SESIÓN DECIMOTERCERA

17 de abril de 1937 a las cuatro de la tarde.

DEWEY: Repetiremos primero la declaración hecha esta mañana. Ahora las organizaciones obreras mexicanas tendrán la posibilidad de hacerle preguntas al Sr. Trotsky, si alguna de ellas quiere hacerlas.

(Los comentarios del Presidente Dewey fueron traducidos al castellano por el Dr. Bach).

ADELAIDE WALKER: Aún no han llegado.

DEWEY: Les daremos la oportunidad de hacerlo más tarde.

FINERTY: Quizás sea mejor, Sr. Dewey, darles la oportunidad luego del próximo receso.

DEWEY: En este momento quisiera abordar otro tema. Se ha expresado un interés considerable y muy legítimo por la cuestión de la trascripción oficial del testimonio. Le preguntaré al taquígrafo oficial si tiene alguna declaración al respecto.

GLOTZER: Tengo la mayor parte del registro terminado, y me quedaré varios días a completar el registro del último día y medio y terminar la trascripción antes de partir de México.

GOLDMAN: Antes de comenzar mi discurso de cierre, le pediré permiso a la Comisión para presentar documentos que acaban de llegar sobre el asunto de Copenhague, relacionados con las preguntas sobre la estadía del Sr. Trotsky en Copenhague y la posibilidad o imposibilidad de que Holtzman, Berman-Yurin y Fritz David lo hubieran visto allí. Hay un testimonio de un tal Kenneth Johnson de Inglaterra. Un testimonio de Raymond Molinier, de Francia, y uno de Anton Grylewicz, quien reside ahora en Praga. Hay un contrato de alquiler que muestra que alguien alquiló una casa de campo a nombre del Sr. Trotsky. Pido que estos documentos se consideren como parte de la carpeta presentada en evidencia como la Prueba Copenhague, si no me equivoco.

FINERTY: Sugiero, Dr. Dewey, que éstos sean recibidos siendo sujetos al derecho de la Comisión a examinar los documentos en un momento futuro.

DEWEY: Serán aceptados bajo las condiciones solicitadas.

GOLDMAN: Presidente de la Comisión, Sr. Finerty, damas y caballeros de la Comisión. Mi tarea no es examinar y analizar la evidencia presentada en los últimos dos juicios de Moscú por parte del gobierno soviético y aquí por parte de León Trotsky, ni intentaré contestar a los discursos de Vyshinsky, quien interrogó a los acusados de Moscú. Es una posición bastante poco envidiable, ya que el representado es nada más y nada menos que León Trotsky. Trotsky no necesita abogado defensor para analizar la evidencia y contestarle a Vyshinsky. Es mi intención presentar simplemente ante los miembros de la Comisión algunos aspectos del caso que se podrían considerar de carácter legal, aunque no todo lo que diré se podrá calificar como tal.

En mi discurso de apertura afirmé que si queríamos fijarnos en los detalles técnicos podríamos declarar sin dudas que lo único que debíamos hacer era plantear una duda razonable sobre la veracidad de las acusaciones contra Trotsky. Sería entonces el deber de la Comisión, por lo menos según el procedimiento anglosajón, declarar inocente a Trotsky. Pero afirmé que no recurriríamos a tal formalismo; que, por lo contrario, asumiríamos la carga de probar la inocencia de Trotsky más allá de toda duda.

¿Fui demasiado imprudente al hacer esa declaración? Tal vez así parecía antes de haber presentado las pruebas. Algunos, quizás, dirían que mi atrevimiento se debía a mi incapacidad para comprender que es imposible probar la falsedad. Una idea que generalmente es correcta.

Si Trotsky no confabuló para asesinar a los dirigentes de la Unión Soviética, si no entabló un acuerdo con los fascistas alemanes y los militaristas japoneses para entregar territorios soviéticos a estas dos potencias, y si no les ordenó a sus colaboradores cometer, presuntamente, actos de destrucción y maniobras de distracción, ¿cómo se podrá comprobar todo eso con evidencia documental? No existen documentos de acontecimientos que nunca transcurrieron y nunca se pensaron. Si fuera simplemente una acusación general, sin la presentación de pruebas por parte de sus acusadores, entonces un acusado estaría de hecho en una posición muy difícil. Ya que un acusado no sería capaz de demostrar su inocencia —es decir, de probar la falsedad— si el acusador no tuviera que justificar su acusación mediante la presentación de pruebas sobre la hora, el lugar, la ocasión, la circunstancia, etc. Es por eso que bajo todas las formas de proceso judicial hace falta que la acusación presente alguna evidencia con respecto a la presunta culpabilidad del acusado.

La fiscalía de la Unión Soviética se halló en un dilema. Con sólo haber afirmado la culpabilidad de León Trotsky y de su hijo, León Sedov, sin presentar pruebas del contacto directo por parte de algunos de los acusados con Trotsky y su hijo, hubiera debilitado enormemente la defensa. Por otra parte, fabricar evidencia de este contacto directo significaría arriesgar la posibilidad de cometer un grave error que podría comprometer todo el caso. Una fabricación perfecta es tan difícil de crear como lo es cometer el crimen perfecto. A pesar del riesgo que implica, sin embargo, la acusación soviética decidió tomar el segundo camino.

Eso fue una suerte para nosotros. Tuvimos, entonces, la oportunidad de probar la inocencia de León Trotsky y de su hijo más allá de toda duda. Ahora sí podemos probar la falsedad, demostrar la inocencia de Trotsky y su hijo, demoliendo los pilares principales de la evidencia de la acusación, probando para la satisfacción de toda persona crítica que los testimonios de Holtzman, Berman-Yurin, Pyatakov y Romm, quienes declararon haber conocido y hablado con Trotsky en persona, son completamente falsos. Y ya que el testimonio de todos los demás acusados dependía directa y plenamente del testimonio de aquellos que acabo de mencionar, todo el caso se desmorona, y se revela ante nosotros una fabricación tan cruda y vil como las fabricaciones contra Tom Mooney y Sacco y Vanzetti[428]. Es porque sabíamos que teníamos a nuestra disposición la evidencia incontrovertible de la falsedad del testimonio de los testigos clave de los Procesos de Moscú que nos atrevimos a asumir la carga de demostrar la inocencia de Trotsky y su hijo. No fuimos ni atrevidos ni imprudentes cuando asumimos esta carga en la apertura de la audiencia; simplemente estábamos confiados, porque sabíamos lo que teníamos. Y hemos enfrentado esa carga en forma clara y decisiva.

Están aquellos como D. N. Pritt[429], un abogado inglés que se apuró a defender a la acusación soviética, que declararan que al demostrar la inocencia de Trotsky y al declarar que la acusación en la Unión Soviética fue una fabricación nos hemos colocado en una «grave dificultad lógica», según las palabras de Pritt en su folleto En el juicio de Moscú. Esto se debe a que, en verdad, de acuerdo a sus propias palabras, «implica inevitablemente que Stalin y un número sustancial de otros altos funcionarios, incluso, presumiblemente, los jueces y el fiscal, fueron ellos mismos los culpables de un vil complot para procesar el asesinato judicial de Zinoviev, Kamenev y muchas personas más».

En primer lugar, que la Comisión lo declare inocente a Trotsky no implica necesariamente que a la vez halle culpable a la acusación de fabricar un montaje judicial. En segundo lugar, no puedo ver dificultad lógica alguna para aquellos que, como yo, creemos en la inocencia de Trotsky y en la culpabilidad de Stalin y sus secuaces como creadores de un montaje judicial. La dificultad lógica, en cambio, existe para Stalin y sus fiscales y jueces, no para aquellos que aceptan la inocencia de Trotsky porque está demostrado que es inocente.

Pero entonces, si Trotsky es inocente, ¿no son también inocentes los acusados de los Procesos de Moscú? Y si son inocentes, ¿por qué se declararon culpables, y por qué confesaron?

Desde un punto de vista estrictamente lógico, declararlo inocente a Trotsky no implica necesariamente la afirmación de la inocencia de los demás acusados, ya que sería posible que los acusados fueran culpables, y que lo hayan arrastrado a Trotsky al asunto porque la acusación los instara a hacerlo, o porque tuvieran algún rencor personal contra Trotsky. Pero hemos sostenido durante toda esta investigación, y sostenemos ahora, que los acusados —por lo menos aquellos cuya trayectoria revolucionaria conocemos—, eran tan inocentes como Trotsky. Es verdad que la Comisión no debe emitir un fallo al respecto, como tampoco está obligada a emitir un fallo sobre la teoría de la fabricación judicial. La Comisión se aferrará indudablemente a su intención original de hallar a Trotsky y a su hijo culpables o inocentes de los cargos que se les imputan. Eso no nos impide, sin embargo, aseverar que la conclusión inevitable de la evidencia presentada ante el tribunal soviético y en esta audiencia es que los principales acusados de los Procesos de Moscú son inocentes.

Si eran inocentes, ¿por qué se declararon culpables? No entraré en una discusión sobre las razones posibles de su alegato de culpabilidad. Hemos presentado un artículo del Dr. Anton Ciliga, publicado en International Review33, que nos da una descripción de primera mano de los métodos empleados para obtener confesiones mediante la extorsión a los prisioneros soviéticos por parte de la GPU. También les hemos presentado a Victor Serge, quien, al igual que el Dr. Ciliga, pasó varios años en prisión en la Unión Soviética debido a su oposición al régimen de Stalin. Esperamos sinceramente que la Subcomisión acepte su evidencia en París. Quiero subrayar que el hecho de demostrar la falsedad de cualquiera de las decenas de teorías planteadas para explicar las increíbles «confesiones», no hace que estas confesiones sean verídicas cuando, en realidad, se ha demostrado su falsedad en todos sus puntos esenciales. Una teoría puede ser incorrecta para describir la existencia de algún fenómeno; sin embargo, eso no descarta la existencia del fenómeno. Espero que todos los miembros de la Comisión, como también el resto de nosotros, vivamos el tiempo necesario como para obtener una confesión genuina de la GPU, en la que explique los métodos empleados para forzar a los acusados a dar testimonios falsos contra ellos mismos y contra Trotsky y su hijo.

Surge una pregunta legítima. Ya que los acusados se declararon culpables, ¿cuál era la necesidad de que hubiera confesiones tan largas y que su testimonio fuera tan voluminoso? La respuesta de los abogados soviéticos es que ante una declaración de culpabilidad, es apropiado que el tribunal escuche la evidencia por la posibilidad de mitigación del castigo. Eso es correcto. Pero si esa fuera una razón real y no un simple pretexto, no tendríamos cerca de quinientas páginas de testimonio impresas en un informe oficial del juicio de

Radek-Pyatakov, y más de 150 páginas impresas en un informe oficial de un testimonio sumarial del juicio a Zinoviev y Kamenev. Si esa fuera la verdadera razón y no sólo un pretexto, el Comisariado de Justicia de la URSS no publicaría aquellos informes en varios idiomas ni los vendería y distribuiría por decenas de miles.

Queda claro, tanto por la lectura de los informes oficiales de estos últimos dos juicios y por la naturaleza de la distribución de esos informes, que el propósito de hacer declarar a los acusados no era el de determinar el grado de castigo apropiado sino el de convencer a un mundo escéptico.

Evidentemente, había métodos mucho mejores que podría haber usado la acusación para convencer a una opinión mundial atónita y escéptica. Sería afirmar que Stalin es el más grande de los idiotas decir que no se dio cuenta de que los juicios que involucraban a los dirigentes de la Revolución de Octubre en un presunto complot para cometer actos terroristas y para asistir a Hitler y el Mikado podrían provocar semejante revuelo. ¿Estaba ansioso por despejar toda duda? Podría haberlo logrado muy fácilmente. Se podría haber invitado a organizaciones responsables para que enviaran a sus abogados y representantes para hablar en privado con los acusados, para interrogarlos durante el juicio si fuera necesario. Los escépticos y cínicos podrían haber sido acallados si se hubiera seguido este procedimiento. Era el deber que tenía el líder del gobierno soviético para con los trabajadores de la Unión Soviética y los trabajadores del mundo entero. Claro está, se han aprovechado de la formalidad de que el gobierno soviético es un Estado soberano que no permite que otros interfieran con su funcionamiento. Pero esta actitud es falsa hasta la raíz, y sólo condena a aquellos que la plantean como carentes de una actitud de responsabilidad ante las masas trabajadoras. Si quería ahuyentar toda sospecha contra la justicia soviética, el tribual soviético tenía la obligación de hacer exactamente esto que sugiero. El gobierno soviético, bajo Lenin y Trotsky, hizo esto mismo cuando los socialrevolucionarios fueron procesados, y fue la prueba de que no tenían nada que ocultar. El hecho de que el gobierno estalinista no hiciera lo mismo, el apuro con el que los acusados fueron procesados y ejecutados, son piezas poderosas de evidencia circunstancial que apuntan a que las acusaciones no podrían sostenerse a la luz del día.

La Comisión invitó a esta audiencia a nuestros adversarios y enemigos para que vinieran a interrogar a nuestro testigo principal, León Trotsky. Lamento que no hayan aceptado la invitación de la Comisión. Esta invitación indicaba un deseo sincero de llegar a la verdad; pero el rechazo de nuestros enemigos a participar es una muestra de que sienten que es imposible quebrar nuestro testimonio, el cual se basa en la verdad absoluta.

¡Ojalá ellos nos hubieran invitado a interrogar a los testigos y acusados de los Procesos de Moscú! ¡Con cuánto entusiasmo hubiéramos aceptado esa invitación! Entiendo que habrá más Procesos de Moscú en el futuro. Que la acusación soviética me invite a estar presente para interrogar a cualquiera que preste testimonio sobre las mismas cosas que han confesado los acusados de los juicios anteriores. No presumo estar entre los mejores interrogadores, pero puedo decir con certeza que si se le hubiera permitido a cualquier abogado más o menos serio interrogar a los acusados de los Procesos de Moscú, esta audiencia no hubiera sido necesaria. Se hubiera comprobado con sus propias palabras que los principales acusados mentían contra Trotsky y contra ellos mismos.

Quisiera ahora mencionar algo sobre la naturaleza de la evidencia. Planteo esta cuestión porque algunos abogaduchos, ansiosos por defender los juicios soviéticos, señalarán sin duda que una parte de nuestra evidencia no sería admisible bajo las reglas anglosajonas de la evidencia. Eso podría ser verdad. En mi opinión, sin embargo, la Subcomisión actuó sabiamente al no seguir al pie de la letra las estrictas reglas de la evidencia que prevalecen en los tribunales norteamericanos. En primer lugar, debido a que la Subcomisión no es un tribunal en el sentido común de la palabra; en todo caso, refleja más bien la naturaleza de un comité parlamentario de investigaciones que examina asuntos sin seguir ninguna regla estricta de pruebas y, en segundo lugar, porque la naturaleza del caso es tal que es necesario permitir mucha flexibilidad en la presentación de evidencia, de modo que se pueda descubrir la verdad.

FINERTY: Sr. Goldman, no quiero interrumpir su discurso, pero la Comisión tuvo un consejero legal. Recibimos toda la evidencia sujeta a investigación. Toda prueba que no fuera admitida como prueba legal en un tribunal no sería recibida; es decir, toda prueba no verificada por una investigación subsiguiente. Entiendo que ese es el espíritu de la Comisión. Las pruebas que hemos recibido podrían ser aceptadas en cualquier tribunal. Las pruebas deberían ser verificadas y una prueba se descartará si no es verificada. Quiero decir en nombre de la Comisión que consideramos —para dejarlo en claro— que finalmente no hemos recibido ninguna evidencia durante esta audiencia. No se recibieron según las reglas de la evidencia que permiten su presentación adecuada.

GOLDMAN: Agradezco al Sr. Finerty la explicación de la actitud de la Comisión. Sin embargo, debo decir francamente que no estoy de acuerdo con esta actitud, por las siguientes razones. En primer lugar, la Comisión no es un tribunal en el sentido común de la palabra, y no tiene los poderes que tiene un tribunal legal. La Comisión es más bien un organismo de investigación que intenta descubrir la verdad. Creo que el Sr. Finerty estará de acuerdo cuando digo que muy a menudo, en los tribunales norteamericanos, la aplicación estricta de las reglas de la evidencia según el procedimiento anglosajón a veces oculta la verdad. Creo que la Comisión podría compararse más bien con un comité investigador.

FINERTY: Sr. Goldman, he dicho que no nos guiamos por las reglas de un tribunal. Por supuesto que tendremos que considerar la mejor evidencia bajo estas circunstancias. No hemos aceptado ninguna prueba, excepto aquella que esté sujeta a una verificación subsiguiente.

GOLDMAN: La naturaleza misma del caso, Sr. Finerty. Ud. debe estar de acuerdo conmigo en que la naturaleza misma del caso es tal que la aplicación de reglas estrictas de evidencia significaría descartar la mayor parte de la evidencia. Pero no plantearé este punto. Creo que el Sr. Finerty estará de acuerdo conmigo; o por lo menos eso espero.

Por supuesto, la acusación soviética y sus defensores deberían ser los últimos en plantear cualquier cuestión concerniente a la presentación de testimonios que serían inadmisibles según las reglas anglosajonas de evidencia. Siendo conservadores, el noventa y cinco por ciento de los testimonios en los informes soviéticos oficiales de los juicios que hacen referencia a Trotsky sería completamente excluido en un tribunal norteamericano.

La diferencia entre aquellas pruebas que presentamos en esta audiencia y las pruebas que fueron admitidas en los Procesos de Moscú, y que serían excluidas en un tribunal norteamericano, es la siguiente: mientras que nuestra evidencia «inadmisible» está sujeta a verificación si la Comisión dudara en lo más mínimo de su veracidad, la evidencia «inadmisible» de los Procesos de Moscú tampoco podrá ser verificada, ya que los testigos que prestaron testimonio están muertos, o porque no podemos entrar a la Unión Soviética con el fin de verificar el testimonio prestado en los Procesos de Moscú.

En esta audiencia se han abordado asuntos que podrían ser considerados irrelevantes. De nuestra parte, no hemos objetado ante ninguna pregunta planteada por los miembros de la Comisión, aun cuando comprendían problemas que no podrían de ninguna manera echar luz sobre el tema central, es decir, si Trotsky es o no culpable de los cargos que se le imputan. Era evidente que Trotsky estaba dispuesto a discutir todas las preguntas de carácter histórico y teórico sobre las cuales podía haber y de hecho hay legítimas diferencias de opinión.

Permítanme ilustrarlo: es bien sabido que Trotsky se opone implacablemente a la teoría del socialismo en un solo país. ¿Es el deber de la Comisión determinar si es acertada esa teoría? Obviamente, no. Quizás algunos miembros de la Subcomisión estén de acuerdo con Stalin en que el socialismo podría construirse en un solo país. ¿Serían descalificados por esa razón como miembros de la Comisión?

Por supuesto que no. A menos que saquen la conclusión muy descabellada de que la oposición a tal teoría debería conducir inevitablemente a los actos de terrorismo o a las conspiraciones con Hitler para entregarle a este último territorios soviéticos.

Se plantearon otras preguntas de gran importancia teórica. Por ejemplo, el Sr. Beals, quien renunció a la Comisión y cuya actitud fue tal que tuvimos que concluir justificablemente que las intenciones de sus preguntas no fueron las mejores, quería conocer la actitud de Trotsky con respecto al gobierno del Frente Popular en España.

Esta pregunta no fue, por supuesto, tan malintencionada como aquella con la que el Sr. Beals intentó demostrar si había sido Trotsky el que envió a Borodin4 a México en 1919 con el fin de crear un Partido Comunista y fomentar la revolución. La última pregunta la planteó evidentemente con el propósito explícito de tornar imposible la presencia de Trotsky en México. Trotsky ni siquiera se negó a contestar esa pregunta inadmisible. Por supuesto, no tenía nada que ocultar, por la simple razón de que nunca tuvo nada que ver con Borodin. Con respecto a España, dudo que algún miembro de la Comisión en Pleno esté totalmente de acuerdo con Trotsky. ¿Será posible, sin embargo, que la Comisión determine si son acertadas las ideas de Trotsky con respecto a las tácticas seguidas en España? Apenas se puede concebir tal cosa. Es mucho menos concebible que la Comisión, por estar en desacuerdo con Trotsky sobre la situación española, lo halle culpable de conspirar contra los dirigentes soviéticos.

¿Significa esto que las teorías de Trotsky no tienen nada que ver con los cargos que se le imputan? En absoluto. Hemos sostenido desde el principio que las teorías de Trotsky, desarrolladas a lo largo de cuatro décadas, serían en sí mismas suficientes como para descartar las acusaciones que se le han hecho. Las teorías de Trotsky son muy relevantes para los asuntos en cuestión, y estábamos ansiosos de que todos los miembros de la Comisión pudieran leer todo lo escrito por Trotsky, para poder comprender la inconsistencia absoluta entre las acusaciones y las concepciones de Trotsky. Esto tiene una importancia fundamental, porque están aquellos seguidores de Stalin y aquellos simplistas que, con una ignorancia colosal, tienen la audacia de declarar que las ideas de Trotsky sobre la guerra y la revolución internacional hacen altamente probables las acusaciones en su contra. De hecho, tan probables que lo consideran culpable. Vyshinsky sacó frases de contexto para demostrar que Trotsky defendía el terrorismo. Desafiamos a cualquier hombre honesto capaz de comprender el lenguaje simple a encontrar una sola idea en las obras de Trotsky que justifique en lo más mínimo los cargos de la acusación soviética, o la evidencia de los acusados en los juicios.

Nuestra respuesta a estos estalinistas que especulan sobre la culpabilidad de alguien que ha dedicado toda la vida a la causa de la clase trabajadora es, primero: cada prueba que se presentó contra él es falsa; y, segundo: toda su vida, todo lo que ha dicho, escrito o hecho, es la prueba incontestable de la falsedad de los cargos que se le imputan.

