Médico de guardia

El médico de guardia esta completamente solo durante toda la noche para 1800 presos como mínimo. Nuestro estatus es el de hacer "funciones de interno", es decir, de estudiante… Pero ningún médico de La Santé es estudiante. Todos son doctores o tienen su especialidad. Sin duda ningún estudiante podría asumir una carga tan pesada, pues tiene que hacer frente a todo. Esta permitido pagarle mal con toda legalidad. ¡Ochocientos francos por veinticuatro horas! Es necesario tener fe para resistir…

* * *

Desde mi habitación con los postigos cerrados oigo las conversaciones de los presos. "¿Has visto a tu amiga de la blusa blanca?" "¿La enfermera?" responde el otro. "No, la interna". A continuación, un aullido: "¡La de la ventana con los postigos cerrados!". El cuarto de guardia da sobre las celdas. Estoy sola con 1800 tíos…

Me llaman: un tipo se ha cortado un dedo. Un gran corte circular, el dedo está prácticamente suelto.

Me dirijo corriendo a la enfermería: han puesto una cerradura en la sala de curas y no encuentro la llave. El preso orina sobre la sangre, se ha envuelto la mano con una servilleta. Me previene: "Soy muy sensible al dolor". Hago saltar la cerradura. La herida es fea y va a ser difícil suturarla. Un vigilante me ayuda. Al cabo de una o dos horas se consigue. Hay sangre por todas partes. Antes de irme, veo a algunos toxicómanos con síndrome de abstinencia, un problema de los pisos altos. Por fin consigo tumbarme. Tres de la madrugada, una crisis de epilepsia: ese tipo nos despierta todas las noches, oye voces. Por la mañana verá al psiquiatra.

Los presos empiezan a reconocerme y me llaman de lejos por los pasillos. Me encuentro con los bolsillos llenos de peticiones de curas a realizar. Todas las dolencias, todo el sufrimiento se concentra aquí. Soy un poco confidente, un poco asistente social, y a veces médico.

Hoy, gran jaleo; veo a un joven toxicómano: está postrado en un rincón de la celda, sus brazos no son más que un hematoma gigante, fuera se inyectaba cinco gramos de heroína diarios… Su desolación es tal que me deja hacer y le inyecto un calmante. Ni siquiera encuentro un lugar donde pinchar. Esta tan delgado que al introducir la aguja toco el hueso. No come nada desde su llegada y lo poco que traga lo vomita inmediatamente. No puede permanecer en el fondo de una celda de aislamiento sobre una manta llena de chinches; lo envío al hospital al mismo tiempo que a otro enfermo que acaba de operarse de un cáncer de garganta: tiene una cánula para hablar pero su voz es inaudible; además es diabético con insulina y no tiene tratamiento desde hace dos días. Las consultas se suceden, estoy en todas partes como de costumbre, los presos me paran en las escaleras, tras las rejas, y me piden siempre más.

¡Un funcionario nuevo me encierra con llave en el cuarto de consulta con un preso! Golpeo, doy patadas en las puertas, nadie viene. Los minutos pasan, comienzo a tener miedo, estoy estresada, abro la ventana, el preso se burla: "Usted lleva aquí diez minutos, yo hace dos años que estoy encerrado; usted ya sabe, uno se acostumbra" ¡Por fin me liberan, al cabo de media hora, después de telefonear!

Un paseíto antes de acostarse. Todos reclaman somníferos. Un preso tiene los ojos a la funerala, heridas en la cara y en el cuello. ¡Le han dado una buena paliza al detenerlo!

Un detenido está en coma: según los que comparten celda con él, esta así desde hace varios días. Aparentemente, nadie se ha preocupado. Rápido, al hospital: sobredosis de Temgesic.

Pido una formación mínima en radiología, con el fin de poder hacer una radiografía de los huesos los fines de semana cuando el encargado está ausente. No puedo enviar a un preso al hospital por una fractura sin importancia o un esguince; no se puede escayolar sin radiografía; y si ocurre el viernes por la noche, el tipo tiene que esperar hasta el lunes por la mañana salvo si se trata de una urgencia. La petición ha sido denegada; demasiadas complicaciones… (afortunadamente, todo esto ha cambiado desde la reforma de 1994).

