Sweet Savage
Lexi Ryan
Roxanna Montane había encontrado oficialmente el cielo en la tierra con la perspectiva desde la ventana de su oficina provisional. Con una mano, sostenía el teléfono móvil, mientras presionaba la yema de los dedos de la otra contra el cristal, como si pudiera tocar a los hombres del campo de abajo.
“¿Me estás diciendo que en este mismo momento tienes un primer plano del culo de Tyson Friday?”, preguntó su amiga Kerri.
Los ojos de Roxanna encontraron el número treinta y cuatro sin problemas. “En este momento, un entrenador pelirrojo está prácticamente tumbado sobre él, estirandole el tendón de la rodilla, creo.”
“Perro afortunado”, masculló Kerri.
“Es un tío.”
“Me da lo mismo.”
Roxanna se rió y toqueteó la persiana vertical parcialmente cerrada de la que se había aprovechado diariamente durante su primera semana aquí. Debería usarla de nuevo. En esos listones largos de plástico blanco estaba su única esperanza de conseguir cualquier trabajo real.
Desafortunadamente, no había sido capaz de cerrarlos desde que los futbolistas de los St. Louis Savages habían llegado al campo de entrenamiento hace dos días.
“Dime que ves ahora”, exigió Kerri.
“Podrás verlo tú misma en unas horas.”
Kerri gimió. “Estoy como una niña la noche antes de Navidad.”
Roxanna comprendía lo que quería decir. Ella misma se sentía como una adicta a la comida basura en el Wonka World. Excepto que en vez de por la comida basura, tenía debilidad por un culo masculino delicioso. Y allí estaba, un bufete de primera de “todo lo que puedes desear y más”, culo grado A, extendiéndose ante ella en el campo.
“Bueno, si eres una buena chica, y no te quejas demasiado”, le dijo a Kerri. “Te dejaré comer en la cafetería con el equipo.” No es que Roxanna siempre comiera allí. Cuando Tyson Friday se le cruzaba en la línea de visión, su mandíbula tendía a desencajarse ante su gracia al caminar.
Preferiría evitar esa clase de vergüenza.
“En ese caso”, Kerri dijo, “mejor me voy. No quiero arruinar mis posibilidades.”
Roxanna se echó a reír. “Hasta pronto.”
“Nos vemos, Roxy”, respondió Kerri antes de desconectar.
Nadie excepto Kerri llamaba a Roxanna, “Roxy”. Pero a ella, le gustaba. Quería ser la mujer en la que pensaba cuando oía ese nombre.
Roxanna se había encontrado con Tyson Friday corriendo en el aparcamiento esta mañana. Desde entonces, “Roxy” había estado rogando salir a jugar. La había estado irritando con palabras sexys e imágenes prohibidas. La alcanzaban tan claramente que estaba especialmente caliente.
Quería escribirlo, quería perderse en un mundo de fantasía con Tyson, con su Mustang rojo y la clase de movimientos que no enseñan en el campo de entrenamiento. Abrió el cajón del escritorio para coger su cuaderno.
No estaba allí.
Sus ojos se abrieron. No, ella no podía haberlo perdido. Era demasiado privado, y también… muy humillante perder algo así. Miró en los archivos, desesperada porque el pequeño cuaderno negro, con espiral en el lateral apareciera en seguida.
Había comenzado el diario como un mecanismo de defensa. Ver a Tyson Friday el tres veces mejor corredor de Pro Bowl y más hermoso hombre del planeta, corriendo justo alrededor de su oficina con aquellos pantaloncitos de fútbol ajustados, era más de lo que cualquier mujer sana podía manejar. El diario, había razonado, le daría una liberación, una salida para toda la energía sexual reprimida.
“Hey, cariño, ¿cómo estás esta mañana?”
Con una velocidad sorprendente, la cabeza de Roxanna reaccionó ante el sonido de la voz de su padre. Ella deslizó el cajón cerrándolo, cesando su frenética búsqueda. “Hola, papá”, contestó.
“¿Cómo está mi chica esta mañana?”, le preguntó, tomándose un momento para observar a sus jugadores en el campo de abajo.
“Muy bien.”
Se volvió, y la miró con cautela. “Uno siempre se siente un poco fuera de lugar en esta época del año, ¿no?”
