CAPÍTULO 2
EL ESTADO DE LA UNIÓN

Los primeros días en la zona costera mediterránea fueron un infierno para todos aquellos que lograron sobrevivir primero a la gran ola y, posteriormente, al alzamiento masivo de los muertos. Había zombis por doquier, detrás de cada esquina, debajo de cada coche, en las alcantarillas, tirados por la calle, flotando en el puerto… La gente, aquellos pocos que lograron sobrevivir, resistían aislados en sus casas, aguardando algún tipo de intervención divina que les salvara. Parecía claro que los gobiernos no estaban muy dispuestos a intervenir en un caso que parecía perdido de antemano. Tras cada puerta, en cada edificio, se vivía un drama, con gente que no sabía si sus seres queridos seguían con vida, con personas que miraban a la calle y lo único que veían era el Apocalipsis, ejecutado paradójicamente por los propios muertos. La más terrible de las pesadillas hecha realidad.

Pero cuando peor estaban las cosas, las ciudades comenzaron a vaciarse de no-muertos, que por alguna misteriosa razón las abandonaron en hordas masivas.

La unidad del capitán Navarro logró aguantar, como buenamente pudo, a bordo de los dos tanques, hasta que estos dejaron de funcionar. Por suerte, para entonces la ciudad se había despejado considerablemente de zombis, y eso les permitió asentarse en la zona de la Sagrada Familia, tras barajar opciones como regresar a la propia Plaza España o a la Plaza de Cataluña. Al parecer, habían sido abandonados a su suerte por el gobierno y convenía buscar un emplazamiento estratégico fácil de defender. Fue en aquel momento cuando se reagruparon con las tropas norteamericanas que habían acudido en misión de ayuda al territorio español, y cuando aparecieron en escena dos tipos peculiares que llevaban meses en busca y captura.

—¿Abandonados? —preguntó Marc, tras escuchar la explicación del capitán Navarro—. Esto comienza a ser una constante en los últimos meses.

—¿Qué se espera que hagamos entonces? —preguntó desconcertado Tony.

—Arreglárnoslas por nuestra cuenta —dijo el capitán Navarro con una desidia que evidenciaba su monumental enfado con el mundo—. Es lo que llevamos haciendo desde hace semanas. Y ahora es relativamente sencillo, pero perdí dos terceras partes de mi unidad en el intento.

»Por lo que hemos podido descubrir, la situación es caótica en todo el planeta. Europa está sumida en un caos absoluto, con cada país librando la guerra por su cuenta, intentando sobrevivir. África y Sudamérica continúan igual que siempre…

—¿Y qué hay de los Estados Unidos? —preguntó Marc, mirando al coronel Moore—. ¿No han ofrecido ningún tipo de ayuda? ¿No ha intervenido la Sexta Flota?

El capitán Navarro y el coronel Moore guardaron silencio con pesadumbre, mirando al suelo.

—¿Q-qué ha sucedido? —preguntó Tony, preocupado por la escena.

—Veo que han estado algo desconectados del mundo estas últimas semanas. Creo que el nombre de Estados Unidos es el menos indicado para definir a mi país actualmente —confesó el coronel Moore—. Hace alrededor de un mes se iniciaron las primeras revueltas, que desembocaron en el inicio de lo que es la situación actual, con un país dividido, hasta donde yo sé, en tres partes: La zona Oeste, la zona Este y la Zona Central.

—Pero eso es imposible, ¿cómo ha podido suceder algo así de forma tan repentina? —dijo Marc.

—Eso mismo llevo preguntándome desde que se iniciaron las revueltas —respondió Moore—. Un buen amigo informático, con quien mantengo el contacto vía satélite, me ha ido informando. Parece ser que todo obedece a algún tipo de conspiración. Disputas internas entre «los poderes en la sombra» que han decidido dar un paso más al frente y repartirse el pastel de forma definitiva.

—Todo esto de los zombis ha debido tener a mucha gente poderosa atacada de los nervios —añadió Tony, gran amante de las conspiraciones—, viéndose abocada a perder sus fortunas y su poder en caso de que la balanza se inclinase hacia el lado incorrecto. El delgado equilibrio de poder que han establecido los zombis ha hecho que mucha gente viera su privilegiada posición al borde del abismo.

—El caso es que, casi de la noche a la mañana, comenzaron a surgir revueltas en distintos estados de la nación —dijo Moore—, lo cual hizo que se declarara la ley marcial y que el ejército se fuera haciendo con el control poco a poco. El resto es historia. El país se fue desmembrando. Hubo numerosos enfrentamientos entre civiles y militares, en Los Ángeles resurgió el odio racial y los disturbios se propagaron como un reguero de pólvora. En Nueva York varias manifestaciones por los derechos civiles acabaron con cientos de muertos y multitud de altercados. En algunos estados del sur hubo linchamientos masivos de negros, en San Francisco les tocó a los homosexuales. Hubo estados donde no se podía salir a la calle sin algún tipo de identificación que acreditara su pertenencia a la iglesia católica, bajo pena de arresto.