Mi ultimo paciente de la jornada es un travestido magrebí "no terminado". Un rostro de hombre bastante afeminado, actitudes de mujer excesivamente amaneradas, sin senos. Al principio hubo una confusión y no lo pusieron con los demás travestidos. Tenía el recto desgarrado: los compañeros de celda se lo habían pasado por la piedra. Luego, por su seguridad, después de una estancia en el hospital de Fresnes, se le ha colocado en el pabellón reservado a los especiales. Desgraciadamente para él, los travestidos magrebíes están en minoría en este momento y el bloque está dominado por el grupo colombiano: se le han echado encima. Está en aislamiento por su seguridad, pero no lo soporta y se muestra asustado por coquetería, me persigue por un minúsculo rasguño en la cara porque le da miedo tener una cicatriz. Intento intervenir en su favor, pero sin resultado. Le veo salir algunos días más tarde, el día que lo ponen en libertad, despeinado y sin maquillaje, mal vestido, con su gran atadillo envuelto en una tela verde oscuro como todos los demás. Me lanza una mirada furiosa y me dice: "Mire en que estado salgo, me voy inmediatamente al aeropuerto". Me reprocha no haber podido hacer nada por él. Intento explicárselo, pero los funcionarios cortan sin miramientos la conversación. Como es una prisión de hombres, a los travestidos les resulta difícil que les permitan pasar los maquillajes.

Resultado: un travestido sin maquillar ni peinar se vuelve un ser híbrido bastante lamentable…

Desde hace unos días hay huelga de funcionarios. Entre los gendarmes con sus porras de caucho, armados hasta los dientes, y los soldaditos que no han venido voluntarios, un poco alelados por la atmósfera, el ambiente es raro. Se respira la paranoia, porque se teme un motín o una toma de rehenes entre el personal médico. Todo el mundo está nervioso. Los gendarmes que no están acostumbrados a este trabajo, los presos privados de sus paseos, los abogados, las visitas. Ni puestas en libertad ni nuevos presos.

Un preso ha escupido a la cara a un CRS. Le dan una paliza. Tiene señales de los golpes, grandes como plátanos, en la espalda, marcas de la porra de caucho. Se ha abierto las venas y la celda esta cubierta de sangre. Ha escrito en las paredes con su sangre: "Perdona, mamá. Adiós, no puedo más". Le doy unos puntos de sutura y lo vendo y pido que le levanten el castigo. Negativa de la dirección. Sin embargo, es el candidato ideal al suicidio. Apelo de nuevo, le encuentro acurrucado en su celda, embadurnado de sangre, completamente desnudo, sin mantas. Se ha arrancado todas las vendas y se ha abierto las heridas para vaciarse de su propia sangre. Necesita un poco de humanidad y lo tratan como a una bestia salvaje.

Debo ver a un espía, condenado por alta traición. Me cuenta su historia. Dice que lo han pillado un sueco y un inglés que de hecho eran rusos, que le presionaban y amenazaban con hacer daño a su mujer y a sus crios, una historia capaz de conmover a cualquiera. Luego me entero por la prensa de que este hombre ha estado vendiendo durante cuatro años a la KGB, por sumas bastante importantes, los planes nucleares franceses. Esos planes secretos de defensa no eran conocidos mas que por un número limitado de personas; al final lo han pillado. Además no estaba casado y no tenia hijos.

Por la tarde, calle bloqueada, coches de policía, autocares, pancartas, un grupo de funcionarios se manifiesta. Los CRS vigilan la puerta. Al verme en moto y con casco se niegan a abrirme. Los manifestantes gritan: "Es la médico", y me dejan entrar. Calma, demasiada calma, esta noche…

Se establece una conversación de un bloque a otro, entre seis presos que hacen tertulia a gritos.

Me indican que ha llegado uno de los evadidos de Charvaux. Han matado a uno, otro está en el hospital de Fresnes, el tercero, al que atiendo, no tenía nada, pero los gendarmes del GIGN que le transportaban y que conducían como locos han tenido un accidente de automóvil. Como consecuencia del golpe hay heridos entre los policías y uno está en Cochin para que le cosan la oreja. El preso ex evadido llega en plena noche. Una musculatura como para hacer soñar a Schwarzenegger, lleno de tatuajes, con un rostro bastante atractivo y más bien simpático. Al leer su expediente siento un escalofrío en la espalda. Numerosos asesinatos, toma de rehenes, secuestros: tiene una perpetua y se inquieta por un callo en el pie… Los CRS se parten de risa, y yo también. Un tipo de veinticinco años que, como muy pronto, saldrá de prisión el 2015, y que se preocupa por un callo en un pie…

