Tráficos de todo tipo, intentos de evasión

Cuando todavía estaba adscrita a Instituciones Penitenciarias, tuve un día necesidad de un médico. Encuentro al doctor K., zaireño, bastante brillante y simpático, que estaba a punto de obtener un diploma universitario (DU) de medicina carcelaria en la facultad de Medicina. El médico a cargo del DU me lo recomienda, y lo incorporo a mi equipo. Esto era poco antes de vacaciones. Casi en seguida, lo encuentro deficiente en medicina general. Como se había presentado como cirujano, le doy una oportunidad, dado que cose muy bien, incluso las heridas muy profundas. En la primera consulta, un preso le dice: "Pero si yo te conozco, tú estabas en el bloque D el año pasado…", lo que tendría que haberme puesto la mosca detrás de la oreja. A mi vuelta de vacaciones, me informan de que el médico en cuestión tiene hábitos un tanto curiosos: los domingos tiene consulta únicamente con los peces gordos. Ya me había extrañado lo bien que vestía y que venía en Mercedes, pese a que el de La Santé era su único trabajo…

Un día traen a la enfermería a un preso, incurso en un robo de joyas, para que pinte las paredes. Se trata de un auténtico charlatán. Al corriente de todo en todo el mundo, y que conoce el planeta de punta a cabo. Al cabo de una semana, no ha pintado más que un solo tubo. Va y viene, entra en las salas de espera y recibe a los recién llegados como a buenos camaradas con los que ha estado el día anterior. Voy a ver al director para hacerle partícipe de mi extrañeza, y le pregunto si se trata de un chivato. El me responde: "Doctora, no puedo decirle nada por el momento. Ve usted demasiadas películas en la televisión". Al tipo lo mandan de repente a celdas por tráfico de drogas. Extraño. Tanto más cuanto que me piden poco después que lo saque de allí por razones médicas. Es insulino-dependiente, pero eso no es razón suficiente. De hecho, me entero unos días después, se trataba efectivamente de un chivato y lo habían puesto allí para desmantelar un tráfico de estupefacientes organizado por unos funcionarios. ¡Y el doctor K. le había preguntado si conocía a algún receptor! Acumulo entonces todas las faltas que había cometido y lo despido. Al poco tiempo recibo una llamada de un expreso que me informa que cierto doctor K. había ido -¡de mi parte!- a proponerle que participara en un tráfico de diamantes…

Poco después es la policía la que me llama, ya que andan buscando al doctor K., que acaba de abandonar a sus hijos. Sus papeles son falsos, me dice la policía, en particular su título. Después, dejo de tener noticias de él, hasta que un día me encuentro con la firma del doctor K. al pie de un certificado procedente de las urgencias médico-judiciales del Hôtel-Dieu. Llamo a mi colega para decirle que tenga cuidado. Ella lo hace y se da cuenta con estupor de que el doctor K. acumula cartas de recomendación de los jefes de todos los servicios por los que ha pasado. Sin embargo, si hay algo seguro, es que no es médico. Tampoco tiene papeles de identidad en regla, y ha participado en diversos tráficos. Se ha servido de su trabajo en la prisión de La Santé para intentar reclutar nuevos clientes…

Desde entonces ya no sé qué ha sido de él, salvo que está en libertad. Hice que lo pusieran en la lista negra de la Asistencia Pública, en la que constan todos los falsos médicos. Pero eso no quiere decir que no esté ejerciendo la medicina en algún lugar ahora…

Epílogo: en septiembre de 1999, llamada del doctor K. Me pide un certificado de haber trabajado conmigo. Decididamente, tiene una cara de cemento.

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En La Santé se mantienen dos grandes tabúes: el sexo y la droga. Se supone, se adivina, pero nadie se atreve a hablar. Y sin embargo, los tráficos son numerosos…

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En prisión se trafica con droga. Por lo que nos dicen los presos y el servicio de detección de "toxicomanías" de la prisión, se sabe que los productos que más circulan son el shit (literalmente, en inglés, "mierda"; haschich), el crack y la heroína. El shit no es un secreto para nadie, incluso a mí me han propuesto algún canuto, y ha habido cantidad de aprehensiones y redes desmanteladas. Se les encuentra con cierta frecuencia en los registros, pero nadie habla de ello, sólo se sabe por indiscreciones.