Ella sacudió la cabeza. Sí, cuando era una torpe adolescente de quince años, se había sentido terriblemente fuera de lugar siguiendo a su padre al campamento de verano de entrenamiento. Sin embargo, con veintiséis años, su incomodidad procedía de algo totalmente distinto.
“Estoy bien”, le aseguró ella.
“Esta es mi Anna Banana”, dijo él. “Siempre con una actitud positiva.”
Anna Banana.
La única cosa remotamente sexy que Fiana Truman había dado a su hija fue el nombre de Roxanna. Francamente, Roxanna habría preferido las piernas de corista de Fiana o sus pechos “abre bocas masculinas”. Incluso se habría conformado con su lírica risa o su sonrisa frívola. Pero ella no heredado ninguna de esas cosas de su madre. Lo único que la ex-animadora de los Cowboys le había dado, antes de abandonarla a cambio de una vida más exótica, libre de bebé, fue un nombre con algo de atractivo potencial. Potencial que su padre destrozó al encontrar el más inofensivo apodo de colegiala posible. Anna.
Sabía sin lugar a dudas que, en sus fantasías descuidadamente garabateadas, el hombre de sus sueños la habría llamado Roxy y no Anna. Ya que Anna era la hija del entrenador Montane, la remilgada, la correcta, lo apropiado, la agradable angelito de papá. Si hubiera habido una categoría para ella en la escuela secundaria, Anna habría sido votada “la chica con mayor probabilidad de morir virgen”. Anna nunca tendría a un futbolista profesional, o a ningún hombre, en realidad, montándoselo con ella en un ascensor público.
Aquella clase de comportamiento pertenecía a Roxy, y Roxy sólo existía en el papel.
Papel que estaba actualmente desaparecido.
¿Se había llevado el cuaderno a casa anoche? Recordaba claramente haberlo metido en el bolso. Tal vez lo habría dejado en su coche.
Cogió las llaves y corrió al aparcamiento, desesperada por algo de tranquilidad, sin atisbo de la fantasía de esta mañana.Escuchar
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***********
“Roxy” tenía a Tyson más caliente que un adolescente con su primer ejemplar de Playboy. Mientras se secaba con la toalla, sus ojos volvieron al pequeño cuaderno negro que había metido en el casillero antes del entrenamiento. Lástima que su contenido todavía siguiera achicharrándole tanto el cerebro que apenas había sido capaz de concentrarse en las nuevas tácticas que estaban ensayando.
Lo había encontrado tirado en el aparcamiento de grava esta mañana, un cuaderno que hacía la crónica de una serie de rápidos encuentros entre una tal ardiente Roxy y él. Quienquiera que fuera esta Roxy, los describía follando por todas partes. Ella había escrito sobre él levantándole la falda y tomándola en un ascensor, en el campo de entrenamiento, bajo las gradas. Su imaginación era vívida y desenfadadamente gráfica.
Echando un vistazo rápido en todas direcciones para confirmar que era el último jugador en el vestuario, sacó el cuaderno de su armario, y se sentó en el banco, volviendo a la página donde se había quedado antes.
Al igual que todas las entradas anteriores, tenía título. La escritura femenina de la parte superior de de la página decía simplemente “El vestuario.”
Se suponía que el equipo no llegaría en las próximas veinticuatro horas. Entré en el vestuario buscando un poco de intimidad. No quería escuchar las tontas risas del personal femenino, intercambiando sus fantasías mientras se duchaban tras el entrenamiento. Quería estar a solas con mis propias ilusiones, y ya que el vestuario de los jugadores estaba fuera del límite de todo el personal, sabía que era el lugar para hacerlo.
Me quité los pantalones de yoga y la parte de arriba, luego caminé bajo la ducha caliente y comencé a hacer espuma con el jabón entre las manos. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso con el deseo de Tyson, y mientras la ducha caliente caía sobre mí, me recordé que él estaría aquí muy pronto. Y muy pronto estaría dentro de mí.
Mis manos enjabonadas trazaron un camino por mi cuerpo descendiendo a la fuente de mi tensión. Deje que los dedos se deslizaran entre mis piernas, donde el clítoris estaba hinchado, palpitante…
Le sentí incluso antes de oír el sonido de sus pasos.
