Sobre zombis, no muertos, antropófagos, infectados y otras criaturas comedoras de carne humana, corredoras o no.
Cuando Romero creó el zombi devorador de carne humana en 1968 —y no digo antropófago porque para mí no son humanos—, no se imaginaba hasta dónde llegaría su creación.
Con el devenir de los años, los muertos vivientes se han convertido en las criaturas favoritas de muchos… entre los que me encuentro. Y si, pese a que La noche de los muertos vivientes tiene claras similitudes con Soy leyenda de Matheson (maestro entre otros de Stephen King) o El día de los trífidos de Wyndham, fue él quien nos mostró a este ser por primera vez como algo terrorífico e implacable. «Algo» que sólo ansía carne humana para «alimentarse», «algo» que te quiere, que te desea y que anhela que tú formes parte de él. Eso sí, desde su estómago.
La intención de Romero era hacer una crítica de la sociedad de la época por medio de estas criaturas; con el tiempo, el mensaje se ha perdido, pero los zombis continúan.
Recuerdo el día en que estos seres me dejaron pasmado y se convirtieron en una «obsesión» para mí: la Nochevieja del 83. En la anodina programación característica de estas fechas, un videoclip impactante llamó poderosamente mi atención: Thriller, de Michael Jackson. Desde ese momento —bendito y terrorífico momento—, aquellas criaturas que se levantaban de sus tumbas, que vestían ropas andrajosas y que se movían como no volverían a hacerlo hasta El regreso de los muertos vivientes, de O’Banon, me robaron parte de mi corazón. Aquello ocurrió en los años ochenta, y hoy en día, los zombis, «podridos», «caminantes», «zetas» o como se les quiera llamar, han pasado a formar parte de nuestra cultura y son por sí mismos un icono popular en toda regla.
Me entra nostalgia al rememorar esos tiempos en los que lo único que teníamos disponible para ver eran películas del maestro Romero, que se visionaban una y otra vez hasta que la cinta de VHS quedaba para el arrastre. No había libros de zombis, por lo menos en España, y, si los había, mi inglés en aquella época era como mi manejo del klingon.
Con los cómics poco se podía hacer: con suerte, en el Zona 84, el Cimoc o el Creepy salía alguna historia de zombis, pero era más fácil no soliviantar a un wookie jugando al ajedrez espacial que toparse con una.
Respecto a los videojuegos, salvo que te pusieras en la piel de un intrépido caballero que los mataba y estuvieras dispuesto a que los recreativos se zamparan la paga del domingo sin darte cuenta —ya que la dificultad era absurda—, poco se podía encontrar. Y, como suele pasar en un Apocalipsis Z, los cambios llegaron despacio, hasta que ya fue imposible controlarlos…
En 1996, Capcom, que a mi parecer es el padre adoptivo de la criatura, sacó un juego que los hizo despertar de nuevo: Resident Evil. Cuando lo vi por primera vez, no podía creérmelo; había zombis, pero de verdad. Del estilo Romero: se movían lentamente, te mordían, en algunos momentos eran muchos, y ¡leche!… ¡daban miedo de verdad y te atacaban los nervios! Sin duda éste es el momento que marca su reaparición: habían vuelto, y esta vez para quedarse. La factura técnica del juego y su elaborado argumento nos encandilaron. Los pusieron en boca de todos, y pasaron a ser algo rentable, que es en realidad lo que interesa, ya que en esta sociedad consumista, por muy bien que esté algo, si no da dinero, directamente cae en el olvido más absoluto. Desde ese momento, el zombi es una constante en el mundo de los videojuegos.
En el séptimo arte, salvo algunos títulos de interés —que no míticos; lo siento, pero una pelea entre un tiburón tigre y un zombi no me parece para nada serio—, había poco que ver. Pero un día brillante —tuvo que ser brillante—, un director se sacó de la manga una película de zombis que no son zombis, porque son infectados, y que encima corrían que se las pelaban. Su nombre: Danny Boyle. Y si Shinji Mikami, creador de Resident Evil, se convirtió en el padre adoptivo en el mundo de los videojuegos, él era el padrastro que transformó al niño en el cine. Al igual que Romero, no creo que él fuese consciente de la que iba a liar, ni de que su película picaría el gusanillo de aquél y le incitaría a volver a ponerse detrás de la cámara para deleitarnos con su criatura de nuevo… Así llegó La tierra de los muertos.
