¿Por qué tiene que llevar Pantalones Cortos?. Dawn Jackson
“Si ustedes se presentan este fin de semana, pasan el curso.” El profesor Garner , de espaldas, siguió escribiendo en la pizarra. “No lo hacen, y habrán malgastado tanto su tiempo como el mío.”
Sus manos son enormes. Cecilia parpadeó, mirándole dibujar trazos con la tiza de arriba abajo del tablero. Si tan sólo pudiera verlo sin ese traje, podría comprobar si el resto de él estaba a la altura de los sueños mojados que llevaba teniendo durante el último mes y medio y en los que participaban también esas manos.
“Esto no es una reunión social, amigos. Vamos allí para trabajar, y trabajar mucho. Van a ensuciarse las manos.”
¿Acaba de leer mi pensamiento? Ella rompió su lápiz en dos y echó a su compañera de habitación una mirada desagradable. Seis semanas. Ella se había sentado en cada conferencia. Datación por radiocarbono, el fascinante mundo de las hogueras y sí, la identificación de las fuentes de alimentación mediante el análisis de heces. Mierda. Lo que sea. Bueno, esto indicaba lo desesperada que estaba. ¿A quién le importaba? Él ni siquiera sabía que ella existía.
Sopló e hizo volar el flequillo de su frente. Una excursión. Si ella hubiera estado prestando un poco de atención, podría saber adónde. Dondequiera que fuera, fastidiaría su vida durante las próximas dos semanas. Tendría que tomar vacaciones de su trabajo de jornada completa. Se suponía que esta clase iba a ser sólo un compromiso nocturno. Un curso fácil, créditos fáciles que necesitaba para terminar su licenciatura y un poco de tiempo para fantasear con el profesor. Incluso si era el único sexo que había tenido en los últimos nueve meses, ficticio, pero mejor que nada. Ahora estaría alrededor de él, día y noche, durante dos semanas. Su libido enloquecería. Maldita sea.
Megan dijo que no se arrepentiría de elegir esta clase. Antropología 101. Sí, bien. El profesor resultó ser una gran distracción, a pesar de que no podía ver demasiado de él por cómo vestía.
Era un milagro que no se cayera muerto de calor. Cecilia se movió en su asiento y bostezó. Sólo mirarlo con su traje hizo que comenzara su comezón. Quería quitársela como fuera.
“¿Tenemos que ponerla al día, Srta. Thompson?”
“No, profesor.”
“Este es un descubrimiento apasionante. Las cuevas únicamente fueron descubiertas recientemente tras un terremoto. Hemos recibido luz verde de que es seguro continuar. Usted será una de las primeras personas en pisarlas después de diez mil años”. Sus ojos prácticamente brillaban por el entusiasmo. “Las pinturas de las paredes son tan frescas que parecen que fueron creadas ayer. Conseguiremos una mejor comprensión de esa gente, de dónde vienen, y de cómo evolucionaron socialmente. Me han dicho que algunas de las imágenes apuntan a que cruzaron un paso terrestre. Un equipo de arqueólogos ha estado en ese lugar durante los dos últimos meses.”
“Apasionante”, masculló Cecilia.
“Lo es.”
Maldita sea, tiene un gran oído.
“El equipo cuenta con representantes de varios museos y universidades de todo el mundo para excavar y documentar. Algunos de los principales arqueólogos y antropólogos del país estarán allí. Ustedes podrán codearse, comer y vivir con ellos. Esta es una oportunidad única en la vida. He emparejado a cada uno de ustedes con uno de ellos. Su trabajo será observarlos y ayudarles en todo lo que necesiten.”
Cecilia podía imaginar a los arrugados vejestorios a los que estarían ayudando. Oh sí, sólo deseaba arrastrarse por una cueva con ellos. Su vida amorosa a la mierda. Detestaba ir de acampada y odiaba los sitios oscuros y pequeños. Y había poco que pudiera cambiar su opinión al respecto.
Se estremeció al pensar en las otras cosas que podrían arrastrarse por la cueva con ella, a saber, arañas y serpientes.
Si advirtió su falta de interés, no lo demostró. Siguió, el entusiasmo creciendo en su voz. “Voy a pasar una lista. Asegúrense de llevar ropa para clima cálido, protector solar y una chaqueta. Está caliente y seco en la superficie, pero en las cuevas, se puede sentir un poco de frío. Cuando terminen, las cuevas serán selladas para su conservación. Nosotros podríamos ser los últimos ojos que vieran esas fantásticas obras de arte.”