Abrí los ojos y mis manos se aquietaron. “Tyson.”
Estaba desnudo y sudoroso, como si él, también, justo acabara de entrenar. Era enorme, del modo en que sólo un deportista profesional puede serlo, amplios hombros que me recordaban un tiempo en el que los hombros masculinos eran usados para transportar algo más que una pelota y un ego. Un Neanderthal en su fuerza, absorbiendo totalmente el espacio de la habitación.
Caminó por detrás de mí, presionando su duro cuerpo contra el mío. “No te pares por mi culpa”, susurró, sus labios ya en mi cuello.
“¿Por qué conformarme con la fantasía, cuando puedo tener lo real?”, murmuré.
Me di la vuelta y no vaciló antes de presionarme contra la fría y resbaladiza pared. Me estremecí, pero no fue por la baldosa fría en la espalda, sino por el calor encendido de sus ojos.
Envolví las piernas alrededor de él y hundí los dedos en su grueso pelo oscuro.
Sus grandes manos me ahuecaban el culo, sus dedos se me clavaban en los cachetes.
Su erección era firme e insistente entre mis piernas, mientras sus labios devoraban los míos, explorándome con la lengua. Moviendo al mismo ritmo los dedos y la lengua.
“Roxy”, susurró, su aliento en mi oído.
Su dedo trazó la curva de mi culo, mi pliegue, hasta resbalar por debajo y sumergirse en mi sedoso calor.
Su gemido contra mi boca fue gutural, y su erección se puso más dura, más fuerte. Yo lo deseaba en mi interior..
El sonido de una puerta de armario cerrándose de golpe rebotó en las paredes. Alguien había entrado en el cuarto de duchas. Yo no sabía quién era. No podía prestar atención a nada más que a nuestras bocas unidas, al dedo moviéndose lentamente, rítmicamente dentro de mí.
Nuestro invitado se aclaró la garganta.
Tyson se alejó, pero no apartó su mirada de la mía mientras decía “Márchese.”
De repente, yo estaba desesperada. “Ahora”, rogué.
“¿Qué, cariño?”
“Te deseo dentro de mí. Ahora.”
Tyson obedeció, ajustando nuestros cuerpos sin perder tiempo, y entonces, Dios mío, entonces él me llenaba, me llenaba y murmuraba mi nombre en mi oído.
“Roxy…”
“¿Ty?”
El sonido de su nombre le sobresaltó, devolviéndole a la realidad del vestuario vacío.
“¿Vienes a comer?” Phillip, un jugador de línea defensiva, le preguntó desde la puerta.
“Sí”. Tyson suspiró antes de agarrar sus vaqueros. Echó un vistazo hacia abajo, a lo que las palabras de Roxy habían hecho con él. “Dame un minuto. Te encontraré allí.”
Y lo haría. Iría a la cafetería, donde el personal y los jugadores comían juntos mientras duraba el campamento de entrenamiento, y averiguaría quién era Roxy.
***********
Mientras sus compañeros de equipo se mantenían ocupados tomando el pelo a un defensa novato, Ty exploraba la cafetería. No conocía los nombres de todos los miembros del personal, pero pensó que podría encontrar a la autora del cuaderno por un proceso de eliminación, sin más. Sería incapaz de concentrarse en su juego hasta que resolviera el misterio.
“Hey”, dijo Phillip, haciendo callar al resto de los tipos y dando un codazo a un jugador de línea defensiva junto a él, que estaba justo contando una historia obscena de un club de striptease. Phillip saludó con la cabeza a la hija del entrenador, esta se acercaba a su mesa con una mujer que Ty no reconoció.
Todos los hombres se enderezaron, Montana, el entrenador los había aterrorizado si no actuaban como completos caballeros alrededor de su “Anna”.
Ty se agitó un poco, aunque no por motivos que sus compañeros de equipo hubieran imaginado.
Ty pensaba que todo el mundo tenía un punto débil. Algunos de sus compañeros tenían debilidad por la cerveza, otros por mujeres fáciles. Infierno, conocía a unos pocos defensas que tenían que trabajar en su debilidad por los donuts. Pero, ¿Ty? Ty tenía una debilidad por lo remilgado, lo correcto, lo estudioso, mujeres “bibliotecarias que esperaban que sucediera algo”. No es que se dejara llevar mucho por su inclinación, ya que esas mujeres no solían ser las que se esperaban ver fuera de los vestuarios tras los partidos.
