La Santé en todos sus estados

La Santé es una gran verruga con muros de fortaleza, agujereados por pequeñas ventanas. La única prisión en el interior de París. Hace ciento cincuenta años, cuando fue construida, era una prisión ejemplar. Un modelo en cuanto a salubridad, lo que hoy en día ocasiona risa cuando uno ve en qué estado se encuentra…

Y además su nombre es simbólico: "La Santé".

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En la esquina del bulevar Arago con la calle de La Santé se guillotinaba en publico a los condenados… Más tarde se hizo en el interior de la prisión. En el primer patio en el que uno entra, que da sobre la primera puerta que se abre hacia donde están los presos, antes de las escaleras, era el lugar donde se situaba la guillotina. Allí fueron guillotinados Buffet y Bontemps en 1972. El capellán, el abogado, el director y también el médico-jefe tenían obligación de estar presentes. Yo no habría podido soportarlo.

Alrededor, grandes muros. Aquí es donde ejecutaron a muchos miembros de la Resistencia durante la Ocupación. Sobre los muros exteriores de la prisión hay placas que conmemoran la memoria de los fusilados. Gente conocida, artistas, escritores, poetas, políticos, fueron prisioneros en la Santé. Es un lugar poblado de fantasmas. Los muros supuran historia: Paul Verlaine, el aduanero Rousseau, Guillaume Apollinaire, León Daudet, Ahmed Ben Bella, Abel Bonnard, Paul Langevín, Charles Maurras, Maurice Thorez, Georges Mandel, Gabriel Péri, Paul Vaillant-Couturier… todos ellos estuvieron presos en la Santé.

La arquitectura interior es bella: grandes vidrieras, como de taller de artista, por las que se filtra una luz pastosa, amarillenta. No hay una brizna de hierba, ni una sola planta, ni una flor, ni un árbol en cuatro hectáreas.

Para entrar hay una especie de ritual, de recorrido iniciático. Paso primero por cinco puertas, que debo hacer que me abran antes de tener que abrir yo otras tres para entrar en mi despacho. Tengo que cruzar entonces ocho puertas, a veces con esperas importantes cuando hay presos que parten hacia el Palacio de justicia o cuando hay un bloqueo para un VIP de paso por allí, que puede durar veinte minutos.

La mirada nunca puede ir muy lejos. En todas partes hay mallas, rejas, puertas. El olor uniforme, soso y repugnante, está compuesto de la comida del día, pescadlo cocido, no se sabe, algo indefinible mezclado con olor a tabaco, a humedad, a reflujos de las alcantarillas.

La jornada es tranquila. Es domingo y aprovecho para deambular por La Santé. Descubro muros desconchados, tubos de agua que gotean, cubiertos de moho, detritus en el piso, excremento de palomas, plumas, miles de cascaras de naranja que cuelgan de los barrotes para enmascarar los efluvios de los retretes en el interior de las celdas.

Las celdas son de diez metros y medio cuadrados y acogen a tres o cuatro presos. Las paredes son color de papel de estraza con una pequeña bombilla de 60 watios a tres metros del suelo. Rezuman salitre. La ventana es minúscula y no circula el aire. Las baldosas rotas no son reemplazadas, los retretes colectivos no tienen ni siquiera un biombo y nos extrañamos de que todos estén estreñidos. ¡Traten ustedes de defecar frente a tres desconocidos! Los parásitos invaden los colchones. Un día, cuando ya era médico-jefe, un preso me trajo una palangana de parásitos para hacerme comprender el estado de higiene en que les hacemos vivir. Reuní pequeños recipientes normalmente destinados a los análisis de orina y se los entregué a los presos para que metieran los parásitos allí dentro. Cuando recolecté una cierta cantidad se los envié al director. ¡Gracias a eso se cambiaron todos los colchones!