—Por lo que he podido escuchar, aunque el país se ha dividido en tres partes bien diferenciadas, no hay un conflicto armado generalizado —comentó el capitán Navarro.

—No, lo que inicialmente parecía derivar en un conflicto global de escalas inimaginables acabó en enfrentamientos puntuales en algunas zonas limítrofes de las nuevas fronteras —comentó el coronel Moore—. Resultaba imposible mantener una lucha interna de esas proporciones en las circunstancias actuales: cada vez que moría alguien, resucitaba convertido en zombi y con la idea de acabar con todos cuantos le rodeaban, amigo o enemigo. Cada vez que alguien moría los zombis sumaban un recluta más a sus filas.

»Y por si fuera poco, el ejército no sabía qué hacer ni a quién obedecer. Las flotas emplazadas fuera del territorio y los ejércitos y unidades ubicadas en otros continentes, como la nuestra, no sabían a qué atenerse, con el gobierno desaparecido y el Alto Mando dividido, dando órdenes contradictorias en función de sus filiaciones políticas.

»Pero lo peor eran los zombis. Los muertos comenzando a caminar de nuevo en masa, lo cual ayudó al alto el fuego, al menos temporal. Nadie sabía cómo, pero la mayoría de los muertos resucitaba al poco de morir.

—Sí, era lo que temía —interrumpió Marc—. La mutación está haciendo efecto a nivel global. Deduzco que hay cosas que siguen sin ser de dominio público y que están ayudando a la propagación de esta segunda oleada zombi.

—Los Estados Unidos han dejado de serlo —suspiró Tony—. Ahora sí que estamos jodidos.

—En realidad, ni yo mismo sé a qué facción o bando pertenezco —confesó el joven coronel Moore—. De vez en cuando, la unidad de comunicación que llevamos con nosotros opera y recibimos órdenes contradictorias del general que esté de tumo. Un día nos indican que debemos abandonar Europa y regresar de inmediato y otro que mantengamos la posición e informemos de cuanto suceda… Lo único que sé es que la última orden directa que recibimos del gobierno «oficial» fue la de localizarle a usted e intentar convencerle para que regresara con nosotros…

—¿Perdón? —dijo Marc—. ¿Y en calidad de…?

—Creo recordar que el término exacto era el de Dirección de Mando Estratégico de Campo —contestó el coronel Moore—. Sus conocimientos sobre todo lo relacionado con los zombis le convierten en una pieza indispensable en este imprevisible tablero de juego. Por no hablar de su experiencia y actividades de campo, primero en la Operación «Apocalipsis Island» y posteriormente en Africa…

—Veo que está bien informado —comentó Marc, arqueando una ceja ante el comentario del coronel Moore.

—Es imposible no estarlo, ha molestado a bastante gente a lo largo de los últimos meses, convirtiéndose para muchos en un grano en el culo —comentó Moore—. Y eso sin olvidar que ostenta el récord no oficial de supervivencia entre los zombis. Dudo que nadie antes hubiera podido escapar con vida habiendo mantenido una estancia tan prolongada rodeado de esos monstruos.

—Debería de visitar África —murmuró Tony, sin ganas de contradecir al militar norteamericano y entrar en estúpidas discusiones o en las consabidas explicaciones posteriores. Recordó a toda la gente que conoció allí no hacía mucho.

—Es cierto, nadie apostaba por ustedes —dijo el capitán Navarro mientras observaba el sol poniéndose detrás de unos edificios—. Cuando el Alto Mando y el gobierno supieron sobre lo acontecido en Mallorca intentaron localizarles con la mayor premura, para poner fin a esa estupidez del exilio. Una de las mentes más brillantes en zombilogía condenada por un tribunal militar incompetente y sin jurisdicción sobre civiles.

—El mundo se ha vuelto loco… de nuevo —afirmó Marc, reflexivo—. No parece quedar un solo lugar libre del caos o de los zombis. Creo que esta vez hemos conseguido por fin damos el golpe de gracia y el empujón definitivo hacia nuestro exterminio.

—Siempre podremos escapamos a una isla desierta —divagó Tony.

Marc estaba a punto de corregirle, señalando su disconformidad con aquella apreciación por cuanto en las circunstancias actuales, incluso en una isla desierta, era cuestión de tiempo que muriera algún portador de la mutación del virus Z y acabara sembrando el caos por doquier, cuando desde lo alto de una de las pocas torres en pie de la Sagrada Familia uno de los soldados que permanecían vigilantes comenzó a gritar:

—¡Zombis, zombis! ¡Vienen hacia aquí, desde todas direcciones!