LA HORMIGA HÍBRIDA HIPERBÓREA

CLÁSICO

ROY L. McCARDELL

Roy Larcom McCardell fue uno de los escritores realmente astutos y sofisticados de su época, a finales de siglo pasado, cultivando en especial el relato de ambiente teatral, en el que estaba muy versado. En el cuento que traemos aquí, el ambiente teatral tiene su lugar, pero la trama —de verdadera SF— se emparenta con el tópico del “invento maravilloso”, que esta vez presenta la cualidad poco común de estar basado en la biología y no en la mecánica.

Ilustración de ALBERT LEVERING

Ahora que mi amigo y vecino, D. Frank Dodge, se ha ido a las Bermudas para descansar y divertirse, creo que lo más justo, tanto para él como para mí mismo, será contar toda la verdad de los extraños resultados de sus muy especiales experimentos con la familia formicidae, de los cuales tanto se ha hablado y tan poco se conoce en realidad.

—No te creerán, viejo amigo —me dijo Frank cuando le despedí, al tiempo que su criado lo arropaba con una manta, colocaba un cojín bajo su cabeza e instalaba lo más confortablemente posible al viejo decrépito, aún animoso, sin embargo, a pesar de haber perdido la más grande lucha de su vida—. No te creerán —repitió—. Deja que los ignorantes rabien. Todo pasará y será olvidado, y dejarán de molestarte, ahora que me habré ido.

—Pero no han dejado de molestarme. Apenas si pasa un día sin que reciba cartas estúpidas de pseudosabios, fakires y chistosos, o abordado por amigos superficiales y objeto de las chanzas sobre el «criadero de hormigas de tu amigo.»

Resumiendo, eso es lo que tenía Frank Dodge: un criadero de hormigas, h-o-r-m-i-g-a-s. Si no hubiera sido por un accidente, por una simple casualidad, sería bendecido hoy en día como el salvador de los granjeros del Sur, como un benefactor de la Humanidad y un Burbank dedicado a la vida de los insectos, en lugar de ser un manojo de nervios que recupera lentamente la salud y fuerza en las lejanas Bermudas, un hombre angustiado por la idea de que todo el trabajo de su vida ha sido en vano... aún dolido por el recuerdo de las burlas de la multitud insípida y cloqueante que pudiera haber estado, en cambio, alabándolo como el más grande hombre de su tiempo. Y allí estaba yo, su amigo, dejado atrás para compartir las mofas que se asocian a su nombre cuando, si no fuera por una sola cosa, un incidente convertido en tragedia, podría estar siendo festejado y ser famoso y yo brillar en el reflejo de su gloria.

Así que lo contaré, lo contaré veraz, simple y llanamente... pues hasta las maledicencias de los tontos se hacen, con el tiempo, insoportables. El buen viejo Frank será reivindicado, y el mundo juzgará si es mejor reír o llorar ante el infortunio que lo avasalló en el momento en que la fama y la fortuna estaban a su alcance.

Todo comenzó cuando recibí la carta, aquí transcrita, de mi amigo. Es decir, todo comenzó para mí. Para Frank era el momento en que veía aproximarse la culminación de años de incesantes esfuerzos, gastos y experimentos. Aquí está su carta:

D. FRANK DODGE

IMPORTADOR Y CRIADOR DE HORMIGAS

El mayor importador de hormigas de América. Hormigas carroñeras e híbridas hiperbóreas siempre en stock. Precios especiales al por mayor.

HORMIGUEROS, Westchester, N. Y.

23 de agosto de 1909

Querido Mac:

Ven mañana a Hormigueros. Mis esfuerzos se han visto coronados por el éxito. No cabe duda de que podré probar cada una de las afirmaciones que he hecho acerca de mis hormigas híbridas hiperbóreas. Ya conoces el trabajo de mis hormigas carroñeras. El Departamento de Agricultura de Washington me paga diez mil dólares por dos millones de hormigas híbridas hiperbóreas para Tejas. El Profesor Twombley Jenks, Miembro de la Academia de Ciencias Naturales, vendrá aquí a hacerse cargo de ellas y llevarlas al Sur. Si son lo que he afirmado, y ya sabes que sí lo son, el Gobierno me concederá un premio de un millón de dólares y una medalla de oro. Estoy tan nervioso como un gato. Ven a acompañarme en la hora del éxito como siempre lo has hecho en los momentos de prueba y derrota. El coche te esperará en la estación. Tu amigo de siempre,

D. FRANK DODGE

Tomé el tren de las 9,27 y, a su debido tiempo, descendí en Pelham, y fui con el empleado de Frank en el coche hasta Hormigueros, la granja y estación experimental de Frank.

