XIV. Copenhague
El capítulo «Copenhague» del proceso de los dieciséis (Zinoviev y otros) es, por la acumulación de contradicciones y absurdos, el más monstruoso de todos los capítulos. Los hechos relacionados con Copenhague se han establecido y analizado desde hace tiempo en varios libros, empezando con El libro rojo de L. Sedov. He presentado a la Comisión los documentos y la evidencia más importantes, y me reservo el derecho de presentar material complementario en el curso de la investigación. Por esa razón, seré lo más breve posible en lo que concierne a la «semana terrorista» en Copenhague.
Acepté la invitación de los estudiantes daneses para dar una conferencia en Copenhague, con la esperanza de lograr quedarme en Dinamarca o conseguir la admisión en otro país europeo.
Este anhelo no se concretó por la presión del gobierno soviético sobre el gobierno danés (amenaza de boicot económico). Con el objetivo de disuadir a otros países para que no me ofrezcan su hospitalidad, la GPU decidió transformar mi estadía de una semana en Copenhague en una semana de «complot terrorista». Holtzman, Berman-Yurin y David supuestamente me visitaron en la capital danesa. Los tres llegaron por separado, y cada uno recibió por separado instrucciones terroristas de mi parte. Olberg, que estaba en Berlín, recibió instrucciones similares de mi parte desde Copenhague, pero en forma de una carta.
El testigo más importante contra mí y contra León Sedov es Holtzman, un viejo miembro del Partido y una persona que nos conocía personalmente a ambos. Las confesiones de Holtzman durante la investigación preliminar, y en el proceso mismo, se distinguen de las confesiones de la mayoría de los acusados por ser extremadamente exiguas. Basta decir que, a pesar de la insistencia de la fiscalía, Holtzman negó cualquier participación en actividades terroristas. El testimonio de Holtzman debe ser observado como el denominador menos común de todos los testimonios. Holtzman accedió a admitir sólo los planes terroristas de Trotsky y la participación en ellos de León Sedov. Es precisamente lo escaso de las confesiones de Holtzman lo que a primera vista les da un peso excepcional. Sin embargo, es precisamente el testimonio de Holtzman el que se derrumba ante los hechos. Los documentos y declaraciones juradas que presenté, que me abstendré de enumerar nuevamente, establecen con certeza que, al contrario de la declaración de Holtzman, Sedov no estuvo en Copenhague, y en consecuencia no pudo haber llevado a Holtzman a verme, especialmente desde un Hotel Bristol demolido en 1917. Además, las declaraciones de los otros tres «terroristas», Berman-Yurin, David y Olberg, intrínsecamente improbables, se socavan la una a la otra e invalidan definitivamente el testimonio de Holtzman.
Holtzman, Berman-Yurin y David fueron, según sus propias palabras, enviados a Copenhague por León Sedov. Pero ni Berman ni David mencionan la presencia de Sedov en Copenhague. Sólo Holtzman supuestamente se habría reunido con Sedov en el vestíbulo de un hotel arrasado.
Berman-Yurin y David, quienes, según ellos mismos han reconocido, eran absolutos extraños para mí, supuestamente fueron recomendados por mi hijo, en ese momento un estudiante de veintiséis años. Por lo tanto, se concluye que escondía mis ideas terroristas a la gente más cercana a mí, mientras daba instrucciones terroristas a conocidos casuales. Este sorprendente hecho sólo puede explicarse de una manera: aquellos que eran «conocidos casuales» para mí no eran en absoluto «conocidos casuales» para la GPU.
Un cuarto terrorista, Olberg, declaró en la sesión de la tarde del 20 de agosto de 1936: «Antes de mi partida para la Unión Soviética, intenté ir a Copenhague con Sedov para ver a Trotsky. Nuestro viaje no se concretó, pero Suzanna, la esposa de Sedov, fue para allí. A su regreso trajo una carta de Trotsky dirigida a Sedov, en la que Trotsky acordaba que vaya a la URSS.» (el destacado es mío).
Mis amigos en Berlín, los Pfemfert, como se ve en su carta del 30 de abril de 1930, ya en ese momento veían a Olberg, si no como agente de la GPU, al menos como un candidato para el puesto. Rechacé su propuesta de que viniera a Prinkipo desde Berlín como mi secretario ruso. Es absolutamente inconcebible que dos años después le hubiera dado «instrucciones terroristas». Pero Olberg, a diferencia de Berman-Yurin y David, realmente había mantenido correspondencia conmigo, y había conocido personalmente a Sedov en Berlín, se encontró con él varias veces, conocía a los amigos de Sedov, es decir, que en cierto punto se movía en su círculo. Olberg sabía, como muestra su testimonio, realmente sabía, que el intento de mi hijo de llegar a Copenhague había fracasado, pero que su esposa, que tenía pasaporte francés, estuvo allí.
Los cuatro «terroristas» declaran, como pueden observar, que fue Sedov quien los puso en contacto conmigo. Pero a partir de ese punto, sus testimonios divergen. De acuerdo con Holtzman, Sedov estaba en Copenhague. Berman-Yurin y David no mencionan la presencia de Sedov en Copenhague. Finalmente, Olberg confirma categóricamente que Sedov no pudo hacer el viaje a Copenhague. Lo más sorprendente de todo es que la fiscalía no presta la menor atención a estas contradicciones.
Están a disposición de la Comisión, como declaré, pruebas documentales de que Sedov no estuvo en Copenhague. El testimonio de Olberg y el silencio de Berman-Yurin y David corroboran este hecho. Por lo tanto, el testimonio más fuerte contra Sedov y contra mí, el de Holtzman, se hace polvo. No hay nada sorprendente en el hecho de que los amigos de la GPU busquen a cualquier precio salvar el testimonio de Holtzman, del que depende toda la historia de la «semana terrorista» de Copenhague. De ahí la hipótesis: Sedov podría haber ido a Copenhague de forma ilegal, sin que lo supieran Olberg y los demás. Con el objeto de privar a mis adversarios de su última laguna, me detendré en esta hipótesis.
¿Qué necesidad tenía Sedov de arriesgarse en un viaje ilegal? Según lo que sabemos, su supuesta estadía en Copenhague se reduce a esto: llevó a Holtzman desde el Hotel Bristol hasta mi apartamento y durante mi conversación con Holtzman, «el hijo de Trotsky, Sedov, entraba y salía de la habitación constantemente». ¡¿Sólo eso?! ¿Valía la pena hacer un viaje ilegal desde Berlín sólo para eso?
Berman-Yurin y David, quienes, de acuerdo con sus declaraciones, nunca me habían visto, pudieron localizarme en Copenhague sin la ayuda de Sedov que, como se entiende en su propia declaración, les dio todas las indicaciones necesarias en Berlín. Era mucho más fácil para Holtzman, que ya me conocía, saber dónde encontrarme. Ninguna persona sensata creería que Sedov viajó con un pasaporte falso de Berlín a Copenhague para traer a Holtzman a mi apartamento, y dejó solos a Berman-Yurin y David, a quienes también había enviado desde Berlín y que no me conocían personalmente, sin ayuda alguna.
¿Pero quizá Sedov viajó a Copenhague ilegalmente para ver a sus padres? Esta suposición sería, a primera vista, mínimamente más probable si Sedov no hubiera viajado, algunos días después, a París de forma bastante legal con el mismo propósito, es decir, para ver a sus padres.
Pero, insisten los amigos de la GPU, ¿no podría Sedov haber hecho un segundo viaje legal con el único propósito de esconder el primer viaje ilegal? Imaginemos por un momento esta combinación concretamente. A los ojos de todos, Sedov emprende los preparativos para su viaje a Copenhague. En otras palabras, no le esconde a nadie su intención de reunirse con nosotros. Todos nuestros amigos en Copenhague saben que esperamos a nuestro hijo. Su esposa y su abogado llegan a Copenhague, y les cuentan a sus amigos del fracaso de sus esfuerzos. Ahora nos piden que creamos que, no habiendo conseguido la visa, Sedov busca un pasaporte falso y llega de forma secreta a Copenhague sin que lo sepa ninguno de nuestros amigos. Allí se reúne con Holtzman en el vestíbulo de un hotel que no existe, lo lleva a una reunión conmigo sin ser visto por mis guardias, y durante mi conversación con Holtzman «entra y sale de la habitación» constantemente. Después de eso, desaparece de Copenhague de la misma forma milagrosa en la que llegó. Al regresar a Berlín, obtiene una visa francesa, y el 5 de diciembre se reúne con nosotros nuevamente en París en Gare du Nord. ¿Con qué fin?
Por un lado, tenemos el testimonio de Holtzman, que no tiene nada que decir sobre el pasaporte que usó para su viaje a Copenhague (la fiscalía no lo interroga, por supuesto, sobre este punto), y que, como broche de oro, señala como punto de reunión con el Sedov ausente un hotel que no existe. Por otro lado, tenemos el silencio de Berman-Yurin y David sobre Sedov, la afirmación absolutamente certera de que Olberg y Sedov se quedaron en Berlín, más de una veintena de declaraciones juradas que corroboran las declaraciones de Sedov, de su madre y las mías y, como aditamento, el sentido común, cuya autoridad no puede ser negada.
Para resumir: Sedov no estuvo en Copenhague; el testimonio de Holtzman es falso. Holtzman es el principal testigo de la acusación. La «semana de Copenhague» de conjunto se derrumba.
Puedo establecer una serie de argumentos que deberían despejar cualquier vestigio de duda, en caso de que todavía fuera posible que existiera alguna sobre este tema.
1. Ninguno de mis supuestos visitantes menciona ni mi domicilio ni la sección de la ciudad donde se realizó la reunión.
2. La pequeña casa que ocupábamos pertenecía a una bailarina que había viajado al exterior. Todos los muebles de la casa evidenciaban la profesión de la propietaria y era inevitable que llamara la atención de mis visitantes. De haberme visitado, Holtzman, Berman-Yurin y David, sin duda hubieran mencionado los muebles del apartamento.
3. Durante nuestra estadía en Copenhague circuló un rumor sobre la muerte de Zinoviev en la prensa mundial. El rumor resultó falso. Pero tuvo impacto en todos nosotros. ¿Puede uno imaginarse que mis visitantes, que vinieron a recibir instrucciones «terroristas», no hayan oído nada de mi parte o de otros sobre la muerte de Zinoviev, o haberlo olvidado?
4. Ninguno de mis supuestos visitantes dijo una palabra sobre mis secretarios, mis guardias, etcétera.
5. Berman-Yurin y David no dijeron nada sobre los pasaportes que usaron para viajar, cómo me encontraron, dónde se hospedaron, etcétera.
Los jueces y la fiscalía no hicieron ninguna pregunta concreta, por temor a que un gesto imprudente hubiera podido derrumbar la endeble estructura.
El órgano del partido de gobierno danés, Sozialdemokraten, inmediatamente después del juicio de Zinoviev y Kamenev, el 1 de septiembre de 1936, afirmó que el Hotel Bristol, en el que se llevó a cabo la supuesta reunión entre Holtzman y Sedov, fue demolido en el año 1917. La justicia de Moscú recibió esta noticia no poco importante con un profundo silencio. Uno de los abogados de la GPU, presuntamente el irreemplazable Pritt, apresuró la suposición de que se trató de un error del taquígrafo al escribir el nombre «Bristol». Si uno considera que los procesos se realizaron en Rusia, entonces es incomprensible que un taquígrafo ruso haya cometido un error con una palabra no rusa como «Bristol». Los informes de los procedimientos judiciales cuidadosamente corregidos fueron leídos, además, por los jueces y el público había periodistas extranjeros en el juicio. Nadie notó el «error de taquigrafía» antes de la revelación de Sozialdemokraten. El episodio naturalmente se hizo muy conocido. Los estalinistas se mantuvieron en silencio durante cinco meses.
Recién en febrero de este año la Comintern hizo un descubrimiento atenuante: en realidad no existía un «Hotel Bristol», pero existe, sin embargo, una confitería llamada «Bristol», que está junto al hotel y comparte una pared con el mismo. Este hotel se llama «Grand Hotel Copenhague», pero es, no obstante, un hotel. Sin duda, el negocio de dulces no es un hotel; aun así, su nombre es «Bristol». De acuerdo con Holtzman, la reunión tuvo lugar en el vestíbulo del hotel. El negocio de dulces no tiene vestíbulo; pero, por otro lado, el hotel, que no se llama «Bristol», sí tiene vestíbulo. A esto debe agregarse que, como aparece incluso en las imágenes publicadas en la prensa de la Comintern, las entradas del negocio y del hotel están sobre calles diferentes. Ahora bien, ¿dónde tuvo lugar la reunión? ¿En el vestíbulo que no era del «Bristol» o en el «Bristol» sin vestíbulo?
Supongamos, no obstante, por un momento que Holtzman se había confundido el negocio y el hotel al concertar la reunión con Sedov en Berlín. ¿Cómo descubrió Sedov el lugar de la reunión? Aceptemos al menos una parte de la hipótesis, y supongamos que Sedov con un ingenio inusitado, dio vuelta a la calle y encontró allí la entrada de un hotel con otro nombre y se reunió con Holtzman en el vestíbulo. Pero es evidente que Holtzman pudo haberse equivocado con respecto al nombre del hotel sólo antes de la reunión. Durante la reunión, el error debería haber sido aclarado y debería haber quedado plasmado mucho más nítidamente en los recuerdos de ambas partes. Después de la reunión, Holtzman no podría en ningún caso haber hablado del vestíbulo… de la confitería «Bristol». La hipótesis, por lo tanto, se derrumba ante el primer contacto.
Pero con el objeto de confundir aún más la situación, la prensa de la Comintern afirma que el negocio «Bristol» ha servido durante mucho tiempo como lugar de reunión de «trotskistas» daneses y aquellos que estaban de paso por el país. Existe un anacronismo obvio aquí. En noviembre de 1932 no pudimos encontrar un solo «trotskista» en Dinamarca. Aparecieron «trotskistas» alemanes en Copenhague después del triunfo de Hitler, es decir, en el año 1933. Sin embargo, incluso si suponemos por un momento que había «no sólo había ‘trotskistas’» allí en 1932, sino que la confitería Bristol ya era utilizada por ellos, la nueva hipótesis parece carecer aún más de sentido. Vayamos al testimonio de Holtzman como figura en el informe oficial:
… Sedov me dijo: «Ya que estás yendo hacia Rusia, sería bueno que vinieras conmigo a Copenhague donde está mi padre.». Estuve de acuerdo, pero le dije que para mantener todo en secreto no podíamos ir juntos [destacado mío]. Acordé con Sedov estar en Copenhague entre dos y tres días, para hospedarme en el Hotel Bristol y reunirme allí con él.
Es evidente que el viejo revolucionario, que no quería hacer el viaje junto con Sedov ya que su vida corría peligro si se descubría su viaje a Copenhague, no fijaría un punto de encuentro que, según la prensa de la Comintern, «había sido durante años [!] el lugar de reunión de los trotskistas daneses, y aquellos que forman parte de su círculo, así como de las reuniones entre los trotskistas daneses y extranjeros». En esta última circunstancia, que, como ya se ha dicho, es un invento absoluto, los agentes extremadamente celosos de la Comintern ven una confirmación de sus hipótesis. Según ellos, se deduce que Holtzman fijó la cita en un negocio lo suficientemente conocido por los estalinistas como lugar de «reunión de trotskistas». Un absurdo tras otro. Si el lugar en general era conocido por los «trotskistas» daneses y extranjeros, especialmente para Holtzman, entonces no podría haberse confundido, en primer lugar, con el Grand Hotel Copenhague y, en segundo lugar, lo habría evitado como a la peste precisamente por su reputación «trotskista». ¡Así corrige esta gente el error del taquígrafo!
La Comisión sabe por los documentos que presenté que Sedov no podría haber estado en la confitería «trotskista» porque ni siquiera estaba en Copenhague. En El libro rojo de León Sedov, el episodio del Hotel Bristol es tratado como una curiosidad que caracteriza los métodos de trabajo extremadamente descuidados de la GPU. La atención principal se concentra en probar que Sedov estaba en Berlín en noviembre de 1932. Innumerables documentos y declaraciones juradas no dejan lugar a dudas sobre este punto. Quieren que creamos que el fantasma de Sedov llegó hasta el fantasmagórico vestíbulo de la confitería, que, con cierta demora, fue transformado en un hotel mediante la fantasía de los agentes de la GPU.
Holtzman hace su supuesto viaje separado de Sedov y, naturalmente, con un pasaporte falso a fin de no dejar rastros. La entrada de extranjeros es registrada hoy en todos los países. El testimonio de Holtzman podría verificarse de inmediato si supiéramos qué pasaporte usó en su viaje de Berlín a Copenhague. ¿Puede alguien imaginar un procedimiento judicial en el que la fiscalía, en cualquier circunstancia, no interrogue al acusado sobre su pasaporte? Es sabido que Holtzman negó categóricamente una conexión con la Gestapo. Más razones para que la fiscalía interrogue a Holtzman quien, entonces, consiguió un pasaporte falso. Sin embargo, Vyshinsky naturalmente no lo puso en cuestión para no sabotear su propia obra. Según todos los indicios, Holtzman debe haber pasado la noche en Copenhague. ¿Dónde? ¿Quizás en la confitería Bristol? Vyshinsky no está interesado en esta pregunta tampoco. Su función consiste en proteger a los acusados de la verificación de su propio testimonio.
Naturalmente, el error sobre el tema del Hotel Bristol desacreditó a la acusación. El error con respecto a la reunión con el Sedov ausente desacreditó doblemente el juicio. Pero lo que desacreditó más el proceso, y a Vyshinsky mismo, es la circunstancia en la que este último no interrogó al acusado sobre su pasaporte, la fuente de donde lo obtuvo, o su lugar de hospedaje, aunque estas preguntas clamaban por respuestas. El silencio de Vyshinsky lo expone en este caso, también, como un cómplice del montaje judicial.
XV. Radek
En sus conclusiones finales (28 de enero), el fiscal Vyshinsky dijo: «Radek es uno de los trotskistas más sobresalientes, y para hacerle justicia, uno de los más capaces y persistentes. Es incorregible. Es uno de los hombres de mayor confianza y más íntimo con el gran jefe de esta pandilla, Trotsky». Todos los elementos de esta caracterización son falsos, con la posible excepción de la referencia al talento de Radek; pero incluso sobre esto es necesario agregar: talento como periodista. Y sólo es posible hablar de la «persistencia» de Radek, de su «incorregibilidad» como oposicionista y su intimidad conmigo, como una broma torpe.
Las características sobresalientes de Radek son, en realidad, impulsividad, inestabilidad, imposibilidad de confiar en él, una predisposición a entrar en pánico ante el primer signo de peligro y exhibir una gran locuacidad cuando todo está bien. Estas cualidades lo convierten en un Fígaro[490] periodístico de primer nivel, un guía invaluable para turistas y corresponsales extranjeros, pero absolutamente inadecuado para el rol de conspirador. ¡Entre las personas informadas es simplemente impensable hablar de Radek como un inspirador de intentos terroristas o como el organizador de una conspiración internacional!
Sin embargo, no es un accidente que la fiscalía le atribuya a Radek rasgos que son directamente contradictorios con su verdadero carácter; de otra forma, sería imposible crear siquiera la semblanza de una base psicológica para la acusación. De hecho, de haber elegido a Radek como el líder político del centro «puramente trotskista», de haber participado nada menos que a Radek en mis negociaciones con Alemania y Japón, sería perfectamente evidente que Radek debería haber sido no sólo un trotskista «persistente» e «incorregible», sino también uno de mis hombres «de mayor confianza e íntimo». La caracterización de Radek en las conclusiones finales del fiscal es un elemento indispensable del montaje judicial.
De acuerdo con el fiscal, Radek era el «representante de Asuntos Exteriores» en el centro «trotskista». De hecho, Radek participó de cerca en las cuestiones de política exterior, pero exclusivamente como periodista. Es verdad que en los primeros años de la Revolución de Octubre fue durante un tiempo miembro del Consejo de Comisariado del Pueblo de Asuntos Exteriores. Pero los diplomáticos soviéticos se quejaron ante el Politburó de que «cualquier cosa que se dijera en presencia de Radek se esparcía por todo Moscú a la mañana siguiente». Radek fue rápidamente removido del Consejo.
En un momento fue miembro del Comité Central, y como tal tenía derecho a presenciar las sesiones del Politburó. Por iniciativa de Lenin, los asuntos que debían mantenerse en secreto se discutían invariablemente en ausencia de Radek. Lenin apreciaba a Radek como periodista, pero no toleraba su falta de moderación, su actitud ligera hacia las cuestiones serias, su cinismo.
Es imposible olvidar la apreciación sobre Radek que hizo Lenin en el VII Congreso del Partido (1918) durante la controversia sobre el Tratado de Brest-Litovsk. En referencia al comentario de Radek, «Lenin cede terreno para ganar tiempo», Lenin dijo: «Respondo a lo que dijo el camarada Radek y aprovecho la oportunidad para manifestar que por casualidad expresó un pensamiento serio». Y continúa: «Esta vez ocurrió que el camarada Radek hizo una afirmación realmente seria».
Este comentario repetido dos veces expresa bien la esencia misma de la actitud no sólo de Lenin hacia Radek, sino también de los colaboradores más cercanos de Lenin. Señalo aquí que incluso seis años después, en enero de 1924, en la Conferencia del Partido que se convocó poco después de la muerte de Lenin, Stalin dijo: «En la mayoría de los hombres, la cabeza controla su lengua; en el caso de Radek, su lengua controla su cabeza». A pesar de su dureza, estas palabras no son equivocadas. De cualquier modo, no sorprendieron a nadie, muchos menos a Radek; estaba acostumbrado a ese tipo de evaluaciones. ¿Quién creería que puse al frente de un grandioso complot a un individuo cuya lengua controla su cabeza y que es, en consecuencia, sólo capaz de expresar ideas serias «por casualidad»?
La actitud de Radek hacia mí atravesó dos niveles de desarrollo. En 1923, escribió loas hacia mí («León Trotsky, el organizador de la victoria», Pravda, 14 de marzo de 1923[491]), que me sorprendieron por su tono exaltado. En los días del proceso de Moscú (21 de agosto de 1936), Radek escribió sobre mí el más calumniador y cínico de todos sus artículos. El intervalo entre esos dos artículos se divide a mitad de camino por la capitulación de Radek. El año 1929 fue el punto de inflexión en su vida política y en su actitud hacia mí, la historia de nuestras relaciones antes y después de 1929 pueden seguirse sin dificultad de año a año a través de artículos y cartas. En esta cuestión, como en otras, establecer los hechos básicos es refutar la acusación.
