CAPÍTULO 17
EL RETIRO
A pesar de la rapidez con la que sucedió lodo, a Marc le dio la sensación de que los siguientes cinco segundos habían transcurrido a cámara lenta. Ahí estaban, frente a frente, los dos bandos, separados por apenas doscientos metros; los zombis armados solo con sus letales manos y sus mortíferos dientes, y los humanos completamente equipados con todo tipo de armas y artilugios para el combate.
Sobre ellos, comenzaban a volar los primeros cazas Eurofighter Typhoon y a sobrevolarles los helicópteros NH-90, mientras a lo lejos asomaban nubes negras que presagiaban una inminente tormenta.
Estaban a seis segundos de que se diera la orden de fuego y, justo en el momento de poner el pie en tierra, Marc se pudo imaginar con repulsión al general López Piqueras diciendo algo tan altanero y típico en él como Esta vez, les vamos a dar bien por el culo a esos zombis. A pesar de ello, le hubiera gustado ver la cara del general ante lo que preveía que iba a acontecer, si no se daban prisa y llegaban a tiempo para evitarlo.
Cinco.
Los focos instalados a lo largo del perímetro comenzaron a iluminar la amplia zona donde iba a iniciarse la batalla, mientras, tras ellos, los sistemas de misiles de artillería de alta movilidad HIMARS eran operados para señalar con sus cañones y su objetivo.
Cuatro.
Los helicópteros estaban en posición y comenzaban a atacar con sus armas a los zombis, mientras los aviones se preparaban para arremeter con sus misiles contra las primeras filas.
Tres.
Los soldados apoyaban con firmeza sus armas sobre los hombros, encañonando al enemigo, mientras los carros de combate Leopardo 2E giraban sus cañones de ciento veinte milímetros hacia los zombis y, desde la parte superior de cada uno de ellos dos soldados apuntaban hacia el mismo objetivo sus ametralladoras MG3 de 7,62 milímetros.
Dos. Uno…
Y entonces sucedió. Mientras en la lontananza sonaba un primer trueno que hacía temblar los acelerados corazones de los defensores, y varios rayos de sol atravesaban el cielo iluminando el encapotado horizonte, la vanguardia de los zombis se puso en marcha, pero no como todos esperaban.
La línea uniforme y homogénea de zombis se rompió sin previo aviso, y comenzaron a correr con rostro salvaje hacia los atónitos soldados, que no daban crédito a lo que veían ni sabían cómo reaccionar, quedándose petrificados ante un enemigo que se les venía encima de manera inminente. Algunos de los soldados perdieron el tiempo disparando por pura inercia, sin apuntar a ningún objetivo en concreto.
—Lo han vuelto a hacer —dijo Mate, sin poder acabar de creerse aquel cúmulo de despropósitos—. Piloto, no apague el motor y espérenos pase lo que pase, o le juro por Dios que le encontraré dondequiera que se esconda.
Y tras esto, se lanzó a la carrera hacia el frente, seguido por los dubitativos soldados que habían llegado junto a él en los helicópteros. Estaba claro que la gallardía de la que estos habían hecho gala minutos antes se había desvanecido por completo, dando paso a unos aterrados rostros que reflejaban la certeza del que sabe que camina directo hacia una muerte cruel.
—¡Alto! —ordenó Marc a sus hombres—. No se acerquen más y establezcamos aquí nuestro perímetro defensivo.
Marc prefirió mantenerse a unos trescientos metros de donde estaba sucediendo la acción, para poder observar la escena y tener tiempo de organizar a aquel grupo de soldados, que se mostraban totalmente desconcertados y atemorizados.
—Comandante, venga aquí —ordenó Marc al militar de mayor graduación, tras constatar que era el único con capacidad para organizar a aquel grupo de hombres desbordados por las circunstancias—. Quiero que forme a los soldados en tres filas: tumbados, rodilla en tierra y de pie, y que solo disparen cuando yo lo ordene. Si abriéramos fuego en estos momentos, lo único que conseguiríamos es malgastar munición y causar más bajas entre los soldados que entre los muertos vivientes. Y una cosa más, si ordeno retirada, nos vamos de aquí echando leches, no quiero heroicidades estúpidas. ¿Entendido?
