3113
Óscar de Marcos
A mis hermanos, padres y amigos,
por vuestro apoyo y ayuda: Gracias.
Entrada de texto: 18 de enero del 3113
Es la una del mediodía. Les oigo aporreando las paredes. Por mucho que insistan, sé que los gruesos muros no cederán, pero eso no me relaja: ellos tampoco desistirán. Se me acaba el tiempo. Por mucho que espere, tarde o temprano moriré. No sé si alguien recibirá esto. Confío en que así sea. Es lo único que está en mi mano hacer. También lo hago por mí, necesito pensar que todo lo que sucedió valió para algo. Me estoy yendo por las ramas; será mejor que comience mi narración tal y como yo la recuerdo. Esto fue lo que sucedió.
1. El Almender
Todo comenzó el 13 de enero del 3113. En aquel entonces, formaba parte de la tripulación del Almender, un remolcador de rescate espacial. Para quien no esté muy familiarizado con este término, nuestro trabajo venía a consistir más o menos en localizar naves a la deriva y remolcarlas al puerto estelar o planeta habitado más cercano. Generalmente, en este trabajo las naves se conformaban con navegar entre sistemas habitados, rescatando naves abandonadas o estropeadas. No obstante, nuestro capitán pensaba de otra manera. El Káiser —en realidad no se llamaba así, pero todos nos referíamos a él de ese modo— era un ex capitán de las guerras coloniales, un auténtico héroe de guerra. Su manera de dirigir nuestra misión consistía en navegar fuera de los sistemas habitados en busca de naves de exploración —comúnmente, estos navíos contenían mayores riquezas o se pagaba más por ellos— y, muy ocasionalmente, y con mucha suerte, intentar localizar algún crucero colonial.
Para que entendáis la situación, me veo en la necesidad de explicar qué eran los cruceros coloniales y qué los hacía tan interesantes, pues cualquiera que no haya sido un aplicado estudiante de historia antigua se habrá olvidado de lo que significaban estas naves. Hacia el año 2138 ya se habían creado colonias en Marte y Urano. Protegidos por cúpulas, estos asentamientos poseían una buena cantidad de población, pero, pese a la colonización de esos planetas y la propia Tierra, cada vez había menos espacio y capacidad de manutención para una población en constante aumento. Ese mismo año, el científico Bruger Satlinaf fabricó lo que hoy día se conoce como «terraformador», un aparato de alta tecnología capaz de —en unos pocos años— volver respirable la atmósfera del cinco por ciento de los planetas inhabitables. Empleando este artilugio, se pudo vivir fuera de las cúpulas en Marte, Urano, Plutón y Karonte, además de que pudieron ser habitadas numerosas lunas mediante cúpulas de aislamiento. De este modo, fue solventado el problema de la superpoblación durante el siglo siguiente. En el año 2221, la población humana se encontraba nuevamente cada vez más hacinada. Para remediarlo, John Abel Abrams (J. A. A.), jefe del Departamento Terrestre de Ciencia y Tecnología Espacial (STS), comenzó la fabricación de los denominados «cruceros coloniales». La tecnología para viajar por el espacio ya existía; no obstante, la velocidad a la que se desplazaban las naves de aquella época dejaba mucho que desear. Así pues, para que una nave pudiese transportar y mantener a una gran población durante el proceso de exploración y colonización, debía tratarse de un aparato colosal. Con enorme esfuerzo técnico y material, se fabricaron una gran cantidad de estas inmensas naves, todas ellas dotadas de alojamientos para entre quinientos mil y un millón de habitantes, además de sistemas autónomos de reciclaje de agua, aire y manutención alimentaria (huertas artificiales, principalmente). Aparte de esto, todos los cruceros contaban con dos terraformadores de nueva generación (capaces ya de volver habitable el quince por ciento de los planetas) y con laboratorios de investigación dotados de las últimas tecnologías. La idea era que llegasen a su destino las generaciones descendientes de los que entraban en la nave, puesto que los viajes podían durar siglos. Esto explica por qué desaparecían los cruceros —algunos para siempre— en la inmensidad del espacio, en busca de nuevos planetas que habitar en nombre de Tierra. Aún hoy, se descubre en planetas terraformados a descendientes de esos colonos que habitan como salvajes o viven sin conocimiento de los tremendos avances que ha dado la ciencia en estos siglos. No obstante, muchos de esos cruceros se mantuvieron a la deriva. En muchos casos fallaron sus sistemas de mantenimiento vital o sencillamente su tripulación desapareció. Es raro, pero a veces un remolcador tiene la oportunidad de toparse con una de estas joyas de antaño.
Con el paso de los siglos y las mejoras en los transportes espaciales, estos artefactos se empezaron a fabricar cada vez más pequeños y para menos población, puesto que las tecnologías modernas permitían realizar lo que antiguamente era un viaje de siglos en apenas unos años; además, con los sistemas de automatización, la tripulación puede viajar en estado de éxtasis criogénico la mayor parte del tiempo. Pero pese a ese salto tecnológico, los antiguos cruceros coloniales siguen siendo muy solicitados por numerosos motivos: su propia estructura contiene una cantidad de materia prima tremenda, sus ordenadores de a bordo en principio archivan todos los datos del viaje —de hecho, muchos de los sistemas que hoy conocemos con detalle se los debemos a la información obtenida de estos pecios espaciales— y a menudo conservan al menos uno de sus terraformadores, cuyas células energéticas son muy codiciadas hoy día. Por eso no era de extrañar que nuestro audaz capitán soñase con localizar uno de esos mastodontes del espacio en los límites exteriores de los sistemas conocidos. Un solo crucero espacial nos proporcionaría dinero suficiente para vivir como marqueses en las colonias exteriores el resto de nuestras vidas.
Nuestra nave era un remolcador típico: sistemas criogénicos, depuradores de aire y agua, armamento estándar de exploración, generador de campos magnéticos para remolques de naves menores y una pequeña huerta artificial que, junto con las provisiones básicas, bastaba para que la pequeña tripulación que lo habitaba se alimentase bastante bien.
Yo estaba criogenizado cuando todo sucedió. De repente, el sopor desapareció y un tremendo entumecimiento agarrotó mis músculos. Lo último que recordaba era haber entrado en el tanque de criogenia después de la comilona de Navidad. Poco a poco, abrí los ojos —todo estaba borroso, como era habitual—, me relajé y dejé que mi cuerpo se adaptase a la nueva temperatura, mientras los sueros intravenosos evitaban daños corporales por la descongelación; finalmente la puerta se abrió y las agujas liberaron mi piel. Salí tambaleándome, pero ya comenzaba a serenarme. Me dirigí a mi taquilla para vestirme. Nos habían despertado, pero aún no sabía por qué; en cualquier caso, no sonaba ninguna alarma, así que procedí sin prisas. A mi derecha se abrieron dos cápsulas de criogenia más, las de Daxie y Roberto. Casi inmediatamente después de ser descriogenizada, Daxie salió, bastante más lúcida que yo. No pude evitar desviar la mirada hacia ella. Pese a ser más robusta que la mayoría de las mujeres, había que admitir que era bastante atractiva: cuerpo bien formado, cara con carácter, piel bronceada y pelo rizado negro. Por lo general, un capitán competente no admitiría a una mujer atractiva entre una tripulación casi exclusivamente masculina, pero ella era su protegida, lo cual evitaba cualquier inconveniente; y me da la impresión de que, aunque el capitán no estuviese, la mala leche de Daxie y su habilidad a la hora de manejar cualquier herramienta le evitarían problemas. Me lanzó una mirada en la que se percibía un ligero brillo de odio, así que me di la vuelta inmediatamente y terminé de vestirme. Cuando salí de la sala de criogenia seguido por Daxie, su hermano apenas estaba saliendo de la cápsula. Siempre era igual: no he conocido en mi vida a nadie que se tome su vida con más calma que Roberto.
Anduvimos por los cortos pasillos de camino a la sala de navegación. Por el camino pasamos por delante de la sala de criogenia para oficiales a tiempo de ver salir, medio dormido, a Frederick, el psicólogo de la nave. Hacía ya años que era obligado por ley transportar a un psicólogo para los viajes largos. Frederick era un buen tipo; rondaría los cuarenta años y siempre llevaba una perilla de chivo y el pelo bastante corto con entradas. Era muy elocuente, aunque algo engreído en ocasiones; siempre tenía la situación bajo control, o al menos lo hacía ver así; en eso se parecía al capitán. Tras él salía Anneva, la médico de la nave. Debía de tener veintipocos, y era muy guapa, simpática y charlatana; tenía el pelo moreno y corto y era un tanto bajita, pero resultaba también bastante atractiva. Probablemente se sintiese más segura que nadie en la nave, pues, a fin de cuentas, a uno no le conviene enemistarse con quien puede curarle las heridas o enfermedades. Siempre andaba cerca de Frederick, pues, pese a la diferencia de edad, eran marido y mujer.
—Saludos, Danny —Frederick me posó una mano sobre el hombro—. ¿Alguna idea de por qué nos han despertado?
—Ninguna, Fred. —Mi respuesta fue mitad hablada mitad bostezada—. Confiaba en que los oficiales lo supieseis.
—Déjalo ya, ya sabes que Fred y yo sólo somos oficiales por protocolo. —Anneva se mostraba un tanto arisca, algo raro en ella—. No sé por qué hemos despertado, pero no me gusta nada.
—Bueno, sea como fuere, lo mejor será que nos dirijamos a la sala de navegación —y, tras decir esto, Frederick se giró y abrió la corta marcha hasta nuestro destino.
La puerta se elevó automáticamente cuando nos aproximamos. Al acceder a la sala semicircular, vimos algo que nos causó gran asombro: el Káiser estaba sonriendo. El Káiser, aparte de poco risueño, era un hombre robusto, que encajaba perfectamente en el denominado «arquetipo ario»: era alto, calvo y sin barba, blanco y pálido, de mandíbula prominente, y su único ojo sano era azul claro. En torno a la cuenca vacía exhibía una fea cicatriz.
—Señores, ¿cómo ha ido la siesta? —La voz del Káiser, aunque tan fría como siempre, dejaba traslucir un tono ligeramente diferente—. Espero que bien, pues tenemos trabajo por delante, señoritas.
—¿Qué sucede, capitán? —Fred preguntó lo que todos deseábamos saber.
—Al fin ha sucedido, señores —su sonrisa se hizo más amplia—. Somos oficialmente ricos.
—¿Hemos… encontrado uno? —Daxie apenas podía hablar de la emoción, y, más que pronunciarlas, balbuceaba las palabras.
—Así es, pequeña, hemos encontrado un crucero colonial.
La sonrisa que lucía el capitán era la más amplia y sincera que le había visto en los cinco años que llevaba a su servicio (aproximadamente dos de ellos en criogenia); y no sólo él sonreía: de repente todos lo hacíamos como bobos. Acabábamos de encontrar un auténtico tesoro a la deriva. Todos empezamos a abrazarnos y a gritar de emoción.
—Sí, somos ricos, pero aún tenemos que entrar en ese mamotreto, comprobar si funciona y, de no ser así, colocar los anclajes magnéticos; nuestro campo magnético normal no puede arrastrar esa cosa.
La ronca y profunda voz de Logan salió del asiento del piloto; como estaba sentado allí, no lo había visto. Logan era un ex soldado que sirvió a las órdenes del Káiser, un armario andante de dos metros, anchas espaldas y brazos como columnas. Era el piloto de la nave y segundo al mando. Su aspecto era típico de un vikingo calvo: aparte de ser enorme, tenía una densa barba castaña.
—Logan tiene razón, chicos. —El Káiser dejó de sonreír para dar las órdenes—. Danny, ve a tu ordenador. Daxie, coge a tu hermano y comprobad que todos los sistemas están en perfecto funcionamiento, ¡ah!, y activad a Napoleón. Ann y Fred, marchaos de la sala de navegación, no me importa adónde, pero no os quiero aquí.
—Señor, ¿de verdad es necesario activar a Napoleón?
Daxie parecía extrañada, y no era para menos, yo también lo estaba. Napoleón era un androide de combate. Su modelo, el XC-13, fue el más popular durante la última guerra colonial; se dice que uno solo de esos cacharros podía acabar con batallones enteros. El androide en sí consistía en una plataforma de dos metros de diámetro, asentada sobre cuatro patas articuladas, encima de la cual estaba ubicado un robusto torso mecánico con cuatro brazos: dos con garras prensiles, otro con una ametralladora gatling de calibre ochenta y otro con un taser eléctrico de alto voltaje. Era lo que se dice una máquina de matar bien preparada. Su apodo, escogido por Logan, se debía a que en combate era imparable, igual que el histórico emperador francés.
—Dudo que sea necesario, pero el protocolo para abordaje de cruceros es similar al de aterrizaje en planetas desconocidos o al de exploración de plataformas espaciales abandonadas. —Mientras explicaba todo esto con una voz neutra, el Káiser se fue colocando su parche en el ojo vacío, cosa que agradecí: no era una imagen agradable—. Aseguraos de que está operativo y dejadlo en standby. En más o menos seis horas llegaremos a las proximidades del crucero, así que cenaremos bien en honor de este gran descubrimiento y, tras un sueño reparador, abordaremos esa mina de oro. —Se volvió hacia nosotros y nos miró fijamente—. ¿Algo que añadir? ¿O acaso estáis esperando a que os lleve en brazos a vuestros puestos?
Todos nos pusimos en movimiento y yo me dirigí a mi terminal en la sala de navegación.
Mi trabajo como informático era muy diverso, como es lógico en un mundo completamente informatizado. En el momento que nos ocupa, mi deber era corroborar que todos los sistemas estuviesen operativos, y eso fue lo que hice. Cuando terminé las comprobaciones, se lo comuniqué al Káiser, que, sin darse la vuelta, me habló con un tono extrañamente suave.
—Danny, amigo mío, ¿es factible comprobar cuánto lleva repitiéndose una emisión automatizada de un equipo antiguo?
—En teoría sí, capitán. —Mientras hablaba, mi mente hacía operaciones en busca del mejor modo de carcularlo—. Al menos en teoría. Me explico: con el equipo que tengo en la nave, puedo calcular cuánto tiempo lleva repitiéndose una emisión automatizada con un margen de error de cien repeticiones —medité un instante mis palabras—. No obstante, como todo se basa en cálculos aproximados de acuerdo con el mecanismo empleado, éste ha de constar en mis bases de datos para poder realizarlos.
—¿Con la emisión en sí podrías hacer algo al respecto?
—Algo aproximado sí. Podría descifrar de qué tipo de sistema proviene, al menos, insisto, si consta en mi base de datos. —Le miré intrigado—. ¿A qué vienen todas estas preguntas?
—La nave entró en nuestro sistema de radar hace unas horas y no realizó ningún tipo de emisión. De hecho, al principio, el equipo lo registraba como un montón de escombros a la deriva. De repente, cuando estuvimos más cerca, empezó a realizar una emisión de petición de rescate, automatizada según nuestros sistemas. Y ahora que aún nos hemos acercado más se registra algo, de muy corto alcance, y no deja de emitir una señal en código Morse de SOS cada cinco minutos.
El capitán estaba intrigado, se le veía en la cara, y eso no me gustaba; muy pocas veces lo había visto en ese estado.
—Si deriva la señal a mi terminal podré empezar a realizar el análisis. —Dudé por un instante si callar lo que se me pasaba por la cabeza, pero finalmente me decidí a hablar—. Todo esto es un tanto… peculiar, capitán. Una nave a la deriva con todos los sistemas de emisiones apagados que, conforme nos aproximamos a ella, súbitamente se encienden para permitirnos registrar una señal de SOS de corto alcance cuando ya estamos muy cerca.
—Lo sé, es extraño, pero no demasiado —me miró y su mueca de extrañeza desapareció—. Derivaré la señal a tu ordenador, automatiza los sistemas de análisis. En media hora quiero verte en el comedor con el resto de la tripulación para la celebración.
Acto seguido, se sentó en su puesto y no volvió a hablar durante todo el tiempo que permanecimos allí. Por mi parte, hice lo que me pidió, automaticé el análisis utilizando varios programas.
2. La cena
Según entré por la puerta del comedor, me embargó una sensación de placidez no muy habitual. Ahí estábamos, toda la tripulación, contentos, charlando. Una cena especialmente sabrosa nos esperaba en la mesa, cortesía de nuestro segundo piloto y cocinero de la nave, Xiang, un joven asiático —chino, si no recuerdo mal— muy parlanchín y simpático. Era amigo especialmente de Roberto, aunque sinceramente creo que en parte se debía a la mercancía «ilegal» que le prestaba éste: cristal azul, marihuana, Endilza y similares.
—Yo, con mi parte… —Frederick rompió el silencio de algunos y las conversaciones privadas de otros.
—Nuestra parte —le corrigió Ann.
—Eso, eso; con nuestra parte hemos pensado en comprarnos una finca en el planeta Maebus, clima templado, enormes bosques…
Mientras hablábamos, el vino afrutado que había servido Xiang empezaba a hacer efecto entre la tripulación.
—Yo me compraré mi propia fragata de clase S-21 y la usaré para viajes entre sistemas. —Miramos sorprendidos a Xiang—. ¿De qué os extrañáis? Quizá no suene tan ostentoso como la casa de campo de Fred, pero sería mi propio negocio. Trasladaría rápidamente entre sistemas a quien lo necesitase, un trabajo fácil, seguro y bien remunerado.
—En mi opinión, deberías abrir un restaurante en Tierra, este filete está riquísimo. —Xiang sonrió ampliamente ante mi comentario.
—Pues es probable que nos veamos, Xiang —Daxie parecía la más afectada por el vino, aunque también era la que más había bebido después de Logan—. Pienso abrir un taller de reparaciones para naves en la plataforma orbital Delta-8, justo en la órbita de Marte; con mi habilidad y la ayuda del yonqui de mi hermano, me haré de oro con ese negocio.