Desde 1923 hasta 1926, Radek vaciló entre la Oposición de Izquierda en Rusia y la Oposición de Derecha en Alemania (Brandler, Thalheimer[492], etc.). En ese momento, de la ruptura abierta entre Stalin y Zinoviev (que comenzó en 1926[493]), Radek buscó en vano que la Oposición de Izquierda hiciera un bloque con Stalin. Después de eso, Radek perteneció durante tres años (¡un período de tiempo inusual para él!) a la Oposición de Izquierda. Pero en la Oposición se mantuvo oscilando hacia la izquierda y hacia la derecha.
En agosto de 1927, al desarrollar la idea de la amenaza del Termidor, Radek escribió en sus tesis programáticas:
La tendencia hacia la degeneración termidoriana del Partido y sus principales instituciones se expresa en los siguientes puntos:…(d) en la línea de aumentar el peso del aparato del Partido contra las organizaciones de base del Partido, que encuentra su expresión clásica en la declaración de Stalin al Pleno (agosto 1927): «Estos cuadros sólo pueden ser destituidos por medio de la guerra civil» —una declaración, que es… la fórmula clásica del golpe de Estado bonapartista; (e) en la política exterior proyectada por Sokolnikov. Es necesario nombrar a estas tendencias abiertamente como termidorianismo… y decir abiertamente que encuentran su expresión completa en el Comité Central en su ala derecha (Rykov, Kalinin[494], Voroshilov, Sokolnikov) y en parte en el centro (Stalin). Es necesario decir abiertamente que las tendencias del Termidor están creciendo…
Esta cita es importante en dos aspectos:
a. Muestra, en primer lugar, que ya en 1927 Stalin proclamó que la burocracia («estos cuadros») era inamovible, y pronunció que toda oposición a ellos equivalía a la guerra civil (Radek, junto con toda la Oposición, designó esta declaración pública como una manifestación de bonapartismo).
b. Caracteriza inequívocamente a Sokolnikov, no como un adherente ideológico, sino como un representante del ala derecha termidoriana. Sin embargo, en el último proceso Sokolnikov figura como un miembro del centro «trotskista».
A finales de 1927, Radek, junto con cientos de otros oposicionistas, fue expulsado del Partido y desterrado a Siberia. Zinoviev, Kamenev y luego Pyatakov hicieron declaraciones de arrepentimiento. Para la primavera de 1928 Radek empezó a dudar, pero trató de mantenerse firme durante cerca de un año.
El 10 de mayo, Radek le escribe a Preobrazhensky [495] desde Tobolsk: «Repudio a los zinovievistas y pyatakovistas por dostoievskianos. Al retractarse, violan sus propias convicciones. Es imposible ayudar a la clase obrera con mentiras. Los que se quedan deben decir la verdad[496]».
El 24 de junio, en respuesta a mis temores, Radek me escribe lo siguiente: «Ninguno de nosotros propone renunciar a sus ideas. Semejante renuncia sería lo más ridículo, ya que la historia las reivindicó brillantemente[497]».
Para Radek, por lo tanto, no cabía la menor duda de que los oposicionistas podrían retractarse con el único propósito de congraciarse con la burocracia. Nunca pasó por su cabeza que detrás de las renuncias podrían acechar designios diabólicos.
El 3 de julio, Radek le escribió al capitulador Vardine[498]:
Zinoviev y Kamenev han renunciado, si quieres, con el objeto de ayudar al Partido, pero de hecho para lo único que tienen valor es para escribir artículos contra la Oposición. Esa es la lógica de su oposición, que el penitente debe probar su arrepentimiento.
Estas líneas arrojan cierta luz sobre los procesos venideros, en los que no sólo Zinoviev y Kamenev, sino también Radek, deberán «probar» la honestidad de todos sus arrepentimientos previos.
En el verano de 1928, Radek, junto con Smilga, elaboraron unas tesis políticas en las que, entre otras cosas, establecen: «Aquellos que, como Pyatakov, se apresuraron a enterrar sus pasados mediante la traición están seriamente equivocados». Así, Radek se expresa sobre su futuro colaborador en el mítico «centro paralelo». En ese mismo momento, Radek estaba vacilando. Pero psicológicamente no era capaz de ver la capitulación de Pyatakov como otra cosa que no fuera traición.
Sin embargo, la urgencia de Radek por hacer las paces con la burocracia se había vuelto tan transparente en sus cartas que F. Dingelstedt[499], uno de los exiliados más prominentes de la generación más joven, estigmatizaba abiertamente las tendencias «capituladoras» de Radek. El 8 de agosto, Radek le contestó a Dingelstedt:
La circulación de cartas sobre mi capitulación es una muestra de ligereza, una acción que sólo puede sembrar pánico, y es indigna de un viejo revolucionario. Cuando haya reflexionado sobre el tema, cuando haya recobrado el equilibrio de sus nervios (y necesitamos nervios fuertes, ya que el exilio no es nada en comparación con lo que nos espera ver en los días por venir), entonces usted, como antiguo miembro del Partido, se avergonzará de haber perdido la cabeza. Saludos comunistas, K. R.
Vale la pena señalar especialmente en esta carta el comentario de que el exilio en Siberia no es nada en comparación con lo que nos espera ver en los días por venir. Es como si Radek previera los futuros juicios.
El 16 de septiembre, Radek escribió a los exiliados de Kolpashev[500]:
Stalin pide que reconozcamos nuestros «errores» y olvidemos los suyos… Esta fórmula es un pedido para que capitulemos como una tendencia especial y nuestra subordinación al centro. Con esta condición, está dispuesto a ofrecernos clemencia. No podemos aceptar esta condición [Boletín de la Oposición, N° 5-4, septiembre de 1929].
Ese mismo día, Radek le escribió a Vrachev[501] en relación a los golpes recibidos por él de parte de los oposicionistas más firmes: «La protesta no me impedirá cumplir con mi deber. Y quien sobre la base de estas críticas [las críticas de Radek] siga balbuceando sobre prepararse para el pyatakovismo sólo probará su deficiencia mental».
Para Radek, Pyatakov todavía sigue siendo la medida de una extrema bancarrota política.
Estas solas citas, que describen el verdadero proceso de diferenciación dentro de la Oposición y la deserción de su ala inestable y oportunista al campo de la burocracia, destruyen completamente la versión de fabricación policial de las capitulaciones como un método calculado de conspiración contra el Partido.
En octubre de 1928, Radek intentó hacer un llamado al Comité Central para frenar o al menos suavizar la persecución de la Oposición. «A pesar del hecho de que los más viejos de nosotros hemos luchado por el comunismo durante un cuarto de siglo», escribió desde Siberia a Moscú, «nos expulsan del Partido y nos destierran como contrarrevolucionarios… sobre la base de una acusación que no nos deshonra a nosotros, sino a aquellos que la hacen» (Artículo 58 del Código Penal[502]). Radek enumera una serie de instancias del tratamiento cruel de los exiliados —Sibiriakov, Alsky, Khorechko[503]— y continúa:
Pero las circunstancias alrededor de la enfermedad de Trotsky acaban con la paciencia de uno. No podemos quedarnos pasivos y en silencio mientras la malaria carcome la fuerza del luchador que sirvió toda su vida a la clase obrera y que fue la espada de la Revolución de Octubre.
Esa es una de las últimas declaraciones de Radek, el oposicionista, y su último comentario positivo sobre mí. A principios de 1929 ya se negó a esconder sus vacilaciones. A mediados de junio, después de las negociaciones con los comités del Partido y la GPU, Radek, el capitulador, regresó a Moscú, aunque vigilado. En una de las estaciones en Siberia tuvo una conversación con los exiliados, que uno de los participantes cuenta en una carta enviada al extranjero (Boletín de la Oposición, N° 6, octubre de 1929):
PREGUNTA: ¿Y cuál es su actitud hacia L.D. [Trotsky]?
RADEK: He roto definitivamente con L.D. A partir de ahora somos adversarios políticos. No tenemos nada en común con el colaborador de Lord Beaverbrook.
PREGUNTA: ¿Usted pide la abolición del Artículo 58?
RADEK: ¡En absoluto! Para aquellos que vienen con nosotros será abolido en sí mismo. Pero no aboliremos el Artículo 58 para aquellos que siguen el camino de socavar al Partido, que organizarán el descontento de las masas. Los agentes de la GPU no nos dejan hablar. Empujaron a Karl [Radek] dentro del tren, lo acusan de agitar contra la deportación de Trotsky. Radek grita desde el tren: «¿Agito contra la deportación de Trotsky? ¡Ja ja!… ¡Estoy agitando para que los camaradas regresen al Partido!». Los agentes de la GPU escucharon en silencio y empujaron a Karl dentro del tren. El expreso empezó a moverse.
De acuerdo con esta vívida narración, que pinta a Radek de alma y cuerpo, escribí una nota editorial:
Nuestro corresponsal dice que en el «fondo [de la capitulación] hay ‘cobardía’». Esta formulación puede parecer simplificada en extremo. Pero en esencia es correcta. Naturalmente, es una cuestión de cobardía política, la cobardía personal no necesariamente tiene que ver en este asunto, aunque bastante a menudo coinciden felizmente.
Esta caracterización está en armonía con mi apreciación de Radek.
Un poco antes, el 14 de junio, no bien llegó el telegrama que traía noticias del «sincero arrepentimiento» de Radek, escribí:
Al capitular, Radek tacha su nombre de la lista de los vivos. Caerá en la categoría de los medio muertos, los medio perdonados, encabezada por Zinoviev. Esta gente teme pronunciar una sola sílaba en voz alta, teme pensar por sí misma y, por lo tanto, vive con miedo constante de su propia sombra[504][Boletín de la Oposición, N° 1-2, julio de 1929].
Menos de un mes después (7 de julio), escribí en otro artículo sobre el tema de las capitulaciones: «Hablando en general, nadie ha acusado todavía a Radek de perseverancia o de conspiración» (Boletín de la Oposición, N° 1-2, julio de 1929). Estas palabras parecen una réplica polémica al fiscal Vyshinsky, que siete años después sería el primero en acusar a Radek de ser «constante» y «consistente».
A finales de julio, volví una vez más sobre el mismo tema, esta vez con una perspectiva más amplia:
La capitulación de Radek, Smilga, Preobrazhensky, es a su manera un gran hecho político. Sobre todas las cosas, muestra cómo se ha dilapidado completamente una generación grande y heroica de revolucionarios, cuyo destino era pasar a la historia por las experiencias de la guerra y la Revolución de Octubre. Tres viejos y meritorios revolucionarios han tachado sus nombres de la lista de los vivos. Se han privado a sí mismos de lo más importante, el derecho a exigir confianza. No podrán recuperar esto.
Desde mediados de 1929, el nombre de Radek se convirtió, en las filas de la Oposición, en el símbolo de las formas más degradantes de capitulación y el apuñalamiento de los viejos amigos. El ya mencionado Dingelstedt, a fin de mostrar las dificultades de Stalin más claramente, pregunta con ironía: «¿Recibirá alguna ayuda del renegado Radek?». Para enfatizar su desprecio por el documento de un capitulador reciente, Dingelstedt agrega: «te has abierto un camino hacia Radek» (22 de septiembre de 1929).
Otro oposicionista exiliado escribe desde Siberia el 27 de octubre (Boletín de la Oposición, N° 7, noviembre-diciembre de 1929): «El trabajo de Radek ha adquirido un carácter excepcionalmente despreciable. No hay otra palabra para ello. Vive de intrigas mezquinas y rumores; mancilla rabiosamente su propio pasado».
En el otoño de 1929, Rakovsky describe cómo Preobrazhensky y Radek entraron en el camino de la capitulación: «El primero lo hizo con cierta consistencia, el segundo, como siempre, con evasivas y saltos de la extrema izquierda a la extrema derecha, y viceversa» (Boletín de la Oposición, N° 7, noviembre-diciembre de 1929). Rakovsky observa con sarcasmo que cada capitulador, al desertar de la Oposición, se ve obligado a «patear a Trotsky» con «pezuñas radekistas». Todas estas citas hablan por sí solas. ¡No, las capitulaciones no son una artimaña militar del «trotskismo»!
En el verano de 1929, un antiguo miembro de mi secretariado militar, Blumkim, que estaba en Turquía en ese momento, me visitó en Constantinopla. A su regreso a Moscú, Blumkim le contó a Radek de la reunión. Radek lo traicionó inmediatamente. En ese momento, la GPU todavía no había hecho las acusaciones de «terrorismo». Sin embargo, Blumkim fue fusilado, de forma secreta y sin juicio. Aquí está lo que afirmé entonces en el Boletín, el 25 de diciembre de 1929, en base a las cartas recibidas desde Moscú: «Ya conocemos el balbuceo nervioso de Radek. Ahora está absolutamente desmoralizado, como la mayoría de los capituladores. Tras perder los últimos vestigios de equilibro moral, Radek no se detiene ante ninguna bajeza». A continuación, se llama a Radek un «histérico vacío». La correspondencia relata cómo fue traicionado Blumkim después de su reunión con Radek. Desde ese momento en adelante se convirtió en la figura más despreciada por la Oposición; no fue sólo un capitulador sino un traidor.
Siete años después —me veo obligado a anticiparme— Radek, en un artículo que exigía la muerte de Zinoviev y otros, publicado en Izvestia el 21 de agosto de 1936, escribió que en 1929 yo había ordenado a Blumkim «organizar incursiones en las representaciones comerciales en el extranjero para obtener dinero que [Trotsky] necesitaba para operaciones antisoviéticas». No me detendré a discutir lo absurdo de esta «orden»: ¡las representaciones comerciales, uno se imagina, no guardan los fondos en sus oficinas, sino en bancos! Nos interesa otro aspecto de este tema: en agosto de 1936, Radek todavía era, de acuerdo con sus palabras, un miembro del «centro trotskista». Durante los cuatro meses después de su arresto negó, de acuerdo con su propia declaración en el tribunal, cualquier participación en el complot; es decir, de acuerdo con la caracterización del fiscal, se mostró testarudo y como un «trotskista» incorregible. ¿Por qué, entonces, el 21 de agosto de 1936, sin razón aparente, me atribuyó crímenes monstruosos y sin sentido a mí, el «líder» del complot? Que alguien invente una explicación que encaje en el esquema de Vyshinsky. Por mi parte, me niego a hacer cualquier intento.
La amarga hostilidad entre Radek y la Oposición puede seguirse año a año. Me veo obligado a limitarme a una selección de ejemplos.
Trece oposicionistas exiliados en Kansk, Siberia, al presentar una protesta al Presídium del XVI Congreso (junio de 1930), escribieron, entre otras cosas: «El Consejo de la GPU de la URSS, basándose en información traicionera proporcionada por el renegado Karl Radek, ha condenado al camarada Blumkim, miembro del Partido Comunista de la URSS, a la pena capital».
Un oposicionista exiliado, caracterizando la degeneración política y moral de los capituladores en el Boletín de la Oposición (N° 19, marzo de 1931), no olvidó agregar:
El que ha degenerado más rápidamente es Radek. Los capituladores de otros grupos, no sólo entre las bases sino entre los dirigentes, se esfuerzan por dejar claro que no tienen nada en común con él ni política ni personalmente. Lo más francos dicen simplemente: «Radek está jugando un rol repugnante y traidor». Transmito [agrega el corresponsal] sólo un hecho menor, pero característico del cinismo de Radek. En respuesta a un pedido de ayudar a un exiliado bolchevique que estaba gravemente enfermo, Radek se negó, y agregó: «Volverá, y cuanto antes mejor». ¡Radek mide todo con su propia vara, sucia y mezquina!
Lo que sigue, escrito desde Moscú, se publicó en el Boletín el 15 de noviembre de 1931:
Todo tranquilo en el «frente» capitulador. Zinoviev está escribiendo un libro sobre la II Internacional. Políticamente, ni él ni Kamenev existen. Sobre los demás, no hay novedades. Una excepción: Radek; empieza a jugar un «rol». Radek realmente dirige Izvestia. Se ha vuelto bastante conocido en su nuevo rol como «amigo personal de Stalin». ¡Y no es broma! En cualquier conversación, Radek intenta con toda su fuerza crear la impresión de que tiene una relación muy íntima con Stalin: «Ayer, cuando tomaba el té con Stalin», etc. [Boletín de la Oposición, N° 25-26, noviembre-diciembre de 1931].
Radek, a diferencia de los otros capituladores, empezó a jugar cierto «rol» sólo porque con su actitud se ganó nuevamente la confianza de los gobernantes. Quisiera señalar que la correspondencia que se ha citado fue publicada precisamente cuando, de acuerdo con la acusación, yo estaba tomando las medidas necesarias para inducir a Radek a entrar en el camino del terrorismo. Evidentemente, estaba forzando a mi mano izquierda para que destruyera lo que hacía la derecha.
La discusión alrededor de Radek tomó un carácter internacional. Así, la organización de la Oposición en Alemania, la Leninbund92, publicó la declaración de Radek, Smilga y Preobrazhensky, y se ofreció a imprimir mi declaración.
En octubre de 1929, respondí a la dirección de la Leninbund: «¿No es monstruoso? En mi folleto defiendo el punto de vista de la Oposición rusa. Radek, Smilga y Preobrazhensky son renegados, enemigos acérrimos de la Oposición rusa, y Radek no se detiene ante ninguna calumnia». En las publicaciones de la Oposición de Izquierda de esos años pueden encontrarse, en varios idiomas, no pocos artículos y comentarios despectivos vilipendiando a Radek.
El periodista norteamericano Max Shachtman, uno de mis compañeros de ideas, bien informado sobre las relaciones internas en la Oposición rusa, me envió desde Nueva York el 13 de marzo de 1932 varias viejas observaciones de Radek sobre mí con el siguiente comentario:
En vistas del coro estalinista en el que Radek canta ahora, ¿no sería interesante recordarles a los trabajadores comunistas nuevamente que hace casi doce años, antes de que la lucha contra el ‘trotskismo’ se convirtiera en un negocio redituable, Radek cantaba una canción diferente?
Durante el juicio, Radek declaró: «… en febrero de 1932, recibí una carta de Trotsky. Trotsky escribió que ya que sabía que yo era una persona activa, estaba convencido de que volvería a la lucha». Tres meses después de esta supuesta carta, el 14 de mayo de 1932, le escribí a Albert Weisbord[505] en Nueva York: «… La degeneración ideológica y moral de Radek testifica el hecho de que no sólo Radek no está hecho de material de primera, sino que el régimen estalinista debe apoyarse en funcionarios despersonalizados o personas desmoralizadas». Esa era mi verdadera apreciación de esta «persona activa».
En mayo de 1932, el periódico liberal Berliner Tageblatt, en un número especial dedicado a la construcción económica de la URSS, publicó un artículo de Radek, que por enésima vez me condenaba por mi incredulidad respecto de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país. «Esta tesis es negada no sólo por los enemigos declarados de la Unión Soviética», escribió Radek, «sino también discutida por León Trotsky». Le respondí en el Boletín (N° 28, de julio de 1932) con una breve nota titulada: «Un tonto habla sobre un tema serio[506]». Permítanme recordarles que en la primavera de ese año Radek viajó a Ginebra, donde supuestamente recibió, a través de Romm, una carta de mi parte proponiendo un exterminio lo antes posible de los dirigentes soviéticos. Resulta que confiaba misiones «serias» a un «tonto».
Durante los años 1933-1936, mis lazos con Radek, si alguien cree en su testimonio, se volvieron muy sólidos. Eso no le impidió revisar la historia de la Revolución para interés personal de Stalin. El 21 de noviembre de 1935, tres semanas antes del «vuelo» de Pyatakov a Oslo, Radek narró en Pravda su entrevista con un extranjero: «Le conté cómo el camarada de armas más cercano de Lenin, Stalin, dirigió la organización de los frentes y elaboró los planes estratégicos, en base a los cuales logramos la victoria». Así, fui completamente excluido de la historia de la Guerra Civil. A pesar de que el propio Radek una vez escribió una versión diferente; ya he mencionado este artículo, «León Trotsky, el organizador de la victoria» (Pravda, 14 de marzo de 1923). Me veo ahora obligado a citar ese texto:
Nos hacía falta un hombre que fuera la encarnación del grito de guerra, un hombre que, subordinándose completamente a los requerimientos de la lucha, se convirtiera en el llamado a las armas, la voluntad que nos arrancara a todos la sumisión incondicional a la gran necesidad de sacrificio. Únicamente un hombre con la capacidad de trabajo de Trotsky, tan impiadoso consigo mismo como Trotsky, que pudiera hablar a los soldados como sólo lo hacía Trotsky, solamente un hombre así podía ser el abanderado del pueblo trabajador en armas. Ha sido todo esto, en una sola persona[507].
En 1923 yo era «todo»; en 1935, me convertí, para Radek, en «nada». En la serie de artículos de 1923 Stalin no es mencionado ni siquiera una vez. En 1935, resulta ser «el organizador de la victoria».
Así, Radek tiene en su poder dos historias diametralmente opuestas de la Guerra Civil: una del año 1923, la otra del año 1935. Ambas versiones, sin importar cuál sea la verdadera, caracterizan inequívocamente el grado de honestidad de Radek, así como su actitud hacia mí y hacia Stalin. Aunque supuestamente ata su destino al mío mediante los lazos del complot, Radek me difama y me denigra incansablemente. Por otro lado, habiendo decidido asesinar a Stalin, lustra extasiado sus botas durante siete años.
Pero esto no es todo. En enero de 1935, Zinoviev, Kamenev y otros fueron sentenciados, en relación con el asesinato de Kirov, a algunos años de prisión. Durante el juicio confesaron el deseo de «restaurar el capitalismo». En el Boletín de la Oposición estigmaticé esta autoacusación como un montaje grosero y sin sentido. ¿Quién se apresuró a defender a Vyshinsky? ¡Radek! «No es cuestión de si el capitalismo es el ideal de los señores Trotsky y Zinoviev», escribió en Pravda, «sino si el socialismo es posible en nuestro país.», etc. Respondí en el Boletín (N° 43, abril de 1935): «Radek dice impulsivamente que Zinoviev y Kamenev no participaron de ningún complot con el fin de restablecer el capitalismo, contrariamente a lo que afirma vergonzosamente la declaración oficial, sino simplemente que rechazaron la teoría del socialismo en un solo país».