Como puede recordarse, los seis acres de Hormigueros estaban rodeados por una alta verja de alambre recubierta de tela de mosquitero, reforzada con cable de acero de un centímetro de grueso. El papel atrapamoscas colocado a todo lo largo y en lo alto de los barrotes de soporte impedía que subiesen por ellos los atareados insectos amigos de Frank.

Una espera momentánea para cerrar una gran pantalla de mosquitero tras de mí, antes de que se abriese la interior, en el espacio que mi amigo denominaba «la compuerta»... y entonces me hallé en los dominios de mi amigo, los famosos Hormigueros, el hogar de sus hormigas «y otras bestias», como el pobrecillo acostumbraba a decir, y lugar de crianza para su hormiga-langosta comestible, su muy útil hormiga carroñera, y la aún más notable hormiga híbrida hiperbórea. Esta última era el insecto dócil e inteligente que el genio y paciencia de Frank había originado para mantener el cultivo del algodón en las benditas tierras del Sur, y para que estas siguiesen siendo la más bellas tierras que Dios creó.

Hormigueros ya me resultaba familiar, pero, para beneficio de aquellos que solo han oído hablar del lugar como una gigantesca broma o chiste que se volvió contra su perpetrador, lo describiré brevemente:

La cómoda casa de Frank, con sus cuidados matorrales de alheña y un jardín de flores tradicionales, rodeada por un foso, que se podía cruzar de un paso, lleno de viscoso alquitrán, para mantener apartadas a las hormigas curiosas, se hallaba en la parte delantera, ocupando aproximadamente un acre. El resto del terreno vallado había sido convertido en criadero de hormigas.

El visitante se habría frotado los ojos al ver los extraños alrededores, tras la casa. La primera cosa que atraía la atención eran unos enormes decorados de lona pintada representando escenarios tropicales y junglas. Un conjunto de moquetas imitando hierba, palmeras y plantas tropicales artificiales, de las usadas en el teatro, figuraban en primer plano. En aquella aparente locura, tal como Frank me había explicado hacía mucho, existía un método: las hormigas ecuatoriales y subtropicales, especialmente las de mayor tamaño procedentes de las Antillas, y las termitas africanas, o sea las verdaderas Termes lucifugus, habían estado muriendo recién importadas, durante muchos años. Por ello, los experimentos de mi amigo se habían visto interrumpidos en numerosas ocasiones, a pesar de que había importado madera tropical, insectos y frutas para alimentar a las hormigas expatriadas. Y sin embargo, las hormigas habían permanecido en letárgicos montones y rehusado comer o efectuar ejercicio.

Tras intentarlo todo tratando de simular el clima de sus cálidos hogares, desde instalar fonógrafos imitando los sonidos tropicales hasta colocarlas sobre arenas calentadas, mi amigo llegó por fin a la conclusión de que las hormigas africanas y ecuatoriales sentían nostalgia de sus propios lejanos y tórridos paisajes.

Como se sabe, pues ha sido constantemente recordado en los tergiversados y capciosos relatos escritos sobre sus experimentos, Dodge es un pintor de decorados teatrales. Fue a través de sus éxitos en esta profesión que pudo reunir las grandes cantidades de dinero que gastó en sus experimentos con hormigas, experimentos que duraron veinte años.

La idea de que las hormigas sientan nostalgia puede parecer ridícula, pero mi amigo Dodge no se entretuvo en preguntarse si lo era o no. Buscó la lona necesaria y pintó minuciosamente dos escenas tropicales, cuando el fracaso de El rey de las Islas Caníbales y numerosas otras óperas cómicas de su estilo le dieron la oportunidad de adquirir accesorios teatrales de ambiente tropical a buen precio. Y la idea, aparentemente ridícula de Frank, resultó ser la solución exacta. Las hormigas tropicales habían estado sintiendo nostalgia del ambiente de la jungla.