—Yo compraré un territorio en los bosques del planeta Abeus. —Logan estaba visiblemente contento mientras lo decía, casi como un niño que hablase de la Navidad.
—¿En Abeus? —Daxie lo miró un poco extrañada—. Ese planeta está en un invierno perpetuo.
—¿Qué pasa?, me gusta ese clima; además, justo por eso el terreno está tan barato. Podré comprarme un buen trozo de planeta—. Nada más terminar de pronunciar la última palabra. Se bebió de un trago otro vaso de vino.
—Yo… —comencé— no lo tengo decidido, pero en el puerto espacial de Jial conocí a una chica muy simpática. Igual vuelvo allí; me dio su número y, bueno, quién sabe. Si no, siempre puedo apuntarme al negocio de Daxie o al de Xiang.
—Más quisieras, yo no comparto el pastel con nadie. —Logan se rió sonoramente del comentario de Daxie.
—Tranquilo, conmigo sí podrás trabajar, toda buena nave necesita a un gran informático. —Xiang me miró—. Además, así podrás disfrutar de mi cocina.
—Tendré en cuenta la propuesta —me apresuré a decir mientras cogía otro filete—. ¿Y usted, capitán?, ¿qué hará con su parte?
Todos callamos a la espera de lo que dijese el capitán, hasta que finalmente nos miró uno por uno.
—Lo más probable es que me jubile y vuelva a la casa que tenía en Tierra con mi ex mujer… murió hace tiempo. —Xiang y yo nos apresuramos a balbucear unos pésames; por lo visto éramos los únicos que no lo habíamos oído, aunque también éramos los más «nuevos» de la tripulación—. No os preocupéis, murió por la edad, muerte natural. Yo siempre estaba realizando viajes largos en criogenia y ella, por contra… Bueno, la naturaleza siguió su curso. Me dejó el piso a mí en el testamento. Posiblemente vuelva allí y pase mis últimos años viendo la tele, paseando por las calles… quizá compre un perro, no lo sé. —Todos nos quedamos en silencio—. Seguid sonriendo y animados u os pongo a hacer flexiones a todos.
Logan estalló en unas carcajadas tremendas y todos seguimos a lo nuestro.
La noche transcurrió entre risas, comentarios y tragos. Roberto casi no habló con nadie, salvo con Xiang. Anneva y Frederick no tardaron en excusarse. Decían estar cansados, pero las miraditas que se lanzaban y la velocidad con la que se fueron indicaban otra cosa. El capitán se excusó también poco después y se fue a su camarote. Pasada la medianoche, Roberto y Xiang se fueron cada uno a su habitación. Me quedé solo con Logan y Daxie. Logan nos contaba anécdotas de la guerra junto al Káiser, de las batallas de las guerras coloniales. Logan siempre fue un tipo simpático y bonachón, pero si se le enfurecía… bueno, digamos que no era buena idea. Era realmente inmenso, y le había visto realizar proezas de fuerza casi sobrehumanas. Una vez salvó la vida a Daxie sujetando un cubo de cargamento que se le cayó encima. Esa cosa, que pesaría alrededor de doscientos kilos, descendió media docena de metros en caída libre y Logan la sujetó al vuelo. Además, las pocas veces que le había visto enfadado, me recordaba tremendamente a los documentales sobre osos de las reservas de Tierra. Según avanzaba la noche, yo estaba cada vez más dormido, pero por el contrario Daxie parecía cada vez más interesada en las narraciones de Logan, así que decidí irme; no hacía falta ser un lince para saber que allí sobraba.
Llegué a mi habitáculo tras caminar unos minutos por los estrechos corredores metálicos. Al otro lado de la puerta me esperaba todo tal y como lo dejé: una cama mal hecha, una taquilla con ropa variada, un escritorio con un ordenador auxiliar con acceso a mi terminal del puente de mando y nada más; apenas mediría cinco metros cuadrados, pero era confortable.
Antes de acostarme, hice una última comprobación desde la terminal de mi camarote; parecía que aún no se había terminado el proceso de análisis de la señal. Tras comprobar aquello, me eché a dormir.
3. El abordaje
Esa noche tuve numerosas pesadillas, y me desperté repetidas veces empapado en sudor. Ni siquiera recuerdo cuántas veces me sucedió ni de qué trataban los sueños. Atribuí aquello a los efectos propios de un sueño criogénico de meses y de una cena copiosa antes de acostarse.
Sobre las siete, según el horario de la nave, sonó el toque de diana por el sistema de transmisión. Me erguí rápidamente en la cama, contento de que la noche hubiese acabado. Me apresuré a vestirme y salí por la puerta.
Apenas me llevó un minuto llegar al puente de mando. Por lo visto, había sido de los primeros. Allí sólo estábamos el Káiser, Logan, Daxie y yo. Iba a saludarles, pero no pude, me quedé sin habla. Por la ventana del puente de mando se veía una estructura monstruosa. Aquella cosa debía de medir cientos de kilómetros. Había visto imágenes de estas naves en los libros de historia, pero jamás había contemplado una con mis propios ojos: un crucero colonial de primera o segunda generación. Esa cosa tenía capacidad para albergar a alrededor de un millón trescientas mil personas no sólo con amplitud y comodidad, sino además atendiendo a sus variadas necesidades. Pese a mi emoción ante semejante vista, no pude reprimir un leve escalofrío. Ni siquiera sé por qué, pero sencillamente tal monstruosidad a la deriva, sin ninguna luz activada, resultaba una visión inquietante. En mitad del casco pude distinguir el nombre del navío: Nostradamus. Al leerlo, un fuerte escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
—Daxie se quedó igual que tú.
Logan me sacó de mis ensoñaciones. Mientras hacía esa observación, me ofreció un café.
—Mentira. —Daxie parecía entre indignada y divertida—. Me quedé impresionada, pero no se me quedó esa cara de imbécil.
—¿Tienes que ser tan «amable» incluso un día así? —la espeté.
—No te ofendas, Danny, estaba de broma, procuraré no volver a herir tus frágiles sentimientos, chiquitín.
La miré con cara de indiferencia y me volví hacia el Káiser.
—Señor, ¿qué novedades hay?
—Todo sigue igual, ambas señales funcionando. ¿Has comprobado ya cuánto tiempo lleva repitiéndose la emisión de corto alcance?
Mientras el Káiser decía esto, Roberto hizo acto de aparición en la sala bostezando. Nada más entrar y ver la nave, se le quedó una mueca grotescamente divertida, como las de los dibujos animados; un poco más y se le habría descolgado la mandíbula.
—Ahora mismo lo compruebo, capitán —dije, mientras me dirigía a mi terminal—. Por cierto Roberto, cierra la boca antes de que te llegue la barbilla al suelo.
Las lecturas eran diversas, y me llevó un rato comprobar todos los factores. Mientras lo hacía, fueron llegando Xiang y Fred. Anneva no apareció —por lo visto no se encontraba muy bien—. Finalmente, más o menos media hora después, terminé de filtrar la emisión y conseguí el número aproximado de repeticiones, de modo que con una operación básica calculé cuánto tiempo llevaba emitiéndose.
—Señor. —No sólo el Káiser, sino todos se volvieron hacia mí—. Esta emisión proviene de un sistema de radioemisión de la clase H9, que dejaron de fabricarse a mediados del siglo veinticuatro. Y, lo que es más extraño, lleva cincuenta y tres millones quinientas seis mil noventa repeticiones aproximadamente. —Todos se me quedaron mirando con cara de intriga, salvo Logan y el Káiser, que parecían hacer operaciones mentales, así que me adelanté a ellos—. Lleva aproximadamente quinientos nueve años repitiéndose.
Un silencio repentino inundó la sala.
—Vaya, medio milenio. —Logan fue el primero en romper el silencio.
—¿Eso en qué nos afecta? —La pregunta de Xiang era por un lado obvia y por otro complicada.
—Pues que una señal de SOS lleve repitiéndose más de medio milenio posiblemente signifique que algo sucedió allí.
—El Káiser caminaba hacia la ventana mientras hablaba—. Y que probablemente eso acabase con la gente que habitaba el crucero, o la obligase a huir, puesto que todos los sistemas exteriores parecen apagados y, de no haber sido así, posiblemente también habrían apagado la señal de auxilio. —Se giró hacia nosotros—. Aunque me intriga que hayan empleado un sistema ajeno a la nave y tan arcaico para realizar la emisión.
—Quizá no podían acceder a los controles de la nave —comenté, un poco temeroso de mi propia propuesta.
—Es posible. —El Káiser me miró—. Prepara tu terminal portátil, vuelca en ella todos los datos que puedan sernos de interés o utilidad ahí dentro y prepárate, es posible que te toque piratear más de un sistema. A saber en qué estado se encuentra el soporte informático de la nave. ¿Cuánto tardaras?
—Menos de diez minutos, capitán —me apresuré a responder.
—Bien. Frederick —se volvió hacia el psicólogo—, trae a tu mujer, no podemos permitirnos entrar en un entorno desconocido sin nuestra médico.
—Si no hay más remedio —comentó Fred.
—No, no hay más remedio. —Se quedó un instante parado y se giró hacia los pilotos—. Logan, Xiang y Danny, comprobad el casco exterior de la nave, mirad qué información tenemos sobre este modelo de crucero colonial, qué hangares son viables para abordarlo en su estado, y atracad en el más próximo al puente de mando.
—Sí, señor, ahora mismo —la respuesta de Logan fue automática.
—Danny.
—¿Sí, capitán?
—Supongo que no es necesario que te ordene que vuelques en tu ordenador portátil toda la información que localicéis con respecto a este modelo de navío.
—Sin problemas, señor.
Tras recibir las órdenes, todos continuamos con nuestras tareas.
Me coloqué mi ordenador portátil de muñeca en el antebrazo y lo cerré. Era el modelo más práctico de ordenador portátil —compacto y resistente— y se acoplaba perfectamente al antebrazo. El único problema es que pesaba un kilo, pero bueno, uno se acaba acostumbrando a los pormenores de su oficio. Mientras volcaba datos de mi terminal principal en el portátil, me dedicaba a buscar información sobre el crucero en cuestión. Se trataba de un crucero Titán de la serie trece, un crucero colonial de segunda generación, con espacio habitable para un millón trescientos mil colonos, dos terraformadores, cuatro secciones destinadas a vida civil, una dedicada a seguridad y uso militar, otras dos habilitadas para almacenaje masivo y la principal, que contenía el puente de mando, los sistemas más esenciales y el laboratorio central. En los navíos de primera generación también se ubicaba en esa sección el centro médico, pero con el paso de casi un siglo los siguientes modelos se diseñaron con un centro médico en la sección de seguridad y otro en cada una de las secciones civiles, así como laboratorios secundarios en todas ellas. Fui comunicando toda la información a Logan, Xiang y al Káiser y transmitiendo planos a sus terminales. Todo los datos se basaban en aproximaciones, puesto que dentro de los mismos modelos había variaciones, aunque finalmente dimos con el más probable. Tras contemplar en nuestros análisis todos los factores, concluimos cuál sería el hangar disponible más apropiado. Se trataba de un hangar para naves de transporte de la sección B, una de las secciones destinadas a la vida civil. Cerca de ese hangar, a apenas doscientos metros, por diversos corredores llegaríamos a uno de los numerosos transportes intersecciones. Consistía en un tren compacto, similar a los metros subterráneos de las ciudades de Tierra y Marte, que nos llevaría hasta la sección C. Ésta era el centro neurálgico de la nave y, como ya he explicado, incluía el puente de navegación, los mandos de la nave, los principales sistemas informáticos y el laboratorio principal.
Cuando concluimos todas aquellas cavilaciones y nos posicionamos rumbo a dicho hangar, el Káiser hizo sonar la llamada a puente. Para entonces, yo ya había terminado los preparativos de mi terminal portátil. Apenas un par de minutos después de la sirena de llamada, toda la tripulación que faltaba se presentó en el puente. El Káiser nos miró fijamente a todos, que no pronunciamos palabra, y finalmente se cuadró y comenzó a hablar.
—Bien, señores, así están las cosas: hemos llegado, estamos ante nuestro sueño, un crucero colonial, y además de segunda generación. Sé que todos estamos ansiosos por entrar y remolcarlo. Lo cierto es que yo también. Pero el protocolo y el sentido común dictan que, a efectos prácticos, el interior de esa nave es entorno hostil, por lo que hay que tomar las mismas medidas que al abordar un puerto espacial abandonado o aterrizar en un planeta inexplorado. —Varios de nosotros asentimos ante esas palabras—. Así que no quiero tonterías ahí dentro. En primer lugar, Xiang, te quedarás a cargo de la nave; mantendremos siempre el contacto contigo y, si es necesario, saldrás del hangar y realizarás una extracción desde otro punto de acceso al exterior. —Xiang hizo un saludo militar ante las palabras del Káiser, lo que a éste le provocó una leve sonrisa, pero continuó—. Daxie, Roberto, activad a Napoleón, será nuestro escolta y guardián, se encargará de que no nos suceda nada; aparte, recoged vuestros maletines de herramientas portátiles, cualquier cosa que pueda ser necesaria quiero que la llevéis encima. —Daxie asintió—. Danny, confío en que ya tengas preparado tu terminal portátil.
—Sí, señor.
—Así me gusta —miró a Logan—; y tú, viejo amigo, quiero que lleves tu rifle de asalto —yo haré lo mismo— y además quiero que cojas el cañón de asalto pesado.
Todos le miramos incrédulos salvo el propio Logan.
—Señor —comencé a hablar en tono vacilante—, llevamos a Napoleón con nosotros, ¿de verdad es necesario que Logan acarree semejante arsenal?
—Lo más probable es que no sea necesario —me miró fijamente—. Pero, como os he dicho, el protocolo es el protocolo, y he oído bastantes historias de cruceros cuyos habitantes se volvieron locos. Creo que todos hemos escuchado la historia del crucero Belial. —Varios de nosotros movimos la mirada inquietos—. Tras varias generaciones, el capitán creó una secta en torno al nombre de la nave. Alegando que eran heraldos del demonio, convenció a los habitantes de que tenían que acabar con toda la humanidad. Tuvo que ser asaltado por marines y sus habitantes fueron encarcelados o abatidos en combate.
—Ya, pero no hay señales visibles de vida.
Por primera vez desde que llegó al puente, Roberto habló.
—¿Y? Puede ser una trampa, o vete a saber. —Empezaba a notarle un poco enfadado—. Continuando con lo que decía, sí, lo considero necesario; es más, yo también llevaré un rifle de asalto, y todos, recalco, todos, llevaréis una pistola de seguridad. Al margen del armamento, quiero que todos cojáis dos botellas de oxígeno. Además, es un complejo enorme, así que llevaos raciones alimenticias, agua y cápsulas de nutrientes para una semana, y sacos térmicos. —Nos lo quedamos mirando a la espera de que dijese algo más y anotando mentalmente todo lo que había dicho—. ¿A qué esperáis? Vamos, maldita sea, preparaos.
Todos nos movimos rápidamente en nuestras respectivas direcciones.
Una vez en mi camarote, tras haber preparado el equipaje, me quedé mirando la pistola. Hace cosa de un año, Logan me enseñó a usarla —sólo lo básico—, pero jamás había disparado a nada ni a nadie. No me gustaba llevarla. Mientras mi mente cavilaba con respecto al arma, noté una molesta sensación, como si alguien me observara, y me giré. Por la ventanilla de mi camarote sólo se veía la gargantuesca nave. Debíamos de estar llegando al hangar, estaba muy cerca. Y entonces lo vi. Había alguien allí, en una ventanilla. Me miraba fijamente. Parecía una mujer, aunque a esa distancia no podía asegurarlo; no sé qué tenía pero se me empezó a erizar el vello de todo el cuerpo y un terror repentino comenzó a atenazarme. Estaba a punto de gritar de horror cuando de repente desapareció de la ventana. Salí corriendo a toda velocidad hasta el puente de mando a tiempo de ver cómo el hangar se abría para recibir a nuestra nave.
—¿Qué demonios pasa? —Por un instante olvidé el tétrico rostro—. ¿Cómo se ha abierto?
—Algunos sistemas deben de seguir automatizados y funcionales. —Xiang me miró mientras me hablaba—. Al menos el hangar sí funciona. Por cierto, ¿a qué vienen esas pintas?, parece que hubieses visto un fantasma.
El Káiser también me miró.
—Quizá haya sido así… —No sabía ni cómo expresarme—. Había alguien dentro, he visto una cara en una de las ventanas del crucero.
Xiang palideció ligeramente; en cambio, el Káiser se me aproximó y posó una mano sobre mi hombro.
—¿Estás seguro?
—Seguro del todo no, pero casi. No sé, la verdad es que fue tan fugaz, tan extraño… —no podía saber si lo había imaginado por culpa de la tensión.
—Bueno, tendremos en cuenta esa posibilidad, relájate, aún tardaremos algo en aterrizar y en ultimar los sistemas. La parte informática ya la has dejado lista, así que date un paseo por la nave o túmbate un poco.
Asentí y salí por la puerta del puente de navegación.
Era difícil describir lo que sentía: una mezcla de pavor y vergüenza. Mi parte racional me aseguraba que podía haber sido perfectamente una visión. Además, estaba lejos, de manera que, aunque hubiese sucedido de verdad, no podía asegurar que fuese una cara y no un trapo o cualquier otra cosa. Decidí visitar a Frederick y Anneva. Siempre me habían inspirado calma, y a fin de cuentas Fred era el psicólogo de la nave.
El corto camino hasta el camarote de Fred y Ann me resultó opresivo, casi agobiante, la imagen de la cara me seguía allá donde fuese. Finalmente llegué hasta su puerta y llamé suavemente.
—Pase —la voz de Fred translucía algo de cansancio.