El artículo de Radek de enero de 1935, al entrar como un eslabón lógico en la cadena de calumnias contra la Oposición, preparó el camino para su artículo de agosto de 1936: «La banda fascista trotskista-zinovievista, y su Hetman Trotsky». Este artículo, a su vez, no era más que un preludio del testimonio judicial de Radek en enero de enero de 1937. Cada paso superaba al precedente. Es precisamente por eso que absolutamente nadie creía que Radek sólo sería un testigo en el juicio para la fiscalía. Para que su testimonio en mi contra tuviera algún peso, era necesario transformar a Radek en un acusado, hacer pender sobre él la espada de Damocles de la pena de muerte. La forma en que Radek fue transformado en acusado es una cuestión especial que, en esencia, pertenece al terreno de la técnica inquisitoria. Es suficiente para nosotros que Radek se haya sentado en el banquillo de los acusados, no como mi compañero de ideas, colaborador y amigo de años, sino como un viejo capitulador, el que traicionó a Blumkim, el agente desmoralizado de Stalin y la GPU, como el más pérfido de todos mis enemigos.
En este punto podríamos anticiparnos a preguntar: ¿cómo pudo el gobierno, a la luz de estos hechos y documentos, presentar a Radek como el líder de un complot «trotskista»?
Esta pregunta, sin embargo, no se relaciona con Radek mismo, sino con el proceso de conjunto. Radek es transformado en un «trotskista» mediante los mismos métodos que me transformaron a mí en un aliado del Mikado, y por los mismos motivos políticos. A la pregunta planteada anteriormente, una respuesta breve podría ser la siguiente: 1. el sistema de «confesiones» sólo era apropiado para capituladores que habían pasado por la escuela de la retractación y la autodenigración; 2. los organizadores del juicio no pudieron encontrar un mejor candidato para el rol asignado a Radek; 3. el cálculo de los organizadores se construye sobre el efecto sumario de las confesiones y ejecuciones públicas, cuyo objeto era ahogar toda crítica. Ese es el método de Stalin. Ese es el actual sistema político en la URSS. El caso de Radek es sólo el ejemplo más impactante.
XVI. Vladimir Romm, «Testigo»
Todo el tejido del juicio está podrido. Vamos a ver esto en el testimonio de Vladimir Romm, uno de los testigos más importantes, que, además, fue llevado al tribunal bajo custodia. Si dejamos de lado el vuelo de Pyatakov a Oslo en el mítico avión, Romm, de acuerdo con el diseño de la acusación, sirve de nexo conector entre el «centro paralelo» (Pyatakov-Radek-Sokolnikov-Serebryakov) y yo. A través de Romm supuestamente se enviaban las cartas mías a Radek, de Radek para mí. Romm, supuestamente, conocía personalmente, no sólo a León Sedov, mi hijo, sino también a mí. ¿Quién es este testigo? ¿Qué hizo y qué vio? ¿Cuáles son los motivos detrás de su participación en la conspiración? Escuchémoslo más atentamente.
Romm es, por supuesto, un «trotskista». Sin trotskistas especialmente señalados por la GPU, nunca hubiera habido ninguna «conspiración trotskista». Tendríamos que estar interesados en saber, sin embargo, la fecha exacta de la adhesión de Romm a los «trotskistas», concediendo que haya adherido alguna vez. Pero incluso sobre esta primera, y parecería, no poco importante cuestión, recibimos una respuesta muy sospechosa:
VYSHINSKY: ¿Cuál era su relación con Radek en el pasado?
ROMM: Al principio, lo conocí por medio de un trabajo literario y después, en 1926-1927, estuve relacionado con él en el trabajo antipartidario de los trotskistas.
¡Y así termina el principal interrogatorio de Vyshinsky! Lo que llama la atención primero que nada es la forma de expresión. El testigo no hace referencia su actividad oposicionista; no pronuncia una sola palabra para caracterizar su contenido; no, inmediatamente utiliza una calificación criminal: «trabajo antipartidario de los trotskistas», y nada más. Romm simplemente entrega al tribunal, en formato listo para usar, la fórmula requerida para el informe de los expedientes judiciales. Así se comportan todos los acusados y testigos disciplinados durante los juicios de Stalin-Vyshinsky; los indisciplinados son fusilados antes del juicio. Al reconocer los servicios prestados, el fiscal se abstiene de avergonzar al testigo con preguntas sobre las circunstancias bajos las cuales se unió a la Oposición y la forma en la que se expresaba el trabajo «antipartido». La regla fundamental de Vyshinsky es: ¡no pondrás a los acusados y los testigos en una posición embarazosa! Pero incluso sin la ayuda del fiscal no es difícil concluir que en su primera declaración, Romm está diciendo algo que no es verdad. Los años 1926-1927 comprenden un período en el que la actividad de la Oposición tuvo su mayor extensión. Se elaboró e imprimió la extensa plataforma de la Oposición; en el Partido había una discusión acalorada; se realizaban grandes reuniones de la Oposición, a las que asistían decenas de miles de trabajadores sólo en Moscú y Leningrado; finalmente, la Oposición participó en la movilización de noviembre con sus propias banderas y consignas. Si Romm ya pertenecía a la Oposición durante ese período, ya debería haberse conectado con varios individuos. Pero no; cuidadosamente sólo nombra a Radek. Mientras Troyanovsky le aseguraba a todo el mundo en Nueva York que Romm «realmente» era «trotskista», el informe textual del juicio refutaba definitivamente la falsa declaración del diplomático. Radek dice sobre Romm: «Conocía a Romm desde 1925. No era un colaborador en el sentido estricto, pero estaba con nosotros en la cuestión china». Esto significa, en otras palabras, que Romm se mantenía alejado de la Oposición en las demás cuestiones. Entonces, este hombre que, incluso de acuerdo con el testimonio de Radek, sólo lo acompañaba episódicamente en la cuestión china (1927), es arrastrado a la luz del día como un… ¡terrorista!
¿Por qué le tocó a Romm el papel de contacto? Debido a su profesión de corresponsal extranjero viajaba a Ginebra, París, Estados Unidos y, en consecuencia, poseía los medios técnicos para cumplir con la tarea que le fue impuesta de forma retroactiva por la GPU. Y puesto que después de las decenas de purgas a las que fueron sometidas todas las delegaciones extranjeras e instituciones de la Unión Soviética desde finales de 1927, era imposible encontrar, incluso con una linterna, algún «trotskista» o al menos un capitulador en el extranjero, Yezhov se vio obligado a señalar a Romm como «trotskista», mientras que Vyshinsky tuvo que contentarse en silencio con la respuesta de Romm sobre la conexión «antipartidaria» con Radek en 1926-1927.
Pero ¿qué hizo Romm después de 1927? ¿Rompió con la Oposición o se mantuvo leal a ésta? ¿Se retractó o no tenía nada de qué retractarse? Ni una palabra sobre todo esto. Al fiscal no le interesa la psicología política sino la geografía.
VYSHINSKY: ¿Estuvo alguna vez en Ginebra?
ROMM: Sí, fui corresponsal de TASS en Ginebra, también en París. En Ginebra, de 1930 a 1934.
¿Leyó Romm el Boletín de la Oposición durante los años que vivió en el extranjero? ¿Contribuyó con fondos? ¿Hizo el mínimo intento de contactarse conmigo personalmente? Sobre todo esto, ni una palabra. Aunque no hubiera sido demasiado trabajo escribirme una carta desde Ginebra o París. Para hacerlo, sólo se necesitaba estar interesado en la Oposición, y en mi actividad en particular. Romm no hace ninguna referencia a tal interés de su parte, y el fiscal naturalmente no lo interroga sobre esto. Luego, Romm terminó en 1927 su trabajo «antipartidario», que sólo conocía Radek, es decir, si admitimos por un momento que alguna vez empezó. Debe tenerse en mente que no es costumbre enviar a un extraño cualquiera como corresponsal de TASS a Ginebra o París. La GPU elige cuidadosamente a los individuos, y, al mismo tiempo, se asegura de su total disposición a cooperar. No es de extrañar, entonces, que Romm, mientras estuvo en el extranjero, no haya evidenciado el más mínimo interés «oposicionista» en mí o en mi actividad.
Pero Vyshinsky necesita con urgencia un contacto entre Radek y yo. No hay mejor candidato. Es por eso que repentinamente resulta que en el verano de 1931, mientras pasaba por Berlín, Romm conoció a Putna, quien le ofreció «ponerlo en contacto con» Sedov. ¿Quién es Putna? Un importante oficial del Estado Mayor, que participó en la Guerra Civil, y después fue agregado militar en Londres. Durante un cierto período, Putna, como me enteré incluso antes de mi exilio en Asia Central (1928), realmente simpatizaba con la Oposición, y quizás incluso participaba. Tuve muy pocas oportunidades de conocerlo personalmente, y fue sólo por asuntos militares. Nunca tuve una discusión con él sobre temas de la Oposición. No sé si después fue obligado a arrepentirse oficialmente. De cualquier modo, cuando leí en Prinkipo sobre la designación de Putna al importante puesto de agregado militar en Londres, llegué a la conclusión de que se había vuelto absolutamente confiable para las autoridades. En tales circunstancias, ni yo ni mi hijo podríamos haber tenido ninguna conexión con Putna en el extranjero. Me entero, sin embargo, por el informe de los expedientes judiciales, entre otras cosas extraordinarias, de que no fue otro que Putna quien se ofreció a poner a Romm «en contacto con» Sedov. ¿Con qué fin? Romm ni siquiera se molestó en preguntar. Simplemente aceptó la oferta de Putna, con quien no había tenido contacto político previo. En ningún momento menciona ninguno. Así, después de un lapso de cuatro años, Romm, por razones desconocidas, acepta reanudar su «trabajo trotskista antipartidario». Fiel a su sistema, no se refiere, en el tribunal, más que con una sola palabra a sus motivaciones políticas. ¿Quería tomar el poder? ¿Estaba luchando por restaurar el capitalismo? ¿Estaba consumido por el odio hacia Stalin? ¿Fue seducido por la conexión con el fascismo? ¿O estaba simplemente guiado por su vieja amistad con Radek, que por cierto se las había ingeniado para arrepentirse, y que ya había estado maldiciendo a la Oposición por los todos los medios durante más de dos años? El fiscal, por supuesto, no molesta al testigo con preguntas desconcertantes. No es tarea de Romm poseer una psicología política. Su tarea es efectivizar una conexión entre Radek y Trotsky y, de paso, comprometer a Putna, que al mismo tiempo era entrenado en la prisión de la GPU para futuras «confesiones».
«Me reuní con Sedov», continúa Romm, «y en respuesta a su pregunta sobre si estaba preparado, si fuera necesario [!], para servir como nexo con Radek, estuve de acuerdo.». Al responder, Romm da su consentimiento, sin explicar sus motivaciones. Sin embargo, Romm no podría haber sabido que por haberse reunido conmigo en 1929 en Estambul, y por haber intentado llevar una carta mía para mis amigos en Rusia, Blumkim fue fusilado. Esta carta, por cierto, está en este preciso momento en los archivos de la GPU, pero todo esto está tan extremadamente adaptado a los objetivos de Vyshinsky y Stalin que no contemplaron siquiera la idea de publicarla. En cualquier caso, de haberse aventurado a asumir la misión de contacto después del fusilamiento de Blumkim, Romm debe haber sido un abnegado y heroico opositor. ¿Por qué guardó silencio durante cuatro años? ¿Por qué esperó un encuentro casual con Putna, y por qué esperó a que lo «pongan en contacto» con Sedov? ¿Y por qué, por otro lado, bastó una sola reunión para que Romm asumiera, allí mismo, sin ninguna objeción, esta tarea extremadamente peligrosa? No hay un solo elemento de psicología humana en este juicio. Los testigos, al igual que los acusados, sólo cuentan aquellas «acciones» que necesita el fiscal Vyshinsky. La conexión entre las «acciones» ficticias está dada, no por las ideas y los sentimientos de seres vivos, sino por un patrón establecido a priori por la acusación.
En la primavera del año siguiente, cuando Radek llegó a Ginebra, Romm «le entregó la carta de Trotsky que yo [Romm] había recibido de Sedov no mucho antes en París». Entonces, en la primavera de 1931, Sedov hipotéticamente había planteado la cuestión de contactarse con Radek, «si fuera necesario». ¿Previó quizá Sedov la llegada de Radek a Ginebra? Obviamente no, porque en el verano de 1931 Radek mismo no podría haber previsto su propio viaje. Para bien o para mal, tres cuartos de año después de una conversación en Berlín, Sedov tuvo la oportunidad de aprovechar una promesa de Romm. Pero ¿qué sucedió en los recovecos de la mente de Romm en el intervalo entre el verano de 1931, cuando empezó su participación en la «conspiración», y la primavera de 1932, cuando dio los primeros pasos prácticos? ¿Intentó, siquiera entonces, establecer contacto conmigo? ¿Se interesó en mis libros, publicaciones y amigos? ¿Tuvo discusiones políticas con Sedov? Nada de eso. Romm simplemente asumió una misión menor que bien pudo haberle costado su cabeza. Lo demás no le interesaba. ¿Romm se parece en algo a un verdadero trotskista? Difícilmente; de hecho, él y los agentes provocadores de la GPU se parecen tanto como las gotas de agua entre sí, si es que realmente cometió los actos que describe. De hecho, todos estos actos fueron pensados de forma retroactiva. Vamos a tener muchas oportunidades de ver esto.
¿En qué circunstancias le entregó Sedov a Romm una carta dirigida a Radek, en la primavera de 1932? La respuesta a esta pregunta es realmente destacable: «Unos días antes de mi partida hacia Ginebra», dice Romm, «mientras estaba en París, recibí una carta enviada desde París mismo, con una breve nota de Sedov pidiéndome que llevara la carta en sobre cerrado a Radek». Entonces, unos nueve o diez meses después de su primera y única reunión con Romm. ¡cuántas retractaciones, traiciones y provocaciones hubo durante estos mismos meses! Sedov, sin más verificación, envía a Romm una carta conspirativa. A fin de agregar un segundo elemento de confusión, usa los servicios del «correo de la ciudad». ¿Por qué no en mano? Vyshinsky naturalmente se abstiene de plantear esta delicada pregunta. Pero nosotros, por nuestra parte, tenemos una explicación. Ni la GPU ni Vyshinsky ni, en consecuencia, Romm, conocen con certeza el domicilio de Sedov en la primavera de 1932, en Berlín o en París. ¿Se concertó la cita en el Tiergarten[508]? ¿Eligieron Montparnasse[509] como lugar de reunión? No; lo más seguro es navegar alrededor de un arrecife submarino. Sin duda, una carta enviada por el correo de la ciudad de alguna forma sugiere que Sedov estaba en París. Pero «si fuera necesario», siempre será posible decir que Sedov envió la carta desde Berlín a algún agente de él en París, y que fue en realidad este último quien utilizó el correo de la ciudad para entregar la carta a Romm. ¡Qué descuidados, qué impotentes son estos conspiradores «trotskistas»! ¿Pero era posible que Trotsky haya escrito su carta en código y con tinta invisible? Escuchemos al testigo sobre este punto:
ROMM: Llevé esta carta conmigo a Ginebra y se la entregué a Radek cuando lo vi.
VYSHINSKY: ¿Leyó Radek la carta en su presencia o después de que usted se había retirado?
ROMM: Le echó un vistazo rápido en mi presencia y la guardó en el bolsillo.
¡Qué detalle inimitable! Radek no se tragó la carta, no la arrojó al desagüe, y no la entregó al Secretariado de la Liga de las Naciones, sino sin mucha alharaca «la guardó en su bolsillo». Todas las confesiones abundan en lugares comunes tan «concretos», de los que el más incompetente escritor de historias de detectives se avergonzaría. De cualquier modo, sabemos que Radek «le echó un vistazo» rápidamente en presencia de Romm. Es imposible «echar un vistazo» rápidamente, allí mismo, en presencia de un intermediario, a una carta escrita en código, más en el caso de una carta escrita con tinta invisible. En consecuencia, la carta, enviada por el correo de la ciudad, debe haber estado escrita de la misma forma que un saludo de cumpleaños.
Pero quizás esta primera carta al menos no contenía ningún secreto en particular. Veamos:
VYSHINSKY: ¿Qué le dijo Radek sobre el contenido de esa carta?
ROMM: Que contenía instrucciones sobre la unión con los zinovievistas, sobre la adopción de métodos terroristas contra los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética, en primer lugar contra Stalin y Voroshilov.
Percibimos que la comunicación no era para nada inocente en el contenido. «Contenía instrucciones» para asesinar, en principio a Stalin y Voroshilov, y después a todos los demás. Era precisamente esa pequeña carta la que Sedov supuestamente envió por el correo de la ciudad a Romm, a quien casi no conocía, diez meses después de su primera y única reunión con él. Nuestra perplejidad, sin embargo, no termina aquí. Vyshinsky, tal como hemos oído, le pregunta directamente al testigo: «¿Qué le dijo Radek sobre el contenido de esa carta?». ¡Es como si Radek estuviera obligado a decirle el contenido de una carta ultrasecreta a un contacto cualquiera! La regla conspirativa más elemental dice que cada participante en una organización ilegal debe ser informado sólo sobre lo que se relaciona directamente con su deber personal. En la medida que Romm permaneciera fuera del país, y no estuviera, obviamente, comprometido en los preparativos para asesinar a Stalin, Voroshilov o alguno de los otros (de cualquier modo, él mismo no dice nada de sus intenciones), Radek, si estaba en sus cabales, no tenía ningún fundamento para informar a Romm sobre el contenido de la carta. No había fundamentos, desde el punto de vista de un oposicionista, un conspirador, o un terrorista. Pero la cuestión aparece de forma completamente diferente cuando se lo ve desde el punto de vista de la GPU. De no haberle dicho nada Radek a Romm sobre la carta, Romm no podría haber revelado la directiva terrorista de Trotsky, y todo su testimonio sobre el asunto hubiera carecido de sentido. Ya sabemos que los testigos, así como el acusado, declaran no sobre lo que se deriva de la naturaleza de sus actividades conspirativas y de su psicología individual, sino sobre lo que es necesario para el señor fiscal, a quien la naturaleza ha dotado con un cerebro perezoso. Además, el acusado y los testigos tienen instrucción de preocuparse por la verosimilitud del informe de los expedientes judiciales.
¿Qué le pasó, se preguntará el lector, al corresponsal de TASS cuando repentinamente oyó la directiva de Trotsky de aniquilar con la mayor rapidez imaginable a los «dirigentes» de la Unión Soviética? ¿Se paralizó del horror? ¿Dio muestras de indignación? O, al contrario, ¿entró en estado de exaltación? Ni una palabra sobre esto. No se exige psicología a los testigos o a los acusados. Romm «casualmente» le entrega a la carta a Radek. Radek «casualmente» le informó sobre la orden terrorista. «Luego Radek se fue a Moscú y no lo vio hasta el otoño de 1932». ¡Eso es todo! Simplemente volvieron a sus tareas de rutina.
Pero sobre este punto, Radek, perturbado por lo vívido del diálogo, corrige incautamente a Romm: «En la primera carta de Trotsky», dijo, «los nombres de Stalin y Voroshilov no se mencionaban, ya que nunca mencionábamos nombres en nuestras cartas». Para la correspondencia conmigo, parece que en ese tiempo Radek no usaba siquiera un código. «Trotsky», insiste, «no podría haber mencionado los nombres de Stalin y Voroshilov.». Preguntamos: ¿cómo dio Romm con esos nombres? Y si inventó una «minucia» tal como poner los nombres de Stalin y Voroshilov como las primeras víctimas del terrorismo, ¿quizás inventó, entonces, toda la carta? Al fiscal esto no le preocupa para nada.
En el otoño de 1932, Romm vino a Moscú en un viaje oficial y se reunió con Radek, que aprovechó la ocasión para informarle que «siguiendo las órdenes de Trotsky, se había organizado un bloque trotskista-zinovievista, pero que él y Pyatakov no se habían unido al centro». Una vez más percibimos que Radek casi no puede esperar a que se presente la ocasión de revelarle a Romm el secreto más importante, nada contradictorio con la superficialidad y la locuacidad altruista que son tan naturales en él, pero más bien al servicio del objetivo supremo: la necesidad de ayudar al fiscal Vyshinsky a cubrir las lagunas en las confesiones de Zinoviev, Kamenev y otros. De hecho, nadie ha podido comprender hasta hoy cómo y por qué Radek y Pyatakov, quienes ya habían sido desenmascarados como «cómplices» por el acusado durante la investigación preliminar en el caso de los dieciséis, no fueron llevados a juicio en el momento adecuado. Nadie ha podido comprender cómo es que Zinoviev, Kamenev, Smirnov y Mrachkovsky no sabían nada de los planes internacionales de Radek y Pyatakov (acelerar la guerra, desmembrar la URSS, etc.). La gente, no sin algo de perspicacia, ha considerado que estos planes grandiosos, así como la idea misma del «centro paralelo», fueron creados en la GPU después del fusilamiento de los dieciséis, con el fin de apuntalar una falsificación con otra más. Resultó de otra forma. Radek, con bastante anticipación, en el otoño de 1932, le había dicho a Romm que el centro trotskista-zinovievista ya se había formado pero que él (Radek) y Pyatakov no se habían unido a este centro, salvándose del «centro paralelo en el que predominaban los trotskistas». De esta forma, la parlanchinería de Radek es providencial. Esto no significa, sin embargo, que Radek realmente haya hablado con Romm sobre el centro paralelo en el otoño de 1932, como si pronosticara las preocupaciones que acosarían a Vyshinsky en 1937. No; el problema es mucho más simple. En 1937, Radek y Romm, bajo la supervisión de la GPU, construyeron de forma retroactiva el esquema de los acontecimientos de 1932. Y, a decir verdad, lo construyeron bastante pobremente.
Mientras le cuenta a Romm sobre los centros principal y paralelo, Radek no deja pasar la oportunidad de agregar, allí mismo, que «quería recibir órdenes de Trotsky sobre este tema». De no lograrlo, el testimonio de Romm no hubiera tenido verdadero valor. «Siguiendo las órdenes de Trotsky», se había formado el centro terrorista. Las órdenes de Trotsky son ahora indispensables para la formación del centro paralelo. Esta gente es incapaz de dar un paso sin Trotsky o, más bien, buscan informar al universo, mediante todos los medios posibles, que todos los crímenes son cometidos sólo siguiendo las órdenes de Trotsky.