Pero Anna Montana tenía cada pedacito de esa clase de mujer, desde el pelo castaño mantenido apartado por un práctico prendedor en la base de su cuello, a la forma en que siempre se mantenía cubierta del cuello a las rodillas. Ella se alejaba de ellos. No comía con los jugadores al igual que hacían otros empleados o trataba de tomar ventaja de su fácil acceso a ellos.
Ella también era la hija del entrenador.
Todo esto le hacía desearla más. Nunca entendió por qué los otros chicos no compartían su fascinación. ¿Qué excitación ofrecía una mujer cuyos pechos ya estaban asomando por su camiseta? Tal vez todo volvía a lo prohibido, pero las mujeres como Anna… ellas tenían secretos.
En más de una ocasión, Ty había desnudado mentalmente a la hija del entrenador, su imaginación siempre encontraba algo atractivo por debajo de la ropa. Una vez, había aparecido en un partido de desempate con un jersey rojo de cuello alto de los Savages y unos Levis oscuros. Durante el calentamiento, sus ojos se deberían haber desviado a las animadoras del equipo o a las chicas de las gradas con los pechos casi desnudos, pero no podía apartar los ojos lejos de Anna. La había desnudado mentalmente al menos veinte veces durante aquel partido. Y no importaba el empeño que había puesto en tratar de imaginar algo menos atractivo, cada vez veía un picardías negro bajo aquella indumentaria de mamá de fútbol suburbano.
En otra ocasión, ella había llevado un vestido negro de manga largay que llegaba hasta el suelo a un acto formal de los Savages. Durante toda la noche, no había oído una sola palabra de lo que le decía su cita porque había sido incapaz de sacarse de la cabeza la idea de que ella estaba desnuda bajo ese sencillo vestido.
Era absurdo. Los otros jugadores no tenían que preocuparse por sentirse atraídos por la hija del entrenador. No tenían que preocuparse de lo que sucedería con sus carreras si seducían al bebé del entrenador. No es que ellos no pensaran que era atractiva. Simplemente no la registraban en sus radares.
Cabrones con suerte.
Era inusitado en ella acercarse a los jugadores para cualquier cosa que no fuera hablar de relaciones públicas. Incluso entonces, hablaba directamente con sus agentes por lo general.
Pero, ahora, Anna y su amiga estaban de pie nerviosas al final de la larga mesa, y gracias a la sobreprotección del entrenador, todos los hombres estaban tan malditamente preocupados por ofenderla como para siquiera abrir la boca y decir “hola”.
Ty sacudió la cabeza a sus compañeros de equipo y le dirigió una sonrisa. “Hey, Anna.”
La pelirroja al lado de Anna chilló un poco, y Anna sacudió la cabeza.
“Siento molestaros chicos”, dijo Anna. “Pero esta es mi amiga Kerri, y le prometí presentarle a la mejor ofensiva de la NFL”
Ty miró a los hombres mientras valoraban a Kerri, dirigiendo sus ojos a su bonita cara y curvas antes de brindarle sus sonrisas de deportistas bobos y darle la bienvenida al campo de entrenamiento.
Anna se inquietó, sin molestarse en ocultar su prisa por huir. “Bien, no queremos interrumpir vuestro almuerzo, así que nos iremos.”
“No”, contestó Phillip, convirtiendo su sonrisa de rueda de prensa en un completo bombardeo a Kerri. “Tenemos espacio. Quedaos y comed con nosotros.”
“Tal vez las señoras tienen otros planes, Phil”, dijo Ty, tratando de dar a Anna la salida que parecía desesperada por conseguir.
“No tenemos planes”, respondió deprisa Kerri, escabulléndose rápidamente alrededor de la mesa para sentarse al lado de Phil. Luego dio palmaditas en el espacio entre ella y Ty, y miró hacia Anna.
“Es muy amable por tu parte invitarnos”, dijo Anna en voz baja, pero su renuencia estaba clara cuando se colocó en el asiento.