El aislamiento, para cada preso que pasa ahí una temporada, consiste en una celda vacía y sucia, sin aireación: una abertura minúscula, muy alta y con vidrios opacos. No se ve casi nada. Una bombilla de 60 watios ilumina débilmente el lugar. Un orinal estilo turco, que es difícil imaginar que un día haya sido blanco. Una placa de espuma para dormir en el suelo de día, una manta para la noche

9, ningún mueble. Unos días en este infierno y el más amable de los muchachos se transforma en la más feroz de las bestias. Tienen derecho a cigarrillos, pero no a fuego, por seguridad; están obligados a pedírselo a los funcionarios. Esperan sentados en la penumbra sobre la placa de espuma. En general las celdas de aislamiento prolongan su condena y algunos atentan contra sus vidas. De nueve ahorcamientos en la Santé desde 1993, cuatro se han llevado a cabo en celdas de aislamiento. La ultima fue el 24 de mayo de 1999. En una época ensayamos los pijamas de papel, pero un preso logró ahorcarse con él. De ahora en adelante les dejaremos su ropa habitual, una muda para el día y otra para la noche. Eso también puede implicar problemas: recientemente nos olvidamos de quitarle el cinturón a un preso por la noche y con él se colgó.

El aislamiento es, a veces, el castigo a los pecadillos que cometen. Los presos tienen derecho a un mini juicio delante de un tribunal compuesto por suboficiales y el director. Eso se llama el "pretorio". No se puede recurrir, ni siquiera cuando el hombre está recibiendo tratamiento psiquiátrico La mayor parte están en detención preventiva, es decir, se les presume inocentes. Ellos lo viven como una cárcel dentro de la cárcel. Detrás del bloque de aislamiento hay otra reja, es otro sector que corresponde a la antigua sección de alta seguridad, que fue suprimida. De hecho, sólo el nombre ha cambiado. Allí los presos no pueden ver estrictamente a nadie aparte de los funcionarios y de su abogado. Están encerrados en celdas individuales minúsculas y frías con los muebles fijados al piso. Estar encerrado en ese lugar durante años produce a veces problemas de comportamiento. El contacto se vuelve difícil, más aún, imposible. Los que están aislados lo llaman la tortura blanca. Nos piden avalar todo eso mediante la redacción de un certificado que atestigüe que el preso está en buen estado físico para aguantar el aislamiento. No se habla de su estado psíquico, que a menudo deja mucho que desear. El médico suele servir de pararrayos…

Luego esta el contraste, llego a un salón de espectáculos, enorme, limpio, moderno, con un altar en una esquina para la misa. La última obra representada: El Proceso de Kafka. ¡Extraña elección! Perfecta para deprimir a los intelectuales e incomprensible para los demás.

Impresión de comodidad y lujo en la sala de televisión que dispone de una multitud de aparatos muy sofisticados. Un realizador fue enviado para efectuar un programa interno, supervisado por presos, para los demás, y que se emite en el canal interno. Hay algunos artículos referentes a este tema, prendidos con alfileres a la pared. Continúo con mi exploración y empujo la puerta de la sala de informática, con un cementerio de polvo sobre los ordenadores que están destapados. Una biblioteca. Entro también en la sala de pintura, decorada con frescos pintados por los presos. Se ven dibujos ingenuos africanos, pinturas orientales, hindúes, chinas, miniaturas persas y temas religiosos. Es hermoso y emocionante. Están expuestos en el corredor que domina los dos patios de paseo. Descubro también hermosas mesas de ping-pong, totalmente nuevas, que nunca han sido usadas.

Las cocinas son ultramodernas, muy limpias, equipadas con cacerolas y ollas gigantes. Los cuchillos están ordenados en un armario blindado. Los cuchillos grandes y las hachas tienen el contorno dibujado sobre la pared donde se cuelgan, con el fin de verificar que no faltan. Los presos son registrados antes de regresar a sus celdas. Considerando el tamaño de los útiles, es lo más prudente. Me pierdo entre carros llenos de perejil y zanahorias ralladas… Impresionante. Eso me recuerda que hay que alimentar a casi dos mil bocas por día. Habitaciones enteras sirven de depósito, de las cuales unas contienen bultos enormes de especias. Hay otras incluso que ni siquiera conozco. Y en las despensas cajas de dentífricos, jabones, cuchillas de afeitar, peines, etc.

Las cocinas están en el sótano. Hay que subir muchas escaleras antes de llegar a las celdas. Los pasillos son muy estrechos, por lo que no puede haber carritos de comida caliente. Consecuencia: la comida se reparte en inmensas cacerolas, que a veces se colocan sobre el propio suelo. La higiene es por tanto bastante relativa: a menudo aparecen en ellas colillas de cigarrillos y cucarachas. En cuanto a los alimentos, por lo general llegan helados y no hay con qué recalentarlos en las celdas. Quienes tienen dinero pueden conseguir un pequeño hornillo con pastillas de alcohol cuyos vapores son relativamente tóxicos. Otros se los fabrican poniendo en latas de Coca-Cola aceite que luego queman.