Tras ésta, y de la mano de Snyder y su remake El amanecer de los muertos, tendríamos una de zombis corredores de verdad, en la que se nos mostró que si los zombis corren, ya sí que no hay escapatoria posible. Shaun of the dead —lástima de traducción que le hizo perder toda la gracia— dio origen a la Zombedia, con permiso de La divertida noche de los muertos vivientes. Y así llegamos al día de hoy, cuando las producciones de calidad aparecen por —o asolan— todo el mundo: Solos en Chile, La Horde en Francia, Dead Snow en Finlandia, y un largo etcétera que ha contribuido a que el cine zombi esté más vivo que nunca (aunque la frase resulte un tanto paradójica).
En los cómics siempre han existido historias de «zombis». Los primeros aparecieron en Vault of Horror, Tales from the Crypt o The Haunt of Fear, que ya forman parte de las obras maestras de este arte. Tras el éxito de Resident Evil, aparecieron más, versiones de los juegos incluidas, pero su calidad dejaba mucho que desear. Con este panorama, si querías leer cómics de zombis, tenías que tirar de Previews, porque aquí lo poco que llegaba mejor era dejarlo «quietecito» en la estantería y gastar el dinero en otra cosa.
Pero un día brillante —también tuvo que ser brillante—, un señor llamado Robert Kirkman llegó… ¡y cómo llegó! Dejó a todo el mundo con la boca abierta y consciente de que desde ese día cualquier historia de zombis publicada en formato cómic sería incapaz de superar a su historia. Simplemente leyendo el prólogo supe que aquello iba a ser grande, y muchos números después sigue siéndolo.
Y llegamos a la literatura, que es lo que realmente nos interesa, más que nada porque lo que tenéis entre las manos es un libro, y salvo que estéis leyendo este prólogo en una librería por todo el morro —cosa que me halaga igualmente—, eso significa que lo habéis comprado para disfrutar de él.
Para mí, el punto de inflexión tiene nombre y apellido, curiosamente, el de uno de los grandes directores que el cine ha dado: Max Brooks. El hijo del creador de El jovencito Frankenstein nos ha enseñado cómo sobrevivir a los zombis, de modo que con su guía, si llega el momento, podremos salir victoriosos del ataque de las hordas de caminantes. Pero por si esto fuera poco, nos mostró de la forma más realista cómo sobreviviría la humanidad al Apocalipsis Z.
Estos dos libros marcaron un antes y un después; se convirtieron en superventas, arrasaron en todo el mundo y han hecho que gente que jamás se acercaría al género ahora sienta curiosidad y quiera saber más de estos pesadillescos seres.
Y aunque esto es lo que se ve, lo que siempre queda detrás somos los fans de los podridos que los leemos, visionamos, jugamos e incluso nos disfrazamos de ellos, dejando a la gente con cara de «pero qué co…». Estos fans han tomado la iniciativa y, a falta de historias, han decidido crear las suyas y darlas a conocer a todos aquellos que los leían en foros como Somos leyenda, por ejemplo. Este libro quiere dar a conocer a todo el mundo parte de estos relatos que han sido creados por ellos y cuya calidad y originalidad han sorprendido al que escribe este prólogo.
Éste es vuestro granito de arena al género y vuestro homenaje a las criaturas que pueblan vuestras pesadillas. Si algo bueno tenemos los fans de los zombis, es que somos fieles: los queremos estén de moda o no, y quizá seamos los únicos que discutimos sobre planes de supervivencia en caso de producirse un Apocalipsis zombi.
Si eres uno de nosotros seguro que algo nuevo aprenderás en estas páginas, y si no, bienvenido y pregúntate una cosa… ¿estás preparado para el día en que los muertos se levanten?
Gracias, Vicente, por dar vida a este sueño.
Álvaro Fuentes García