Según entré, vi a Fred sentado cómodamente en su sillón y a Anneva durmiendo en la cama que compartían. Al igual que su voz, la cara de Fred mostraba cierto cansancio. Cuando hice amago de hablar, Fred se puso el índice sobre los labios para indicarme que guardara silencio y me acompañó fuera. Tras salir y cerrar la puerta, me invitó a pasear con un gesto del brazo y a los pocos metros de empezar a caminar comenzó la conversación.
—¿Qué te traía hasta nuestro camarote?
—Quería hablar con vosotros. —Nuestro camino nos llevaba en dirección al comedor—. Bueno, realmente contigo, supongo.
—¿Supones? —Me observó entre intrigado y divertido—. Explícate, por favor.
—Bueno —titubeé por un momento—, supongo que a estas alturas sabrás más que de sobra que me encanta hablar con vosotros. No es que no me guste hablar con el resto de la nave, pero no sé, sois los más simpáticos. Realmente no sé cómo explicarlo.
—Me halagas profundamente, Danny. —Aunque había cierto tono de humor en su voz, pude ver claramente que en gran medida lo que decía era verdad—. Pero eso no responde a mi pregunta.
—Bueno —continué—, digo que supongo que quería hablar contigo porque a fin de cuentas eres el psicólogo de la nave. —La mirada de Fred empezó a mostrar un obvio interés en lo que decía—. Y creo que lo que me ha sucedido entra dentro de tus competencias.
Según caminábamos, llegamos al comedor. Fred no habló. Dejó que entrase primero, me indicó que me sentase, hizo lo propio acomodándose frente a mí, me miró fijamente y entonces habló.
—Bueno, tú dirás.
Le expliqué lo de mi visión, mis pesadillas, mis inquietudes con respecto al crucero espacial y el escalofrío incomprensible que me provocó el nombre de la nave. Durante un par de minutos, Fred se mantuvo en silencio, desvió la mirada y se arrellanó en la silla. Finalmente me miró intensamente y retomó la conversación.
—Comprendo tus preocupaciones —mostró una sonrisa amable—, pero también tú debes entender que es mera sugestión. —Cruzó las piernas y continuó hablando—. Nos estamos aproximando a un navío de un tamaño colosal, con capacidad para una población exageradamente enorme y que a todas luces está deshabitado. Todas estas inquietudes que experimentas son las mismas que sienten los exploradores espaciales al descubrir colonias abandonadas o pueblos vacíos. Muchas veces esta sensación se ve reforzada por la intriga ante el suceso que pudo provocar que esos lugares quedasen deshabitados.
Pero, aunque en menor grado, esa sensación permanece cuando se saben los motivos.
—¿Por qué?
—Simple, porque resulta antinatural con respecto a nuestra manera de ver el mundo. —Nuevamente me sonrió, con un gesto casi condescendiente—. Un navío de este tamaño, una colonia, o un pueblo, son lugares para vivir, son entornos para que viva gente. Un lugar así, vacío, resulta inquietante —dejó de sonreír—. En cuanto al tema de la cara… Bueno, puede que vieses algo, a fin de cuentas no sabemos qué hay dentro. Pero en vista de las pruebas palpables, lo más lógico sería asumir que ha sido una visión fruto del estrés, y espero que lo comprendas del mismo modo.
—Sí, tranquilo, Fred —contesté, procurando mostrar una sonrisa de serenidad pese a que no estaba en absoluto tranquilo—. Si vine a hablar contigo fue porque opinaba de manera parecida.
—Bueno —Fred pareció dudar un instante—, querría pedirte un pequeño favor.
—Lo que sea —me apresuré a decir.
—No le comentes nada de esto a Ann. —Le miré intrigado—. Ayer, tras descongelarnos, insistió mucho en que había tenido un sueño horrible. Supongo que sabes tan bien como yo que en estado de criogenia no se puede soñar. —Asentí—. Ella también lo sabe, pero, al igual que yo, es una fanática del esoterismo, sólo que, por desgracia, más crédula que yo —sonrió un poco—. Dice que todo esto le da mala espina.
—Eso no me tranquiliza mucho —comenté con sorna.
—Bueno. Tú no te preocupes. Tras dejar mi puesto de psicólogo en Urano…
—¿Dejarlo? Te echaron por golpear a un paciente —me costó no reírme al recordar esa vieja historia.
—Era un hijo de la grandísima puta ese bastardo. —Me lanzó una mirada fulminante—. Ahora, si me disculpas, querría proseguir.
—Sí, sí, claro, disculpa, ya sé que el tipo se lo merecía, continúa tu historia.
—Como decía, tras dejar el trabajo, aprovechamos el dinero que teníamos ahorrado para visitar cinco de los nueve enigmas del universo conocido —enarcó una ceja—. ¿Has oído hablar de los zigurats de Erkil?
—Por supuesto, las pirámides que se descubrieron en ese planeta —contesté.
—Sí. Siete pirámides enormes, más antiguas que la especie humana en un planeta sin signos de vida inteligente. Las visitamos, como iba comentando, pero por poco nos quedamos sin verlas. El día previo a la visita, Ann tuvo otro de sus «sueños premonitorios». Según dijo, si íbamos, algo malo sucedería. A duras penas logré convencerla para ir. —Fred se levantó mientras continuaba su narración y sirvió para ambos unas jarras de agua fría—. Tras visitar dos de ellas, llegamos a la más grande, con acceso al interior. —Volvió a sentarse—. Cuando nos acercamos a la entrada, empezamos a oír un extraño ruido. Provenía de dentro, y parecía el sonido de unos pequeños pies a la carrera. —Empecé a sentirme bastante inquieto y la cara de la ventana volvió a mi cabeza—. Ann retrocedió y yo cogí mi navaja, y en ese momento sucedió —me miró esbozando una amplia sonrisa—. Apareció una niñita de unos nueve años corriendo, perseguida por su hermano. Pocos segundos después, llegaron sus padres. Por lo visto, el lugar era casi un parque de esparcimiento para los colonos del lugar. —Se levantó mientras continuaba—. Ann insiste en que tuvo razón, pues la niña se tropezó poco después y se llevó un fuerte golpe. De hecho se salvó gracias a que Ann estaba cerca —me miró fijamente—. Supongo que comprendes lo que te digo.
—Si hubieseis hecho caso al sueño de Ann y no hubieseis ido, la niña habría muerto —sentencié con voz neutra. Casi al unísono notamos un leve temblor que recorrió toda la nave.
—Exacto —respondió mientras posaba una mano sobre mi hombro—. No puedo asegurarte qué habrá o no habrá allí dentro, pero sí puedo garantizarte que no es bueno permitir que nuestros miedos irracionales nos gobiernen —levantó la mano de mi hombro y se alejó rumbo al pasillo—. Y deberías ir dirigiéndote al puente de mando, parece que ya hemos aterrizado. Iré a ver cómo está Ann y la despertaré. Hasta ahora.
4. El Nostradamus
Todo el mundo estaba visiblemente alterado. Algunos lo mostraban más que otros. El capitán, Logan y Fred parecían tranquilos, pero para alguien que los conociera bien resultaba obvio que estaban inquietos. Roberto no dejaba de moverse en el sitio, con un balanceo constante. Daxie apretaba con tal fuerza el asa de la caja de herramientas que sus nudillos habían adquirido un tono blanquecino. Ann estaba pálida como una sábana. Yo, por mi parte, no dejaba de hacer comprobaciones en mi portátil.
La pasarela descendió, abriendo nuestra nave y dejando a la vista una amplia rampa para bajar al abandonado hangar de la Nostradamus. El hangar parecía funcionar mejor de lo que esperábamos, pues, aparte de abrirse correctamente ante la proximidad del Almender, tras aterrizar se cerró automáticamente. Mientras mi mente divagaba en esos temas, Napoleón se puso en camino. Descendió por la rampa con movimientos mecánicos y precisos, lo que, unido a la forma de sus cuatro patas, le conferían el aspecto de una extraña araña perezosa. Su torso giró en varias direcciones una vez estuvo abajo antes de emitir un leve pitido que significaba luz verde. El primero en bajar fue Logan. A su espalda llevaba el cañón de asalto y su mochila y en las manos portaba su rifle, de modo que su presencia resultaba intimidante cuando menos. Tras él, descendió el Káiser con total naturalidad, como quien pasea por el parque, a pesar de lo cual un vistazo más a fondo permitía constatar que estaba alerta. Una vez abierta la marcha con lo que podríamos catalogar como el cuerpo de seguridad, descendimos los demás. El hangar era enorme, como un estadio de fútbol, sólo que lleno de bártulos, barrotes y cajas. La altura de las paredes superaría con creces los treinta metros. Al final de la sala se veían tres puertas, dos cerradas al fondo y una abierta en el lateral derecho desde nuestra perspectiva. —Extraño aunque afortunado —comentó Logan.
—¿A qué te refieres? —preguntó, inquisitivo, el Káiser.
—La única puerta abierta es la que tenemos que usar para dirigirnos al transporte intersecciones —explicó con una amplia sonrisa.
—Esto no me gusta —el tono de Ann transmitía bastante angustia.
—Tranquila, cariño, es sólo suerte —Fred le pasó un brazo sobre los hombros con suavidad—. Además, vamos con Napoleón, el Káiser y Logan —mostró una sincera sonrisa—. No sé qué demonios habrá ahí dentro, pero, si está vivo, debería ser él el que tuviese miedo.
Ann, que no pudo reprimir una leve sonrisa, asintió y se calmó visiblemente.
He de admitir que las palabras de Fred también me calmaron a mí. Napoleón abrió la marcha nuevamente y se dirigió a la puerta abierta. A los pocos metros, aún lejos de la puerta, oímos cómo el Almender cerraba la pasarela, y, pese a que era lo acordado, no pude evitar cierta sensación de claustrofobia. No tardamos en llegar a la puerta. Antes de tener ángulo de visión, Napoleón realizó otra comprobación y emitió nuevamente el característico sonido de «todo despejado». Aunque dentro del Almender nos pareció una medida excesiva, una vez en el Nostradamus, resultaba tranquilizador contar con el poderoso robot de combate. Cuando fui capaz de ver lo que se abría ante nosotros, noté una especie de bloque de hielo en mi estómago por puro temor. Frente a nosotros se extendía un largo pasillo, de aproximadamente cuatro metros de anchura por cuatro de altura. Ante la falta de luz, Napoleón encendió sus focos frontales y pudimos ver que el corredor se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
—Estremecedor —murmuré sin apenas darme cuenta.
—Míralo como lo que es, damita —se burló Daxie—, un tesoro a la deriva.
—Poneos los arneses de exploración y activad las linternas del hombro —ordenó el Káiser.
Cumplimos la orden al instante y, en cuanto el último de nosotros, Roberto, terminó, el Káiser continuó.
—Napoleón, prosigue la exploración.
El robot reemprendió la marcha y todos le seguimos. Ante un gesto del Káiser, Logan retrocedió y se colocó detrás de nosotros para cerrar la marcha, una medida, a mi juicio, muy tranquilizadora. Caminamos durante lo que me pareció un cuarto de hora —aunque en mi portátil pude comprobar que fueron apenas cinco minutos— cuando nos topamos con un cruce. El final de nuestro camino acababa en otro igual de ancho que lo cortaba de forma transversal. Este pasillo, al contrario que el anterior, mostraba algunas puertas en sus paredes. Aquí y allá, se veían por el suelo bártulos variados.
—Cambio de rumbo hacia la izquierda desde nuestra posición. —El Káiser hablaba por el micrófono acoplado al auricular que portaba en el oído derecho. Daxie, Logan y yo llevábamos uno similar—. ¿Correcto?
—Afirmativo, capitán —oí decir a Xiang por el auricular.
—Izquierda.
El androide reaccionó inmediatamente ante la orden del Káiser y todos les seguimos de cerca.
—Capitán —dije, sin molestarme en subir la voz porque sabía que en esos momentos él, Daxie, Logan y Xiang me escucharían perfectamente aunque susurrase—, ¿no deberíamos revisar adónde llevan las puertas del pasillo?
Nein —contestó, ladeando levemente la cabeza, lo suficiente para mirarme de reojo—. Esta nave es enorme; si nos paráramos a explorar cada centímetro de ella, tardaríamos semanas. Lo primero es lo primero: llegar a la sección C y acceder a los sistemas de la nave; la automatización del hangar significa que algunos sistemas aún están operativos. Una vez comprobemos los datos y el equipo, ya exploraremos a fondo este mastodonte.
Me limité a asentir ante las palabras del capitán.
Nuevamente anduvimos en penumbras, sólo rotas por los haces de luz de los focos del robot y nuestras linternas. Prácticamente la totalidad de las puertas que encontramos estaban cerradas a cal y canto, exceptuando alguna ocasional que mostraba leves ranuras. Los pasos de Logan detrás de mí me tranquilizaban bastante, a pesar de lo cual apresuré un poco el paso y me coloqué tras el Káiser, a la altura de Daxie.
—¿Miedo a la oscuridad?
A pesar del tono de burla de Daxie, su voz no sonaba tan segura como de costumbre.
—Tú tampoco pareces muy tranquila.
Me lanzó una mirada fulminante y continuamos caminando en silencio.
Realmente aquel pasillo parecía ser largo. En dos ocasiones pasamos por cruces con pasillos perpendiculares, pero, tras una corta comprobación por radio, continuamos. Eran esos cruces los que me suscitaban una especial inquietud. Se perdían en la inmensidad de aquella estructura y era difícil saber dónde acababan. El tiempo iba transcurriendo mientras nuestros pasos sonaban rotundos contra el metálico suelo, sobre todo los de Napoleón. Según avanzábamos, ese sonido cada vez me iba provocando más desazón. Resultaba tranquilizador tener al robot de combate con nosotros, pero ese ruido generaba un profundo eco que reverberaba en las paredes y sólo Dios sabe hasta dónde alcanzaba. Finalmente, aproximadamente dos horas después, llegamos a una enorme puerta de seguridad cerrada sobre la que podía leerse «Acceso a sección C» y a la derecha de la cual había una terminal de control. Un leve gesto del Káiser me indicó lo que ya suponía: tenía que intentar abrirla. Me aproximé con calma, asumiendo que era probable que por falta de energía no funcionase. Presioné el botón de activación y ante mi asombro se encendió. A nuestra izquierda la puerta chirrió. El fuerte ruido me provocó un terrible temblor por todo el cuerpo; si los pasos de Napoleón podían oírse a larga distancia, este ruido debía de haberse oído a kilómetros.
—Buen trabajo, Danny —el Káiser silbó de asombro—, no esperaba que fueses tan rápido.
—Me gustaría atribuirme el mérito, pero sólo he encendido la terminal. Ni siquiera he solicitado que se abriese —me temblaba ligeramente la voz mientras decía aquello.
—¿Seguro? —Por segunda vez en dos días, vi al Káiser visiblemente intrigado, y esta vez me gustó aún menos—. Qué extraño —sonrió levemente y la mueca de intriga desapareció de su rostro—. Puede que aún sigan automatizados los sistemas de acceso —me miró—; ¿es posible que ésa sea la explicación?
La pregunta iba dirigida tanto a mí como a Xiang.
—A priori sería una posibilidad —musité.
—Ciertamente estos navíos contaban con numerosas puertas que se abrían por proximidad —la voz de Xiang se oyó con claridad por el auricular—. Al activarla, se habrá abierto sola al percibiros con sus sensores.
El Káiser asintió levemente y ordenó al androide continuar. Una vez dentro, pudimos comprobar que nos encontrábamos en una sala de aproximadamente la mitad de tamaño que el hangar donde aterrizamos. Había numerosas cajas y trastos por el suelo, más que en el hangar y los pasillos. En mitad del habitáculo se extendían unos raíles con un tren compacto con las puertas abiertas cuyas luces se encendieron cuando entramos. Tuve que repetirme las palabras de Xiang con respecto a la automatización para no salir huyendo cuando se encendieron, pues el efecto resultaba fantasmagórico. Roberto también hizo un aspaviento, y me alegró constatar que no era el único aterrado allí dentro. Cuando nos alejamos de la puerta, ésta se cerró nuevamente con el mismo ruido de antes. Y si la vez anterior fue sólo una sensación, en esta ocasión no tuve dudas de que había oído un gemido lejano, como de angustia.
—¿Lo habéis oído? —pregunté con voz queda por el terror mientras todo mi cuerpo temblaba.
—¿Oír el qué, Danny? —contestó Daxie mirándome con visible desprecio ante mi falta de valor.
—Yo también lo he oído. —Al pronunciar Logan esas palabras, la cara de Daxie palideció—. Parecía un gemido.
El enorme hombretón, al contrario que yo, parecía más intrigado y alerta que aterrado.
—¿Estáis seguros?
Segunda vez en el día que el Káiser me hacía esa pregunta y segunda vez que no sabía qué responderle, aunque Logan se me adelantó.
—Sí. —El Káiser le miró—. Estoy seguro de haber oído algo que parecía un gemido, como ya he dicho —aclaró—, lo que no significa que lo fuese. Podía ser maquinaria: parece que la nave está activándose ante la presencia de gente.
—Sería factible.
La voz de Xiang por el auricular no traslucía mucha tranquilidad. Al parecer, pese a permanecer en la relativa seguridad de la nave, el hecho de estar solo y de oír lo que decíamos no le dejaba frío.
—Bueno, de un modo u otro sería imposible determinar de dónde procedía, así que será mejor continuar con el plan original —nos miró y torció el gesto levemente—. Pero estad atentos, esto empieza a pasarse de castaño oscuro. —Se giró hacia mí—. Comprueba si el transporte es funcional.
—Para eso debería entrar —tartamudeé sin darme apenas cuenta.
—Me parece bien —mi cara debió de ser un mapa del horror ante esas palabras, pues el Káiser se rió suavemente y acto seguido habló de nuevo.
—Logan, acompáñalo.
