ELLIS PETERS
El guía hacia el castigo
(Guide to Doom)
Por aquí, señores, hagan el favor. Tengan cuidado de no tropezar con la cabeza en lo alto de la puerta y al bajar la escalera: los peldaños están muy desgastados. Ya estamos en el patio otra vez. Aquí termina nuestro recorrido, señoras y caballeros. Gracias por su atención. Por favor, tengan cuidado al transitar por los senderos en dirección a la verja…
… Sí, señores; éste es un castillo de verdad. Propiamente hablando, es una casa solariega fortificada. Pero es la más hermosa de cuantas existen en su clase y en perfecto estado de conservación. Esto es lo que sucede cuando una casa está en manos de una misma familia durante siglos, seis exactamente. Sí, señora; todo ese tiempo vivieron aquí los Chastelay, dentro de estos muros, hasta que construyeron Grace House, en el extremo más alejado del país, hace ciento cincuenta años…
… ¿El pozo, señor? Lo verá usted cuando cruce el patio… ¿Qué fue eso, señor?… No comprendo…
… ¿Que no es ése el pozo?… ¿El otro? Me pregunto, señor, qué le hace pensar que en una casa como ésta…
… ¡El pozo adonde se arrojó Mary Purcell! Silencio, señor, por favor. Baje la voz. A míster Chastelay no le agrada que se le recuerde ese asunto. Sí, señor, lo sé; pero nosotros no enseñamos la habitación del pozo. Él quiere que se olvide. No, no puedo hacer excepciones; es tanto como jugarme el empleo… Bien, señor… Muy amable por su parte, estoy seguro. ¿De verdad quiere usted?… Me explicaría su interés, claro está, si fuera usted uno de esos periodistas que tienen deseos en avivar el caso… ¿Dijo usted Mary Purcell? ¡Oh! No, señor. Yo no tenía este empleo entonces. Pero lo leí en los periódicos, como todo el mundo. Escuche, señor: si quisiera esperar un momento… hasta que el grupo se haya marchado.
… Así es mejor. Ahora podemos hablar. Siempre me pongo contento cuando consigo que salga por esta vieja puerta el último grupo del día y echo la aldaba. Es agradable oír cómo se alejan los coches por la avenida. Observe cómo va desapareciendo el ruido cuando alcanzan la esquina donde empieza la tapia. Tranquilidad, ¿no es cierto? Pronto empezaremos a oír las lechuzas. Así, pues, señor, quiere usted ver el pozo. El otro pozo. El pozo donde ocurrió la tragedia. En verdad, yo no lo haría. Míster Chastelay se enojaría mucho si se enterase… No, señor… En realidad, no tiene por qué enterarse.
… Muy bien señor. Es por aquí…, cruzando el vestíbulo grande. ¡Usted delante, señor!… ¡Vaya! Es fantástico que se encamine usted por el lugar exacto sin que le hayan dicho nada… Tenga cuidado con el escalón. En este sitio, el suelo es muy desigual.