—Sí, señor —se limitó a responder el comandante, agradecido como estaba de que hubiera alguien dispuesto a relevarle, asumiendo su batuta de mando.
La situación estaba empeorando por momentos. Marc no tardó en darse cuenta de que en el fondo no había tantos zombis corredores, pero la impresión de ver a trescientos de ellos al galope había bastado para sembrar el caos en la línea de defensa, de la que ahora abandonaban su puesto en desbandada, habiendo quienes incluso habían lanzado su arma al suelo para poder huir más deprisa. Los helicópteros también reaccionaron tarde, cuando la tropa se había mezclado ya con los zombis, resultando imposible comenzar a abrir fuego sin acertar con sus proyectiles a los suyos.
Pero lo peor era la carnicería que se estaba llevando a cabo. La retaguardia zombi, paso a paso, logró llegar hasta los soldados atrapados en el combate cuerpo a cuerpo; mientras, muchos de los zombis participantes en el ataque inicial no habían perdido el tiempo y se habían abalanzado sobre los desgraciados ocupantes de unos tanques convertidos en improvisadas ratoneras. Primero caían los dos encargados de las ametralladoras para que, acto seguido, otro zombi se colara por la escotilla y pillara por sorpresa a los ocupantes del interior del vehículo, que eran destrozados en cuestión de minutos.
Los aviones, en un principio, lanzaron su carga mortal sobre la retaguardia de los no-muertos, pero no tardaron en verse perdidos ante la falta de órdenes del Alto Mando, que se mostraba completamente sobrepasado por las circunstancias.
El grupo de Marc contemplaba atónito aquella pesadilla que se había organizado en apenas unos minutos, observando cómo sus compañeros eran devorados, destrozados y desmembrados vivos a escasos trescientos metros de ellos. Aun así, ninguno de ellos dijo nada sobre acudir al rescate, y agradecían en el fondo de su alma permanecer a la espera, rezando para que sucediera algún milagro y no tuvieran que intervenir; más de uno no pudo evitar orinarse encima de puro pánico.
Marc intentaba racionalizar toda aquella escena, pero se veía incapaz de concebir una solución. Por si fuera poco, el desbarajuste se vio agravado cuando los novatos comenzaron a huir en desbandada.
—Malditos cobardes —murmuró Marc con rabia al ver pasar a un grupo de reclutas a escasos metros de él—. Debería ordenar abrir fuego contra esos inútiles.
Al cabo de un minuto, los primeros zombis se fijaron por fin en el grupo de Marc. La línea del frente, emplazada inicialmente a trescientos metros de ellos, había caído de manera estrepitosa, al tiempo que el cielo comenzaba a verter sobre sus cabezas sus primeras gotas de lluvia.
—¡Recuerden, a la cabeza, disparen a maldita la cabeza! —Gritaba Marc desesperado, viendo la carnicería que estaban llevando a cabo los zombis— ¡Y os juro por lo más sagrado que al primero que rompa filas sin que yo se lo ordene le vuelo los sesos de un tiro!
Por fin, tras unos segundos aguantando la respiración, Marc exclamó con todas sus fuerzas:
—¡Fuego, ahora! ¡No se detengan! ¡Somos nosotros o esos bastardos!
Los trescientos hombres, por filas, comenzaron a disparar sobre los zombis que se les acercaban, lanzando una cortina de balas que logró barrer a buena parte de aquellos nauseabundos seres.
A lo largo de los siguientes minutos, el grupo no cejó en su empeño de acabar con los zombis, dejando las armas al rojo vivo y dando la sensación de que tenían una oportunidad contra sus atacantes.
Sin embargo, sus peores temores acabaron imponiéndose y en menos de una hora estuvieron rodeados. Había demasiados y, por mucho que a Marc le doliera, no quedaba más remedio que tomar una decisión útil y pragmática.