Me entero por un preso, que ha estado treinta días en celdas, de que le han pillado mil francos en los calcetines y ha soltado el nombre de los funcionarios del locutorio que trafican con drogas. Ha sido un escándalo espantoso. Los funcionarios denunciados van a ir al trullo, pero el preso teme represalias. Pienso que no se equivoca.

Todo es bueno para drogarse. Se encuentran alambiques hechos con frutas que los presos ponen a macerar en hexomedina

22. Hacen muchos otros experimentos. Fuman neurolépticos o analgésicos. Prueban con medicamentos para otros usos, por ejemplo, un tratamiento para la psoriasis
23 mezclado con hexomedina les hace literalmente volar. Hacen hervir las pilas y se beben el cocimiento después… Los elixires dentífricos que contienen alcohol sirven de aperitivo. A esto se añade el tráfico con todo tipo de psicotrópicos y con Subutex
24. Hay aproximadamente un 35 por 100 de toxicómanos, en total, desde el fumador de shit hasta el que se pica con heroína. Ahora que ya no se diluyen los psicotrópicos en frascos, sino que se presentan como cápsulas, los almacenan. Los funcionarios han encontrado, en el curso de un registro, una cantidad de tranquilizantes capaz de matar a un bloque entero. Y además de la droga están los tatuajes, que aumentan los riesgos de contagio. Se tatúan con agujas no desinfectadas, cuya punta se limitan a calentar al rojo. Para quitarse esos tatuajes utilizan el ácido de las pilas como abrasivo.

El problema de la droga no ha mejorado desde que llegué a La Santé, sino que incluso se ha agravado.

Un funcionario ha visto por la mirilla, durante su ronda nocturna, a un chico acurrucado en el suelo. Ha creído que dormía y no ha dado la alarma, cuando en realidad estaba muerto tras una sobredosis de medicamentos mezclados con shit. Era seropositivo, y le había contagiado su amiga. Del entierro se ha encargado su mujer, de la que estaba divorciado. Y su amiga me telefonea, pidiendo el cadáver para organizar las exequias, sin saber que ya estaba todo hecho.

Es la séptima defunción en seis meses (estamos en marzo de 1999). De los siete, cinco han muerto de ataques cardíacos, habiéndose hallado en la autopsia dosis notables de cannabis. El procurador se ha impresionado. Si el cannabis no mata directamente, alivia el dolor. El enfermo no siente necesidad de llamar al médico… Se trata quizá de la ley de los grandes números, pero me preocupa. Decido entonces hablar de ello en el segundo congreso de medicina penitenciaría en el que participo en Marsella. Me atacan por todas partes. "Esta desbarra, no sabe lo que dice". Y sin embargo, hace ya siete años que estoy ahí. "Evidentemente, circulan drogas, dicen, pero ése no es nuestro problema, sino de los funcionarios". No estoy de acuerdo. Hay un servicio de detección de toxicomanías, psicólogos, psiquiatras, que están ahí para ayudarnos. Y además, ¿qué pasa con el riesgo de contagio? Creo que hay que hacer algo, por lo menos informar.

Durante un año se ha propuesto un seguimiento voluntario de la hepatitis C (patología muy frecuente entre los toxicómanos). No se ha descubierto ningún caso. Es tranquilizador hasta cierto punto, pero no basta.

Una médico que trabaja en la comisión interministerial de lucha contra la toxicomanía va a venir a verme. Ha asistido al congreso de Marsella y entiende mi preocupación. Se propone una información preventiva en el canal interno. Tenemos financiación, nos viene de perlas.