Muchos que opinan que la evidencia contra los acusados en los Procesos de Moscú no es creíble no pueden entender por qué fueron montados estos juicios. Si hay algo que pueda aclarar este misterio, son las declaraciones de los principales acusados. Lean cuidadosamente esas últimas declaraciones, y la razón de los juicios se revela clara como el agua. Leeré la última confesión de Sokolnikov, en la página 555 del informe oficial del juicio de Radek-Pyatakov:

Expreso la convicción o, en todo caso, la esperanza de que no se encontrará a nadie en la Unión Soviética que intente levantar la bandera del trotskismo. Creo que el trotskismo en otros países también se ha desenmascarado durante este juicio, y que Trotsky mismo quedó desenmascarado como aliado del capitalismo, como el agente más vil del fascismo, como fomentador de la guerra mundial que será odiado y execrado por millones en todo el mundo. Creo por lo tanto que, en la medida en que el trotskismo, como fuerza política contrarrevolucionaria, deja de existir y ha sido finalmente destruida, yo y los demás acusados, todos los acusados, les rogamos a los ciudadanos jueces tener clemencia.

Lean las últimas declaraciones de Pyatakov, y especialmente las de Radek, y entre líneas podrán leer lo siguiente: «Exigieron que nos degradáramos y nos embruteciéramos para exponer a Trotsky y al trotskismo. Por ser individuos quebrados y desmoralizados, por la tortura mental que hemos sufrido, por nuestro temor a que nos torturen a nosotros y a nuestros seres queridos al igual que nos torturan a nosotros en este momento, hemos acordado decir todo lo que nos han dictado. Ahora, dennos nuestras vidas, y si no, ejecútennos y salven a nuestros padres, nuestras madres, esposas y nuestros hijos».

¿Puede existir alguna duda de que los Procesos de Moscú fueron fabricados para desacreditar ante los ojos de los trabajadores rusos y de los trabajadores del mundo al principal representante del marxismo revolucionario actual, quien es a su vez la amenaza más grande a las ideas y las prácticas del estalinismo? ¿Por qué es necesario hacer esto? Trotsky mismo, en su alegato final, argumentará por qué es necesario.

Se debe repetir una y otra vez que los «acusados» de los Procesos de Moscú no eran realmente acusados; eran testigos contra el verdadero acusado, quien no estaba presente: León Trotsky. De paso, podría preguntarles a los abogados estalinistas que expliquen cómo puede ser que el tribunal soviético haya condenado a Trotsky y a su hijo en ausencia y por qué, luego de ser condenados, deberían estar sujetos a detención inmediata y a un juicio si son descubiertos en territorio soviético. Se puede esperar tan poca lógica por parte del tribunal soviético como se puede esperar la verdad.

Vyshinsky, en su alegato de cierre en el juicio de Pyatakov-Radek, hizo una declaración notable: «Para poder distinguir la verdad de la falsedad», dijo (página 513 del informe oficial del juicio), «es suficiente, por supuesto, la experiencia judicial; y cada juez, cada fiscal y cada abogado defensor que haya participado de decenas de juicios sabe cuándo un acusado dice la verdad y cuándo falta a la verdad por una u otra razón». Algo muy curioso se puede concluir de la declaración del mismo Vyshinsky.

Según entiendo, fue el fiscal en el juicio de Zinoviev en enero de 1935, donde los acusados asumieron la responsabilidad moral por el asesinato de Kirov. Según el muy perspicaz Vyshinsky, los acusados faltaron a la verdad porque, de hecho, eran culpables, no sólo por la responsabilidad moral sino también por la organización concreta del asesinato. ¿Proclamó el Sr. Vyshinsky en aquel momento ante el mundo que los acusados habían faltado a la verdad? Quizás no tenía la experiencia suficiente en ese momento.

Luego, se realizó el juicio de Zinoviev-Kamenev en agosto de 1936. En aquel momento, Vyshinsky tenía más experiencia. Los acusados de aquel momento admitieron que eran directamente responsables del asesinato de Kirov y que habían conspirado para asesinar a otros dirigentes de la Unión Soviética. Pero no divulgaron ningún «hecho» de gran importancia; no declararon nada sobre la presunta existencia de un centro paralelo, ni sobre sus presuntos lazos con los gobiernos alemanes y japoneses, ni sobre su programa para la restauración del capitalismo. ¿Estaban mintiendo? Vyshinsky, en el juicio de Radek, los acusó de mentir en forma sistemática.

Pero ¿por qué Vyshinsky, quien seguramente participó de decenas, si no de cientos de juicios, no acusó a los inculpados del juicio contra Kamenev y Zinoviev de haber ocultado la verdad en el momento de su declaración?

La razón es obvia. Vyshinsky sabía que Zinoviev, Kamenev y los demás acusados estaban mintiendo, por la sencilla razón de que sabía que los acusados estaban repitiendo las mentiras preparadas para ellos por Vyshinsky con la ayuda de la GPU, y a las órdenes del jefe ante quien se arrodilla tan a menudo y con tanta humildad.

Yo también he pasado por decenas de juicios, pero no presumo de tener poderes tan desarrollados para distinguir la verdad de la falsedad como los que se atribuye Vyshinsky. Al igual que otras personas de inteligencia respetable, cometo errores de juicio. Pero sin duda hay muchas instancias en donde todos nosotros —y no hace falta que seamos abogados, jueces ni fiscales— llegamos a la profunda convicción de que cierta persona dice o no dice la verdad.

Durante una semana han escuchado el testimonio de León Trotsky. Juzguen por la franqueza de sus respuestas, aun en aquellas instancias en que sabía que los miembros de la Comisión no estarían de acuerdo con él, juzguen todo su comportamiento como testigo, y digan: ¿es posible concebir que Trotsky hubiera estado diciendo la más mínima falsedad? En mi humilde opinión, sólo alguien cuya mente esté completamente cerrada por la ignorancia, el odio y el prejuicio podría tener la más mínima duda sobre la veracidad del testimonio presentado aquí.

Creo que no me equivoco al decir que todos sentimos que participamos de un evento histórico y, en mi opinión al menos, no es histórico sólo porque involucre a León Trotsky, una persona que ha alcanzado una reputación importante a través de sus escritos y actividades revolucionarias. Para aquellos que hemos dedicado nuestras vidas a la lucha por un gran ideal social que creemos abolirá toda explotación del hombre por el hombre y que elevará a la humanidad a un nivel cultural infinitamente mayor, la audiencia que conduce la Comisión tiene una importancia mucho mayor que la de limpiar simplemente el nombre de un gran hombre que es inocente. Estamos ansiosos por limpiar el nombre de León Trotsky, porque renovará la fe de cientos de miles de trabajadores e intelectuales en el movimiento que es la única esperanza de la humanidad, porque eso, en alguna medida, curará la terrible herida infligida al movimiento socialista por la fabricación monstruosa que armaron aquellos que han arrastrado al pantano la palabra «socialismo».

Para mí, para miles de otros que conocen los escritos y las actividades de Trotsky, para aquellos que han participado de la lucha común por la emancipación de las masas trabajadoras de la esclavitud degradante en todas sus formas, no había necesidad de una audiencia para convencernos de que Trotsky era inocente. No somos ni podemos ser «imparciales». Ya que no sólo Trotsky, sino que nosotros mismos fuimos atacados; desde el primer momento en que se hicieron las acusaciones, reconocimos que eran los acusadores los criminales, y no los acusados.

Pero sería absurdo que negáramos la existencia de decenas de miles, cuando no millones, de trabajadores e intelectuales, que creen y simpatizan con las ideas del socialismo, que se sienten desconcertados y cuya fe se ha debilitado. Trotsky es inocente; somos inocentes, y a pesar de nuestro pequeño número, a pesar de las poderosas fuerzas que se alinean contra el movimiento representado por Trotsky, tenemos una profunda fe en que la verdad terminará venciendo. Sin embargo, no cerramos los ojos ante el hecho trágico de que el responsable de las acusaciones y la burocracia que representa estén a la cabeza del primer Estado obrero creado con enorme sacrificio por los trabajadores rusos. Y, de hecho, es por eso que el golpe al movimiento socialista es muy grave.

Los miembros de la Comisión, supongo, no estarán de acuerdo conmigo sobre la importancia de esta audiencia para la causa del socialismo, porque sus ideas no son las ideas del movimiento representado por Trotsky. Los miembros de la Comisión podrán abordar el asunto de conjunto sólo desde el punto de vista de ofrecerle a un hombre acusado la oportunidad de presentar su caso ante el tribunal de la opinión mundial. Pues bien, desde ya que no es una tarea sin importancia. El informe y el veredicto de la Comisión serán de enorme importancia, más allá del punto de vista adoptado por los miembros de la Comisión con respecto a la importancia de esta audiencia. Y el hecho de que su informe y su veredicto no pueden concluir en un juicio formal y en un mandato judicial otorgado por un tribunal de justicia con el apoyo de todos los poderes de un Estado, no menoscaba en lo más mínimo el valor de ese informe y el veredicto. Por el contrario, su valor moral es aún mayor.

¿En qué consistirán ese informe y ese veredicto?

Escucharon la evidencia; interrogaron a Trotsky, pueden leer el registro. Apenas se puede creer que una persona cualquiera, bajo tales circunstancias, no estaría de acuerdo con nosotros en que la inocencia de Trotsky se haya probado más allá de cualquier duda. Prometimos desde el principio destruir completamente la estructura de falsedades puesta en pie en Moscú. Hemos cumplido con nuestra promesa. Y si algunos no se convencen por la evidencia presentada ni por el informe de la Comisión, entonces, ellos o sus descendientes serán convencidos por la victoria de las ideas representadas por León Trotsky.

DEWEY: En primer lugar, quiero declarar brevemente que no soy abogado, y que los demás miembros de la Comisión tampoco son abogados. No podremos juzgar sobre la cuestión técnica planteada con respecto a la evidencia. Tomaremos en consideración la declaración del Sr. Finerty, pero antes, quisiera decir que si bien no podemos hablar por la Comisión en Pleno, estoy seguro de que es la actitud de la Comisión Preliminar que cualquier testimonio presentado aquí que no sea confirmado ni verificado razonablemente por la investigación posterior no se tendrá en cuenta en ningún informe final de la Comisión. Por otra parte, cualquier evidencia o testimonio que encontremos que refute o impugne las pruebas o los testimonios presentados aquí seguramente van a ser debidamente considerados, seriamente considerados. Ahora haremos un receso. Quisiera reiterar que inmediatamente después del receso, los representantes de las organizaciones obreras mexicanas tendrán la oportunidad de hacerle preguntas al Sr. Trotsky.

* * *

DEWEY: Ahora les pediré a los representantes de las organizaciones sindicales mexicanas que hagan las preguntas que deseen hacerle al Sr. Trotsky.

(Las observaciones del Presidente Dewey fueron traducidas al castellano por el Dr. Bach).

(En este punto, Ramón Garibay, el representante de la Casa del Pueblo, hace las siguientes preguntas: 1. ¿Por qué Stalin persigue de esta manera al Sr. Trotsky?¿Cuáles son las razones?2. ¿Dónde estaría Lenin si estuviera vivo, y si Stalin tuviera el mismo poder que tiene hoy? 3. ¿Hizo un pacto Stalin con la burocracia del mundo? 4. ¿El Sr. Trotsky está de acuerdo con el proletariado mundial? Estas preguntas fueron traducidas por el Dr. Bach).

BACH: Los delegados obreros son de la Casa del Pueblo.

DEWEY: ¿Las primeras preguntas son para la Comisión?

BACH: Sí, son para la Comisión, y la última pregunta es para el Sr. Trotsky.

DEWEY: En cuanto a las primeras tres cuestiones, no podemos ofrecer ninguna respuesta por el momento, ya que sólo estamos aquí para recopilar en una reunión preliminar toda la evidencia y la información en la que se basará la Comisión en Pleno. Aún no tenemos el privilegio de responder a estas preguntas. (Diego Rivera traduce los comentarios del Dr. Dewey al castellano).

LAFOLLETE: Repita la última pregunta para el Sr. Trotsky.

BACH: Dicen que las primeras tres preguntas también son para el Sr. Trotsky. Así que el Sr. Trotsky podrá responder a las cuatro. El Sr. Garibay dice que las primeras tres preguntas son para la Comisión, pero no sólo para la Comisión, sino también para usted, Sr. Trotsky.

TROTSKY: Entiendo.

BACH: La última es sólo para usted, y las demás son para la Comisión.

TROTSKY: Sólo quisiera sugerir que en mi alegato final de cierre ante esta Comisión se incluyan también las respuestas a las preguntas que me han hecho los representantes de las organizaciones mexicanas. Sería mejor que reciban las respuestas a través de la traducción de mi alegato final. Las respuestas las puedo hacer en mi alegato final, porque serán más acabadas que la respuesta breve que podría dar oralmente. Creo que estarán de acuerdo con este procedimiento. (Rivera traduce las palabras de Trotsky).

DEWEY: ¿Hay más preguntas?

GOLDMAN: Sugiero que procedamos.

BACH: Están de acuerdo con que el Sr. Trotsky responda a las preguntas en su discurso final.

DEWEY: El representante de la organización obrera Casa del Pueblo dice que les parece bien que el Sr. Trotsky dé sus respuestas en su discurso final. Sr. Finerty, ¿desea hacer una declaración ahora o más tarde?

FINERTY: Creo que estaría bien, Sr. Presidente, para dejar en claro tanto para el Sr. Trotsky como para el Sr. Goldman y quizás también para el público, que le aconsejé a la Comisión que la regla de evidencia que debería aplicarse a la recepción de pruebas es la que se conoce ampliamente como la regla fundamental de evidencia: «La regla de la mejor prueba». Es decir que, en la medida de lo posible, la Comisión debería tomar las mejores pruebas atenientes a las cuestiones planteadas. Creo que en ese sentido señalé que la Comisión se halla en una situación algo difícil. Los presuntos cómplices del Sr. Trotsky están muertos, y sus supuestas confesiones no podrán ser sujetas a interrogación. Aquellos que llevaron a cabo el juicio contra los acusados, aunque se les haya pedido participar en esta investigación y se les haya ofrecido la oportunidad plena de participar en esta investigación, se han negado a participar, dejando así a la Comisión en la posición de determinar, entre otras cosas, la imparcialidad de los juicios a través de los cuales el gobierno soviético afirma haber establecido la culpabilidad del Sr. Trotsky.

Bajo estas circunstancias, sólo podremos aceptar la mejor evidencia que, según la opinión honesta de la Comisión, está a nuestra disposición. Lo que le he indicado a la Comisión es que esta situación no justificaría que la Comisión acepte una negación de culpabilidad no comprobada por parte del Sr. Trotsky, mediante la aceptación de declaraciones no verificadas que no sean sujetas al examen de la Comisión. El Sr. Trotsky en esta audiencia ha respaldado en la medida de lo posible sus refutaciones con pruebas circunstanciales, y ha puesto a disposición de la Comisión todos sus archivos, todas las pruebas documentales concernientes a esta cuestión. La Comisión ha aceptado tentativamente los testimonios y las declaraciones juradas de algunas personas. Se espera que estos testimonios o declaraciones juradas estén sujetos al derecho de la Comisión de indagar personalmente a estos individuos, ya sea a través de esta Subcomisión o de la Comisión en Pleno. Quiero que el Sr. Goldman entienda por qué le he aconsejado a la Comisión que todas las pruebas ofrecidas por el Sr. Trotsky, que normalmente no serían aceptables bajo las reglas estrictas de la evidencia, sean aceptadas únicamente como pruebas sujetas a validación definitiva por parte de la Comisión a través de una investigación posterior. Sólo quiero dejar en claro que nos enfrentamos a una situación práctica, y que en esa situación práctica intentamos aplicar sólo aquellas reglas de la evidencia que, según las mejores opiniones autorizadas, le permitirían a la Comisión obtener la mejor evidencia dentro de estos límites. Hemos recibido su evidencia bajo estas condiciones.

DEWEY: Ahora el Sr. Trotsky concluirá su defensa.

TROTSKY: Considero que mi discurso de cierre[430] es sólo un cierre para esta Comisión, como ya he mencionado. Hoy les presentaré sólo una parte de mi alegato. La otra parte la presentaré por escrito, a fin de terminar esta noche. Comenzaré con la pregunta de por qué es inevitable la investigación. Si me lo permiten, leeré la declaración sentado.

I. ¿Por qué es necesaria una investigación?

Está más allá de toda duda el hecho de que los juicios de Zinoviev-Kamenev y Pyatakov-Radek han despertado una viva desconfianza hacia la justicia soviética entre los círculos obreros y democráticos de todo el mundo. Sin embargo, precisamente en este caso se volvía una necesidad absoluta que la justicia pudiera persuadir irrefutablemente y con una claridad total. Los acusadores, al igual que los acusados —al menos los más destacados entre ellos— tienen renombre mundial. Los objetivos y las motivaciones de los participantes debían derivarse directamente de sus posiciones políticas, de las personalidades de los implicados, de todo su pasado. La mayoría de los acusados han sido ejecutados; ¡suponemos que su culpa debe haber quedado totalmente probada!

No obstante, si dejamos de lado a aquellos a los que se puede convencer de cualquier cosa, sin importar de qué, por medio de una simple orden telegráfica de Moscú, Occidente se ha negado rotundamente a apoyar a los acusadores y verdugos. Por el contrario, la alarma y la desconfianza se han convertido en horror y repugnancia. Por otra parte, nadie supone que se haya cometido un «error» judicial. Las autoridades de Moscú no podrían haber ejecutado a Zinoviev, Kamenev, Smirnov, Pyatakov, Serebryakov, y a todos los demás «por error». Desconfiar de la justicia de Vyshinsky significa, en el caso actual, sospechar directamente que Stalin está montando una fabricación judicial con fines políticos. No hay lugar para otra interpretación.

Pero ¿quizás la opinión pública haya sido engañada por sus simpatías previas con los acusados? Este argumento fue utilizado más de una vez en los casos de Francisco Ferrer[431] en España, el de Sacco, Vanzetti y Mooney en los Estados Unidos, etc. Pero en cuanto a los acusados de Moscú, no se puede esgrimir el argumento de la simpatía partidaria. Hay que decir lisa y llanamente que el sector más informado de la opinión pública mundial ya no tenía ni confianza ni respeto por los principales acusados, a causa de sus numerosas retractaciones previas y, sobre todo, de su comportamiento ante el tribunal. La fiscalía representó a los acusados, con su propio consentimiento, no como capituladores ante Stalin, sino como «trotskistas» que se habían cubierto bajo el manto de la capitulación. Esta caracterización, en la medida en que se aceptó como cierta, no pudo aumentar de ningún modo la simpatía por los acusados. Por último, el «trotskismo» en sí está representado hoy en día por una pequeña minoría del movimiento obrero, que se halla en una fuerte lucha con todos los demás partidos y facciones.

Los acusadores están en una situación incomparablemente más favorable. Detrás de ellos está la Unión Soviética, con todas las esperanzas y el progreso que representa. La emergencia de la reacción mundial, especialmente en su forma más bárbara —el fascismo— ha inclinado las simpatías y esperanzas de los círculos democráticos, incluso entre los más moderados, hacia la Unión Soviética. Estas simpatías, sin duda, son de un carácter muy confuso. Pero es precisamente por ello que los amigos oficiales y no oficiales de la URSS no están dispuestos, por regla general, a desentrañar las contradicciones internas del régimen soviético; por el contrario, están dispuestos de antemano a considerar toda oposición al estrato gobernante como una colaboración voluntaria o involuntaria con la reacción mundial. A esto hay que sumarle las relaciones diplomáticas y militares de la URSS dentro del contexto general de las relaciones internacionales actuales. En varios países —Francia, Checoslovaquia y en cierta medida Gran Bretaña y los Estados Unidos— los sentimientos puramente nacionalistas y patrióticos predisponen a las masas democráticas a favor del gobierno soviético como adversario de Alemania y Japón. No hace falta mencionar que, para colmo, Moscú tiene palancas poderosas a su disposición, tanto tangibles como intangibles, con las cuales ejercer presión sobre la opinión pública en las más diversas capas de la sociedad. La agitación por la nueva Constitución, «la más democrática del mundo», que se hizo pública, no casualmente en vísperas de los juicios, ha despertado aún más las simpatías por Moscú. Se le aseguró así, desde el principio, una enorme preponderancia de confianza a priori al gobierno soviético. A pesar de todo esto, los acusadores omnipotentes no han convencido ni han conquistado a la opinión pública mundial, a la que trataron de tomar desprevenida. Por el contrario, la autoridad del gobierno soviético decayó bruscamente después de los juicios. Hay adversarios implacables del trotskismo, aliados de Moscú, e incluso muchos amigos tradicionales de la burocracia soviética, que han exigido la verificación de las acusaciones de Moscú. Basta recordar las medidas adoptadas por la II Internacional y la Federación Sindical Internacional[432] en agosto de 1936. En su respuesta increíblemente descortés, el Kremlin, que había contado de antemano con una victoria total y absoluta, expuso su decepción en toda su amplitud. Friedrich Adler[433], secretario de la II Internacional y, en consecuencia, enemigo implacable del trotskismo, comparó los Procesos de Moscú con los juicios por brujería de la Inquisición. El conocido teórico reformista, Otto Bauer, quien considera posible declarar en la prensa que Trotsky especula con una guerra futura (¡una afirmación no sólo falsa sino también absurda!), se ve obligado, a pesar de toda su simpatía política por la burocracia estalinista, a reconocer que los Procesos de Moscú son montajes judiciales. El New York Times, un diario muy prudente que está lejos de albergar simpatía alguna por el trotskismo, resume el final del último juicio con las siguientes palabras: «El peso de la evidencia recae no sobre Trotsky, sino sobre Stalin». Esta simple frase demoledora reduce a cero la persuasión jurídica del procedimiento judicial de Moscú.

Si no fuera por las consideraciones diplomáticas, patrióticas y «antifascistas», la falta de confianza en los acusadores de Moscú adquiriría dimensiones incomparablemente más amplias y vigorosas. Esto puede ser fácilmente demostrado por un ejemplo secundario, aunque muy instructivo. En octubre del año pasado se publicó en Francia mi libro La revolución traicionada. Hace unas semanas apareció en Nueva York. Ninguno de los tantos críticos, en su mayoría adversarios míos —entre ellos el ex Primer Ministro francés, Caillaux9— siquiera mencionó el hecho de que el autor del libro había sido «condenado» por una alianza con el fascismo y el militarismo japonés contra Francia y los Estados Unidos. Nadie, absolutamente nadie —ni siquiera Louis Fischer[434]— consideró necesario comparar mis conclusiones políticas con los cargos del Kremlin. Era como si nunca hubieran existido ni juicios ni ejecuciones en Moscú. Este simple hecho, si uno lo piensa, es la prueba irrefutable de que los sectores conscientes de la sociedad, empezando por el país más interesado y sensible, Francia, no sólo no han aceptado la acusación monstruosa sino que, simplemente, la han descartado con un disgusto apenas disimulado.