—¡Atención, nos vamos! Aquí no hay nada que hacer, corran hasta alcanzar los helicópteros.
No hubo ningún gesto de reproche por parte de sus hombres, más bien de alivio por abandonar aquel lugar que estaba condenado a ser recordado como otro monumento a la estupidez humana. Los muertos estaba a punto de vencer de nuevo a los vivos, sin paliativo alguno. La razón había vuelto a caer derrotada frente al instinto exacerbado de aquellos seres sin mente.
Marc fue de los primeros en llegar a los helicópteros, y une vez dentro comenzó a ayudar al resto de sus compañeros a subir.
—¡Rápido, rápido! —Decía mientras observaba la magnitud del desastre.
Mirara donde mirara, solo contemplaba muerte y destrucción: zombis saltando sobre aterrados soldados que morían de manera terrible, tanques disparando aleatoriamente y esperando acertar en algún objetivo. Y entre todo ese caos, los muertos vivientes, rompiendo el perímetro, se encaminaban hacia la ciudad, como si pudieran oler a sus expectantes víctimas.
Tras ayudar a encaramarse hasta la cabina al último de los soldados, Marc dio la orden de despegar, a la vez que varios zombis llegaban y se agarraban torpemente a los patines de aterrizaje del aparato.
—¡Arriba, venga, deprisa! —Espoleaba Marc a los pilotos.
—Señor, Llevamos demasiado peso.
Marc se asomó y comenzó a disparar a la cabeza de los zombis.
—Joder, comienza a cansarme el que siempre me toque hacerlo todo a mí —se quejó, mientras comenzaba a reventar la cabeza de las criaturas que colgaban del helicóptero—. Piloto comunique con el resto de aparatos y ordéneles que nos sigan.
—¿Con rumbo a donde, señor?
—Al parque del Buen Retiro.
Nada más tocar tierra el primero de los helicópteros, Marc comenzó a organizar la operación.
—Ordenen que despejen y sellen por completo el parque, no quiero a ningún civil en su interior.
—¡A la orden, señor! —respondió el oficial de mayor graduación.
—Tony, coronel Moore, vengan conmigo —corrió hada la zona noroeste por el paseo de la Argentina, en dirección a la puerta de Cibeles.
Al cabo de unos minutos, avistaron la céntrica plaza donde les esperaba el nutrido grupo de policías con el que Tony había contactado antes del combate con los zombis, por orden expresa de Marc.
—¿Quién está al mando? —preguntó Marc nada más llegar.
—Soy el comisario principal Armando Guerrero. Estoy al cargo del Cuerpo Nacional de Policía, a mi lado están mis compañeros don Emilio Monteagudo, al cargo de la Policía Municipal, y don Antonio Granados, director general de la Guardia Civil.
—Muchas gracias por venir. Necesitaremos su ayuda de forma inmediata —dijo Marc, estrechando la mano de Las tres personas que tenía enfrente—. Lo crean o no, una vez más, los zombis se han anotado una nueva victoria rompiendo el perímetro defensivo que tan hábilmente había establecido el general López Piqueras, por lo que ahora mismo tenemos a unos cuantos millones de muertos vivientes cerniéndose sobre nosotros.
»No sé de los protocolos de actuación establecidos, ni de las normas, criterios o formalidades entre los tres cuerpos de seguridad a los que representan, pero deben de entender que todo eso da igual ahora mismo. O trabajamos juntos o en veinticuatro horas Madrid habrá sido tomada por esos seres.
—No se preocupe, general —le interrumpió el comisario Armando Guerrero—, le comprendemos y creo que hablo en nombre de mis compañeros si le digo que agradecemos el poder ayudar por fin de forma activa en la defensa de la ciudad. Parecía que los militares tuvieran la exclusiva de esa función y disfrutaran haciéndonos sentir como unos inútiles.