La prisión es así: Una guardería para los mayores truhanes. No hace falta preguntarse el por qué del descontento, de las huelgas…

Llegan dos funcionarios, presos de pánico: un ahorcamiento. Voy corriendo con ellos, cargada con la maleta de urgencia y el oxígeno. El tipo se ha colgado del clavo que sirve para enganchar su cama. Tiembla sin parar. Es un loco acusado de violación y asesinato. Ha fracasado en su intento y los funcionarios le han encontrado colgado al llevarle la comida. Explica que su novia ha muerto en un accidente de automóvil y que acaba de enterarse. Un calmante, y paso el relevo al psiquiatra.

Heme aquí de nuevo entre los muros de la prisión. Siempre este sucio olor, este ambiente duro, machista, lleno de violencia. Policía, armas… Me llaman para que vea a un gendarme que se ha abierto el labio. Está pálido y lo tiene hinchado. Me esfuerzo en vano por explicarle que se parece a Vanessa Paradis y que, de todas maneras, no hay nada que hacer, no parece que se quede tranquilo.

Me llama un travestido diabético, condenado por proxenetismo. Es enorme, por lo menos cien kilos, con un pecho prominente. Se desplaza como un bloque de manteca, sin parar de hablar y retorciéndose. Es monstruoso. De repente, se quita la peluca… Es una visión de pesadilla. Casi ningún cabello, el cuero cabelludo lleno de cicatrices. Otro, muy elegante, al que hago que se siente. Le pregunto su nombre. Le tomo por un preso. No he visto su escarapela. Es el psiquiatra nuevo, que viene a presentarse. Acaba de llegar y quiere ponerse al corriente. Parece preso de pánico.

En este momento, con las huelgas, hay menos trabajo, los cotilleos van y vienen, las lenguas se desatan.

Desde las 7 de la mañana, zafarrancho de combate: una luxación en un hombro. La cabeza del húmero está bajo la axila. Tenemos que ayudarnos entre tres para volver a colocarlo en su sitio; admiro el valor del preso que no dice nada. Pero el dolor debe de ser terrible sin anestesia. Veo a unos recién llegados alelados, como el gerente de una compañía y un notario sospechoso que se colgaban de mí como a un clavo ardiendo.

Me llaman: un enloquecido que ha prendido fuego a su celda. Lo mantienen cinco guardianes. Es necesario dominarlo. Afortunadamente llega el psiquiatra. Tengo que volver a bajar a pasar la consulta y compruebo el botiquín de urgencia. Está vacío.

Como haya problemas me echarán a mí la culpa. Corro, corro, comienzo a tener los pies destrozados. He repartido todos mis cigarrillos, estoy cansada, presionada por todas partes, acosada. Un tipo se siente mal. Está postrado y no habla. Es un toxicómano. Pienso que, como suele suceder, se ha tragado el contenido de todos sus frascos mezclado con cerveza. Además, la droga circula por la prisión. Pido entonces que esperen un poco, pero me vuelven a llamar inmediatamente porque el tipo está en coma, en estado de shock. Hay que evacuarlo con urgencia. Diagnóstico: sobredosis de Temgesic. Un travestido muy amable, licenciado en letras, los brazos cubiertos de cicatrices, ha tenido abscesos por todas partes debido a las inyecciones de droga. Hoy tiene un enorme absceso que comunica con una fístula. El pus asciende y sale por un agujero, grande como el pulgar. Desinfección, drenaje, antibióticos: no se le ha ocurrido nada mejor que ponerse en él crema Nivea, que le ha provocado esta infección.

