CAPITULO 21
DEFENDIENDO EL FUERTE
Marc y Tony eran ya dos veteranos curtidos en la guerra contra los zombis, como demostró el hecho de que fueran las dos únicas personas en todo el parque que no tuvieron problema alguno para dormir relajadamente durante toda la noche. Nadie osó despertarles para hacer relevo alguno, y la capitán Mirella y el resto de mandos supieron defender bien el fuerte sin necesidad de recurrir a ellos.
A las nueve de la mañana, Marc abrió los ojos. El continuo sonido de los disparos que iba escuchando hizo que no tardara mucho en ubicarse. Escuchar el ruido de las balas era bueno, si sus hombres continuaban disparando con aquella cadencia rítmica significaba que los zombis seguían fuera. Aquel era el único temor que rondó por su mente cuando se decidió a dormir, algunas horas antes.
Con pereza, fue levantándose y despertando a Tony, dándose cuenta en ese momento de un hecho que se le había pasado por alto al iniciar aquel alocado plan: allí dentro carecían de alimentos.
—Tendremos que buscar una forma de abastecemos —indicó Marc, pensando en los helicópteros y su amplia capacidad de caiga—. De momento, vayamos a un bar que recuerdo que hay un poco más arriba, a ver qué les queda todavía en el interior.
Tras caminar unos minutos, llegaron hasta el local, que permanecía cerrado y con las persianas bajadas. Alrededor de él se encontraban algunas mesas y sillas desperdigadas.
—Siéntate, voy a ver qué hay dentro —dijo Marc, mientras sacaba su pistola y, tras acercarse, disparaba contra el candado de la puerta para acceder al interior.
No tardó mucho en salir con algunos zumos, bolsas de patatas y un par de donuts.
—Manjar de dioses —celebró Marc mientras se sentaba y contemplaba el cielo, con el sonido de los disparos sonando por doquier—. Venga, come, te hará falta. Sigo sin entender la razón, pero parece que mi organismo necesita ingerir alimentos orgánicos.
—Esto es surrealista, desayunar aquí solos mientras trescientos tipos no dejan de disparar su armas contra otros que intentan merendárselos —apuntó Tony relajado mientras comenzaba a comerse un donut, observando el despejado cielo azul—. Una verdadera paradoja.
—¿Y qué no lo es de entre todo lo sucedido a lo largo de los últimos veinticinco años? ¿Quién me iba a decir que iba a acabar convertido en un semizombi, general americano de la Sexta Flota?
—Interesante resumen —señaló Tony—. Pero eso da igual, creo que ahora es más importante saber cuál es el plan que tienes en mente. Porque espero que hayas tenido tiempo de pensar en algo.
—No mucho, lo cierto es que cerré los ojos, me dormí y la única idea que he tenido desde que desperté ha sido la de buscar algo que llevarme a la boca antes de enfrentarme a la realidad.
—Bueno, pues comamos rápido y partamos a ver cómo van las cosas —propuso Tony, acabándose su improvisado desayuno.
Tras permitirse diez minutos de asueto, comenzaron a caminar hacia la zona noroeste, pasando por delante de la fuente de la Alcachofa, del gigantesco estanque con el monumento a Alfonso XII y atravesando el Paseo de México hasta la Puerta de la Independencia.
Una vez allí, con la Puerta de Alcalá de fondo, en mitad de la inmensa plaza, el panorama no podía ser más desolador.
—¡Dios mío! —exclamo Tony, sin poder evitarlo.
Frente a la puerta, se acumulaba ya una tremenda montaña de cadáveres de zombis apilados sin orden ni concierto, a la espera de que cientos más compartieran su destino en los siguientes minutos.
—Son invulnerables al desaliento —observó Tony.
—Sí, no cejarán en su intento hasta lograr entrar —concedió Marc, reflexivo—. Y por lo que veo, lo harán mucho antes incluso de lo que esperaba.
—¿Cómo es posible? —se preguntó Tony mientras comprobaba que nadie pudiera estar escuchando su conversación.
—Ni idea, pero como ya te dije, es cuestión de tiempo. De momento, busca a la capitán Mirella y dile que, por turnos, se encargue de que los hombres intenten comer algo. En la trastienda del bar había varios jamones y numerosas bolsas de patatas fritas, latas de aceitunas y similares. Y en todo caso, coged luego uno de los helicópteros y, mientras comprobáis la situación desde el cielo, id a buscar más provisiones.
—¿Adónde? —preguntó Tony.