En un contorno que les era familiar, con la pintada maraña de los rookh ante sus ojos y rodeadas por la moqueta imitando hierba y las plantas artificiales, la siguiente importación de hormigas ecuatoriales se lanzó con energía y hasta diríamos alegría al trabajo, construyendo hormigueros de seis metros de alto. Era como si dijesen «aquí estamos en casa», pues hicieron perforaciones en una forma tan extensa, que Frank se vio obligado al gasto de hacer construir una pared de cemento hasta una profundidad de tres metros alrededor de lo que ahora bien podía recibir el nombre de Hormigueros.

El visitante también se habría fijado en los grandes invernaderos de cristal, domicilio de invierno de los insectos amigos de Dodge, los cuales a la primera indicación de la llegada de las frías noches de septiembre, lo seguían al oír el sonido cliqueteante que empleaba para llamarlos, utilizando un instrumento similar al usado por los ascensoristas de los grandes edificios de oficinas. Las hormigas, como todos sabemos, son los insectos más inteligentes que existen. Pronto aprendieron el sonido de la llamada y el distinto significado de las diferentes señales que Frank emitía, desde «Primer aviso para el desayuno» hasta el «Toque de queda». La llamada para llevarlos a su domicilio de invierno era simplemente una prolongación de la señal «Síganme».

Más tarde, se originaría una gran confusión cuando una plaga de grillos cayó sobre la granja y millones de las primeras híbridas hiperbóreas, así como numerosas de las igualmente útiles si bien no tan valiosas hormigas carroñeras, murieron de agotamiento tratando de obedecer a los sonidos. Las hormigas entrenadas y domesticadas, tales como las que Frank tenía en Hormigueros, eran bichos fieles y obedientes. Así que corrían constantemente de un lado para otro, mientras los grillos producían sus continuos sonidos, creando la confusión, ya que las hormigas pensaban que los producía su dueño.

Este fue el primer desastre de los últimos días de Hormigueros, que llevó a la tragedia final e irreparable que contaré más adelante.

Una vez en su residencia de invierno, cuando los artículos tropicales de teatro más portátiles habían sido metidos en los invernaderos para dar un ambiente hogareño, las hormigas pasaban la temporada fría cuidando industriosamente de sus vacas o afidios; una tarea casi humana a la que se dedican todas las formicidae, como cualquier libro de ciencias naturales les podrá decir.

No entraré en detalles sobre los experimentos de mi amigo Dodge, ni de como consiguió criar hormigas melíferas para los mercados locales. Pero, a pesar de diversos pedidos de las mismas para extravagantes comidas, y de que las pusieran en los menús del Waldorf Astoria y el Café des Beaux Arts durante una temporada, Frank halló que resultaban menos apetitosas para los paladares neoyorquinos de lo que los escargots, o caracoles, lo habían sido. Porque al menos los caracoles cuentan con los franceses expatriados y con los estudiantes de arte, que los solicitan en el Martin’s o en el Mouquin’s. Y, no obstante, los visitantes norteamericanos, y especialmente los neoyorquinos, comen, mientras viajan por Méjico, la suculenta hormiga melífera vendida al peso en los mercados de ese país; y hasta algunos habitantes de Pittsburgh, deseosos de notoriedad, y otros nuevos ricos, han llegado a encargarlas a nuestra vecina república, para poderlas servir en banquetes sensacionales.

Pero eso no es todo. Para demostrar la superioridad de las que él había criado, Frank hizo que le enviaran hormigas melíferas mejicanas, en paquetes sellados; las entregó a un laboratorio analítico de renombre, y probó conclusivamente que las remitidas desde más allá del Río Grande estaban malévolamente adulteradas con glucosa, y que además estaban preservadas, para evitar su fermentación, con un uno por mil de benzoato de sosa.

Para aquellos que no conocen la hormiga melífera, les puedo decir que cualquier obra de entomología les explicará que pertenece al género Myrmecocystus melliger, un tipo de trabajadora que recibe y guarda en su abdomen la miel recogida por otras trabajadoras hasta que se distiende como un odre y tiene casi el tamaño de una uva pequeña.

En lo referente a las extrañas historias acerca de que mi amigo Dodge había criado, mediante numerosos cruces y ciertos alimentos estimulantes, un tipo de hormiga tan grande como un perro, esto es pura fantasía... a menos que hablemos de un perro muy pequeño.

La realidad es que Frank, antes de que viera el uso práctico de la hormiga híbrida hiperbórea como destructora de la plaga del gorgojo del algodón, ¡vaya, ya he revelado el secreto!, tuvo la loca idea de que la hormiga comestible Gianti gascutus, u hormiga langosta, como él llamaba a la especie más grande que había originado y criado, podía ser de un gran valor, tomando el lugar de la tan buscada langosta marina como alimento de los epicúreos.