Bien, ¿así que un cavernícola estampó huellas de sus manos ensangrentadas en las paredes y se suponía que ella debía emocionarse por ello? Cecilia suspiró. Tenía que aprobar esta clase. Si fracasaba, podía decir adiós a los créditos fáciles y tendría que gastar más tiempo y dinero para terminar lo que había comenzado. Sería la última vez que hacía caso al consejo de alguien de veintidós años, que pensaba que era una buena idea “soltarse el pelo” y escoger una clase por motivos distintos a aprender.
“Cada año, elijo un ayudante personal. Este año para nuestra excavación, la Srta. Thompson me va a acompañar.”
Cecilia se enderezó. ¿Qué? ¿Acababa de decir lo que pensaba que había dicho? Ahora la tortura estaría justo a su lado, un recordatorio constante de su grave falta de relaciones sexuales. ¿Por qué diablos quería él que fuera su ayudante? No la había mirado siquiera a los ojos antes de hoy. Dos semanas formando pareja con un hombre que ni siquiera la veía, no estaba en lo más alto de la lista de cosas que hacer. Independientemente de si ella tenía algo para él. “Profesor, no estoy segura de ser la persona adecuada para este honor.”
“Escogí a la persona correcta.”
“Sí.” Ella jugueteaba con el lápiz en su escritorio. Sal de esto, puedes derrumbarte. “Tengo claustrofobia.”
“Eso no supondrá ningún problema. La cueva es enorme. Hay todo un pueblo dentro de la cámara principal, con habitaciones de adobe independientes. Todas, como si acabaran de construirse. Lo rodea un lago seco. Los depósitos de minerales, sugieren que fue geotérmico en algún momento. Una ciudad cubierta climatizada. Usted no se sentirá agobiada en lo más mínimo por la gente, y sus expertos conocimientos de dibujo serán inestimables en la sección que vamos a trabajar.” El profesor se paseaba por el pasillo hacia ella.
¿Expertos conocimientos? ¿Quién le dijo que podía dibujar?
Él le arrebató el garabato de su escritorio, echó un vistazo a una caricatura de sí mismo y le devolvió la mirada. La comisura de sus labios se torció. “Inestimable.”
***********
“No puedo creerme que te escuchara.” Cecilia dejó caer sus bolsas en el asfalto caliente y se despejó el pelo del cuello. No habían entrado aún en el desierto y ella ya se estaba derritiendo. Y para empeorar las cosas, Megan seguía hablando acerca de lo caliente que era su compañero. Lo último en lo que Cecilia quería pensar era en algo caliente. Su objetivo era mantenerse enfocada en aprobar.
“Te lo digo, está buenísimo. ¡Oh, Dios mío! Ambas estamos de suerte”. Megan le dio un codazo a Cecilia en las costillas. “Mira a los profesores. ¿Quién lo hubiera pensado?”
Cecilia siguió la mirada de Megan a través del aparcamiento, donde el profesor Garner metía el equipo en la parte trasera de un robusto vehículo. Botas de montaña, camiseta. Duro. Inesperado. Caliente. Los pantalones cortos de color caqui exponían unos maravillosos muslos y un culo, normalmente cubierto por su remilgado y políticamente correcto atuendo de catedrático. La temperatura exterior se elevó otros veinte grados y Cecilia rompió a sudar. “Dulce madre. ¿Desde cuándo los profesores empezaron a parecerse a esto?”
“Brooke me dijo que escala los fines de semana. Mira esas piernas. Creo que voy a desmayarme.”
¿Brooke? ¿Qué sabría Brooke? La pequeña chismosa. Cecilia lanzó una dura mirada a Megan. “Contente, te va a oír.”
“A su edad, tendría suerte de escuchar cualquier cosa.”
“No es tan viejo. Cuarenta, cuarenta y cinco. Y tiene un oído fantástico.”
“Para alguien de tu avanzada edad, no.”
“No soy tan vieja. Dios, uno pensaría que soy una solterona por la manera en que Brooke y tu habláis de mí.” Cecilia ladeó la cabeza, estudiando a su inesperadamente provocativo maestro. “¿Cuál es la probabilidad de que el resto de él luzca igual de bien? Tiene unas piernas estupendas, lo reconozco, pero mira lo que hace para ganarse la vida. Sabes que no puede tener el pack completo. Es un profesor. Probablemente estará flácido bajo esa camiseta”, masculló Cecilia, esperando tener razón. Fingir que era viejo y poco atractivo era la única manera en la que había conseguido centrarse en la clase hasta la fecha. Sus manos ya habían sido suficiente distracción. Ahora tendría que añadir a la lista las piernas y el culo. Si el resto de su cuerpo se parecía a en lo que se había quedado pegada su mirada, estaba con toda seguridad en problemas. Tenía que boicotear esta imagen.
