargado de sustituirle. Ha tenido tres mujeres, y la última, según dice, es más joven que yo… y es la mujer del empleado de la gasolinera donde solía repostar. El juez deniega las visitas a esa mujer con la que no está casado. Es divertido, y se queda un rato largo conmigo. Después me pregunta por otro al que habían detenido con él, un griego al que he enviado al hospital porque tenía crisis de asma muy frecuentes, a pesar de los corticoides.

Rodaje de La Quinta, que prepara un programa sobre las cárceles. Desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche. Repetimos las escenas. Al cabo de la cuarta toma, todo el mundo ríe. Me pregunto qué es lo que va a salir de todo esto. Al final la dirección les pide que se vayan a las 6 de la tarde. Me entrevistarán por tanto en un estudio. ¡Viva la cooperación!

Registro en las celdas. Tres de los presos han ido guardando los medicamentos que se les han dado durante cuatro meses, sin tomárselos. Se avisa a la dirección. Subo y pido asistir a la reunión. El director acepta, pero el subdirector no parece estar de acuerdo. Finalmente se decide que yo les veré a solas más tarde. ¡Siempre las luchas por el poder! La respuesta: disfunciones en el servicio médico, evidentemente. La solución: plantar mi tienda en el pasillo de la enfermería para controlar todo día y noche.

Al día siguiente, visita de dos inspectores de la DDASS. Dos funcionarios que no saben nada del asunto. Tengo que volver a repetir toda la historia. Acabo despidiéndoles, diciéndoles que no estoy aquí para hacer estadísticas. Esta mañana, un preso al que han puesto en libertad me escribe para darme las gracias.

Un preso depresivo sólo ha visto al juez tres horas en siete meses. Llora.

Otro, que ha traficado con obras de Chagall, llora también. Es víctima de chantajes dentro de la cárcel.

Cartas de felicitación de algunos presos. También me felicita la IGAS (Inspección General de Asuntos Sociales). Es como un bálsamo.

Hoy, huelga de los guardias de la prisión. Llega la policía. Todo está bloqueado, no hay consultas porque nadie se atreve a quejarse. Calma chicha.

Más robos, durante la noche, en el servicio médico. ¡Todo desaparece! Pido por décima vez un cerrojo. ¡Nadie hace caso! Hoy han pillado a un funcionario con una gran dosis de haschisch. Encarcelado inmediatamente. Silencio absoluto por parte de la dirección, yo lo sé por una indiscreción.

Crisis de un preso que es cinturón negro de karate. Han hecho falta ocho funcionarios para sujetarle. Está aquí por violación. Los demás presos han intentado agredirle, pero como es tan fuerte ha derribado a varios y le han enviado a celdas. Desde hace quince días, nadie dice una palabra. No come. Los análisis muestran una deshidratación muy avanzada. Su vida está en peligro. Me doy cuenta de que le han cortado el agua. Los guardias dicen que es falso, y me enseñan, naturalmente, cómo sale del grifo igual que un géiser, riéndose…

Los funcionarios caen como moscas. Hay pocos, porque estamos en vacaciones. Están reventados, lo mismo que las enfermeras. Ya no sé a quién atender primero: un travestido con un solo pecho, porque lo han encarcelado antes de que le insertaran la prótesis derecha, y al que la silicona de las nalgas se le ha bajado a los tobillos, con lo que no puede ni andar, un seropositivo que llora, un chino que acaba de rajarse la garganta con una loseta y al que su familia espera enloquecida en el locutorio, otro que quiere saber si va a poder eyacular cuando salga, otro al que le duele cuando se empalma y otro que me pregunta si es posible eyacular tres veces en media hora (está acusado de violación). Respondo a este último que es un fenómeno, lo que le hace reír. En La Santé, para evitar que los travestidos tengan problemas, se les siguen dando hormonas femeninas. Al comienzo sentía ciertos escrúpulos, tenía la sensación de ser un aprendiz de brujo. Estamos en una auténtica Corte de los Milagros. Veinticinco pacientes entran y salen de mi despacho, en general de buen humor.

¡Ya se puede hacer deporte! Un preso grande y fuerte dirige los ejercicios y el baile. Se multiplican las peticiones, pero basta llegar con unas cervezas y cigarrillos para tener muchas probabilidades de poder entrar a la sala de deportes entre los primeros. Ahora son los funcionarios los que la dirigen.