  

Con este fin, las crió a partir de variedades que habían adquirido una apariencia casi similar a la de las langostas; pero, por alguna extraña razón de la naturaleza, estas hormigas, que habían crecido hasta ese tamaño y se parecían tanto a las langostas, perdieron sus pinzas. Y fue la petición de las tenazas, aparentemente olvidadas cuando la hormiga langosta era servida, lo que impedía que se convirtiese en un substituto afortunado del popular y costoso crustáceo. El color rojizo de la langosta cocida se simulaba fácilmente en el caso de la hormiga langosta con una aplicación de un tinte de anilina.

Fue la hormiga langosta sin pinzas lo que originó que el señor Thomas Sharkey, el famoso cascarrabias de los salones elegantes, pronunciase su famosa frase, cuando el camarero le explicó que las langostas acostumbran a luchar, y que esta había perdida así sus pinzas. El señor Sharkey contempló dubitativo la hormiga langosta situada frente a él, y dijo altaneramente:

—Bueno, pues llévese esta y tráigame la que ganó la pelea.

Después de esto, el señor Thomas Sharkey y otros propietarios de restaurantes de Broadway rehusaron volver a sustituir a la Homarus americanus, verdadera langosta, por la hormiga langosta.

Fue por aquel entonces, cuando se podía ver a mi amigo Dodge yendo de restaurante en hotel llevando una hormiga langosta de gran tamaño mediante un atalaje de transporte especial, cuando comenzó a difundirse el rumor referente a su falta de cordura... rumor tan cruel como injusto. Pues Frank Dodge, humilde sabio y científico, hubiera podido ser un benefactor de la humanidad del mismo rango que Benner, Harvey, Fulton, Burbank, o cualquier otro que haya prestado buen servicio a la humanidad yendo más allá de la comprensión mundana o de las recompensas terrenales.

Fueron sus hormigas carroñeras las que primero hicieron concebir a mi amigo Dodge la idea de transformar lo que había sido una simple afición en algo que le proporcionase beneficios prácticos. Sus hormigas carroñeras, como todas las buenas amas de casa de Pelham y New Rochelle podrán atestiguar, no tienen igual como ayuda en el hogar. El gerente Boldt del Waldorf Astoria; George, director del Café Madrid; y Regan, propietario del Knickerbocker Hotel, todos pueden decir lo mismo acerca de las hormigas carroñeras: que Frank Dodge era un hombre que debiera haber sido animado en lugar de abucheado y descorazonado.

En cuanto oía hablar de una plaga de polillas, escarabajos o ratones, o de un desagüe atascado, Frank Dodge, únicamente como acto amistoso e igualmente para mantener entrenadas a sus hormigas carroñeras, aparecía en el lugar con un maletín de latón repleto de las pequeñas trabajadoras sanitarias. Lo único que pedía a cambio era que no se abriese el paso del agua fría o caliente mientras su cuerpo de limpieza formado por insectos estaba en las cañerías. A su orden cliqueteada: «Adelante», marchaban en miríadas y legiones, descendiendo por grietas y agujeros o a través de los orificios de desagüe, atareándose hasta terminar con su trabajo.

La aparición de los líderes o capataces de las hormigas carroñeras, como llegados a preguntar: «¿Algo más, señor?», señalaba que el trabajo había finalizado. Los sonoros clics del aparato metálico de Frank que indicaban: «A casa» las devolvían al maletín, cansadas pero con la satisfacción del deber cumplido.

Pero esto solo nos lleva al clímax de los esfuerzos de Dodge en su cría de hormigas: la evolución de su famosa hormiga híbrida hiperbórea, una nueva variedad obtenida mediante el cruce de la Megalomyrmex septentrionalis con la Termes licifugus. La variedad resultante era la hormiga más dócil e inteligente de todas, un benéfico insecto que hubiera destruido al gorgojo del algodón y salvado de millones de pérdidas a los plantadores de algodón, si no hubiera intervenido el destino.

Como todos los descubrimientos destinados a beneficiar a la humanidad, el gran propósito para el cual podían ser empleadas las hormigas híbridas hiperbóreas fue algo que se halló por casualidad. Las híbridas hiperbóreas eran las favoritas de Frank, aún más que la hormiga langosta y la carroñera. Frank había logrado la evolución de la híbrida hiperbórea mediante el cruce de sus mejores especies. Por ello, era un insecto grácil y de buena planta, de casi dos centímetros y medio de longitud.