Esta mañana he recibido a dos falsificadores, furiosos porque no los reconozco "a pesar de que hablan de ellos en televisión", me dicen. Otros han pasado por el tribunal y se les podría dar la comunión sin confesión. Nadie ha hecho nada y todos me dicen: "No está obligada a creerme, pero estoy aquí por error". De creerles, habría aquí más de mil errores jurídicos. Los tipos con clase, delincuentes de guante blanco, hacen cola con los demás, los toxicómanos y los vagabundos. Entre mis pacientes, un exhibicionista que me enseña su colita pretextando una supuesta infección urinaria. No tiene nada. Le digo que vuelva a ponerse el calzoncillo y de nuevo se la vuelve a sacar. Dos presos pasan por el pasillo y miran por la mirilla. Hemos puesto un papel sobre la puerta pero los intersticios son grandes y se puede mirar. Se burlan. Le digo que se la guarde, la colita. Se va hasta el fondo de la habitación, la vuelve a sacar y se la acaricia. Pongo cara de no mirar. El tipo se masturba, entonces estallo y le echo de allí. Después un loco que encuentro tumbado en el pasillo. Luego en las escaleras. Me habla de animales que le atraviesan el cuerpo. Le tranquilizo, no veo nada. Le han diagnosticado una paranoia y lo han encerrado en el cuarto bloque, con los chalados. Apenas acabo de entrar cuando suena el teléfono: el tipo que me ha hecho el número de la falsa oclusión ahora se ha cortado la muñeca y va a haber que suturarlo. Esa noche, todos los lunáticos se han dado cita. Otra vez el enfurecido. Desde que le planté la jeringuilla en el muslo al guardia evito pincharle, pero las cápsulas no le hacen ningún efecto. Intento hablarle, razonar con él. Tiene aspecto tranquilo, pero a medianoche comienza de nuevo. Hace huelga de hambre (sólo come pan) y está furioso porque el pan está revenido. Se encuentra en una celda de castigo y fuma como un enfermo. Le veo rodeado de humo. Reclama tranquilizantes cuando apenas puede abrir los ojos de tan drogado que está. A pesar de ello su furor puede estallar de un momento a otro y tiene una fuerza prodigiosa: incluso sujetándolo en el suelo siete guardianes llega a resistirse.

Me llaman. Un policía detenido. Está tirado en el suelo y llora. Le hablo: esta allí por el asesinato de su amiguito, también policía. Lo siente, pero estaba demasiado celoso. Es homosexual, y en la policía eso tiene mala prensa. Su amigo le engañaba desde hacía dos meses, y no pudo soportarlo. Está en la cárcel para cuatro años… crimen pasional. "Si usted está enamorada, debería comprenderme", me dice.

Esta mañana, un preso que el juez de vigilancia me ha pedido atender me cuenta su historia. Su mujer le dejó llevándose todo cuanto tenían y desvalijando su cuenta bancaria. Desesperado, se puso a beber de manera demencial y le cogieron con una banda de borrachos por un asunto menor. Pasó dos meses en Fresnes. Trabajó luego en un hospital parisino donde el jefe de servicio tuvo la amabilidad de alojarle mientras tanto, pero se habituó al alcohol. Hace una semana, después de una comida en la que bebió mucho, baja al aparcamiento con un compañero a coger su coche: oye gemidos y encuentra a un hombre en el suelo, con la cara cubierta de sangre. Su compañero llama a la policía y, aparentemente, le denuncia. Dados sus antecedentes, le acusan de haber dado una paliza a quien él dice que estaba socorriendo, y vuelven a encerrarle aquí. Su versión no ha convencido al juez y tampoco a mí. "Si es usted inocente, no se quedará mucho tiempo"; él responde: "Cuando he visto las dos puertas cerrarse tras de mí, me he dado cuenta de que la maquinaria judicial estaba en marcha y de que estaría aquí hasta el fin de los tiempos". ¿Error judicial? Parece sincero, pero su historia no se tiene en pie.

Llego. El cuarto de guardia está oscuro. Todas las bombillas se han fundido. Encuentro una linterna como de niño. En la tele, en todos los canales, historias de cárcel, de carceleros, de corrupción; encierro en todas partes: ¡parece imposible escapar de esto! Desde psiquiatría me llama un preso que solloza como un bebé, me habla de su hermana. De hecho, en el espacio de una hora, mató a un policía y a dos prostitutas. Acaba de contraer un sarcoma de Karposi

16. Mucho menos bastaría para caer en la depresión.

Requerida en plena noche por un toxicómano que ha vuelto a la heroína después de suprimirle el Tamgesic (los médicos habían abusado, creándole una intoxicación paralela). Tiene SIDA, sarcoma de Karposi, hongos por todas partes, y además es epiléptico: tiene una fuerte crisis.

Por la mañana un preso viene a verme a la consulta. Mira mi alianza de compromiso y me dice:

"Doctora, quiero decirle una cosa… Lleva usted un brillante muy bello. Sabe usted, no debería ponerse joyas tan valiosas para venir a trabajar aquí. Hay otros que se han fijado en él. Es fácil para nosotros, una vez fuera, hacer que la sigan".