No podemos, desgraciadamente, decir lo que piensa y siente la oprimida población de la Unión Soviética. Pero en todo el resto del mundo las masas explotadas son presas de una trágica confusión que envenena su pensamiento y paraliza su voluntad. O la vieja generación de dirigentes bolcheviques, con una sola excepción, realmente ha traicionado el socialismo en favor del fascismo, o la dirección actual de la URSS ha organizado un montaje judicial contra los fundadores del Partido Bolchevique y del Estado soviético. Sí, es precisamente de esa forma que se presenta la cuestión: o el Buró Político de Lenin estaba compuesto por traidores, o el Buró Político de Stalin está compuesto por falsificadores. ¡No existe una tercera posibilidad! Pero es precisamente por el hecho de que no existe una tercera posibilidad que la opinión pública progresista no puede, a riesgo de comprometer su propia existencia, evitar tomar esta decisión difícil y trágica y explicársela a las masas populares.

II. ¿La investigación es políticamente admisible?

La objeción semioficial planteada a menudo de que la labor de la Comisión podría «perjudicar políticamente» a la URSS y ayudar al fascismo, constituye —como mínimo— una combinación de estupidez e hipocresía. Supongamos por un momento que los cargos del tribunal contra la Oposición tuvieran alguna base —es decir, que decenas de hombres no hubieran sido fusilados en vano. En ese caso, no sería muy problemático que un gobierno poderoso exponga los materiales de la investigación preliminar para llenar las lagunas de los registros de los procedimientos judiciales, explicar las contradicciones y disipar dudas. En ese caso, el examen sólo podría fortalecer la autoridad del gobierno soviético.

Pero ¿qué sucedería si la Comisión pusiera al descubierto el fraude premeditado de los cargos de Moscú? ¿La precaución política no dictaría entonces la necesidad de evitar el riesgo de una investigación? Esta consideración, que rara vez se expresa en forma franca y plena, se basa en la noción cobarde de que se puede luchar contra las fuerzas de la reacción con ficciones, patrañas y mentiras, como si el mejor remedio para curar una enfermedad consistiera en evitar llamarla por su nombre. Si el gobierno soviético actual es capaz de recurrir a sangrientas fabricaciones judiciales para engañar a su propio pueblo, no podrá ser el aliado del proletariado mundial en la lucha contra la reacción. En este caso, su inconsistencia interna tiene que revelarse en el primer gran choque histórico. Cuanto más rápido quede al descubierto la infección, la crisis inevitable llegará más pronto, y mayor será la esperanza de que las fuerzas vivas del organismo la superen a tiempo. Por otro lado, cerrar los ojos ante las enfermedades sólo implica extenderlas más profundamente en su interior. Esto llevaría a una gran catástrofe histórica.

Stalin le brindó el primer gran servicio a Hitler con la teoría y la práctica del «social-fascismo». Le ha brindado un segundo servicio con los Procesos de Moscú. Estos juicios, en los que son aplastados y violados los valores morales más importantes, no se podrán borrar de la consciencia de la humanidad. Sólo se podrá ayudar a las masas a recuperarse de la herida infligida por los juicios exponiendo la verdad con total claridad.

El hecho de que cierto tipo de «amigos» se opongan a la investigación, que ya de por sí es un escándalo terrible, se debe a que hasta los defensores más acérrimos de la justicia de Moscú no están íntimamente convencidos de la solidez del caso. Esconden sus temores en secreto con argumentos completamente contradictorios y sin valor. ¡Según ellos, investigar es «intervenir en los asuntos internos de la URSS»! Pero ¿el proletariado mundial no tiene derecho a intervenir en los asuntos internos de la URSS? En las filas de la Comintern siguen repitiendo: «La URSS es la patria de todos los explotados». ¡Patria extraña aquella en cuyos asuntos nadie se atreve a intervenir! Si las masas trabajadoras sospechan de los actos de sus dirigentes, estos últimos tienen la obligación de darles explicaciones completas y todas las facilidades necesarias para una investigación. Ni el fiscal del Estado, ni los jueces, ni los miembros del Buró Político de la URSS están exentos de esa regla elemental. Quien trate de elevarse por encima de la democracia obrera, por ese mismo acto, la traiciona.

A lo anterior hay que añadirle que no se trata de un asunto «interno» de la URSS, incluso cuando se ve desde un punto de vista puramente formal. Ya han pasado cinco años desde que la burocracia de Moscú me privó a mí, a mi esposa y a nuestro hijo mayor de la ciudadanía soviética. De esa manera, también renunciaron a todo derecho especial con respecto a nosotros. Se nos ha privado de una «patria» capaz de defendernos. Es natural que nos ubiquemos bajo la protección de la opinión pública internacional.

III. La opinión del profesor Charles A. Beard[435]

En su respuesta del 19 de marzo de 1937 a George Novack, el secretario del Comité Norteamericano para la Defensa de León Trotsky, el profesor Charles A. Beard justifica su negativa a participar en la Comisión de Investigación con argumentos principistas, que en sí tienen un gran valor, más allá de la participación o no participación del célebre historiador en la comisión investigadora.

En primer lugar, nos enteramos de que el profesor Beard ha realizado «un cuidadoso estudio de muchos documentos del caso, incluyendo el informe oficial del último juicio de Moscú». Se entiende, sin necesidad de hacer comentarios superfluos, el peso de semejante declaración por parte de un estudioso que sabe muy bien lo que es una investigación cuidadosa. El profesor Beard, de una manera muy cautelosa, aunque al mismo tiempo, absolutamente inequívoca, comunica «ciertas conclusiones» a las que ha llegado a través de su estudio de la cuestión. En primer lugar, dice, la acusación contra Trotsky se basa exclusivamente en las confesiones. «Luego de estudiar profundamente los problemas históricos, sé que las confesiones, incluso cuando se hacen voluntariamente, no son pruebas definitivas». La palabra «incluso» indica claramente que la cuestión del carácter voluntario de las confesiones de Moscú es para este estudioso, como mínimo, discutible. Como ejemplo de las falsas autoacusaciones, el profesor Beard cita los casos clásicos de los juicios de la Inquisición, así como otros momentos en los que reinó la más oscura superstición. Esa sola comparación, que coincide con el desarrollo del pensamiento de Friedrich Adler, secretario de la II Internacional, habla por sí misma. Por otra parte, al profesor Beard le parece adecuado aplicar una regla que rige la jurisprudencia estadounidense, a saber: el acusado debe ser considerado inocente hasta que se presenten en su contra pruebas objetivas que no dejen lugar a duda razonable. Por último, el historiador escribe que:

Es casi, si no del todo, imposible probar la falsedad en tal caso, es decir, que el Sr. Trotsky no haya entablado las relaciones conspirativas que se le imputan. Naturalmente, como viejo revolucionario experimentado en este arte, no conservaría registros comprometedores de sus operaciones, si es que hubiera participado en ellas. Por otra parte, nadie en el mundo podría demostrar que no se hubiera involucrado en una conspiración, a menos que tuviera un guardia vigilándolo durante todo el período que abarcan los cargos. En mi opinión, no le corresponde al Sr. Trotsky hacer lo imposible —es decir, probar la falsedad mediante pruebas positivas— sino que les corresponde a sus acusadores proporcionar algo más que confesiones, proporcionar evidencias que corroboren actos específicos y manifiestos.

Como ya se ha dicho, las conclusiones alcanzadas son extremadamente importantes por sí mismas, ya que contienen una evaluación demoledora de la justicia de Moscú. Si las confesiones no confirmadas de dudoso carácter «voluntario» son insuficientes para acusarme a mí, también son insuficientes para acusar a todos los demás. Esto significa, según el profesor Beard, que decenas de personas inocentes, o cuya culpabilidad no se había demostrado, fueron fusiladas en Moscú. Los Sres. verdugos deberán enfrentar esta consideración hecha por un investigador excepcionalmente concienzudo sobre la base de un estudio cuidadoso del tema.

Sin embargo, debo decir que en mi opinión la decisión formal del profesor Beard —a saber, su negativa a participar en la investigación— no se deriva en absoluto de sus conclusiones materiales. De hecho, la opinión pública desea ante todo resolver el enigma: ¿la acusación se comprobó o no? Es precisamente esta cuestión la que desea resolver la Comisión. El profesor Beard declara que él, personalmente, ya ha llegado a la conclusión de que la acusación no se ha comprobado, y que es por eso que no participa de la Comisión. Me parece que una decisión correcta sería la siguiente: «Participo de la Comisión con el fin de probar la exactitud de mis conclusiones». Queda absolutamente claro que la decisión colectiva de la Comisión, en la que se encuentran representantes de las diversas ramas del trabajo intelectual, tendrán mucho más peso en la opinión pública que las conclusiones de una sola persona, incluso una de gran autoridad.

Las conclusiones del profesor Beard, a pesar de toda su importancia, son sin embargo incompletas, incluso en su esencia material. La cuestión no consiste simplemente en saber si la acusación contra mí ha sido comprobada. En Moscú han fusilado a decenas de personas. Decenas más aguardan su ejecución. Están bajo sospecha cientos y miles de personas, acusadas indirectamente o calumniadas, no sólo en la URSS sino también en el resto del mundo. Todo esto sobre la base de «confesiones», que el profesor Beard es capaz de comparar con las confesiones de las víctimas de la Inquisición. La pregunta fundamental, en consecuencia, se debe formular de la siguiente manera: ¿quién organiza estos juicios inquisitoriales, estas cruzadas de la calumnia, por qué y con qué propósito? Cientos de miles de hombres en todo el mundo están firmemente convencidos, y millones sospechan, que los juicios descansan sobre falsificaciones sistemáticas dictadas por objetivos políticos definidos. Es precisamente esta acusación contra la camarilla gobernante de Moscú la que espero poder demostrar ante la Comisión. En consecuencia, se trata no sólo de un hecho de carácter «negativo» —es decir, que Trotsky no ha participado en un complot— sino también de un hecho positivo, es decir, que Stalin organizó la farsa más grande de la historia de la humanidad.

Sin embargo, incluso con respecto a los «hechos negativos», no puedo aceptar el juicio exageradamente categórico del profesor Beard. Él supone que, por ser un revolucionario experimentado, yo no conservaría documentos comprometedores. Esto es absolutamente correcto. Pero tampoco les escribiría cartas a los conspiradores de la manera menos prudente y más comprometedora. No revelaría descuidadamente los planes más secretos a jóvenes desconocidos, ni les encargaría desde nuestro primer encuentro graves misiones terroristas. Ya que el profesor Beard me concede cierta credibilidad como conspirador, yo, sobre la base de esa misma credibilidad, puedo desacreditar totalmente las «confesiones», en las que se me presenta como un conspirador de opereta, ante todo interesado en suministrarle el mayor número posible de testigos contra mí al futuro fiscal. Lo mismo vale para los otros acusados, especialmente Zinoviev y Kamenev. Sin ton ni son, amplían el círculo de los iniciados. Su falta de prudencia tan patente tiene un carácter deliberadamente calculado. No obstante, no hay una pizca de evidencia en manos de la fiscalía. Todo el asunto se basa en conversaciones, o más precisamente, en los recuerdos de supuestas conversaciones. La falta de pruebas —nunca dejaré de repetirlo— no sólo aniquila los cargos, sino que también constituye una terrible prueba contra los mismos acusadores.

Sin embargo, también tengo pruebas más directas, y además, bastante positivas del «hecho negativo». No es algo tan inusual en la jurisprudencia. Naturalmente, es difícil demostrar que en ocho años de exilio no haya tenido reuniones secretas —con cualquiera, en cualquier lugar— dedicadas a una conspiración contra las autoridades soviéticas, pero eso no es lo importante. Los testigos más importantes de la acusación, los propios acusados, se ven obligados a indicar cuándo y dónde se reunieron conmigo. En todos estos casos, gracias a las circunstancias de mi modo de vida (la vigilancia policial, la presencia constante de una guardia compuesta de amigos, cartas diarias, etc.), puedo demostrar con certeza irrefutable que no estaba ni podría haber estado en los lugares nombrados en los momentos indicados. En el lenguaje jurídico, semejante prueba positiva de un hecho negativo se llama una coartada. Además, es absolutamente indiscutible que no habría mantenido registros de mis crímenes entre mis archivos si los hubiera cometido. Pero mis archivos son importantes para la investigación, no por lo que falta, sino por lo que contienen. El conocimiento positivo del desarrollo diario de mi pensamiento y mis actos a lo largo de un período de nueve años (un año de destierro y ocho del exilio) es completamente suficiente para demostrar un hecho «negativo»; a saber, que no pude haber cometido actos contrarios a mis convicciones, a mis intereses, a todo mi carácter.

IV. Un examen «puramente jurídico»

Los agentes del gobierno de Moscú saben muy bien que sus veredictos no pueden sostenerse sin el apoyo de la opinión experta autorizada. Para ello, el abogado inglés Pritt fue invitado secretamente al primer juicio, y otro abogado inglés, Dudley Collard[436], al segundo. En París, tres abogados —desconocidos aunque muy fieles a la GPU— trataron de utilizar para el mismo propósito el renombre de la Asociación Jurídica Internacional. Mediante un acuerdo con la embajada soviética, el oscuro abogado francés Rosenmark[437], actuando bajo la cobertura de la Liga por los Derechos del Hombre, emitió una opinión experta no menos benevolente que ignorante. En México, los «Amigos de la Unión Soviética» le han propuesto al «Frente de Abogados Socialistas» —de modo para nada casual— que lleve a cabo una investigación jurídica de los Procesos de Moscú. Parece que se están preparando iniciativas similares en los Estados Unidos. El Comisariado del Pueblo de Justicia en Moscú ha publicado en idiomas extranjeros el informe «textual» del juicio a los diecisiete (Pyatakov, Radek, etc.), para facilitar la obtención por parte de juristas reconocidos de la certificación de que las víctimas de la Inquisición fueron fusiladas en total conformidad con las normas establecidas por los inquisidores.

De hecho, la certificación de un reconocimiento meramente formal de reglas externas y del ritual de la jurisprudencia tiene una importancia cercana a cero. La esencia del asunto está en las condiciones materiales de la preparación y realización del juicio. Por supuesto, incluso si uno ignora por un momento los factores decisivos que se encuentran fuera del tribunal, uno no puede dejar de reconocer que los Procesos de Moscú son una burla pura y simple a la justicia. La investigación, en el vigésimo aniversario de la Revolución, se lleva a cabo en absoluto secreto. Toda la vieja generación de bolcheviques es juzgada por un tribunal militar integrado por tres funcionarios militares despersonalizados. Todo el proceso está dominado por un fiscal que ha sido toda la vida, y sigue siendo, enemigo político de los acusados. Se renuncia a la defensa, y el procedimiento está privado de todo vestigio de controversia. Las pruebas materiales no son presentadas ante el tribunal; se habla de ellas, pero no existen. Los testigos mencionados por el fiscal o por los demandados no son interrogados. Toda una serie de acusados que forman parte de la investigación judicial están ausentes del banquillo de los acusados, por razones desconocidas. Dos de los principales acusados que están en el extranjero ni siquiera son informados sobre el juicio, y, como los testigos que están fuera de Rusia, se ven privados de toda posibilidad de tomar medidas para revelar la verdad. El diálogo judicial está totalmente armado sobre la base de un juego preestablecido de preguntas y respuestas. El fiscal no le hace ni una sola pregunta concreta a ninguno de los acusados que podría ponerlo en aprietos y exponer las contradicciones materiales de su confesión. El juez que preside cubre servilmente la obra de la fiscalía. Es precisamente el carácter «textual» del registro lo que revela más claramente el malicioso encubrimiento de la fiscalía y los jueces. A esto hay que agregarle que apenas inspira confianza la autenticidad del registro en sí.

Pero por más importantes que sean en sí mismas estas consideraciones, al plantear, como vemos, muchos elementos para el análisis jurídico, son sin embargo de carácter secundario o terciario, ya que se refieren a la forma de la fabricación y no a su esencia. En teoría, se puede imaginar que si Stalin, Vyshinsky y Yezhov son capaces, a lo largo de un período de cinco a diez años, de montar sus juicios con impunidad, alcanzarían una técnica tan acabada que todos los elementos de la jurisprudencia se encontrarían en consonancia formal entre sí y con las leyes existentes. Pero la perfección de la técnica jurídica de la fabricación no la acercará ni un milímetro más a la verdad.

En un juicio político de importancia tan excepcional, el jurista no puede divorciarse de las condiciones políticas de las que surgió el juicio y bajo las cuales se condujo la investigación preliminar; concretamente, la opresión totalitaria a la que, en definitiva, todos están sometidos: acusados, testigos, jueces, abogados, e incluso la propia fiscalía. Este es el quid de la cuestión: bajo un régimen despótico y sin controles que concentra en las mismas manos todos los medios de coerción política, económica, física y moral, el proceso jurídico deja de serlo como tal. Es una teatralización jurídica, con los roles asignados de antemano. Los acusados aparecen en escena sólo luego de una serie de ensayos, que le da al director la seguridad total de antemano de que no sobrepasarán los límites de sus personajes. En este sentido, como en todos los demás, los procesos judiciales sólo representan la coagulación del régimen político de la URSS en su conjunto. En todas las audiencias, los oradores dicen sólo una cosa, siempre la misma, a instancias del orador principal, con total desprecio por lo que ellos mismos dijeron el día anterior. En los diarios, todos los artículos insisten en una directiva, siempre la misma, en el mismo idioma. En sintonía con la batuta del director de orquesta, los historiadores, los economistas —incluso los estadísticos— reordenan el pasado y el presente sin observación alguna por los hechos, los documentos, ni las ediciones anteriores de sus propios libros. En los jardines de infantes y en las escuelas, todos los niños glorifican con las mismas palabras a Vyshinsky y maldicen a los acusados. Nadie actúa de esta manera por su propia voluntad, todo el mundo viola su propia voluntad. El carácter monolítico del proceso judicial, en el que los acusados intentan superarse entre sí en la repetición de las fórmulas del fiscal, no constituye por ende excepción alguna a la regla, sino sólo la expresión más repugnante del régimen totalitario inquisitorial. No es un tribunal el que vemos en acción, sino una obra en la que los protagonistas interpretan sus papeles a punta de pistola. La obra se podrá interpretar bien o mal, pero se trata de la técnica inquisitorial y no de la justicia. El examen «puramente jurídico» de los Procesos de Moscú se reduce esencialmente a la cuestión de si la fabricación se ejecutó bien o mal.

Para esclarecer aún más la cuestión —en la medida en que requiera de esclarecimiento— tomemos un nuevo ejemplo del ámbito de la ley constitucional. Luego de que Hitler tomó el poder, declaró contra toda expectativa, que no tenía intención alguna de cambiar las leyes fundamentales del Estado. La mayoría de la gente probablemente haya olvidado que hasta el día de hoy en Alemania se mantiene intacta la Constitución de Weimar, pero en su marco jurídico Hitler ha introducido el contenido de la dictadura totalitaria. Imaginemos a un experto que, ajustándose los anteojos de estudioso y armándose de documentos oficiales, se proponga estudiar la estructura del Estado alemán «desde un punto de vista puramente jurídico». Luego de varias horas de esfuerzo intelectual, descubrirá que la Alemania de Hitler es una república democrática más clara que el agua (sufragio universal, un parlamento que le otorga plenos poderes al «Führer», autoridades judiciales independientes, etc., etc.). Todo hombre sensato, sin embargo, gritará a viva voz que una «apreciación» jurídica de esta naturaleza es, en el mejor de los casos, una muestra de cretinismo jurídico.

La democracia se basa en la lucha irrestricta de clases, de partidos, de programas e ideas. Si se ahoga esta lucha, queda en su lugar sólo una cáscara vacía apta para enmascarar una dictadura fascista. La jurisprudencia contemporánea se basa en la lucha entre la acusación y la defensa, una lucha que se lleva a cabo según determinadas formas judiciales. Siempre que el conflicto entre las partes se vea sofocado por la violencia extrajudicial, las formas judiciales, fueran cuales fueran, se convierten en la mera cobertura de la inquisición. Una investigación genuina de los Procesos de Moscú no puede evitar abarcar todos sus aspectos. Utilizará, por supuesto, los informes «textuales» aunque no como elementos independientes sino como parte constituyente de un gran drama histórico, cuyos factores determinantes permanecen en el detrás de escena de la teatralización judicial.

V. Autobiografía

En sus conclusiones finales del 28 de enero, Vyshinsky dijo: «Trotsky y los trotskistas siempre han sido los agentes del capitalismo en el movimiento obrero». Vyshinsky denunció «el rostro del trotskismo real y genuino; este viejo enemigo de obreros y campesinos, este viejo enemigo del socialismo, el leal servidor del capitalismo». Pintó la historia del «trotskismo que pasó sus más de treinta años de existencia preparándose para su conversión final en un desprendimiento del fascismo, en uno de los departamentos de la policía fascista».

Mientras que los publicistas extranjeros de la GPU (en las publicaciones como Daily Workeru, New Masses[438], etc.) gastan sus energías en intentar explicar, con la ayuda de hipótesis y analogías históricas finamente hiladas, cómo un marxista revolucionario puede transformarse en fascista en la sexta década de su vida, Vyshinsky aborda la cuestión de manera totalmente distinta: Trotsky siempre ha sido un agente del capitalismo y un enemigo de los obreros y campesinos; durante treinta y tantos años se ha estado preparando para convertirse en agente del fascismo. Vyshinsky dice lo que dirán los publicistas del New Masses, aunque sólo más tarde. Es por eso que prefiero dirigirme a Vyshinsky. A las afirmaciones categóricas del fiscal de la URSS, opongo los hechos igualmente categóricos de mi vida.