—Eso da igual, en algunos grandes almacenes que no hayan sido invadidos, con parking en la azotea para dejar el helicóptero. Incluso podéis intentar aterrizar cerca de Callao o Sol, y que el comisario Armando Guerrero, o quien sea, os ayude.
Mientras Tony aceleraba el paso con la idea de cumplir cuando antes con las instrucciones de su amigo, Marc notó de nuevo aquel incipiente dolor de cabeza que iba y venía, aunque en aquella ocasión resultaba más intenso que otras veces. Fue entonces, mientras se asía la cabeza en un intento de mitigar el dolor, cuando contactó visualmente y de forma directa con uno de los zombis que extendía sus brazos al interior del parque a través de la verja, intentando atapar a algún soldado despistado. Durante unos instantes, notó como si aquel ser le mirara a los ojos, al alma, para a continuación perderse en el averno de aquellos perdidos y oscuros agujeros.
Fue una sensación de los más extraña, y tuvo que hacer todo un ejercicio de resistencia para no perder parte de su cordura y, con ella, el control sobre su humanidad. Fueron unos instantes durante los que no pudo evitar encarar la mirada del zombi, sintiendo de nuevo esa extraña comunión con tu mundo, notándose parte de un todo y experimentando cierta sensación de libertad y alivio que no alcanzaba a comprender. Por suerte o por desgracia, todo aquello desapareció cuando uno de los soldados reventó la cabeza del zombi, liberando a Marc de su trance.
Aquella pérdida de control le dejó bastante desconcertado, aunque en vez de abandonar el lugar y retirarse atemorizado, decidió repetir experiencia, rezando a todos los dioses, en los que no creía, para que no perdiera el control y comenzara a despedazar a aquellos confiados soldados que le daban la espalda, desconocedores del posible peligro que su singular general representaba para ellos.
Titubeante, comenzó a buscar con la mirada a un nuevo zombi, y al igual que la otra vez, notó cómo lograba contactar con él y establecer algún tipo de nexo gregario con el resto los seres allí presentes. Notaba una paz espiritual en aquel lazo comunitario paz unida a un gran desasosiego general que parecían compartir aquellas criaturas. Sentía también cierta frustración latente que no acaba de identificar, y que no sabía si relacionar con los intentos que llevaban a cabo por entrar, o por la presencia de aquellos humanos a los que veían como sus enemigos naturales.
En aquella ocasión notó una menor pérdida del control mental sobre la situación, como si en vez de ser conducido por la manada, pudiera él hacer algo por conducirla, pero el peso era demasiado. Había millones de seres y el sentimiento general que flotaba entre ellos era otro que nada tenía que ver con la catea que estaba intentando ingenuamente imponer sobre ellos. Tardé en darse cuenta, pero finalmente sintió que la idea general entre ellos era más la de eliminar a unos parásitos que la de comérselos. Los zombis, en cierto modo, parecían más preocupados por acabar con ellos que por devorarlos.
De nuevo, un disparo certero acabó con el zombi y Marc pudo recuperar el control total sobre su mente, aunque, sin reparar en ello, se había ido acercando hacia uno de los soldados que permanecían de espaldas con intenciones que no acababa de tener claras. ¿Controlaba él al zombi o el zombi le estaba controlando a él? Por suerte o por desgracia, carecía de tiempo para reflexionar sobre aquellas ideas, de modo que decidió comenzar a recorrer los cinco kilómetros de perímetro del parque para comprobar el estado general de su defensa.
Tardó cerca de dos horas en completar el paseo, tiempo en el que vio cómo el helicóptero, en el que seguramente viajaba Tony, elevaba el vuelo en busca de las ansiadas provisiones. Todo parecía controlado, por lo que contactó con los mandos de la defensa civil situados en la plaza de Callao, quienes le informaron de que todo seguía según lo planeado, agradeciéndole en nombre de Madrid el tiempo que estaban ganando para poder organizarlo todo. Al parecer, los zombis se estaba centrando de momento en rodear el parque del Retiro, apelotonándose en la zona oeste del mismo, habiendo solo algunos que de forma esporádica iban más allá de este, y a los que eliminaban intentando no hacer uso de las armas para no llamar la atención.
Según le dijeron, por lo general Madrid era una ciudad silenciosa en aquellos momentos, con la única salvedad del escandaloso tiroteo que se estaba llevando a cabo en el parque, y que continuaba atrayendo a los zombis.