Aprovechando el viaje de Romm, Radek, naturalmente, escribió una carta para Trotsky.
VYSHINSKY: ¿Qué decía esa carta? ¿Lo sabe?
ROMM: Sí, porque me entregaron la carta, y luego [!] fue escondida en la cubierta de un libro alemán antes de mi partida a Ginebra.
El fiscal no tiene dudas por anticipado sobre la familiaridad de Romm con el contenido de la carta. ¡Después de todo, es precisamente por esta razón que el desgraciado corresponsal se ha convertido en un testigo! Sin embargo, hay más docilidad que sentido en la respuesta de Romm. La carta fue «entregada» a él, y después puesta en la cubierta de un libro alemán. ¿Qué significa «entregada» en este contexto? ¿Y quién la pone en la cubierta de un libro?
Si Radek simplemente hubiera escondido la carta en la tapa y le hubiera dicho a Romm que entregue el libro a su destino, como hacían siempre los revolucionarios familiarizados con el ABC de la conspiración, entonces
Romm no hubiera dicho nada al tribunal excepto que él había llevado un «libro alemán» a tal domicilio. Esto naturalmente no es suficiente para Vyshinsky. De ahí que la carta primero fuera «entregada» a Romm, ¿para que pudiera leerla?, y luego insertada en la cubierta para que el fiscal no tuviera la necesidad de torturar más sus facultades. De esta forma, la humanidad se enteró sin muchos problemas de que Radek le escribió a Trotsky, no sobre el análisis de los espectros sino sobre el centro terrorista.
En su paso por Berlín, Romm envió el libro por encomienda a un domicilio que Sedov le había dado, «poste restante[510] en una de las oficinas de correo de Berlín». Estos caballeros se han quemado los dedos durante el juicio de los dieciséis, y por lo tanto actúan con cuidado. Romm no fue personalmente a ver a Sedov ni a ningún individuo designado por Sedov, ya que hubiera sido necesario establecer el nombre y domicilio de este último, y eso era demasiado riesgoso. Tampoco Romm envió el libro al domicilio de algún alemán conectado con Sedov. Tal procedimiento, sin duda, habría estado en total concordancia con la tradición conspirativa: pero en ese caso, lamento decirlo, uno debe conocer el nombre y la dirección del alemán. Es, por lo tanto, mucho más cauteloso (no desde el punto de vista de la conspiración, sino desde el punto de vista de la falsificación) enviar el libro »poste restante a una de las oficinas de correo de Berlín.
La siguiente reunión de Romm con Sedov se realizó «en julio de 1933». Tomemos nota de esta fecha. Nos estamos acercando al punto central del testimonio. Y también aquí estoy llamado a aparecer en escena.
VYSHINSKY: ¿Cuál fue la ocasión, dónde y cómo se reunió con él nuevamente?
ROMM: En París. Había llegado de Ginebra y unos días después Sedov me llamó por teléfono.
Sigue sin saberse cómo se enteró Sedov de la llegada de Romm. A primera vista, este comentario parece capcioso. De hecho, nos revela una vez más el sistema de la evasiva cobarde. A fin de haber informado a Sedov de su llegada, Romm tenía que conocer el domicilio y el teléfono. Romm no sabía ninguna de las dos cosas. Es más seguro dejar a Sedov la iniciativa. Romm conoce, en cualquier caso, su propio domicilio. Sedov hizo una cita para reunirse en un café en el Boulevard Montparnasse, y dijo que «quería arreglar para que yo [Romm] me reuniera con Trotsky». Sabemos que Romm, aunque arriesgó con devoción su vida como contacto, no había demostrado, hasta este momento, el menor deseo de conocerme o entablar correspondencia conmigo. Pero en respuesta a la propuesta de Sedov, aceptó inmediatamente. Exactamente de la misma forma, dos años antes se reunió con Sedov por propuesta de Putna. Exactamente de la misma forma, aceptó enviar las cartas a Radek en el mismo momento en que
Sedov abrió la boca. La función de Romm es aceptar todo, pero no mostrar iniciativa para nada.
Obviamente ha acordado con la GPU este «mínimo» de actividad criminal, con la esperanza de así salvar su vida. Si se salvará o no, esa es otra cuestión.
Unos días después de la primera llamada telefónica, Sedov se reunió con Romm «en el mismo café». Por precaución, el café no es nombrado. ¡Supongan que repentinamente resulta que el café se había quemado la víspera de la reunión! El incidente con el Hotel Bristol en Copenhague ha sido bien asimilado por esta gente.
Desde allí [el café sin nombre] fuimos hasta el Bois de Boulogne, donde me reuní con Trotsky.
VYSHINSKY: ¿Cuándo fue eso?
ROMM: A fines de julio de 1933.
Seguramente. ¡Vyshinsky no podría haber hecho una pregunta más inoportuna! Romm, sin duda, ya había asignado este episodio a julio de 1933. Pero podría haberse equivocado, o podría haber matizado su declaración. Lo podrían haber fusilado, y luego podrían haberle confiado a algún señor del estilo de Pritt la rectificación del error. Pero, ante la insistencia del fiscal, Romm repite y establece más explícitamente que la reunión se realizó «a fines de julio». ¡Aquí, Vyshinsky se olvida de la precaución! Romm especificó una fecha verdaderamente fatal, que entierra por sí sola no sólo la evidencia de Romm, sino todo el proceso[511]. Debo, sin embargo, pedirle a la Comisión que sea indulgente. Vamos a abordar brevemente este error cronológico fatal y su fuente. Pero antes de hacerlo, investiguemos un poco más el diálogo que hubo en el juicio o, más bien, el dueto.
La reunión de Romm conmigo en el Bois de Boulogne —la primera vez que lo veía en mi vida, como surge de su propia historia— debería haber dejado, parece, una imagen impresa en su memoria. Pero no lo oímos decir nada, ni sobre el primer momento en que nos conocimos, sus primeras impresiones, o el curso de la conversación. ¿Caminamos por la arboleda? ¿Nos sentamos sobre un banco? ¿Estaba fumando un cigarrillo, un cigarro o una pipa? ¿Cómo lucía yo? No hay una sola huella viva, ni una experiencia subjetiva, una sola impresión visual. Trotsky en una arboleda del Bois de Boulogne es para Romm un fantasma, una abstracción, un títere de los archivos de la GPU. Romm sólo señala que la conversión duró «veinte o veinticinco minutos».
VYSHINSKY: ¿Con qué propósito se reunió Trotsky con usted?
ROMM: Hasta donde pude entender [!], para confirmar verbalmente las instrucciones que contenía la carta que yo estaba llevando a Moscú.
¡Qué palabras tan notables estas: «hasta donde pude entender»! El propósito de la reunión era, aparentemente, tan indeterminada que Romm sólo puede adivinarlo y, de hecho, sólo en retrospectiva. Claro está, después de que le hubiera escrito a Radek una carta llena de instrucciones rituales sobre aniquilar a los dirigentes, actividades de sabotaje, etc., no podría haber tenido ninguna razón para conversar con un hombre a quien no conocía, que hacía de contacto. Hay casos donde las directivas orales son confirmadas por carta. Hay casos en los que las directivas que se dan a un subordinado son confirmadas mediante una persona de autoridad. Pero es absolutamente incompresible por qué debería haber confirmado oralmente aquellas directivas que había comunicado por carta a Radek. a través de Romm, que no era una autoridad para nadie. Pero mientras ese comportamiento es incomprensible desde el punto de vista de un conspirador, la situación se transforma inmediatamente si tomamos en cuenta los intereses del fiscal. De no haberse reunido conmigo, Romm sólo hubiera podido declarar que había llevado a Radek una carta escondida en la cubierta de un libro. ¿Hubiera sido posible que la carta no fuera siquiera mía? ¿Incluso podría no haber existido una carta? Con el fin de no poner a Romm en una situación difícil, yo, en lugar de enviar un libro a Radek a través de un contacto, un intermediario invulnerable, digamos, un francés, como hubiera hecho un conspirador de más de quince años de edad, yo, que pasé los cincuenta, tomé la dirección diametralmente opuesta, a saber: no sólo involucré a mi hijo en la operación, que hubiera sido en sí el más burdo error, sino que aparecí en persona para consumar la ejecución, para grabar en la cabeza de Romm, durante veinte o veinticinco minutos, su futuro testimonio en el juicio. La metodología del montaje no se caracteriza por su refinamiento.
Durante la conversación, declaré, por supuesto, que
estuve de acuerdo con la idea de un centro paralelo pero sólo bajo la condición esencial de que se mantuviera el bloque con los zinovievistas y también con la condición de que el centro paralelo se comprometiera, no pasiva, sino activamente en reunir alrededor de sí los cuadros más firmes.
¡Qué ideas tan profundas y fructíferas! No podría, por supuesto, haber dejado de pedir «que se mantuviera el bloque con los zinovievistas», ya que de otra forma Stalin no hubiera tenido la posibilidad de fusilar a Zinoviev, Kamenev, Smirnov y los demás. Pero también aprobé la formación del centro paralelo, para darle a Stalin la oportunidad de fusilar a Pyatakov, Serebryakov y Muralov. Pasando a la cuestión de la necesidad de aplicar no sólo el terrorismo sino también actividades de sabotaje en la industria, recomendé no reparar en víctimas humanas. En respuesta, Romm se declaró «algo perplejo» porque, después de todo, ¡esto «socavaría la capacidad de defensa del país!». Entonces, en el Bois de Boulogne, supuestamente revelé mis pensamientos más íntimos a un muchacho desconocido que ni siquiera comparte mi posición «derrotista». ¡Y todo esto en base al hecho de que, en 1927, Romm supuestamente estuvo de acuerdo con Radek «en la cuestión china»!
El veloz Romm, por supuesto, llevó a su destino la carta que nunca se escribió, y le contó a Radek sobre su conversación imaginaria conmigo, de tal forma de permitirle a Vyshinsky basarse al menos en dos testimonios. A finales de septiembre de 1933, Radek le confió a Romm su respuesta. Esta vez, Romm no tiene nada que decir sobre el contenido de la carta. No hay, casualmente, ninguna necesidad de saberlo, ya que todas las cartas de este juicio son como los exorcismos de los brujos siberianos. Romm entregó el libro que contenía la carta a Sedov «en París en noviembre de 1933». Su siguiente reunión tuvo lugar en abril de 1934, una vez más en el Bois de Boulogne. Romm llegó con la noticia de que pronto sería enviado a Estados Unidos. Sedov «lamentó esto», pero le solicitó que pidiera a Radek un «informe detallado sobre la situación.».
VYSHINSKY: ¿Le dio el mensaje?
ROMM: Sí.
¿Cómo podría Romm no transmitir el mensaje? En mayo de 1934, le entregó a Sedov en París un diccionario técnico anglo-ruso (¡qué detalle!) que contenía «un informe detallado del centro activo, así como del centro paralelo.». ¡Tengamos en cuenta esta admirable circunstancia! Ninguno de los dieciséis acusados, desde Zinoviev hasta Reingold, que sabía todo y «delataba» a todos, sabía nada de la existencia del centro paralelo, en agosto de 1936. Por otro lado, Romm, ya desde el otoño de 1932, fue informado sobre la idea del centro paralelo y su futura realización. No menos destacable es el hecho de que Radek, que no pertenecía al centro principal, sin embargo, ¡envió «un informe detallado del centro activo, así como del centro paralelo»! Romm no tuvo nada que decir con relación a estos informes, y Vyshinsky naturalmente se abstiene de molestarlo. Después de todo, ¿qué podría decir Romm? En mayo de 1934, Kirov todavía no había sido asesinado por Nikolayev, con la estrecha participación de la GPU y su agente, el cónsul letón Bisseneks. Romm hubiera podido decir que la actividad de los «centros activo y paralelo» consistía en solicitar y recibir «órdenes» de mi parte. Pero ya sabemos esto sin que él lo diga. ¡Dejemos, entonces, los «informes detallados» de Radek en los recovecos del diccionario técnico!
Más adelante, Vyshinsky se interesa en el contexto de la conversación con Sedov en relación con el viaje de Romm a Estados Unidos. Romm inmediatamente revela un pedido de Trotsky, comunicado a través de Sedov, de que Trotsky «sea informado en caso de que hubiera algo interesante en las relaciones soviético-estadounidenses». El pedido parece, a primera vista, inocente. Como político y escritor, por supuesto, no podría más que interesarme en las relaciones soviético-estadounidenses, más desde que tuve la ocasión durante los años previos de escribir artículos en la prensa norteamericana y de publicar declaraciones a favor del reconocimiento de los soviets por parte de Estados Unidos. Pero Romm, que no mostró sorpresa cuando le transmitían instrucciones sobre terrorismo y sabotaje, sintió que era su deber sorprenderse con este punto. «Cuando pregunté por qué esto era tan interesante [!], Sedov me dijo: “Esto se desprende de la línea de Trotsky sobre la derrota de la URSS”». Aquí podemos poner los puntos sobre las íes. En mis artículos, sin duda, invariablemente planteo la defensa de la URSS, por la que rompí públicamente con supuestos compañeros de ideas quienes tuvieron dudas sobre el deber de todo revolucionario, a pesar del régimen estalinista, de defender la URSS. No queda más que pensar que mi «derrotismo», en franca contradicción con mi actividad periodística, se mantuvo en estricto secreto con la excepción de algunas personas. De más está decir que semejante hipótesis es política y psicológicamente absurda. En cualquier caso, la acusación se basa completamente sobre esto, y muere o florece con ella. Pero para Vyshinsky, que es tan «cuidadoso» con respecto a los detalles (fechas, domicilios), pasan totalmente desapercibidos los problemas fundamentales del juicio. Cuando Romm le pregunta a Sedov por qué estoy «interesado» en las relaciones soviético-estadounidenses (¡la pregunta en sí misma no tiene sentido!), Sedov, en lugar de referirse a mi actividad literaria, con prisa inusitada dice: «Esto surge de la línea de Trotsky sobre la derrota de la URSS». Pero si fuera así, resulta que nunca mantuve en secreto mi «derrotismo». ¿Para qué, entonces, mi intenso trabajo teórico y periodístico? Los acusadores no se molestan en pensar sobre este hecho. Son incapaces de pensarlo. Su montaje se despliega en un plano mucho más bajo. Se las arreglan para manejarse sin psicología. Están satisfechos con la máquina inquisitoria.
Ante una pregunta posterior de Vyshinsky, Romm responde: «Sí. Estuve de acuerdo en enviar a Trotsky información que pudiera interesarle». Pero Romm llevó adelante esta «última misión» en mayo de 1934. Después del asesinato de Kirov resolvió «abandonar el trabajo activo». Precisamente por eso no me envió información desde Estados Unidos. Debo confesar que casi lo pasé por alto. Entre mis amigos norteamericanos hay hombres muy calificados en ciencia y política, dispuestos a enviarme información en cualquier momento sobre todas la cuestiones de mi interés. En consecuencia, no tenía fundamentos para pedirle a Romm la información, suponiendo que uno dé por sentado, por supuesto, mi necesidad urgente de contarle sobre mi programa «derrotista».
Todo este episodio aparentemente formaba parte del testimonio de Romm, y es posible que Romm mismo haya sido introducido en el juicio, sólo después de que les quedara claro que yo estaba emigrando hacia América. La imaginación de la GPU buscaba de paso dar cuenta de mi viaje en el barco cisterna que me transportó de Oslo a Tampico. De esta forma, el gobierno de Estados Unidos recibió inmediatamente la advertencia de que en Washington mismo había estado operando un agente «trotskista», de nombre Romm, que «acordó» enviarme información. ¿Qué información? Es más claro que el día; era una amenaza para los intereses vitales de Estados Unidos. Radek profundizó esta advertencia. De acuerdo con él, era parte de mi programa «garantizar el suministro de petróleo a Japón en caso de una guerra con Estados Unidos» (sesión del 23 de enero). Obviamente, es por esta razón que elegí como medio de transporte de Oslo a Tampico la cisterna de petróleo, un vehículo indispensable para futuras operaciones de petróleo[512]. En el siguiente juicio, Romm probablemente recordará que le había dado instrucciones de obturar el Canal de Panamá y desviar el Niágara para inundar Nueva York, todo esto durante las horas libres que le dejaba su trabajo como corresponsal de Izvestia. ¿Es posible que toda esta gente sea tan estúpida? No; por supuesto que no. No son para nada estúpidos, sino que sus mentes han sido totalmente desmoralizadas por el régimen de irresponsabilidad totalitaria.
Cualquier lectura cuidadosa demostrará que cualquier pregunta de Vyshinsky desacredita de antemano la respuesta de Romm. Y cada respuesta de Romm constituye una evidencia contra Vyshinsky. Todo este diálogo desarticula el juicio. Esta serie de procesos cubren irreparablemente de infamia el sistema de Stalin. Pero todavía no hemos hablado del tema más importante. Es evidente que el testimonio de Romm es falso, esto se desprende del testimonio mismo, para cualquiera que no sea ciego y sordo. Pero tenemos a nuestra disposición pruebas que son aptas incluso para ciegos y sordos. No estaba en el Bois de Boulogne a fines de julio de 1933. No pude haber estado allí. En ese momento, era un hombre enfermo que vivía en la costa atlántica a 500 kilómetros de París. Ya di un breve informe sobre este hecho en el New York Times (17 de febrero de 1937[513]). Quisiera referirme de alguna manera aquí al episodio con mayor detalle. ¡Lo amerita!
El 24 de julio de 1933, el vapor italiano «Bulgaria», conmigo, mi esposa y cuatro colaboradores (dos estadounidenses: Sarah Weber[514] y Max Shachtman; el francés Van Heijenoort; y el emigrado alemán Adolphe) a bordo, estaba a punto de llegar al puerto de Marsella. Después de una estadía de más de dos años en Turquía, migrábamos a Europa occidental. Nuestra llegada a Francia estuvo precedida por largas negociaciones, y por solicitudes entre las que se encontraba el tema de mi salud. Para expedir el permiso de entrada, el gobierno de Daladier fue, sin embargo, precavido. Temían que hubiera intentos de asesinato, manifestaciones y otros incidentes, especialmente en la capital. El 29 de junio de 1933, Chautemps[515], el ministro del Interior, le escribió una carta al diputado Henri Guernut informando que estaba «autorizado por mi salud a vivir en los departamentos del Sur e instalarme más tarde en Córcega» (yo había sugerido tentativamente Córcega en una de mis cartas). Por lo tanto, desde el principio, no tuvimos en cuenta a la capital, sino a alguno de los departamentos alejados. No pude haber tenido el más mínimo motivo para violar esta condición, ya que yo mismo estaba muy interesado en evitar cualquier complicación durante mi estadía en Francia. Entonces habría que rechazar de antemano, por fantástica, la idea misma de que yo pude haber violado el acuerdo, apenas puesto un pie en suelo francés, desapareciendo de la mirada de la policía, y saliendo secretamente hacia París, ¡para una reunión innecesaria con Romm! No; lo que pasó fue completamente diferente.
Alentada por la victoria de Hitler en Alemania, la reacción en Francia levantaba cabeza. Se emprendió una rabiosa campaña contra mi entrada al país, en periódicos como Le Matin, Le Jounal, La Liberté, L’Echo de Paris, etc. En este coro, la voz de L’Humanité fue la que sonó con más estridencia. Los estalinistas franceses no habían recibido todavía las órdenes de reconocer a los socialistas y los radicales como «hermanos». ¡Oh, no! En ese momento, Daladier era tratado por la Comintern como un radicalfascista; León Blum, que apoyaba a Daladier, era etiquetado de socialfascista[516]. En lo que me concierne, por designio de Moscú, yo estaba llevando adelante las funciones de agente del imperialismo norteamericano, británico y francés. ¡Qué corta es la memoria humana! El nombre bajo el cual reservamos nuestro pasaje fue naturalmente descubierto durante el trayecto. Había razones para temer manifestaciones por parte de los fascistas, en el puerto de Marsella, y más de parte de los estalinistas. Nuestros amigos en Francia tenían todas las razones para estar preocupados de que mi entrada estuviera acompañada por incidentes que podrían complicar mi estadía en el país. Para evadir la vigilancia de los enemigos —nuestros amigos, entre ellos mi hijo, que había logrado llegar a París desde la Alemania de Hitler— planificaron una estratagema que fue brillantemente exitosa, como demostró el último proceso de Moscú. Mediante una orden de radio desde
Francia, el «Bulgaria» paró a unos pocos kilómetros antes de llegar al puerto de Marsella, donde nos encontramos con un remolcador en el que estaban mi hijo, el francés Raymond Molinier, el representante de la Sureté Générale[517], y dos marineros. Si recuerdo bien, se pagó una suma de mil francos por detener el barco durante tres minutos. Este incidente, por supuesto, está registrado en la bitácora del barco. Además, fue un hecho destacado por toda la prensa mundial. Mi hijo subió a bordo y le entregó a uno de mis colaboradores, el francés Van Heijenoort, instrucciones escritas. Sólo mi esposa y yo descendimos al remolcador. Mientras nuestros cuatro compañeros de viaje continuaron hasta Marsella con todo nuestro equipaje, el remolcador se estacionó en la pequeña ciudad de Cassis, donde nos esperaban dos automóviles y dos amigos franceses, Leprince[518] y Laste. Sin demora, procedimos inmediatamente hacia el oeste desde Marsella, en dirección norte, hacia la desembocadura del Gironde, en el departamento Charente-Inférieure, donde se había alquilado previamente para nosotros la casa de campo de Saint Palais, cerca de Royan, a nombre de Molinier. En el camino, pasamos la noche en un hotel. Nuestro registro en el hotel ha sido verificado y lo presenté ante la Comisión.
Debo agregar que, para preservar nuestra identidad en secreto, todo nuestro equipaje fue registrado en Turquía a nombre de Max Shachtman. Sus iniciales se mantienen hasta este día en las cajas de madera en las que llegaron mis libros y papeles a México. Pero en vistas del descubrimiento de nuestro incógnito, ya no podía haber sido un secreto para los agentes de la GPU en Marsella porque el equipaje en realidad era mío; y en la medida que mis colaboradores, junto con el equipaje, se dirigían a París, los agentes de la GPU procedieron según la suposición de que mi esposa y yo también habíamos ido a la capital francesa, por automóvil o avión. Debería tenerse en cuenta que en ese período las relaciones entre los gobiernos soviético y francés eran todavía muy tensas. La prensa de la Comintern afirmaba que yo iba a Francia en una misión especial, a ayudar al entonces premier Daladier, ahora ministro de Guerra, a preparar la intervención militar en la URSS. ¡Qué corta es la memoria humana! En consecuencia, entre la GPU y la policía francesa no podrían haber existido relaciones estrechas. La GPU sabía sobre mí sólo lo que salía en los periódicos. Romm sólo pudo saber lo que sabía la GPU. Mientras tanto, los periódicos perdieron nuestro rastro una vez que desembarcamos.