Logan abrió la marcha, cosa que le agradecí. Al entrar en el transporte, noté que la sensación de inquietud aumentaba. Miré alrededor y una visión llamó poderosamente mi atención. Me aproximé titubeante y temblando. Mientras, sin darme cuenta, Logan se dirigía a la cabina al fondo del transporte. Terminar de acercarme y comenzar a retroceder fue todo uno. Quería gritar, pero a la vez temía despertar algo. En la ventanilla del vehículo, por fuera, se veían claramente marcas de manos ensangrentadas, al menos una decena. Empecé a marearme, mucho; no notaba las manos, y salí tambaleante de allí. Debía de estar especialmente pálido porque Fred se apresuró a sujetarme, a pesar de lo cual caí de rodillas y devolví de pura angustia. El Káiser hablaba, pero tardé un poco en entender lo que decía.
—… sucede, soldado? —Lo miré—. ¿Qué diablos sucede?
—Ahí dentro… no, dentro no… —apenas lograba articular las palabras—, fuera, por fuera de la ventanilla, hay marcas de manos.
—¿Manos? —Daxie soltó un bufido—. ¿Y por eso tanto alboroto?
—Manos ensangrentadas, imbécil.
La última palabra la pronuncié casi gritando. Me hervía la sangre y a la vez sentía una mano estrujándome las entrañas.
No sabía qué sucedía ahí dentro y cada vez tenía menos curiosidad por saberlo.
El Káiser empezó a caminar dispuesto a bordear el tren y comprobar lo que decía cuando apareció Logan por la puerta.
—Capitán —el Káiser le miró—, creo que debería ver esto.
Yo me quedé de rodillas en el suelo en compañía de Fred, Ann y Napoleón mientras Daxie, el Káiser y Roberto se aproximaban a la cabina de control. Pocos instantes después salieron Daxie y Roberto, ella claramente mareada. Roberto, que parecía desorientado, se apoyó en la pared y se sentó en uno de los bancos.
—¿Qué demonios ha sucedido? —En esta ocasión habría preferido no contar con el auricular—. Menudo asco.
—Sí. —Casi tan inquietante como la situación en sí era la calma con la que conversaban Logan y el Káiser—. No sé qué habrá sucedido, capitán, pero a este tipo lo han destrozado.
—Al esqueleto le falta la mitad de abajo. —Silencio—. La sangre seca parece indicar que perdió las piernas y que después se arrastró hasta aquí. —Silencio nuevamente—. Ese tipo o bien era tremendamente fuerte o tenía litros de adrenalina recorriendo sus venas. Una vez sentado, tras haber devuelto y retomar algunas nociones de mí mismo, vi salir al Káiser de la cabina.
—Tranquilícense, señoritas. —Daxie le miró con cara de pocos amigos—. Sea lo que sea lo que sucediese, ocurrió hace mucho tiempo, porque la sangre se encuentra completamente seca y oxidada y el esqueleto está quebradizo.
—Capitán —Ann parecía a punto de romper a llorar—, se lo ruego, demos la vuelta.
—Eso sería ilógico —contestó, mientras la miraba sin sentimiento alguno—. Lo que hemos visto puede deberse a mil cosas; ya sabíamos que estaba abandonado y que algo le debió de suceder a la tripulación. —Alzó un poco el tono para que todos le oyésemos—. Quisieseis admitirlo o no, era tremendamente probable que encontrásemos numerosos cadáveres. —Fred abrazó a Ann—. Seguiremos con el plan inicial. Una vez en la sala de mandos, podremos leer los informes y saber qué diablos pasó. Llevamos a Napoleón con nosotros y vamos armados para enfrentarnos a un navío de miedos infundados.
Ordenó a Napoleón que subiese al tren, cosa que logró a duras penas, y el resto también lo hicimos, aunque con reticencia por parte de Anneva.
—Danny. —Era de nuevo el Káiser. Yo le miré, con la mandíbula aún temblorosa, aunque, con todos dentro, daba casi más miedo la estación que el propio tren—. Logan ya ha arrojado el esqueleto a las vías. Quiero que vayas a la cabina y nos bajes hasta la sección C.
Asentí y me dirigí hacia allí.
Al entrar, la cabina resultaba cuando menos inquietante: las mismas marcas de manos eran perfectamente visibles en el cristal, y todo el suelo estaba cubierto de una enorme mancha de sangre seca y oxidada, lo mismo que la terminal de control. Empecé a sentir náuseas y mareos de nuevo, pero una mano fuerte y enorme se apoyó en mi espalda.
—Tranquilo, chaval, yo estoy aquí, y el resto del pelotón detrás. Llévanos rápido ahí abajo y acabemos con esto lo antes posible.
Logan me tranquilizó, pero sabía tan bien como él que esto no sería rápido. Una vez en la sección C, nos esperaba una larga caminata hasta la sala de mandos: un par de días si todo iba bien, mucho más si nada marchaba. Obvié esos pensamientos y me concentré en mi tarea actual. Empecé a trastear la consola de control y no me llevó mucho ponerla en marcha. Cuando se activó, casi me tira de espaldas. Iba a una velocidad tremenda y, no obstante, el reloj indicaba que tardaría veinte minutos en llegar a la estación de la sección C.
5. Sección C
El trayecto fue largo. Sin poderme mover de la cabina, una fugaz sucesión de imágenes fantasmagóricas pasaron ante mí. Las luces exteriores del transporte no funcionaban, pero la iluminación interior generaba un pequeño campo de visión más allá de la ventanilla. Ni siquiera sé qué vi en esos veinte minutos. Me pareció vislumbrar una silueta, y estoy seguro de que vi varias manchas de sangre a lo largo de las paredes. Apenas tres minutos después, aparté la vista y me limité a observar el teclado manchado de sangre que había ante mí.
A la hora marcada, el tren empezó a disminuir paulatinamente la velocidad hasta que se detuvo del todo.
—Bueno, Danny —Logan me miraba con amabilidad—, deberíamos ir atrás con los demás.
El enorme hombretón abrió la puerta y pasó al compartimento de pasajeros y yo le seguí. Ahí dentro estaban todos sentados, salvo el Káiser, que se mantenía de pie.
—Bien, chicos —al instante nos volvimos hacia el capitán—. Empieza la segunda etapa de nuestro viaje. Tenemos ante nosotros un camino de aproximadamente treinta horas hasta el centro de la sección donde se encuentra el puente de mando y, a poca distancia, el laboratorio central —se fue aproximando a la puerta central del vagón, la única lo bastante grande como para permitir el paso de CX-13—. Confío en que todo marche como es debido.
La puerta se abrió. Napoleón salió en primer lugar. El Káiser y Daxie le siguieron. A continuación, haciendo acopio de las escasas reservas de valor que me quedaban, salí al exterior del transporte. Ante mí se abría una sala enorme, que se mantenía en una completa oscuridad. A la vista de lo que descubrimos en la estación superior, resultaba profundamente perturbador encontrarnos allí, en las profundidades. Me sentía como si acabase de acceder a un oscuro infierno. No soplaba la más leve brisa, y un silencio absoluto inundaba el lugar. Era lógico, pero eso no hacía menos inquietante la escena. Nuestras linternas y los focos del robot arrojaron luz sobre el suelo y las paredes. Aquí y allá, de manera caótica, se veían restos de sangre y marcas de pisadas. La sensación de mareo y aturdimiento se volvió a apoderar de mí; todo me daba vueltas, y notaba que estaba a punto de huir al transporte a toda prisa y precipitarme hacia el hangar. En ese momento noté que unas manos me aferraban de los hombros y me zarandeaban. Me giré furioso y vi la cara de Fred frente a mí.
—Relájate —abrí la boca para quejarme de sus palabras pero se adelantó—. Sabíamos que esto era lo más probable: semejante navío a la deriva emitiendo señales de auxilio y con la mayoría de los sistemas apagados… Tú lo sabías, yo lo sabía. —Nuevamente abrí la boca para replicar, pero me interrumpió antes de poder empezar—. Este ambiente resulta perturbador, no te lo puedo negar. Justamente por eso hemos de mantenernos calmados. Además, te lo pediría como favor personal, Ann cada vez se encuentra peor.
Medité unos instantes sobre lo que me decía Fred mientras el Káiser, Logan, Daxie y Napoleón exploraban la sala. El psicólogo tenía razón, y bastaba un rápido vistazo para comprobar que estaba tan preocupado como yo. Sencillamente, él se controlaba mejor y utilizaba más la lógica. Seguía mirándome, así que asentí, aún algo pálido. Se apartó de mí y se fue junto a Ann. Decidí aproximarme a ellos, Ann parecía aturdida.
—¿Cómo lo llevas? —pensé que un poco de conversación nos ayudaría.
—A mí todo esto sigue dándome escalofríos —la voz de Ann parecía especialmente apagada—. Cada vez me recuerda más a mis sueños.
—Ya hemos hablado de eso, cariño. —Fred hizo amago de cogerla por los hombros, pero ella le apartó con brusquedad.
—No me trates como a una niña —le miró airada—. Ni soy una niña ni soy tu paciente —apartó la cara—. Ya no.
—Voy a ver qué se cuenta Roberto. —Ante la situación, me apresuré a excusarme y me dirigí al más callado de nuestra tripulación.
—¿Cómo vas, amigo?
Roberto me miró; no mostraba mucha expresión, pero tenía los ojos como platos.
—Nada de esto me gusta, Danny. —Solté un ligero resoplido ante la obviedad—. No, lo digo en serio —miró a su alrededor—. Esta gente no murió por inanición, tampoco por asfixia. —Le observé intrigado, aunque sabía que tenía toda la razón del mundo—. Si fuese así, ¿por qué el conductor del transporte perdió las piernas?, ¿y a qué vienen las manos ensangrentadas en los cristales? —Me observó, aparentemente a la espera de una respuesta.
—Bueno… —dudé por un instante—. Es difícil saberlo, pero podría ser que huyesen atropelladamente porque la sección tuviese algún problema —ni yo mismo me lo creía—. O una revuelta interna, quién sabe.
El Káiser y Logan aparecieron de nuevo en nuestro lado del transporte seguidos de Napoleón. Rápidamente el capitán nos informó de que la sala tenía dos accesos, uno de los cuales se encontraba abierto y el otro cerrado. Por primera vez esa inquietante suerte que parecía presidir nuestros actos desapareció, pues justamente la puerta cerrada era la que debíamos usar. Me aproximé a la terminal siguiendo las instrucciones del capitán. No pude evitar un escalofrío al mirar de reojo a la puerta abierta: las marcas de sangre y pisadas parecían proceder de allí. Me centré en mi trabajo, encendí la terminal. Bloqueada. Conecté mi ordenador de muñeca al control de acceso y comencé el proceso de desencriptación de códigos.
—Parece bien protegido —murmuré al micrófono—. Puede llevarme un rato.
—Tranquilo —la voz del Káiser sonaba a mis espaldas; un rápido vistazo de reojo me bastó para corroborar que el resto de la tripulación se había ido colocando tras de mí— tómate tu tiempo.
Bastante más sereno por la proximidad de mis compañeros, continué con mi labor. Finalmente, tras quizá media hora de pirateo concienzudo, logré abrir la compuerta. Fue repentino, y casi me caí de espaldas. Napoleón se adelantó y no tardó más que un instante en realizar la señal de despejado. El resto entramos. Fue una sensación extraña la que experimenté al llegar a ese largo y ancho corredor. No sabría explicar por qué me causó tanta inquietud como el oscuro pasillo lleno de sangre, porque, al fin y al cabo lo realmente extraño de éste es que no había nada. Simple y llanamente estaba limpio. Ni marcas de pisadas, ni sangre seca ni bártulos por los suelos: nada.
—¿A alguien más le resulta raro este pasillo? —Me giré ante la pregunta de Roberto—. A mí me da repelús.
—Sí, estoy contigo —contesté—, debemos de ser masocas; para un pasillo que encontramos en condiciones… —Ese tonto comentario pareció relajarnos a ambos.
—¿Qué tal si dejamos de hablar del pasillo y comenzamos a recorrerlo?
Tras esas palabras del Káiser, empezamos todos a avanzar.
El pasillo era de una anchura aproximada de cinco o seis metros y una altura similar. Caminamos por el corredor, carente de salidas laterales, durante bastante tiempo. De vez en cuando, Xiang nos preguntaba sobre nuestro estado pues, sin darnos apenas cuenta, pasábamos largos ratos en completo silencio. La monotonía sólo era rota ocasionalmente por los comentarios de Xiang y algún chascarrillo suyo o Roberto. Cada cierto tiempo miraba mi terminal de pulsera para comprobar cuánto tiempo llevábamos en aquel pasillo. Supongo que en los días en que funcionaba se emplearía algún tipo de vehículo para recorrerlo, lo que quizá explicaría el tamaño del corredor. Las piernas empezaban a dolerme y el agotamiento comenzaba a pasarme factura cuando, finalmente, el Káiser se detuvo.
—¿Sucede algo, capitán?
La pregunta de Logan se quedó unos instantes sin respuesta.
—Hace aproximadamente veinte horas que descendimos del Almender —Roberto soltó un silbido de impresión, al parecer era el único que no se había molestado en ir mirando la hora— y más de quince que recorremos este infernal pasillo —se giró hacia nosotros—. La mejor opción será hacer una pausa para descansar.
—Gracias a Dios —lo dije casi sin pensar.
Mientras comenzábamos a organizarnos, oí a mis espaldas una fuerte discusión. Al parecer, Roberto había intentado drogarse. Pero el Káiser le vio y le arrebató la hipodérmica. Las voces se prolongaron unos minutos, hasta que el capitán se puso serio. Incluso Roberto supo en ese momento que no había réplica posible.
En menos de una hora habíamos cenado de manera consistente y estábamos todos metidos en nuestros sacos térmicos. Resulta curioso constatar que, incluso caminando en oscuridad y silencio, hay sonidos que se te escapan y que no captas hasta que estás en estado de reposo total. Durante horas fui incapaz de dormir; oía en la lejanía algo que a mi juicio parecían pasos. Y, muy ocasionalmente, algún ruido similar al que oí al cerrarse la puerta de la sección B. Cuando esto último ocurría, no podía reprimir un fuerte temblor. Bastante tiempo después de tumbarme, quizá dos horas o más, comencé a oír un ruido cadente, amortiguado pero claro, al otro lado de la pared. Parecía como una maquinaria imprecisa, una sucesión de golpes constantes que poseían una pauta, aunque no perfecta. Finalmente, pese a aquel ruido, conseguí dormirme de puro agotamiento.
6. El puente de mando
La noche estuvo plagada de horribles pesadillas. En mis sueños veía al anónimo conductor, sin piernas, avanzar hacia mí pidiendo auxilio. Me desperté numerosas veces, pero era tal mi agotamiento que no tardaba en volver a dormirme. Además, estaba el problema de Roberto, toda la noche retorciéndose, dando vueltas. En varias ocasiones estuve a punto de solicitar al capitán que le devolviese sus drogas, pero me abstuve. El Káiser tenía sus razones para actuar como lo hizo: no era conveniente tener a alguien drogado y armado en una situación tensa.
Cuando hacía aproximadamente cuatro horas que montamos el campamento (no descarto que fuesen cuatro horas exactas), el Káiser nos despertó.
—Arriba, señores —mientras caminaba, daba alguna patada suave a los más remolones—. Nos espera una larga jornada.
Resultaba perturbador levantarse en ese entorno. Comenzamos a recoger el campamento espoleados por el capitán. Al parecer, un sueño reparador unido al hecho de despertarse en territorio «hostil» le había devuelto su espíritu militar. Por extraño que parezca, resultaba reconfortante. En menos de una hora habíamos recogido el campamento y tomado un copioso desayuno.
—Bien, señores. —Logan y Daxie se pusieron firmes ante la voz del capitán; el resto nos limitamos a observarle—. Si los datos que tenemos son correctos, en menos de dos horas estaremos en el puente de mando. Ya queda menos, soldados, no desfallezcáis —y, con una amplia sonrisa, ordenó a Napoleón comenzar el camino una vez más. De nuevo en la brecha.
El aturdimiento de toda la situación y las emociones del día anterior, unidos al poco descanso que tuve, me provocaron un estado de sopor durante todo el camino. En gran medida lo agradecí. Cuanto menos consciente fuese de aquel infierno, mejor. Anduvimos durante todo el tiempo sin descanso. En un par de ocasiones atravesamos cruces transversales. Poseían la misma estructura que el túnel por el que viajábamos, lo cual reforzó mi teoría sobre que se trataba de túneles para transportes ligeros dentro de una misma sección.
En el tercer cruce, y apenas a un cuarto de hora de nuestro destino, vimos en el suelo una mancha de sangre seca del tamaño de un humano. Era cierto que habíamos visto muchas más previamente. Pero dentro de este entorno tan pulcro, llamaba mucho la atención. Procuré no darle vueltas y seguí al resto del grupo.
Ante nosotros, el túnel se bifurcó hacia ambos lados, sin posibilidad de seguir de frente. Según los planos de la nave, se trataba de una rotonda de la cual partían numerosos túneles (como el nuestro). Comenzamos a bordear por la derecha la avenida circular. Varios accesos se encontraban sellados por gruesas puertas de seguridad, pero la mayoría estaban abiertos. Cada apertura que pasábamos me provocaba un nuevo escalofrío. Finalmente llegamos a nuestro destino: un pasillo considerablemente más pequeño, de aproximadamente tres por tres metros, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Pero lo importante estaba ya a la vista: una gruesa plancha de metal a modo de puerta de seguridad como las de la rotonda sólo que de menor tamaño. En el letrero que exhibía se leía claramente «Sala de mandos/Puente de navegación».
—Aleluya —exclamó Fred, y todos compartimos con suspiros y risas distendidas su comentario.
—Bueno —el Káiser me miró sonriente—, te toca lucirte.
Me aproximé hacia la terminal de acceso. El resto del grupo se colocó detrás. Logan se situó cubriendo el largo pasillo y Napoleón se mantuvo en el acceso a la rotonda para vigilar. En primer lugar, intenté acceder a la terminal de manera común. Nada. No me alteré lo más mínimo; a fin de cuentas, era de esperar. Conecté mi terminal de muñeca al ordenador y nuevamente nada. Era extraño, ni siquiera se encendía.
