Prólogo

No sé por qué ingresé como médico en "La Santé"… Había dejado de ejercer la medicina y me había tomado un año y medio para dedicarme a la pintura. Primero trabajé en el taller de un pintor, luego en mi casa. Pero estar sola pintando me estaba volviendo un poco esquizofrénica. Me interesé cuando un amigo, jefe supervisor en el Hospital de Fresnes, me habló de un puesto de médico…

Envié una solicitud con un curriculum vitae a La Santé. Y un día, el médico-jefe me llamó a casa y me dijo: "Está bien, alguien se va, se incorpora usted en tal fecha". Cuando llegué en 1992 no había ninguna mujer. Cinco médicos se turnaban para hacer, cada semana, seis guardias de veinticuatro horas cada una, a razón de 800 francos [unos 120 euros] por guardia…

Entré por curiosidad y para volver a darme un baño de medicina, diciéndome que sería una buena experiencia, pero que no permanecería mucho allí. Me preguntaba qué podía suceder detrás de esos grandes muros. Hace siete años se hablaba muy poco de las prisiones, a no ser de las evasiones. Me quedé aquí y tengo apego por esta vida profesional, aun cuando hay momentos difíciles. Es un lugar, paradójicamente, bastante simpático. Desde el punto de vista de las personas que se encuentran en el exterior y de quienes aquí trabajan. Algunos presos encuentran que en esta prisión hay más humanidad que en las demás.

Desde el primer día, me di cuenta de que lo que estaba viviendo era increíble, y he ido registrando desde hace siete años las turbulencias de La Santé.

París, octubre de 1999.