“No te veo por aquí a menudo”, dijo Ty suavemente. Tal vez una conversación educada sería capaz de alejar su mente de adivinar qué llevaba debajo de esa camiseta roja de cuello alto. Pero era demasiado tarde. Él ya lo había decidido. Encaje. Del mismo color que la camiseta. Pero un encaje lo suficientemente fino para poder ver sus pezones a través de él cuando estuviera excitada.
“Estoy bastante ocupada. El día de los medios de comunicación es en una semana. Es más fácil trabajar durante el almuerzo”, dijo, sin apartar los ojos de la superficie de mesa frente a ella.
“¿Sabes lo que creo?” Él no pudo evitarlo. Puso las yemas de los dedos bajo su barbilla y se la giró para que lo enfrentara.
La boca de ella se abrió en una pequeña O y su lengua salió como una flecha para mojarle los labios.
Jesús. Dejo caer su mano.
“Dime”, contestó ella.
Ty tragó y continuó. “Pienso que te ponemos nerviosa.” El bajó la voz y ladeó la cabeza, sin saber por qué estaba tan decidido a conseguir que se relajara. “Pero te prometo que los chicos están más nerviosos que tú.”
Su mirada recorrió la longitud de la mesa y sus cejas se juntaron. “¿Por qué podría yo ponerlos nerviosos?”
Ty se rió suavemente. “El entrenador Montane ha puesto el temor de Dios en ellos. Tienen miedo de poder decirte algo incorrecto.”
Anna se tapó la cara con la mano. “Es un poco sobreprotector.”
“No, él simplemente aún no ha asimilado que su niña ha crecido”.
Desde el otro lado de la mesa, Drew Wethers dirigió a Ty una mirada que decía: ¿Qué demonios estás haciendo? No era una pregunta disparatada. Pero, infiernos, no podía dejar a la mujer allí sentada sintiéndose torpe e incómoda.
Porque entonces ella nunca volvería.
“No te preocupes por mi padre”.
Kerri sobrepasó con los ojos a Anna para mirar a Ty. “El entrenador no entiende a Roxy.”
Ty se calló.
“¿Quién es Roxy?”, preguntó Phillip.
Kerri se rió y dio un codazo a Anna que estaba apretando sus ojos cerrados como si estuviera deseando estar en cualquier otro lugar.
“Kerri”, advirtió Anna.
Kerri no hizo caso. “El verdadero nombre de Anna es Roxanna. ‘Roxy’ es como se llama la ‘verdadera’ Anna, la mujer que a su padre le gusta fingir que no existe.” Sacudió la cabeza. “A sus ojos, Anna todavía tiene doce años.”
Los chicos empezaron a hablar acerca de sus sentimientos sobre la protección de sus hijas y sobrinas, pero Ty no les hacía caso. Estaba demasiado ocupado ahogándose en su fantasía hecha realidad.
Anna era Roxy.
Mierda santa.
Eso significaba que ese cuaderno era producto de la hiperactiva Señorita Remilgada y, Dios mío, su intensa imaginación.
Querido Dios, estaba en problemas. Había jugado como el infierno este mañana, distraído por las palabras y fantasías de una mujer sin rostro. Pero ahora sabía que las imágenes habían sido creadas por una mujer con la que él ya había tenido su propia ronda de fantasías.
Y era la hija del entrenador.
***********
Roxanna cerró con llave su oficina antes de dirigirse hacia los ascensores. Había llegado felizmente al final de otra semana de tortura. Había hecho todo lo posible para preparar el día de los medios de comunicación y ahora estaba lista para marcharse a casa. Se serviría un gran vaso de vino y se daría un baño de burbujas. ¿Y si sus pensamientos se perdían en cierto corredor moreno de ojos verdes? Que así fuera. Sus propias manos eran un sustituto lamentable de la realidad, pero se lo montaría sola, malditamente caliente al pensar en Ty, en esas grandes manos, esos ojos, ese cuerpo sólido, y como se sentiría sobre el suyo…
Bueno, esta línea de pensamiento era exactamente el tipo de cosas que habían hecho tan difícil hacer su trabajo esta semana. Y ella sabía que era la insatisfacción sexual la que alimentaba su imaginación hiperactiva, pero podría haber jurado que los ojos de él estaban en llamas cuando había entrado corriendo en la oficina de su padre hoy. Por lo tanto, en el almuerzo, cuando debería haber estado destrozando la oficina para buscar su cuaderno desaparecido, en su lugar, había estado pensando en él. Había comenzado un nuevo cuaderno con un capítulo que había titulado simplemente “En el Escritorio”.