Nos reunimos con funcionarios de distintos ministerios. Mesa redonda; tema propuesto: el SIDA. ¡Siempre lo mismo! Me llega el turno de hablar. Al parecer les estropeo el plan: para mí, el problema es la droga que entra en la cárcel. Se hace todo por el SIDA y nada por lo demás. He propuesto que se trabaje al respecto de las drogas en la cárcel y que se destine la prevención contra el SIDA únicamente a la población subsahariana, que no sabe nada de la enfermedad. Se acepta.

Reunión con los funcionarios. Volvemos a hablar de la droga. De hecho, siendo la enfermería la única zona simpática de La Santé, en lugar de ocuparnos del problema principal, que es la droga que entra, quieren prohibirnos el tabaco, el café o los pastelillos en el pasillo de la enfermería. Además, se registrará individualmente a los presos antes y después de su paso por la enfermería. Brazo de hierro de Penitenciarias. Las drogas no salen de la enfermería, vienen de fuera. Pueden ocultarla en la boca, o bajo unos vendajes…

El sexo es también objeto de diversos tipos de tráfico. Nos llega una carta un tanto cómica al servicio médico, firmada "X la cochina": un preso confiesa prácticas homosexuales, al parecer muy extendidas aquí, según él. La dirección no quiere saber nada y no quiere hacerse cómplice de la perversidad de algunos: en prisión no existe el sexo, dicen, la privación de libertad significa también privación de placer. Cierto es que en prisión se ve por todas partes sufrimiento y poco placer. Sin embargo, el sexo esta ahí, omnipresente (por otra parte, una circular administrativa nos obliga a poner preservativos a disposición de los presos). El sexo furtivo, en el locutorio, con el riesgo de ir a celdas si le sorprenden a uno. El sexo sustitutivo: un día, un preso viene a verme con el sexo muy irritado. Termina confesándome que había hecho un agujero en su colchón de espuma para servirse de él como muñeca hinchable.

Pero sobre todo, el sexo de dominación: una sexualidad del poder de los fuertes sobre los débiles. Los más jóvenes, los más afeminados, son las víctimas. La homosexualidad existe, como en el exterior, pero no más en esta prisión donde la media de encarcelamiento es de cuatro meses. Hay violaciones, pero muchas de ellas no se descubren hasta mucho después, por vergüenza, por asco, por miedo a las represalias. Recuerdo a un joven de veintiún años, encarcelado por primera vez, al que metieron torpemente en una celda con dos tipos duros. Tuvimos que atenderle en urgencias porque tenía desgarrado el recto y orinaba sangre. Lo había violado por la noche su compañero seropositivo, mientras que lo mantenía sujeto el otro. Lo enviamos inmediatamente al hospital de Fresnes, de donde lo trasladaron a Fleury. Sé por mi colega de allí que tres meses después era seronegativo. Espero que lo siga siendo.

En la cárcel hay prostitución. En 1995 lo ha denunciado un travestido que había comenzado a los quince años para alimentar a su familia. Vivía con un hombre, pero en Colombia esto provocaba rechazo social. Entonces comenzó a disfrazarse de mujer. Después encontró a una mujer y le hizo cuatro hijos, aunque seguía trasvistiéndose. Estaba en La Santé por homicidio: se había cargado a uno de sus clientes que se había puesto agresivo. Cuenta que por la tarde, hacia las 6, los travestidos se dedican a la prostitución. Hay multitudes en las duchas; algunos son seropositivos…

Otro travestido me cuenta lo que pasa en su sección cuando apagan las luces. ¡Es de locos! Me pide preservativos y se los doy sin poner pegas. Hay funcionarios, me dice, que le despiertan por la noche para que les enseñe las tetas y el culo y que se masturban delante de él. Se ve obligado a hacerles felaciones para poder ir a la cantina y a las duchas. ¡En la cárcel, como fuera, los pobres no tienen derecho a nada! Si no se puede pasar por la cantina no hay manera de conseguir dinero, y aquí todo se compra y se vende. Todos le buscan, y en los cuatro años que lleva aquí hay quienes dicen que ha estado con toda La Santé. El mismo los provoca cuando se le presenta un funcionario o un preso guapo. Le pido que me escriba y me cuente todo esto antes de que lo pongan en libertad; se lo va a pensar, siente miedo.