—¿Sucede algo, Danny?
Al parecer, el Káiser se había percatado de mi cara, que sin duda debía de estar pálida y mostrar una expresión poco tranquilizadora.
—No funciona —pronuncié la frase con un hilo de voz.
—Ya suponíamos que no funcionaría —Daxie estaba claramente furiosa—; por eso estás aquí.
—No lo entiendes —la miré, mientras notaba cómo me temblaban la voz y las piernas—. No funciona, sin más. —Todos me miraron anonadados—. La terminal está frita. No tiene utilidad. Como si hubiesen arrancado todo su cableado.
Sintiéndome colapsado, me apoyé contra la pared y me dejé caer hasta sentarme. Daxie despotricaba sin parar y golpeaba las paredes. Anneva ocultó su rostro entre sus manos y empezó a sollozar de manera disimulada. Fred, por el contrario, se limitó a dar vueltas de un lado a otro del pasillo. Alcé mi mirada hacia el Káiser a tiempo de verle caminar, pasar al lado del robot y pararse en la rotonda. Se dio la vuelta dispuesto a impartir nuevas órdenes o pronunciar otro de sus discursos. Más de uno le miramos anhelantes; necesitábamos algo a lo que aferrarnos.
—Bueno, la situación no es tan grave. Sabíamos que esto podía suceder. —Me observó por un instante—. ¿Desde dónde podemos acceder a los sistemas clave de la nave aparte del puente?
—Pues, en teoría, el siguiente ordenador en importancia sería la computadora principal del laboratorio central —contesté, y he de reconocer que, analizando esa posibilidad, me calmé bastante.
—Bien, pues hacia allí nos dirigiremos —sentenció el Káiser, y, sonriendo, añadió—: No temáis, tenemos a Napoleón con nosotros.
Sin previo aviso, y ante nuestras miradas horrorizadas, la enorme puerta de seguridad bajo la que se encontraba el robot cayó con toda su fuerza sobre él. Un tremendo ruido de metal roto y doblado resonó por los pasillos. Y antes de que pudiésemos reaccionar, una fuerte explosión proyectó piezas ardientes de Napoleón en todas direcciones. El estallido arrojó a Daxie contra el suelo y a mí me tumbó de espaldas. Cuando por fin fui capaz de ponerme en pie, aún no era consciente de la situación. Simplemente veía a mis compañeros tirados en el pasillo por la fuerza de la explosión, provocada por las células energéticas del robot —intuí—. Al girarme, vi la puerta cerrada sobre la chatarra que anteriormente había sido Napoleón y comprobé que sólo había dejado una ranura de menos de medio palmo del suelo; y, lo que era aun peor: el Káiser se encontraba en la rotonda, al otro lado de aquella pesada puerta.
—Dios santo —el comentario se me escapó sin querer. Al instante comencé a gritar por el micrófono—. ¡Capitán! ¡¿Se encuentra bien?! —Silencio—. ¡Káiser, responda, por favor!
—Estoy bien. —La voz del Káiser se oía bastante amortiguada; no en vano provenía del otro lado de la plancha metálica—. Relativamente al menos. Tengo quemaduras en el brazo y el auricular funciona pero el micrófono ha desaparecido. ¿Vosotros estáis bien?
Miré a mi alrededor y comprobé que todos estaban bien y aproximándose a la puerta. Me dispuse a responder, pero Logan tomó la palabra antes.
—Sí, capitán, estamos bien —dudó un instante—. Voy a intentar abrir la puerta.
Ante esas palabras, no supe si reír o llorar. Lo que Logan se proponía era imposible.
—Ahórratelo. —La voz del Káiser se oía perfectamente, debía de haberse acercado a la puerta—. Esa puerta acaba de destrozar a Napoleón, no podrás levantarla.
Empezaba a notar la misma sensación que en el tren: mareo, aturdimiento y náuseas. Apenas pude apoyarme en la pared antes de escurrirme al suelo.
—Estamos atrapados —balbuceé.
—Tienes razón. —Por la voz daba la impresión de que Anneva estaba al borde de un ataque de nervios—. Estamos atrapados —continuó—. Atrapados y sin robot y sin capitán. Estamos muertos —comenzó a llorar.
Daxie repetía continuamente «joder» al tiempo que realizaba aspavientos de furia. Roberto parecía igual de colapsado que yo.
—Calmémonos, señores —pese a la intención de Fred, su voz también translucía un fuerte miedo—. Esto puede tener explicación, y, aunque no sea así, no estamos muertos, seguimos vivos, el capitán está al otro lado y Logan con nosotros —suspiró de manera sonora—. Si dejamos que esto nos supere, entonces sí que estaremos muertos.
—Bien dicho, Fred. —Nuevamente la voz del Káiser sonó a través de la puerta—. No sé qué demonios está pasando, pero será mejor que continuemos con el plan.
—Siempre dices lo mismo y mira dónde nos ha llevado —intervino Anneva, que parecía cada vez más cerca de estallar.
—No nos queda otra opción —guardó una corta pausa—. Dirigíos al laboratorio principal. En teoría, el camino más corto es el que avanza por vuestro lado. Yo procuraré llegar por algún camino alternativo. —Nuevamente un corto silencio—. Danny, ¿puedes piratear la automatización de la nave desde el laboratorio?
—Se supone que sí —contesté.
—Pues hazlo, esto puede haber sido casualidad, pero no quiero jugármela.
—Entendido.
—No os podré responder, pero sí escuchar, así que mantenedme al tanto de vuestros movimientos.
—Sí, señor —respondimos Logan y yo casi a la par.
—Hasta pronto, soldados. Cuida de ellos, Logan.
De este modo el Káiser se despidió de nosotros.
7. El laboratorio
Oímos perfectamente cómo el Káiser se alejaba al otro lado de la pesada plancha de metal. Durante un rato largo nadie dijo nada. Nos limitamos a observarnos los unos a los otros. Toda la situación, en conjunto, era demasiado. La atmósfera era cada vez más opresiva y acabábamos de perder a nuestro guardaespaldas robótico y al capitán. Anneva seguía llorando en un rincón. Todos parecíamos repentinamente más cansados y viejos. Roberto maldecía entre dientes y Daxie continuaba con su retahíla de «joderes».
—Buenos días, chicos. Siento haber tardado tanto —la voz de Xiang desde nuestra nave sonó por el auricular—. Como no podía conciliar el sueño, me tomé un tranquilizante y he dormido como un bebé. ¿Alguna novedad?
Comencé a reírme. Simplemente la situación me superaba. Logan me miró atónito y después observó inquisitivo a Fred, el cual se limitó a encogerse de hombros.
—Risa nerviosa —el psicólogo me miró y continuó—. La verdad es que me alegro por él, quizá sea el mejor modo que tengamos de soltar tensión en momentos así. Ojalá yo también pudiese reírme de ese modo.
Cuando cesó mi ataque de risa, explicamos la situación a Xiang. Desde luego, él no se rió lo más mínimo.
—Bueno —parecía no saber qué decir—. No sé qué diablos hacer desde aquí.
—Ahora mismo no puedes hacer nada —comentó Logan—, pero es posible que nos seas muy útil desde ahí más adelante. No te alejes del micrófono y mantente a la escucha.
Nuevamente aquel silencio incómodo. No obstante, y aunque posteriormente nadie lo admitiese, se notaba a ojos vista que la conversación con Xiang y mi ataque de risa habían calmado un poco el ambiente. Poco, pero no se podía pedir más.
—Bueno. —Logan se adelantó un poco y se giró hacia nosotros—. Ya hemos descansado bastante. Todos estamos jodidos y todos tenemos miedo, pero debemos continuar, y rápido. Xiang, desde nuestra posición, ¿cuánto camino hay hasta el laboratorio central?
—Calculando a ojo, y si los planos son correctos, apenas un cuarto de hora. —Al fin una buena noticia—. Estáis prácticamente al lado.
—Ya habéis oído, panda de nenazas. —Se volvió hacia el túnel y comenzó a caminar rifle en ristre—. Apenas quince minutos.
Nos pusimos en pie los que aún permanecíamos sentados y todos nos apresuramos a alcanzar a Logan. Tras escasos cinco minutos, llegamos a una bifurcación.
—Este lugar cada vez me gusta menos. —Logan se giró hacia Daxie y le alargó el rifle de asalto—. Después de mí, eres la mejor tiradora del grupo. Me molesta tener que pedírtelo, pero deberás encargarte de cerrar la marcha. —Daxie hizo amago de rechazar el rifle—. Mira, maja, no hay tiempo para discusiones. Cógelo, mantente alerta y vigila, yo me apaño con el cañón de asalto.
Daxie esta vez aceptó el arma sin rechistar y continuamos el camino.
Avanzamos en formación: Logan delante, tras él Fred, en medio Anneva, después Roberto y yo y finalmente Daxie mirando continuamente hacia atrás. El primer tramo del trayecto se limitaba a seguir aquel oscuro pasillo. El nerviosismo era palpable, y las linternas iban de un lado a otro, alumbrando cada rincón de oscuridad. En un punto a mitad del trayecto, dimos con otro cruce transversal. Logan sugirió que avanzásemos rápido, pero Roberto no pudo evitar desviar la linterna.
Ojalá no lo hubiese hecho. A nuestra derecha se perdía en la oscuridad un pasillo lateral. Lo temible era que apenas unos metros más allá de nuestro camino se encontraba un esqueleto, muy deteriorado por la edad, quebrado en varios puntos, encima de una enorme mancha roja rodeada de otros restos de sangre seca que asemejaban pisadas. Noté un vahído, pero logré controlarme y continué.
Aproximadamente veinte minutos después de comenzar el camino nuestro pasillo desembocó en otro formando una «T». Tras una corta comprobación por micrófono, Xiang nos corroboró que debíamos seguir el camino de la derecha. Logan prosiguió y todos detrás de él hicimos lo propio. No obstante, al llegar al pasillo en el que desembocaba nuestro anterior sendero empecé a notarme inquieto. Continuamos rumbo al laboratorio central. Un poco más adelante ya se veía el letrero. Esa sensación perduraba, como si estuviese siendo observado. Preferí por puro temor no girar la cabeza y confiar en Daxie para cubrirme las espaldas. Tras pasar por delante de numerosas puertas, la mayoría cerradas, llegamos ante la del laboratorio central.
—Por fin aquí —dijo Logan, que accedió a él en primer lugar.
La puerta del laboratorio comenzó a descender. Todo parecía suceder a cámara lenta, como si de un horrible déjà vu se tratase, cuando de repente la compuerta se detuvo en seco. Logan había parado su descenso con los brazos. No se trataba de una puerta de seguridad, tan pesada y ancha como la que destrozó a Napoleón, pero desde luego debía de tener una consistencia considerable.
—¿Cómo demonios has hecho eso? —pregunté atónito.
—Las preguntas luego, no sé cuánto aguantaré. Entrad, ¡YA!
Nos apresuramos en acceder y cuando Daxie penetró en la habitación Logan apartó las manos y la puerta se cerró tras nosotros.
Nos hallábamos en una enorme sala, la más grande que habíamos encontrado desde nuestra llegada al Nostradamus. Sólo otra puerta al lado contrario daba acceso a este enorme complejo. Hileras e hileras de mesas plagadas de viejos artilugios de ciencia se extendían ante nosotros. En las paredes, interminables estanterías cubrían los metálicos muros. En el lado izquierdo de la habitación, desde donde nosotros nos encontrábamos, había una puerta interna que daba paso a lo que el letrero denominaba «Sala de experimentos». Había numerosos ordenadores en la sala. No obstante, era fácil adivinar cuál era el ordenador central. Se encontraba al fondo de la estancia, tras un pesado escritorio sobre el cual se podía leer «Jefe del Departamento Científico». Me dirigí sin dilación a aquel ordenador, seguido de cerca por mis compañeros. Una vez llegué allí, me senté con cuidado en el cómodo sillón.
—¿Éste es el ordenador? —preguntó Logan, cuya voz sonaba nerviosa.
—Sí —dije—. Éste es el ordenador principal del laboratorio central —observé las caras de los demás—. Desde aquí debería tener acceso a todo, o casi todo al menos.
—Sin prisas. —Que Daxie dijese eso me sorprendió sobremanera—. Si la fastidias, te mataré con mis propias manos. —Eso ya no fue tan sorprendente.
—Tranquila —me crují los dedos—. Si funciona, lo hackearé. Primero buscaré información acerca de esta maldita nave, lo cual debería llevarme menos tiempo. Después comenzaré con el proceso de liquidar las automatizaciones.
Encendí el ordenador y éste respondió bien. Tras un suspiro de alivio, comencé, sin prisa pero sin pausa, a intentar localizar información relevante. Todos los datos parecían encriptados, pero poco a poco los fui descodificando. Aproximadamente a mitad de proceso se oyó la voz de Xiang desde el Almender, por el auricular.
—Chicos.
—Ahora no —me apresuré a responder.
—Sólo quiero preguntaros si alguno de vosotros está en la sección B.
Nos miramos intrigados.
—No, todos estamos en el laboratorio salvo el Káiser —comentó Logan—. ¿Por qué lo preguntas?
—Una de las puertas del hangar acaba de abrirse —durante un instante no dijo nada—. Maldita sea, entre la oscuridad y la distancia no veo nada. Igual es el Káiser, ahora vengo.
—¡No seas idiota, no salgas de la nave! —se apresuró a ordenar Logan, pero no hubo respuesta.
—¿Qué demonios estará sucediendo allá arriba?
Nadie supo responder a la pregunta que Fred lanzó al aire.
Continué con mi trabajo y nos mantuvimos expectantes. Se suponía que Xiang no debía abandonar su puesto. Él no poseía auricular, se comunicaba a través del equipo del puente de mando del Almender. Cinco minutos después, había terminado la desencriptación pero seguíamos sin tener noticias de Xiang. Inicié mi búsqueda en el año 2580. Tras un largo rato desechando datos sin interés, al fin di con algo que parecía relevante, un compendio de entradas archivadas como «END» que comenzaban en una perteneciente al 17 de mayo del 2604. Comencé a leerla en alto para todos los demás:
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 17 de mayo de 2604.
»Al fin la suerte nos ha sonreído. Tras el desastre que provocó la pérdida de nuestros terraformadores hace más de un siglo, hemos vagado en busca de un planeta habitable sin intervención tecnológica. Y por fin hemos dado con él.
»He organizado una avanzadilla que comience las preparaciones de lo que será la colonia base. Esta operación estará dirigida por el comandante de seguridad Francisco Rodríguez y por el jefe del Departamento Científico Abel Abrams (descendiente directo del ilustre John Abel Abrams). Junto a ellos serán enviadas diez escuadras de seguridad, una veintena de científicos y un millar de colonos. En dos semanas debería estar preparada la base de la colonia para el despliegue de más personal.
»Fin de la entrada».
Deseché dos informes de puro protocolo y di con otro que parecía interesante:
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 21 de mayo de 2604.
»Hace aproximadamente trece horas empezamos a recibir emisiones por parte de la avanzadilla colonial que informaban de una extraña fiebre que ha comenzado a aquejar a algunos colonos. Los científicos dicen tenerla bajo control. Francisco se muestra visiblemente preocupado ante esta enfermedad.
»Fin de la entrada».
Tras unos pocos archivos rutinarios, di con el siguiente informe relevante:
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 23 de mayo de 2604.
»Abel ha solicitado una evacuación de emergencia hace escasamente una hora. Tras recoger en transportes a apenas dos centenares de colonos, ha insistido en abandonar la órbita de ese planeta. Se encontraba en un estado de histeria, al igual que el resto de colonos que recogimos. Todos se mostraban aterrados. Los he enviado a todos al laboratorio central para que sean estudiados y psicoanalizados, hecho lo cual he solicitado a Abel que realice un informe completo sobre lo acaecido.
»Fin de la entrada».
—Fueron enviados aquí. —Fred mencionó el dato que todos teníamos en mente—. Continúa.
Era extraño, pero el archivo que contenía el informe del jefe científico estaba corrupto. Sin poder hacer más al respecto, continué hasta que encontré otro dato importante:
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 2 de junio de 2604.
»Han aparecido casos de contagio, dentro de la nave, de la extraña enfermedad que exterminó a la gran mayoría de la avanzadilla colonial. Este hecho me inquieta profundamente. Si los datos que aportó Abel son correctos, es un peligro que hay que solventar lo más pronto posible. Las fuerzas de seguridad están intentando controlar los focos de infección y los científicos tratan de encontrar un remedio.
»Fin de la entrada».
—¿Eso fue lo que acabó con ellos? ¿Una plaga?
Daxie me miraba esperando una respuesta.
—Lo que te he leído es lo que sé —volví mi atención al ordenador—. Mejor continuemos.
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 13 de junio de 2604.
»Los casos de la enfermedad se extienden sin control por las secciones F y G. No comprendo cómo puede estar sucediendo. Por más que llevamos a cabo procesos de cuarentena herméticos, siempre continúa extendiéndose. Las fuerzas de seguridad poco a poco se van viendo más superadas, y las investigaciones científicas cada vez avanzan más despacio. Abel está cada día menos dialogante. Esperemos que no se nos vaya la situación de las manos.
»Fin de la entrada.»
—Me parece que ya se les había ido de las manos. —Roberto paró un instante—. Igual que a nosotros, a fin de cuentas. Obvié sus palabras y continué. Apenas había datos sueltos ya:
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 28 de junio de 2604.
»La enfermedad ha alcanzado niveles de pandemia. Las secciones F y G han sucumbido en su totalidad. La sección H también ha sido sellada en protocolo de cuarentena. Todos los accesos a la sección I han sido cerrados salvo el transporte intersecciones que lo comunica con la sección C. Las fuerzas de seguridad se han visto reducidas a una tercera parte. Los científicos están exhaustos y completamente perdidos, no saben cómo hacer frente a la plaga que nos acosa. Abel pasa largos períodos en soledad. Empieza a preocuparme su salud mental; no descansa, sólo trabaja continuamente en la enfermedad.