Vyshinsky se equivoca cuando habla de mis treinta años de preparación para el fascismo. Los hechos, la aritmética, la cronología así como la lógica, no son, en general, los puntos fuertes de esta acusación. De hecho, el mes pasado marcó los cuarenta años de mi participación incesante en el movimiento obrero bajo las banderas del marxismo.

A los dieciocho años, organicé en forma ilegal la «Liga obrera del Sur de Rusia», que sumaba más de 200 trabajadores. Con la ayuda de un hectógrafo, editaba un periódico revolucionario, Nashe Delo [Nuestra Causa]. En el momento de mi primer exilio a Siberia (1900-1902), participé de la creación de la «Liga Siberiana de la Lucha por la Emancipación de la Clase Trabajadora[439]». Luego de mi huida al extranjero, me uní a la organización socialdemócrata Iskra, encabezada por Plejanov[440], Lenin y otros. En 1905, asumí tareas dirigentes en el primer Soviet de Diputados Obreros de Petersburgo.

Pasé cuatro años y medio en la cárcel, fui exiliado dos veces a Siberia, en donde pasé alrededor de dos años y medio. Me escapé dos veces de Siberia. Durante dos períodos, pasé alrededor de doce años en el exilio bajo el zarismo. En 1915, en Alemania, fui condenado a prisión en rebeldía por actividades contra la guerra. Fui expulsado de Francia por el mismo «crimen», detenido en España, e internado por el gobierno británico en un campo de concentración canadiense. Fue de esta manera que realicé mi función de «agente del capitalismo».

El cuento de los historiadores estalinistas de que fui menchevique hasta 1917 es una de sus acostumbradas falsificaciones. Desde el día en que el bolchevismo y el menchevismo se definieron política y organizativamente (1904), permanecí formalmente por fuera de ambas fracciones, pero tal como lo demuestran las tres revoluciones rusas, mi línea política, a pesar de conflictos y polémicas, coincidió en todos sus aspectos fundamentales con la línea de Lenin.

El desacuerdo más importante entre Lenin y yo en aquellos años era mi esperanza de que a través de la unificación con los mencheviques, la mayoría de estos últimos podrían ser empujados al camino de la revolución. Sobre esta candente cuestión, Lenin tenía toda la razón. Sin embargo, hay que recordar que en 1917 las tendencias hacia la «unificación» eran muy fuertes entre los bolcheviques. El 1° de noviembre de 1917[441], en la reunión de Comité del Partido de Petrogrado, Lenin señaló al respecto: «Trotsky ha dicho hace ya bastante tiempo que el acuerdo era imposible. Trotsky lo ha comprendido y, desde entonces, no ha habido mejor bolchevique que él».

Desde fines de 1904, defendí la visión de que la revolución rusa sólo podía desembocar en la dictadura del proletariado, que a su vez debe llevar a la transformación socialista de la sociedad, tras el desarrollo victorioso de la revolución mundial.

Una minoría de mis adversarios actuales consideraba fantástica esta perspectiva hasta abril de 1917, y la catalogaron hostilmente de «trotskismo», oponiéndole el programa de la república democrático-burguesa[442]. En cuanto a la mayoría aplastante de la burocracia actual, no respaldaron el poder soviético hasta después del final victorioso de la Guerra Civil.

Durante mis años de exilio, participé del movimiento obrero de Austria, Suiza, Francia y los Estados Unidos. Recuerdo con gratitud mis años en el exilio; me dieron la posibilidad de acercarme a la vida de la clase obrera mundial y de hacer que el internacionalismo pase de ser un concepto abstracto para convertirse en la fuerza motora del resto de mi vida.

Durante la guerra, primero en Suiza y luego en Francia, hice propaganda contra el chovinismo que consumía la II Internacional. Durante más de dos años publiqué en París, bajo la censura militar, un diario ruso, en el espíritu del internacionalismo revolucionario. En esta labor estuve en contacto estrecho con los elementos internacionalistas de Francia, y participé, junto con sus representantes, de la conferencia internacional de los opositores al chovinismo en Zimmerwald (1915). Seguí haciendo el mismo trabajo durante mi estadía de dos meses en los Estados Unidos.

Al llegar a Petrogrado (el 5 de mayo de 1917) del campo de concentración canadiense en donde les había enseñado las ideas de Liebknecht y Luxemburgo[443] a los marineros alemanes encarcelados, participé directamente de la preparación y organización de la Revolución de Octubre, en particular durante los cuatro meses decisivos en que Lenin se vio obligado a ocultarse en Finlandia.

En 1918, en un artículo en el que su tarea consistía en limitar lo que había sido mi papel en la Revolución de Octubre, Stalin sin embargo se vio obligado a escribir:

Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección se efectuó bajo la dirección inmediata de Trotsky, presidente del Soviet de Petrogrado. Puede decirse con seguridad que la adhesión de la guarnición al Soviet y la hábil organización del trabajo del Comité Militar revolucionario se los debe el Partido, ante todo y sobre todo, al camarada Trotsky (Pravda N° 241, 6 de noviembre de 1918[444]).

Esto no le impidió a Stalin escribir seis años más tarde:

El camarada Trotsky, hombre relativamente nuevo para nuestro Partido, durante el período de Octubre no jugó ni pudo jugar ningún papel particular ni en el Partido ni en la Insurrección de Octubre (J. Stalin, Trotskismo o leninismo, pp.68/9[445]).

En la actualidad, la escuela de Stalin, con la ayuda de sus propios métodos científicos, con los que son educados tanto el tribunal como la fiscalía, considera incuestionable que no dirigí la Revolución de Octubre sino que me opuse a ella. Sin embargo, estas falsificaciones históricas no tienen nada que ver con mi autobiografía, sino con la biografía de Stalin.

Luego de la Revolución de Octubre, fui funcionario durante cerca de nueve años. Participé directamente en la construcción del Estado soviético, en la diplomacia revolucionaria, el Ejército Rojo, la organización económica y la Internacional Comunista. Durante tres años, comandé directamente la Guerra Civil. Para esta ardua tarea, me vi obligado a recurrir a medidas drásticas. Por ellas asumo plena responsabilidad ante la clase obrera mundial y ante la historia. La justificación de las medidas rigurosas se hallaba en su necesidad histórica y en su carácter progresivo, en su correspondencia con los intereses fundamentales de la clase obrera. A todas las medidas represivas dictadas por las condiciones de la Guerra Civil las he llamado por su nombre, y las he expuesto públicamente ante las masas trabajadoras. No tengo nada que ocultarle al pueblo, tampoco tengo nada que ocultarle hoy a la Comisión.

Cuando en ciertos círculos del Partido, no sin la participación solapada de Stalin, surgió una oposición a los métodos que empleaba para dirigir la Guerra Civil, Lenin, en julio de 1919, por iniciativa propia y de forma totalmente inesperada por mí, me entregó una hoja de papel en blanco, sobre la que había escrito en la parte inferior:

¡Camaradas! Conociendo el carácter estricto de las órdenes dadas por el camarada Trotsky, estoy tan convencido, absolutamente convencido que la orden dada por el camarada Trotsky es correcta, adecuada y esencial para el bien de la causa, que la avalo totalmente[446].

El papel no llevaba fecha. En el caso de ser necesario, yo mismo debía agregarla. Es conocida la precaución de Lenin en todo lo referente a sus relaciones con los trabajadores. Sin embargo, consideraba posible firmar por adelantado una orden mía, por más que de estas órdenes a menudo dependiera la suerte de un gran número de hombres. Lenin no temía que abusara de mi poder. Agregaré que no usé ni una sola vez esta carta blanca que me dio Lenin. Pero este documento es testimonio de la confianza excepcional de un hombre a quien considero el modelo más elevado de la moral revolucionaria.

Participé directamente de la redacción de los documentos programáticos y las tesis tácticas de la III Internacional. Lenin y yo compartíamos los informes principales sobre la situación internacional ante los congresos. Yo escribí los manifiestos programáticos de los primeros cinco congresos. Dejo a los fiscales de Stalin la tarea de explicar qué lugar ocupaba esta actividad en mi camino hacia el fascismo. En lo que a mí respecta, todavía sostengo firmemente los principios que, codo a codo con Lenin, propuse como base de la Internacional Comunista.

Rompí con la burocracia gobernante cuando, debido a causas históricas que no puedo abordar adecuadamente aquí, ésta se transformó en una casta conservadora y privilegiada. Las razones de la ruptura están escritas y figuran, en cada uno de sus pasos, en documentos oficiales, libros y artículos accesibles para su verificación general.

He defendido la democracia soviética contra el absolutismo burocrático; la mejora del nivel de vida de las masas contra los privilegios excesivos de la cumbre del poder, la industrialización y la colectivización sistemáticas a favor de los explotados, y por último, la política internacional en el espíritu del internacionalismo revolucionario contra el conservadurismo nacionalista. En mi último libro, La revolución traicionada, intenté explicar teóricamente por qué el Estado soviético aislado, sobre las bases de una economía atrasada, ha construido la pirámide monstruosa de la burocracia, que fue casi automáticamente coronada con un líder «infalible» y más allá de todo control.

A medida que ahogaba al Partido por medio del aparato policial y aplastaba la oposición, la camarilla gobernante me desterró a Asia Central a principios de 1928. Al negarme a interrumpir mi actividad política en el exilio, me deportaron a Turquía a principios de 1929. Allí comencé a publicar el Boletín de la Oposición sobre la base del mismo programa que había defendido en Rusia, y entré en contacto con compañeros de ideas de todas partes del mundo, siendo aún muy pocos en aquel entonces.

El 20 de febrero de 1932, la burocracia soviética me privó a mí y a los miembros de mi familia que se hallaban en el extranjero de la ciudadanía soviética. Mi hija Zinaida24, que estaba temporalmente en el exterior para recibir un tratamiento médico, se vio privada de la posibilidad de volver a la URSS para reunirse con su esposo e hijos. Se suicidó el 5 de enero de 1933.

Les presento una lista de mis libros y folletos más importantes, todos o casi todos ellos escritos durante mi último período de exilio y deportación. Según los cálculos de mis jóvenes colaboradores, quienes en toda mi obra me han aportado y me están aportando una ayuda dedicada e insustituible, he escrito 5000 páginas durante mi período en el extranjero, sin contar mis artículos y cartas, que en su conjunto sumarían varios miles de páginas más. ¿Se me permite añadir que no escribo con facilidad? Realizo numerosas verificaciones y correcciones. Mi obra literaria y mi correspondencia, por lo tanto, han constituido el contenido principal de mi vida en los últimos nueve años. La línea política de mis libros, artículos y cartas habla por sí misma. Las citas extraídas de mis obras y presentadas por Vyshinsky representan, tal como demostraré, una falsificación burda; es decir, un elemento necesario de toda la fabricación judicial.

En el período de tiempo que va de 1923 a 1933, con respecto al Estado soviético, su partido dirigente y la Internacional Comunista, sostuve la opinión expresada en aquellas palabras grabadas: Reforma, no revolución. Esta posición estaba alimentada por la esperanza de que con una evolución favorable en Europa, la Oposición de Izquierda podría regenerar el Partido Bolchevique por medios pacíficos, reformar democráticamente el Estado soviético y encarrilar nuevamente a la Internacional Comunista en el camino del marxismo. Sólo la victoria de Hitler, preparada por la política fatal del Kremlin, y la total incapacidad de la Internacional Comunista de extraer lección alguna de la trágica experiencia de Alemania, me convencieron a mí y a mis compañeros de ideas de que el viejo Partido Bolchevique y la III Internacional habían muerto para siempre en lo que respecta a la causa del socialismo. Así desapareció el único medio jurídico con el que esperaba poder llevar a cabo una reforma pacífica y democrática del Estado soviético. Desde fines de 1933, me he convencido cada vez más de que para que las masas trabajadoras de la URSS y la base social fundada por la Revolución de Octubre se emancipen del control de la nueva casta parasitaria es inevitable históricamente una revolución política. Naturalmente, un problema de tan tremenda magnitud provocó una lucha ideológica apasionada a escala internacional.

La degeneración política de la Comintern, totalmente maniatada por la burocracia soviética, llevó a la necesidad de lanzar la consigna de la IV Internacional y de redactar las bases de su programa. Los libros, artículos y boletines de discusión relacionados se encuentran a disposición de la Comisión, y constituyen la mejor prueba de que no se trata de un «camuflaje», sino de una lucha ideológica intensa y apasionada basada en las tradiciones de los primeros congresos de la Internacional Comunista. He estado en contacto continuo con docenas de viejos amigos y cientos de jóvenes de todas partes del mundo, y puedo afirmar con toda seguridad y orgullo que precisamente de esta juventud surgirán los luchadores proletarios más firmes y confiables de la nueva época que se avecina.

Renunciar a la esperanza de una reforma pacífica del Estado soviético no significa, sin embargo, renunciar a la defensa del Estado soviético. Como se demuestra especialmente en la colección de extractos de mis artículos a lo largo de los últimos diez años («En defensa de la Unión Soviética[447]»), que recientemente llegó a Nueva York, he luchado invariable e implacablemente contra toda vacilación sobre la cuestión de la defensa de la URSS. He roto más de una vez con mis amigos por esta cuestión. En mi libro La revolución traicionada, demostré teóricamente la tesis de que la guerra no sólo amenaza a la burocracia soviética, sino también a la nueva base social de la URSS, que representa un enorme paso adelante en el desarrollo de la humanidad. A partir de esta conclusión, se desprende el deber absoluto de todo revolucionario de defender la URSS contra el imperialismo, a pesar de la burocracia soviética.

Mis escritos del mismo período proporcionan un retrato inequívoco de mi actitud hacia el fascismo. Desde el primer período de mi exilio en el extranjero, di la voz de alarma sobre la cuestión de la creciente ola fascista en Alemania. La Comintern me acusó de «sobreestimar» al fascismo y «entrar en pánico» ante él. Exigí el frente único de todas las organizaciones de la clase obrera. A esta perspectiva, la Comintern opuso la teoría idiota del «social-fascismo». Exigí la organización sistemática de milicias obreras. La Comintern respondió alardeando sobre sus victorias futuras. Señalé que la URSS se vería gravemente amenazada en el caso de una victoria de Hitler. El conocido escritor, Ossietzky[448] publicó mis artículos en su revista y demostró una gran simpatía por ellos en sus observaciones. Todo fue en vano. La burocracia soviética usurpó la autoridad de la Revolución de Octubre para convertirla en nada más que un obstáculo para el triunfo de la revolución en otros países. ¡Sin la política de Stalin no habríamos tenido la victoria de Hitler! Los Procesos de Moscú, en un grado considerable, nacieron de la necesidad del Kremlin de obligar al mundo a olvidar su política criminal en Alemania. «Si se demuestra que Trotsky es agente del fascismo, ¿quién, entonces, considerará el programa y las tácticas de la IV Internacional?». Tal fue el razonamiento de Stalin.

Es bien conocido que durante la guerra se declaró a todos los internacionalistas como agentes del gobierno enemigo. Tal fue el caso de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Otto Ruehle y otros en Alemania, de mis amigos franceses (Monatte[449], Rosmer, Loriot[450], etc.), de Eugene Debs[451] y otros en los Estados Unidos y, finalmente, fue el de Lenin y el mío en Rusia. El gobierno británico me encarceló en un campo de concentración en marzo de 1917 bajo el cargo, inspirado por la Ojrana zarista[452], de que bajo un acuerdo con el alto mando alemán, yo intentaba derrocar al gobierno provisional de Miliukov-Kerensky. Hoy esta acusación parece un plagio de Stalin y Vyshinsky. En realidad, son Stalin y Vyshinsky quienes están plagiando el sistema de contraespionaje zarista y el servicio de inteligencia británico.

El 16 de abril de 1917, cuando estaba en el campo de concentración con los marineros alemanes, Lenin escribió en Pravda:

¿Puede concederse crédito, a la noticia de que Trotsky, presidente del Soviet de los Diputados Obreros de Petrogrado en 1905, un revolucionario que ha consagrado tantos años al servicio desinteresado de la revolución; que un hombre como éste se halle complicado para nada en un plan subvencionado por el gobierno germano? ¡Es una calumnia descarada, inaudita y villana que se lanza contra un revolucionario! (Pravda, N° 34[453]).

«Qué bien suenan ahora estas palabras», escribí el 21 de octubre de 1927 —¡repito, en 1927!—, «en el preciso momento en que se cubre de infames calumnias a la Oposición, y cuyas calumnias no se diferencian nada de las lanzadas en 1917 contra los bolcheviques[454]».

Por ende, hace diez años —es decir, mucho antes de la creación de los centros «unificados» y «paralelos» y antes del «vuelo» de Pyatakov a Oslo— Stalin ya lanzaba contra la Oposición todas las insinuaciones y calumnias que Vyshinsky convirtió más tarde en acusación. Sin embargo, si en 1917 Lenin consideraba que mi pasado revolucionario de veinte años era en sí mismo refutación suficiente de estas sucias insinuaciones, me atrevo a pensar que los veinte años que han transcurrido desde entonces —en sí mismos de una importancia suficiente— me otorgan el derecho a citar mi autobiografía como uno de los argumentos más importantes contra la acusación de Moscú.

VI. Un interrogatorio «puramente judicial»

La necesidad misma de tener que «justificarse» contra el cargo de estar en connivencia con Hitler y el Mikado indica la profundidad de la reacción que ha conquistado hoy en día gran parte de nuestro planeta, y la Unión Soviética en particular. Pero ninguno de nosotros puede saltear etapas históricamente condicionadas. Pongo mi tiempo y mi energía a disposición de la Comisión con entera voluntad. Es superfluo señalar que no guardo ni puedo guardar secretos ante la Comisión. La propia Comisión comprenderá la necesidad de proceder cautelosamente con respecto a terceros, en particular con ciudadanos de territorios fascistas y de la Unión Soviética. Estoy dispuesto a contestar todas las preguntas y poner a disposición de la Comisión toda mi correspondencia, tanto personal como política.

Al mismo tiempo, me parece necesario declarar de antemano que no me considero en absoluto un «acusado» ante el tribunal de la opinión pública. Ni siquiera existe una base formal para semejante caracterización. Las autoridades de Moscú no llegaron a acusarme ni en uno solo de los juicios. Y, desde ya, no es casualidad. Para acusarme habrían tenido que convocarme ante el tribunal, o exigir mi extradición. Para ello, habrían tenido que anunciar la fecha del juicio y haber publicado la acusación al menos algunas semanas antes de la apertura del proceso judicial. Pero Moscú no pudo siquiera llegar a eso. Todo su plan consistía en tomar por sorpresa a la opinión pública, y tener preparados de antemano a los Pritt y Duranty[455] como comentaristas y reporteros. Sólo podrían haber pedido mi extradición mediante el planteo de la cuestión ante un tribunal francés, noruego o mexicano, ante los ojos de la prensa mundial. ¡Pero eso habría implicado un fracaso cruel para el Kremlin! Por esta misma razón, los dos juicios no representaron una acusación contra mí y contra mi hijo, sino que fueron sólo una calumnia contra nosotros, llevada a cabo mediante un proceso legal, sin notificación, sin citación y a nuestras espaldas.

El veredicto del último juicio establece que Trotsky y Sedov, «al haber sido hallados culpables… de dirigir personalmente las actividades de traición… en el caso de ser descubiertos en el territorio de la URSS, serán sujetos a la detención y al juicio inmediatos». Dejo de lado la cuestión de los medios técnicos por los cuales Stalin espera «descubrirnos» a mi hijo y a mí en territorio soviético (al parecer, sería por el mismo medio que le permitió a la GPU la noche del 7 de noviembre de 1936 «descubrir» una parte de mis archivos en un instituto histórico de París y transportarlos a Moscú en voluminosas valijas diplomáticas[456]). El hecho que más llama la atención, sobre todos los demás, es que el veredicto, luego de hallarnos «culpables» a pesar de no haber sido acusados ni interrogados promete entregarnos al tribunal para ser procesados, en el caso de ser descubiertos. De esta manera, mi hijo y yo ya hemos sido «condenados», pero aún no procesados. El objetivo de esta formulación sin sentido, aunque no casual, es el de armar a la GPU con la posibilidad de fusilarnos al «descubrirnos», sin proceso judicial alguno. Stalin no puede darse el lujo de un juicio público contra nosotros, ni siquiera en la URSS.

Los más cínicos de los agentes de Moscú, incluido el diplomático soviético Troyanovsky, plantean el siguiente argumento: «Los criminales no pueden elegir sus propios jueces». En su significado general, esta idea es correcta. Sólo hace falta determinar de qué lado de la línea divisoria se hallan los criminales. Si se acepta la visión de que los verdaderos criminales son los organizadores de los Procesos de Moscú —y es la opinión de círculos cada vez más amplios—, ¿se les puede permitir constituirse en jueces de su propio caso? Por esta sola razón, la Comisión de Investigación se coloca por encima de ambas partes.

VII. Tres categorías de pruebas

El territorio cubierto por los Procesos de Moscú es inmenso. Si asumiera la tarea de refutar ante ustedes todas las falsas acusaciones lanzadas contra mí, aunque sea solamente las que figuran en los informes oficiales de los dos juicios de Moscú más importantes, me vería obligado a emplear demasiado tiempo. Basta con recordar que mi nombre figura en casi todas las páginas, y más de una vez. Espero tener la oportunidad de hablar más a fondo ante la Comisión en Pleno. Ahora, me veo obligado a imponerme considerables limitaciones. Por el momento, debo dejar de lado toda una serie de temas, siendo cada uno de ellos importantes para la refutación de los cargos. Para otra serie de temas, siendo aun más importantes, debo limitarme a un breve resumen, destacando únicamente el esquema general de las conclusiones que espero poder presentar ante la Comisión en un futuro. Sin embargo, intentaré exponer los puntos cruciales de los procesos soviéticos, de naturaleza tanto ética como empírica, y de aclararlos lo más posible. Estos puntos cruciales se dividen en tres planos:

1. Los apologistas extranjeros de la GPU repiten monótonamente el mismo argumento: «Es imposible admitir que personas que son políticos veteranos y responsables se hubieran acusado de crímenes que nunca cometieron». Pero estos caballeros se niegan obstinadamente a aplicar el mismo criterio de sentido común, no a las confesiones, sino a los propios crímenes. Sin embargo, es mucho más aplicable a estos últimos.

