¡CLONK!

Sergio de Marcos

A mi familia, amigos y lectores, gracias.
Espero que disfrutéis de él.

¡Clonk! ¡Clonk! ¡Clonk! ¡Clonk!

Y así todo el día, hora tras hora, mañana y tarde. ¡Clonk! Ese ser golpeando al otro lado de la pared me huele, me siente y sabe que sigo vivo. ¡Clonk! Sólo entiende de vida, y la busca como la polilla la luz. No entiende de muros. ¡Clonk! No sabe que una pared lo suficientemente resistente nos separa. ¡Clonk! No entiende que chocando con la pared no consigue acercarse a mí. ¡Clonk! Si su cerebro no estuviera muerto, a lo mejor entendería que sólo tiene que abrir o derribar la puerta del pasillo. ¡Clonk! Haría lo mismo con la de la habitación en la que me hallo y sólo tendría una salida. ¡Clonk! Saltar desde el quinto piso en el que estamos. Y aun así. ¡Clonk! No sería una salida aunque estuviéramos en un primero, en la calle hay muchos más como él. ¡Clonk!

Al principio, los primeros dos días, cuando todavía disponía de toda la casa, ¡clonk!, vi a algún loco corriendo por la calle o tratando de subirse a un coche para escapar. ¡Clonk! Pero eso es lo último que debes hacer, el ruido llama su atención. ¡Clonk! Para cuando has arrancado el coche, ya han roto los cristales y te han cogido. ¡Clonk! El coche no es una buena idea. Además, las carreteras están colapsadas. ¡Clonk! Todos los viajeros buscan el calor de los que siguen vivos. ¡Clonk!

«No podía asegurar cuándo comenzó todo; el poco raciocinio que parece quedarme sugiere que fue hace unos seis días, aunque en mi cabeza parecen haber pasado semanas desde que las perdí. Era un domingo como otro cualquiera. Mi mujer, mi hija y yo nos habíamos vestido medio de etiqueta, como siempre, yo de traje, mi mujer con su vestido marrón de corte francés y mi hija con su vestido rojo favorito. Luego habíamos ido a misa, como casi todos, más por costumbre que por otra cosa.

»Todo comenzó para mí cuando el cura decía eso de “venga a nosotros tu reino”; en ese momento la puerta de la sacristía cayó al suelo retumbando por toda la iglesia y llamando la atención de todos los presentes. Pudimos ver cómo entraban tres vándalos, o por lo menos así nos lo pareció a los del fondo. Los de las primeras filas debieron de verlos claramente cubiertos de sangre y con algún miembro arrancado, ya que comenzaron a levantarse de los bancos aterrorizados, como esperando que alguien empezara a correr para seguir el ejemplo.

»Uno de los recién llegados se giró hacia la persona más cercana, que resultó ser el cura, y salió a media carrera hacia él. Jacobo, el cura rechonchete, gritó a los presentes: “¡¡Corred, hijos míos!!”, mientras él mismo salía de detrás del púlpito, aunque no le sirvió de mucho. Antes de salir corriendo, pude ver cómo le arrancaban parte del cuello de un mordisco. Fue entonces cuando cundió el pánico. Una cuarta parte de los presentes se quedó por el camino bajo los pies de la marabunta de gente aterrorizada. La gran mayoría de los demás murió en las calles, a la salida de misa, como ovejas en el matadero. Cogí a mi familia y los puse delante de mí a correr en dirección a nuestra casa: así podía ver cuánto se les acercaban y evitar que las cogieran. Todo fue frenéticamente rápido.

»Procuré mantener a mi mujer y a mi hija en el centro de la masa de gente. A nuestro alrededor, los conocidos de toda la vida, con los que crecimos, eran cazados por vecinos y amigos. Yo me decía que tenía que velar por mi familia, que no podía hacer nada por los caídos. La masa de gente comenzaba a verse mermada, de modo que pronto estaríamos a su alcance, pronto serían otros los que verían cómo éramos alcanzados por las mandíbulas hambrientas de los caídos.»

¡Clonk! ¿Por qué no morí en ese momento? ¡Clonk! ¿Por qué no pude ahorrarme este calvario que no conduce a ningún sitio? ¡Clonk! ¡Diosssssss!, ¡cállate ya! ¡Clonk! ¡Muérete de una vez y deja de moverte! ¡Clonk! Acaba ya con este tormento. ¡Clonk! Haz que caiga un rayo sobre él. ¡Clonk! O sobre mí, pero no te rías más. ¡Clonk!