Después de revisar los despachos de su propio corresponsal durante ese período, los editores del New York Times escribieron el último 17 de febrero:
El barco que trajo al Sr. Trotsky desde Turquía a Marsella en 1933 amarró luego de que él se escabulló secretamente hasta la costa, según un despacho de Marsella al New York Times del 25 de julio de 1933. Se embarcó en un remolcador a tres millas de la bahía y desembarcó en Cassis, donde un automóvil lo estaba esperando. En ese momento, se informaron distintos destinos para el Sr. Trotsky: que se dirigía a Córcega, o a las aguas curativas de Royan, o al centro de Francia cerca de Vichy, o directamente a este último lugar.
Este informe, que hace honor a la precisión del corresponsal del Times, confirma completamente el relato anterior. Ya el 24 de julio la prensa estaba perdida en especulaciones sobre qué nos había pasado. La posición de la GPU, hay que admitirlo, era extremadamente difícil.
Los organizadores del montaje razonaron aproximadamente de esta forma: Trotsky no podría haber evitado pasar dos días en París, con el objetivo de organizar algunas cosas y procurarse un domicilio en el interior del país. La GPU no sabía que se habían arreglado todos estos detalles de antemano, y que nuestra casa de campo había sido alquilada antes de nuestra llegada. Por otro lado, Stalin, Yezhov y Vyshinsky temían posponer la reunión con Romm hasta agosto o después. Era necesario moldear el hierro mientras estaba caliente. De esta forma, estos hombres cuidadosos y calculadores eligieron el fin del mes de julio para la reunión, en un momento en el que, según todas sus suposiciones, era imposible que yo no estuviera en París. Pero fue precisamente esa suposición la que calcularon mal. No estábamos en París. Acompañados por nuestro hijo y tres amigos franceses, llegamos, como ya declaré, a Saint Palais, cerca de Royan, el 25 de julio. Como para complicar aún más la posición de la GPU, el día de nuestra llegada estuvo marcado por un incendio en nuestra casa de campo. Se incendió un cobertizo, también una sección del cerco de madera, y algunos árboles secos. El incendio fue causado por chispas que provenían de la chimenea de una locomotora. Se pueden encontrar relatos de este incidente en los periódicos locales del 26 de julio. La sobrina de los dueños llegó algunas horas después para ver las consecuencias del incendio. Muchos vecinos me vieron durante este episodio. El testimonio de las dos personas que trabajaron con nosotros como choferes, Leprince y R. Molinier, así como el testimonio de Laste, que nos acompañaba, describen la jornada en detalle. Una certificación del departamento de bomberos corrobora la fecha del incendio. El periodista Albert Bardon, que escribió en la prensa sobre el incendio, me vio en un automóvil e hizo una declaración reafirmando eso. La sobrina del dueño antes mencionada también hizo una declaración. En la casa de campo nos estaban esperando Vera Lanis, que asumió las funciones de ama de llaves, y Segal, que nos ayudó a instalarnos. Pasaron la última parte de julio con nosotros, y fueron testigos del hecho de que a mi llegada a Saint Palais sufría de lumbago y fiebre alta, y que raramente abandonaba mi cama.
El prefecto del departamento de Charente-Inférieure fue informado inmediatamente de nuestra llegada, con un telegrama codificado desde París. Vivíamos de incógnito cerca de Royan, al igual que en Francia en general. Nuestros pasaportes sólo eran sellados por los más altos oficiales de la Sureté Générale, en París. Sin duda, uno puede encontrar allí los rastros de nuestro itinerario.
Me quedé en Saint Palais más de dos meses enfermo, bajo el cuidado de un médico. Escribí en el New York Times que recibí como visitantes en Saint Palais a más de treinta amigos. Recuerdos posteriores e investigaciones indican que en realidad tuve cincuenta visitantes, más de treinta franceses (sobre todo parisinos), siete holandeses, dos belgas, dos alemanes, dos italianos, tres ingleses, un suizo, etc. Entre los visitantes, había gente muy conocida: por ejemplo, el escritor francés André Malraux[519]; el traductor de mis libros, el escritor Parijanine[520]; el diputado holandés Sneevliet; los periodistas holandeses, Schmidt[521] y de Kadt[522]; el ex secretario del Partido Laborista Independiente británico Paton[523]; el emigrado alemán V.[524]; el escritor alemán, G.[525]; etc. (me abstengo de dar los nombres de los emigrados a fin de no causarles ninguna dificultad, pero todos ellos, por supuesto, podrían declarar ante la Comisión). De haber pasado el final de julio en París, la mayoría de mis visitantes no podrían haber viajado a Royan. Todos sabían que no estaba y que no podría haber estado en París; de los cuatro colaboradores que nos acompañaban, tres vinieron de París a Royan. Sólo Max Shachtman fue desde Le Havre[526] a Nueva York, sin poder despedirse de mí. He presentado a la Comisión su carta, con fecha 8 de agosto de 1933, en la que expresa su decepción por tener que separarse de nosotros en el camino y no poder ni siquiera decir adiós. No; no faltan pruebas.
Hacia comienzos de octubre, mi condición física mejoró, y mis amigos me llevaron en automóvil a Bagneres en los Pirineos, todavía más lejos de París, donde mi esposa y yo pasamos el mes de octubre. Debido a que nuestra estadía cerca de Royan, así como en los Pirineos, se dio sin complicaciones, el gobierno permitió que nos estableciéramos más cerca de la capital, pero aún así recomendó que nos estableciéramos por fuera de los límites del departamento del Sena[527]. A principios de noviembre fuimos a Barbizon, donde habían alquilado una casa de campo para nosotros. Desde Barbizon, de hecho, hice algunas visitas a la capital, siempre acompañado por dos o tres amigos. Además, todas las instancias de mis actividades diarias estaban organizadas de antemano, y aquellas pocas casas que visité pueden ser señaladas precisamente, junto con la lista de mis visitantes. Todo esto pertenece al invierno de 1933. A pesar de eso, la GPU organizó una reunión entre Romm y yo en julio de 1933. No existió tal reunión. No podría haber existido. Si, en general, en este mundo existe algo llamado coartada, en este caso recibe su expresión más completa y consumada. El desdichado Romm mintió. La GPU lo obligó a mentir. Vyshinsky disimuló su mentira. Precisamente por esa mentira, Romm fue arrestado e incluido entre los testigos.
XVII. El vuelo de Pyatakov a Noruega
El mismo 24 de enero, el día siguiente a la apertura del último juicio y la primera declaración de Pyatakov en el tribunal, cuando fue necesario basarse en los breves despachos de noticias, escribí en una declaración a la prensa internacional:
Si Pyatakov hubiese viajado con su nombre, toda la prensa noruega hubiese difundido esa información. En consecuencia, debe de haber viajado con otro nombre. ¿Qué nombre? Todos los funcionarios soviéticos en el extranjero están en constante comunicación telegráfica y telefónica con sus embajadas, misiones comerciales, y no pueden eludir la vigilancia de la GPU ni por una hora. ¿Cómo pudo entonces Pyatakov haber realizado su viaje sin el conocimiento de los representantes soviéticos, ya sea los que están en Alemania como los que se encuentran en Noruega? Dejen que describa el interior de mi dormitorio. ¿Vio a mi esposa? ¿Yo usaba barba o no? ¿Cómo estaba vestido? La entrada a mi estudio era a través del departamento de Knudsen, y todas nuestras visitas sin excepción eran conocidas por nuestros anfitriones. ¿Los vio Pyatakov? ¿Vieron a Pyatakov? Aquí hay una serie de preguntas precisas, con ellas debería ser fácil que cualquier tribunal honesto mostrara que Pyatakov está repitiendo las invenciones de la GPU[528].
El 27 de enero de 1937, en la víspera de las conclusiones finales presentadas por el fiscal, a través de agencias telegráficas, dirigí trece preguntas al tribunal de Moscú sobre el tema de la supuesta entrevista de Pyatakov conmigo en Noruega. Expliqué la urgencia de mis preguntas de la siguiente forma:
Me refiero a la confesión de Pyatakov. Su testimonio dice que él me visitó en Noruega en diciembre de 1935, con el fin de preparar una conspiración. Manifiesta que viajó de Berlín a Oslo en avión. La importancia de este testimonio salta a la vista. He declarado muchas veces, y repito una vez más, que Pyatakov, junto con Radek, ha sido un adversario enconado, no un amigo, durante los últimos nueve años, y que no he tenido, ni he podido tener, negociaciones con él. Si se pudiera comprobar que Pyatakov efectivamente me visitó, mi situación estaría irremediablemente perdida. Si, por el contrario, yo pudiera demostrar que toda la historia de la visita es falsa del principio al fin, el sistema de las confesiones «voluntarias» quedaría completamente desacreditado. Aun si reconocemos que el juicio está por encima de toda sospecha, el acusado Pyatakov es sospechoso. Es necesario verificar su testimonio inmediatamente, antes de que lo fusilen[529].
Señalo nuevamente que estas preguntas, presentadas por mí ante la Comisión, se basan en los primeros despachos de noticias, y es por eso que no somos exactos en algunos detalles secundarios. Pero en lo central, incluso ahora, mantienen completa vigencia.
Mis primeras preguntas relacionadas con Pyatakov estaban a disposición del tribunal el 25 de enero. El 28 de enero, esto es, el día en que el fiscal presentó sus conclusiones finales, el tribunal tenía la segunda lista de preguntas. A más tardar el 26 de enero, el fiscal había recibido información telegráfica de que la prensa noruega negaba categóricamente el testimonio de Pyatakov sobre su vuelo. En el discurso del fiscal, hay una alusión indirecta a esta negación. Sin embargo, no se presentó ninguna de las trece preguntas planteadas por mí al acusado, para quien el fiscal solicitó la pena de muerte. El fiscal no hizo el intento, obligatorio para él, de verificar el testimonio central del principal acusado y, de este modo, reforzar la acusación contra mí y los demás ante los ojos del mundo entero. Si los telegramas de Oslo y mis preguntas telegráficas no hubieran existido, aún sería posible hablar del descuido, la negligencia y la pobreza intelectual del fiscal y los jueces. A la luz de las circunstancias ya mencionadas, nadie puede decir que se trató de un error judicial. El fiscal, lo mismo que el presidente del tribunal, evitó conscientemente hacer preguntas que surgían de la naturaleza misma del testimonio de Pyatakov. Se opusieron a la verificación, no porque fuera imposible —al contrario, era excesivamente simple— sino porque, debido al rol de conjunto que estaban jugando, no podían permitir una verificación. En lugar de esto, se apresuraron a fusilar a Pyatakov. Sin embargo, la verificación se hizo sin ellos. Ha demostrado completa e irrefutablemente la falsedad del testimonio del principal acusado sobre la cuestión central y, de esta forma, ha sido demolida toda la acusación.
Ahora tenemos a nuestra disposición el registro llamado «textual» del proceso a Pyatakov y los demás. Un estudio cuidadoso de Pyatakov y del testigo de la acusación, Bujartsev, demuestra por sí mismo que la tarea del fiscal en este diálogo completamente artificial, falso y ensayado era ayudar a Pyatakov a presentar, sin demasiados absurdos, el cuento fantástico que le forzó a contar la GPU. Es por eso que vamos a seguir un doble camino en nuestro análisis: primero, vamos a demostrar, en base al informe oficial, la falsedad interna del interrogatorio que realizó Vyshinsky a Pyatakov; después, vamos a presentar pruebas objetivas de la imposibilidad material del vuelo de Pyatakov y las reuniones conmigo. De esta forma, descubriremos no sólo la falsedad del testimonio central del acusado principal, sino también la participación del fiscal Vyshinsky y los jueces en el montaje.
«En la primera mitad de diciembre» de 1935, Pyatakov hace su mítico viaje a Oslo, vía Berlín. Bujartsev, el corresponsal de Izvestia, actuó como una suerte de intermediario en la organización del viaje, de la misma manera que V. Romm, corresponsal de Izvestia en Washington, había servido de intermediario entre Radek y yo. El periódico del gobierno, aunque parezca extraño, designó como corresponsales en los lugares más importantes a agentes de enlace «trotskistas». ¿No sería más exacto suponer que eran agentes de la GPU? La declaración de Pyatakov de que Bujartsev «tenía conexiones con Trotsky» es un invento liso y llano. Nunca supe nada, ni personalmente ni a través de sus escritos, ni de Bujartsev ni de Romm. Raramente veo al Izvestia, y por regla no leo la correspondencia extranjera en la prensa soviética.
No hay razón para dudar de que Pyatakov estuviera realmente en Berlín el 10 de diciembre de 1935, en una misión oficial de su departamento. El hecho es fácil de verificar a través de la prensa alemana y soviética, que debe haber notado la llegada de Pyatakov a la capital alemana así como su regreso a Moscú [Berliner Tageblatt del 21 de diciembre de 1935 informa: «Entre los visitantes a Berlín se encuentra el primer vicecomisario de la Industria Pesada de la Unión Soviética, Sr. Pyatakov, y también el director de la importante división del Comisariado de Comercio Exterior de la Unión Soviética, Sr. Smolensky»]. La GPU después se vio obligada a adaptar el mítico viaje a Oslo a su verdadero viaje a Berlín; de aquí la desafortunada elección del mes de diciembre.
Al llegar a Berlín, Pyatakov, de acuerdo con sus palabras, inmediatamente («el mismo día o el siguiente», es decir, el 11 o el 12) se reunió con Bujartsev. Supuestamente, este último me había informado antes de la llegada inminente de Pyatakov. ¿Por carta? ¿Por telegrama? ¿Cómo estaba redactado? ¿A qué domicilio? Nadie avergüenza a Bujartsev con estas preguntas. En este tribunal, las fechas y los domicilios generalmente se evitan como a la peste. Habiendo recibido la información de Bujartsev, yo, a su vez, envío inmediatamente un mensajero de confianza a Berlín con esta nota: «Y.L., quien lleva esta nota es de absoluta confianza». La palabra «absoluta» estaba subrayada. Este detalle no muy original, como veremos, deberá compensar la ausencia de más información sustancial. El mensajero que envié, llamado «Heinrich o Gustav» (testimonio de Pyatakov), se encargó de la organización del viaje a Oslo. La reunión entre «Heinrich-Gustav» y Pyatakov se realizó en el Tiergarten (el 11 o el 12) y duró «literalmente un par de minutos». ¡El segundo detalle inapreciable! Pyatakov estaba preparado para ir a Oslo, aunque, como repite dos veces, «significaba correr un riesgo serio de ser descubierto, expuesto, como quieran llamarlo». En el informe ruso estas palabras son omitidas, y no de forma inadvertida. La vigilancia que se mantiene sobre los funcionarios soviéticos en el exterior es extremadamente estricta. Pyatakov no tenía posibilidad de ausentarse de Berlín durante cuarenta y ocho horas, sin avisar a las instituciones soviéticas adónde iba y a qué domicilio podrían comunicarse con él; como miembro del Comité Central y del gobierno, Pyatakov podía recibir en cualquier momento un pedido o encomendársele una misión desde Moscú. Las reglas que existen sobre este tema son conocidas por el fiscal y los jueces. Además, el 24 de enero, ya le pregunté al tribunal mediante telégrafo: «¿Cómo pudo entonces Pyatakov haber realizado su viaje sin el conocimiento de los representantes soviéticos, ya sea los que están en Alemania o los que se encuentran en Noruega?». El 27 de enero, repetí: «¿Cómo logró eludir la estrecha vigilancia de los funcionarios soviéticos en Berlín y Oslo? ¿Cómo explicó su desaparición al retornar a Rusia?»[530]. Nadie, por supuesto, molestó al acusado con estas preguntas.
Pyatakov organizó con «Heinrich-Gustav» reunirse «a la mañana siguiente» (el 12 o el 13) en el aeropuerto Tempelhof. El fiscal, que a veces pide muestras de precisión en preguntas que no pueden ser sujetas a verificación, ¡no se preocupa en absoluto sobre la precisión de una fecha de excepcional importancia! Sin embargo, mediante los registros de la representación comercial soviética en Berlín, debería ser posible establecer sin dificultad un calendario cotidiano de las actividades de Pyatakov. Pero eso es precisamente lo que debe evitarse.
«A la mañana siguiente temprano, fui directo a la entrada del aeropuerto». ¿Temprano a la mañana? Nos gustaría saber a qué hora. En temas de esta naturaleza, la hora se establece de antemano. Pero los inspiradores de Pyatakov evidentemente temen equivocarse con respecto al calendario meteorológico. En el aeropuerto, Pyatakov se reunió con «Heinrich-Gustav»: «Estaba esperando en la entrada y me indicó el camino. Primero me mostró un pasaporte que había sido preparado para mí. Era un pasaporte alemán. Él se había ocupado de todas las formalidades aduaneras, de manera que yo sólo tuve que firmar. Nos subimos al avión y despegó.». Nadie siquiera interrumpió al acusado en este momento. El fiscal, aunque parezca increíble, no está interesando siquiera en la cuestión del pasaporte. Que el pasaporte era «alemán» era suficiente para él. Sin embargo, un pasaporte alemán, como cualquier otro, se hace con un nombre definido. ¿Precisamente a nombre de quién? Nomina sunt odiosa[531].
El fiscal está preocupado por darle a Pyatakov la oportunidad de pasar de largo este punto espinoso lo más rápidamente posible. «¿Formalidades de aduana?». «Heinrich-Gustav» se encargó de ellas. Todo lo que tenía que hacer Pyatakov era «firmar [con su nombre]». Uno imaginaría que en este punto el fiscal no podría dejar de preguntarle a Pyatakov con qué nombre firmó. Supuestamente el nombre que estaba en el pasaporte alemán. Pero el fiscal considera que esto no es importante. El presidente del tribunal también se mantiene en silencio. Lo mismo hacen los jueces. ¿Un descuido generalizado debido al cansancio? Pero tomé medidas oportunas para refrescar la memoria de estos caballeros. Tan temprano como el 24 de enero, pregunté al tribunal bajo qué nombre llegó Pyatakov a Oslo. Tres días después, insistí sobre este punto. De las trece preguntas que planteé, la cuarta fue: «¿Qué tipo de pasaporte usó Pyatakov para abandonar Berlín? ¿Obtuvo también una visa noruega?». Mis preguntas fueron reproducidas por los periódicos de todo el mundo. Si aun así Vyshinsky no interrogó a Pyatakov sobre el pasaporte y la visa, fue porque sabía que era necesario mantener silencio sobre esto. Este silencio es suficiente para que podamos decir: estamos frente a un montaje.
Sigamos, sin embargo, los pasos de Pyatakov:
Llegamos al avión y despegó. No paramos en ninguna parte, y aproximadamente a las cinco de la tarde aterrizamos en el aeródromo de Oslo. Allí, un automóvil nos esperaba. Nos subimos y salimos. Condujimos durante casi treinta minutos y llegamos a un suburbio campestre. Salimos, entramos a una pequeña casa bastante bien amueblada, y allí vi a Trotsky, a quien no veía desde 1928.
¿No traiciona completamente esta narración a un hombre que no tiene nada para revelar? ¡Ni un solo rastro de realidad viva! «Nos subimos a un avión y despegó. Nos subimos y salimos.». Pyatakov no vio nada, no habló con nadie. Es incapaz de decir nada sobre «Heinrich-Gustav», que lo acompañó desde Berlín hasta mi puerta.
¿Qué ocurrió cuando el avión aterrizó en el aeródromo? Las autoridades noruegas no podrían haber dejado de mostrar interés por un avión extranjero.
No podrían haber dejado de examinar los pasaportes de Pyatakov y sus compañeros de viaje. Sin embargo, sobre ese tema, tampoco escuchamos una sola palabra. Se hizo el vuelo, para decirlo de alguna forma, en el reino de los sueños, donde la gente se desliza sin hacer ruido, sin ser molestado por la policía o los oficiales de aduana.
En la casa «pequeña» y «bastante bien amueblada», Pyatakov vio a Trotsky, «a quien [él] no veía desde 1928» (en realidad desde finales de 1927). Inmediatamente después de estos lugares comunes sigue una descripción igualmente estereotipada de la entrevista, aparentemente predestinada a adornar registros policiales. ¿Todo esto tiene algún parecido con la vida y con los seres vivos? Después de todo, de acuerdo con el sentido de la amalgama, Pyatakov viajó a visitarme como compañero de ideas, como amigo, después de muchos años de separación. Durante varios años, aproximadamente de 1923 a 1928, realmente fue alguien bastante cercano, conocía a mi familia, siempre era cordialmente recibido por mi esposa. Debe de haber mantenido, evidentemente, una confianza absolutamente excepcional en mí, a pesar de que sólo fuera a base de una sola carta. Se convirtió en terrorista, en saboteador y derrotista, y, a la primera señal, voló a verme arriesgando su vida. Parecería que en tales circunstancias Pyatakov no podía, después de una separación de ocho años, dejar de manifestar algún interés sobre mis condiciones de vida. Pero no hay rastro de esto. ¿Dónde se realizó la reunión? ¿En mi apartamento o en otra casa? Nadie lo sabe. ¿Dónde estaba mi esposa? Nadie lo sabe. Ante una pregunta del fiscal, Pyatakov responde que no había nadie más presente durante la entrevista; incluso «Heinrich-Gustav» permaneció afuera. ¡Y eso es todo! Sin embargo, incluso por los muebles del interior, la presencia o la ausencia de libros o periódicos rusos, la apariencia del escritorio, Pyatakov podría haber determinado a simple vista si estaba en mi sala de trabajo o en la habitación de alguien más. Por otro lado, no podría haber tenido el menor fundamento para esconder tan inocente información de mi invitado, a quien confié mis ideas y planes más secretos. Pyatakov no podría haber dejado de preguntarme sobre mi esposa. El 24 de enero pregunté: «¿Vio a mi esposa?». El 27 de enero, repetí mi PREGUNTA: «¿Vio Pyatakov a mi esposa? ¿Estaba en casa ese día?» (las visitas de mi esposa a su médico y dentista en Oslo se pueden verificar fácilmente). Pero precisamente para evitar una verificación, los mentores de Pyatakov le enseñaron formulas elásticas y modos de expresión carentes de compromiso. Es menos riesgoso. Sin embargo, este exceso de cuidado traiciona el montaje desde otro ángulo.