Por desgracia, sobre el general López Piqueras y compañía no supieron decirle nada. No daban señales de vida ni parecían dispuestos a acudir en su ayuda, lo cual acrecentaba más la frustración de Marc, quien, tras comprobar que todo parecía rotar bajo control, decidió que era hora de acudir a la verja y comenzar a disparar contra los zombis, aportando su granito de arena a aquella carnicería.
Sobre las seis de la tarde, la fatiga comenzó a hacer mella en Marc. Miró a su alrededor y comprobó que los hombres que tenía más próximos presentaban los mismos síntomas de cansancio; el agotamiento mental y físico era evidente en todos ellos. Por una parte debido a la monotonía del ejercicio, y por el otro la tensión extrema reinante.
De entre todo el perímetro del parque, había decidido acudir a reforzar la zona de la puerta de Alcalá. Se encontraba ya con la mano ardiendo de tanto usar su arma, disparando casi por inercia fruto del cansancio y la monotonía, cuando de repente notó la presencia de un zombi junto a él. A su lado. El corazón le dio un vuelco cuando lo vio, y su cabeza no paraba de intentar determinar qué demonios acababa de suceder. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo ocurrido y en poder reaccionar. El zombi permanecía a su lado, mirándole con cierto desprecio, sin saber muy bien a qué atenerse ante aquel ser que no acababa de identificar. Mientras, a unos metros de distancia, pudo ver junto al soldado situado inmediatamente a su derecha a otro zombi con pretensión bien clara de hincarle el diente.
Sin pensárselo dos veces, Marc se giró y, apuntando con gran precisión, le reventó la cabeza al muerto viviente que amenazaba al soldado, propinándole de paso a este un susto que tardaría tiempo en olvidar. Y aunque no había visto directamente lo sucedido, Marc lo tenía claro: sus peores temores se estaban cumpliendo. Algunos de los zombis más hábiles y diestros habían comenzado a utilizar las enormes montoneras de cadáveres a modo de rampa para subir por ellas y, tomando carrerilla, arrojarse al interior del parque.
Marc se giró de inmediato, con la intención de acabar con el zombi que segundos antes había saltado a su lado y que le había ignorado, seguro que por su condición de semizombi. Comprobó que había desaparecido. Tras buscarlo infructuosamente con la vista, dedujo que el zombi había iniciado la carrera hacia el interior del parque, en busca de alguna presa fácil a la que eliminar en cumplimiento de aquel sentimiento exterminador que lo gobernaba.
No le quedaba más remedio que correr tras él, no sin antes advertir al soldado para que dejara su puesto y comenzara a avisar al resto de sus compañeros de la amenaza que se cernía sobre ellos.
Sin tener muy claro por dónde comenzar a buscar decidió partir por una de las calles que llevaban hada la zona del teatro de Títeres llegando hasta la Fuente de los Galápagos primero y al embarcadero después. Pero nada, no había ni rastro del zombi. Por suerte, en breve en el parque estarían advertidos y alertados de su presencia; además, prácticamente todo el mundo estaba enfrascado en la defensa del perímetro, por lo que en su zona central no había casi nadie a quien aquel ser demoníaco pudiera atacar. De todas formas, convenía dar con él cuanto antes, ya que disparar al frente teniendo que guardarse a la vez las espaldas se le antojaba una misión harto complicada para sus hombres.
Al cabo de unos cinco minutos, cuando se encontraba corriendo por la zona de la Fuente de las Campanillas, escuchó algunos disparos por la zona central del parque, por lo que se encaminó hacia allí. No tardó en llegar, comprobando cómo el helicóptero con las provisiones había regresado y, desde él, Tony había acribillado al zombi rebelde.
—¿Qué cojones está sucediendo? —preguntó Tony, pateando con gesto de rabia los restos de la cabeza del zombi tirado en el suelo, para comprobar que, en efecto, estuviera muerto. Me voy unas horas y cuando regreso hay zombis correteando por el interior del Retiro.
Marca suspiró e hizo caso omiso al comentario jocoso de Tony, Mientras daba instrucciones para que comenzaran a repartir los alimentos entre los fatigados soldados, que no dejaban de disparar defendiendo el lugar.
—¿Pudiste hablar con alguien del centro? —preguntó Marc de camino a la verja.
—Sí, con todo el mundo, con el comisario principal, con el jefe de los nacionales y con el directos general de la Guardia Civil. Lo tienen todo bastante avanzado y no dejaron de indicarme que te transmitiera su agradecimiento por la labor que se está desempeñando aquí.
—Veremos si vale para algo —espetó Marc con pesimismo.