Estoy vivo, sí. ¡Clonk! Pero más muerto que ellos, no puedo ni pensar con claridad. ¡Clonk! No ha pasado ni una semana y ya no recuerdo ni los nombres. ¡Clonk! Ni las caras. No es que no estén ahí, ¡clonk!, es que cada vez que trato de concentrarme en algo…, ¡clonk!, ese ruido me va minando hasta que desisto de puro cansancio. ¡Clonk!

Recordar lo ocurrido esta semana, ¡clonk!, es lo único que puedo hacer, ¡clonk! En realidad no lo hago conscientemente, ¡clonk!, sólo cierro los ojos y el repicar constante en la pared, ¡clonk!, me sumerge en la vorágine destructiva de estos días. ¡Clonk! Cierro los ojos y respiro profundamente. ¡Clonk!

«El caso es que esa vez creí que la suerte nos sonreía, ya que nuestros feroces enemigos fueron quedándose atrás con sus víctimas. Alguno nuevo se unía, pero enseguida cazaba a alguien y dejaba de seguirnos; de esta manera tan lamentable conseguimos salvarnos por el momento. Cuando quedábamos menos de diez personas y estábamos a menos de una manzana de nuestra casa, conseguimos dejar atrás a todos los muertos, por lo menos a los que nos seguían, porque en la calle había alguno delante de nosotros, pero no parecían habernos visto todavía.

»Fue entonces cuando David, el hermano de uno de mis mejores amigos de la infancia, nos instó a seguirle a su coche, un monovolumen con bastante capacidad que tenía aparcado allí mismo. Yo, en nombre de mi familia, me negué, no íbamos a caber todos; además, me veía más seguro en mi casa que en la calle rodeado de seres antiguamente conocidos pero que a fecha de hoy sólo me veían como un plato de comida muy suculento.

»Nos separamos de los demás y fuimos escondiéndonos tras los coches hasta llegar a nuestro portal al final de la calle. Resultó ser la mejor idea que había tenido en la vida. Apenas nos habíamos alejado cuando oí arrancar el coche. Lo oímos nosotros y todos los vecinos enloquecidos y ensangrentados de la calle, que salieron corriendo en dirección a él. Era nuestro momento, así que les indiqué a mi hija y mi mujer que aceleraran el paso. Yo fui volviendo la vista atrás esperando ver a David y los suyos alejándose con el coche, pero no llegaron ni a moverlo: los infectados rodearon el vehículo y sacaron a todos, uno por uno. Los gritos nos acompañaron hasta que doblamos la esquina, donde paramos a recuperar el aliento.

»Tras un par de segundos, pues no podíamos permitirnos más, me asomé a la reja del portal y vi a la familia del cuarto C, mordidos y cubiertos de sangre. Permanecían estáticos entre la puerta del portal y la reja exterior, donde estábamos, con la piel blanquecina y amoratada y la vista perdida en la nada.

»Indiqué a mi familia que se escondiera tras nuestro coche, que estaba aparcado junto al portal, mientras yo abría el portón exterior y llamaba la atención de los vecinos. De esta manera los alejaría lo suficiente para que entraran mi mujer y mi hija, luego volvería corriendo y cerraría la puerta. Con un poco de suerte, podríamos subir las escaleras sin percances, o no, pero de eso no me podía preocupar hasta estar dentro.

»Al principio todo parecía ir bien: abrí la puerta bruscamente dejando las llaves en la cerradura; al momento me miraron con una cara que no mostraba ira alguna, únicamente una profunda necesidad. No se comían entre ellos, parecía que sólo la carne viva, la sangre fluyendo, les atraía.

»Salieron a media carrera tras de mí; parecían algo entumecidos, de modo que sólo tenía que alejarlos un poco, pero antes de que pudiera pasar la esquina del portal, varios asomaron por ella. Yo iba mirando para atrás y, de no ser por el grito de alerta de mi hija, no habría conseguido esquivarlos. Jamás olvidaré su carita al darse cuenta de lo que había hecho; abrieron las puertas y se escondieron dentro. Deberían haber intentado correr, pues así, a lo mejor, las habría podido ayudar.