Un día, al pasar por su jardín de flores, Frank había visto sobre un pequeño melocotonero un grupo de orugas de la mariposa de cola marrón. Arrancó la ramita, pensando en quemarla, cuando se le ocurrió que quizá fuera un buen alimento para sus hormigas. Por ello, llevó esta ramita con las orugas hasta los hormigueros.

Las hormigas langosta la rehusaron enfáticamente. Una larga dieta de peces muertos y almejas picadas les había acostumbrado, quizá, a tomar solo ese tipo de alimento. Hasta las hormigas carroñeras dudaron, tal cual si preguntasen si las orugas eran un trabajo o un obsequio.

Pero no ocurrió lo mismo con las híbridas hiperbóreas. Las devoraron con buen apetito. Y, desde entonces, Frank puso las hormigas híbridas hiperbóreas como destructoras de orugas, bandadas de polillas y pulgones de San José en su granja y las del vecindario.

Leyendo, por aquel entonces, acerca de las ruinosas destrucciones producidas por el gorgojo del algodón en Tejas, Frank le pidió a un amigo suyo de la devastada zona algodonera una buena cantidad de las plantas afectadas cubiertas con los huevos y larvas de la plaga. Cuando abrió la caja que contenía las plantas de algodón afectadas, la misma presencia de los gorgojos pareció excitar a todas las híbridas hiperbóreas de Hormigueros. Llegaron corriendo desde todos los rincones, oyéndose claramente el chasquido de sus mandíbulas.

Mientras Frank avanzaba hacia ellas llevando las plantas de algodón, las hormigas híbridas hiperbóreas saltaron en el aire hasta una altura de medio metro, aferraron los gorgojos y los devoraron instantáneamente. Al tiempo, la misma caja que contenía el resto de las plantas fue perforada en diez mil lugares, de forma que cayó hecha trizas. Y, sin tocar una sola fibra del resto de algodón que el gorgojo había respetado, ni dañar una hoja o rama de las plantas, las hormigas híbridas hiperbóreas destruyeron, en un abrir y cerrar de ojos, cada uno de los millares de gorgojos con los que las plantas estaban totalmente cubiertas.

Inmediatamente se le ocurrió a Frank la idea de que no solo había hallado el remedio para la plaga del algodón, sino que también, con el tiempo, las hormigas híbridas hiperbóreas desarrollarían sus facultades embriónicas como saltadoras de forma que, una vez eliminado el gorgojo del algodón, pudieran destruir, como si dijéramos a salto de mata, las plagas de saltamontes del Oeste.

Aquella noche, el creador de la hormiga langosta comestible, de la hormiga carroñera sanitaria y, la mejor de todas, la hormiga híbrida hiperbórea, futura destructora de las plagas de gorgojos, escribió al Departamento de Agricultura de Washington, comunicándoles la noticia que iba a devolver la esperanza a los corazones del Sur.

Recibió una cortés pero algo escéptica respuesta del jefe del Departamento Entomológico, Profesor Twombley Jenks. Pero el señor Dodge no era un hombre que se desanimase fácilmente. Envió media docena de hormigas híbridas hiperbóreas a Washington, y en el mismo momento en que el Profesor Twombley Jenks las puso junto a los gorgojos del algodón que tenía en la Oficina Entomológica con propósitos experimentales, quedaron comprobadas las afirmaciones de mi amigo.

Entonces, las híbridas hiperbóreas, habiendo probado por segunda vez a los gorgojos como alimento, rehusaron comer cualquier otra cosa, y murieron de hambre mientras esperaban la llegada de nuevos contingentes de su dieta preferida desde Tejas... aunque, como afirmó mi amigo Dodge, lo probable es que echaran a faltar el escenario tropical de Hormigueros, y muriesen de nostalgia.

Sin embargo, los científicos e investigadores del gobierno son lentos en lo referente a llegar a conclusiones. El Profesor Twombley Jenks se mostró interesado pero no totalmente convencido. Siguió una interminable correspondencia, y el pobre Frank pasó con tanta frecuencia desde las más fundadas esperanzas hasta la desesperación más oscura, que comenzó a sufrir su aflicción nerviosa, que iba a llegar a su clímax en el colapso, sufrido cuando el gran infortunio final cayó sobre él.