- ¡Voy a alquilar una caja fuerte y a meter todas mis joyas dentro!

- No debería decirle esto, responde él, pero usted no se imagina el mundo de la cárcel cuando llega a su casa por la noche, rodeada de gente normal, entrecomillas.

Tiene buen ojo, habla bien… Desde entonces llevo la sortija vuelta hacia el interior de mi mano.

Después viene otro preso, del tipo gentleman-farmer, pelirrojo, vestido de tweed, chaleco escocés, con un soberbio mostacho. Estaría perfecto en un pub bebiendo cerveza. Trae consigo un enorme dossier de prensa. Sale del hospital psiquiátrico de Perray-Vaucluse donde lo metieron de oficio. Está acusado de la muerte de su compañera. Toma dosis impresionantes de neurolépticos. Tiembla. Quiere saber mi nombre para poder volver a verme y piensa que podríamos ser amigos en otras circunstancias. Ha pasado por "Ciel! mon mardi!"

17 y su foto aparece en numerosos artículos de periódico. Es el protector de las palomas en París: tiene un camión especial y las cuida, las alimenta y las anilla. Le acompaño a ver al psiquiatra. Siente que no es normal y estoy de acuerdo con él. Sin embargo es coherente y muy simpático. Me explica que los medicamentos que le dan le provocan trastornos y que pierde la noción del tiempo y del espacio.

En la consulta, todos se rascan. Ninguna huella sobre la piel. Tres de ellos afirman tener algo que se mueve en el interior del vientre. Del interrogatorio resulta que uno debe de tener una tenia, el segundo una colitis espasmódica, y el tercero ha hecho un esfuerzo muscular excesivo.

En televisión, un reportaje sobre los travestidos, lúcido y terrible, seguido de un reportaje sobre Sarajevo. Casi lo cotidiano para mí: rizar el rizo. Cárcel, juicios, asuntos de corrupción, prostitución: desde que estoy aquí no hay manera de escapar, me resulta difícil dormir. Esta mañana, con los ojos hinchados ocultos bajo la crema antiarrugas y un buen maquilláje, parezco rejuvenecida. Me espera una veintena de presos de los que sólo dos no tienen nada. Es lunes. La mayor parte ha estado esperando desde el viernes. Hace cuatro días que no tienen tratamiento. Hay que ir aprisa pero sin dejar de escuchar, tranquilizar y sonreír. Entre tanto, una crisis de epilepsia grave, a un preso al que conozco le han edulcorado el tratamiento por error. Babea y tiene tales temblores que deben sujetarle cuatro guardianes musculosos. Inyección y regañina: se piden mil perdones y se reanuda el tratamiento.

Visita a la zona disciplinaria. Habitualmente me sitúo detrás de la puerta y sólo veo a los presos que tienen algún problema. Pero la ley es la ley: debo verles uno por uno, y como por casualidad, todos están enfermos. No se lo reprocho, comprendo que tienen ganas de hablar.

Vaivén incesante entre la enfermería, la consulta, los enfermos que me envían, los diagnósticos en el pasillo, los nombres y los números de expediente en mis bolsillos.

Una urgencia, rápido, rápido, el vigilante ni siquiera ha tenido tiempo para decir el bloque, carrera desenfrenada con las enfermeras, no encontramos al enfermo hasta media hora más tarde.

Todavía debo ver a un DPS: llega un anciano cansado, cubierto de tatuajes, que se encuentra mal. Intoxicación alimenticia. Después un horrible proxeneta arrogante, cincuenta años, pelo largo y rizado, un cargado pasado médico que embrolla como le parece envenenándose voluntariamente con productos que le deben de pasar en el locutorio. Tiene una enorme hernia ventral sostenida por un vendaje, pero sólo quiere ir a Bichat. Al parecer, según la vigilante, conoce el hospital hasta los últimos rincones y tiene relaciones allí. Es un intento de fuga garantizado que la administración rechaza. El director me pide que lo envíe a Fresnes, sabiendo que se negará a ir allí. Pero eso dejará huellas si hay alguna complicación, y habrá un forcejeo, dada su patología y su negativa a tratarse. Está en aislamiento, han vaciado completamente su celda y lo han registrado de arriba abajo. En el pasillo, un montón monstruoso de ropa y de cacharros de cocina. Son sus cosas. Hay con qué llenar treinta metros cuadrados. Sin locutorio, sin abogados, no tiene ninguna posibilidad de envenenarse. Es de una arrogancia terrible, pero le planto cara. No contesta nada, ha comprendido que yo he comprendido.