Mi punto de partida es que los acusados eran individuos responsables —es decir, normales— y, en consecuencia, no pudieron haber perpetrado crímenes absurdos contra sus ideas, todo su pasado y sus intereses actuales.

En la planificación de un crimen, cada uno de los acusados tenía lo que se puede definir desde el punto de vista jurídico como libertad de elección. Podía cometer el crimen, o abstenerse de hacerlo. Podía considerar si el crimen le convenía, si correspondía a sus objetivos, si los medios empleados eran razonables, etc. En una palabra, procedió como una persona libre y responsable.

La situación, sin embargo, cambia radicalmente cuando el criminal real o fabricado cae en manos de la GPU, para quienes, por razones políticas, hace falta obtener a toda costa un testimonio determinado. Aquí, el «criminal» deja de ser él mismo. No es él quien decide, sino que todo está decidido por él.

Por eso, antes de abordar la cuestión de si el acusado actuó según las leyes del sentido común durante los juicios, se debe plantear una pregunta preliminar: ¿es posible que los acusados hubieran cometido los crímenes increíbles que confesaron?

¿El asesinato de Kirov benefició a la Oposición? Y si no la benefició, ¿no benefició a la burocracia atribuirle el asesinato de Kirov a la Oposición, cualquiera fuera el costo?

¿Era beneficioso para la Oposición cometer actos de sabotaje, provocar explosiones en minas y organizar descarrilamientos de ferrocarriles? Y si no lo fue, ¿no benefició a la burocracia cargar sobre la Oposición la responsabilidad por los errores y accidentes en la industria?

¿Era beneficioso para la Oposición entablar una alianza con Hitler y el Mikado? Y si no, ¿no benefició a la burocracia obtener de la Oposición la confesión de haber pactado una alianza con Hitler y el Mikado?

Qui prodest?35 Basta con formular esta pregunta en forma clara y precisa para dilucidar los primeros esbozos de la respuesta.

2. En el último juicio, como en todos los anteriores, la única base de los cargos son los monólogos estandarizados de los acusados, quienes, al repetir los pensamientos y las expresiones del fiscal, se superan entre sí en la confesión, e invariablemente me nombran a mí como el organizador principal del complot. ¿Cómo se explica este hecho?

En sus conclusiones finales, Vyshinsky intenta esta vez justificar la ausencia de pruebas objetivas mediante la consideración de que los conspiradores no tenían carnés de afiliación al Partido, no llevaban registros, etc., etc. Estos argumentos resultan doblemente miserables en suelo ruso, donde los complots y los juicios se extienden a lo largo de muchas décadas. Los conspiradores escriben cartas pseudoconvencionales, pero la policía puede incautar esas cartas en un allanamiento, y pasarían a constituir pruebas serias. Los conspiradores recurren con bastante frecuencia a la tinta química, pero la policía zarista ha incautado este tipo de cartas cientos de veces para presentarlas ante los tribunales. Entre los conspiradores hay provocadores que le dan a la policía información concreta sobre el avance del complot, y posibilitan la incautación de documentos, laboratorios, e incluso el arresto de los mismos conspiradores en la escena del crimen. No encontramos nada de eso en los juicios de Stalin-Vyshinsky. A pesar de la duración de cinco años del más extravagante de los complots, con ramificaciones en todo el país y conexiones que cruzan las fronteras occidental y oriental, a pesar de los innumerables allanamientos e incautaciones e incluso los robos de archivos, la GPU no ha sido capaz de presentar ante el tribunal una sola evidencia concreta. Los acusados se refieren sólo a sus conversaciones reales o fabricadas sobre el complot. La investigación judicial es una conversación sobre conversaciones. El «complot» no tiene consistencia material.

Por otra parte, la historia, tanto de la lucha revolucionaria como contrarrevolucionaria, no conoce ningún caso en el que decenas de conspiradores experimentados, durante un período de años, hubieran cometido crímenes sin precedentes, y que luego de su detención, a pesar de la falta de pruebas, hubieran confesado sin excepción, traicionándose entre sí y acusando furiosamente a su «líder» ausente. ¿Cómo es posible que los mismos criminales que ayer asesinaron a dirigentes, destrozaron la industria, prepararon la guerra y el desmembramiento del país, puedan cantar hoy tan dócilmente la canción que quiere escuchar la fiscalía?

Estas dos características fundamentales de los Procesos de Moscú —la ausencia de pruebas y el carácter epidémico de las confesiones— no pueden sino despertar sospechas en todo hombre pensante. La verificación objetiva de las confesiones, por lo tanto, asume así una importancia aún mayor. Sin embargo, el tribunal no sólo no realizó esta verificación, sino que, por el contrario, la evitó por todos los medios. Debemos asumir nosotros mismos esta verificación. Desde luego, no es posible en todos los casos. Pero no hay necesidad de ello. Será más que suficiente para nosotros, como punto de partida, demostrar que en muchos casos extremadamente importantes las confesiones se hallan en contradicción absoluta con los hechos objetivos. Cuanto más estandarizadas sean las confesiones, más desacreditadas resultarán a partir de la revelación de que algunas de ellas son falsas.

El número de casos en que el testimonio de los acusados —sus denuncias contra sí mismos y otros— se desmorona cuando se contrasta con los hechos es muy grande. Eso ya ha quedado suficientemente claro aquí durante la investigación. La experiencia de los Procesos de Moscú demuestra que una fabricación a escala tan colosal es demasiado, incluso para el aparato policial más poderoso del mundo. ¡Hay demasiadas personas y circunstancias, características y fechas, demasiados intereses y documentos, que no encajan en el marco del libreto preparado de antemano! El calendario mantiene obstinadamente sus prerrogativas, y las estaciones de Noruega no se inclinan ni siquiera ante Vyshinsky. Si se aborda la cuestión en su aspecto artístico, semejante tarea —la concordancia dramática de cientos de personas y circunstancias innumerables— habría sido demasiado incluso para Shakespeare. Pero la GPU no tiene «shakespeares» a su disposición. En la medida en que se trata de «acontecimientos» que transcurrieron dentro en la URSS, la apariencia externa de concordancia se mantiene mediante la violencia inquisitorial. Todos —los acusados, testigos y expertos— corean su confirmación de hechos materialmente imposibles. Pero la situación cambia abruptamente cuando hace falta extender los hilos al extranjero. Sin embargo, sin conexiones en el extranjero que lleguen hasta mí, el «enemigo público número uno», los juicios perderían la mayor parte de su importancia política. Es por eso que la GPU se vio obligada a arriesgar teorías peligrosas y muy desafortunadas con Holtzman, Olberg, David, Berman-Yurin, Romm y Pyatakov.

La selección de los objetos de análisis y su refutación se desprenden sólo a partir de los «hechos» que alega la fiscalía contra mi hijo y contra mí. Por ende, la refutación de la afirmación de Holtzman sobre la visita que me habría hecho en Copenhague, la refutación del testimonio de Romm sobre su reunión conmigo en el Bois de Boulogne36, y la refutación del relato de Pyatakov sobre su vuelo a Oslo, no sólo son importantes en sí mismas, ya que tiran abajo los cargos principales contra mi hijo y contra mí, sino porque también permiten echar un vistazo detrás de la escena de la jurisprudencia de Moscú en su totalidad, y echar luz sobre los métodos que allí se emplean.

Esas son las primeras dos etapas de mi análisis. Si logramos demostrar que, por una parte, los supuestos «crímenes» se contradicen con la psicología y los intereses de los acusados, y que, por otra parte —al menos en varios casos típicos—, las confesiones se contradicen con hechos precisamente establecidos, realizaríamos al mismo tiempo una tarea muy grande para la refutación de la acusación en su conjunto.

3. Sin duda, aún así, queda un número no desdeñable de preguntas que exigen respuestas. Las principales entre ellas son: ¿por qué, entonces, los acusados, luego de veinticinco, treinta o más años de trabajo revolucionario, acordaron asumir acusaciones tan monstruosas y degradantes? ¿Cómo lo logró la GPU? ¿Por qué ni uno solo de los acusados clamó abiertamente ante el tribunal contra semejante fabricación?, etc., etc. Por la naturaleza del caso, no tengo obligación de responder a estas preguntas. Aquí no podemos interrogarlo a Yagoda (quien ahora está siendo interrogado él mismo por Yezhov), ni a Yezhov, ni a Vyshinsky, ni a Stalin, y menos a sus víctimas, la mayoría de las cuales, de hecho, ya han sido fusiladas. Es por eso que la Comisión no podrá develar totalmente la técnica inquisitorial de los Procesos de Moscú. Pero los principales motores ya son evidentes. Los acusados no son ni trotskistas, ni oposicionistas, ni luchadores, sino dóciles capituladores. La GPU los había educado durante años para estos juicios. Por eso me parece muy importante para la comprensión de la mecánica de las confesiones exponer la psicología de los capituladores como grupo político, y ofrecer una caracterización personalizada de los acusados más importantes de los dos juicios. No pienso hacer improvisaciones psicológicas arbitrarias, construidas después del hecho en los intereses de la defensa, sino caracterizaciones objetivas basadas en documentos irrefutables basados en varios momentos del período que nos interesa. No me faltan materiales de este tipo. Por el contrario, mis expedientes están llenos de hechos y citas. Es por eso que elegí un ejemplo, el más claro y más típico, a saber: Radek.

Desde el 14 de junio de 1929, ya escribía acerca de la influencia que ejercían las poderosas tendencias termidorianas en la propia Oposición:

Tenemos toda una serie de ejemplos de bolcheviques de la Vieja Guardia que, después de bregar por mantenerse fieles a la tradición del Partido y a la suya propia, quemaron sus últimas fuerzas en la Oposición: algunos en 1925, otros en 1927 y en 1929. Pero todos se fueron: sus nervios no podían soportarlo. Radek es ahora el ideólogo apresurado y ruidoso de esa clase de elementos (Boletín de la Oposición, N° 1-2, julio de 1929[457]).

Fue nada menos que Radek quien suministró en el último juicio la «filosofía» de las «actividades criminales» de los «trotskistas». Según el testimonio de muchos periodistas extranjeros, el testimonio de Radek parecía ser el menos artificial del juicio, el que menos se construía sobre un modelo, el más merecedor de confianza. Por ello cobra mayor importancia demostrar que quien se sentó en el banquillo de acusados no fue el verdadero Radek, tal como lo habían moldeado su naturaleza y su pasado político, sino un «robot» salido del laboratorio de la GPU. Si logro demostrar esto con plena convicción, entonces el papel de los otros acusados en estos juicios también se esclarecerá considerablemente. Eso no significa, obviamente, que descarte el análisis de cada personalidad individual. Por el contrario, espero que la Comisión me dé la oportunidad de realizar esta tarea en la próxima etapa de su labor. Pero ahora, debido a las limitaciones impuestas por el tiempo, me veo obligado a concentrar la atención solamente en las circunstancias más importantes y en las figuras más típicas. El trabajo de la Comisión, espero yo, sólo puede beneficiarse de esto.

VIII. La serie matemática de los montajes

1. Se puede establecer irrefutablemente, sobre la base de fuentes oficiales, que los preparativos para el asesinato de Kirov se hicieron con el conocimiento de la GPU. El jefe de la sección de Leningrado de la GPU, Medved, y once agentes más de la GPU, fueron condenados a prisión porque «poseían información relativa a los preparativos para el atentado contra S.M. Kirov… y no tomaron las medidas necesarias». Uno se imaginaría que los agentes de policía que «sabían» deberían haber figurado como testigos en todos los juicios posteriores. Pero nunca más volvimos a escuchar de Medved y sus colaboradores; «sabían» demasiado. El asesinato de Kirov sirve como base de todos los juicios posteriores. Sin embargo, en la base del asesinato de Kirov hay una provocación colosal de la GPU, confirmada por el veredicto del tribunal militar el 29 de diciembre de 1934. La tarea de los organizadores de la provocación consistió en implicar a la Oposición, y especialmente a mí, en un acto terrorista (por medio del cónsul letón, Bisseneks[458], un agente provocador empleado por la GPU, que también ha desaparecido sin dejar rastros). La bala disparada por Nikolayev apenas era parte del programa, sino más bien uno de los costos secundarios de la amalgama.

Esta cuestión fue analizada en mi folleto El asesinato de Kirov y la burocracia de Stalin[459], escrito a principios de 1935. Ni las autoridades soviéticas ni sus agentes extranjeros intentaron siquiera responder mis argumentos, que se basaban exclusivamente en documentos oficiales de Moscú.

2. Como hemos demostrado ante la Comisión, se llevaron a cabo siete juicios en la URSS, con el asesinato de Kirov como punto de partida: (a) el juicio a Nikolayev y otros, del 28 al 29 de diciembre de 1934; (b) el juicio a Zinoviev-Kamenev, del 15 al 16 de enero de 1935; (c) el juicio a Medved y otros, el 23 de enero de 1935; (d) el juicio a Kamenev y otros, en julio de 1935; (e) el juicio a Zinoviev-Kamenev, en agosto de 1936; (f) el juicio de Novosibirsk, del 19 al 22 de noviembre de 1936; (g) el juicio a Pyatakov-Radek, del 23 al 30 de enero de 1937. Estos juicios constituyen siete variaciones del mismo tema. Entre las distintas variaciones apenas existe una conexión perceptible. Cada una contradice a las demás en sus aspectos fundamentales y en sus detalles. En cada juicio, personas diferentes organizan el asesinato de Kirov, por distintos medios y con distintos objetivos políticos. La mera comparación de los documentos oficiales soviéticos es prueba suficiente de que al menos seis de estos siete juicios deben ser fabricaciones. De hecho, los siete son fabricaciones.

3. El juicio de Zinoviev-Kamenev (agosto de 1936) ya ha inspirado voluminosos escritos que contienen una serie de argumentos extremadamente importantes, testimonios y consideraciones de peso en apoyo a la idea de que el juicio constituye un montaje malicioso por parte de la GPU. Menciono aquí los siguientes libros:

León Sedov: El libro rojo sobre el proceso de Moscú [460].

León Sedov: Carta al Comité Central de la Liga de los Derechos del Hombre[461].

Max Shachtman: Detrás de los Procesos de Moscú[462].

Francis Heisler[463]: Los primeros dos juicios de Moscú.

Victor Serge: El destino de una revolución[464], URSS, 1917-1937.

Victor Serge: 16 fusilados. ¿Hacia dónde va la Revolución Rusa[465]?.

Friedrich Adler: El juicio por brujería en Moscú.

Ninguno de estos libros, que son el producto de un estudio serio y concienzudo, ha recibido hasta el momento una evaluación crítica; sin contar los epítetos de la prensa de la Comintern, que hace mucho tiempo no toma en serio ninguna persona respetable. Los argumentos fundamentales de estos libros también son mis argumentos.

4. Ya en 1926 la camarilla de Stalin intentó acusar a varios grupos oposicionistas de propaganda «antisoviética», contactos con las guardias blancas, tendencias capitalistas, espionaje, objetivos terroristas y, por último, la preparación de la insurrección armada. Todos estos intentos, que se asemejan a borradores, han dejado sus huellas en los decretos oficiales, en artículos periodísticos, en los documentos de la Oposición. Si organizáramos cronológicamente estos borradores y experimentos de montajes, obtendríamos algo semejante a una progresión geométrica de falsas acusaciones, cuyas palabras finales son las acusaciones de los últimos juicios. Así descubrimos la «ley de los montajes», y el misterio de la supuesta conspiración trotskista se desvanece en el aire.

5. Lo mismo ocurre con las declaraciones inverosímiles de los acusados, que a primera vista contradicen todas las leyes de la psicología humana. Las retractaciones ritualistas por parte de los oposicionistas se remontan a 1924, y especialmente a fines de 1927. Si cotejamos los textos de estas retractaciones sobre la base de la prensa soviética —a menudo retractaciones consecutivas por parte de las mismas personas— obtenemos una segunda progresión geométrica, cuyas últimas palabras son las horrendas confesiones de Zinoviev, Kamenev, Pyatakov, Radek y otros en los procesos judiciales. Un análisis político y psicológico de este material accesible e irrefutable revela total y definitivamente el mecanismo inquisitorial de las retractaciones.

6. A la serie matemática de los montajes y la serie matemática de las retractaciones les corresponde una tercera serie matemática: la de las advertencias y predicciones. El autor de estas líneas y sus compañeros más cercanos siguieron con atención las intrigas y provocaciones de la GPU, y con anterioridad, sobre la base de hechos y síntomas particulares, advirtieron una y otra vez, tanto a través de cartas como en la prensa, contra los planes provocadores de Stalin y contra las amalgamas que se preparaban. La expresión misma, «amalgama estalinista», la empleamos nosotros casi ocho años antes del asesinato de Kirov y los juicios espectaculares que le siguieron. Las pruebas documentales pertinentes han sido puestas a disposición de la Comisión de Investigación. Muestran, sin discusión posible, que de lo que se trata no es de una conspiración trotskista subterránea desenterrada asombrosamente y por primera vez en 1936, sino de una conspiración sistemática de la GPU contra la Oposición, con el fin de imputarle cargos de sabotaje, espionaje, asesinatos y la preparación de insurrecciones.

7. Todas las «retractaciones» arrancadas a decenas de miles de oposicionistas desde 1924 contenían necesariamente una calumnia en mi contra. A todos aquellos que deseaban volver al Partido, escribieron los exiliados en el Boletín de la Oposición (N° 7, noviembre-diciembre de 1929), se les ordenó que «nos den la cabeza de Trotsky». Conforme a la ley ya señalada de las series matemáticas, los hilos de todos los crímenes de terrorismo, traición y sabotaje denunciados en los juicios de 1936-1937 llegan invariablemente hasta mi hijo y hasta mí. Pero toda nuestra actividad durante los últimos ocho años fue, como es bien sabido, realizada en el extranjero. Aquí la Comisión dispone, como ya hemos visto, de una gran ventaja. En el extranjero, la GPU no llegaba a alcanzarme, ya que siempre estaba rodeado de un círculo de amigos leales. El 7 de noviembre de 1936, la GPU se robó una parte de mis archivos en París, pero hasta ahora no han podido hacer uso alguno de ellos. La Comisión tiene a su disposición todos mis archivos, los testimonios de mis amigos y conocidos, para no hablar de mis propias declaraciones. La Comisión está en condiciones de comparar mi correspondencia privada con mis artículos y libros y, de esta manera, determinar si mi actividad tiene el más mínimo matiz de doble juego.

8. Pero eso no es todo. Las directivas de la conspiración supuestamente provenían del extranjero (Francia, Copenhague, Noruega). Gracias a una combinación excepcionalmente afortunada de circunstancias, la Comisión tiene plena oportunidad de determinar si alguno de los supuestos conspiradores —Holtzman, Berman-Yurin, Fritz David, Vladimir Romm y Pyatakov— me visitaron en los momentos y lugares especificados. Si bien el tribunal de Moscú no ha movido un dedo para probar (mediante preguntas con respecto a pasaportes, visas, hoteles, etc.) que estas reuniones y entrevistas realmente tuvieron lugar, somos capaces de resolver aquí un problema mucho más difícil: demostrar mediante documentos, declaraciones de testigos, circunstancias de tiempo y lugar, que estas reuniones y entrevistas no ocurrieron ni pudieron haber ocurrido. Para emplear la terminología jurídica: en todos los casos importantes en donde se especifican fechas exactas soy capaz de establecer una coartada indestructible.

9. Si el criminal no está mentalmente perturbado, sino que es una persona responsable e incluso un viejo político con experiencia, entonces su crimen, por más monstruoso que sea, debe encajar en alguna medida con sus objetivos específicos. Sin embargo, en los Procesos de Moscú no hay tal concordancia de objetivos y métodos. El fiscal del Estado atribuye en cada juicio objetivos distintos a los mismos acusados (en un momento se trata de una descarnada «lucha por el poder» bajo el régimen soviético, y luego de una lucha por la «restauración del capitalismo»). También en esta cuestión, los acusados siguen dócilmente las pautas de la acusación. Los métodos a los que recurren los acusados son absurdos desde el punto de vista de sus presuntos objetivos; sin duda, parecen haber sido especialmente fabricados para suministrarle a la burocracia el mejor pretexto posible para exterminar todo tipo de oposición.

Las conclusiones que se derivan de las etapas iniciales de esta investigación son, en mi opinión, las siguientes:

1. A pesar de largos años de lucha contra la Oposición, a pesar de decenas de miles de allanamientos, arrestos, destierros, encarcelamientos y cientos de ejecuciones, las autoridades judiciales soviéticas no cuentan siquiera con un solo hecho sustancial, ni un ápice de pruebas materiales para confirmar la veracidad de las acusaciones. Este hecho constituye la prueba más condenatoria contra Stalin.

2. Incluso si aceptáramos hipotéticamente que todos o algunos de los acusados realmente cometieron los crímenes monstruosos que se les atribuyen, sus referencias estereotipadas a mí como principal organizador del complot no tienen ningún peso. Gente moralmente descompuesta que es capaz de preparar descarrilamientos de ferrocarriles, de envenenar a trabajadores, de entablar relaciones con la Gestapo, etc., hubiera intentado, naturalmente, congraciarse con la burocracia por medio de calumnias estandarizadas contra su principal adversario.

3. El testimonio de los acusados —por lo menos el de aquellos cuya fisonomía política es ampliamente conocida—, sin embargo, también es falso en las partes en donde exponen sus propias actividades criminales. No se trata de bandidos ni de criminales pervertidos ni de degenerados morales, sino de víctimas desafortunadas del sistema inquisitorial más horrible de todos los tiempos.

4. Los procesos son una comedia judicial (por difícil que sea emplear la palabra «comedia» en este contexto), cuyas líneas han sido desarrolladas a lo largo de varios años sobre la base de un sinnúmero de experimentos por parte de los órganos de la GPU, bajo la supervisión directa y personal de Stalin.

5. Los cargos contra los viejos revolucionarios («trotskistas»), de deserción al fascismo, de alianza con Hitler y el Mikado, etc., fueron dictados por las mismas causas políticas que las acusaciones de los termidorianos franceses contra Robespierre46 y otros jacobinos ejecutados en la guillotina, quienes se habían convertido en «realistas» y «agentes de Pitt». Causas históricas análogas producen consecuencias históricas análogas.