Entre el empresario muy rico, que pretende ser mi amigo, y el maliense sin papeles que apenas habla, la sala de espera es muy variada. Algunos saludan con un besamanos, otros me tutean. Yo siempre les hablo de usted. Por una vez se ven tratados como seres humanos y no como bestias. Algunos lloran y se lamentan de su mala suerte, otros se muestran fanfarrones. A los ladrones profesionales les da igual, conocen las reglas del juego y es con ellos con los que mejor me entiendo. Son expertos en lo suyo, y para ellos la cárcel no es sino un accidente, el precio que tienen que pagar por un oficio arriesgado. No se les ve la desesperación de los ocasionales que llegan por primera vez.

Acaban de desratizar. Hay montones de ratas reventadas y apiladas en cajas de cartón a pleno sol. ¿Qué puedo hacer? ¡No caben ni en los cubos de basura, ni en los desechos médicos que llenan el patio y que no recogerán hasta dentro de un semana!. El director pretende colgármelas con los desechos médicos, pero me niego. Me voy por dos días. A mi regreso, las ratas han desaparecido. ¿Adonde han ido a parar? Ni idea.

Descubro una nueva enfermedad, que no se da más que en tiempo de guerra: una especie de sarna o tiña que se transmite con el pan echado a perder. Ahora tenemos una epidemia. Tengo que encontrar un momento para hablar de ello, pero mi despacho tiene tres puertas y un teléfono. Es un auténtico caos, y no tengo ni un minuto libre. Al salir, lo hago de forma que no me vea nadie, si no tendría que quedarme hasta la noche.

Los presos están enfermos: epidemia de gastroenteritis, debida a alimentos en mal estado.

Un preso bastante guapo ha sido atacado con un tenedor esta noche por un compañero que quería violarle.

Encuentran en coma en su celda a un preso que viene de las Baumettes, como consecuencia de una intoxicación con heroína. De la investigación resulta que llevaba un saquito en el recto y que se ha roto. Encerrado en una celda con otros tres presos, al parecer no se había atrevido a sacárselo.

Me entero estupefacta de que el viejo asqueroso que violaba niñas es seropositivo. Hay que avisar al juez. Telefonean desde Fresnes: el viejo acaba de morir.

Un preso cuenta su evasión de Bois-d'Arcy: cómo pasó a través de los alambres, cómo cambiaron al director, lo que costó reponer todo el sistema de seguridad, etc. Hubo un solo testigo, hace siete años. Desde entonces se ha dejado el bigote, ha engordado, y nadie le reconoce. Envió al testigo una maletita con veinte años de salario, que le llevó una chica soberbia, pero la rechazó, de lo que se extraña mucho. Es un tipo imbécil, me dice: ¿Por qué se negó al trato, con la crisis que hay, el paro, etc.? Le respondo: "¿Ha pensado usted que quizá sea una persona honrada?" No, ni se le había ocurrido…

¿Qué hay de nuevo? Nada aparte de algunos heridos, un loco furioso y un tuberculoso que ha soñado conmigo galopando sobre un caballo indomable por la playa. "Consiga usted que salga, me dice, usted es mi libertad". Le contesto que no tengo tiempo y que no puedo hacer nada por él. Me veo obligada a pedir a los guardias que lo saquen de mi despacho, porque no quiere salir de allí por las buenas. Me advierte: "Cuando salga la buscaré".

Hoy un preso condenado a siete años por malversación y cuya operación ortopédica en un pie ha salido mal, me dirige, con mucho pudor, una carta que debo leer cuando esté tranquila. Cuando la haya leído entenderé de qué me habla. Estaba lejos de imaginar lo que contenía, ya que desde hace meses me esforzaba por salir de una situación médico-legal casi imposible. Se trata de una declaración de amor y no tengo ganas de reír, ni de sonreír siquiera. Hace daño, parece sincera. ¿Qué hacer? Simplemente que lo trasladen y entretanto pasarlo a la consulta de un colega.