»Fin de la entrada».
—El siguiente archivo también está corrupto —mencioné—. Es extraño, todos los demás parecen estar bien. Bueno, a falta de ese archivo extraviado, sólo queda una entrada:
«Diario del capitán Ros Haydel. Entrada de texto: 18 de julio de 2604.
»Tras la repentina desaparición de Michael y mi ascenso a capitán en funciones, la situación ha sido la misma. Sigo intentando encontrar la entrada concerniente al 7 de julio del diario del capitán, pero al parecer los datos están corruptos. Han aparecido casos de contagio en las secciones D, B y E. En estos momentos las únicas secciones “limpias” son la C y la I. Estamos considerando medidas desesperadas para afrontar la enfermedad.
»Fin de la entrada».
—Aparte de ser la última entrada del archivo «END», también es la última entrada del registro —me di la vuelta para observar a mis compañeros—. Una pandemia, murieron por una maldita pandemia.
—Vaya —Logan se sentó en la mesa—. No sé cómo sentirme al respecto. En teoría, eso significa que no habrá problemas, todos deberían estar muertos.
—¿Y si estamos contagiados?
La pregunta de Roberto nos provocó cierta tensión a todos.
—Eso sería muy difícil —Anneva hablaba con claridad por primera vez desde hacía horas—. Un organismo patógeno no suele mantenerse vivo fuera de un vector de contagio tanto tiempo —levantó la vista mostrando su demacrado aspecto a causa de los sollozos y la tensión—. Pero por si acaso será mejor que no nos acerquemos más de la cuenta a manchas de sangre, cadáveres y demás —volvió a bajar el rostro.
—Genial, como si no nos hubiésemos acercado ya a bastantes restos humanos.
Roberto parecía excepcionalmente alterado para su forma de ser. Comencé a temerme que la privación de droga tuviese algo que ver.
—Demonios. —Logan volvió a levantarse—. Todo esto es muy inquietante, y seguimos sin saber qué diablos ha sido de Xiang —pareció dudar un poco—. No podemos hacer nada por él, salvo sabotear este armatoste. Comienza con el ataque a la automatización.
—Como mandes, jefe.
Inmediatamente me volví al ordenador y me centré en mi nueva labor.
Durante veinte interminables minutos me empleé concienzudamente en sabotear los sistemas, pero cada vez que parecía hacer un avance, me encontraba una nueva trampa. Mientras, un silencio sepulcral seguía presidiendo el auricular. Finalmente, descubrí cuál era el problema.
—Logan.
Mi tono no debía de mostrar mucho aplomo, pues la reacción del enorme hombretón fue bastante acertada.
—No, no, no. ¿Qué cojones sucede ahora? —exclamó, exasperado; parecía a punto de destrozar el ordenador de un puñetazo.
—He logrado, con mucho esfuerzo, saltarme los bloqueos de las secciones C, F y E —dije, mientras él me observaba intrigado—. Eso tiene una parte buena y otra mala. La buena es que la sección C, como bien sabrás, es esta en la que estamos. La mala es que las secciones a las que tengo acceso, no sé por qué, son las únicas sin acceso al exterior de la nave, salvo algún colector de basura.
—¿Que qué? —Logan empezó a deambular en torno a la mesa mascullando las palabras—. ¿Me estás diciendo que de nueve secciones que tiene esta puñetera nave sólo puedes sabotear las que no nos permiten salir fuera?
—Así es, esta terminal tiene bloqueado su acceso a los sistemas de esas secciones —dudé si añadir una segunda información, pero era necesario que lo supiesen—. Y he descubierto otra cosa.
—Joder… —Logan en esta ocasión parecía a punto de arrancarme la cabeza—. Habla.
El resto de la tripulación no hacía el más mínimo ruido, temiendo provocar al enorme soldado.
—Lo que mencionó el capitán —tragué saliva—. Tenía razón.
—¿A qué te refieres?
—La nave estaba automatizada. Desde aquí no puedo saber el motivo. Pero lo de las puertas creo que no ha sido casualidad. No obstante, ahora, con las automatizaciones de esta sección eliminadas, podemos avanzar con tranquilidad, la mayoría de las puertas se abren por proximidad.
—¿Y eso de qué nos sirve? —Logan me observó como si le hubiese contado un mal chiste—. Estas secciones no tienen acceso al exterior, tú mismo lo has dicho.
—Ya —por primera vez en horas sonreí con ganas—. Pero quien programó esto no contaba con que sería yo quien accediese. He localizado el ordenador que posee acceso a los sistemas de esas secciones. —Logan comenzó a sonreír también—. Es un laboratorio secundario de esta misma sección, y no debería llevarnos más de media hora llegar hasta él. Y, lo que es más, desde allí, si todo marcha bien, podré conectar el piloto automático —casi me reí al decir esto último—. Podría programar el Nostradamus para que nos siguiera y volver cómodamente al Almender. Que se encargue de limpiar el loco que compre este cacharro.
—Al fin —Daxie parecía casi en shock—, al fin una buena noticia.
—Bueno, chicos, ya hemos descansado bastante. ¿Continuamos, oficial? —sugirió Fred, que también se mostraba mucho más animado.
—Adelante, gente, salgamos de esta carcasa flotante. —Logan me miró—. Guíanos hacia ese ordenador milagroso.
Nos dirigimos a la puerta opuesta la que usamos para entrar. No se abrió al aproximarnos, y al principio temimos que pudiese estar bloqueada. Pero un rápido vistazo me confirmó lo que ya suponía: algunas puertas requerían apertura manual. Fui el último en abandonar la sala y, sin querer, no pude evitar fijar mi mirada en la puerta por la que accedimos allí. Quizá fuesen imaginaciones mías, pero juraría que había una mancha de sangre que antes no estaba en la ventanilla de la compuerta. Un nuevo escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Pero, debido a la distancia y la oscuridad, no podía asegurar que se tratase de sangre. Así pues, cerré la puerta e intenté eliminar esa imagen de mi cabeza.
8. Abel
Lo que nos esperaba al otro lado de la puerta no resultaba halagüeño. Se suponía que se trataba de la sección dedicada a laboratorios y similares. Un extenso pasillo, plagado de puertas y corredores laterales, se abría ante nosotros. Nuevamente se dejaban ver ocasionales manchas de sangre y objetos desperdigados por los suelos. Era difícil saber qué había sucedido allí, pero estaba claro que alguien había andado con prisas. Quizá huyendo de alguna persona infectada en busca de ayuda.
—¿Por dónde es, Danny? —Logan iba a mi lado, en cabeza—. Me gustaría llegar allí lo antes posible.
—Me he descargado un plano de la sección —observé un instante mi computador de muñeca—. Hemos de realizar varios giros y atravesar un par de salas. Como ya dije, nos llevará una media hora a paso normal.
—Entonces quizá convenga acelerar el paso —dijo, y se giró hacia los demás—. Venga, chicos, que nadie se quede atrás, vamos a acelerar la marcha.
Acabada la conversación, comenzamos a avanzar a un ritmo de trote ligero. No corríamos, y Logan se mantenía atento a todos los alrededores, pero aceleramos bastante el ritmo. Una sucesión de estrechos pasillos y laboratorios abandonados discurría en torno a nosotros. Resultaba un ambiente perturbador, similar al de un hospital vacío. La imagen blanca y pulcra que se intuía contrastaba con los cacharros desperdigados por los suelos, los cristales rotos y las manchas de sangre desperdigadas aquí y allá. Un temblor de pura inquietud empezó a recorrerme el cuerpo. El único modo de combatir esa sensación era repetirme constantemente, cual letanía, que una vez llegásemos a ese ordenador todo estaría controlado.
Según avanzábamos, percibí nuevamente la sensación que me asaltó en el pasillo previo al laboratorio central. Cuando estaba a punto de descartarla, oí claramente el ruido de una puerta automática abrirse a cierta distancia. Todos nos detuvimos al instante, petrificados cual estatuas.
—¿Habéis oído eso?
Todos ignoramos la obvia pregunta de Roberto.
—Káiser, si acabas de abrir una puerta en el sector de laboratorios, danos un grito. —Logan hablaba por el micrófono. Silencio y el ruido de otra puerta en el lado contrario fueron las únicas respuestas—. No sé qué demonios está pasando aquí, pero será mejor que aceleremos.
Nadie más abrió la boca en lo que quedaba de trayecto. Todos parecíamos temerosos de llamar la atención, pero, pese a nuestro silencio, ruidos similares empezaron a oírse, espaciados, la mayoría bastante alejados, aunque los realmente escalofriantes eran los que sonaban más cercanos. De no ser por la presencia de Logan a mi diestra, es probable que mis nervios me hubiesen hecho incapaz de seguir siquiera el plano. Pero finalmente llegamos a la puerta del laboratorio 0138, nuestro destino. La puerta era de tipo hermético. Sin necesidad de mediar palabra, conecté mi terminal portátil al ordenador de acceso. Me costó concentrarme con los ruidos lejanos. Finalmente, logré que la puerta se abriese y nos apresuramos a traspasarla y cerrarla de nuevo tras nosotros.
El interior se encontraba más revuelto que el resto de la sección científica. Parecía que hubiesen soltado a un animal enloquecido allí dentro. Viales rotos, papeles esparcidos por los suelos y numerosas manchas de sangre, pisadas, manos, goterones… Resultaba sumamente inquietante. El laboratorio era especialmente amplio. Según mis planos, estaba formado por varias salas de pequeño tamaño, todo distribuido en un corredor que circulaba paralelo a la puerta y otro que partía de frente, formando así dos ángulos de noventa grados. El ordenador se encontraba en el pasillo que continuaba hacia delante.
—No me gusta este sitio —escuchamos a Logan con atención—. No sabemos qué hay en esos otros pasillos. ¿Este laboratorio tiene más accesos? —me preguntó.
—Dos más, uno en cada extremo del pasillo —me apresuré a responder.
—Bien, Daxie, quédate aquí y vigila, no sabemos si las puertas se han vuelto locas al eliminar la automatización o si algo nos sigue.
Daxie le observó indignada.
—Quiero enterarme de lo que suceda allí.
—Tranquila, ya vigilo yo —sentenció Roberto, y todos lo observamos atónitos.
—No me malinterpretes —comenzó Logan—. Pero no me convence encargarte a ti que nos cuides las espaldas.
—Mira, jefe —la última palabra la pronunció con tono burlón—. Lo más probable es que no suceda nada y sólo seamos una panda de paranoicos —sacó la pistola—, pero si no es así, se me da bien manejar esto. Además, estaremos sólo a unos metros de distancia.
—Bueno. —Logan titubeó un instante—. Supongo que no hay más voluntarios, y yo quiero ver qué encuentra nuestro amigo Danny. Mantente alerta.
Los cinco restantes nos adentramos por el pasillo, que se prolongó durante una treintena de metros hasta que, finalmente, llegamos a una cortina corredera, también llena de marcas de sangre y algo rota. Al descorrerla, observamos un espacio pequeño, con un ordenador, una mesa de operaciones y una celda de cristal cromado abierta. Encima se podía leer «Paciente 0».
—¿Paciente 0? —Logan se giró hacia Ann—. ¿No suelen referirse así al primer afectado por una nueva enfermedad?
—No necesariamente. —Los ojos de Ann apenas mostraban expresión; llevaba ya un rato así, parecía haberse saturado—. A veces también se llama así al primer afectado de un lugar concreto, o al que ha actuado como vector de contagio.
—¿Por qué diablos tendrían aquí al primer enfermo?
Nadie supo qué responder a Daxie, pero yo al menos lo intenté.
—Quizá para estudiar la enfermedad —contesté, mientras me sentaba al ordenador—. Bueno, fuese por lo que fuese, los datos deberían estar aquí, y también nuestra salvación.
Encendí el ordenador, que por suerte parecía intacto. Comencé a intentar acceder a las automatizaciones de las secciones que no estaban ya saboteadas. No obstante, parecían fuertemente protegidas. Automaticé un sistema de hackeo y me giré hacia mis acompañantes.
—Bueno, esto puede llevar un rato.
—Entonces aprovecha y empieza a buscar datos sobre este dichoso «paciente 0». —Logan bajó el tono tras decir aquello y sentenció—: No me gusta como suena.
Asentí y, mientras saboteaba las defensas de las automatizaciones, comencé a buscar información, lo cual no me llevó mucho. Estaba bloqueado, pero fue fácil saltarme las defensas. Por lo visto, se trataba del laboratorio personal de Abel. Tras un rápido vistazo, descarté gran cantidad de datos técnicos y di con las últimas entradas de su diario personal. Comencé a abrirlas en la pantalla, a la vista de todos.
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 24 de mayo de 2604.
»No sé cómo ha podido suceder. Pero Amanda está infectada. La he recluido en mi laboratorio privado. Si alguien la descubre, la eliminará. He de hallar una cura.
»Fin de la entrada.»
Me quedé atónito. Un ligero empujón por parte de Logan me hizo reaccionar y acceder a la siguiente entrada de texto:
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 27 de mayo del 2604.
»Ante mi horror, parece no haber cura. Al menos no recurriendo a los medicamentos habituales. Mi última esperanza sería localizar una inmunidad o una mutación del virus. Pero para ello necesitaría cobayas. Los experimentos con animales no dan resultado. El virus parece transmitirse sólo a humanos. He de sanarla.
»Fin de la entrada».
Abrí el siguiente archivo obviando los datos técnicos y científicos que contenía aquí y allá.
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 29 de mayo de 2604.
»Sigue sin cambios. En principio pensé en alimentarla. No obstante, haciendo acopio de todo mi autocontrol, opté por poner a prueba qué efectos tenía en ella la inanición. Los resultados han sido sorprendentes. Pase el tiempo que pase, y a pesar de estar privada de alimento, no ha empeorado su ya maltrecho estado. Al parecer, se encuentra en un estado neutro. La necrosis no avanza, pero tampoco remite, y pese a la falta de alimento no parece encontrarse más aletargada o débil que en el momento de su regreso. No obstante, esta situación está pudiendo conmigo. Tengo pesadillas con ella y cuando estoy aquí juro que la oigo pedirme ayuda. He tomado una resolución. Muchos me tacharán de monstruo, pero si todo sale según lo planeado, no habrá víctimas a largo plazo. Puedo salvarla, a ella y a todos. Sé que puedo.
»Fin de la entrada.»
Cuando me disponía a abrir el siguiente archivo, la mano de Logan me inmovilizó el brazo.
—¿Qué es eso? —Observé hacia donde me indicaba y leí un archivo secundario titulado «Informe de Abel»—. Ábrelo.
Lo puse en pantalla. Al parecer, se trataba del informe de Abel sobre lo acaecido en el planeta, el que en la terminal del laboratorio central se encontraba corrupto.
«Informe de Abel Abrams. Entrada de texto: 24 de mayo de 2604.
»Me resulta difícil explicar lo que sucedió en la avanzadilla. Los primeros días todo transcurrió con normalidad. Instalamos las tiendas de campaña y los muros del perímetro e iniciamos la construcción de instalaciones.
»El día 21 varios miembros del cuerpo de seguridad enviados a explorar los alrededores llegaron al anochecer mareados y débiles. Alegaban haber sido atacados por algo. Les llevamos a la enfermería. Ocho horas después, pese al tratamiento médico, los síntomas empezaron a agravarse.
»Yo mismo inicié el estudio de los enfermos. Los síntomas eran los siguientes: fiebre alta, delirios, agarrotamiento muscular, pérdida parcial de visión, ocasionales ataques de convulsiones, hemorragias internas, leve necrosis de tejidos y repentinos brotes de agresividad. Según iba transcurriendo la noche, los síntomas fueron en aumento.
»Sobre las tres de la madrugada el soldado de primera Charles Reynolds, el más grave de los casos, sufrió un shock y cayó en estado de coma profundo. En ese momento, salí de la enfermería para despejarme y, cuando apenas me había alejado unos metros, oí un alarido proveniente del interior. Inmediatamente identifiqué la voz de la enfermera y me apresuré a entrar, a tiempo de ver a Charles arrancar de un mordisco la yugular a la enfermera. Mi sorpresa fue tal que tardé bastante en reaccionar. Reynolds se abalanzó sobre el cadáver de la joven y empezó a devorarlo con la avidez propia de un carroñero. Ante semejante visión, no pude evitar un fuerte mareo y sin querer volqué una bandeja de material médico. Al instante, Charles se irguió. Me observó unos segundos y, saltando por encima de la cama, se abalanzó a la carrera hacia mí. Fui incapaz de reaccionar, pero antes de que me alcanzase su clavícula izquierda estalló en una nube de trozos de hueso, sangre coagulada y carne. El soldado Reynolds cayó al suelo. Al girarme, pude ver a Francisco con su rifle de asalto. Antes de que tuviese tiempo de darle las gracias sonó una segunda ráfaga de su arma. Cuando me di la vuelta vi a Charles sin cabeza, tumbado a escasos metros. Al parecer, pese a su grave estado y la severa herida provocada por el comandante, el soldado fue capaz de arrojarse nuevamente contra mí. Tomamos medidas preventivas, inmovilizamos a los demás enfermos y encargué a los cuerpos de seguridad que se librasen de los cadáveres de la enfermera y el soldado. Supuse que, como es lógico, los quemarían, pero tendría que haber supervisado el proceso, pues posteriormente me enteré de que los habían enterrado fuera del campamento.