IX. La base política de la acusación: el terrorismo

Si el terror es factible para un bando, ¿por qué se debería descartar para el otro? A pesar de toda su simetría seductora, este razonamiento es corrupto hasta la médula. Es absolutamente inadmisible colocar el terror de una dictadura contra una oposición en el mismo plano que el terror de una oposición contra una dictadura. Para la camarilla gobernante, la preparación de asesinatos por medio de un tribunal o detrás de una emboscada se trata lisa y llanamente de una cuestión de técnica policial. En caso de fracasar, siempre podrán ser sacrificados algunos agentes de segundo rango. Para una oposición, el terror presupone la concentración de todas sus fuerzas en la preparación de actos terroristas, con la comprensión previa de que cada uno de estos actos, ya sean exitosos o no, evocará en respuesta la destrucción de decenas de sus mejores hombres. Una oposición no podría bajo ningún punto de vista permitirse un desperdicio tan demencial de sus fuerzas. Es precisamente por esta razón y no por otra que la Comintern no recurre a intentos terroristas en países con dictaduras fascistas. La Oposición tiene tan poca preferencia por la política del suicidio como la Comintern.

Según la acusación, que se basa sobre la ignorancia y la pereza mental, los «trotskistas» decidieron destruir al grupo gobernante con el fin de allanar de esta manera su camino al poder. El filisteo común, sobre todo si lleva la insignia de «Amigo de la URSS», razona de la siguiente manera: «Los opositores no pueden sino luchar por el poder, y no pueden sino odiar al grupo gobernante. ¿Por qué, entonces, no recurrirían al terror?». En otras palabras, para el filisteo, el asunto termina en donde de hecho apenas comienza. Los dirigentes de la Oposición no son ni advenedizos ni novatos. No se trata en absoluto de determinar si luchan por el poder. Toda tendencia política seria se propone conquistar el poder. La pregunta es la siguiente: ¿es posible que los oposicionistas, educados en la enorme experiencia del movimiento revolucionario, hayan creído, incluso por un instante, que el terrorismo podría acercarlos al poder? La historia rusa, la teoría marxista, la psicología política responden: ¡no, no es posible!

En este punto, el problema del terrorismo exige una aclaración teórica e histórica, aunque sea breve. Desde el punto de vista del terror «antisoviético», me veo obligado a darle a mi alegato un carácter autobiográfico. En 1902, apenas había llegado a Londres desde Siberia, luego de casi cinco años de cárcel y exilio, enumeré a los revolucionarios que fueron torturados hasta la muerte, en un artículo dedicado a la conmemoración del bicentenario de la fortaleza de Schlüsselburg, una prisión de trabajos forzados. «Las sombras de estos mártires claman por venganza,». Pero inmediatamente después, añadí: «No venganza personal, sino revolucionaria. No la ejecución de ministros, sino la ejecución de la autocracia». Estas líneas se planteaban específicamente contra el terrorismo individual. Su autor tenía veintitrés años de edad. Desde los primeros días de su actividad revolucionaria, ya se oponía al terrorismo. De 1902 a 1905 presenté, en varias ciudades de Europa, ante estudiantes y emigrados rusos, decenas de informes políticos contra la ideología terrorista, que a principios de siglo se propagaba una vez más entre la juventud rusa.

A partir de los años ochenta del siglo pasado, dos generaciones de marxistas rusos fueron testigos directos de la era del terror, aprendieron de sus lecciones trágicas, y se inculcaron orgánicamente una disposición negativa hacia el aventurerismo heroico de individuos solitarios. Plejanov, el fundador del marxismo ruso; Lenin, el dirigente del bolchevismo; Martov[466], el representante más eminente del menchevismo, dedicaron todos miles de páginas y cientos de discursos a la lucha contra la táctica del terrorismo.

La inspiración ideológica que emanaba de estos marxistas experimentados alimentó durante mi adolescencia mi disposición hacia la alquimia revolucionaria de los círculos intelectuales cerrados. Para nosotros, los revolucionarios rusos, el problema del terrorismo era un asunto de vida o muerte tanto en el plano político como personal. Para nosotros, un terrorista no era un personaje de novela, sino una persona viva y conocida. En el exilio, vivimos durante años junto a los terroristas de la generación anterior. En las cárceles y bajo la custodia policial conocíamos a los terroristas de nuestro tiempo. Nos enviábamos mensajes de un lado a otro en la Fortaleza de Pedro y Pablo[467] con los terroristas condenados a muerte. ¡Cuántas horas, cuántos días pasamos discutiendo apasionadamente! ¡Cuántas veces rompimos relaciones personales por la cuestión más candente de todas! La literatura rusa sobre el terrorismo, que se nutría de estos debates y los reflejaba, podría llenar una extensa biblioteca.

Las explosiones terroristas aisladas son inevitables cuando la opresión política traspasa ciertos límites. Estos actos son casi siempre de naturaleza sintomática. Pero la política que consagra el terror, elevándolo al plano de sistema, es muy diferente. «Por su misma esencia, la actividad terrorista», escribí en 1909:

exige tal concentración de energía para el «gran momento», tal sobrestimación del sentido del heroísmo individual y tal «hermetismo conspirativo»… que excluye totalmente el trabajo de agitación y organización entre las masas. En la lucha contra el terrorismo, la intelectualidad marxista defendió su derecho o su deber a permanecer en los barrios obreros en vez de colocar bombas debajo de los palacios zaristas y del Gran Ducado[468].

Es imposible engañar o burlar la historia. A la larga, la historia pone a todos en su lugar. La propiedad básica del terrorismo como sistema es la de destruir aquella organización que por medio de compuestos químicos intenta compensar su propia falta de fuerza política. Existen, por supuesto, condiciones históricas en las que el terror puede generar confusión en las filas gobernantes. Pero en ese caso, ¿quién es el que recoge los frutos? En cualquier caso, no es la organización terrorista en sí, ni tampoco son las masas a cuyas espaldas se desarrolla el duelo. Por lo tanto, el liberal burgués ruso, en su época, simpatizaba invariablemente con el terrorismo. La razón es simple. En 1909, escribí:

En la medida en que el terrorismo introduce la desmoralización y la desorganización en las filas del Gobierno (al precio de desorganizar y desmoralizar las filas de los revolucionarios), es en esa medida que le hace el juego nada más y nada menos que a los propios liberales.

Exactamente la misma idea, expresada prácticamente con las mismas palabras, la encontramos un cuarto de siglo más tarde en relación con el asesinato de Kirov.

La existencia misma de actos individuales de terrorismo constituye la señal infalible del atraso político de un país y de la debilidad de sus fuerzas progresistas. La revolución de 1905, que reveló la enorme fuerza del proletariado, puso fin al romanticismo del combate aislado entre un puñado de intelectuales y el zarismo.

El terrorismo en Rusia está muerto… El terror ha emigrado lejos hacia el Oriente… a las provincias de Punjab y Bengala[469]… Puede ser que en otros países de Oriente el terrorismo esté todavía destinado a experimentar un florecimiento. Pero en Rusia ya es parte del patrimonio de la historia.

En 1907 me encontré de nuevo en el exilio. El látigo de la contrarrevolución obraba salvajemente, y las colonias rusas en las ciudades europeas llegaron a ser muy numerosas. Todo el período de mi segunda emigración lo dediqué a escribir informes y artículos contra las actividades terroristas causadas por venganza y desesperación. En 1909 se reveló que a la cabeza de la organización terrorista de los llamados «socialrevolucionarios» había un provocador policial, Azef. «En el callejón sin salida del terrorismo», escribí, «la mano de la provocación domina con toda seguridad» (enero de 1910). El terrorismo nunca dejó de ser más que un «callejón sin salida» para mí.

Durante el mismo período, escribí: «La actitud irreconciliable de la social-democracia rusa hacia el terror burocratizado de la revolución como medio de lucha contra la burocracia terrorista del zarismo ha confluido con el estupor y la condena proveniente no sólo de los liberales rusos, sino también de los socialistas europeos». Tanto los últimos como los primeros nos acusaron de «doctrinarismo». Por nuestra parte, nosotros, los marxistas rusos, atribuimos esta simpatía por el terrorismo ruso al oportunismo de los dirigentes de la socialdemocracia europea que se habían acostumbrado a trasladar sus esperanzas desde las masas a las cumbres dominantes.

El que merodea alrededor de una cartera ministerial… así como aquellos que, esperando con una máquina infernal bajo una capa, acechan al propio ministro, deben igualmente sobreestimar al ministro, su personalidad y su puesto. Para ellos, el sistema en sí desaparece o se pierde de vista, y sólo queda el individuo investido de poder[470].

En la actualidad nos encontraremos, en relación con el asesinato de Kirov, una vez más con este pensamiento, que atraviesa décadas de mi actividad.

En 1911 surgieron ánimos terroristas entre ciertos grupos de trabajadores austríacos. A pedido de Friedrich Adler, editor de Der Kampf la revista teórica mensual de la socialdemocracia austríaca, escribí en noviembre de 1911 un artículo sobre el terrorismo para esta publicación:

Que un atentado terrorista, incluso «afortunado», provoque confusión entre la clase dirigente, depende de circunstancias políticas concretas. De todas formas, esta confusión siempre dura poco; el Estado capitalista no se sostiene sobre los ministros del gobierno y no puede ser eliminado con ellos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán quien los reemplace; la maquinaria seguirá intacta y continuará funcionando.

Pero el desorden que un atentado terrorista provoca entre las masas obreras es más profundo. Si basta armarse con un revólver para logar el objetivo, ¿para qué los efectos de la lucha de clases?

Si un dedal de pólvora y un poco de plomo bastan para atravesarle el cuello al enemigo y matarle, ¿para qué hace falta una organización de clase? Si tiene sentido aterrorizar a los más altos personajes mediante el estampido de las bombas, ¿es necesario un partido? ¿Para qué valen los mítines, la agitación entre las masas y las elecciones, si desde la galería del parlamento se puede divisar fácilmente el banco de los ministros?

A nuestro entender el terror individual es inadmisible precisamente porque devalúa el papel de las masas en su propia consciencia, las hace resignarse a su impotencia y volver la mirada hacia un héroe vengador y liberador que esperan llegará un día y cumplirá su misión[471].

Cinco años más tarde, en el fragor de la guerra imperialista, Friedrich Adler, quien me había impulsado a escribir este artículo, mató al ministro-Presidente austríaco Stuergkh en un restaurante de Viena. El heroico escéptico y oportunista fue incapaz de encontrar otra salida para su indignación y desesperación. Mis simpatías, naturalmente, no estaban del lado del dignatario de los Habsburgo. Sin embargo, a la acción individualista de Friedrich Adler contrapuse la actividad de Karl Liebknecht, quien durante los tiempos de guerra salió a una plaza de Berlín a distribuir un manifiesto revolucionario entre los trabajadores.

El 28 de diciembre de 1934, cuatro semanas después del asesinato de Kirov, en un momento en el que el poder judicial estalinista aún no sabía en qué dirección apuntar el filo de su «justicia», escribí en el Boletín de la Oposición:

Pero si los marxistas condenaron categóricamente el terrorismo individual, aún cuando los disparos estuvieran dirigidos contra los agentes del gobierno zarista y de la explotación capitalista, más implacablemente deben condenar y rechazar el aventurerismo criminal de los actos terroristas dirigidos contra los representantes burocráticos del primer Estado obrero de la historia. Las motivaciones subjetivas de Nikolayev y sus guerrilleros nos son indiferentes.

El camino al infierno está empedrado con las mejores intenciones. En tanto que la burocracia soviética no ha sido removida por el proletariado, tarea que eventualmente tendrá que realizarse, cumple una función necesaria en defensa del Estado obrero. Si el terrorismo tipo Nikolayev se extendiera bajo nuevas y desfavorables condiciones sólo podría servir a la contrarrevolución fascista. Sólo los farsantes políticos que se apoyan en los imbéciles pueden osar ligar a Nikolayev con la Oposición de Izquierda, aunque más no sea por intermedio del grupo de Zinoviev, tal como existía en 1926-1927. No fue la Oposición de Izquierda la que engendró la organización terrorista de la Juventud Comunista; fue la corrupción interna de la burocracia.

El terrorismo individual es, en esencia, burocratismo al revés. Los marxistas no descubrieron ayer esta ley. El burocratismo no tiene confianza en las masas y trata de sustituirlas[472] [enero de 1935, N° 41].

Estas líneas, como han tenido la oportunidad de constatar, no fueron escritas en forma ad hoc. Resumen la experiencia de toda una vida, que a su vez se alimentó de la experiencia de dos generaciones.

Ya en la época del zarismo un joven marxista que se pasaba a las filas del partido terrorista era una ocurrencia relativamente inusual, lo suficientemente inusual para que la gente señalara con el dedo. Pero en aquel momento al menos se desplegaba una lucha teórica incesante entre las dos tendencias; las publicaciones de los dos partidos desarrollaban una amarga polémica; las disputas públicas no cesaban ni un solo día. Ahora, en cambio, quieren hacernos creer que no son los revolucionarios jóvenes, sino los viejos dirigentes del marxismo ruso con una tradición acumulada de tres revoluciones, quienes de repente, sin críticas, sin debates, sin una sola palabra de explicación, volvieron la vista al terrorismo que siempre habían rechazado, como método de suicidio político. La posibilidad misma de semejante acusación indica hasta qué punto de degradación la burocracia estalinista ha llegado a arrastrar el pensamiento teórico y político oficial, por no hablar de la justicia soviética. A las convicciones políticas conquistadas con la experiencia, selladas por la teoría, templadas en la candencia de la historia de la humanidad, los falsificadores contraponen testimonios inacabados, contradictorios y totalmente infundados sobre sospechosos insignificantes.

«Sí», dijeron Stalin y sus agentes, «no podemos negar que Trotsky alertó con la misma insistencia contra el aventurerismo terrorista, no sólo en Rusia sino también en otros países en distintas etapas de desarrollo político y en condiciones distintas. Pero hemos descubierto que en su vida hubo algunos casos que constituyen la excepción a la regla: en una carta conspiradora que le escribió a un tal Dreitzer [al que nadie conoce]; en una conversación con Holtzman que fue llevado hasta Trotsky en Copenhague por su hijo [quien se encontraba en Berlín en aquel momento], en una conversación con Berman-Yurin y David [de los cuales nunca había escuchado hablar antes de los primeros informes de los procesos judiciales], en estos cuatro o cinco casos Trotsky les dio a sus seguidores [quienes eran en realidad mis opositores más implacables] instrucciones terroristas [sin hacer ningún intento, ya sea por justificarlas ni por ligarlas a la causa a la que he dedicado toda mi vida]. Si Trotsky había impartido sus puntos de vista programáticos sobre el terrorismo en forma oral y escrita a cientos de miles y millones en el transcurso de cuarenta años, fue sólo con el fin de engañarlos. Exponía sus verdaderos puntos de vista en la más estricta confidencialidad a los Berman y David». Y entonces, ¡sucedió un milagro! Estas «instrucciones» inarticuladas que se basan exclusivamente en el pensamiento de algunos señores del tipo de Vyshinsky fueron suficientes para lograr lo siguiente: que cientos de viejos marxistas —de forma automática, sin objeciones, sin pronunciar una sílaba— emprendieran el camino del terror. Tal es la base política del proceso de los dieciséis (Zinoviev y otros). En otras palabras, el juicio de los dieciséis carece por completo de base política.

X. El asesinato de Kirov

En los Procesos de Moscú, se habló mucho de grandes proyectos, planes y preparativos criminales. Pero todo esto se desarrolló a través de la conversación o, mejor dicho, a través de los recuerdos de conversaciones que supuestamente habían mantenido los acusados en el pasado. Como ya hemos dicho, el expediente del juicio no consiste en otra cosa que conversaciones sobre conversaciones. El único crimen real fue el asesinato de Kirov. Sin embargo, este crimen no fue cometido ni por oposicionistas ni por capituladores presentados como oposicionistas por la GPU, sino por uno o quizás dos o tres jóvenes comunistas que cayeron en una trampa tendida por los provocadores de la GPU. Independientemente de que los provocadores hubieran querido llegar hasta el punto del asesinato, la responsabilidad por el crimen recae en la GPU, que no pudo haber actuado en un asunto tan serio sin órdenes directas de Stalin.

¿En qué se basan estas afirmaciones? Todos los materiales necesarios para la respuesta se encuentran en los documentos oficiales de Moscú. Estos se analizan en mi folleto «El asesinato de Kirov y la burocracia soviética» (1935), en el Libro Rojo de León Sedov, y en otras obras. Aquí resumiré brevemente las conclusiones de este análisis:

1. Zinoviev, Kamenev y los demás no podrían haber organizado el asesinato de Kirov, ya que este asesinato carecía absolutamente de sentido político. Kirov era un funcionario de segundo rango, sin ninguna importancia por sí solo. ¿Quién había oído hablar de Kirov antes de que fuera asesinado? Incluso si uno admitiera la idea absurda de que Zinoviev, Kamenev y los demás adoptaron el camino del terror individual, es imposible que no hubieran comprendido que el asesinato de Kirov, que no prometía ningún resultado político, provocaría represalias furiosas contra todos aquellos de quienes se sospechaba y desconfiaba, tornando más difícil toda actividad opositora futura, en especial el terrorismo. Los verdaderos terroristas hubieran comenzado por Stalin, naturalmente. Entre los acusados había miembros del Comité Central y del gobierno, quienes tenían libre acceso a todas partes. El asesinato de Stalin no les habría presentado ninguna dificultad. Si los «capituladores» no cometieron este acto, fue sólo porque estaban al servicio de Stalin, y no luchando contra él ni intentando asesinarlo.

2. El asesinato de Kirov dejó a la casta gobernante en un estado de confusión y pánico. Aunque la identidad de Nikolayev se estableció de inmediato, el primer anuncio del gobierno no vinculó el asesinato con la Oposición, sino con las Guardias blancas que habrían entrado a la URSS a través de Polonia, Rumania y otros estados fronterizos. Fueron fusilados no menos de 104 «guardias blancos[473]», según las cifras oficiales. Durante un período de más de dos semanas, el gobierno consideró necesario, por medio de ejecuciones sumarias, desviar la atención pública en otra dirección y borrar ciertas pistas. La versión de la Guardia blanca se descartó recién a los dieciséis días. Aún no se ha ofrecido ninguna explicación oficial del primer período de pánico gubernamental signado por más de un centenar de cadáveres.

3. En la prensa soviética no se dijo nada en absoluto acerca de cómo y bajo qué circunstancias Nikolayev asesinó a Kirov, ni sobre el cargo que ocupaba Nikolayev, ni sobre sus relaciones con Kirov, etc. Todos los hechos concretos, ya sean los que respectan a la política o a los hechos puramente externos del asesinato, permanecen bajo un manto de oscuridad. La GPU no puede decir lo que pasó sin revelar su iniciativa en la organización del asesinato de Kirov.

4. Por más que Nikolayev y los trece hombres ejecutados hayan dicho todo lo que se les pidió (y supongo que Nikolayev y sus compañeros fueron sometidos a la tortura física), no tuvieron ni una palabra que decir sobre la participación de Zinoviev, Bakayev[474], Kamenev, ni sobre ningún otro «trotskista» en el asesinato. La GPU, obviamente, no los interrogó ni una sola vez en este sentido. Todas las circunstancias del caso aún estaban demasiado frescas, el papel de la provocación aún era demasiado obvio, y la GPU estaba menos preocupada por descubrir los rastros de la Oposición que por cubrir sus propias huellas.

5. Si bien el juicio Radek-Pyatakov, que involucró directamente a los gobiernos de Estados extranjeros, se desarrolló públicamente, el juicio del joven comunista Nikolayev, que mató a Kirov, se realizó entre el 28 y el 29 de diciembre de 1934, a puertas cerradas. ¿Por qué? Al parecer, no fue por razones diplomáticas, sino por razones internas; la GPU no podía hacer una exhibición pública de su propio trabajo. Era necesario, en primer lugar, exterminar disimuladamente a los participantes directos en el asesinato y a aquellos que estaban estrechamente relacionados con ellos; limpiar cuidadosamente las manos de la GPU, para luego lanzarse sobre la Oposición.

6. El asesinato de Kirov suscitó tanta alarma dentro de la propia burocracia que Stalin, sobre quien tenía que caer la sombra de la sospecha entre los círculos de iniciados, se vio obligado a encontrar un chivo expiatorio. El 23 de enero de 1935, se llevó a cabo el juicio a doce altos funcionarios del departamento de Leningrado de la GPU, encabezado por Medved. La acusación admitió que Medved y sus colaboradores tenían «información acerca de la preparación del asesinato de Kirov». El veredicto declaró que «no tomaron ninguna medida para la exposición y la prevención oportunas» de la obra del grupo terrorista, «aunque tenían todas las posibilidades de hacerlo». Más franqueza no se puede pedir. Todos los acusados fueron condenados a entre dos y diez años de trabajos forzados. Está claro que la GPU, a través de sus provocadores, usó la cabeza de Kirov para involucrar a la Oposición en el asunto y luego exponer la conspiración. Nikolayev, sin embargo, disparó su tiro sin esperar el permiso de Medved, y con ello comprometió cruelmente la amalgama. Stalin utilizó a Medved como chivo expiatorio.

7. Nuestro análisis halla su confirmación completa en el papel del cónsul letón, Bisseneks, un agente obvio de la GPU. El cónsul, según la confesión de Nikolayev, estaba en contacto directo con él, le dio 5000 rublos para perpetrar su acción terrorista y, sin ningún motivo, le pidió a Nikolayev una carta para Trotsky. Vyshinsky, a fin de vincular mi nombre al menos indirectamente con el caso de Kirov, agregó este episodio asombroso a la acusación (enero de 1935), revelando completamente el papel provocador del cónsul. El nombre del cónsul se hizo público, sin embargo, sólo ante la insistencia directa del cuerpo diplomático. A partir de entonces, desapareció de escena sin dejar rastro. En los juicios posteriores, Bisseneks ni siquiera fue mencionado, a pesar de haber estado en contacto directo con el asesino y haber financiado el asesinato. Todos los demás «organizadores» del acto terrorista contra Kirov (Bakayev, Kamenev, Zinoviev, Mrachkovsky, etc.) no sabían nada del cónsul Bisseneks ni mencionaron en ningún momento su nombre. ¡Es difícil imaginar una provocación más cruda, más confusa, y más descarada!