Mientras entraba en el ascensor, las imágenes que había garabateado cruzaron por su mente. Jadeó entrecortadamente mientras las puertas se cerraban.
Apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. El viejo ascensor gemía, comenzando su lenta bajada de once pisos.
Había escrito sobre Tyson otra vez. Siempre Tyson. Pero esta vez, estaban en su oficina.
Las imágenes que había descrito con palabras pasaron ante ella.
Tyson rodeando su lado del escritorio, subiéndola sobre este. Tyson empujando sus dedos dentro de ella y susurrándole al oído. La amenaza de alguien entrando en la habitación, o de alguien en el campo de abajo alzando la vista descubriéndola, con las piernas extendidas, el sexo expuesto mientras él introducía los dedos en su interior.
Sus dedos rozaron su propia mejilla, deslizándose hasta los senos. Sus pezones reaccionaron al ligero toque a través de la camisa de seda y el fino encaje del sujetador.
El la atormentaría con sus dedos hasta que no pudiera soportarlo más, y en ese momento se deslizaría en ella, grueso y duro y…
El ascensor se detuvo demasiado pronto y comenzó a dejar caer su mano. Las puertas se abrieron. ¿No había sido la última en abandonar las oficinas esta noche?
Entonces, el objeto de su fantasía atravesó lentamente las puertas, y un pequeño, tortuoso gemido se escapó de su boca.
Los labios de Ty se contrajeron en una mueca de diversión cuando la vio.
¿Qué era tan gracioso? ¿Podría leer su mente? ¿Acaso sus mejillas ruborizadas delataban que había estado fantaseando en el viaje en ascensor?
Ella esperaba que se girara y mirara amablemente los números sobre la puerta como haría cualquier persona normal.
En cambio, cruzó el pequeño espacio, acercándose directamente a ella, recordándole demasiado otra fantasía, la última que había escrito en su cuaderno antes de perderlo. La que había titulado “En el ascensor”.
Su mente era racional. Tenía que haber una explicación para su proximidad. Tal vez necesitaba decirle algo. Tal vez había una pelusa en su camisa y se la iba a quitar.
Pero su cuerpo no era tan razonable, y cuando estuvo en frente a ella, con escasos centímetros entre sus cuerpos, su estómago comenzó a actuar como un gimnasta a la carrera, saltando en todas las direcciones. Denso calor líquido se reunía en su centro, escurriéndose más abajo, arrastrándose hacia los músculos que ya temblaban entre sus piernas.
Las puertas se cerraron.
“Hey, T-Tyson”, logró decir.
Sus ojos se oscurecieron a un esmeralda más profundo, más oscuro. ¿Estaba enfadado? Su fija mirada intransigente atrapando la de ella… y luego bajó a sus labios.
Querido Dios.
Su lengua instintivamente salió disparada para mojarse los labios secos por esa mirada abrasadora.
Extendió la mano y sus gruesos dedos se posaron repentinamente sobre los botones de su blanca camisa almidonada.
Ella tragó cuando el dolor débil, que palpitaba entre sus piernas, se convirtió en una sensación pulsátil insistente.
¿Qué estaba haciendo él?
Con un movimiento de los dedos, abrió el botón de arriba, y sus ojos volvieron a ella, desafiándola a detenerle.
No se atrevió.
El trazó la clavícula con la áspera punta del dedo de una mano, mientras la otra iba a trabajar en el siguiente botón. Ella se quedó inmóvil. Con miedo de moverse. Miedo de respirar. Las yemas de sus dedos bajaron un poco más, rozando la piel sensible entre sus pechos. Se quedó sin aliento. No había nada tan inocente en la fantasía del ascensor… y sin embargo…
El aliento retenido escapó como un gemido suave. Su expresión feroz se hizo casi juguetona durante un momento, pero se puso serio de nuevo mientras sus ojos seguían a sus manos, que ya habían llegado hasta el botón del ombligo. La recorrió con la mirada, y volvió a subir, estudiando su sostén de encaje blanco.