»Apenas recuerdo lo que sucedió al día siguiente. Durante la noche habían desaparecido varias patrullas de seguridad, y cuando Francisco quiso organizarlo todo, varios de los enfermos habían roto sus ataduras y asaltado a numerosos colonos. Es difícil aseverarlo con los datos de los que dispongo ahora, pero al parecer la enfermedad se acelera cuanto más grave es el estado del afectado. Un hombre sano puede tardar entre ocho y doce horas en sucumbir; en cambio, alguien en el umbral de la muerte puede verse superado por la enfermedad en cuestión de apenas una hora. Durante todo aquel día Francisco y sus hombres intentaron controlar la situación, hasta que finalmente quedó constatado que era incontenible.
En ese momento solicité una evacuación y, gracias al sacrificio de Francisco y la mayoría de sus hombres, pudimos salvarnos dos centenares de colonos.
»Ésta es la razón por la que insisto fervientemente en mi solicitud de alejarnos de este planeta. No sé qué tipo de enfermedad era, pero puedo asegurar que vi a la enfermera, con su traje cubierto de tierra, corriendo en dirección a las fuerzas de seguridad.
»Fin de la entrada.»
Nos mantuvimos en silencio mientras Anneva emitía una especie de gemido y se apoyaba en su marido.
—¿De qué demonios están hablando? —Fred estaba anonadado—. ¿Qué tipo de enfermedad puede hacer eso?
—No lo sé —admitió Logan, que se volvió hacia mí—. Retoma las entradas del científico y en cuanto termines de piratear este cacharro vayámonos de aquí.
Hice una rápida comprobación del estado del hackeo y constaté que tardaba más de la cuenta. Me ahorré comentarlo y abrí la siguiente entrada de texto de Abel:
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 1 de junio de 2604.
»Lo he hecho. Confío en que se perdonen mis pecados pasados cuando logre encontrar una cura. He liberado el virus entre la población. Fue difícil aislar el virus y mantenerlo vivo hasta introducirlo en otro cuerpo. Fuera del huésped tiene una esperanza de vida increíblemente corta. No obstante, aproveché mi puesto para contaminar unos pocos medicamentos intravenosos. Confío en que, una vez afectados, comiencen a esparcir la plaga a ritmo suficiente como para borrar el rastro de las primeras víctimas. Que Dios me perdone. Ahora sólo queda esperar el milagro: inmunidad o mutación. Ambas opciones me sirven. »Fin de la entrada».
Casi de manera automática, accedí al siguiente archivo marcado como importante. Había un fuerte salto de fechas.
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 1 de julio del 2604.
»Un mes ha transcurrido desde que inicié esta pesadilla. Los gemidos y pasos de los muertos no me dejan dormir. Son eso, muertos, pero sé que hay algún modo de revertirlo. Tiene que haberlo. En el “sujeto 0” continúa sin haber cambio alguno: lleva más de un mes sin alimentarse, encerrado en la celda de cristal, y sigue sin mostrar signos de debilidad o desfallecimiento. Cada vez que me ve, se lanza contra la puerta. Las últimas veces he notado cierta vibración en las bisagras de metal. Empiezo a temer que un embate tan constante pueda debilitar la apertura, pero no puedo solicitar la ayuda de nadie para arreglarla, no puedo confiar en nadie. »Me he visto obligado a emplear las automatizaciones de la nave para que el virus se siga esparciendo y así volver inservibles los protocolos de cuarentena. Llevo casi dos semanas trabajando en manipular la IA de la nave y mejorarla, pero no es fácil.
»Fin de la entrada.»
—Maldito bastardo, hijo de perra.
Daxie tenía toda la razón. Abrí el siguiente archivo de texto.
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 7 de junio de 2604.
»Apenas queda población en la nave, todo está yéndose al infierno. Pero no hay marcha atrás, he de continuar. El capitán comenzaba a sospechar, se mostraba reacio conmigo últimamente; soy consciente de que mi aislamiento puede levantar sospechas, pero sólo puedo hacer mis auténticos experimentos aquí. Hoy le encontré en mi despacho y me preguntó acerca del “sujeto 0”. Por la noche se dirigió hacia aquí; por suerte me percaté a tiempo para encerrarle mediante los sistemas automáticos. Finalmente, abriendo y cerrando puertas, conseguí que un grupo de infectados llegasen a su posición. Ya no me molestará más; me lo agradecerá cuando les cure a todos. Bueno, por desgracia, a todos no, porque si durante el ataque el cerebro es dañado o el cuerpo queda demasiado maltrecho, parece no haber reanimación.
»También he tenido que piratear el ordenador del capitán desde mi terminal y sustraerle la entrada del día de hoy, pues cualquiera que lo leyera comenzaría a sospechar.
»Empiezo a pensar en un plan secundario para reunir sujetos. »Fin de la entrada.»
Anexo a esa entrada estaba el archivo corrupto del diario del capitán. Se lo mencioné a mis compañeros y lo abrí.
«Diario del capitán Michael August. Entrada de texto: 7 de julio de 2604.
»En estos instantes, los accesos de la sección A están siendo clausurados. Hoy visité a Abel. No se encontraba en su despacho y tenía la terminal encendida, así que eché un rápido vistazo. Apenas tuve tiempo de ver nada antes de que llegase, aunque había un término que se repetía numerosas veces: “sujeto 0”. Montó en cólera ante mi presencia. Le exigí explicaciones con respecto al “sujeto 0”, pero se negó alegando que se trataba de un asunto sin importancia. Empiezo a sentirme inquieto con respecto al científico. Esta misma noche accederé a su terminal mientras duerme.
»Fin de la entrada.»
Tras estas entradas, había un amplio vacío —todo datos técnicos— hasta que finalmente di con una entrada denominada «Despedida».
«Diario del jefe del Departamento Científico Abel Abrams. Entrada de texto: 28 de julio de 2604.
»No me quedan sujetos para experimentar. Toda la nave está vacía. He logrado a duras penas mantener la zona del puente de mando y los laboratorios parcialmente limpias, pero me he visto obligado a defenderme de más de un ataque. Son sumamente resistentes, soportan casi cualquier cosa. El modo más seguro de eliminarlos es dañar severamente el cerebro.
»No puedo permitir que todo termine así. He de salvarlos a todos. He trabajado día y noche en la reconfiguración de la IA del Nostradamus. La he reprogramado por completo. A partir de este instante las automatizaciones se centrarán en localizar posibles sujetos de estudio. Nostradamus vagará a la deriva evitando puestos militares y atrayendo naves menores o coloniales. He reorganizado las directrices de puertas también. En estos momentos su función es, en el momento en que llegue más gente, permitirles un rápido acceso a secciones profundas de la nave y allí bloquear los accesos a los hangares. Se me acaba el tiempo, cada vez los tengo más cerca y la puerta de Amanda no sé cuánto aguantara, porque empieza a ceder. No he podido recodificar todas las secciones, carecía de tiempo. He puesto bloqueos informáticos en las secciones C, F y E y he derivado los permisos de administración a mi ordenador privado. Eso debería evitar que se saboteasen las automatizaciones. Además, he quemado los circuitos que controlan las puertas del puente de mando. El resto de secciones, las más importantes, pues pueden permitir huir a mis sujetos de estudio, las he bloqueado con contraseñas, lo mismo que el piloto automático.
»Para evitar posibles complicaciones voy a criogenizarme. He programado la nave para que me despierte en el momento en que se produzca una mutación o una inmunidad a la enfermedad. Para mayor seguridad, he memorizado los códigos de acceso a las secciones prioritarias y al piloto automático.
»Nos veremos cuando despierte, Amanda, hija mía.
»Fin de la entrada.»
Un silencio absoluto se extendió por la sala. Nadie sabía qué decir o hacer. Finalmente Logan me miró y me hizo la pregunta que tanto me temía.
—¿Puedes superar esas claves?
—Si es tal y como ha dicho él —bajé la cabeza—, no, sería inútil intentar sabotearlo, son medidas de seguridad de primer grado.
—¿Qué hacemos? —Anneva parecía a milésimas de segundos de echar a correr gritando—. ¿Qué vamos a hacer?
—Danny, chico —Fred parecía pensativo—, ¿puedes localizar la cápsula de criogenia de ese tal Abel?
—Sí, eso sí puedo hacerlo —apenas tardé unos instantes—, es la cápsula 8139. —Comprobé unos archivos de la terminal y añadí—: También puedo hacer algo más.
—Explícate.
Logan parecía ansioso por recibir una buena noticia.
—Ya anulé las automatizaciones de este sector, y éste es el computador principal. —Ante las miradas confusas de mis compañeros, me apresuré a explicarlo—. Eso significa que tengo acceso a varios datos concernientes a esta sección, incluidos mapas —miré si era posible efectuar lo que tenía en mente antes de asegurarlo—, y creo que puedo descargarme en mi portátil un mapa de accesos.
—¿Eso qué significa? —me preguntó Fred.
—Un mapa que indica qué puertas están abiertas, cuáles están bloqueadas, qué transportes siguen activos… Eso debería acelerar mucho nuestro avance hasta la sala de criogenia.
—¿Alguna otra opción?
La pregunta de Daxie quedó en el aire.
Cuando estaba descargando el mapa interactivo, además de la mayor cantidad de datos posible, un horrible alarido nos heló la sangre.
—Roberto.
Daxie tenía razón, parecía la voz de Roberto.
Nos precipitamos a toda velocidad en su dirección. Con las prisas armamos un buen escándalo. Cuando al fin llegamos hasta él, nos lo encontramos tumbado en el suelo. Durante un instante no supe cómo actuar. Roberto estaba ahí, tirado, con una mejilla y parte del hombro derecho desgarrados. En ese instante sucedió. Cuando ahora lo recuerdo lo veo a cámara lenta.
Ni siquiera sé de dónde salió: una figura pálida, de piel cerúlea; parecía una mujer joven, casi una niña, pero con horribles marcas de sangre y putrefacción. Pero lo más horrible era su rostro, parcialmente tapado por una melena oscura y enmarañada y tenso, torcido en una mueca de furia, con la boca entreabierta de la que chorreaba sangre. En cuanto Logan se percató, la criatura se arrojó sobre él a toda velocidad mientras su garganta emitía un horrible gemido. El inmenso soldado la paró con su brazo derecho. Eso no hizo que el monstruo cejara en su empeño, pues de un mordisco le arrancó un trozo de piel del brazo. Ante mi horror, era incapaz de reaccionar. Y no era el único. Por suerte, Logan logró zafarse de ella de un empujón. La niña volvió a la carga, pero esta vez el soldado estaba preparado. La sujetó con el mismo brazo que había recibido el mordisco y la arrojó con una fuerza inaudita contra la pared. Con un asqueroso ruido de huesos rotos, el cuerpo cayó al suelo hecho un guiñapo. Pese al tremendo golpe, la criatura seguía moviéndose, apenas arrastrándose, pues probablemente su cuello o su columna se habían quebrado por el tremendo impacto. Pero continuaba intentando alcanzarnos a rastras con esa horrible mueca. Logan se aproximó y, con calma, la levantó por el cuello con el brazo sano y la empotró contra la pared; después, empleando el brazo contrario, hizo añicos su pequeño cráneo de un tremendo golpe.
Pasaron unos segundos sin que nadie actuase. Oí un golpe a mi derecha y por acto reflejo desvié allí la mirada. Ann acababa de desmayarse. Fred se apresuró a atenderla. Daxie avanzó titubeante hacia su hermano, pero, antes de recorrer la mitad de la distancia que los separada, un estallido resonó y en la cabeza de Roberto apareció un agujero que acabó con su vida. Daxie se giró, furiosa, para ver a Logan con su pistola en ristre, aún humeante del disparo.
—Eres un bastardo —espetó, y la voz le temblaba de horror e ira.
—Sabes perfectamente que era lo que había que hacer, estaba infectado.
Daxie se arrojó sobre Logan gritando y empezó a golpearle en el pecho con furia. El soldado lo aceptó casi con resignación, hasta que finalmente le inmovilizó los brazos contra la pared y Daxie rompió a llorar.
—Logan… —conseguí articular.
Parecía que mi cuerpo dejaba de estar petrificado de horror, al fin lograba al menos hablar.
—… tu brazo… También estás infectado.
—No. —Logan dejó suavemente a Daxie, que se sentó entre sollozos. Se giró hacia mí y ante mi repugnancia sujetó con fuerza un lateral de la herida y se arrancó un trozo alargado de piel. Debajo no había carne ni hueso, sino metal, y lo que parecía sangre en la herida era un fluido negruzco, parecido a aceite—. Perdí el brazo en la guerra.
—Eso explica tu fuerza —murmuré, tremendamente aliviado al saber que no estaba infectado.
—Danny —me observó—, puede haber más de ésos. Esa niña… creo que es obvio quién puede ser, y, si ella sigue «viva», es probable que los demás también. Esos ruidos que nos seguían… Descárgate el plano al que te referías y vámonos ya, no podemos permitirnos perder más tiempo.
Hice lo que me solicitó. Mientras, oía a Fred hablar con Daxie y Ann. En menos de cinco minutos tenía volcados la mayoría de los datos de la terminal y el mapa interactivo. Nos dirigimos rápidamente hacia una de las puertas contrarias a la que usamos para entrar en el infernal laboratorio, dejando atrás los cuerpos sin vida de Roberto y la horrible niña.
9. La huida
Activé el mapa y lo que mostró me provocó un terror abrumador: no dejaban de abrirse y cerrarse puertas por toda la sección, pero bastaba un rápido golpe de vista para comprobar que el patrón predominante era aproximarse a nosotros. Así se lo expuse, aterrado, a Logan.
—Me temía que esto podía suceder. —Logan dudó un instante—. Tienes que llevarnos hasta la sala de criogenia esquivando esas puertas —me miró fijamente a los ojos—. Podemos acabar con grupos pequeños, acabamos de matar uno, pero si nos rodean, estamos muertos.
—Ellos están muertos —susurró Ann.
—Sí, eso ya lo sabemos —le espetó Daxie.
—Danny —Logan ignoró al resto y siguió centrado en mí—, ¿puedes hacerlo?
Dudé un largo instante, hasta que finalmente asentí.
—Pues adelante, yo limpiaré el camino de avance. Daxie, cubre la retaguardia.
—Lo que tú digas, asesino.
Daxie pronunció estas palabras con un hilo de voz apenas perceptible.
Ya organizados, usé la apertura manual de la puerta y me hice a un lado para permitir a Logan salir en primer lugar. Una rápida descarga del cañón de asalto precedió nuestro avance. Cuando los disparos cesaron y salimos a la carrera, pude ver tres cuerpos destrozados por impactos de alto calibre. Lancé una muda oración de agradecimiento por tener a Logan a nuestro lado. Por un instante, recordé que era agnóstico y sonreí ante la ironía de la situación: llevaba horas rezando a Dios en busca de misericordia mientras recorría un lugar que cada vez se asemejaba más a los nueve infiernos relatados por Dante. Sacudí la cabeza apartando esos pensamientos y me centré en mi tarea, nada sencilla, por otra parte. Fui empleando órdenes cortas para dirigir a Logan, avanzando lo más recto posible y al mismo tiempo evitando las puertas que mostraban movimiento.
Avanzamos esquivando puertas, obviando ruidos mecánicos y huyendo de gemidos y sonidos de pisadas. En una de las ocasiones accedimos a una sala con una empalizada en el sendero por el que debíamos avanzar. Logan abrió fuego contra el improvisado muro de trastos desmontándolo en instantes. Con ese ensordecedor ruido, no percibí el movimiento a mi derecha hasta que fue tarde. Un peso enorme cayó sobre mí, derribándome de espaldas y provocándome una fuerte contusión en el costado. Cuando acerté a abrir los ojos, vi unas mandíbulas babeantes, chorreantes, sin mejillas, intentando alcanzar mi garganta. A duras penas mantuve esas fauces alejadas cuando noté una descarga y vi salpicar sangre de la horrible y putrefacta cabeza. Con poco esfuerzo, exhausto y aterrado, me aparté de encima el inerte cadáver con un agujero en la sien. Giré la cabeza y vi a Fred con su pistola apuntando en mi dirección, pero apenas acerté a pronunciar un «gracias» antes de que Logan me alzase sin miramientos para que volviésemos a ponernos en marcha.
En varias ocasiones estuve a punto de gritar o de, directamente, volarme la cabeza. Logan y Daxie, ayudados por Fred, se ocupaban de librarse de los seres —pocos, en realidad— que nos salían al encuentro. Pero yo era el guía. Si fallaba, estábamos acabados.
Instantes después llegamos a una sala con apertura manual. Por la esquina del pasillo aparecieron dos de aquellas criaturas. Logan no disparó, ni Daxie, ni Fred. Tuve oportunidad de verlos acercarse. De observar en detalle sus pútridos cuerpos pálidos, sus blanquecinos ojos y sus múltiples heridas abiertas. Una fuerte mano tiró de mí y me introdujo en la sala, cerrando después la puerta.
—¿Qué hacías ahí parado? —Logan me observaba—. ¿Querías morir?
—¿Por qué… —terminé de serenarme—… por qué no disparasteis a esos dos?
—Nuestra munición es limitada, y una vez aquí y con la puerta cerrada no podrán entrar —me aclaró.
Un rápido vistazo me confirmó que la sala estaba despejada. Por petición de Logan, me tomé un instante para comprobar mi terminal de muñeca y explicar el camino más directo. Vi que la puerta de enfrente nos llevaría por un largo pasillo con pocas aperturas hasta alcanzar una sucesión de corredores y salas, oficinas y almacenaje sobre todo. Después accederíamos a otro de los anchos corredores aptos para vehículos donde, según el mapa, había uno operativo con el que podríamos aproximarnos hasta las inmediaciones de la sala de criogenia. Le expuse la situación a Logan.
—¿Cuánto podemos tardar? —mientras me preguntaba, no apartaba el rostro de la puerta que pronto emplearíamos.
—Llegar hasta el vehículo nos costará el doble de lo que nos ha llevado acceder hasta aquí —comenté.
—Eso es bueno, supongo; dado el tamaño de la nave, un cuarto de hora es poco tiempo.
Observé a Logan incrédulo.
—¿Un cuarto de hora?, ¿llevamos menos de diez minutos corriendo?