Al fin llegó el segundo envío de plantas de algodón atacadas por el gorgojo, y pasó a través del laberinto de ambages, detalles retardatorios y papeleo gubernamental. Y por fin le rogaron a Frank, a través de la carta 3096-B, impreso 181827, que enviase otra docena de gruesas de hormigas híbridas hiperbóreas. Así lo hizo.

El Secretario de Agricultura, los corresponsales de diarios de Washington, y la ex-secretaria social de Whitelaw Reid estaban presentes cuando llegaron. Las hormigas híbridas hiperbóreas atacaron a los gorgojos tan fiera y mortíferamente que la ex-secretaria social de Whitelaw Reid se desmayó a su sola vista, y el experimento terminó en una verdadera confusión. Naturalmente, los periódicos de Washington destacaron especialmente el aspecto social del hecho, empleando dos columnas en el relato del desmayo de la secretaria, que había sido la encargada de los festejos de la Casa Blanca durante todo aquel período de la administración. Igualmente publicaron también sus fotos, una tomada antes de que se desmayase, y otra después, ambas mostrándola en correctísimo atavío de tarde.

Los corresponsales en Washington de los periódicos de Nueva York, Chicago, Boston, Filadelfia y San Francisco, siguieron el ejemplo de Samuel Blythe, del World de Nueva York, que puso de moda durante aquella temporada del Congreso el tratar todos los acontecimientos que sucedían en la capital con un toque humorístico. Así que, en un solo párrafo, describieron la actuación de las hormigas híbridas hiperbóreas contra los gorgojos del algodón, equiparándola con la de los directores de revistas cuando reciben billetes gratuitos para el día siguiente al del estreno de una obra de teatro, y al mismo tiempo se publicó en primera página la gran noticia de que otra personalidad de la Casa Blanca se había desmayado en la misma fecha, porque una persona poco educada se había comido todos los macarrones de un banquete. Y así, el acontecimiento más grande de la entomología, el hecho de que la hormiga híbrida hiperbórea había resultado ser el destructor implacable del gorgojo del algodón, pasó sin pena ni gloria.

Después de que el Profesor Twombley Jenks se hubo recuperado de la agitación causada por el desmayo de la personalidad favorita de la vida social de la Casa Blanca, y de que ese caballero lograse sentarse con ella para compartir su habitual té de las cinco, con pastitas, pensó en comunicarse de nuevo con mi amigo Dodge para asegurarle, en la habitual verborrea fría y formal de los escritos oficiales, que no quedaba duda alguna de la eficiencia de la hormiga híbrida hiperbórea como eliminadora del gorgojo del algodón.

También fue informado el señor Dodge, tras tres meses de correspondencia, de que tras ciertos experimentos que debían ser llevados a cabo por el Profesor Twombley Jenks en persona, en Hormigueros, el gobierno le recompensaría con diez mil dólares, y que se urgiría al Congreso para que votase la concesión de un millón de dólares y una medalla de oro, siempre que, naturalmente, los mencionados experimentos resultasen tener igualmente éxito en gran escala, y fueran confirmados por una prueba en la práctica.

Además, se le informó al señor Dodge que, para recibir los diez mil dólares preliminares y para que el Profesor Twombley Jenks pudiera realizar unas pruebas prácticas en los campos algodoneros de Tejas, sería necesaria la entrega de mil millones de hormigas híbridas hiperbóreas, o posiblemente más, pues el Profesor Jenks aún no había averiguado, mediante el cálculo integral, cuantos millares de destructores de plagas serían necesarios por acre. Las hormigas híbridas hiperbóreas debían estar también garantizadas en lo referente a soportar el paisaje de Tejas, y no tener ataques de nostalgia o deseos de regresar a los decorados teatrales utilizados en las producciones musicales Muchachas y destellos, o El viejo rey Kafoozelum, o El Rey de las Islas Caníbales, y otras vistas pintadas sobre lonas, rescatadas de los almacenes de los teatros de ópera cómica para convertir a Hormigueros en un lugar familiar para las hormigas ecuatoriales transplantadas.

Y, sin embargo, Frank Dodge se mostraba jubiloso. Regaló un pastel de hormigas a la Manguera Niágara de Pelham, a la Manguera Neptuno y de Socorro de New Rochelle, y a la Asociación de Bomberos Millonarios Voluntarios de Larchmont, escogiendo un sábado para este pastel de hormigas, pues así los millonarios de Larchmont tendrían fiesta en sus trabajos de Macy’s, Wanamaker’s y las tiendas Siegel-Cooper, pudiendo así llegar a casa con el tren de la 1,33.