Un guardián lleva una máscara de papel contra la polución, como los japoneses, con un aparato de tipo insecticida. Chalier y Garretta, las dos estrellas de la Santé, llevan también máscaras: luchan contra las chinches y las cucarachas que han invadido sus celdas.

Un detenido acaba de suicidarse. Un pobre chaval al que habían metido en una celda de aislamiento por una tontería cuando acababa de perder a su madre y de abrirse las venas. Se ha colgado de los barrotes de la celda con su sábana.

Urgencia por un chico que vuelve del Palacio de Justicia. Llega condenado a doce años por hechos que no reconoce. Hay que dormirlo con un buen tranquilizante.

Un recién llegado con SIDA en fase terminal dice estar muy deprimido porque no quiere reventar en prisión.

Entre los informativos sobre Somalia y Yugoslavia, una película sobre la guerra del Líbano ya no impresiona.

Hoy, gran día. Hay que ver a cuatro recién llegados detenidos por el mismo fraude, tres simpáticos viejos y el cuarto, un vietnamita, médico en una de las más bellas avenidas de París. Este último acusa a los otros tres… Los médicos corremos un gran riesgo, de hecho, en cuanto al consejo disciplinario que nos puede suspender. Los gendarmes deberían vigilarle de cerca en el tren en que se lo llevan hacia el Sur, tanto más cuanto que sabemos sus ganas de cargarse a sus tres cómplices. Cuando salgo se precipita sobre mí y me introduce un papel en el bolsillo para que avise a su mujer, algo que no tengo derecho a hacer. Entre los cómplices dos son cardíacos graves con un tratamiento complicado. La administración les ha quitado sus medicinas en el cacheo. Voy a buscar los comprimidos para que dispongan de su dosis durante el día. Todavía tengo que firmar las recetas y una declaración para los gendarmes.

Algunos toxicómanos y dos chalados. Uno de ellos, muy alto y delgado, tiene alucinaciones visuales y auditivas. Lleva tacones muy altos con los que golpea sobre el suelo: es pianista. Oye insultos del tipo: "¡Sucio negro, vas a reventar!" Me pregunta si es normal como enfermedad y si está loco. Toma crack. Le contesto que sin duda es la droga la que le hace eso. Dice que le han hospitalizado en el psiquiátrico y que le han ocultado la verdad. Le respondo que es un artista, algo original, y no un loco. Eso parece satisfacerle. En cambio, el otro está mucho peor. Apaga la luz cuando entro y pone cara de no ver. Palpa como un ciego y quiere recuperar sus gafas de sol. Se balancea como los pequeños mendigos que te tiran de la manga por las calles… Es seropositivo desde hace ocho años y tuberculoso. Envío a los dos al psiquiatra. Consultas rápidas, y me voy a comer. Apenas he terminado, una urgencia. Un tipo al que conozco está tumbado, lleno de sudor y se ahoga en la sala de espera. Su tensión es de 21, su pulso 110, y tiene dolor en el pecho. Dada su patología cardiaca, le doy un tratamiento, parece estar mejor. Pero, de repente, respira hondo como si fuera a parir, se lleva la mano al pecho, su pulso late acelerado y pide una fotografía de su hija porque va a morir. Bomberos, Samur, oxígeno, electrocardiograma, pánico. Por fin, se lo llevan al hospital en ambulancia. Vuelve dos horas mas tarde: ¿simulación? ¿Qué es lo que ha pasado?

Los chicos me paran en el pasillo, tengo papeles en todos los bolsillos. Estoy cansada.

Suena el teléfono. ¡Un preso se ha caído en la enorme cazuela de los raviolis! Afortunadamente, la quemadura es superficial. Le cubro de pomada. Está angustiado. Quiere hablarme.