El avión aterrizó a las tres de la tarde del 12 o 13. Pyatakov llegó a mi casa aproximadamente a las tres y media de la tarde. La entrevista duró cerca de dos horas. Mi invitado debe haber estado hambriento. ¿Le di algo de comer? Eso debería ser el deber elemental de un anfitrión. Pero no pude haber hecho eso sin la ayuda de mi esposa o del ama de llaves de la casa «bastante bien amueblada». Ni una palabra sobre ese tema durante el juicio. Pyatakov se fue a las cinco y media de la tarde. ¿Adónde fue desde el suburbio campestre, con el pasaporte alemán en el bolsillo? El fiscal no le pregunta sobre esto. ¿Dónde pasó la noche de diciembre? Difícilmente haya sido al aire libre. Menos uno puede suponer que pasó la noche en la embajada soviética. Tampoco en la embajada alemana. ¿Entonces, en un hotel? ¿Exactamente en cuál? Entre las trece preguntas que presenté al tribunal estaba ésta: «Pyatakov no puede haber evitado pasar una noche en Noruega. ¿Dónde? ¿En qué hotel?». El fiscal no le pregunta al acusado sobre esto. El presidente se mantiene en silencio.
Si un viejo amigo viniera a visitarme, especialmente un compañero de conspiraciones, yo, como cualquiera en una situación similar, hubiera hecho todo para proteger a mi invitado de sorpresas desagradables y riesgos innecesarios. Después de una entrevista de dos horas, le hubiera dado algo de comer y hubiera organizado un hospedaje adecuado. Estos mínimos asuntos obviamente no podrían haber presentado la menor dificultad, ya que pude enviarle una «persona de confianza» a Berlín y un automóvil «especial» al aeropuerto cuando llegó el avión «especial». Para evitar aparecer en un hotel o en las calles de Oslo, a Pyatakov naturalmente le habría interesado pasar la noche con nosotros. Además, después de una larga separación, ¡hubiéramos tenido mucho de qué hablar! Pero la GPU le temía a esta versión, porque Pyatakov entonces hubiera tenido que entrar en detalles relacionados con mis condiciones de vida. Mejor pasar por alto estos detalles prosaicos. De hecho, vivía, como se sabe, no en un suburbio campestre cerca de Oslo, sino un pueblo aislado; no a treinta minutos de viaje desde el aeropuerto, sino por lo menos a dos horas, especialmente en invierno, cuando deben ponerse cadenas en las ruedas. No; mejor sufrir un lapsus de amnesia sobre la comida, la noche de diciembre, el peligro de encontrarse con alguien relacionado con la embajada soviética. Mejor morderse la lengua y callar. Como antes durante el viaje, ahora en Noruega, Pyatakov es la sombra inmaterial de un sueño. ¡Dejad que los tontos tomen a esta sombra por la realidad!
A través del interrogatorio del testigo Bujartsev, corresponsal de Izvestia, nos enteramos de algunos detalles complementarios no poco importantes sobre el viaje de Pyatakov. «Heinrich-Gustav», afirma, era Gustav Stirner. Este nombre no me dice absolutamente nada, aunque, de acuerdo con Bujartsev, Stirner había sido mi hombre de confianza. De cualquier forma, mi emisario misterioso consideró necesario relevar su identidad exacta al testigo del fiscal. ¿Conoceremos al Stirner de carne y hueso en un futuro juicio? ¿Es puro producto de la imaginación? No lo sé. El nombre alemán, en cualquier caso, es algo para reflexionar.
A veces, Pyatakov intentó describir la reunión conmigo casi como un mal inevitable; el instinto de autopreservación asoma tímidamente a través de las confesiones del acusado. Por otra parte, de acuerdo con Bujartsev, Pyatakov, cuando se enteró de mi invitación, dijo que «le complacía escuchar esto, que coincidía plenamente con sus intenciones, y que aceptaría gustosamente esta reunión». ¡Qué expresión innecesaria para un conspirador! Pero necesaria, de hecho, para el fiscal. La tarea del testigo es profundizar la culpabilidad de los acusados, mientras que la tarea de los acusados es pasarme el mayor peso de la culpa a mí. La tarea del fiscal, por último, es aprovechar las mentiras de ambos.
Desde el punto de vista de la conspiración, e incluso en el viaje de avión a Oslo, Bujartsev es un personaje totalmente superfluo; incluso Vyshinsky se ve obligado, como veremos, a reconocerlo. Pero Gustav Stirner, si existe tal persona, parece ser inaccesible para la acusación. Sin embargo, si no hay Stirner, tampoco hay testigo. La historia de cómo Pyatakov se subió y se bajó del avión se basaría sólo en Pyatakov. Esto es insuficiente. Aunque Bujartsev, que fue llamado a declarar por el fiscal, no participó en la marcha de los acontecimientos, al menos llevó adelante la función de «mensajero» en una tragedia clásica, quien anuncia los acontecimientos que están ocurriendo detrás de escena. En consecuencia, Pyatakov no dejó de informar al «mensajero», en la víspera de su viaje de Berlín a Moscú (¿en qué fecha?), «dónde había estado y qué había visto». No había razón para decirle a Bujartsev nada de esto. Al entregarle innecesariamente tal información a un extraño, Pyatakov fue culpable de una superficialidad inexcusable. Pero no podía actuar de otra forma sin privar a Bujartsev de la oportunidad de servir como testigo útil para la acusación.
En este punto, el fiscal repentinamente se da cuenta de una omisión. «¿Entregó su fotografía?», pregunta inesperadamente a Pyatakov, interrumpiendo el interrogatorio de Bujartsev. Vyshinsky parece un niño de escuela que se ha saltado la línea de un poema. Pyatakov responde lacónicamente: «Sí». Al parecer, se trata de una fotografía de pasaporte. Una fotografía es esencial para todo pasaporte, incluso para los alemanes. Mientras de esa forma muestra que se fija en los detalles, el fiscal no arriesga nada. Naturalmente, ahora sigue callando sobre el nombre y la visa. Con lo cual el guardián de la ley vuelve a Bujartsev. «¿Sabe dónde obtuvo Stirner el pasaporte? ¿Dónde consiguió el avión? ¿Cómo es que es tan fácil hacer esto en Alemania?». Bujartsev responde que Stirner no entró en detalles, pero le pidió, a Bujartsev, que no se preocupara, una de las pocas respuestas que suena natural y racional. Sin embargo, esto no disuadirá al fiscal:
VYSHINSKY: ¿Y no le dio curiosidad?
BUJARTSEV: No me dijo nada, no entró en detalles.
VYSHINSKY: ¿Pero le generaba curiosidad?
BUJARTSEV: Como no respondió.
VYSHINSKY: ¿Pero intentó preguntarle?
BUJARTSEV: Intenté pero no me respondió.
Y así continuó en el mismo sentido. Pero aquí interrumpimos este diálogo informativo para someter al fiscal a un interrogatorio.
Recién preguntó, Sr. fiscal, sobre una fotografía de pasaporte. ¿Pero no le interesa el pasaporte en sí? ¿No interrogó el juez de instrucción a Pyatakov sobre esto? ¿Ha olvidado usted también cumplir con su deber? Dos veces, el 24 y el 27 de enero, le recordé sobre esto telegráficamente. ¿Prestó alguna atención a mi pregunta? ¿Tampoco estaba usted interesado en mi domicilio, mi residencia, mis condiciones de vida? ¿Por qué no le ha preguntado a Pyatakov dónde pasó la noche? ¿Quién le recomendó el hotel? ¿Cómo se registró allí? ¿No ameritan su atención todas estas circunstancias? Bujartsev al menos pudo justificarse diciendo que Gustav Stirner se negó a revelarle sus secretos. Usted, Sr. Guardián de Justicia, no tiene esta justificación, porque Pyatakov no tiene secretos con el fiscal. Pyatakov se mantiene en silencio sólo sobre lo que se le prohíbe hablar. Pero usted, Sr. fiscal, tampoco evitó accidentalmente el simple deber de traer a Pyatakov de la cuarta dimensión a esta vida terrenal con sus funcionarios de aduanas, restaurantes, hoteles, y otros molestos detalles. ¡Se mantuvo callado acerca de todo esto porque usted es uno de los principales organizadores del montaje!
Vyshinsky no tiene paz: «¿Y el avión?». «Bujartsev: Le pregunté [a Stirner] cómo pudo viajar Pyatakov y me dijo que un avión especial había llevado a Pyatakov a Oslo y de regreso».
Es preciso señalar que Stirner no es para nada reticente. Después de todo, él podría simplemente haber dicho al molesto Bujartsev: «No es de su incumbencia; Pyatakov mismo sabe lo que tiene que hacer». Pero Stirner aparentemente recordaba que ante él estaba el mensajero de una tragedia, y por lo tanto le dijo que Pyatakov viajaría en un avión «especial»; en otras palabras, dio a entender que el avión sería provisto por el gobierno alemán.
Vyshinsky utiliza esta indiscreción preestablecida de Stirner y Bujartsev: «¿Pero no fue Trotsky quien organizó el vuelo a través de la frontera?». Bujartsev responde con modestia elocuente: «Eso no lo sé».
«Vyshinsky: Usted es un periodista con experiencia; sabe que un vuelo a través de la frontera de un país a otro no es un asunto simple» (¡Ay, ay, ay! Eso es algo que el propio fiscal olvida completamente cuando es cuestión de aterrizar en un aeropuerto, obtener un pasaporte, una visa, una noche de hospedaje, un hotel, etc.). Bujartsev avanza otro paso para reunirse con el fiscal: «Tenía entendido que Stirner podía hacer esto mediante funcionarios alemanes». Q.E.D[532].
Pero en este punto Vyshinsky parece recuperar repentinamente el sentido: «¿No podían prescindir de usted en este tema? ¿Por qué participó de esta operación?».
Se plantea esta pregunta arriesgada para darle a Bujartsev la oportunidad de decirle al tribunal cómo fue que Radek, «un tiempo antes» (¿exactamente cuándo?), le había advertido a él, un «trotskista», que debería llevar adelante varias misiones, y que al mismo tiempo le dijo que «Pyatakov era miembro del centro». Como vemos, Radek previó todo y, en cualquier caso, había armado al futuro testigo con la información necesaria.
De una forma u otra, gracias a Bujartsev, nos enteramos de que Pyatakov no sólo viajó a Oslo en un «avión especial», sino que también regresó a Berlín de la misma manera. Esta declaración sumamente importante implica que el avión no aterrizó simplemente unos minutos, sino que se quedó durante el día y toda la noche, es decir, al menos quince horas, en el aeropuerto de Oslo. Probablemente, también cargó combustible allí. Como veremos pronto, la declaración de Bujartsev nos hace un favor más grande que el que le hace a Pyatakov. Ahora llegamos al punto nodal del testimonio de Pyatakov y de todo el proceso.
El periódico noruego conservador Aftenposten122, inmediatamente después del primer día del testimonio de Pyatakov, hizo una investigación en el aeropuerto y, en su edición vespertina del 25 de enero, publicó la información de que en diciembre de 1935 ni un solo avión extranjero aterrizó en Oslo. Esta noticia circuló inmediatamente alrededor del mundo. Vyshinsky se vio obligado a considerar esta noticia proveniente de Oslo. Lo hizo a su manera. En la sesión del 27 de enero, el fiscal le preguntó a Pyatakov si realmente había aterrizado en un aeropuerto en Noruega, y si lo hizo, en cuál. Pyatakov respondió: «Cerca de Oslo». No recordaba el nombre. ¿Hubo dificultades al aterrizar? Pyatakov, nos dijeron, estaba tan ansioso que no notó nada fuera de lo común.
VYSHINSKY: ¿Confirma entonces que aterrizó en un aeródromo en Oslo?
PYATAKOV: Cerca de Oslo, por lo que recuerdo.
¡Lo único que faltaba era que olvidara ese detalle! Entonces, el fiscal leyó para que conste en actas un documento que muchos periódicos caracterizaron al menos como sorprendente: una comunicación de la embajada soviética en Noruega de que «el aeródromo Kjeller cerca de Oslo recibe durante todo el año, de conformidad con la reglamentación internacional, aviones de otros países, y que es posible también la llegada y salida de aviones en los meses de invierno». ¡Eso es todo! El fiscal pide que se introduzca este valioso documento como prueba. ¡Así considera cerrado el asunto!
No, el asunto recién se abre. Las agencias de Noruega no afirmaron para nada que es imposible realizar vuelos en Noruega en los meses de invierno. Entonces, ¿por qué el tribunal de Moscú se toma el trabajo de confeccionar un manual meteorológico para los aviadores? La cuestión es mucho más concreta: ¿aterrizó un avión extranjero en Oslo durante el mes de diciembre de 1935, sí o no?
Konrad Knudsen, miembro del Storting[533], el 29 de enero de 1937, envió el siguiente telegrama a Moscú:
Al fiscal Vyshinsky, Colegio Militar del Tribunal Supremo de Justicia, Moscú: Le informo que hoy oficialmente verifiqué que en diciembre de 1935 ningún avión extranjero ni privado aterrizó en el aeropuerto cerca de Oslo. Stop. Como anfitrión de León Trotsky también confirmo que en diciembre de 1935 no pudo haber existido ninguna conversación entre Pyatakov y Trotsky en Noruega. KNUDSEN KONRAD, miembro del Storting.
El mismo día, 29 de enero, el Arbeiderbladet, órgano del partido de gobierno, llevó a cabo una nueva investigación sobre el «avión especial». Tal vez no esté de más mencionar que este periódico no sólo aprobó mi reclusión por parte del gobierno de Noruega, sino que también publicó artículos muy hostiles sobre mi persona durante mi encarcelamiento. Doy el informe textual del Arbeiderbladet
EL MILAGROSO VIAJE DE PYATAKOV A KJELLER
No hubo ningún avión extranjero en Kjeller entre septiembre de 1935 y mayo de 1936.
El director Gulliksen publica una negativa categórica.
Pyatakov, en su confesión, insiste en decir que llegó por avión a Noruega y aterrizó en el aeródromo Kjeller en diciembre de 1935. El Comisariado ruso de Asuntos Exteriores ha emprendido una investigación destinada a confirmar esta evidencia.
Las autoridades del aeródromo Kjeller ya han negado categóricamente que cualquier avión extranjero haya aterrizado allí en diciembre de 1935, mientras que Konrad Knudsen, anfitrión de Trotsky y miembro del Storting, emitió una declaración donde dice que Trotsky no recibió visitantes durante ese período. Hoy un representante del Arbeiderbladet hizo otra investigación en el aeródromo Kjeller, y el director Gulliksen confirmó por teléfono que ningún avión extranjero aterrizó en Kjeller en diciembre de 1935. Durante este mes sólo un avión aterrizó allí, y era un avión noruego de Linkoping. Pero este avión no llevaba pasajeros.
El director Gulliksen examinó el registro diario de aduanas antes de emitir esta declaración para nosotros, y en respuesta a nuestra pregunta agregó que está absolutamente descartado que cualquier avión haya aterrizado sin haber sido observado. Durante la noche hay una guardia militar que patrulla el terreno. Nuestro representante le preguntó al director Gulliksen: «¿cuándo fue la última vez, antes de diciembre de 1935, que un avión extranjero aterrizó en Kjeller?». «El 19 de septiembre. Era un avión inglés, un SACSF que venía de Copenhague. Estaba piloteado por un aviador inglés, el Sr. Robertson, a quien conozco muy bien».
«Y después de diciembre de 1935, ¿cuándo aterrizó el primer avión extranjero en Kjeller?».
«El 1° de mayo de 1936».
«En otras palabras, de acuerdo con los registros efectuados en el aeródromo, ¿con ello se establecería que ningún avión extranjero aterrizó en Kjeller en el intervalo que va del 19 de septiembre de 1935 al 1° de mayo de 1936?».
«Sí[533a]».
Con el fin de no dejar lugar a ninguna duda, permítanme presentarles la confirmación oficial de la entrevista del periódico. En respuesta a una pregunta formulada por mi abogado noruego, el mismo Sr. Gulliksen, director del único aeropuerto dentro o cerca de Oslo, respondió el 14 de febrero de la siguiente manera:
Kjeller, 14 de febrero de 1937
Andreas Stoeylen[534],
Abogado,
Owe Slottagt 8V.
Oslo.
Señor: En respuesta a su carta del 10 del corriente, permítame aseverar que mi declaración publicada en Arbeiderbladet es correcta…
Muy atentamente,
GULLIKSEN, Director del Aeropuerto de Kjeller.
En otras palabras, incluso si le concediéramos a la GPU no sólo 31 días (diciembre), sino 224 días (del 19 de septiembre al 1° de mayo) para que volara Pyatakov, ni siquiera así Stalin podía salvar la situación. Por lo tanto, espero que el asunto del vuelo de Pyatakov a Oslo pueda considerarse cerrado para siempre.
El 29 de enero, la sentencia aún no se había pronunciado. Las declaraciones de Knudsen y Arbeiderbladet eran de una importancia tan extraordinaria que se hacía necesaria una investigación complementaria. Pero la Temis[535] de Moscú no es del tipo de gente que permite que los hechos detengan sus movimientos. Es muy probable —casi seguro— que en las negociaciones preliminares, a Pyatakov, como a Radek, le hayan prometido perdonarle la vida. Mantener esta promesa frente a Pyatakov, el «organizador» del supuesto «sabotaje», no era nada fácil. Pero si a Stalin le quedaba alguna duda en este sentido, las noticias de Oslo la liquidaron. El 29 de enero le dije a la prensa en mi declaración diaria:
El diputado Konrad Knudsen realizó una investigación preliminar en Noruega, donde estableció que ningún avión extranjero aterrizó en Oslo «en la primera quincena de diciembre». ¿Cómo enfrentar este detalle desagradable? Mi gran temor es que la GPU se apresure a ejecutar a Pyatakov para impedir que se le hagan preguntas incómodas y para privar a una comisión investigadora internacional de la posibilidad de pedirle explicaciones precisas en el futuro[536].
Al día siguiente, el 30 de enero, Pyatakov fue condenado a muerte, y el 1° de febrero, lo fusilaron.
Por medio de la prensa amarillista de Noruega, Tidens Tgn[537], de carácter similar a las publicaciones de Hearst[538] en Estados Unidos, los amigos de la GPU están tratando de establecer una nueva versión del vuelo de Pyatakov. Tal vez el avión alemán no aterrizó en un aeródromo sino en un fiordo helado. Tal vez Pyatakov no se vio con Trotsky en un suburbio de Oslo, sino en un bosque. Quizás no en una casa «bastante bien amueblada», pero sí en una pequeña cabaña en el bosque. No a treinta minutos sino a tres horas de Oslo. Quizás Pyatakov no fue en automóvil, sino en trineo o en esquíes. Tal vez esta entrevista no ocurrió el 12 o 13 de diciembre, sino el 21 o 22 de diciembre. Este esfuerzo creativo no es ni mejor ni peor que el intento de hacer pasar a una confitería de Copenhague por el Hotel Bristol. Las hipótesis del Tidens Tegn adolecen de este defecto: no dejan en pie ni un ápice de la confesión de Pyatakov, y al mismo tiempo ellas mismas se desmoronan frente a los hechos. Estas fantasías hace mucho tiempo fueron refutadas por la prensa noruega, especialmente por el liberal Dagbladet, sobre la base de un examen de los hechos; es decir, de las circunstancias de tiempo y lugar. El diputado del Storting, Konrad Knudsen, ha sometido a estas ficciones tardías a una crítica no menos aniquiladora en las columnas de esa misma prensa amarillista, que entre tanto se ha convertido en el oráculo de la Comintern. Si, por su parte, la Comisión considera necesario someter a un examen no sólo los datos del informe oficial, sino también las versiones literarias presentadas por los amigos de la GPU después del fusilamiento de Pyatakov, pondré todo el material necesario a su disposición.
Aquí quisiera añadir que, a principios de marzo, el escritor danés Andersen Nexo[539] visitó Oslo para dar una conferencia especial. Por una feliz coincidencia, Nexo (como Pritt, como Duranty, como tantos otros) se hallaba en Moscú durante el juicio y escuchó con sus propios oídos la confesión de Pyatakov. Si Nexo conoce el idioma ruso o no es intrascendente; es suficiente que este caballero de la verdad escandinavo «no ponga en duda» la credibilidad de la confesión de Pyatakov. Si Romain Rolland[540] se compromete a realizar tareas degradantes que testimonian una pérdida completa del sentido moral y psicológico, ¿por qué el Sr. Nexo no haría lo mismo?
La corrupción introducida por la GPU en ciertos círculos de escritores y políticos radicales de todo el mundo ha alcanzado proporciones verdaderamente espantosas. No me pondré a investigar aquí sobre los medios que la GPU puede utilizar en cada caso. Es suficientemente conocido que estos medios no siempre tienen un carácter «ideológico»; el escritor irlandés O’Flaherty[541] ya ha revelado esto con su peculiar cinismo. Uno de los motivos de mi ruptura con Stalin y sus camaradas de armas fue, por cierto, que recurrió al soborno de funcionarios del movimiento obrero europeo desde 1924 en adelante. Un resultado indirecto pero muy importante de la labor de la Comisión será, espero, limpiar las filas radicales de los aduladores «de izquierda», de los parásitos políticos, de los cortesanos «revolucionarios», o de esos señores que siguen siendo «Amigos de la Unión Soviética», en la medida en que son amigos de la Editorial Estatal Soviética o que cobran ordinariamente una renta de la GPU.