Los travestidos así convertidos en mujeres, sin pelos y con grandes pechos, no deberían estar encerrados junto a los hombres. Es absurdo. Está de acuerdo conmigo. Desde que denunciamos las prácticas de prostitución no ha pasado nada. Seis meses después han sorprendido a un funcionario con un travestido. Lo que yo había denunciado; no se trataba por tanto de un invento, sino la pura realidad.

Otro escándalo relativo a los travestidos ha estallado en Fleury, y lo ha denunciado la comisión europea de lucha contra la tortura. Esta comisión ha venido a investigar a La Santé. Dos médicos extranjeros, uno de ellos suizo y el otro rumano, me plantean un montón de preguntas. ¿Hay presos en los sótanos? Les contesto que los sótanos están llenos de material almacenado, pero que no se les aplican electrodos a los presos. No aprecian mi sentido del humor y quieren consultar los expedientes. Telefoneo al profesor Sicard, que me responde: "Secreto médico, no tiene por qué mostrarles los expedientes". La dirección se enfada mucho por mi negativa. Llamada enfurecida desde el Quai d'Orsay. Finalmente, el consejo médico me envía a un doctor para levantar el secreto profesional. Se trata del doctor Gubler, antiguo médico particular de François Mitterrand, a quien acaba de expedientar ese mismo consejo médico por violación del secreto profesional al respecto de la enfermedad del presidente… Estoy con un colega, y al conocer la noticia se me escapa la risa. Por decirlo de otro modo, no me muestro demasiado amable, lo que lamento, porque después he conocido mejor al doctor Gubler y le aprecio.

Volviendo a la cuestión del sexo, circula el rumor de que un funcionario destinado a la lavandería obliga a los presos que trabajan allí a hacerle caricias bucales. Un preso llora, otro lo ha visto todo pero hay que pillarlo in fraganti y para eso se necesita un "chivo". El chivo designado se niega. Incluso con disminución de la pena por cooperar, no le apetece nada que se lo pasen por la piedra. Para mantener el orden en semejante lugar y saber cuanto pasa en él, se buscan chivatos. A menudo se ejerce presión sobre los que colaboran, tratando de convencerles con la promesa de un trabajo, o entre los violadores, que sufren la persecución de los restantes presos. En efecto, los presos tienen su propio código de honor, los jefes de banda son los más respetados, los violadores los más despreciados, sobre todo si te trata de violación de menores. Si se les mete en una misma celda con otros presos los masacran. Por eso se convierten en chivatos para poder tener celdas individuales.

En definitiva, todo el mundo vigila a los demás. "Aquí tienes que mirar hacia adelante, pero también hacia atrás", me dijo una enfermera cuando me incorporé. Ahora entiendo lo que me quería decir.

También hay tráficos que afectan a los sin-papeles, que representan el 30 por 100 de los presos. Sin documentos de identidad, sin seguro médico, la prisión es el único lugar donde se les atiende. Pero con ello se desvía la función de la cárcel. Se tiene además la impresión de hacer el papel de coartada humanitaria de un sistema que fuera no funciona…

La primera pena para los sin-papeles suele ser de tres meses. Luego se les transfiere a centros de detención administrativa donde permanecen doce días como máximo. Se libera a algunos y se expulsa a otros. Pueden negarse a salir de Francia, algunos simulan una crisis o montan un follón en el avión y son rechazados por el piloto. En esos casos vuelven a prisión, ahora para cumplir una pena más prolongada, y así sucesivamente. El sistema es pues una fábrica de delincuentes, ya que al cabo de un año conocen todos los trucos…