Recibo una carta insultante de un seropositivo de la enfermería después del debate sobre el SIDA. Ese tipo me odia, me dice que carezco de inteligencia y de juicio, que no sé ni hablar. Es un homosexual que se cargó a su compañero y después lo hizo pedacitos…

Un preso condenado por violar a su hija de catorce años está sentado en el suelo en el pasillo del bloque. Se ha herido voluntariamente en las dos manos y acaba de cortarse una oreja. ¡Se ha creído que es Van Gogh! Está cubierto de sangre y ahí está, en el suelo, con las piernas separadas, desde hace una hora. Tiene un gran cuchillo de cocina envuelto en un paño apuntando a su corazón. Nadie puede acercársele, porque amenaza con hundírselo en el pecho si no viene su abogado. Hablo con él y con el psiquiatra. Al cabo de un cuarto de hora de una discusión delirante y violenta, me marcho a ver al director que pasea a largas zancadas por el patio. Le digo que no he podido conseguir nada y que me voy a distraer al preso. Seis funcionarios se precipitan entonces sobre él y le arrebatan el cuchillo. Se lo llevan, tambaleante, debatiéndose como un gusano, al bloque de aislamiento. Luego, una inyección tranquilizante. Otro preso ha querido inmolarse prendiéndose fuego. ¡Qué ambiente! Afortunadamente han podido salvarle.

Hoy me llaman con urgencia para anunciarme que despiden a una médico que comienza a caer en la psicosis. Dibuja ratas y sexos peludos en el cuaderno de urgencias. Se trata de una chica, buen médico hasta ahora, que hace poco empezó a beber y que acaba completamente borracha por las tardes. Liga con los funcionarios, que por la noche suben a su habitación. No sale más que cuando no tiene otra cosa mejor que hacer. Cuando está mirando algo que le interesa en la tele se niega a acudir a las urgencias. Aparentemente muy relajada, no entiende lo que se le dice, y repite O.K. con los brazos cruzados sobre los muslos. Cuando le anuncio su despido, agarra una crisis de nervios. El director teme que acabe rompiéndolo todo. Dos funcionarios la acompañan hasta la puerta de la prisión.

Un diabético con una glucemia enorme, en plena forma. Extraño. De hecho, se empapa el dedo en azúcar antes de venir. Chantaje emocional.

Siempre lo mismo: descubren alambiques. Todo esto, desde que se prohibieron las cervezas con alcohol.

Esta mañana, un travestido cubierto de pelos con leche que mana de sus pechos. Los tiene enormes, y ha tenido una subida de leche. De tanto pincharse hormonas.

He recibido una carta adorable de un preso al que han puesto en libertad. Me invita a su restaurante con toda mi familia.

Hoy he visto a Sandra, la "reina del bosque". Es un travestido con la musculatura de Schwarzenegger, con dos grandes pechos sobre una tonelada de músculos. ¡Quiere volver a ser hombre! Tiene mujer y un hijo. Con SIDA hasta el grado máximo, le van a expulsar dentro de quince días a Argentina, donde lo encerrarán en un ghetto hasta su muerte. Ya no tiene abogado. ¡El que tenía se fugó con 15 millones!

Llega un tipo con una condena de quince años. Ha tenido una experiencia de descorporización, hace siete meses, cuando estaba en coma. Sólo tiene ganas de morirse, para volver a encontrarse en el otro lado, donde se estaba de maravilla. Mientras, se ha cortado las arterias. Al día siguiente, ha metido los dedos en un enchufe después de haberlos mojado bajo el grifo. Los psiquiatras y psicólogos han intervenido, uno tras otro, y no ven necesaria ninguna indicación psiquiátrica, ningún tratamiento, ni la hospitalización. Si se le mete solo en una celda, se intenta suicidar. La única solución, pues, es ponerlo en una celda con timbre de alarma con otros presos. Pero los dos enfermos que hay allí no pueden más. Uno de ellos sufre crisis de asma, y al otro se le dispara el corazón. Nuevo intento de ahorcamiento esta mañana. Finalmente, ponemos a un guardia ante su puerta. Pero esta noche no sabemos qué hacer. El psiquiatra ha vuelto a verle. Ha comprendido, pasa el mensaje. Esperemos.

Al día siguiente, telefonean acerca del nuevo interno, desesperados: ha rechazado el tratamiento prescrito y se ha tragado todos los medicamentos de los otros dos. Pido que lo envíen a Fernand-Widal en ambulancia. Se lo llevan. ¿Tranquilidad durante el fin de semana? Ni hablar, porque el psiquiatra de Fernand-Widal considera que no está loco, y me lo vuelve a enviar. Los psiquiatras de La Santé lo mandan a la enfermería psiquiátrica de la prefectura, donde tampoco lo admiten. Finalmente, vuelve a la celda con los otros dos. En esa celda para tres estaba Marcantoni, encargado de vigilar a los suicidas. Me ha proporcionado buenos servicios, ya que se trata de un tipo sólido y ya se había visto en otras situaciones parecidas: ya había estado en La Santé durante la guerra y después.