Los presos se quejan mucho de la alimentación, aunque hoy en día haya mejorado notablemente. Un ejemplo del menú del mediodía: zanahorias ralladas, patatas, guisantes y carne desmenuzada. Sobre el papel, se ve bien. Pero hay que saber que la alimentación cuesta alrededor de 17 francos por día y preso, por un desayuno, una comida y una cena. ¡No es nada! De entrada, la calidad deja mucho que desear. Hace apenas unos pocos meses se les ofrecía a los presos corazón de vaca, era algo horrible.

En cuanto a los presos destinados a la cocina, algunos de ellos roban los postres. Y añadamos algo más, en el caso de los presos que llevan algún régimen: sus pequeñas bandejas llegan heladas. Se preparan a las 9 de la mañana para el mediodía. Les roban sus yogures y sus frutas.

El locutorio es un sistema sofisticado con vigilancia televisada para todos los cubículos, con posibilidad de ampliar la imagen y detenerla. Está prohibido traer comida, zapatos o libros a los presos. Solamente ropa que se pasa por el detector. En las suelas de lo. zapatos, o en los dobladillos y libros vacíos, ya se han confiscado cuchillas, limas para serrar los barrotes y sobre todo droga. Ochocientas visitas por semana y todas con cita. Los familiares son registrados antes y después. Igualmente ocurre con los presos: se les cachea antes y se les desviste después. La duración máxima de la visita es de cuarenta y cinco minutos, tres veces por semana para los preventivos, una vez por semana para los condenados

10. Es el juez quien da luz verde. No hay problema para aquellos que están condenados; al contrario, la visita es más larga. Las personas que no tienen familia pueden recurrir a los visitantes de la prisión. Los presos tienen también derecho a escribir si así lo desean. Las cartas se leen tanto a la llegada como a la salida y pueden ser traducidas. Para las visitas, tanto presos como familiares tienen un número en tinta invisible, que sólo puede verse a través de una lámpara ultravioleta para no correr ningún nesgo de sustitución. Ya ha sucedido: un hermano o un primo ocupa el lugar del preso, en general en condenas largas. Lo sueltan cuando se descubre la superchería, luego lo detienen por complicidad en evasión. Corre el riesgo de quedarse un año… ¡Vale la pena si el que se evadió tenía prisión para quince años!

En los patios de paseo los presos dan vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj. Algunos se sientan a pleno sol y se reúnen en circulo. Caminan de dos en dos o de tres en tres, a veces solos, pero siempre en el mismo sentido. Así es en todas las prisiones. Si alguno se arriesga a ir en el otro sentido, los demás lo empujan como si no lo vieran. Parece ser que los

grandes malhechores caminan en sentido inverso y luego lo repiten andando hacia atrás. Para los funcionarios es un excelente barómetro: de esa manera pueden tomar la temperatura ambiental, detectar un comienzo de revuelta, saber los que tienen un temperamento difícil, los que dan problemas, y quiénes son rechazados por los demás.

Excursión al sótano. Un verdadero laberinto. De allí salen corriendo enormes ratas y hay un repugnante olor a alcantarilla. Voy a ver el lugar donde se filmó Le trou de Becker. Laberintos de corredores y una luz sórdida, que ilumina unas telarañas enormes de dos metros de altura. Más lejos, amontonados, una fila de lavabos, baños, armarios, grifos de agua. La caldera para esta inmensa nave es una verdadera fabrica por sí misma, un Beaubourg en pequeño.

Prefieren estar en La Santé, pese a ser vieja y sucia, porque los presos se sienten más "libres" que en otras prisiones. Los funcionarios son menos severos que en Fresnes, por ejemplo, donde los presos deben caminar de dos en dos con los brazos a la espalda. Mientras que en La Santé pasean en plan más distendido.