Era incapaz de creérmelo.
—Así es. —Logan me observó, intrigado—. ¿Por qué lo dices?
—Ha parecido mucho más tiempo… —murmuré.
—Opino lo mismo —corroboró Daxie con la voz temblorosa.
—Vamos a morir.
Todos nos giramos hacia Ann, que estaba completamente bloqueada y que sólo gracias a Fred había conseguido no quedarse atrás.
Haciendo acopio del poco valor que nos quedaba y apoyándonos en la presencia de los demás, nos dispusimos a realizar nuestro último trayecto. Efectuamos la misma maniobra que empleamos con la puerta del laboratorio de Abel. Esta vez los disparos del arma pesada de Logan no cesaron, siguieron resonando mientras éste avanzaba. Al seguirle, comprobé que había decenas de ellos en el largo pasillo. Durante un interminable minuto, quizá menos, el arma dejó caer montones de casquillos e inundó de humo el aire. Finalmente, el ensordecedor ruido cesó al tiempo que caía un engendro especialmente esquelético con una bata blanca increíblemente raída. Lo cierto es que la mayor parte de los tejidos eran meros jirones o harapos, y que muchos de esos seres iban desnudos, lo cual resultaba especialmente turbador. Salimos a la carrera, con el final del pasillo en mente. En uno de los recodos una de esas criaturas se arrojó sobre Logan, pero el soldado, con un movimiento raudo, la proyectó por encima aprovechando el impulso con que se había lanzado al ataque. Tras un fuerte impacto contra la pared, cayó seca al suelo, y, antes de poder comprobar si seguía viva o no, Fred le disparó un balazo en plena cabeza.
Seguimos corriendo, atravesando más pasillos transversales y aperturas en los que casi siempre aparecía alguno de ellos a cierta distancia. El rifle de Daxie empezó a sonar emitiendo ráfagas rápidas y cortas. La chica sabía manejar el arma. Logan limpiaba el terreno frente a nosotros, pero cada vez parecía más sobrepasado por la situación y había comenzado a murmurar algo entre dientes.
Casi sin darnos cuenta, habíamos pasado del trote rápido a la carrera. En más de una ocasión habría muerto de no ser por los rápidos reflejos de Logan. Llegamos hasta el laberinto de corredores y salas que había mencionado a mis compañeros. Continuamos. Mientras atravesábamos habitaciones oscuras, las armas de Logan, Daxie y Fred resonaban sin descanso. De repente sucedió. Oí un grito a mi espalda, me giré y vi en el suelo a Fred con dos de aquellas criaturas encima mientras Logan y Daxie permanecían ocupados vigilando sus respectivos flancos. Ann comenzó a gritar y a intentar apartarlos de Fred. El psicólogo logró zafarse de uno y dispararle un balazo en la nariz. Pero, pese a los esfuerzos de Ann, el otro asaltante logró su trofeo: de una dentellada se llevó un pedazo del antebrazo de Fred. Su alarido de dolor me hizo reaccionar. Saqué mi propia pistola y efectué tres disparos. Dos dieron en el suelo, pero el tercero acertó en pleno oído de la criatura. Mientras, Daxie había logrado abatir a todos los monstruos que nos seguían por la retaguardia y bloqueado la puerta volcando una estantería. No aguantaría mucho, pero al menos obstaculizaría un poco. Fred se irguió y Ann intentó acercarse a él, pero éste se apartó, nos miró a Daxie y a mí y habló.
—Cuidadla, por favor.
Ante esas palabras de Fred, Ann comenzó a avanzar de nuevo hacia él, aterrorizada. Éste la miró, pronunció un «te quiero» y, antes de que pudiésemos hacer nada, se introdujo el cañón de la pistola en la boca y apretó el gatillo. Ann lanzó un grito terrible, cargado de angustia, y se derrumbó entre sollozos. La escena era dantesca: los dos cadáveres putrefactos abatidos, el psicólogo con el cráneo destrozado y Ann catatónica en el suelo. Mientras, la barrera improvisada por Daxie comenzaba a tambalearse. Logan se volvió hacia nosotros. Al parecer, el frente estaba ya limpio. El soldado dedicó una mirada y un adiós al psicólogo y después me ordenó que me encargase, llevándola a rastras si era necesario, de Ann. Reanudamos una vez más el camino. No sé si mi reacción fue acertada o no, humana o no, sencillamente no asimilé lo que sucedía. Pude seguir adelante porque todo me parecía cada vez menos real.
Continué indicando a Logan el camino a seguir y durante un largo trayecto fuimos esquivando puertas que se abrían y cerraban y a la vez siguiendo el rumbo más corto posible. Arrastraba conmigo a Ann, que no hacía siquiera amago de caminar. En un punto desvié la mirada hacia ella y comprobé con preocupación que carecía de expresión en la cara y que su mirada ni siquiera estaba fija en un punto concreto.
Atravesamos decenas de salas y cortos pasillos hasta que al fin desembocamos en el amplio pasaje de transporte. Las armas de Logan y Daxie sonaban más a menudo de lo que yo quisiera. Pero lo que más me preocupaba era lo que veía en mi portátil. Parecía que todas las puertas que se abrían y cerraban desembocaban en el enorme túnel que recorríamos. Caminamos durante varios minutos por aquel sendero de metal, y aunque es cierto que las armas cada vez sonaban menos, había en el aire otro ruido más perturbador. Al principio pensé que se trataría de algún tipo de maquinaria extraña, pero al instante me di cuenta de la verdad: pisadas —cientos, tal vez miles— nos seguían a cierta distancia por aquel amplio corredor. Así continuamos durante unos instantes más, avanzando como podíamos cargando con Ann y acompañados de aquel horrible y constante ruido y los ocasionales disparos de Daxie y Logan. De repente el soldado se detuvo.
—No lo lograremos. —Daxie y yo lo miramos atónitos—. Oídlos, cada vez están más cerca —se giró hacia mí—. Cargando con Ann no podemos aspirar a correr más que esas cosas.
—¡No pienso dejarla! —grité indignado—. Fred nos pidió que cuidásemos de ella y eso es lo que voy a hacer.
—No estaba pensando en dejarla atrás. Además, aunque consiguiéramos que caminara, no estoy seguro de que lográsemos llegar al vehículo. —Logan, que de repente parecía más cansado que nunca, soltó un leve suspiro—. Iros.
—¿Qué? —preguntó Daxie, perpleja.
—Lo que habéis oído —nos miró—. Puedo contenerlos. Tomaos tiempo para llegar al transporte. No sé cuánto exactamente, pero algunos minutos os podré dar. Llevaos a Ann, llegad a ese transporte, localizad al maldito Abel y salvaos de este infierno. —Daxie comenzó a protestar, pero Logan la silenció—. ¡Es una orden!
Por un instante, pareció que Daxie iba a protestar de nuevo, pero repentinamente, y para mi asombro, se aproximó al enorme soldado y le dio un apasionado beso. Después le dijo adiós, se dio la vuelta y no volvió a mirar atrás. Yo contemplé un instante a Logan, le di las gracias y cargué con Ann para alcanzar a Daxie. Mi cabeza estaba a punto de estallar. No había terminado de asimilar que los muertos caminaban cuando murió Roberto, no había terminado de encajar la muerte de Roberto cuando cayó Fred y no había terminado de asumir esta última pérdida cuando Logan firmó su propia sentencia de muerte. Caminé todo lo rápido que el peso de Ann me permitía mientras Daxie iba limpiando el trayecto de los pocos monstruos que había desperdigados allí. Cuando la alcancé, vi los regueros de lágrimas que recorrían sus mejillas. Poco después comenzamos a oír el constante martilleo del arma de Logan en la lejanía.
Pocos minutos después vimos el transporte. Se trataba de una especie de camión metálico de ocho ruedas. Daxie dio una vuelta en torno a él para comprobar si había alguno de esos seres. Subí al asiento del piloto, Daxie se colocó al otro lado y sentamos a Ann en medio. De repente el ruido de disparos cesó. Sin poder evitar imaginarme la muerte de Logan, encendí como pude el vehículo y comencé el trayecto hacia el sector de criogenia.
10. «END»
El vehículo no era difícil de manejar y avanzaba a buena velocidad. Mientras íbamos dejando atrás el ruido de la marabunta de cadáveres que nos perseguía, en la relativa seguridad del interior de la cabina tuve oportunidad de pensar con relativa calma por primera vez en casi una hora entera. Poco a poco empezaron a cobrar sentido en mi cabeza los hechos acaecidos tan recientemente y, cuando quise darme cuenta, estaba llorando. Logan, Roberto, Fred y probablemente también Xiang y el Káiser. Era como una horrible pesadilla de la que no podía despertar. En ese instante los focos del vehículo iluminaron a una de aquellas criaturas, pero no alteré el rumbo y la pasé por encima. El ruido de sus huesos mientras eran destrozados por las ruedas de nuestro transporte resultó repugnante, pero también reconfortante. A fin de cuentas, esos cabrones nos lo habían quitado todo.
El túnel se prolongó lo que supongo que serían unos pocos kilómetros. Por el trayecto atropellamos a dos más de aquellas criaturas. Por fin llegamos a nuestro objetivo, la sección de criogenia. No sin mucha reticencia decidimos descender del vehículo. En primer lugar Daxie, rifle en mano, y después yo cargando con Ann. Cada vez me preocupaba más la médico, que ahora lucía una extraña sonrisa en su rostro. Intenté hablar con ella pero no respondía. Era siniestra.
El túnel proseguía hasta perderse en la distancia. A la derecha del camión había una puerta de seguridad, y enfrente, otra. Desactivamos los cierres manuales y la puerta ascendió lentamente con un ruido chirriante. Mi linterna alumbró un macabro rostro que carecía de ojos, orejas y labios, pero, antes de que pudiese reaccionar, aquel ser recibió en mitad de la cabeza el impacto de tres proyectiles procedentes del rifle de Daxie. Iluminamos con nuestras linternas la enorme sala: extensas filas de cápsulas de criogenia se perdían en la oscuridad. Se trataba de la sala de criogenia principal. No pude reprimir un escalofrío al observarlas mejor. Aquellas cápsulas se habían descongelado, pero no abierto. Decenas de esqueletos podían verse a través de los cristales de seguridad. Por la parte interior se veían marcas ensangrentadas, y en algunas se intuía la estela sanguinolenta de dedos o manos, como si alguien hubiese intentado arañar el panel transparente; por la parte de fuera aparecían manchas similares. Resultaba horrible imaginarse la escena: despertarse encerrado, sin poder salir y con aquellas criaturas intentando acceder hasta ti y devorarte. Los pobres ni siquiera tenían medios para suicidarse.
Intentando eliminar esas ideas de mi cabeza me centré en el mapa. Tan sólo nos quedaba pasar esa sala y recorrer dos pasillos. El problema era que veía puertas abriéndose y cerrándose en la zona. Se lo comuniqué a Daxie y su única reacción ante mi aviso fue recargar el arma. Avanzamos, Daxie en primer lugar y yo cargando con Ann detrás. Alcanzamos el final de la sala y accedimos al pasillo. Unos metros más y tendríamos al bastardo de Abel en nuestras manos. Con aquello en mente, no me percaté del cambio de expresión de Ann y, pillándome por sorpresa, se zafó de mí arrojándome al suelo y salió corriendo en dirección contraria. Me puse en pie lo más rápido que pude y salí en su persecución. Ni siquiera fui del todo consciente de lo que hacía. Quizá, de haberme parado a pensar, la habría dejado ir… o tal vez no, quién sabe. Corrí tras ella, pero ya me llevaba ventaja. La luz que alumbraba a mi espalda me confirmó que Daxie venía tras de mí. Al cruzar la tercera puerta automática perdí a Ann de vista. Rápidamente miré mi portátil, obviando el terror que me provocaban las demás puertas abriéndose y cerrándose, y seguí el itinerario de apertura de puertas que partía de nuestro punto. Una sucesión de puertas se abrían y cerraban a mi paso y en el mapa, como un macabro juego del escondite. Finalmente, la última puerta que se abrió, según indicaba el mapa, era de una sala cerrada. Aceleré el paso al percatarme de que había puertas abriéndose a varios metros detrás de nosotros. Al fin, alcancé la sala en cuestión y, sin pensármelo dos veces, me precipité en ella para coger a Ann. Se me heló la sangre: ante mí tenía el cuerpo de Anneva tendido sobre el suelo con media docena de aquellas aberraciones devorándola. Cuando empezaban a alzar sus rostros y yo iniciaba un movimiento de retroceso, Daxie me alcanzó. Horrorizados ante la visión que teníamos ante nosotros, empezamos a dar la vuelta. Daxie realizó unos pocos disparos de rifle, pero no podíamos esperar, había más criaturas aproximándose. Avanzábamos de vuelta a nuestro sendero original con aquellas cosas pisándonos los talones cuando me percaté en el mapa de que la puerta siguiente a la que estábamos a punto de cruzar se abría. Frené en seco a Daxie. Tras un corto aviso, nos preparamos para defendernos o morir. Ella se preparó para recibir a nuestros nuevos perseguidores mientras yo encaraba el lado contrario, esperando con mi pistola a los que nos perseguían desde la sala. Ambas puertas se abrieron casi al unísono y empezaron a sonar disparos. Para mi asombro, los engendros que aparecieron por mi puerta empezaron a morir de certeros balazos en la cabeza. Ni siquiera tuve que usar mi pistola. Me giré y vi una escena que hizo que mi corazón diese un vuelco de alegría.
—Vamos, soldados. —El Káiser nos observaba—. Encontremos esa sala de criogenia.
Sin lograr librarme de mi estupefacción, retomé el camino hacia la cápsula. Mientras recorríamos el corto trayecto, el capitán nos explicó que, pese a no poder comunicarse con nosotros, sí nos escuchaba por el auricular. Y, en consecuencia, se dirigió hacia allí en cuanto se enteró de todo lo referente a Abel y la cápsula donde se encontraba congelado.
Con el Káiser a nuestro lado, el resto del camino fue más sencillo, o al menos a mí me lo pareció. Recorrimos los últimos metros que nos separaban de la sala de criogenia que contenía la cápsula 8139. En la estancia nos topamos con un infectado que cayó de una corta ráfaga del rifle del Káiser. La sala era pequeña, apenas contenía cuatro cápsulas, y sólo la de Abel estaba en uso. Dejé escapar un suspiro de alivio al verle aún congelado. A nuestras espaldas la marabunta de engendros del corredor principal parecía aproximarse.
—Cada vez están más cerca —el Káiser se giró hacia nosotros—. Despertadle e interrogadle, yo cubro el pasillo.
Me apresuré a acceder a los controles de la sala y comencé el proceso de descriogenización. Se trataba de un sistema antiguo, y tardaría diez minutos en abrirse. Así se lo comuniqué al capitán, que emitió un gruñido de asentimiento como única respuesta. Daxie se aproximó a la cápsula mientras yo activaba de manera manual los programas de descongelación. Siete minutos. Cinco. Tres. El Káiser empezó a efectuar disparos, el ejército de muertos parecía estar ya aquí. Dos minutos. Los disparos del Káiser cada vez eran más continuados. Por fin la cápsula se abrió y Daxie comenzó a zarandear al científico gritándole y golpeándole para despertarle. Yo empezaba a acercarme para ayudarla cuando de manera repentina el científico se arrojó sobre ella, la derribó al suelo y, antes de saber siquiera qué sucedía, le arrancó la yugular de una feroz dentellada. El muy bastardo se había congelado infectado. Comencé a retroceder. Ante mi aturdimiento, el científico que poseía las claves de nuestra salvación estaba literalmente devorándole la cara a Daxie mientras que a mi izquierda el Káiser comenzaba a verse abrumado por la horda de muertos que ansiaba devorarnos.
—¿Qué sucede ahí atrás?
El Káiser, centrado en su labor, no sabía qué acababa de suceder.
Mi mente comenzó a delirar. Sin saber muy bien por qué lo hacía, me quité el auricular y lo dejé caer. Me acerqué a un conducto de ventilación y huí.
Epílogo
De todo esto hace ya tres días. Mi huida fue corta e inútil. Los conductos de ventilación se estrecharon enseguida y tuve que salir de nuevo a los pasillos, aunque logré llegar hasta aquí esquivando las puertas que se abrían. Accedí a un colector de basura. Lo cerré en modo estancó. ¿Y todo para qué? Todos han muerto. Quizá habría podido ayudar al Káiser, y, aunque no hubiese podido, al menos habría muerto de un modo digno. Por el contrario, moriré encerrado entre basura. Lo que realmente me aterra y repugna es imaginarme a Daxie, Ann, el Káiser, Logan y Xiang deambulando por la nave, en un estado de «no vida», esperando nuevos visitantes de los que alimentarse. Incluso puede que alguno de ellos esté aporreando estas paredes ahora mismo. Roberto y Fred tuvieron más suerte.
Lo que finalmente me ha instado a plasmarlo todo por escrito son los datos que extraje del ordenador de Abel. He estado haciendo cálculos y contrastando datos. La automatización que preparó para la nave se basa en la búsqueda de nuevos sujetos. Siguiendo su rumbo, y en función de estos datos… Lo he comprendido. Hacia dónde se dirige. Si no me equivoco, llegará en tres o cuatro décadas. Se dirige a Tierra.
No tengo modo de enviar este mensaje, salvo uno. Fui un cobarde. Muchos murieron porque no reaccioné a tiempo, y abandoné al Káiser a su suerte. Espero redimirme con este acto. He programado la expulsión de basuras para mañana a esta hora. Vagaré muerto en el vacío espacial con este mensaje en mi terminal portátil. Confío en que alguien me localice y pueda avisar del desastre. Al sellar el lugar para evitar que entrasen, también bloqueé el suministro de oxígeno. Por suerte, moriré de asfixia progresiva mucho antes de salir al espacio.
Según mis cálculos, me quedan trece horas de vida. Fin de la entrada.