Al día siguiente volvemos a tener las mismas: se traga un puñado de medicinas que había robado. Esta vez, ya es demasiado. El director pide oficialmente que sea transferido, y se lo llevan.

Un asmático, griego, ha tenido una crisis grave y se ha puesto histérico. Un proxeneta encargado de hacer la limpieza en la enfermería le ha hecho la respiración boca a boca mientras el médico iba a buscar oxígeno. Hoy he vuelto a verlos: la parejita funciona bastante bien.

Un fallecimiento en plena noche: infarto masivo, treinta años, sin antecedentes. El preso ha golpeado la puerta de su celda, hasta que todo el bloque ha acabado por hacer lo mismo. El médico, avisado por los funcionarios, ha llegado por desgracia demasiado tarde, hacia las tres y media de la madrugada. No hay ronda nocturna entre la una y las cinco. Esta mañana los presos del bloque se amotinan y se niegan a subir después del paseo. Hay guardias de refuerzo. La familia presenta una denuncia. El expediente queda a cargo de una comisión rogatoria. Yo también aviso al procurador por falta de ayuda a una persona en peligro. El director está furioso.

Hoy, visita a la enfermería. Corrijo el artículo sobre el SIDA de uno de los presos. Tranquilizo a otros. Me ocupo de la comida, con demasiadas especias, de los problemas existenciales de Garretta, de seguir la neumopatía de un militante de ETA que fue detenido en la clandestinidad. De hecho, tenía el SIDA, se ha negado siempre a que le hiciéramos el test y ha muerto diez días después. Pero no quería confesar su enfermedad y menos aún su toxicomanía, ya que para alguien de ETA confesar que se droga es algo espantoso.

La sala de juegos de los VIP está preparada. Una espaldera con las barras tan juntas que resulta verdaderamente difícil colocar las manos entre ellas. Una bicicleta y un aparato para remar supuestamente fijos al suelo, que es de losetas. He ensayado el aparato, y se avanza con él a toda velocidad chocando con todos los muebles.

Se espera de un día a otro la llegada del mercenario responsable de un golpe de Estado en África. ¡Es Bob! Se unirá al grupito simpático y privilegiado de la enfermería para hacer un poco de deporte. Es evidente que los cardíacos, los tuberculosos y los asmáticos no están invitados a esas pequeñas reuniones relajadas entre VIPs. ¡Una sala donde se codean un espía, un médico, un hombre de negocios, un mercenario y un político, cuando se necesita urgentemente otro gabinete de consulta!

Las peregrinaciones de Bob Denard. ¡Las sigo desde el comienzo! Cuando abandonó La Santé, tras su último encarcelamiento, recibí una caja de verduras -zanahorias, lechugas, etc.- para su ensalada bordelesa. Eso me hizo reír, conociendo como es. No estuvo mucho tiempo -un año- y helo de nuevo aquí, con sus sesenta y siete años y cuarenta hombres tras él para retomar el mando en las Comores. ¡Tiene valor, el tipo! Está de nuevo en La Santé. Me alegro de volver a verlo: ¡Es un compañero, este Bob! Pero habría preferido que fuera en otras circunstancias. Ha cambiado de aspecto, dejándose un bigotillo. En cualquier caso, sigue cuidándose: ha entendido el mensaje médico. No quiere responder a mis preguntas indiscretas: "Fuera se lo contaré todo", me dice. En cierta ocasión acudió a la inauguración de una de mis exposiciones de pintura, y me dijo: "He venido por usted, porque no entiendo nada de pintura. ¡A mí no me gustan más que las metralletas!" Le respondí que la próxima vez pintaría un cuadro con metralletas nada más que para él.