Los que son puestos en libertad por falta de pruebas administrativas pueden también volver a prisión como consecuencia de un control en la calle. Hoy día, cada vez que un sin-papeles sufre una patología grave, si en su país no cuentan con el tratamiento adecuado se les hace un certificado en comisaría para impedir su expulsión y levantarles la prohibición de estancia en el país. El chico permanece pues en Francia para cuidarse, sin papeles y sin Seguridad Social. Comienza entonces una auténtica carrera de obstáculos, y en cualquier caso se le va a poder hacer un seguimiento gracias a la ayuda médica gratuita, la tarjeta París-Sanidad y las consultas en precario. Desde que entró en vigor esa circular, los sin-papeles, para quedarse en Francia, multiplican los engaños. Cambian los nombres en los certificados, o los resultados de los análisis de laboratorio con ingeniosos procedimientos, pegando sellos fotocopiados fuera… En cierta ocasión, cuidamos de un paciente, aplicándole incluso triterapia durante varios meses, ¡y no tenía el SIDA! Llamo al chico, le muestro los resultados del laboratorio, y me responde: "¡Doctora, es un milagro!" Inventan hospitalizaciones de las que no hay manera de seguir la pista. Hasta ha llegado a suceder que un preso robe el expediente hospitalario de otro. Tras la investigación correspondiente, resulta que el paciente en cuestión había muerto. Otro sin-papeles había robado unos documentos de identidad, y por una de esas casualidades resulta que robado y ladrón se reencuentran en la cárcel. Uno de ellos estaba enfermo, y el otro no, y hubo cierto desbarajuste en sus expedientes hasta que descubrimos las identidades superpuestas.

Evasiones o intentos de evasión, no ha habido muchas, pero sí espectaculares. No las he olvidado…

La primera evasión de la que fui testigo fue realmente rocambolesca. Fue en 1993. En La Santé se vendían sandalias con suela de cuerda. Los presos tenían derecho a dos pares. Pero algunos se habían asociado para comprar varios. Habían separado después toda la cuerda de las suelas y fabricado con ella una gruesa soga. Nadie se imagina la cantidad de cuerda que puede contener un de esas suelas: ¡Más de cinco metros! La soga les permitió saltar el primer muro que rodea la prisión, pero entonces les vio un vigilante, en calcetines sobre los tejados, y el director fue por ellos antes de que pudieran saltar también el muro que les separaba del bulevar Arago.

De la segunda me enteré por la radio, ya que estaba de vacaciones. Se trataba de un vietnamita, que compartía celda con otro preso que no había visto nada. Trabajaba en el taller, de donde consiguió sacar treinta metros de cordel. Llegó a su celda, lo enrolló en torno a la mesa de la tele, serró los barrotes con una lima que había obtenido clandestinamente, lanzó el cordel con un gran anzuelo hasta el muro exterior y se fabricó así un teleférico. Nadie ha vuelto a verle…

En cuanto al último intento de evasión, fue verdaderamente extraño: hace dos años, dos presos consiguieron llegar hasta la calle Jean-Dolent. Tenían cómplices en los tejados del otro lado de la calle, y habían conseguido salir entre dos relevos de la guardia. Pero tuvieron mala suerte; uno de los funcionarios llegaba con retraso, y al alzar la mirada en la calle Jean-Dolent vio a los dos presos suspendidos de la cuerda e hizo sonar la alarma. Por unos minutos no lo consiguieron. Luego me encontré con los dos chicos en celdas, vestidos con unos pijamas de papel amarillo. ¡Parecían unos pollitos!

Los tráficos de todo tipo y los intentos de evasión vuelven a cualquiera paranoico. Recuerdo una historia más bien divertida. Cuando los presos han olvidado en casa objetos personales, como unas gafas, pueden hacer que se los hagan pasar en el locutorio con un certificado, pero siempre es bastante complicado. Cuando se trata de objetos de mayor tamaño, en los que se puede esconder algo, es decididamente imposible. Había un tullido con una sola pierna, habitual de la prisión, en la que no hacía más que entrar y salir. En su segundo encarcelamiento le habían hecho una prótesis, y se la había olvidado en casa. Recibí un paquete muy grande, con respecto al cual la dirección se mostraba suspicaz, y con razón, ya que cualquiera habría dicho que se trataba del estuche de una metralleta.