Su respiración era pesada y estaba desesperada. Sólo quedaba un botón para liberarla de la camisa, un solo botón para que sus dedos pudieran emprender tareas mucho más importantes.
Él estaba observando el anillo de rubí en su ombligo. Lo tocó durante un delirante segundo y después sonrió de verdad. Entonces la sorprendió como el infierno al dejarse caer de rodillas y succionar la pequeña joya en su boca, tirando ligeramente, haciendo que le flotara la cabeza y sus rodillas se tambalearan.
Metió la lengua en su ombligo, probándola, jugueteando. Ella metió los dedos entre el pelo grueso, oscuro de él y se agarró cuando explotaron chispas de placer atravesándola. Pero, Dios, deseaba más. Mucho, mucho más.
Como si leyera su pensamiento, él se puso de pie de repente. Le retiró la camisa de los hombros, lo que provocó que los brazos se le quedaran atrapados a ambos lados, le subió la falda y encajó sus piernas alrededor de su cintura. No la estaba penetrando. No, eso sería demasiado fácil. Eso podría terminar con la tortura. En su lugar, la apretó contra la pared y colocó la mano entre ellos. Cuando la ahuecó, ella vio de refilón la puerta del ascensor abierta tras él, y el salvajismo de la situación, el tabú de ser atrapada medio desnuda en medio de un orgasmo, la hizo volar en pedazos antes de que estuviera preparada para ello.
Echó la cabeza hacia atrás y se meció descaradamente contra su mano mientras montaba su orgasmo.
Tal vez debería estar avergonzada, avergonzada por haber hecho todo esto, avergonzada por haberse corrido sin que siquiera hubiera metido un dedo en su interior. Pero cuando volvió a la realidad, miró sus ojos. El calor y la lujuria que vio allí únicamente consiguieron despertar su hambre por más.
***********
Anna era más sexy de lo que había imaginado que podría ser Roxy.
Después de luchar con este asunto durante toda la semana, Tyson había decidido que iba a devolverle su diario. Y dejar que pasara lo que tuviese que pasar. Pero primero pediría permiso al entrenador para salir con su hija. No esperaba que se lo tomara demasiado bien, pero era lo correcto y el entrenador lo respetaría por esto… con el tiempo.
Sin embargo, sus planes se fueron al infierno cuando esta noche subió al ascensor y Anna estaba allí. Tenía escrito sexo por todo su rostro. Ni siquiera había pensado cuando se acercó a ella y le desabotonó la camisa poco a poco. Simplemente escuchó cada instinto que había estado ignorando todo este tiempo.
Y ahora, después de deshacerse en sus brazos, se mecía contra su mano otra vez, desafiándolo a que continuara.
Se inclinó hacia delante y besó la marca de nacimiento que tenía en la clavícula. “Roxy”, dijo, murmurando el nombre que había estado rondándole por la cabeza toda la semana.
Ella dio un suspiro fuerte, irregular. “¿Cómo me llamaste?”. La pregunta salió entre un gemido desesperado.
“Roxy”, repitió él.
Ella sonrió y dirigió una mano a su pecho. “Sólo Kerri me llama así.”
El levantó una ceja. “No, creo que yo también te llamo así. Al menos, te gusta imaginar que lo hago.”
Anna empujó su pecho con la palma de la mano y él retrocedió, sonriéndole, observando cómo se ruborizaba.
“Tú robaste mi cuaderno”, susurró ella.
“Lo encontré.”
“Devuélvemelo.”
“Ahora no finjas que lo sientes”. De todos modos, no lo creería.
“No”, dijo ella, bajando las piernas de su cintura. “Estoy decepcionada.”
El arqueó una ceja. “¿Cómo es eso?”
“Si leíste mi cuaderno, entonces sabes lo que deseo realmente.”
Un nanosegundo antes de que pudiera registrarlo, sus manos estaban en su cinturón, sus dedos buscando su cremallera.
Oh, Jesús.
Con la boca contra su oído, su aliento caliente, ásperas palabras. “Si leíste mi cuaderno”, dijo, liberándole la polla de los pantalones y envolviendo una mano alrededor de ella. “Entonces sabrás que te deseo dentro de mí.”