Hoy, recorrido por la enfermería. Chalier se queja de estar volviéndose idiota a fuerza de mirar tonterías en la tele. Se ve obligado, para afeitarse con agua caliente, a calentar botellas de agua de Evian cortadas por la mitad sobre los tubos de la calefacción. Tambien se ha fabricado un adminiculo para sentarse en el W.C., con rafia tejida. Mientras, un espía juega al ajedrez con Bob Denard. Dice que con todos los cerebros de esta enfermería podría montar un golpe gigantesco. Garretta espera su momento. Esta tarde sabrá si lo van a liberar o no para preparar su juicio. Por Chalier, que escucha la radio, sabré por la tarde que la petición ha sido denegada. Los presos-estrella se reúnen en la salita instalada para ellos, donde hacen deporte, juegan al ajedrez o a las cartas; en la época de Le Floch-Prigent será probablemente al bridge. Pero a Denard le gustaban juegos de naipes más fáciles. Otros hacen relajación.

He visto a Garretta, que ya no cree en la justicia de su país y no pierde la cabeza por su suerte; charla con otros presos y todos tienen los mismos síntomas: gran cansancio, dificultades para concentrarse y trastornos visuales.

Llega un tipo de ETA. Zafarrancho de combate, porque es asmático y ya ha tenido dos paradas cardiorespiratorias. Está en una celda con timbre, y se le considera "un preso particularmente vigilado". Ya ha matado a seis personas y ha realizado cuatro atentados con coche-bomba. La dirección no ve con buenos ojos que salga de prisión, debido a la seguridad, pero finalmente acepta que lo enviemos al hospital.

Otro episodio: el asunto Boublil-Traboulsi. Todo sucede muy deprisa, llegan ambos un domingo. Conozco a Boublil desde la infancia y me alegra verle. Volverse a encontrar en estas circunstancias, después de veinte años sin vernos, es un tanto sorprendente.

Cuando he sabido que venía a La Santé, lo he hecho llamar. De jóvenes formábamos parte de la misma pandilla, siempre íbamos juntos de vacaciones. Y cuando ha entrado, estaba atónito, ha hecho tambalear la mesa y todo se ha caído. Se sentía aturdido, pero en cualquier caso contento y tranquilo al encontrarme aquí, por si le pasaba algo. Desde que salió volvemos a vernos. Ha escrito un libro. Ha tratado de superar su situación transformando la cárcel en hotel, como único medio de evasión y protección, de ahí el título, Habitación 220, como si fuera un palacio. Ha sido su forma de soportar el encarcelamiento. Me costaba mucho, tanto por él como por los demás, cerrar su celda. Encerrar bajo llave a un amigo de la infancia es una experiencia penosa, aunque ambos la vivíamos con mucho humor.

Traboulsi trata de manipular su mundo. Es atractivo, enternecedor y muy caprichoso. Todo el mundo debe estar a su órdenes; hasta pide que una asistenta le limpie la celda. No puede soportar un lugar tan minúsculo. Parece enfermo; hago venir a un gran pontífice del hospital americano que le cuida y que incluso me ha pedido poder venir regularmente a verlo. Visitas amistosas y mundanas en el seno del "Midnight Express"… Hablamos de pintura en un entorno podrido; la paradoja me hace sonreír. Quiere que disponga un locutorio suplementario con el director. Voy a intentarlo…

Otra dura jornada. Todos se niegan a ir a Fresnes para ser hospitalizados. Tenemos que quedarnos con los enfermos en espera de cirugía o de exámenes especializados. Es como caminar por una cuerda sobre el abismo. Cita con un médico de Fresnes que ha elaborado un proyecto para un seguimiento de los enfermos con grandes patologías amenazados de expulsión. En el jaleo, un preso ha respirado la sosa con la que se desatascan los lavabos. No se encuentra el frasco, pero el individuo en cuestión tiene la nariz como una coliflor y no puede respirar.

Tuberculosos, cuyos análisis esperamos desde hace semanas, a punto de escupir sus bacilos por todas partes; cardíacos sobre el filo de la navaja; chapoteamos en medio de graves patologías con remedios caseros. De repente, a mediodía, me tomo dos Suze con las enfermeras para aliviarme.

Un proxeneta cuenta: niño de la DDASS, maltratado, se convirtió en chulo. Alquila estudios a prostitutas y se aprovecha para despojar a sus clientes de sus tarjetas. Está en la cárcel y se prepara para el sacerdocio. En una celda próxima, un profesor pedofilo que ha abusado de sus alumnos. Dice que solamente se quedaba con el dinero de la cantina.