Esos pasteles de hormigas dejaron sin hormigas langosta a Hormigueros. Entonces, Frank distribuyó generosamente las hormigas carroñeras entre las pensiones de actores de la Séptima Avenida, desde la Calle Treinta y Ocho a la Cincuenta, y vendió el resto a Costar, el Rey de los Insecticidas, en la Sexta Avenida, de forma que pudiera dedicar su atención únicamente al incremento de sus rebaños de híbridas hiperbóreas. Las mantuvo tranquilas y descansadas, suministrándolas todos los gorgojos de algodón que podía lograr le fueran enviados, dejando que la naturaleza siguiera su curso.

El suicidio racial no tiene parte alguna en la vida social de la hormiga híbrida hiperbórea, y con una sonrisa nerviosa que casi bordeaba la histeria, mi pobre amigo Dodge vio como Hormigueros contenía pronto dos mil millones de las dóciles e inteligentes híbridas hiperbóreas, que siempre habían sido sus hormigas favoritas. Y así, se aproximó el señalado día que iba a traer al Profesor Twombley Jenks de la Oficina Entomológica, Departamento de Agricultura, a Hormigueros, Condado de Westchester, Nueva York.

Si los Espectáculos Ferroviarios Imperiales de Robinson no hubieran alzado sus carpas en el cercano Monte Vernon aquel señalado día, mi pobre amigo sería hoy un millonario, benefactor aclamado por agricultor y plantador, posesor de la medalla del Congreso, y el hombre más popular de los Estados Unidos, en lugar de estar escondido en las Bermudas, tan desacreditado, aunque mucho más injustamente, como el Doctor Cook.

Los Espectáculos Ferroviarios Imperiales de Robinson alzaron al amanecer sus carpas de lona en los terrenos vacantes cercanos a la factoría de kumis de Monte Vernon. Un fuerte viento hizo trizas las alegres banderolas que cantaban las maravillas de la mayor colección zoológica jamás reunida bajo las lonas, junto con las representaciones pictóricas de los más raros especímenes patológicos o monstruos humanos: «el muchacho azul», «la chica de cuatro piernas», «la mujer de cara de león» y «Bosco, el comedor de serpientes, que se las come vivas, ¡les arranca la cabeza a bocados!, ¡que duerme en un nido de repugnantes reptiles! Una exhibición para los cultos y un espectáculo para los sensibles y refinados.» Así rezaban las preciosas banderolas que habían sido destruidas.

Una agónica petición telefónica fue hecha a Frank Dodge, pintor de decorados, por el mismo viejo Robinson. ¿Que no podía ir? ¿Que Frank Dodge no podía ir? ¿Iba a fallarle a un amigo, a un viejo amigo, en un momento de necesidad?

Frank contempló su reloj, dudó, y estuvo perdido. Iría a pintar de nuevo las banderolas, tras telefonear a sus ayudantes del estudio de pintura teatral de Nueva York para que vinieran a ayudarle. El mismo prepararía el trabajo, pero debía regresar a Hormigueros al mediodía, pues el Profesor Twombley Jenks llegaría en el tren de las 2,22 para experimentar con las hormigas híbridas hiperbóreas y los gorgojos del algodón.

El señor Dodge alquiló un auto y partió hacia Monte Vernon, no dándose cuenta de que las más domesticadas de sus híbridas hiperbóreas estaban aferrándose a él en miríadas. Yo estaba con él en aquel momento, y desgraciadamente le llamé la atención sobre este hecho. Gritándole al jefe de los cuidadores para que dejase abierta la puerta de la cerca, ya que las hormigas híbridas hiperbóreas habían desarrollado un instinto de orientación desde que se las alimentaba con gorgojos, y ahora ya no se alejaban voluntariamente del sitio en que eran alimentadas, Frank comenzó a sacarse las hormigas de encima, las cuales se pusieron rápidamente en camino hacia Hormigueros. Aún llevaba algunas consigo cuando llegó al terreno del circo, junto a la dañada tienda y banderolas del zoo.