—Bien, le agradezco el gesto, y aunque no nos sobre el tiempo para presentaciones, no estaría de más que supieran al menos a quien tienen por interlocutor…
—Sabemos quién es usted, puede ahorrárselo —interpuso el director general de la Guardia Civil, Antonio Granados—. Su foto ha estado colgada de nuestros tablones desde hace tiempo y el CESID nos ha ido manteniendo informados de forma regular de muchas de sus andanzas…
—Perfecto, una cosa menos que hacer. Lo primero, pues, será despejar las calles de la capital de civiles. Más allá de nuestro perímetro interior no quiero a nadie circulando por Madrid sin la pulserita de marras, y que pueda ser mordido y sumado a sus filas. Necesitaremos la ayuda de los policías: que recorran las calles ordenando de forma expresa que todo el mundo permanezca en sus viviendas.
—Pero hay mucha gente que no es de aquí o que no tiene hogar —apuntó Emilio Monteagudo.
—En esos casos, que los concentren en grupos pequeños en zonas como los centros comerciales y los campos de fútbol. Pero insisto, eviten las grandes acumulaciones de gente, no quiero focos de concentración masivos. Y sobre todo, no dejen circular por la calle a nadie, policía o soldado, que no tenga agallas para disparar a un zombi, ya sea de los que caminan, corren o hacen el pino.
—¿Hacer el pino…? —preguntó desconcertado Armando Guerrero.
—Déjelo, imagino que su capacidad de actuación y mando superan a la de su sentido del humor o de sarcasmo.
—Ya lo capto, era una broma —añadió Armando Guerrero, sonrojándose—. Los coches patrulla comenzarán a circular por las calles de inmediato, anunciando por los altavoces el toque de queda. En apenas unas horas tendrá la ciudad te despejada.
—Muchas gracias. Mi compañero Tony les pondrá al tanto de todo lo que necesitan saber sobre tos zombis que corren, y les dará el resto de instrucciones del plan. Síganlas al pié de la letra y puede que todavía logremos salvamos todos.
Y diciendo esto, Marc apuró a volver de nuevo hacia el interior del parque, seguido por el coronel Moore.
—Coronel, una vez esté sellado el parque quiero a todos los soldados reunidos en el estanque, frente a la Glorieta de la Sardana.
En apenas unos minutos, alrededor de trescientos soldados formaban dispuestos a escuchar la arenga del general Marc del Castillo.
—Es la primera vez que me toca hacer algo parecido —comenzó justificándose—, pero deduzco que este tipo de charlas deben de ser algo necesario en estos casos, por lo que he visto en el cine bélico —una sonrisa se escapó en el rostro de algunos de los soldados.
»Nos enfrentamos a una situación límite, pero ustedes cuentan con una ventaja con respecto a sus compañeros caídos en situaciones similares: han luchado contra los zombis, aunque fuera de forma puntual, y han sobrevivido. Ese sangriento bautismo de fuego les confiere una superioridad notable sobre el resto de las tropas dispuestas a defender la capital.
»Nuestra misión es intentar organizar la defensa de la ciudad de un modo que estamos ultimando en estos momentos —mintió, con la esperanza de que nadie intuyera que no tenía nada claro la siguiente acción a llevar a cabo—. Seguid las órdenes al pie de la letra y os doy mi palabra de honor de que ninguno de vosotros perderá la vida a lo largo de los tres próximos días. Ahora, que sus respectivos mandos les ubiquen y defiendan el trozo de tierra que les sea asignado, ya que por desgracia les irá la vida en ello.
Una sonora ovación en forma de vítores y aplausos hizo sonrojar a Marc quien, tras saludar, comenzó a dar instrucciones a los capitanes y comandantes que estaban ahora a su cargo, con la idea de aleccionarles sobre lo que les esperaba.
Justo en aquel momento llegó Tony para confirmar que había dado las instrucciones a los mandos policiales con respecto al plan esbozado por Marc.
—Perfecto, porque la verdad es que no tengo muy claro qué hacer a partir de ahora —confesó Marc una vez se quedaron a solas—. Intentaré contactar con la base en Barajas para que nos informen de su situación en el frente, aunque eso supondrá tener que hablar de nuevo con el gilipollas del general López Piqueras.