… No debe sorprenderse que míster Chastelay no quiera que se saque a relucir este antiguo asunto. Casi arruinó su vida. Todo el mundo lo tomó por el amante, por el individuo que la empujó a matarse. Como usted sabe, ella era la esposa del capataz de su granja y él se hallaba en muy buenas relaciones con ella; en general, era muy amigo de ambos. Osaría decir que fue natural que la gente pensara que fue él quien tuvo la culpa. Si él hubiese podido cortar los rumores en su origen, los habría cortado; pero no pudo. Durante un año se habló de que su mujer se divorciaría de él; pero ya nadie habla… Después de todo, han pasado diez años o más… nadie desea que empiecen de nuevo a desatarse las lenguas… No, señor… Estoy seguro de que usted no lo hará… porque entonces no accedería a… Según dicen, mistress Purcell era muy hermosa. Muy joven también. Sólo tenía veintiún años, y muy rubia… Según dicen, las fotografías no hacen justicia al color de sus cabellos… Creo que tenía unos maravillosos ojos azules… ¿Dice usted que eran verdes?… ¿Azules no?… Bueno, no discutiré con usted, señor; si usted tomó parte en la investigación, lo sabrá mejor… Tenga cuidado con el último escalón… Está muy desgastado… ¡Ojos verdes!…
… ¡Oh! No, señor. No lo discuto. Tiene usted magnífica memoria…
… Bueno, de todas formas ella era joven y muy bonita, y hasta me atrevería a decir que un tanto simple e inocente también, educada como estaba al estilo del pueblo. Era hija de uno de los jardineros. No creo que nunca le viera usted, ¿verdad? No, no tenía nada que decir a la prensa. Sufrió un rudo golpe con motivo de la tragedia, y míster Chastelay le pensionó con un ligero trabajo en los alrededores del lugar… Tenga cuidado con el escalón de la galería. Espere, que voy a encender las luces…
… ¿Le ha asustado a usted ese alabardero con su alabarda? Yo lo conservo muy bruñido, porque así asusta a los muchachos. Para decirle a usted la verdad, cuando vengo a estos lugares por la noche para revisarlo todo después que se marchan los grupos de visitantes, le quito la alabarda y la llevo conmigo para hacer la ronda, porque eso me hace compañía. En cuanto oscurece, esto es aterrador. Con la alabarda, parezco un fantasma. Si a usted no le importa, la llevaré con nosotros.
… Después de la tragedia pusieron una pesada tapa en la boca del pozo. En el centro tiene una argolla, y el mango de la alabarda hace una magnífica palanca. Me imagino que a usted le gustará mirar el interior del pozo. En la pared hay unos travesaños de hierro que sirven de escalera. El marido de la muerta bajó, ¿sabe usted?, y la sacó del pozo. A la mayoría de nosotros nos hubiera gustado hacerlo, pero él se consideró obligado a cumplir esa misión, me imagino…
… ¿Que dónde está su viudo ahora?… ¿Oyó usted hablar alguna vez de él, señor?… El pobre muchacho se volvió loco y tuvieron que llevárselo. Aún está encerrado…
… Por lo que yo oí, este asunto de la muchacha ya llevaba tiempo, y cuando ella se dio cuenta de que estaba esperando un niño, se descompuso. Se fue a verle y le preguntó qué iba a hacer. Él le contestó que no fuera tonta. ¿Que qué iba a hacer? Tenía un marido, ¿no? Pues todo lo que tenía que hacer era callarse y en paz. Pero él se dio cuenta de que ella no consideraba la cosa de la misma manera. Se creía una malvada con respecto a su marido, y no podía consentir que éste creyese suyo un niño que no lo era. La muchacha se despreciaba, y quería ser honrada, deseando que su amante le ayudara. Yo creo que ella quería volver con su marido, al que, en el fondo, no había dejado de querer. Lo que pasó es que se encandiló con el otro. El individuo dijo que se fuera, que ya hablarían otro día sobre la cuestión, y que después actuarían en consecuencia. Pero al día siguiente él se marchó yo no sé adonde, abandonándola…
… No, señor. Está usted en lo cierto. Yo no tenía entonces este empleo. ¿Cómo iba a tenerlo? Estoy reconstruyendo los hechos por lo que sé. Tal vez no fuese así. No como usted dice. Si efectivamente hubiese sido míster Chastelay, no se hubiera marchado a ninguna parte. Se hubiera quedado aquí y no le hubiera salpicado la inmundicia. Después de todo, ya hay mucha gente que cree que no fue él. Fuese lo que fuese, el caso es que la muchacha se lo contó todo a su marido; todo, menos el nombre del tal. Ella nunca se lo dijo a nadie. Si efectivamente estaba tan chalado por ella como dicen, aquella confesión le mataría. Pero no se enfureció ni nada; sólo le volvió la espalda y se marchó. Y cuando ella le siguió llorando, él no pudo soportarlo: se volvió y le pegó…
… Sí, señor; tengo una imaginación muy despejada, no lo niego. A usted le pasaría igual si viviese solo en este lugar. Yo los veo, claramente, paseando por las noches. Y de la forma en que yo lo veo, ella era demasiado joven e inexperta para darse cuenta de que es imposible dañar a alguien que significa algo para uno. Ella creyó que él había terminado con ella. Y si él se marchaba, todo había concluido. Ella no sabía bastante para esperar ni para soportarlo. Corrió hacia aquí, gritando, y se tiró al pozo. Cinco minutos tardó él en echar a correr detrás de ella. Pero llegó tarde. Cuando consiguió sacarla, ya estaba muerta. Su rubio cabello, sucio de escoria; sus hermosos ojos verdes, cegados por el légamo…
… Aquí mismo, donde estamos ahora… Allí está la tapa que ellos pusieron inmediatamente. Gruesa y pesada, para que nadie pudiera alzarla fácilmente. Pero si usted retrocede unos pasos, señor, y me deja que emplee la alabarda como palanca… Ahí tiene usted… Nadie sabe lo profundo que es… Le acercaremos un poco más la luz, ¿eh? Ahora puede usted verlo mejor… Tenía que estar muy desesperada una muchacha para tomar tal decisión, ¿verdad? ¡Mi dulce Mar, mi corderilla!…
… No, señor; no dije nada. Creí que era usted quien hablaba.
