CAPITULO 7
RESPUESTAS
Marc no daba crédito a lo que estaba contemplando. Por su mente pasaban, atropelladas, mil teorías. Inicialmente pensó que debía de tratarse de una posible hermana gemela debido al parecido que era escalofriante, pero enseguida desechó la idea; disponía de una memoria casi fotográfica y aquella persona permanecía igual que en sus recuerdos, como si el tiempo no hubiera pasado para ella, estancada en los veintitrés-veinticuatro años.
A partir de ahí, la teoría más plausible era que, de alguna forma, habían descubierto la dichosa vacuna y estaban experimentando con ella sin avisar a nadie, y estaba ante una especie de cadáver reviviente. Pero no, no era posible, al menos con Alexandra, ya que él mismo se había encargado de acabar con ella cuando se transformó en zombi, de modo que a menos que fueran capaces de resucitar a los zombis y posteriormente devolverles a su condición humana aquella respuesta tampoco era válida.
De modo que todo se limitaba a la tercera opción, sin duda la más siniestra de todas. Con la esperanza de equivocarse y de estar omitiendo algún dato que diera una explicación más sencilla a todo aquel misterio, agudizó la vista y vio cómo a un lado de la habitación había una tercera puerta. Sabedor de que no debía de abrirla se acercó y comprobó cómo un complejo sistema de seguridad de triple clave la mantenía cerrada alejando su contenido de cualquier curioso.
Pero por suerte o por desgracia, Marc disponía de una tarjeta de nivel 10 que le daba acceso a cualquier lugar de la base, por lo que la introdujo en la ranura que se iluminó con una tenue luz azul que desbloqueó la cerradura.
Frente a él tenía unas escaleras que descendían unos metros hasta lo que parecía ser un nivel del que hasta el momento desconocía su existencia. En aquel punto, el corazón comenzó a latirle con mucha más celeridad de lo habitual. No había nadie allí abajo ya que no escuchaba absolutamente nada, y aunque su tarjeta habilitaba su presencia en el lugar, si le encontraban tendría que dar bastantes explicaciones.
Pero no tenía muchas opciones. Si no bajaba se pasaría, una vez más, el resto de su vida haciéndose preguntas acerca de lo que podía haber allí abajo, al margen del sentimiento de cobardía que le acompañaría de forma permanente.
Sin darse cuenta, comenzó a descender escalón tras escalón hasta llegar a una especie de vestíbulo que daba a una sala gigantesca que se iluminó automáticamente al detectar su presencia. La tenue iluminación dio paso a una escena que para muchos podría haber sido el preámbulo a la locura.
Las luces blancas de los fluorescentes mostraban una inmensa sala que, si bien debía tener unos cuarenta metros de ancho, no acertaba a medir su largo y es que parecía perderse a lo lejos. Por desgracia, no estaba solo, aunque era el único ser en libertad ya que de nuevo tenía a ambos lados dos hileras de camillas, muchas de ellas con pacientes atados. Y aquello era lo peor. Conforme caminaba observó que una y otra vez se iba repitiendo el rostro de las personas inmovilizadas; debía de haber unos seis o siete modelos que se iban rotando, entre ellos el de la pobre Alexandra.
Por si fuera poco, pasada la zona de las camillas, llegó hasta un lugar donde el pasillo estaba flanqueado por interminables hileras de diez tubos transparentes por fila y de alrededor dos metros de alto, en cuyo interior se podía apreciar la existencia de seres humanos iluminados por una tenue luz azulada, con todo tipo de aparatos inyectados y una mascarilla en la boca que parecía suministrarles oxígeno. Ni haciendo uso de toda su ingenuidad pudo evitar que su mente adivinase el significado de todo aquello: estaban criando clones humanos para utilizarlos con fines experimentales. Una atrocidad más en la larga lista de barbaridades sin límites de la humanidad.