»Los muertos se volvieron y se echaron sobre el coche. Ocurrió todo tan rápido que no pude hacer nada por ellas. Me habría vuelto loco al verlas morir, así que corrí hacia el portal, cerré la puerta y me adentré en el edificio. »Subí las escaleras deseando encontrarme con uno de ellos para terminar así mi sufrimiento, pero no hubo suerte. Llegué a la puerta de mi casa y me encerré en el silencio de su recuerdo.

»Pasé ese día y el siguiente completamente aletargado viendo a mis vecinos y amigos deambulando por la calle en un estado lamentable: les faltaban miembros y parecían cubiertos de mordiscos. En varias ocasiones estuve a punto de saltar por el balcón, pero fui demasiado cobarde hasta para eso.»

¡Clonk! ¡Brumm! ¿Cómo?, el ruido ha parado. Ha variado y ha parado. Aleluya: paz, calma; cuando la locura ya tenía casi la batalla ganada, por fin un respiro. No sé si sería el hecho de no haber dormido en varios días o la ausencia de ese ruido monótonamente infernal, pero comenzaba a ver todo a mi alrededor con cierta luminosidad. A lo mejor se había agotado y por fin se había muerto del todo… Podría recuperar el piso, el agua y la comida. Ya me había olvidado, pero con el cese del ruido recuperé la sensación de dolor que me producían la acartonada boca y mi vacío estómago.

Además, podría limpiar un poco el cubo que me había servido estos días de váter, pues, a pesar de tener la ventana abierta de par en par y de que lo vaciaba constantemente en la calle, el hedor se hacía insoportable.

Quién sabe, a lo mejor sobrevivo a esta locura que me rodea. ¡Clonk! Era demasiado bonito para ser cierto. ¡Clonk! Cada vez tengo más claro que ese pequeño, ¡clonk!, monstruito acabará conmigo. ¡Clonk!

«La noche del segundo día me acerqué a la cocina: tenía una sed que dolía y no podía aguantar más sin beber ni comer; ya que no tenía valor para morir, de momento me ahorraría el sufrimiento físico, al menos mientras me duraran las reservas. Al abrir la nevera, se encendió la luz interior, iluminando parte del alféizar, y en ese momento me di cuenta: si yo había sobrevivido, quizá también algún vecino lo hubiese conseguido y estuviese escondido en su casa.

»Encendí los halógenos de la cocina y me asomé a la ventana. Lo que presencié me demostró que no quedaba nada vivo dentro de esas carcasas, sólo el ansia por la vida ajena.

»Resultó que no quedaba ningún vecino vivo. Poco a poco los cadáveres andantes se fueron asomando a las ventanas, con esa mirada de extrema necesidad, alargando los brazos para intentar llegar hasta mí, hasta lo que para ellos era la vida. Uno tras otro fueron cayendo al patio y todos, sin excepción, ya fuera andando o arrastrándose, se amontonaban al pie de mi ventana sin perderme de vista, con esos ojos que me suplicaban que compartiera mi vida con ellos. Pero no sería ese día, así que me alejé de la ventana y apagué la luz; me vendría bien dormir un poco.

»Otro gran error, no por las pesadillas —tuve unas cuantas—, sino por el último sueño, el último que me he permitido tener, pues desde entonces no he vuelto a dormir.

»Era domingo y nos levantábamos los tres vivos. Habíamos decidido tomarnos el día libre y nos habíamos ido al campo; disfrutábamos en el río, y mis dos princesas estaban más vivas que nunca. Antes de que pudiera darles un último abrazo y decirles lo mucho que las echaba de menos, me desperté y las volví a perder. En esa ocasión casi consigo saltar por el balcón.

»Pasé otro día medio comatoso en el sofá, tratando de convencerme de que no habría podido hacer nada, no habría podido salvar a ningún vecino, a ningún amigo, ni a mi mujer ni a mi hija. Fue a mí mismo al único que conseguí salvar y a la vez condenar para el resto de la vida, que por suerte parecía tener los días contados.

»En mitad de la noche oí un ruido, como un rascar de uñas sobre la madera, y pensé que podía tratarse de algún vecino muerto. Al instante me vino la idea a la cabeza: en realidad no había visto morir a ninguna de las dos… Tal vez en este caso los cristales habían aguantado y al oír la puerta cerrarse se habían alejado del coche dejándolas vivas, y ahora habían conseguido escapar y llegar a casa. Salí lo más rápido que pude sin hacer ruido y me asomé a la mirilla, pero no vi nada.