XVIII. ¿Qué es lo que fue desmentido en el último juicio?
Los agentes de Moscú han recurrido últimamente al siguiente argumento: «Desde su llegada a México, Trotsky no ha presentado ninguna prueba. No hay ninguna razón para creer que pueda presentarla en el futuro. Por eso mismo, la Comisión está condenada de antemano a la impotencia». Me pregunto cómo se puede refutar una falsificación preparada y construida durante varios años sin examinar los hechos y los documentos. Tengo que reconocer desde el principio que es verdad que no tengo en mi poder ninguna confesión «voluntaria» de Stalin, Yagoda, Yezhov o Vyshinsky. Pero si bien no he presentado hasta ahora ninguna fórmula mágica que abarque todas las pruebas, tampoco es cierto que yo no haya presentado ninguna prueba. Durante el último juicio hice declaraciones diarias a la prensa refutando específicamente las confesiones. Los periódicos publicaron sólo partes de mis declaraciones, a menudo en forma distorsionada. Pongo a disposición de la Comisión el texto exacto de estas declaraciones. También estoy escribiendo un libro que proporcionará la clave de los «enigmas» políticos y psicológicos más importantes de los Procesos de Moscú[542]. He recibido el informe textual del segundo juicio hace tan sólo dos semanas. Naturalmente, en estas circunstancias no puede hablarse de una refutación exhaustiva. Sin embargo, a pesar del hecho de que yo no tenía a mi disposición un diario o un semanario en el cual pudiera expresarme libremente, refuté completamente los hechos del último juicio dirigidos contra mí personalmente, y con ello desmoroné la amalgama judicial de conjunto.
Radek, defendiéndose en su alegato final ante los insultos del fiscal, el cual caracteriza a los acusados sólo como ladrones y bandidos (el fiscal Vyshinsky, un arribista cínico, un antiguo menchevique de derecha, ¡qué encarnación del régimen!), obviamente ha sobrepasado los límites prefijados de la defensa, y dijo más de lo necesario o de lo que quería decir. ¡Ese es uno de los rasgos distintivos de Radek! Esta vez, sin embargo, dijo cosas de valor excepcional. Pido a todos los miembros de la Comisión que lean con especial cuidado el alegato final de este acusado.
La actividad terrorista y la conexión de los «trotskistas» con las organizaciones de contrarrevolucionarios y saboteadores están plenamente demostradas, según Radek. «Sin embargo», continúa:
Pero el proceso tiene dos puntos centrales; tiene, además, una enorme importancia desde otro punto de vista. Ha puesto de manifiesto la fuerza de la guerra y ha demostrado que la organización trotskista se ha convertido en la agencia de las potencias que preparan la nueva guerra mundial. ¿Cuáles son las pruebas de este hecho? Las pruebas son las declaraciones de dos hombres: las mías, en las que he reconocido haber recibido instrucciones y cartas —que desgraciadamente quemé— de Trotsky, y las de Pyatakov, que habló con Trotsky. Las demás declaraciones descansan sobre las nuestras. Si ustedes no han tenido relación más que con simples criminales de derecho común, con soplones, ¿cómo pueden saber que lo que hemos dicho es la pura verdad, la verdad incontrovertible[543]?
A uno le cuesta creer lo que está leyendo cuando ve transcriptas en el registro estas líneas cínicamente francas. Ni siquiera el fiscal o el presidente trataron de refutar o corregir a Radek; ¡era demasiado arriesgado! Sin embargo, sus palabras sorprendentes derrumban todo el proceso. Sí, toda la acusación en mi contra se basa sólo en el testimonio de Radek y Pyatakov. Ni siquiera hay un rastro de pruebas materiales. Las cartas que Radek supuestamente recibió de mi parte «lamentablemente» las quemó (sin embargo, el acta de acusación salió publicada en la versión rusa de los expedientes judiciales como si citaran mis cartas reales). El fiscal trata a Radek y a Pyatakov como mentirosos sin principios, que persiguen un único objetivo: engañar a las autoridades. La suma y la sustancia de la respuesta de Radek es: «Si nuestro testimonio es falso (¡tanto Radek como el fiscal saben muy bien que el testimonio es falso!), entonces, ¿qué otra prueba tienen de que Trotsky llegó a sellar una alianza con Alemania y Japón con el fin de precipitar la guerra y el desmembramiento de la URSS? No les queda nada. No hay documentos. El testimonio de los otros acusados se apoya en nuestro testimonio». Ni una palabra de la fiscalía. Ni una palabra del Presidente. Los «amigos» en el extranjero también guardan silencio. ¡Un silencio condenatorio! Tal es el verdadero rostro del proceso: ¡un rostro de vergüenza!
Recordemos el lado fáctico del testimonio de Radek y Pyatakov. Se supone que Radek mantuvo comunicación conmigo a través de Vladimir Romm. Este último supuestamente me vio por primera y única vez a finales de julio de 1933 en el Bois de Boulogne, en París. Por medio de referencias precisas a fechas, hechos y testigos, entre ellos la policía francesa, he demostrado que yo no estuve ni podría haber estado en el Bois de Boulogne, ya que, al estar enfermo, fui directamente desde Marsella a Saint Palais, cerca de Royan, a varios cientos de kilómetros de París.
Pyatakov declaró que voló en un avión alemán para verme en Oslo en diciembre de 1935. Sin embargo, las autoridades noruegas han declarado públicamente que ningún avión extranjero aterrizó en Oslo entre el 19 de septiembre de 1935 y el 1° de mayo de 1936. Nadie impugnó esta evidencia. Pyatakov voló a Oslo para verme tanto como Romm se reunió conmigo en el Bois de Boulogne. Sin embargo, el único supuesto contacto de Radek conmigo fue a través de Romm. La destrucción del testimonio de Romm no deja nada del testimonio de Radek. Tampoco queda nada del testimonio de Pyatakov. Sin embargo, de acuerdo con la confesión de Radek, confirmada por el silencio del tribunal, la acusación en mi contra se basa exclusivamente en el testimonio de Radek y Pyatakov. Todos los testimonios de los demás son de carácter accesorio, auxiliares, planeados para reforzar a Radek y Pyatakov, los principales acusados; más exactamente, los principales testigos de Stalin en mi contra. La función de Radek y Pyatakov era demostrar la relación directa entre los criminales y yo. «Todos los testimonios de los demás acusados se apoyan en nuestro testimonio», confiesa Radek. En otras palabras, se apoyan sobre nada. La principal acusación queda demolida. Se convirtió en polvo. No es necesario demoler un edificio ladrillo por ladrillo, una vez que se han derribado los dos pilares básicos sobre los que se apoya. ¡Señores acusadores, arrástrense entre los escombros y recojan los restos de su mampostería!
XIX. El fiscal falsificador
Mi actividad «terrorista» y «derrotista», como es sabido, se suponía que era un asunto de máximo secreto, en la que inicié sólo a aquellos que eran para mí los más dignos de confianza. Por el contrario, mi actividad pública, hostil al terrorismo y al derrotismo, supuestamente era sólo «camuflaje». El fiscal, sin embargo, no sostiene uniformemente esta posición a lo largo del juicio, y a veces sucumbe a la tentación de descubrir propaganda terrorista y derrotista también en mi actividad pública. Vamos a demostrar con algunos ejemplos cardinales que los fraudes literarios de Vyshinsky representan sólo una parte auxiliar de la falsificación judicial.
I. El 20 de febrero de 1932, el Comité Ejecutivo Central de la URSS, por medio de un decreto especial, me privó de la ciudadanía soviética a mí y a los miembros de mi familia que estaban en el exterior. De paso, llamo la atención acerca de que incluso el texto del decreto representa una amalgama. Se refieren a mí no sólo por el apellido Trotsky, sino también por el apellido de mi padre, Bronstein, aunque este nombre nunca antes se utilizó en ningún documento soviético. Por otra parte, salieron a cazar a los mencheviques llamados Bronstein y los incluyeron en el decreto de privación de la ciudadanía. ¡Ese es el estilo político de Stalin!
Yo respondí mediante una «Carta abierta al presídium del Comité Ejecutivo Central de la URSS[544]», del 1° de marzo de 1932 (Boletín de la Oposición, N° 27). Esta Carta abierta mencionaba una serie de fraudes perpetrados por la prensa soviética por órdenes de arriba, con el propósito de desacreditarme ante los ojos de las masas trabajadoras de la URSS. Haciendo un recuento de los principales errores de Stalin en cuestiones de política interior y exterior, la Carta abierta señalaba sus «tendencias bonapartistas». «Bajo el látigo de la camarilla stalinista », decía la Carta a continuación, «el miserable, confuso, asustado y aterrorizado Comité Central del Partido Comunista alemán ayuda a los dirigentes de la socialdemocracia a enviar al proletariado de su país a que Hitler lo crucifique (y no puede hacer otra cosa)». ¡Menos de un año después, esta predicción, por desgracia, se confirmó por completo! Por otra parte, la Carta abierta contenía la siguiente propuesta:
»… Stalin los llevó a un callejón sin salida. No pueden avanzar sin liquidar al estalinismo. Deben apoyarse en la clase obrera y darle a la vanguardia proletaria la posibilidad, por medio de la más absoluta libertad de crítica, de revisar todo el sistema soviético y librarlo rápidamente de la basura acumulada. Es hora, por fin, de seguir el último e insistente consejo de Lenin: ¡remover a Stalin!
La propuesta de «remover a Stalin» la fundamenté con las siguientes palabras:
Ustedes conocen a Stalin tan bien como yo… Su fuerza siempre residió en el aparato, no en él mismo, en cuanto él es la representación más acabada del automatismo burocrático. Separado del aparato, opuesto a éste, no representa nada. Es hora de terminar con el mito stalinista[545].
Queda claro que aquí no se habla del exterminio físico de Stalin, sino sólo de la liquidación de su poder de aparato.
Por increíble que parezca, es precisamente este documento, la Carta abierta al Comité Ejecutivo Central, el que constituiría la base de la falsificación judicial de Stalin-Vyshinsky.
En la sesión del tribunal del 20 de agosto de 1936, el acusado Olberg declaró:
La primera vez que Sedov me habló de mi viaje [a la URSS] fue después del mensaje de Trotsky sobre su privación de la ciudadanía soviética. En este mensaje Trotsky desarrolló la idea de que era necesario asesinar a Stalin. Esta idea fue expresada con las siguientes palabras: «Stalin debe ser removido». Sedov me mostró el texto mecanografiado de este mensaje y dijo: «Bueno, ya ves, no se puede expresar de una manera más clara. Se trata de una forma diplomática»… Fue entonces que Sedov propuso que yo fuera a la URSS.
En aras de la prudencia, Olberg llama «mensaje» a la Carta abierta. Olberg sólo da una cita parcial. El fiscal no pide más detalles. Las palabras «remover a Stalin» se interpretan dándole el sentido de que era necesario asesinar a Stalin.
El 21 de agosto, según el expediente, el acusado Holtzman declaró que «en el curso de la conversación, Trotsky dijo que “era necesario remover a Stalin”». «Vyshinsky: ¿Qué significa “remover a Stalin”? Explíquelo». Holtzman, naturalmente, procede a explicarlo de acuerdo con los requerimientos de Vyshinsky.
Al parecer, con el fin de disipar todas las dudas sobre el origen de su propio fraude, Vyshinsky declaró el 22 de agosto de 1936, en sus conclusiones finales: «… en marzo de 1932, en un arrebato de furia contrarrevolucionaria, Trotsky estalló, en una carta abierta, con un llamado a “poner a Stalin fuera del camino” (esta carta fue encontrada entre las paredes dobles de la maleta de Holtzman y figuraba como una prueba en este caso)».
El fiscal habla lisa y llanamente de una «carta abierta» escrita en marzo de 1932 sobre el retiro de mi ciudadanía y que contiene el llamado a «remover a Stalin». ¡Este documento no es otra cosa que mi «Carta abierta al Comité Ejecutivo Central»! Según el fiscal, fue «encontrada entre los dobles fondos de la maleta de Holtzman». Es posible que, de regreso del extranjero, Holtzman haya ocultado en su maleta una copia del Boletín que contiene mi Carta abierta; esos medios de ocultamiento son acordes a la práctica tradicional de los revolucionarios rusos. En cualquier caso, las indicaciones específicas dadas por el fiscal: (a) la mención del nombre (Carta abierta), (b) la fecha (marzo de 1932), (c) el tema (decreto de privación de mi ciudadanía) y, por último, (d) la consigna («remover a Stalin»), apuntan con certeza absoluta a mi «Carta abierta al Comité Ejecutivo Central», y al hecho de que el testimonio de Olberg y
Holtzman, lo mismo que las conclusiones finales del fiscal en el caso Kamenev-Zinoviev, precisamente giraban alrededor de este documento.
En sus conclusiones finales sobre el caso Pyatakov-Radek (28 de enero de 1937), Vyshinsky vuelve su atención nuevamente sobre la Carta abierta como la guía básica del terrorismo:
Tenemos en nuestro poder documentos que demuestran que Trotsky planteó una línea de acción terrorista por lo menos dos veces, y además, en forma bastante abierta y sin disimulo, en documentos que su autor ha difundido urbi et orbi [546]. Me refiero, en primer lugar, a este escrito de 1932, en el que Trotsky proclamó su llamado vergonzoso y traidor: «Remover a Stalin…» [En la edición en inglés del registro del segundo juicio (página 507) dice «remover a Stalin». En la edición en inglés del registro del primer juicio (página 127) la misma frase aparece traducida como «poner a Stalin fuera del camino». En la edición francesa de las actas del segundo juicio la frase dice «supprimez Staline», es decir, «Destruyan a Stalin». El gran complot está repleto de cientos de pequeños fraudes, hasta el colmo de incluir traducciones fraudulentas].
Permítanme, en este punto, que interrumpa mi lectura de las citas, de donde otra vez nos enteramos de que la orden terrorista supuestamente la di yo de forma abierta o de que la proclamé urbi et orbi, como sostiene el fiscal. En una palabra, se trata de la misma Carta abierta en la que, invocando el testamento de Lenin, recomendé la destitución de Stalin de su puesto como Secretario General.
¡La situación es clara, estimados miembros de la Comisión! En los dos juicios principales contra los «zinovievistas» y «trotskistas» el punto de partida de la acusación de terrorismo es una interpretación conscientemente falsa de un artículo mío publicado en varios idiomas y accesible para ser verificado por cualquier persona que sepa leer. ¡Tales son los métodos de Vyshinsky! ¡Tales son los métodos de Stalin!
II. En las mismas conclusiones finales (28 de enero de 1937), el fiscal continúa «… y en segundo lugar, en un documento posterior, el Boletín de la Oposición trotskista, N° 36-37, de octubre de 1933, en el cual aparecen varias referencias directas al terrorismo como método de lucha contra el gobierno soviético». Sigue una cita del Boletín:
Sería infantil suponer que se puede remover a la burocracia estalinista a través de un congreso del Partido o de los soviets. No quedan caminos «constitucionales» normales para remover a la camarilla dominante. Sólo por la fuerza se podrá obligar a la burocracia a dejar el poder en manos de la vanguardia proletaria[547].
«¿De qué otra forma se lo puede llamar?», concluye el fiscal, «¿si no como un llamado directo al terrorismo? No se lo puede llamar de otra manera». A fin de preparar esta conclusión, Vyshinsky declara de antemano: «Un adversario del terrorismo, un opositor a la violencia, debería haber dicho: “Sí, existen medios pacíficos [para reformar el Estado] sobre la base, digamos, de la Constitución”». Precisamente: «¡Sobre la base, digamos, de la Constitución!».
Todo el argumento se basa en la identificación de la violencia revolucionaria con el terror individual. ¡Ni los fiscales zaristas recurrían seguido a estos métodos! Nunca me hice pasar por pacifista, por tolstoiano, o seguidor de Gandhi. Los revolucionarios serios nunca juegan con la violencia. Pero tampoco se niegan a recurrir a la violencia revolucionaria, si la historia no permite otros métodos. Desde 1923 hasta 1933 he defendido la idea de «reformar» el aparato del Estado soviético. Precisamente por ello, incluso en marzo de 1932, le aconsejé al Comité Ejecutivo Central «remover a Stalin». Poco a poco, y bajo la presión irresistible de los hechos, llegué a la conclusión de que las masas populares no pueden derrocar a la burocracia sino por medio de la violencia revolucionaria. De conformidad con el principio fundamental de mi actividad, inmediatamente expresé públicamente esta conclusión. Sí, señoras y señores de la Comisión, opino que al sistema del bonapartismo estalinista sólo se lo puede liquidar por medio de una nueva revolución política. Sin embargo, las revoluciones no se hacen a pedido. Surgen del desarrollo de la sociedad. No se las puede evocar artificialmente. Es todavía menos posible sustituir la revolución por el aventurerismo de los actos terroristas. Cuando Vyshinsky identifica en lugar de contraponer estos dos métodos —el del terror individual y el de la insurrección de masas—, borra toda la historia de la Revolución Rusa y toda la filosofía del marxismo. ¿Qué quiere poner en su lugar? Un fraude.
III. El embajador Troyanovsky, siguiendo a Vyshinsky, hizo exactamente lo mismo; durante el último juicio descubrió, como es bien sabido, que en una de mis declaraciones a la prensa admití mi punto de vista terrorista. El descubrimiento de Troyanovsky se publicó, se discutió, hubo que desmentirlo. ¿No es degradante para la razón humana? Es evidente que, por un lado, en mis libros, artículos y declaraciones sobre los últimos juicios, negué categóricamente la acusación de terrorismo, fundamentando mi negación en argumentos teóricos, políticos y fácticos. Pero, por el contrario, se supone que le entregué a los periódicos de Hearst una declaración en la que, contradiciendo todas mis otras declaraciones, le confesé abiertamente al embajador soviético mis crímenes terroristas. ¿Hay límites para el absurdo? Si Troyanovsky comete, a la vista de todo el mundo civilizado, falsificaciones tan inauditas por su crudeza y su cinismo, no es difícil imaginar lo que hace la GPU en sus mazmorras.
IV. A Vyshinsky no le va mejor con mi derrotismo. Los abogados extranjeros de la GPU continúan torturando sus facultades para demostrar cómo fue que el ex dirigente del Ejército Rojo se convirtió en un «derrotista». Para Vyshinsky y los demás falsificadores de Moscú este problema dejó de existir hace mucho tiempo; Trotsky fue siempre un derrotista, dicen, incluso, durante el período de la Guerra Civil. Ya existe toda una literatura sobre este tema. Educado en esta literatura, el fiscal dice en sus conclusiones finales:
Debemos recordar que hace diez años Trotsky justificó su postura derrotista hacia la URSS al referirse a la famosa tesis de Clemenceau. Trotsky escribió entonces: «Debemos restaurar la táctica de Clemenceau, que, como es bien sabido [!] se levantó contra el gobierno francés en un momento en que los alemanes estaban a 80 kilómetros de París». [En la edición en inglés estas palabras están entre comillas, lo cual podría llevar a los miembros de la Comisión a pensar que se trata de una cita. En realidad, el fiscal inventó la frase de la nada. Las «citas» judiciales de Vyshinsky tienen la misma autenticidad que las «citas» literarias de Stalin; en esta escuela hay uniformidad de estilo]… No fue una casualidad que Trotsky y sus cómplices levantaran la tesis de Clemenceau. Ellos volvieron a esta tesis, pero esta vez no como una propuesta teórica, sino como una preparación práctica, la preparación real de la derrota de la URSS en la guerra, en alianza con los servicios de inteligencia extranjeros.
Es difícil creer que el texto de este discurso se haya publicado en idiomas extranjeros, incluyendo el francés. Uno podría imaginarse que los franceses se enteraron, no sin asombro, de que Clemenceau, durante la guerra, «se levantó contra el gobierno francés». Los franceses nunca sospecharon que Clemenceau era un derrotista y un aliado de los «servicios de inteligencia extranjeros». Por el contrario, lo llaman «el padre de la victoria». ¿Qué se entiende exactamente de las patrañas del fiscal? Que la burocracia estalinista, desde 1926, para justificar la violencia contra los soviets y el Partido ha apelado al peligro de guerra; ¡un subterfugio clásico del bonapartismo! Oponiéndome a esto, siempre expresé que la libertad de crítica es indispensable para nosotros no sólo en tiempo de paz, sino también en tiempo de guerra. Me refería al hecho de que incluso en los países burgueses, Francia en particular, la clase dominante no se atrevió, a pesar de todo su temor a las masas, a suprimir completamente la crítica durante la guerra. En este sentido, cité el ejemplo de Clemenceau, quien a pesar de la cercanía de París al frente de guerra —o, mejor dicho, precisamente por eso— denunció en su periódico la inutilidad de la política militar del gobierno francés. Finalmente, Clemenceau, como es conocido, convenció al Parlamento, se hizo cargo del gobierno, y aseguró la victoria. ¿Dónde está el «levantamiento» aquí? ¿Dónde está el «derrotismo»? ¿Dónde está la conexión con los servicios de inteligencia extranjeros? Repito: hice la referencia a Clemenceau cuando todavía creía posible transformar por medios pacíficos el sistema de gobierno de la URSS. Hoy ya no puedo invocar a Clemenceau, ya que el bonapartismo de Stalin ha desterrado el camino de la reforma legal. Pero aún hoy estoy completamente por la defensa de la URSS; es decir, por la defensa de sus bases sociales, tanto contra el imperialismo extranjero como contra el bonapartismo doméstico.
En la cuestión del «derrotismo» el fiscal se basó primero en Zinoviev, luego en Radek, como los principales testigos en mi contra. Voy a citar hoy aquí a Zinoviev y a Radek como testigos en contra del fiscal. Citaré sus opiniones libres y sin falsificaciones.
Hablando de la persecución repugnante contra la Oposición, Zinoviev escribió al Comité Central el 6 de septiembre de 1927:
Es suficiente con señalar el artículo del nada desconocido N. Kuzmin en el Komsomolskaya Pravda[548] en los que este «maestro» de nuestra juventud militar… interpreta la referencia del camarada Trotsky a Clemenceau como una exigencia de fusilar a los campesinos que están en el frente en caso de guerra. Francamente, ¿qué es esto si no acaso agitación termidoriana, por no decir de las Centurias Negras?
En el mismo período de la carta de Zinoviev (septiembre de 1927), Radek escribió en sus tesis programáticas:
Sobre la cuestión de la guerra, es necesario repetir en nuestra plataforma lo que se dijo en varios discursos públicos, y unificarlo todo, es decir: nuestro Estado es un Estado obrero, a pesar de las fuertes tendencias que operan para cambiar su naturaleza. La defensa de ese Estado es la defensa de la dictadura del proletariado… Lo que plantea el grupo de Stalin —distorsionando la referencia del camarada Trotsky a Clemenceau— no se puede desechar ligeramente, sino que hay que responderlo con claridad: vamos a defender la dictadura del proletariado, aun con la falsa dirección de la actual mayoría, como hemos declarado, pero la promesa de victoria está en corregir los errores de esta dirección, y en que el Partido acepte nuestra plataforma.
