VI
ALAN elevó la voz, y sus palabras retumbaron en las paredes de la abovedada pieza:
Brilla, brilla, estrella de oro,
Te alcanzaré aunque estés tan lejos.
Cierra mi boca, halla mi cabeza,
Encuentra un gusano que tenga rayas rojas,
Dalo de comer a la concha de la tortuga,
Y échate a dormir, pues todo irá bien.
No ocurrió nada.
Alan cantó el segundo verso, y tampoco ocurrió nada.
—¿Crees que, si ahora salimos, los hussires dejarán libres a todos los humanos? —preguntó Mara, dudosa.
—¡Eso es una tontería! —dijo Alan, mirando por la ventana a la multitud de hussires que llenaban ahora el parque—. Se trata de una adivinanza. ¡Hay que hacer lo que dice!
—¿Pero cómo? ¿Qué es lo que significa?
—Tiene algo que ver con la Torre de la Estrella —dijo Alan pensativamente—. Quizá la estrella de oro signifique la Torre de la Estrella, aunque yo siempre pensé que significaba la estrella dorada que se ve en la parte sur del cielo. De todos modos, llegamos a la Torre de la Estrella, y es tonto pensar en alcanzar una estrella verdadera. Tomemos el siguiente verso: Cierra mi boca, halla mi cabeza. ¿Cómo puede cerrarse la boca de nadie antes de hallar su cabeza?
—Nosotros tuvimos que cerrar la puerta de la Torre de la Estrella antes de poder subir hasta aquí —se atrevió a decir Mara.
—¡Eso es! —exclamó Alan—. Ahora encontremos un gusano que tenga rayas rojas.
Buscaron por toda la gran piedra, por debajo de las extrañas camas torcidas que podían moverse hacia adelante y convertirse en sillones, y detrás de aquellos raros objetos que estaban por todas partes en el suelo. La parte inferior de la pared estaba llena de cajones, y los fueron sacando uno por uno.
En un momento determinado, Mara dejó caer un pequeño disco de metal, que se abrió al chocar contra el suelo. Un delgado carrete, se desprendió de él, y una cinta blanca se desenrolló.
—¡Un gusano! —gritó Alan—. ¡Hay que encontrar uno que tenga rayas rojas!
Abrieron discos y más discos..., y finalmente, allí estaba: una cinta cruzada diagonalmente con rayas rojas. Había letras en el disco de metal, y Mara deletreó:
—Emergencia. Tierra. Despegue automático.
Ninguno de los dos podía imaginar lo que significaba, así que se pusieron a buscar la concha de la tortuga..., y, naturalmente, esta no podía ser más que el objeto transparente, de forma redondeada, que se encontraba en una especie de pedestal, entre las dos camas-sillones.
Fue complicado intentar dar de comer el gusano de rayas rojas a la concha de la tortuga, ya que la única abertura de esta se hallaba en la parte inferior, a un lado. Pero con Alan tumbado en una de las camas-sillones, y Mara tumbada en la otra, y trabajando juntos, consiguieron introducir una punta del gusano dentro de la boca de la tortuga.
Inmediatamente, la concha de la tortuga empezó a engullir el gusano de rayas rojas, con un golpetear que duró unos momentos y que fue ahogado por un poderoso rugido muy abajo, en las entrañas de la Torre de la Estrella.
Las ventanas que miraban hacia el parque florecieron con una llama casi demasiado brillante para los ojos humanos, y las luces de Falklyn comenzaron a desaparecer de las otras ventanas alrededor de la bóveda.
Muchos meses después, se acordarían del segundo verso de la Canción. Penetrarían en una de las estancias marcadas con una cruz, se clavarían con los insectos agujas hipodérmicas, y caerían en el sueño de la animación suspendida.
Pero ahora estaban desnudos, acostados e inconscientes, en la cabina de control de una nave que aceleraba. A causa de la brisa ocasionada por los acondicionadores de aire, el mensaje de la Seda para la Tierra tremolaba en la garganta de Alan.