El gimió y se movió en su mano, amando la sensación de los dedos alrededor de su erección. “No puedo.”
“Oh, sí, olvidé que tu eres un modelo de auto-control”, le dijo al oído.
“Tu padre…”
“No está aquí.”
“Él…”
“Nunca me dejaría seguir en este trabajo si supiera lo que te obligué a hacerme.”
“¿Y qué, exactamente, crees que vas a obligarme hacer?”
Ella tragó. “Creo que ya lo sabes.”
Se rió entre dientes. “Oh, no, tú no estás haciendo que sea fácil.”
“¿Por favor?” Buscó en su bolso y le entregó un condón.
Se lo puso y abandonó todos sus planes cuidadosamente preparados mientras se inclinaba hacia adelante para susurrarle al oído. “Pienso que quieres que te folle”, dijo, deslizándole las bragas desde la cintura.
Ella se las sacó y arqueó las caderas, buscándole, pero no entró en ella.
“Creo que quieres que te folle aquí mismo, justo contra esta pared.”
Ella gimió, tirando de él, haciendo rodar sus caderas y frotándose con su polla. “Por favor.”
“Creo que quieres que te folle aquí mismo, donde cualquiera podría entrar y ver lo maravillosa que eres realmente”. Deslizó las manos alrededor de su culo, levantándola, colocándola. Entonces, cuando la bajó sobre su eje, le dijo, “Creo que quieres que te haga correrte.”
Anna gritó de placer, rompiéndose en el momento en que la polla presionó profundamente dentro de ella. Su coño le apretó con tanta fuerza, que casi perdió también el control en ese momento, pero se contuvo. La condujo por aquel orgasmo y las réplicas, provocándole otro más. Sólo cuando ella se corrió una segunda vez, Ty se dejó ir, dejó escapar el control al ritmo de las contracciones de su coño alrededor del pene.
Ella suavemente le pasó las uñas de arriba abajo por la espalda y le besó los hombros antes de soltarse de su abrazo.
Mantenía la mirada baja mientras se abrochaba la camisa y se ajustaba la falda alrededor de las caderas. “Gracias.”
El ladeó la cabeza y le levantó la barbilla para que lo mirara. “¿Gracias?”
Ella sonrió, pero era forzado. “Por supuesto”.
Esto le hizo sonreír a él también. “¿Estás diciendo que has terminado conmigo?”
“Exacto. Simplemente entrégame el cuaderno y no habrá razón alguna para que tengamos que hablar de esto otra vez.”
El asintió con la cabeza lentamente, observando su cara mientras ella evitaba mirarle a los ojos. Era una contradicción. Anna-Roxy. ¿Quién era, en realidad?
No podía esperar para averiguarlo.
Se acercó a la bolsa que había dejado caer al lado de la puerta del ascensor y abrió la cremallera. Cuando sacó la libreta del fondo, ella intentó alcanzarla, él la retiró y la sostuvo fuera de su alcance.
“Oh, no, no lo harás.”
“Tyson.”
“Sólo mi madre me llama Tyson, Roxy.”
“Ty”, dijo ella, hablando tan dulcemente como pudo, “Por favor devuélveme el cuaderno ahora”.
“Claro”. Se giró hacia la entrada del ascensor y arrancó dos páginas que sostenía.
Ella abrió la boca y levantó las manos hacia el cielo. “¿Qué…?”
El no podría haber evitado la risita que marcó sus labios mientras llenaba de páginas sus manos levantadas. “Te devolveré estas dos. Las demás tendrás que ganártelas fantasía a fantasía.”
Anna puso los brazos en jarra y entrecerró los ojos, indignada. “¿Me estas chantajeando para que me acueste contigo? ¿No te preocupa que mi padre lo averigüe?”
“No, Rox. Creo que tú eres la única que se preocupa por eso.” Golpeó el botón para abrir la puerta. El timbre sonó y las puertas se abrieron. “Sólo te estoy ofreciendo la oportunidad por la que has estado muriéndote.” Entonces, con un guiño, agarró su bolso y se fue, dejando el reto flotando en el aire entre ellos y esperando como el infierno que ella lo aceptara.
FIN