8. Sólo después de ser eliminados los verdaderos terroristas, sus amigos y cómplices —que sin duda incluían a los agentes de la GPU involucrados en la conspiración—, Stalin consideró posible perseguir seriamente a la Oposición. La GPU arrestó a los dirigentes del ex grupo de zinovievistas y los dividió en dos grupos. La agencia TASS56, dijo el 22 de diciembre que no había «fundamentos suficientes para entregar al tribunal» a las siete personalidades dirigentes, ex miembros del Comité Central. Los miembros menos destacados del grupo, de acuerdo con la técnica tradicional de la GPU, quedaron bajo la espada de Damocles. Bajo amenaza de muerte, algunos de ellos declararon contra Zinoviev, Kamenev y los demás. El testimonio, es cierto, no se trató de terrorismo, sino de la «actividad contrarrevolucionaria» en general (la insatisfacción, la crítica de las políticas de Stalin, etc.). Pero este testimonio fue suficiente para obligar a Zinoviev, Kamenev y los demás a confesar su responsabilidad «moral» por el acto terrorista. A este precio, Zinoviev y Kamenev evitaron (¡temporalmente!) la acusación de participación directa en el asesinato de Kirov.

9. El 26 de enero de 1935 les escribí a unos amigos de los Estados Unidos (la carta fue publicada en el Boletín de la Oposición N° 42, en febrero de 1935): «… la estrategia desplegada alrededor del cadáver de Kirov no le trajo a Stalin grandes laureles. Pero precisamente por esta razón no puede detenerse ni retroceder. Stalin está obligado a ocultar las amalgamas fracasadas tras otras nuevas, más amplias… y más logradas. Nos tienen que encontrar bien armados[475]». Los juicios de 1936-37 confirmaron esta advertencia.

XI. ¿Quién redactó la lista de «víctimas» del terrorismo? (el «caso» Molotov)

El juicio de Zinoviev-Kamenev (agosto de 1936) fue totalmente construido sobre la base del terror. La tarea del denominado «centro» consistía en destruir al gobierno a través del asesinato de los «dirigentes», y tomar el poder. Con la cuidadosa comparación de los dos juicios, el de Zinoviev-Kamenev y el de Pyatakov-Radek, no es difícil convencerse de que la lista de dirigentes que estaban condenados al exterminio fuera elaborada, no por los terroristas, sino por sus supuestas víctimas; es decir, sobre todo por Stalin. Su autoría personal surge de manera muy reveladora en el caso de Molotov.

Según la acusación en el caso de Zinoviev y otros, «el centro terrorista unificado trotskista-zinovievista, luego de matar al camarada Kirov, no se limitó solamente a organizar el asesinato del camarada Stalin. El centro terrorista trotskista-zinovievista trabajó simultáneamente para organizar el asesinato de otros dirigentes del Partido, a saber, los camaradas Voroshilov, Zhdanov[476], Kaganovich[477], Kossior[478], Orjonikidze y Postyshev[479]». El nombre de Molotov ni figura en esta lista. La lista de las víctimas seleccionadas por los trotskistas variaba en boca de varios acusados en varias etapas de la investigación preliminar y el juicio. Pero en un punto se mantuvo inalterada; ninguno de los acusados nombró a Molotov. Según la declaración de Reingold62 durante la investigación preliminar, «las instrucciones principales de Zinoviev eran las siguientes: el golpe debe ser infligido contra Stalin, Kaganovich y Kirov». En la sesión de la tarde del 19 de agosto de 1936, el mismo Reingold declaró: «Es por eso que los únicos métodos de lucha disponibles son los actos terroristas contra Stalin y sus compañeros de armas más cercanos, Kirov, Voroshilov, Kaganovich, Orjonikidze, Postyshev, Kossior y los demás». Molotov no figura entre los «compañeros de armas más cercanos». Mrachkovsky declaró: «… Teníamos que matar a Stalin, Voroshilov y Kaganovich. Había que matar primero a Stalin». Una vez más, Molotov no es mencionado.

La cuestión no difiere con mis «directivas terroristas». «… El grupo de Dreitzer… recibió instrucciones de asesinar a Voroshilov directamente de Trotsky», dice la acusación. Según Mrachkovsky, en el otoño de 1932, Trotsky «destacó una vez más la necesidad de matar a Stalin, Voroshilov y Kirov». En diciembre de 1934, Mrachkovsky, a través de Dreitzer, recibió una carta de Trotsky pidiéndole que «acelere el asesinato de Stalin y Voroshilov». Dreitzer declara lo mismo. Berman-Yurin afirma: «Trotsky también dijo que además de Stalin, era necesario asesinar a Kaganovich y Voroshilov». Así, en el transcurso de unos tres años les di instrucciones para asesinar a Stalin, Voroshilov, Kaganovich y Kirov. No se mencionó a Molotov. Esta circunstancia es tanto más notable debido a que durante los últimos años de mi participación en el Buró Político, ni Kirov ni Kaganovich eran miembros de aquel organismo, y nadie los consideraba figuras políticas, mientras que Molotov ocupaba el primer lugar después de Stalin en el grupo dirigente. Pero Molotov no sólo es miembro del Buró Político, también es jefe del gobierno. Su firma, junto con la de Stalin, adorna los decretos gubernamentales más importantes. A pesar de todo ello, los terroristas del «centro unificado», como hemos visto, ignoran obstinadamente la existencia de Molotov. Sin embargo, y esto es lo más sorprendente, el fiscal Vyshinsky no sólo no muestra sorpresa por esta omisión, sino que, por el contrario, la considera bastante lógica. Por ende, en la sesión de la mañana del 19 de agosto, Vyshinsky le preguntó a Zinoviev, con respecto a los preparativos para los actos terroristas:

¿Contra quién?

ZINOVIEV: Contra los dirigentes.

VYSHINSKY: Es decir, ¿contra los camaradas Stalin, Voroshilov y Kaganovich?

Las palabras «es decir» no dejan lugar a dudas: el fiscal excluye oficialmente al jefe de gobierno de las filas de los dirigentes del Partido y del país. Por último, en su elaboración del balance de las audiencias, el mismo fiscal, en sus conclusiones finales truena contra los «trotskistas», «quienes alzaron la mano contra los dirigentes de nuestro Partido, contra los camaradas Stalin, Voroshilov, Zhdanov, Kaganovich, Orjonikidze, Kossior y Postyshev, contra nuestros líderes, los dirigentes del Estado soviético» (sesión del 22 de agosto). La palabra «dirigentes» se repite tres veces, pero una vez más, no se menciona a Molotov.

Por ende, es claramente indiscutible que en el momento de la larga preparación del juicio al «centro unificado» debieron haber existido ciertas razones importantes para excluirlo a Molotov de la lista de «dirigentes». Los no iniciados en los secretos de los jefes de gobierno no llegan a entender en absoluto por qué los terroristas consideraron necesario matar a Kirov, Postyshev, Kossior, Zhdanov —«dirigentes» a escala provincial— e ignorar a Molotov, quien, como se suele reconocer, le lleva una cabeza, cuando no dos, a estos candidatos para el asesinato. En el Libro Rojo, dedicado al juicio de Zinoviev-Kamenev, Sedov ya llamó la atención sobre el ostracismo de Molotov. Sedov escribe:

Entre los dirigentes mencionados por Stalin como aquellos a quienes los terroristas supuestamente planeaban matar se incluyeron no sólo los dirigentes de primer rango, sino también a los Zhdanov, Kossior y Postyshev. Pero no se incluye a Molotov. En estas cuestiones, Stalin nunca comete un error…

¿Dónde se halla el secreto? En relación con la renuncia a las políticas del «tercer período[480]», circulaban rumores persistentes y tenaces sobre supuestos roces entre Stalin y Molotov. Estos rumores hallaron un reflejo indirecto pero inequívoco en la prensa soviética; Molotov no fue citado, exaltado, ni fotografiado, y a veces ni siquiera era mencionado. El Boletín de la Oposición comentó más de una vez sobre este hecho. En todo caso, es indiscutible que en agosto de 1936 el principal compañero de armas de Stalin en la lucha contra todos los grupos oposicionistas fue expulsado en forma pública y abrupta de las filas de los dirigentes del Estado. Por ende es imposible evitar sacar la conclusión de que las confesiones de los acusados, así como mis «directivas», fueron destinadas a ayudar a resolver una tarea episódica específica: elevar a Kaganovich, Zhdanov y otros a la categoría de «dirigentes», y desacreditar al antiguo «dirigente», Molotov.

¿Tal vez, sin embargo, el asunto se explique simplemente por el hecho de que en el momento del juicio a Zinoviev, las autoridades judiciales aún no tenían a su disposición las pruebas de los atentados contra Molotov?

Esa hipótesis no resiste la menor crítica. La «evidencia» en estos juicios, como se ha dicho, en general no existe; el veredicto del 23 de agosto de 1936 menciona atentados (contra Postyshev y Kossior) sobre los que no se dice ni una palabra en el expediente judicial. Esta consideración, sin embargo, que en sí misma no carece de importancia, se ve totalmente eclipsada cuando se la compara con el hecho de que los acusados —y sobre todo los miembros del «centro»— en sus confesiones no hablan tanto de atentados sino más bien de planes de atentados. Se trataba exclusivamente de quiénes los conspiradores consideraban necesario asesinar. La composición de la lista de víctimas no dependía, por ende, de los materiales de la investigación preliminar, sino de una valoración política de las figuras principales. Tanto más sorprendente es el hecho de que en los planes del «centro», así como en mis «directivas», estaban todos los candidatos posibles e imposibles para el martirio… a excepción de Molotov. Sin embargo, nadie lo consideró nunca a Molotov una figura decorativa como Kalinin64. Por el contrario, si uno se pregunta quién podría reemplazar a Stalin, es imposible evitar responder que Molotov tiene posibilidades incomparablemente mayores que todos los demás.

¿Tal vez, sin embargo, los terroristas, sobre la base de rumores de discordias entre los dirigentes del Estado, simplemente habían decidido dejarlo a Molotov? Como veremos, esta hipótesis tampoco pasará la prueba del análisis. De hecho, no fueron los «terroristas» quienes lo pasaron por alto a Molotov, sino que fue Stalin quien deseaba dar la impresión de que los terroristas lo habían pasado por alto para así quebrar definitivamente a su oponente. Los hechos indican que el plan de Stalin fue coronado con un éxito total. Incluso antes del juicio de agosto se observaba una reconciliación entre Stalin y Molotov. Esto se reflejó inmediatamente en las páginas de la prensa soviética que, ante una señal de las cúpulas, se dedicaron a restaurar la autoridad de Molotov. Se podría, sobre la base del Pravda, componer una imagen muy clara y convincente de la rehabilitación gradual de Molotov en el transcurso del año 1936. En un comentario sobre este hecho, el Boletín de la Oposición (N° 50, mayo de 1936) decía:

Luego de la liquidación del «tercer período», Molotov, como se sabe, cayó en semidesgracia. Pero finalmente se las arregló para volver a las filas.

Durante las últimas semanas, se han pronunciado varios panegíricos de Stalin… A modo de compensación… su nombre ocupa el segundo lugar, y se lo llama el «camarada de armas» más cercano.

En esta cuestión, como en muchas otras, la comparación de las publicaciones oficiales de la burocracia con el Boletín de la Oposición resuelve muchos enigmas.

El juicio de Zinoviev-Kamenev reflejó el período que precedió a la reconciliación; ¡era imposible cambiar todos los materiales de la investigación preliminar con tan corto aviso! Además, Stalin no estaba apurado en otorgar una amnistía completa; Molotov tenía que recibir una lección efectiva. Es por eso que en agosto Vyshinsky aún se veía obligado a adherir a la antigua directiva. Por otro lado, la preparación del juicio Pyatakov-Radek se llevó a cabo sólo después de la reconciliación. En conformidad con ella, la lista de víctimas también se cambia, no sólo en cuanto al futuro sino también al pasado. En su testimonio del

24 de enero, Radek, en referencia a su entrevista con Mrachkovsky en 1932, declaró que «no tenía la menor duda de que los actos debían dirigirse contra Stalin y sus colegas inmediatos, contra Kirov, Molotov, Voroshilov y Kaganovich». Según la declaración del testigo Loginov[481], en la sesión de la mañana del

25 de enero, Pyatakov, a principios del verano de 1935, «dijo que el centro paralelo trotskista… debe hacer definitivamente los preparativos para los actos terroristas contra Stalin, Molotov, Voroshilov y Kaganovich». Naturalmente, Pyatakov no deja de confirmar la declaración de Loginov. Los acusados del último juicio, en contraposición a los miembros de «centro» unificado, por ende, no sólo nombran a Molotov entre las víctimas planificadas, sino que también le conceden el primer lugar después de Stalin.

Entonces, ¿quién redactó la lista de las víctimas propuestas? ¿Los terroristas o la GPU? La respuesta es clara: ¡Stalin, a través de la GPU! La hipótesis que mencioné anteriormente, de que los «trotskistas» eran conscientes de la fricción entre Stalin y Molotov y evitaron a Molotov por razones políticas, podría adquirir una semblanza de veracidad únicamente en el caso de que los «trotskistas» se hubieran involucrado en la preparación de actos terroristas contra Molotov sólo después de su reconciliación con Stalin. Pero los «trotskistas», al parecer, ya deseaban matar a Molotov en 1932: simplemente se habían «olvidado» de mencionarlo en agosto de 1936, y el fiscal «se olvidó» de recordárselos.

Pero no bien Molotov obtuvo la amnistía política de Stalin, volvieron inmediatamente los recuerdos tanto del fiscal como de los acusados. Y es por eso que somos testigos de un milagro; a pesar de que el mismo Mrachkovsky había hablado en su testimonio de la preparación de actos terroristas sólo contra Stalin, Kirov, Voroshilov, Kaganovich y Radek, sobre la base de una conversación con Mrachkovsky en 1932, incluyó retrospectivamente en esta lista el nombre de Molotov. Pyatakov habló, supuestamente con Loginov, sobre la preparación de atentados contra Molotov a principios del verano de 1935; es decir, más de un año antes del juicio a Zinoviev. Por último, los acusados Muralov, Shestov y Arnold se refirieron al «verdadero» atentado contra Molotov, que tuvo lugar en el año 1934… ¡más de dos años antes del juicio al «centro unificado»! Las conclusiones son absolutamente claras: los acusados tenían tan poca libertad de elegir las «víctimas» como para todo lo demás. La lista de los elegidos como objetivos de los terroristas era, en realidad, una lista de dirigentes oficialmente recomendada para las masas. Fue modificada conforme a los arreglos en las cúpulas. Sólo faltaba que los acusados, así como el fiscal Vyshinsky, se adaptaran a las instrucciones totalitarias.

Queda una objeción posible: pero ¿toda esta maquinación no parece demasiado burda? A eso debemos responder: no más burda que todas las demás maquinaciones de estos juicios infames. El director de escena no apela ni a la razón ni a la crítica. Su objetivo es el de aplastar a la autoridad de la razón mediante la magnitud de la fabricación, firmada y sellada por el pelotón de fusilamiento.

XII. La base política de la acusación: «sabotaje»

La parte más burda de la fabricación judicial, tanto en su diseño como en su ejecución, es el cargo de sabotaje contra los «trotskistas». Este aspecto del juicio, que constituye uno de los elementos más importantes de toda la amalgama, no ha convencido a nadie (si se omite a los señores como Duranty y compañía). El mundo se enteró, a partir de la acusación y los procesamientos, de que toda la industria soviética estaba prácticamente bajo el control de «un puñado de trotskistas». Las cosas no eran para nada mejores en lo que respecta al transporte. Pero ¿en qué consistían realmente los actos de sabotaje trotskistas? En las confesiones de Pyatakov, corroboradas por los testimonios de sus antiguos subordinados, quienes se sentaban junto a él en el banquillo de los prisioneros, se reveló que: (a) los planes para las nuevas fábricas se elaboraban muy lentamente y se revisaban una y otra vez, (b) la construcción de fábricas tomaba demasiado tiempo, y provocaba el congelamiento de sumas colosales; (c) las empresas se ponían en marcha en un estado incompleto y, en consecuencia, se arruinaban rápidamente; (d) había desequilibrios entre las diversas secciones de las nuevas plantas, con el resultado de que la capacidad productiva de las fábricas se reducía al extremo, (e) las plantas acumulaban reservas superfluas de materias primas e insumos, transformando así el capital vivo en capital muerto, (f) los insumos se derrochaban descontroladamente, etc. Todos estos fenómenos, conocidos hace mucho como las enfermedades crónicas de la vida económica soviética, se presentan ahora como el fruto de una conspiración maliciosa dirigida por Pyatakov; por supuesto, bajo órdenes mías.

Sin embargo, sigue siendo absolutamente incomprensible el rol que tuvieron, mientras ocurría todo esto, los órganos estatales de la industria y las finanzas y de las autoridades contables, por no hablar del Partido, que tiene sus núcleos en todas las instituciones y empresas. Si creemos en la acusación, el liderazgo de la economía no estaba en manos del «líder genial e infalible» ni en manos de sus colaboradores más cercanos, los miembros del Buró Político y del gobierno, sino en manos de un hombre aislado, con ya nueve años en el destierro y el exilio. ¿Cómo se puede entender esto? Según un despacho de Moscú para el New York Times (25 de marzo de 1937), el nuevo jefe de la industria pesada, V. Mezhlauk[482], en una reunión con sus subordinados, reveló el papel criminal de los saboteadores en la elaboración de planes falsos. Pero hasta el momento de la muerte de Orjonikidze (18 de febrero de 1937), el propio Mezhlauk estaba al frente de la Comisión de Planificación Estatal, cuya tarea especial era precisamente la de examinar los planes y proyectos económicos. Así es como, buscando fabricar hechos, el gobierno soviético se otorga a sí mismo un degradante certificado de quiebra. No es casual que el Temps, el portavoz semioficial del aliado francés, comente que lo mejor hubiera sido no permitir que esta parte del juicio vea la luz del día.

Lo que acabamos de decir sobre la industria también se aplica enteramente al transporte. Los especialistas de ferrocarriles calculan que la capacidad de carga de un ferrocarril tiene ciertos límites técnicos. Desde el momento en que Kaganovich se hizo cargo de la administración del sistema de transporte, la «teoría de los límites» fue declarada oficialmente como un prejuicio burgués; peor aún, un invento de saboteadores. Cientos de ingenieros y técnicos tuvieron que expiar su apoyo directo o indirecto a la «teoría de los límites». Sin duda, muchos viejos especialistas, entrenados bajo las condiciones de la economía capitalista, subestimaron flagrantemente las posibilidades inherentes a los métodos planificados, y se inclinaron por consiguiente a establecer normas extremadamente bajas. Pero eso no significa en absoluto que la dinámica de la economía dependa únicamente de la inspiración y la energía de la burocracia. El equipamiento industrial general del país, la interdependencia recíproca de las diversas ramas de la industria, el transporte y la agricultura, el nivel de capacitación de los trabajadores, el porcentaje de ingenieros experimentados y, por último, el nivel general material y cultural de la población son los factores esenciales que tienen la última palabra en la fijación de límites. El esfuerzo de la burocracia por violar estos factores mediante órdenes crudas, represalias y primas («estajanovismo[483]») impone inevitablemente duras sanciones en forma de desorganización de las plantas, daños a la maquinaria, una alta proporción de bienes dañados, accidentes y desastres. No existe el menor fundamento para introducir en este tema una «conspiración trotskista».

La tarea de la acusación resulta extremadamente complicada al considerar el hecho adicional de que desde febrero de 1930 en adelante expuse en la prensa, en forma continua y sistemática, año tras año, mes tras mes, los mismos vicios de la economía burocratizada que actualmente se le imputan a una fantástica organización «trotskista». Demostré que la industria soviética no requería de tiempos máximos, sino óptimos; es decir, los tiempos que asegurarían, sobre la base de la correspondencia mutua entre los diferentes sectores de una misma empresa y entre distintas empresas, el crecimiento constante de la economía en el futuro. Escribí en el Boletín de la Oposición el 13 de febrero de 1930:

Un plan de construcción socialista no se puede alcanzar bajo la forma de una directiva departamental a priori.

La industria marcha con botas de siete leguas hacia una crisis, debido principalmente a los monstruosos métodos burocráticos empleados en la elaboración del plan. No se puede elaborar un plan quinquenal con las necesarias proporciones y garantías si no es con la condición de que se discutan libremente las tasas y plazos; si todas las industrias afines y la clase obrera con sus organizaciones, principalmente el Partido, no participan en dichas discusiones; si no se hace una evaluación de la experiencia de conjunto de la economía soviética en el período anterior, incluyendo los errores monstruosos de la dirección. Por eso, el plan de construcción del socialismo no puede ser una orden burocrática apriorística[484].

Los «trotskistas», nos dicen a cada paso, constituyen un puñado insignificante, aislado y odiado por las masas. Es por esta razón que presuntamente recurrieron a los métodos del terror individual. El panorama cambia por completo, sin embargo, cuando llegamos al sabotaje. Sin duda, un solo hombre podrá echarle arena a una máquina o volar un puente. Pero en el tribunal nos enteramos de métodos de sabotaje de tal magnitud que sólo serían posibles si todo el aparato administrativo estuviera en manos de los saboteadores. Como dijo el acusado Shestov, evidentemente un agente provocador, en la sesión del 25 de enero:

Y, por último, en todas las minas —las minas de Prokopyevsk, Anzherka y Lenin— el movimiento estajanovista fue saboteado. Se dieron instrucciones para hacer preocupar terriblemente a los trabajadores. Antes de que un trabajador llegara a su lugar de trabajo, debía lanzar doscientas maldiciones contra la administración del pozo. Se generaron condiciones de trabajo imposibles. El trabajo normal se hizo imposible, no sólo para los métodos estajanovistas sino también para los métodos comunes.