»El rascar seguía. Si era un monstruo y me descubría tras la puerta, podría echarla abajo y sería mi fin, pero si era alguno de mis soles… Tenía que comprobarlo. Si abría la puerta sólo un poquito, lo justo para ver quién era, podría cerrarla rápidamente y bloquearla con algo o abrirla del todo y recuperar algo de felicidad. Estaba decidido, sólo una rendija para poder comprobarlo. Error.

»Nada más abrir se abalanzó sobre mí con la boca abierta de par en par y la saliva, mezclada con sangre, goteando por la barbilla.

»Era una pequeña criatura infectada con unas ganas incontrolables de comerme y una fuerza superior a la mía. Sólo tenía un punto a mi favor: era algo torpe, y llevaba además la ropa hecha jirones, lo que le impedía moverse con toda la agilidad que habría querido. Así que la aparté hacia un lado fácilmente y, antes de que cayera al suelo, conseguí levantarme y escabullirme hasta el estudio. Nada más entrar, cerré la puerta tras de mí, coloqué una estantería como refuerzo y me senté a esperar. Al poco debió de olerme, sentirme, oírme, no sé cómo, pero comenzó a golpear la pared tratando de alcanzarme.»

¡Clonk! Las horas se sucedían, el día y la noche son ya casi lo mismo. ¡Clonk!, una sucesión de golpes constante, un recuerdo de aquello en lo que se ha convertido todo lo que me rodea. ¡Clonk! Traté inútilmente de leer alguno de los libros que tenía, ¡clonk!, pero mi persistente compañero hacía que fuera imposible concentrarse en cualquier cosa. Y así hasta hoy. ¡Clonk!

La falta de líquido acabará conmigo en un par de días a lo sumo. ¡Clonk! Con tanta agua y comida tan cerca, y sin poder alcanzarla. ¡Clonk! Al igual que mi compañero de piso, uno de los dos acabará alimentándose. ¡Clonk! O acabo con él o terminaré abriéndome las venas y la puerta para que deje de torturarme con su hambre. ¡Clonk!

Pero yo jamás he matado a alguien. ¡Clonk! Seré capaz de acabar con mi pequeña compañía. Técnicamente hablando, no es mala. ¡Clonk! Sólo tiene hambre, un hambre sin fin, sin fondo, lo he visto por la calle. ¡Clonk! Tras darse un festín con algún incauto, se levantan con la misma ansia en los ojos, ¡clonk!, como si no hubieran comido en décadas.

No tienen ningún control. ¡Clonk! Son seres sin cerebro que se limitan a destruir, no son las personas que eran antes. ¡Clonk! No merecen ninguna compasión, no están vivos, están muertos. ¡Clonk! Yo soy el que sigue vivo y tengo que continuar luchando por mantenerme así. ¡Clonk! Debo pasar página, dejar mis sentimientos atrás y seguir viviendo. ¡Clonk!

Si realmente lo voy a hacer, tendrá que ser ya, ¡clonk!, antes de que pierda el juicio del todo. ¡Clonk!, acabar con ese ser para poder seguir vivo. ¡Clonk! Al alba veré un nuevo día o presenciaré el último. ¡Clonk!

Por fin, ya sale el sol. ¡Clonk! Respiro profundamente varias veces mientras me digo que todo va a salir bien. ¡Clonk! Me quito la camiseta, rasgo un trozo para después y me hago un corte en la mano. ¡Clonk! Empapo la camiseta con mi sangre caliente y me tapo la herida con lo que queda de ella. ¡Clonk! Lo fácil ya está.

Asomo el cuerpo por la ventana y lanzo el trozo de tela al balcón. ¡Clonk! Surte efecto antes de lo que esperaba y me encuentro frente a ella otra vez, con sus harapos rojos hechos jirones. Antes de coger el trozo de tela, me ve y se gira, con esos ojos de suprema necesidad.

Para cuando soy capaz de recuperarme, está tratando de alcanzarme saltando por encima de la barandilla. Todo está llegando al final. Me echo para atrás y ella se adelanta para cogerme, pero no llega, se resbala y cae al vacío. Ya está, libre.

La cojo de la mano antes de que se caiga —qué padre no lo haría—; ya sé que está muerta, pero sigue siendo mi hija, no puedo fallarle otra vez, no puedo verla morir de nuevo sin hacer nada. Con su tremenda fuerza, se alza y me arranca de un mordisco medio antebrazo. La mano se me desprende del peso y ella cae… Ya no tengo futuro, así que la sigo en su último viaje.