Esta mañana, desfile de toxicómanos, pequeños malhechores y el gerente de una empresa. Este último es bretón, de hecho es el encargado de una sala de fiestas nocturna, encarcelado por tráfico de cocaína con el fin de sacar a flote su local. Está deprimido porque lo han detenido sin poder decir adiós a su mujer y a su bebé de dieciocho meses. Ha caído en una gran redada la semana pasada a raíz del chivatazo de un tal X ya encarcelado aquí, que lo ha denunciado para mejorar su propia suerte. Me asocia a los polis. "La aprehensión de cocaína que hicieron ustedes la semana pasada". Le explico que soy médico, no poli, y que no tengo nada que ver con la policía. Lo más divertido es que lo van a meter en el mismo bloque, va a haber jaleo. Le explico que puedo hacer que le pongan en otro. Se niega; quiere estar en el bloque de los Blancos, quizá para encontrarse con quien le ha denunciado y arrancarle la piel. Ya se verá…

En el vestíbulo, pido una moneda a un abogado. Después, al levantar la cabeza, me doy cuenta de que lo conozco: ¡Qué pequeño es el mundo! Parece agitado, le sugiero un tranquilizante. Pero ya tiene los bolsillos llenos. Después la visita a las celdas de aislamiento: enfermedades aun más extraordinarias, -eczemas y otras dermatosis mal clasificadas. ¡Será preciso que me ponga al día con mi texto de dermatología!

Una urgencia; un tipo con un coma hipoglucémico. Llego con la inyección mágica. Los presos que comparten celda con él preferirían que nos lo lleváramos, ¡tienen miedo de que se les muera en una de ésas! Otra urgencia: poca cosa esta vez. Un preso se ha caído por las escaleras y se ha hecho un gran chichón.

Después mi preso preferido me enseña la letra de sus canciones. Canciones magníficas, llenas de poesía. Ha pasado ya diez años en Fresnes y le sirvo de consejero artístico y de confesor. Esta lleno de trastornos extraordinarios; hoy se asfixia bebiendo Coca-Cola. ¡Cualquier cosa! Quiere que un grupo de niños cante sus canciones y me pide mi opinión. No sé cuándo lo pondrán el libertad, pero se le acusa de robo a mano armada y de intento de asesinato. Habla de música, de pintura, no es un idiota y sabe muchas cosas. Dice que los demás le toman por loco. Finalmente, nos damos la mano diciendo: "¡Muerte a los imbéciles, vivan los artistas!".

A menudo, quejas diversas… Me siento exprimida como un limón yendo y viniendo de la consulta a la enfermería. Cada vez que atravieso el pasillo, siempre hay uno para arponearme al paso. Otro al que he cosido después de una tentativa de suicidio, hace dos días, me persigue, quiere oler mi perfume para pasar un buen día. ¡Está con los locos en el cuarto bloque, el servicio de psiquiatría! Un ratoncito se introduce en la consulta. Jugamos al escondite, el ratón, el preso y yo, bajo la mirada atónita del guardián que no comprende lo que pasa hasta que el animalillo sale en tromba por la puerta entreabierta.

La consulta se termina con el preso que protege a las palomas de París. Debo anunciarle que es diabético: está enloquecido. Pero lo que más le enloquece es la violencia que se respira aquí. Me pregunta qué actitud tomar para evitar los golpes o para responder. No sé qué decirle, no tengo la solución. Él, el pacifista, el San Francisco de Asís de La Santé, se siente mal en este medio de pequeños truhanes dispuestos a la primera ocasión a dar un mal golpe.

Los cardíacos que se descompensan, los asmáticos en crisis, los diabéticos a los que no se les puede garantizar el régimen, los pseudo-tuberculosos a los que cuidamos con inseguridad: para 1.800 presos, las consultas especializadas una vez por semana, y hay que escoger entre un cardíaco y un quemado, citas solicitadas hace dos meses, gente liberada entretanto, y exámenes de laboratorio y de urgencia que llegan quince días tarde. ¡A esto se añaden además los abogados, los jueces, los expertos y los que te toman el pelo o te acusan de algo. Hoy telefonea un juez en relación a un tipo que ha violado a su compañera, y después la ha estrangulado. ¡Dice que sufrió un arrebato de cólera cuando ella se burló del tamaño de su sexo! Petición del juez que bromea: ¡que vea su pitilín y que se lo mida! Historias de locos. Hago venir al preso. Un poco molesta, le explico la petición del juez. Su compañera tenía razón. ¡No he dicho nada, pero su sexo era verdaderamente modesto para su estatura!