—Esto es una locura, no puede estar pasando. Ningún gobierno aprobaría algo así —masculló Marc notando cómo un sudor frío le recorría el cuerpo. Se esforzó en alejar las náuseas y el malestar general que comenzaban a invadirle sin misericordia alguna.
—No tendrías que haber visto esto —dijo una voz desde atrás.
—¿Por qué, Bendis, no es acaso parte de nuestro trabajo? ¿No soy acaso culpable como el resto de vosotros aunque sea pecando por omisión? —respondió Marc sin girarse—. Veo que no habéis tardado en descubrirme.
—No ha sido muy complicado, has entrado como un elefante en una cacharrería, haciendo saltar entre otras cosas todos los sensores de movimiento de esta área.
—¿Y ahora, qué, me elimináis del mapa?
—No, ojalá fuera tan sencillo para todos. Pero no podemos, sería una estupidez y desde luego me negaría en rotundo —dijo Bendis desconcertado ante lo directo de la pregunta—. Además, ¿qué podrías hacer, acudir a los benditos medios de comunicación que por lo general aprueban todo lo que hacemos? Tanto para los que están sobornados como para los resultadistas, somos el último faro de luz al que puede agarrarse la humanidad en su lucha por la supervivencia.
—No logro entender semejante sacrificio humano, tanto en lo que respecta a los pobres desgraciados que habéis desmembrado como a vosotros mismos, que os habéis despojado de cualquier rastro de humanidad —dijo mirando las mesas que había algunos metros más adelante en una sección acristalada que debía de estar a una temperatura inferior a la ambiental. Allí había ramillas con lo que sin duda eran cuerpos seccionados hacía poco tiempo.
—Yo te dije que habla cosas que era mejor que no supieras.
—En efecto, no entiendo cómo habéis sido capaces de desmembrar niños, ¿dónde habéis establecido el límite?
—Hay preguntas que es mejor que no formules, créeme.
—Sea como sea, aquí acaba mi aventura científico-militar. Lo peor de todo esto es que estoy seguro de que algunos años más aquí y yo mismo acabaría transformado en una réplica de lo que sois ahora mismo todos vosotros. Cielo santo, sois peor que ellos.
Y diciendo esto, se marchó hasta su apartamento donde comenzó a recoger sus cosas, dispuesto a pasar allí su última noche.
El día siguiente amaneció frío en la base. Marc firmó los papeles de su renuncia despidiéndose del coronel simplemente con el protocolario saludo militar; con el tiempo, la relación entre ambos no solo no había mejorado sino que podría definirse como nula.
Aunque su idea era marcharse temprano, no pudo evitar retrasar la salida al tener que ir despidiéndose de la mayoría de quienes habían sido sus compañeros durante todo aquel tiempo. Poco después del mediodía, con un gélido viento azotando la base, subió en su coche, un espectacular deportivo rojo que casi no había tenido tiempo de conducir por falta de tiempo y que se compró semiengañado por Bendis. Su amigo, tiempo atrás, le dijo que con aquel vehículo su vida sexual fuera de la base mejoraría —y algo de razón llevaba ya aunque solo lo empleó dos veces, estaba seguro que si lo hubiera conducido más habría tenido el mismo resultado satisfactorio. Fue precisamente Bendis, el mismo que le había tomado prestado aquel coche en más de una ocasión, el último en acercarse a él cuando ya estuvo subido y con el motor en marcha.
—Espero que puedas disponer de algo más de tiempo a partir de ahora —comentó Bendis apoyándose en la puerta y sin ofrecerle la mano, hecho que Marc agradeció ya que le evitó el mal trago de estrechársela.
—Tranquilo, no es eso lo que más me preocupa —dijo algo seco Marc, haciendo un esfuerzo por intentar mantenerse firme—. Buena suerte con las investigaciones, espero que algún día no muy lejano podamos encontrar las respuestas que evitarán sacrificios en pos de causas que lo valen.
Y sin decir más se alejó de la base pensando en qué iba a hacer a continuación con su vida.