LA ÚLTIMA BALADA DE XEOGLIA

Albert Sanz

A mi churri, familia, amigos, zombis, y en especial a Javier.

La nave surcaba el cosmos en una incansable búsqueda iniciada eones atrás. Miles de mundos visitados. Miles de civilizaciones contactadas. Pero ninguna morada donde echar raíces. Donde nacer, crecer, amar y morir. Ninguna… hasta ahora.

Klan’Xen, el piloto, se acercó a la consola para iniciar el descenso. Transformó su brazo en una cristalina barra rematada por varias puntas y lo introdujo en la vaporosa estructura rectangular. Ésta brilló con un fulgor verde iluminando la estancia. Las órdenes estaban fijadas y en unos minutos la nave arribaría a su destino.

Ante la excitación del momento, el joven metamorfo cambió de manera espontánea su estructura habitual, gelatinosa y azul, hacia algo de color violeta oscuro.

El resto de miembros de la tripulación compartían el mismo ánimo. Pocos eran los supervivientes entre los que iniciaran la búsqueda, y la avidez del día de partida se había transformado en ansia, en desespero por alcanzar un destino al fin. Tampoco pedían tanto: un sol radiante, un planeta con escasa capa de ozono y elevada concentración de radiación ultravioleta, su único alimento y sustento vital, tal y como les había urgido a evolucionar el crepúsculo de su mundo. Pero todos los planetas visitados que reunían las condiciones estaban habitados por seres belicosos que los expulsaban diezmando seriamente la población, o por entes que rechazaban la petición de asilo atendiendo a las más diversas razones. Sin embargo, ya no había posibilidad de retroceder. Ni toda su ciencia había podido salvar la vida del anciano y moribundo sol. Y la búsqueda había proseguido hasta hoy.

La información acerca del planeta era escasa. Su avanzada tecnología tan sólo les había permitido descubrir que cumplía las necesidades requeridas. La proximidad les había permitido una investigación más exhaustiva. Extrañas ruinas conformaban los restos de lo que pudieron ser las construcciones de sus antiguos moradores, y los expertos sospechaban que un cataclismo medioambiental había irrumpido devastando su civilización.

Pero lo que más les inquietaba era que los actuales habitantes no parecían hacer nada. Sólo se desplazaban erráticamente. No conocían ningún dato acerca de su economía, tipo de sociedad o desarrollo científico, pero no había muestras de belicosidad. Y para los xeoglianos, era suficiente. Habían superado tiempo atrás todas las diferencias sociales hasta convertirse en la perfecta utopía. Y no iban a imponerse nunca sobre nadie.

La gigantesca nave se posó a varios kilómetros de la superficie y extendió su sombra como un abrupto eclipse sobre una gran zona del planeta.

Un haz de luz púrpura de varios metros de circunferencia surgió del vientre de la colosal bestia metálica hasta tocar tierra. El emocionado Klan’Xen descendió por él. Le había sido concedido el sagrado honor de ser quien entablara el primer contacto. Tras caminar unos metros en su forma original, adoptó una constitución antropomórfica similar sin perder su esencia gelatinosa y azulada. Varios de los lugareños se congregaron en las inmediaciones y se acercaron tímida y curiosamente hasta él. El más cercano, con aspecto sucio y andrajoso, emitió un espectacular gemido y propinó un mordisco al recién creado brazo del piloto. La sucia dentadura atravesó sin esfuerzo alguno la mano, llevándose consigo un trozo.

El ser se quedó parado. Con una de sus manos extrajo de la boca el trozo, lo observó extrañado y lo dejó caer mientras daba la vuelta y se marchaba.

Klan’Xen lo comprendió al instante. Acababa de verificar que se trataba de una cultura menos evolucionada que la suya. Por tanto, debía comunicarse a la antigua usanza con esos seres. El habla se había atrofiado tras el desarrollo de la telepatía. Además, la vía que había tomado su evolución les compensaba con notorias ventajas, como no sentir dolor ante la dentellada sufrida.

Debía transformarse en uno de aquellos seres, remedando con la mayor fidelidad su tejido nervioso. El resto de compañeros hicieron lo mismo, pero nunca antes habían experimentado el convertirse en una criatura de una complejidad tan absurda como aquélla, y, en este caso, el retroceso a su estado original requeriría varias horas.

El joven contempló sus manos, que le parecieron extrañamente delicadas.

Se estremeció al verse envuelto por una ráfaga de aire frío. Nunca antes había tenido tan activo el sentido del tacto. Le asaltaban innumerables olores, y se iba familiarizando con la sensación de luchar contra la gravedad en lugar de dejarse llevar por ella. Se sentía fuerte, y por unos instantes sopesó la posibilidad de mantener esa apariencia más allá de lo estipulado como razonable.

El sentimiento de emoción que le embargaba también producía cambios en su nuevo cuerpo, no tan exagerados como los propios de su estado original pero también excitantes, como una mueca facial arqueando los labios hacia arriba, la humedad en las manos o el intenso y rítmico golpeteo en el tórax.

Agitó las manos y comenzó a gemir acercándose hasta ellos, mientras tres compañeros más emergieron de dentro del rayo. El nativo se detuvo y dio media vuelta alertado por el ruido. Algo parecido a una sonrisa como la del visitante se dibujó en su rostro, viendo cómo éste agitaba las manos aún más hasta acercarse tanto que casi estaba a punto de tocarle. Ante su sorpresa, le sujetó con firmeza una de las muñecas. El joven xeogliano se dejó llevar pensando que se trataba de algún tipo de saludo y permitió que durante unos segundos olisqueara el brazo esperando el mordisco como antes había ocurrido.

Sintió un atroz e inesperado dolor al ver que el pulgar y la mitad del índice habían desaparecido. Atemorizado, se dejó caer al suelo mientras observaba cómo su mano sangraba en abundancia. El atacante tragó, se relamió y comprobó con estupor y satisfacción cómo, desde lo más profundo de su ser, regresaba el ansia por la carne fresca, el impulso de anular toda forma de vida. Una voz interior acallada por siglos de abstinencia.

Klan’Xen se puso en pie con esfuerzo justo para volver a caer ante el empujón de la criatura, que comenzó a morder con desesperación su pecho para después pasar al cuello. El metamorfo gritó con todas sus fuerzas mientras su cuerpo se retorcía con violentos espasmos. Parte de su cuerpo volvió a su estado original, confiriéndole un aspecto grotesco, mezcla de las dos razas. Y, finalmente, los temblores cesaron y la vida dejó de habitar en su cuerpo.

La bestia no pudo finalizar el banquete en esas condiciones. No era de su agrado, así que fue directo hacia el chorro de luz siguiendo a la horda de sus compañeros.

Xeoglia, la más antigua y sabia de las civilizaciones que hubiera conocido el universo, se precipitaba a su extinción. El eterno éxodo había tenido un desenlace brusco, inesperado… y doloroso, muy doloroso.