Todo eso lo hicieron los «trotskistas». Obviamente, toda la administración de arriba hacia abajo estaba compuesta por «trotskistas».

No satisfechos con esto, la acusación también enumera actos de sabotaje que serían irrealizables sin el apoyo activo o por lo menos pasivo de los propios trabajadores. Así, el presidente del Tribunal cita la siguiente declaración del acusado Muralov, quien, a su vez, cita al acusado Boguslavsky: «Los trotskistas en los ferrocarriles… estaban poniendo las locomotoras fuera de servicio, alteraban los horarios de tránsito y provocaban demoras en las estaciones, retrasando así el transporte de mercancías urgentes». Los crímenes enumerados significan simplemente que los ferrocarriles estaban en manos de los «trotskistas». No satisfecho con este extracto del testimonio de Muralov, el Presidente le pregunta:

¿Y hace poco Boguslavsky seguía saboteando las actividades en la construcción de la línea Eiche-Sokol?

MURALOV: Sí.

EL PRESIDENTE: ¿Y como resultado de ello interrumpió el trabajo de construcción?

MURALOV: Sí.

Y eso es todo. Cómo pudieron Boguslavsky y otros dos o tres «trotskistas», sin el apoyo de los empleados y trabajadores, perturbar el trabajo de construcción de toda una línea ferroviaria, sigue siendo totalmente incomprensible.

Las fechas de los sabotajes son extremadamente contradictorias. Según el testimonio más importante, el sabotaje era «algo nuevo» en 1934. Pero el citado Shestov sitúa el inicio del sabotaje a fines del año 1931. En el transcurso de los procedimientos judiciales, se desplazan las fechas, primero hacia delante, luego hacia atrás. El mecanismo de estos desplazamientos es muy claro. La mayoría de las acusaciones concretas de sabotaje o de «maniobras de distracción» se basan en desgracias, fallas o desastres que realmente ocurrieron en la industria o en el transporte. Al inicio del primer Plan Quinquenal, las fallas y los accidentes no eran pocos. La acusación elige los que se pueden vincular con algún acusado. Por eso existen saltos interminables en la cronología del sabotaje. En todo caso, según parece, la «directiva» general la di yo por primera vez recién en 1934.

Las manifestaciones más violentas de «sabotaje» se descubren ahora en la industria química, en donde las proporciones internas fueron violadas de modo especialmente burdo. Sin embargo, hace siete años, cuando el poder soviético realmente comenzaba a construir esta rama de la industria, escribí:

Para dar un ejemplo, la resolución acerca del papel de la química en la economía nacional sólo puede elaborarse mediante una discusión abierta entre los distintos grupos económicos y ramas de la industria. La democracia soviética no es una consigna política abstracta, ni menos aún una norma moral. Se ha convertido en una necesidad económica69.

¿Cuál era la situación real en este caso? «La marcha de la industrialización depende cada vez más del látigo administrativo. La maquinaria y la fuerza de trabajo se resienten. Las desproporciones en la producción se acumulan en distintas ramas de la industria». Conociendo muy bien los métodos de autodefensa estalinistas, añadí: «No resulta difícil prever la reacción de los círculos oficiales ante nuestro análisis. Los funcionarios del gobierno dirán que nos jugamos a favor de una crisis. Los canallas agregarán que deseamos la caída del gobierno soviético… Pero eso no nos detendrá. Las intrigas pasan, los hechos quedan[485]».

No tengo la intención de cargar el registro con citas. Pero estoy dispuesto a demostrar, a través de la colección de mis artículos que tengo en la mano, que durante siete años, sobre la base de los informes oficiales de la prensa soviética, advertí incansablemente, y en no pocas ocasiones, contra las consecuencias ruinosas de saltear el período de preparación de laboratorio, de poner en marcha plantas incompletas, de suplantar la formación técnica y la organización correcta con represalias frenéticas y sin sentido, y, no poco frecuentemente, con premios fantásticos. Todos los «crímenes» económicos mencionados en el último juicio los analicé en incontables ocasiones —a partir de febrero de 1930 y hasta mi último libro, La revolución traicionada— como consecuencias inevitables del sistema burocrático. No tengo ninguna razón para hacer alarde de mi perspicacia. Sólo hacía falta seguir con atención los informes oficiales y extraer conclusiones rudimentarias de los hechos incontestables.

Si el «sabotaje» de Pyatakov y los demás, como dice la acusación, comenzó activamente sólo alrededor del año 1934, ¿cómo se puede explicar el hecho de que ya en los cuatro años anteriores exigí la solución radical de aquellas enfermedades de la industria soviética, que se representan ahora como actividades maliciosas de «trotskistas»? Pero ¿tal vez mi trabajo crítico fue un simple «camuflaje»? Según el sentido real de la palabra, tal camuflaje sólo podría haber tenido la intención de ocultar crímenes. Sin embargo, mi crítica, por el contrario, los desenmascaró. Por lo tanto, resulta que mientras organizaba secretamente el sabotaje, hacía todo lo posible para llamar la atención del gobierno sobre los actos de «sabotaje» y, por lo tanto, sobre sus autores. Todo esto sería extremadamente inteligente… si no careciera completamente de sentido.

El sistema de Stalin, su policía y sus agentes de la acusación es bastante simple. Por accidentes graves en las fábricas, y especialmente por descarrilamientos de trenes, a menudo eran fusilados varios empleados, a menudo aquellos que poco antes habían sido condecorados por alcanzar ritmos altos. El resultado ha sido la desconfianza y el descontento universales. El último juicio tuvo la intención de personificar en Trotsky las causas de los accidentes y desastres. Contra Ormuz, el espíritu del bien, se debía lanzar el espíritu malo Arimán[486]. Siguiendo el curso inmutable del procedimiento legal soviético actual, todos los acusados confesaron, naturalmente, su culpabilidad. ¿Deberíamos asombrarnos? A la GPU no le cuesta plantearles a un cierto número de sus víctimas la siguiente alternativa: ser fusilado de inmediato, o conservar una sombra de esperanza bajo la condición de que acepte comparecer ante el tribunal simulando ser un «trotskista», saboteadores conscientes de la industria y el transporte. El resto no requiere comentario.

La conducta de la fiscalía ante el tribunal constituye una prueba fatal contra los verdaderos conspiradores. Vyshinsky se limita a preguntas simples: «¿Confiesa que es culpable de sabotaje? ¿De la organización de los accidentes y destrozos? ¿Confiesa que las directivas provenían de Trotsky?». Pero nunca pregunta cómo hizo el acusado para llevar a cabo sus crímenes en la práctica: cómo lograron que sus planes de destrucción fueran adoptados por las más altas instituciones del Estado; ocultar el sabotaje ante los ojos de sus superiores y subordinados durante años; conseguir el silencio de las autoridades locales, los especialistas, trabajadores, etc. Como siempre, Vyshinsky es el principal cómplice de la GPU en la fabricación y en el engaño de la opinión pública.

El alcance del descaro de los inquisidores, por otra parte, se ve en el hecho de que el acusado declaró, ante la exigencia persistente de la fiscalía —aunque, por supuesto, no sin reticencia— que se esforzaron deliberadamente por causar el mayor número posible de víctimas humanas, con el fin de inspirar así descontento entre los trabajadores. Pero eso no es todo. El 24 de marzo —es decir, hace apenas unos días— un despacho de Moscú relató el fusilamiento de tres «trotskistas» por el incendio malicioso de una escuela en Novosibirsk en donde murieron quemados muchos niños. Permítanme también recordarles que mi hijo menor, Sergei Sedov, fue detenido bajo la acusación de intentar un envenenamiento masivo de trabajadores. Imaginemos por un momento que el gobierno de los Estados Unidos, luego del desastre de la escuela de Texas[487] que conmocionó al mundo entero, hubiera puesto en marcha en todo el país una campaña feroz contra la Comintern y la hubiera acusado del exterminio malicioso de niños, y tenemos una idea aproximada de la política actual de Stalin. Estas acusaciones viles, posibles solamente en la atmósfera contaminada de un régimen totalitario, conllevan en sí mismas su refutación.

XIII. La base política de la acusación: la alianza con Hitler y el Mikado

Para reforzar la acusación absolutamente improbable de una alianza entre los «trotskistas» con Alemania y Japón, los abogados extranjeros de la GPU están haciendo circular las siguientes versiones:

1. Lenin, con el acuerdo de Ludendorff73, atravesó Alemania durante la guerra, con el objetivo de llevar adelante sus tareas revolucionarias;

2. el gobierno bolchevique no vaciló en ceder grandes territorios y pagar una indemnización a Alemania para salvar el régimen soviético.

Conclusión: ¿por qué no admitir que Trotsky se puso de acuerdo con el mismo Estado Mayor alemán para garantizar, mediante la cesión de territorio, la posibilidad de realizar sus objetivos en el resto del país?

Esta analogía representa, en realidad, la calumnia más monstruosa y venenosa contra Lenin y el Partido Bolchevique de conjunto.

1. En realidad, Lenin atravesó Alemania utilizando las falsas esperanzas de Ludendorff de que Rusia se desintegraría como resultado de su lucha interna. Pero ¿cómo procedió Lenin?

a. No escondió en ningún momento ni su programa ni el propósito de su viaje;

b. llamó en Suiza a una pequeña conferencia de internacionalistas de varios países que aprobaron su plan de viajar a Rusia a través de Alemania.

c. Lenin no hizo un acuerdo político con las autoridades alemanas, y puso como condición que nadie entrara en su vagón durante su trayecto por Alemania;

d. inmediatamente después de su llegada a Petrogrado, Lenin explicó ante el soviet y las masas trabajadoras el propósito y la naturaleza de su viaje a través de Alemania.

En este episodio, también caracterizan a Lenin la audacia en las decisiones y el cuidado de la preparación; pero no quitan la completa e incondicional honestidad hacia la clase obrera, a la que siempre está dispuesto a rendir cuentas por cada uno de sus pasos políticos.

1. El gobierno bolchevique en realidad cedió grandes territorios a Alemania después de la paz. Pero:

a. el gobierno soviético no tenía otra opción;

b. la decisión no fue adoptada a espaldas del pueblo, sino sólo después de una discusión abierta y pública;

c. el gobierno bolchevique no escondió en ningún momento a las masas populares que la paz de Brest-Litovsk significaba una capitulación transitoria y parcial de la revolución proletaria frente al capitalismo.

En todo caso, también, tenemos total concordancia de objetivos y métodos y una honestidad incondicional de la dirección ante la opinión pública de las masas trabajadoras.

Ahora, veamos qué sentido tiene esta acusación contra mí. Supuestamente, he cerrado un acuerdo con el fascismo y el militarismo sobre la siguiente base:

a. estoy de acuerdo en renunciar al socialismo a favor del capitalismo;

b. doy la señal para destruir la economía soviética y exterminar a los trabajadores y soldados;

c. escondo al mundo entero mis verdaderos objetivos, así como mis métodos;

d. toda mi actividad política pública sirve solamente para engañar a las masas obreras sobre mis verdaderos planes, en los que participan Hitler, el Mikado y sus agentes.

La actividad que se me atribuye no tiene, en consecuencia, nada en común con el ejemplo mencionado de la actividad de Lenin, sino que representa en todos los aspectos su opuesto directo.

La paz de Brest-Litovsk fue una retirada temporal, un compromiso obligatorio, con el objeto de salvar el poder soviético y realizar el programa revolucionario. Una alianza secreta con Hitler y el Mikado es una traición a los intereses de la clase obrera en aras del poder personal, o la ilusión de poder, es decir, el más bajo de todos los crímenes.

Sin duda, algunos abogados de la GPU se inclinan por diluir con agua el fortísimo vino de Stalin. Es posible, dicen, que Trotsky haya acordado sólo verbalmente la restauración del capitalismo, pero en realidad se estuviera preparando para llevar adelante una política que se correspondiera con el espíritu de su programa en el resto del territorio. En primer lugar, esta variante contradice las confesiones de Radek, Pyatakov y otros. Pero, independientemente de esto, es simplemente tan inconsistente como la versión oficial presentada por la acusación. El programa de la Oposición es el programa del socialismo internacional. ¿Cómo podría un adulto experimentado imaginar que Hitler y el Mikado, que poseen una lista completa de las traiciones y los crímenes abominables de Trotsky, le permitirían llevar adelante un programa revolucionario? ¿Cómo puede uno esperar llegar al poder al precio de actos de alta traición al servicio de un Estado mayor extranjero? ¿No está claro de antemano que Hitler y el Mikado, después de usar a su agente hasta el límite, lo desecharían como un limón exprimido? ¿Pueden los conspiradores, encabezados por los seis miembros del Politburó de Lenin, no haber comprendido esto? La acusación, por lo tanto, carece internamente de sentido en ambas variantes, la oficial, que habla de restauración del capitalismo, y la semioficial que concede a los conspiradores un objetivo oculto: engañar a Hitler y al Mikado.

Es necesario agregar a esto que debe haber estado claro de antemano para los conspiradores que el complot no podría permanecer en ningún caso sin ser descubierto. En el juicio a Zinoviev-Kamenev, Olberg y otros declararon que la «colaboración» de los «trotskistas» con la Gestapo no era una excepción sino un «sistema». En consecuencia, decenas y cientos de personas deben haber sido iniciadas en este sistema. Cometer actos terroristas, y especialmente el sabotaje, requerirían, a su vez, cientos e incluso miles de agentes. El descubrimiento, por lo tanto, sería absolutamente inevitable, con simultáneas muestras de la alianza de los «trotskistas» con los espías fascistas y japoneses. ¿Podría alguien, salvo un lunático, esperar llegar al poder de esta manera?

Pero eso no es todo. Los actos de sabotaje, por el tenor de las acciones, presuponen de parte de sus ejecutores una disposición al sacrificio. Cuando un agente fascista alemán o japonés arriesga su cabeza en la URSS está motivado por estímulos poderosos como el patriotismo, el nacionalismo, el chauvinismo. Pero ¿qué estímulos podrían haber motivado a los «trotskistas»? Admitamos que los «dirigentes», habiendo perdido la cabeza, esperan tomar el poder mediante tales métodos. Pero ¿cuáles eran los motivos de Berman-Yurin, David, Olberg, Arnold y tantos otros que, al tomar el camino del terrorismo y el sabotaje, se condenaron a sí mismos a una muerte segura? Un hombre es capaz de sacrificar su vida sólo por algún gran ideal, aunque sea uno equivocado. ¿Qué gran ideal tenían los «trotskistas»? ¿El deseo de desmembrar la URSS? ¿El deseo de darle a Trotsky el poder para la restauración del capitalismo? ¿Simpatía con el fascismo alemán? ¿El deseo de proveer de petróleo a Japón para una guerra contra Estados Unidos? Ninguna de las versiones, ni la oficial ni la semioficial, responde la PREGUNTA: ¿al servicio de qué estaban dispuestos a jugarse la vida los ejecutores? Toda la construcción de la acusación es mecánica. Ignora la psicología de los seres humanos. En este sentido, la acusación es el producto lógico de un régimen totalitario, con su desconocimiento y desprecio por los hombres que no son «dirigentes».

La segunda teoría fantástica que ponen en circulación los amigos de la GPU asegura que, en vistas de mi posición general, se presume que estoy políticamente interesando en acelerar una guerra. La frecuente línea argumental es la siguiente: Trotsky está por la revolución internacional. Es bien conocido que la guerra a menudo produce la revolución. Ergo, Trotsky debe estar interesado en acelerar la guerra.

La gente que cree esto, o que adscribe a estas ideas, para mí tiene una concepción muy débil de la revolución, la guerra y su interdependencia.

De hecho, la guerra a menudo ha acelerado la revolución. Pero precisamente por esta razón a menudo ha producido fracasos. La guerra agudiza las contradicciones sociales y el descontento de las masas. Pero eso es insuficiente para el triunfo de la revolución proletaria. Sin un partido revolucionario arraigado en las masas, la situación revolucionaria lleva a las más crueles derrotas. La tarea no es «acelerar» la guerra. Para esto, lamentablemente, están trabajando los imperialistas de todos los países, no sin éxito. La tarea es utilizar el tiempo que los imperialistas todavía dejan a las masas para construir un partido revolucionario y sindicatos revolucionarios.

Es de vital interés para la revolución proletaria que el estallido de la guerra sea demorado tanto como sea posible, que se gane el mayor tiempo posible para la preparación. Cuanto más firme, más valiente y más revolucionaria sea la dirección de los obreros, más dudarán los imperialistas, cuanto mayor sea la posibilidad de posponer la guerra, mayores serán las posibilidades de que la revolución ocurra antes que la guerra y quizás haga a la guerra misma imposible.

Precisamente porque la IV Internacional adhiere a la revolución internacional, uno de los factores es trabajar contra la guerra; porque —repito— el único freno a una guerra mundial es el miedo, entre las clases propietarias, a la revolución.

La guerra, nos dicen, crea una situación revolucionaria. Pero ¿hemos tenido una falta de situaciones revolucionarias en el período que va desde 1917 hasta hoy? Echemos un vistazo brevemente al período de posguerra:

Una situación revolucionaria en Alemania, 1918-1919.

Una situación revolucionaria en Austria y Hungría al mismo tiempo.

Una situación revolucionaria en Alemania en 1923 (la ocupación del Ruhr).

Una situación revolucionaria en China, 1925-1927, que no fue precedida inmediatamente por una guerra.

Profundas convulsiones revolucionarias en Polonia en 1926.

Una situación revolucionaria en Alemania, 1931-1933.

Una revolución en España, 1931-1937.

Una situación prerrevolucionaria en Francia, iniciada en 1934.

Una situación prerrevolucionaria en Bélgica en este momento.

A pesar de la superabundancia de situaciones revolucionarias, las masas trabajadoras no han logrado ninguna victoria revolucionaria en los casos enumerados. ¿Qué está faltando? Un partido capaz de utilizar la situación revolucionaria.

La socialdemocracia ha demostrado suficientemente en Alemania que es hostil a la revolución. Lo demuestra ahora nuevamente en Francia (León Blum[488]). La Comintern, por su parte, habiendo usurpado la autoridad de la Revolución de Octubre, desorganiza el movimiento revolucionario en todos los países. La Comintern, en realidad, se ha convertido, sin importar sus intenciones, en el mejor asistente del fascismo y la reacción en general.

Precisamente por esta razón se plantea para el proletariado la férrea necesidad de construir nuevos partidos y una nueva Internacional que responda al carácter de nuestra época, una época de grandes convulsiones sociales y peligro de guerra permanente.

Si, ante el acontecimiento de una nueva guerra, las masas no son dirigidas por un partido revolucionario firme, valiente y consistente, probado con la experiencia y que goce de la confianza de las masas, una nueva situación revolucionaria hará retroceder a la sociedad. En estas circunstancias, una guerra podría terminar no, en una revolución victoriosa, sino en el desmoronamiento de toda la civilización. Habría que ser demasiado ciego para no ver este peligro.

La guerra y la revolución son los fenómenos más graves y trágicos de la historia humana. No se los puede tomar a la ligera. No toleran diletantismo. Debemos comprender claramente la interrelación de la guerra y la revolución. Debemos entender, no con menos claridad, la interrelación de los factores revolucionarios objetivos, que no pueden ser inducidos a voluntad, y el factor subjetivo de la revolución, la vanguardia consciente del proletariado, su partido. Es necesario preparar este partido con la mayor energía.

¿Es posible admitir por un momento que los llamados «trotskistas», el ala de extrema izquierda, golpeada y perseguida por todas las demás tendencias, dedicaría sus fuerzas a aventuras despreciables, al sabotaje y la provocación de la guerra, en lugar de construir un nuevo partido revolucionario capaz de llegar bien armado a la situación revolucionaria? ¡Sólo el desprecio cínico de Stalin y su escuela para educar a la opinión pública mundial, junto con la primitiva astucia policial de Stalin, son capaces de crear una acusación tan monstruosa y sin sentido!

He explicado en decenas de artículos y cientos de cartas que una derrota militar de la URSS significaría inevitablemente la restauración del capitalismo en una forma semicolonial bajo un régimen político fascista, el desmembramiento del país y el naufragio de la Revolución de Octubre. Indignados con la política de la burocracia de Stalin, muchos de mis viejos amigos políticos en varios países llegaron a la conclusión de que no podíamos asumir la obligación de defender «incondicionalmente» la URSS. Opuesto a esta actitud, planteé que es inadmisible identificar la burocracia con la URSS; que las nuevas bases sociales de la URSS deben ser defendidas incondicionalmente contra el imperialismo; que la burocracia bonapartista será derrocada por las masas trabajadoras sólo con la condición de que se preserven las bases del nuevo régimen económico de la URSS. Alrededor de esta cuestión rompí de forma pública y notoria con docenas de viejos amigos y con cientos de amigos nuevos. Mis archivos contienen una extendida correspondencia dedicada a la cuestión de la defensa de la URSS. Finalmente, mi último libro, La revolución traicionada, muestra un análisis detallado de las políticas militares y diplomáticas de la URSS, expresamente desde el punto de vista de la defensa del país. Ahora, por obra y gracia de la GPU, parece que mientras rompía con muchos amigos cercanos que no entendían la necesidad de la defensa incondicional de la URSS contra el imperialismo, en realidad estaba cerrando alianzas con los imperialistas y llamando a la destrucción de las bases económicas de la URSS.

Además, es imposible desentrañar cómo, exactamente, contribuyeron en la práctica Alemania y Japón a esta alianza. Los «trotskistas» vendieron su alma al Mikado y a Hitler; ¿qué recibieron a cambio? El dinero es el nervio de la guerra[489]. ¿Los «trotskistas» recibieron, al menos, dinero de Alemania y Japón? No se dice una palabra sobre esto en el proceso. La fiscalía no está ni siquiera interesada en este tema. Al mismo tiempo parece, por las referencias de otras fuentes financieras, que ni Alemania ni Japón entregaron dinero. Entonces, ¿qué les dieron a los «trotskistas»? A través del proceso, esta pregunta no recibe ni sombra de respuesta. La alianza con Alemania y Japón yace completamente en el dominio de la metafísica. ¡Agregaré a esto que es la más cobarde de todas las metafísicas policiales en la historia de la humanidad!