… ¿Que qué estoy haciendo, señor? Sólo girar la llave en la cerradura, sólo viendo cómo funciona… Tengo muchas llaves y salas que cuidar, y míster Chastelay, ¿sabe usted?, tiene un interés especial en que esta habitación esté siempre cerrada. Durante tres años nadie entró aquí, excepto yo. Hasta esta noche, claro. No creo que entre aquí nadie más durante los tres próximos años, y si entrara alguien, le sería imposible alzar la tapa del pozo… Sepa usted que toda la limpieza la hago yo… Tengo suma habilidad para conservar todas las cosas en perfecto orden… Mire esta alabarda señor… Afilada como un cuchillo de carnicero… Toque, toque…
… ¡Oh, lo siento, señor! ¿Le he pinchado?…
… ¿Loco, señor? No señor; yo, no. Su marido, sí, ¿lo recuerda?… Le encerraron… Todo cuanto yo sufrí fue un ataque, pero no afectó para nada mi coordinación. Y me pensionaron con un ligero trabajo que podía hacer; pero usted se sorprendería de lo fuerte que estoy todavía… Por tanto, si yo fuera usted, no intentaría pelear conmigo… No sería beneficioso para usted.
… Siempre es una equivocación saber demasiado, señor. Dijo usted Mary Purcell… Su primer nombre, el único que usaba en todos los documentos, era Alice, ¿no lo sabía usted? Solamente sus familiares e íntimos la llamaban Mary. Además ¿cómo sabía usted que sus ojos eran verdes? Fueron cerrados bastante tiempo antes que la prensa se acercara a su cádaver. Pero su amante sí lo sabía…
… Sí, señor. Ahora sé quién es usted… Usted era el joven que estaba viviendo con los Lovell en la granja aquel verano. Tenemos que hablar un poco de Mary… Lástima que el pobre Tim Purcell no pueda estar aquí para formar parte de la reunión… ¡Cuánto le hubiera gustado!… Pero le dedicaremos un recuerdo, ¿verdad? Ahora, cuando aún es tiempo…
… Gracioso, ¿no es cierto? Providencial, cuando se piensa que ha venido usted aquí desde la granja, sin coche ni nada. Y yo apostaría esta llave y esta alabarda…, no he de decirle el valor que tienen para mí…, a que usted no dijo a nadie adonde venía…
… Pero a usted no le importará, ¿verdad? Y supongo que ni usted ni yo sabremos nunca por qué vino en realidad…, ni pensó usted en que se encontraría aquí con el padre de Mary. Así, pues, he de creer que fue porque yo lo deseaba tanto…, ¡tanto!…
… ¡Oh, no grite así! Si yo fuese usted, señor, no lo haría… Sólo se perjudicaría. Nadie le puede oír, ¿comprende?… No hay nadie en un kilómetro a la redonda, excepto usted y yo… Todos los muros son muy gruesos…, ¡muy gruesos!…