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Cuando llegue en 1992 La Santé albergaba 1.800 presos. (Hoy, en 1999, hay un promedio de 1.00, porque e encarcela meno, pero por más tiempo. Recibe acusados y condenados a muy cortas penas o bien a largas penas en espera de juicio. Cada año pasan por aquí alrededor de 4.000 presos. Es una población joven. La mayoría tiene entre 25 y 45 años. Hay muchos extranjeros (actualmente un 65%), la mayor proporción en relación a otras prisiones, la mayoría provenientes del África Negra y el Magreb. Para terminar, esta prisión recibe a todos los presos cuyo nombre comienza por las últimas letras del alfabeto

11, por consiguiente tenemos todos los X, es decir todos los que carecen de papeles, al igual que los VIP. La última particularidad: el nombre muy importante de DPS
13y también terroristas (GIA, ETA, FLNC…
14)

Todas las religiones están representadas. Lo que es bastante curioso es que los presos que no son creyentes van a misa, porque el capellán puede prestarles servicios de comunicación entre ellos y sus familiares. Llegan incluso a tener contactos frecuentes con los religiosos. Van a misa, porque también es una manera de pasar el tiempo. De ahí que se vea a algunos ir a misa y conversar con el rabino…

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Tengo lágrimas en los ojos. Descubro que los presos antes de ser encerrados llegan hacinados en un camión, en una especie de armarios individuales, como si fueran ganado. Son llevados al sótano antes de tomarles las huellas y hacerles las fotos; allí los dejan en unos armarios minúsculos, donde no pueden estar de pie: a cuatro patas, con grilletes, apretados los unos contra los otros, tanto los enfermos como los sanos.

De hecho todo está organizado para anular a los presos, para destrozarlos. Primero la detención, a veces violenta, por lo general nada discreta, a continuación la custodia a la vista de todos, después cuarenta y ocho horas de calabozo, luego el camión con las famosas jaulas encadenadas, luego la espera para la foto y las huellas. El cacheo por todo el cuerpo antes de ser encerrados en un bloque aquí o allá, la humillación suprema, les quitan todas sus pertenencias personales que son empaquetadas en una gran tela kaki que arrastran por el suelo. Los presos tienen el derecho de conservar su reloj y su alianza, al igual que alguna ropa (excepto las camisas azul celeste y los pantalones azul oscuro que se parecen demasiado al uniforme de los funcionarios, al igual que las gorras y las gafas oscuras). La primera noche duermen en la celda de los recién llegados: siete metros cuadrados para tres personas. A la mañana siguiente la posible visita de todo el personal: el director, la enfermera, el asistente social, el médico, el psiquiatra, el control de seguimiento (del SIDA) anónimo y gratuito. Ni que decir tiene cómo se sienten. Tres o cuatro por celda. Ni el más arrogante y pretencioso lo resiste. Uno ya no es nadie, desde el director de empresa hasta el joven magrebí, todos están en el mismo barco, con el mismo chandal. La máscara social cae. Antes, a su llegada, se les ponía en fila, con los pies encadenados y esposas en las manos. Arrastraban sus cadenas sobre las baldosas y el ruido era muy impresionante. Ahora eso ya no existe. Sólo cuando se los llevan al hospital: y hay que ver el rostro de los médicos y enfermeras que reciben a estos pacientes con cadenas en los pies y esposas en las muñecas… Van esposados en los traslados (al tribunal o al hospital), y también si suponen un peligro para sí mismos o para los demás. Criterio totalmente subjetivo y que se deja por completo en manos de la administración penitenciaria. Vi cómo el Samur se llevaba a un paciente en coma con los pies encadenados. Fin este caso se requiere una pelea con los funcionarios para que les quiten las cadenas, y sobre todo estar en el lugar, debido a que las esposas se las ponen en el archivo de entrada, antes de partir en la ambulancia. A veces, aunque sea una urgencia, el paciente espera largo rato. La última vez se trataba de un preso con un infarto. Cuarenta y cinco minutos después de la llegada de la ambulancia se encontraba todavía en el archivo. Su vida estaba en juego…

La prisión provoca un encierro sensorial; todos los sentidos se distorsionan, excepto el oído. El preso establece como referencias los ruidos de las llaves, las comidas, los relevos, el ruido de los funcionarios… El encierro engendra problemas de espacio y de tiempo. Es un mundo interiorizado, con el ritmo de su propio péndulo. La noche en la cárcel es más larga que la nuestra, pues comienza a las cinco y media de la tarde hasta las ocho de la mañana siguiente. Todo el mundo está encerrado. No sucede nada más. La ventana al exterior es solamente la televisión. Las ventanas de barrotes se cubren con redes para evitar que los presos arrojen detritus. Para comunicarse entre ellos, los presos utilizan el sistema del yo-yó: con ayuda de una cuerda, se trasmiten de una ventana a la otra comida, cigarrillos…