Las tiñas, los abscesos, las grandes patologías, dolencias diversas y sufrimiento del alma, necesidad de confiarse, de hablar, de que los tranquilicen. "Usted comprende", me dice un preso al que explico que tiene una úlcera de estomago y las modalidades de su tratamiento; interrumpida por el teléfono, por las enfermeras que vienen a pedir consejos, "es normal que la acosen, que la expriman como a un limón. Usted es el símbolo de la libertad, sus ojos, su olor, es lo que nos queda de nuestra existencia fuera, usted encarna el exterior, la vida. Todos los demás, para nosotros, son la policía, el encierro. Una sonrisa, un perfume, la femineidad, es un rayo de sol, es la esperanza". Lo agradezco. Lo necesitaba: justifica mis esfuerzos. La comunicación funciona en los dos sentidos. He tenido momentos de abatimiento, me he sentido harta. Ellos están afligidos, se sienten desgraciados. Yo también, a veces, y a menudo son ellos quienes me levantan la moral. Están al acecho y se enteran de todo. A veces me sucede incluso que les llamo a ellos cuando no me siento bien, cuando no tengo más energía. Me confío a un preso simpático y cálido. Me sentía mal ese día. Me habló durante mucho tiempo. Cuando salió de mi despacho comprobé que lo pondrán en libertad el 2010. ¡Qué lección!

Desde hace algún tiempo corren bulos: el médico-jefe se va… Está aquí desde hace quince años. Dos meses antes de su jubilación, recibe una carta recomendándole que solicite la baja inmediata y me han nombrado para sustituirle diez días antes. Hay que decir que estos diez días han sido un verdadero infierno.

Lo han despedido por falta profesional. Un día, un preso ha muerto de una peritonitis sin tiempo para salir de La Santé. Sobre la marcha, el médico-jefe no ha juzgado necesario ir a verle, puesto que había un médico de guardia al efecto, y, finalmente, se le ha reprochado su ausencia. Va a pasar por un tribunal correccional…

Mi penúltima guardia. Todo va bien. Me anuncian que me nombran médico-jefe a tiempo completo. Todavía tengo que hacer una guardia. Llamo al médico-jefe anterior, muy descontento, evidentemente, al haberle avisado de que lo despedían de una forma tan poco considerada. No quiere ocuparse de mi sustitución. Afortunadamente, tengo dos médicos de reserva. Les llamo, sólo para el tiempo que me lleve hacer los papeles. Ya han trabajado aquí, no será muy largo. La adjunta al médico-jefe, que está aquí desde hace diez años y contaba con sustituirle, me recibe con frialdad. Le han dado un navajazo en el ego y eso hace daño. Le hablo e intento razonar. Reunión en el despacho del director, entre los cuatro: el director es muy cínico y anuncia mi nombramiento de forma bastante desagradable, pero correcta. La joven se contiene para no llorar, dice que se siente trastornada. El director responde: "Dice usted que está alterada, no lo entiendo, es una noticia estupenda". Ella contesta con aspecto molesto: "hay una diferencia entre estar alterado y estar trastornado". El director responde: "En cuanto a la práctica médica le dejo hacer la distinción. Los hechos son los que son". Y el antiguo médico jefe y su adjunta comienzan a atacarme aun diciendo que no tienen nada contra mí.

Subo con ellos para hacer la planificación. Me toca un horario absolutamente idiota que a ellos les conviene, y un despacho arriba, aislado del resto del servicio medico. De todas maneras, solo me queda por hacer una guardia.

Llega la noche. Es tranquila. Y por la mañana, al pasar por las celdas de aislamiento, un funcionario me dice que el ambiente es cálido. Tengo que volver a subir. Rostros imposibles de todo el personal bajo el efecto de la noticia. Acogida glacial, ya se lo pueden imaginar. Hay una reunión "amigable" y no oficial de todo el personal médico, unas quince personas. Tengo trabajo pendiente, pero no puedo escaparme. El ex jefe médico pronuncia un pequeño discurso haciendo una amalgama salvaje entre mi nombramiento y su despido. Todas las miradas se vuelven hacía mí, nadie entiende nada. El desea a todos buena suerte, besa a todo el mundo y al pasar ante mí, soy la única a la que no besa. Me dice: "Le dejo todo el merdel". Es algo tan miserable que me esfuerzo por tomármelo todo desde muy lejos. Nadie me dice nada, pero comienzan a circular rumores: según dicen, soy la amante del director… ¡incluso hay quien dice que tengo un hijo con él!

Llegué por curiosidad. Me quedé por pasión.