Estos testimonios de Zinoviev y Radek son doblemente valiosos. Por un lado, establecen de una forma totalmente correcta la actitud de la Oposición hacia la defensa de la URSS; por otro lado, muestran que desde 1927 el grupo estalinista ha distorsionado en todas las formas imaginables mi referencia a Clemenceau, con el objetivo de imputarle tendencias derrotistas a la Oposición. Vale la pena señalar que este mismo Zinoviev, en una de sus retractaciones de los últimos días, también incluyó dócilmente en su arsenal la falsificación oficial sobre
Clemenceau. «… Todo el Partido, como un solo hombre», escribió Zinoviev en Pravda del 8 de mayo de 1933, «ha de luchar bajo la bandera de Lenin y Stalin… Quizás sólo los despreciables renegados tratarán de recordar aquí la famosa tesis de Clemenceau». Sin duda, uno podría encontrar otras referencias similares de Radek. Por lo tanto, esta vez también, el fiscal no ha inventado nada nuevo. Se ha limitado a darle una vuelta jurídica a la forma tradicional termidoriana de perseguir a la oposición. Y toda la acusación está armada a base de trucos de tan mala calidad. ¡Mentiras y fraudes! ¡Fraudes y mentiras! El resultado: el pelotón de fusilamiento.
XX. La teoría del «camuflaje»
Algunos «juristas», del tipo de los que se tragan camellos y filtran mosquitos[549], son proclives al argumento de que mi correspondencia no puede tener ningún valor «jurídico» como prueba, porque siempre está la posibilidad de que se haya mantenido con el objetivo previsto de camuflar mi verdadera forma de pensar y actuar. Este argumento, que tiene sus raíces en la práctica criminal común, no tiene absolutamente ninguna aplicación a un juicio político de vastas proporciones. A los efectos del camuflaje, se pueden tramar cinco, diez, cien cartas. Pero no se puede desarrollar una intensa correspondencia sobre las cuestiones más diversas durante muchos años, con la gente más diversa, cercana y distante, con el único fin de engañar a todos. A las cartas tenemos que añadirles los artículos y los libros. Uno puede dedicarse a la tarea del «camuflaje» con la energía y el tiempo que le queden después de realizar el trabajo principal al que se dedica. Pero se puede mantener una correspondencia enorme a condición de tener una preocupación profunda por su contenido y sus resultados. Precisamente por esta razón, las incontables cartas, que están impregnadas hasta la médula con un espíritu de convencimiento, inevitablemente deben reflejar el verdadero rostro del autor, y en ningún caso supone una máscara temporal. Espero que la Comisión considere las cartas, artículos y libros en sus conexiones recíprocas.
Cuando me presenté en Noruega el 11 de diciembre de 1936, en calidad de testigo sobre el ataque fracasado a mis archivos por parte de los fascistas, traté de explicar a los jueces y a los jurados el sentido de mis papeles como un medio de defensa contra las acusaciones falsas.
Ustedes tal vez me permitan [dije], que les dé un ejemplo de un terreno con el que los miembros del jurado se sientan más familiarizados. Imaginemos un hombre religioso y temeroso de Dios que se esfuerza por vivir su vida entera en estricta conformidad con las enseñanzas de la Biblia. En algún momento, sus enemigos lo acusan —con la ayuda de documentos y testigos falsos— de que lleva adelante en secreto una propaganda atea. ¿Qué diría la víctima de esta calumnia? «Aquí está mi familia, aquí están mis amigos, aquí está mi biblioteca, aquí está mi correspondencia de muchos años, aquí está toda mi vida. Lean mis cartas, dirigidas a la gente más diversa en las más variadas ocasiones, pregunten a los cientos de personas que a lo largo de los años han estado en contacto conmigo, y se convencerán de que no podría haber desarrollado una tarea que entrara en conflicto con toda mi naturaleza moral». Este argumento convencerá a todo hombre inteligente y honesto.
Tomemos otro ejemplo del campo del arte. Supongamos que alguien declarara que Diego Rivera es un agente secreto de la Iglesia Católica. Si tuviera que participar en una investigación sobre una calumnia como ésa, en primer lugar, les propondría a todos los participantes que estudien los murales de Rivera. Es difícil que pueda encontrarse en cualquier otro lugar una expresión de odio a la Iglesia más apasionada o más intensa. ¿Algún jurista trataría de objetar que tal vez Rivera pintó estos murales con el fin de camuflar su verdadero rol? La gente seria sólo se reiría con desprecio de una recusación así, y continuaría con sus asuntos.
Con el fin de camuflar los crímenes (hablo ahora de los crímenes de la GPU), es posible, con la ayuda de un aparato, fraguar una acusación, extraer una serie de confesiones monótonas, y publicar un informe «textual» a expensas del Estado. Las contradicciones internas y la brutalidad de este menjunje serían suficientes para delatar por sí solas esta «creación» burocrática hecha a pedido. Pero sin convicción y pasión intelectual no se pueden pintar murales formidables que en el lenguaje del arte fustigan la opresión del hombre por el hombre, ni tampoco desarrollar las ideas de la revolución internacional año tras año bajo los golpes de enemigos innumerables. No se puede derramar «la sangre del corazón y la savia de los nervios» (Borne[550]) en actividades científicas, artísticas o en el trabajo político, con el fin del «camuflaje». Las personas que saben lo que es el trabajo creativo, y toda la gente inteligente y sensible en general, se reirán burlonamente de los casuistas burocráticos y «jurídicos», y continuarán con asuntos.
Por último, dejemos que la desapasionada aritmética tome cartas en este asunto. De acuerdo con las declaraciones de ambos juicios, el contenido de mi trabajo criminal fue el siguiente: tres reuniones en Copenhague, dos cartas de Mrachkovsky y demás, tres cartas a Radek, una carta a Pyatakov, otra a Muralov, una reunión con Romm que duró entre 20 y 25 minutos, un encuentro con Pyatakov que duró dos horas. ¡Eso es todo! En total, las conversaciones y correspondencia con los conspiradores, según su propio testimonio, no significaron más de doce o trece horas de mi tiempo. No sé cuánto de mi tiempo ocuparon mis conversaciones con Hess y los diplomáticos japoneses.
Añadamos doce horas más. En total, esto asciende a un máximo de tres jornadas laborales. Mientras tanto, calculo que los últimos ocho años de mi exilio incluyen 2920 posibles jornadas laborales. Que no usé mi tiempo inútilmente lo prueban mis libros publicados en estos años, los innumerables artículos, y las cartas aún más numerosas, que en tamaño y en contenido no poco frecuentemente puedan compararse con los artículos[551]. De esta manera, llegamos a una conclusión más bien paradójica: durante 2917 días de trabajo escribí libros, artículos y cartas, y mantuve conversaciones dedicadas a la defensa del socialismo, la revolución proletaria y la lucha contra el fascismo y todas las otras formas de reacción. Por otra parte, he dedicado tres días —¡tres días enteros!— a conspirar según los intereses del fascismo. Ni siquiera mis adversarios han negado que mis libros y artículos, escritos en el espíritu de la revolución comunista, posean algún mérito. Por el contrario, mis cartas y directivas verbales inspiradas por los intereses del fascismo, se distinguen, a juzgar por los informes de Moscú, por una estupidez extraordinaria. Entre las dos ramas de mi actividad, la pública y la secreta, se observa una extrema desproporción. La actividad pública —es decir, la «hipócrita»— que sólo sirvió como «camuflaje» superó a mi actividad secreta —es decir, la «verdadera»— casi mil veces en cantidad y, me atrevo a afirmar, también en calidad. Da la impresión de que he construido un rascacielos para «camuflar» una rata muerta. ¡No, no es convincente!
Lo mismo ocurre con el testimonio de mis testigos. Naturalmente, yo vivía en un círculo de amigos políticos, y me asociaba principalmente, aunque no en forma exclusiva, con mis compañeros de ideas. Por lo tanto, es un asunto sencillo tratar de desacreditar el testimonio de mis testigos por provenir de personas vinculadas con una de las partes interesadas (ex parte[552]). Sin embargo, se debe considerar este argumento como insostenible desde el principio. Hoy en día existen en una treintena de países organizaciones más pequeñas o más grandes que se fundaron y se han desarrollado durante los últimos ocho años en relación cercana con mis trabajos teóricos y mis artículos políticos. Cientos de miembros de estas organizaciones mantuvieron correspondencia personal conmigo, discutieron conmigo, y me visitaron siempre que pudieron. Cada una de ellas después compartió sus impresiones con veintenas, si no cientos, de personas. Así que no se trata de un círculo cerrado, unido por el orgullo familiar o intereses materiales mutuos, sino de un amplio movimiento internacional, nutrido exclusivamente de fuentes ideológicas. A esto hay que añadir que en cada una de estas treinta organizaciones, durante todos estos años, se produjo una intensa lucha ideológica, que no con poca frecuencia llevó a escisiones y expulsiones. La vida interna de cada una de estas organizaciones se reflejó, a su vez, en boletines, circulares y artículos polémicos. Participé activamente en todo este trabajo. Surge la PREGUNTA: ¿la organización internacional de los «trotskistas» sabía acerca de mis planes e intenciones «verdaderos» (el terrorismo, la guerra, la derrota de la URSS, el fascismo)? Si es así, entonces es totalmente incomprensible que este secreto no se haya podido filtrar, ya sea por descuido o mala fe, especialmente en vista de los numerosos conflictos y divisiones. Si no es así, eso significa que he tenido éxito en hacer existir un movimiento internacional creciente sobre la base de ideas que no eran las mías, sino que sólo me servían como camuflaje para las ideas directamente opuestas. ¡Pero tal suposición es realmente absurda! Me gustaría añadir que me propongo llamar como testigos a decenas de personas que han roto con la organización trotskista o han sido expulsadas de ella, y se han convertido en mis adversarios políticos, en algunos casos extremadamente implacables. Aplicar el estrecho concepto de «ex parte» a tan amplias dimensiones —la cantidad, aquí también, se transforma en calidad— significa ignorar la realidad y atrapar una sombra.
XXI. ¿Cuál es el propósito de estos juicios?
Un escritor norteamericano, conversando conmigo, se quejó de esta manera: «Me cuesta creer que usted haya entablado una alianza con el fascismo, pero lo mismo me cuesta creer que Stalin haya llevado a cabo un fraude judicial tan horrible». El autor de este comentario simplemente me da lástima. En efecto, es difícil encontrar una solución si uno observa la cuestión exclusivamente desde el punto de vista de la psicología individual y no desde la política. No quiero negar la importancia del elemento individual en la historia. Ni Stalin ni yo nos encontramos en nuestras actuales posiciones por accidente. Pero nosotros no creamos estas posiciones. Ambos entramos en este drama como representantes de ideas y principios claros. A su vez, las ideas y los principios no caen del cielo, tienen profundas raíces sociales. Por eso hay que tomar, no la abstracción psicológica de Stalin como un «hombre», sino su personalidad concreta e histórica como líder de la burocracia soviética. Uno puede entender los actos de Stalin sólo a partir de las condiciones de existencia del nuevo estrato privilegiado, ávido de poder, ávido de comodidades materiales, que teme por sus posiciones, que teme a las masas, y que odia a muerte a toda oposición.
La posición de una burocracia privilegiada en una sociedad que esa misma burocracia llama socialista no es sólo contradictoria, también es falsa. Cuanto más precipitado es el salto desde el trastrocamiento de Octubre —que puso al desnudo toda la falsedad social— hasta la situación actual, en la que una casta de advenedizos se ve obligada a encubrir sus úlceras sociales, más crudas son las mentiras termidorianas. Por consiguiente, no se trata sólo de la depravación individual de tal o cual persona, sino de la corrupción encaramada en la posición de todo un grupo social para el cual mentir se ha convertido en una necesidad política vital. En la lucha por sus posiciones recién adquiridas, esta casta se ha reeducado a sí misma, y al mismo tiempo reeducó —o más bien, desmoralizó— a sus dirigentes. Levantó sobre sus hombros al hombre que expresa sus intereses con más resolución y menos piedad. Así, Stalin, que alguna vez fue un revolucionario, se convirtió en el dirigente de la casta termidoriana.
Las fórmulas del marxismo, que expresan los intereses de las masas, se le volvieron cada vez más inconvenientes a la burocracia en la medida en que, inevitablemente, se dirigían contra sus intereses. Desde el momento en que comencé a oponerme a la burocracia sus cortesanos teóricos comenzaron a llamar a la esencia revolucionaria del marxismo, «trotskismo». Al mismo tiempo, la concepción oficial del leninismo cambiaba año a año, cada vez más adaptada a las necesidades de la casta gobernante. Libros dedicados a la historia del Partido, la Revolución de Octubre, o la teoría del leninismo, se revisaban anualmente. Aporté un ejemplo de la actividad literaria del propio Stalin. En 1918, escribió que la victoria de la insurrección de Octubre fue asegurada «principalmente y por encima de todo» por la dirección de Trotsky. En 1924, Stalin escribió que Trotsky no desempeñó ningún papel especial en la Revolución de Octubre. Toda la historiografía se ajustó a esta letra. Esto significa en la práctica que cientos de jóvenes académicos y miles de periodistas se han entrenado sistemáticamente en el espíritu de la falsificación. Quien resistió fue neutralizado. Esto se aplica en una medida a los propagandistas, los funcionarios, los jueces, por no hablar de los magistrados de instrucción de la GPU. Las incesantes purgas partidarias apuntaron sobre todo a erradicar el «trotskismo», y durante estas purgas, no sólo los trabajadores descontentos fueron llamados «trotskistas», sino también todos los escritores que presentaban honestamente hechos históricos o citas que contradecían la estandarización oficial más reciente. Los novelistas y artistas estaban sujetos al mismo régimen. La atmósfera espiritual del país llegó a estar totalmente impregnada con el veneno de los convencionalismos, las mentiras y los fraudes judiciales.
Todas las posibilidades a lo largo de este camino se agotaron pronto. Las falsificaciones teóricas e históricas ya no alcanzaban sus objetivos; la gente se empezó a acostumbrar demasiado a ellas. Era necesario darle a la represión burocrática una base más masiva. Para reforzar la falsificación literaria, empezaron las acusaciones de carácter criminal.
Mi exilio de la URSS fue motivado oficialmente por la acusación de que yo había preparado una «insurrección armada». Sin embargo, la acusación lanzada contra mí ni siquiera fue publicada en la prensa. Hoy puede parecer increíble, pero ya en 1929 nos enfrentábamos en la prensa soviética con acusaciones contra los trotskistas de «sabotaje», «espionaje», «preparación de descarrilamientos», etc. Sin embargo, no hubo un solo juicio alrededor de estas acusaciones. El asunto se limitaba a una verdadera calumnia que representaba, sin embargo, el primer eslabón de la preparación del fraude judicial posterior. Para justificar la represión, era necesario tener acusaciones fraguadas. Para darles peso a las acusaciones falsas, era necesario reforzarlas con más represión brutal. Así, la lógica de la lucha condujo a Stalin por el camino de las gigantescas amalgamas judiciales.
También se le hizo necesario por razones internacionales. Si la burocracia soviética no quiere revoluciones y las teme, no puede, al mismo tiempo renunciar abiertamente a las tradiciones revolucionarias sin socavar su prestigio dentro de la URSS. Sin embargo, la bancarrota evidente de la Comintern abre el camino para una nueva Internacional. Desde 1933 la idea de nuevos partidos revolucionarios bajo la bandera de la IV Internacional ha encontrado gran éxito en el Viejo y en el Nuevo Mundo. Sólo con gran dificultad, puede un observador externo apreciar las dimensiones reales de este éxito. No se puede medir por las estadísticas de crecimiento de su militancia. La tendencia general de desarrollo tiene una importancia mucho mayor. Por todas las secciones de la Internacional Comunista se están extendiendo profundas fisuras internas, que al primer choque histórico darán lugar a divisiones y debacles. Si Stalin le teme al pequeño Boletín de la Oposición y castiga con pena de muerte su introducción en la URSS, no es difícil entender el miedo que se apodera de la burocracia ante la posibilidad de que penetren en la URSS las noticias del sacrificado trabajo de la IV Internacional al servicio de la clase obrera.
La autoridad moral de los dirigentes de la burocracia y, sobre todo, de Stalin, se apoya en gran medida en la torre de Babel de calumnias y falsificaciones erigida durante trece años. La autoridad moral de la Comintern se basa única y exclusivamente en la autoridad moral de la burocracia soviética. A su vez, Stalin necesita de la autoridad y el apoyo de la Comintern ante los obreros rusos. Esta torre de Babel, que asusta a sus propios constructores, se mantiene dentro de la URSS con la ayuda de una represión cada vez más terrible, y fuera de la URSS, con la ayuda de un gigantesco aparato que, a través de los recursos derivados del trabajo de los obreros y los campesinos soviéticos, envenena la opinión pública mundial con el virus de las mentiras, las falsificaciones y el chantaje. Millones de personas en todo el mundo identifican la Revolución de Octubre con la burocracia termidoriana, la Unión Soviética con la camarilla de Stalin, los obreros revolucionarios con el aparato completamente desmoralizado de la Comintern.
La primera brecha en esta gran torre de Babel necesariamente hará que se derrumbe por completo, y enterrará bajo sus restos la autoridad de los jefes termidorianos. ¡Por eso para Stalin es una cuestión de vida o muerte exterminar a la IV Internacional, mientras todavía está en estado embrionario! Ahora, mientras estamos aquí examinando los Procesos de Moscú, el Comité Ejecutivo de la Comintern, de acuerdo con la información en la prensa, está sentado en Moscú. Su agenda es la siguiente: la lucha contra el trotskismo mundial. La sesión del Comité Ejecutivo de la Comintern no es sólo un eslabón en la larga cadena de los fraudes de Moscú, sino también la proyección de éstos en el ámbito mundial. Mañana vamos a oír hablar de nuevas fechorías de los trotskistas en España, de su apoyo directo o indirecto a los fascistas. Los ecos de esta vil calumnia, de hecho, ya se han escuchado en esta sala. Mañana escucharemos cómo los trotskistas en los Estados Unidos están preparando sabotajes ferroviarios y la obstrucción del canal de Panamá según los intereses del Japón. Vamos a enterarnos pasado mañana de cómo los trotskistas en México están preparando medidas para la restauración de Porfirio Díaz. ¿Usted dice que Díaz murió hace mucho tiempo? Los creadores de amalgamas en Moscú no se detienen ante tan poca cosa. No se detienen ante nada, absolutamente nada. Política y moralmente, es una cuestión de vida o muerte para ellos. Los emisarios de la GPU están merodeando por todos los países del Viejo y del Nuevo Mundo. No falta dinero. ¿Qué significa para la camarilla gastar veinte o cincuenta millones de dólares de más o de menos con tal de mantener su autoridad y su poder? Estos señores compran consciencias humanas como sacos de papas. Veremos esto en muchos ejemplos.
Afortunadamente, no todas las personas se pueden comprar. De lo contrario la humanidad se habría podrido desde hace mucho tiempo. Aquí, materializada en la Comisión, tenemos una célula preciosa de la consciencia pública no comercializable. Todos aquellos con sed de purificación de la atmósfera social se dirigirán instintivamente hacia la Comisión. A pesar de las intrigas, los sobornos y la calumnia, serán rápidamente protegidos por la armadura de la simpatía de las amplias masas populares.
¡Señoras y señores de la Comisión! Ya hace cinco años —repito, ¡cinco años!— que vengo exigiendo incesantemente la creación de una comisión internacional de investigación. El día que recibí el telegrama sobre la creación de su Subcomisión fue un motivo de festejo en mi vida. Algunos amigos me preguntaron con ansiedad: ¿los estalinistas no van a entrar en la Comisión, ya que en un primer momento entraron en el Comité para la Defensa de Trotsky? Yo les respondí: arrastrados a la luz del día, los estalinistas no son temibles. Por el contrario, recibo con gusto las preguntas más venenosas de los estalinistas; para desmoronarlas no tengo más que decir lo que realmente ocurrió. La prensa mundial les dará la publicidad necesaria a mis respuestas.
Sabía de antemano que la GPU sobornaría a periodistas y periódicos enteros. Pero no dudé ni por un momento en que la consciencia del mundo no se puede sobornar y que también en este caso se anotará una de sus victorias más espléndidas.
¡Estimados miembros de la Comisión! La experiencia de mi vida, en la que no han escaseado ni los triunfos ni los fracasos, no sólo no ha destruido mi fe en el claro y luminoso futuro de la humanidad, sino que, por el contrario, me ha dado un temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad, en la solidaridad humana que a la edad de dieciocho años me llevó a las barriadas obreras de la ciudad provinciana rusa de Nikolaief, la he conservado plena y completamente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente.
En el hecho mismo de la formación de la Comisión —en el hecho de que a su cabeza esté un hombre de una autoridad moral inquebrantable, un hombre que en virtud de su edad debería tener el derecho a permanecer fuera de las escaramuzas de la arena política—, en este hecho veo un refuerzo nuevo y verdaderamente magnífico del optimismo revolucionario que constituye el elemento fundamental de mi vida.
¡Señoras y señores de la Comisión! ¡Sr. procurador Finerty! ¡Y usted, mi defensor y amigo, Goldman! Permítanme expresar a todos ustedes mi profunda gratitud, que en este caso no lleva un carácter personal. Y permítanme, para concluir, expresar mi profundo respeto al educador, filósofo y personificación del genuino idealismo norteamericano, el académico que dirige el trabajo de vuestra Comisión. (Aplausos).
DEWEY: Cualquier cosa que yo diga estará de más. Pero todavía tengo que repetir un anuncio que hice antes, que al levantar la sesión de hoy sólo estamos levantando las sesiones de la Comisión Preliminar, que podrían considerarse incluso como la apertura de la investigación de la Comisión más amplia y completa. Sólo deseo añadir que varios miembros de la Comisión permanecerán aquí durante algunos días —hemos estado tan ocupados que no hemos tenido tiempo suficiente para examinar los archivos y todas las cartas— y que un miembro de esta Comisión Preliminar fue nombrado como Subcomisión y se quedará para hacer un examen completo de los documentos, a los efectos tanto de la inspección como de la verificación de las traducciones.
TROTSKY: Al inglés, e incluyendo el ruso.
DEWEY: Ahora han terminado las audiencias de la Comisión Preliminar de Investigación.
Fin de la Sesión Decimotercera a las ocho cuarenta y cinco de la noche.