Los presos se aburren. Muy pocas distracciones y pocas posibilidades de inscribirse en ellas dado el limitado número de plazas. Entre las distracciones disponibles, el acceso a un gimnasio sin ducha, instalado en una celda. Otras posibilidades: jugar al fútbol sobre el cemento, lo que de paso da mucho trabajo al cuerpo médico. Algunos presos privilegiados pueden también participar en cursos de dibujo o trabajo manual. La televisión juega un papel importante en la cotidianidad de los presos. Aquéllos que no leen pueden encender el televisor de la mañana a la tarde (les cuesta 65 francos a la semana y, claro está, no todos los presos pueden permitírselo). Las noches que hay fútbol seguro que no se presenta ninguna urgencia. Y tanto presos como funcionarios ven el partido. Cuando alguien marca un gol hay un escándalo tal que uno a veces tiene la impresión de que se trata de un motín. Recuerdo una noche en que mi marido vino a estar conmigo durante mi guardia y, de repente, se escucharon unos gritos. Mi marido se asustó. Yo me reía: encendí el televisor y le mostré que correspondía al desfile de "bastoneras" al final del partido. Cuando hay una película porno en la tele sucede lo mismo; se sabe que la noche será relativamente tranquila. Cuando la muerte de Mitterrand todos estaban pegados al televisor. Era impresionante, no hablaban de nada más. Algunos lloraban. Durante la emisión de Mireille Dumas (en febrero de 1998) sobre la prisión -en la que participé junto a Botton

15 y otros ex presos- golpeaban todos en las puertas y gritaban: "¡Bravo!"

Tienen derecho a suscribirse a periódicos, pero también pueden comprarlos en la cantina o ir a la biblioteca de la prisión. Se proponen cursos de francés a los extranjeros. Los presos pueden trabajar. Muchos lo hacen para la administración penitenciaria (ganan un promedio de 740 francos -unos 111 euros- por mes) o también para un concesionario externo. Hay empresas externas que dan trabajo a los presos en el interior de la prisión (alrededor de 2.000 francos -unos 300 euros- al mes). Algunos trabajan para ellos mismos, pero evidentemente eso es raro. Quienes trabajan (más o menos del 20 al 25 %) son principalmente los indigentes (el 30% de los presos). En prisión todo se compra y todo es caro. El precio de la cantina es parecido al de los supermercados de deportes de invierno…

El alcohol está prohibido, pero los presos pueden adquirir cerveza en la cantina, dos por semana. La cerveza mezclada con los frascos de tranquilizantes y calentada en los pequeños hornillos fabricados con los medios de que disponen hace estragos, pero está permitida. Los tipos se quedan alelados pero permanecen tranquilos. Pueden levantarse a mediodía si lo desean. Y sin embargo, todo está por hacer. Limpiar las paredes, o los baños donde nada se ve blanco, repintar… Eso sólo costaría el precio de la pintura y de los detergentes…

La Santé es una ciudad dentro de otra ciudad, donde reina la porquería, la miseria, la enfermedad, la perversidad… Ilógico, irracional, incomprensible; es un mundo aparte, desligado de la vida. ¿Cómo se puede, en estas condiciones, imaginar cualquier género de reinserción? ¿Qué se puede esperar de una persona, ya frágil psicológicamente, que pasa varios años entre la cama y la tele, donde la única distracción es mirarse el ombligo y donde la visión se reduce a la mugre de su celda, a salir al pequeño patio donde no crece ni una brizna de hierba? Se vuelven perezosos y dependientes. La idea de salir de su cautiverio les produce pánico. Es como un gran convento, sucio y sin espiritualidad. Hace falta verdadera energía para no hundirse. Es más que un castigo, un callejón sin salida, la botella que se cierra, el oxigeno que te falta brutalmente. La mayor parte de ellos pasan cortas estancias fuera y regresan pronto a prisión. Es nuestro gueto, nuestra vergüenza.