En unas pocas horas Frank hubo ordenado el caos. No ocurrió nada que entretuviese o perturbase el trabajo de restauración de las alegres banderolas que representaban la fauna de la tienda de los animales y los monstruos humanos, excepto algunas carreras originadas por la huida de ciertos animales de una jaula que había sido volcada y rota por el viento. Cuando se anunció que los animales escapados eran algunos especímenes sudamericanos, que no eran peligrosos a menos que se los molestase, se envió tras ellos a varios guardas, y Frank prosiguió dirigiendo a sus hombres que habían llegado de Nueva York al cabo de una hora de su llamada telefónica. Si Frank hubiera sabido qué animales eran los escapados, no hubiera silbado tan alegremente, y yo le hubiera entregado un verdadero revólver y no una pistola de agua para su fingido suicidio, entre bromas.

Regresamos con un poco de retraso de restaurar las banderolas, pues Frank no era uno de los que dejan a un viejo amigo en problemas, sino hasta que los problemas han sido resueltos.

—Apuesto a que ese viejo cascarrabias de Twombley Jenks estará gritando mi nombre —dijo Frank en tono de chanza, mientras nos acercábamos a Hormigueros.

Tenía mucha más razón de la que pensaba. Al acercarnos a Hormigueros, los agudos gritos de la voz refunfuñona del viejo resonaron en nuestros oídos, conjuntamente con las maldiciones que Frank supo de inmediato que eran lanzadas por el jefe de sus asistentes, el único que se hallaba aquel día en el lugar.

Saltando del vehículo, Frank atravesó a toda prisa las aún abiertas puertas de la verja.

¡Qué escena de destrucción se presentó a su vista!: los decorados tropicales estaban hechos trizas; los cristales de los invernaderos destrozados y desparramados por el suelo; las moquetas imitando hierba y los árboles artificiales rotos y desperdigados; y en lo alto de los dos árboles más resistentes, que aún quedaban en pie, se hallaban las maltrechas figuras del Profesor Twombley Jenks y Lars Swenson, cuidador jefe de las híbridas hiperbóreas. Bajo ellos, mordisqueando las bases de las dos grandes palmeras artificiales que se agitaban y estremecían peligrosamente ante sus ataques, estaban dos orondos pero irritados oricteropos, los armadillos devoradores de hormigas de Sudáfrica. ¡Eran los animales que se habían escapado, los animales inofensivos, a menos que se los irritase!

Todo estaba bien claro. Los oricteropos escapados habían seguido el rastro de las hormigas a todo lo largo del camino, y habían entrado por las puertas abiertas de la ciudadela que albergaba las doradas esperanzas de mi pobre amigo.

¡Hasta Hormigueros llegaron los armadillos, clavando sus enormes hocicos entre los dos mil millones de dóciles e inteligentes híbridas hiperbóreas que iban a exterminar la plaga del gorgojo del algodón de los campos, para hacer que el bello Sur sonriese de nuevo!

Pero, ¿dónde estaban las hormigas híbridas hiperbóreas? Una sola mirada a los aún irritados Orycteropus capensis contestó aquella terrible pregunta. Los gigantescos armadillos hormigueros eran inofensivos a menos que se les molestase. Y los esfuerzos realizados por el Profesor Twombley Jenks y Larsen Swenson, por salvar a las híbridas hiperbóreas, evidentemente los habían irritado.

Mi pobre amigo Dodge tuvo un ataque de locura. Llevado por su ira irresistible cayó sobre los dos oricteropos, o grandes armadillos sudafricanos y, agarrando a uno con cada mano, los mantuvo en lo alto hasta que murieron de inanición.

Y, esto, tampoco lo creerá nadie.

Cuando mi pobre amigo recuperó el conocimiento, y hubo pasado la fiebre que lo consumió durante semanas, le susurré cariñosamente:

—Animo, viejo: empezaremos de nuevo.

Pero él alzó una delgada y pálida mano y gritó con tono agudo:

—¡Nunca más!

De cualquier manera, el informe que el Profesor Twombley Jenks hizo de los últimos experimentos (Boletín del Departamento de Agricultura número 398764), acabó definitivamente con cualquier esperanza y un futuro reconocimiento gubernamental de los experimentos para destruir al gorgojo del algodón con la dócil e inteligente hormiga híbrida hiperbórea. Además, ni uno solo de esos suculentos (para ellos) insectos sobrevivió a los hambrientos ataques de los gigantescos armadillos, los Orycteropus capensis, gigantescos hormigueros sudafricanos.

Título original:

THE HYBRID HIPERBOREAN ANT

Traducción de B. Samarbete