Luego, para demostrar que estaba equivocada, el profesor Garner se dio la vuelta y se levantó la camiseta para secarse el sudor del rostro, exponiendo un musculoso conjunto de abdominales y el estómago con forma de tabla de lavar. Cecilia parpadeó. “Cristo.”
“No, pero yo diría que, definitivamente, ha sido bendecido. Tienes que conseguir verle desnudo y hacerme un informe completo después.”
“¿Qué?” Cecilia se giró de nuevo hacia Megan. “¿De qué demonios estás hablando?”
“No me digas que no quieres tenerle desnudo. Incluso una mujer joven puede apreciarlo. Yo lo hago. La mitad de la clase lo apreciaría. Además, no es que haya mucha diferencia con tu edad.”
“No soy una señora mayor”. Ella tenía treinta y dos años. No es que fuera una niña, pero esto no la cualificaba para pertenecer a la AARP[3]. Podía apreciar a un profesor atractivo tanto como una estudiante joven. El levantó la cabeza y la miró directamente. Su corazón le saltó en la garganta. Se dirigió hacia ellas. “Yo… ¡Ah! Mierda, viene hacia aquí.”
Megan se echó a reír. “Vamos, toma una para el grupo.”
“¿Qué tomé qué para el grupo?” El profesor Garner se acercó, quitándose sus gafas de sol. Ojos de lapislázuli. Cecilia cerró la boca esperando que no se le cayera la lengua. Su mirada era mucho más intensa sin sus gruesas gafas. Más sexy. El cuerpo de Cecilia reaccionó a él. Sus muslos se apretaron, su estómago se tensó y ella apretó su móvil, casi rompiéndolo. Querido Dios. Ese no era el hombre del traje de tweed de la clase. Era un orgasmo andante, a punto de ocurrir. Cecilia tragó y forzó una sonrisa en su rostro, fijándose en su teléfono. Una excusa. Gracias a Dios.
“Una cámara. Voy a tomar una foto del grupo.” Una excusa poco convincente. Por alguna razón había sonado mejor en su cabeza.
“Una foto.” Las comisuras de sus labios se contrajeron.
El estomagó de Cecilia rodó. Las cosas que un hombre podría hacer con una boca como esa. Su cuerpo era impresionante, sus ojos electrizantes, pero aquella boca le hacía pensar en un montón de cosas traviesas. Y aquellas manos. Santo Dios, aquellas manos. Siempre había tenido un fetichismo especial con las manos grandes. Y las suyas eran excepcionales. Podría ahuecar su culo perfectamente, envolverlas alrededor de su cintura, acariciarla de modos en que ella sólo había soñado durante las últimas seis semanas. Sería un milagro que pasara su clase. Lo único en lo que podía pensar, cuando ese hombre estaba en la misma habitación, era en sexo. Y todo a causa de esas manos. La intensa mirada de Cecilia bajó hasta su ingle y la cremallera de los cortos pantalones caqui, o lo que estaba debajo de ella. ¿Serían otras partes como…?
Él se aclaró la garganta y volvió a mirar hacia arriba. No, no, no. No me ha pillado comiéndomelo con los ojos. No digas nada, mantén la calma. Tal vez no se dio cuenta.
El levantó una ceja y su cara se inundó de calor. ¡Ah, mierda! Me vio.
“No dentro de las cuevas. La tribu de la reserva no permite fotografías. Todas las imágenes tendrán que ser documentadas y pintadas a mano. Es parte del acuerdo para conseguir obtener acceso. Estaremos en tierra sagrada.” Asintió con la cabeza a su teléfono. “Si eso tiene una cámara, no puede traerlo.”
“Sí, pero no fotografiaré en las cuevas.”
“No lo llevará de todas formas.” Un fuerte golpe sonó detrás de ellos y el profesor Garner giró sobre sus talones para gritar a un par de estudiantes que lanzaban una caja en la parte trasera del camión. “Oigan. Es equipo delicado.”
Megan arrancó el teléfono de la mano de Cecilia y tomó una foto de su culo mientras se alejaba. “Un recuerdo.”
Ahora que ella lo había visto en esos malditos pantalones cortos, pensaría en muchas más endemoniadas cosas que aquellas manos. Cecilia se lo arrebató de nuevo. “¿Qué estás haciendo? Podría darse cuenta.”
“Si tu hubieras sacado la foto, habrías tardado más.”
Cecilia contempló la pantalla y sonrió. “No importa. Buen disparo.”
***********
“Así que, Srta. Thomson, ¿qué está haciendo en mi clase?” El profesor Garner, viró la camioneta, tomando la curva un poco más rápido de lo necesario. La parte trasera patinó a través de los surcos del camino, despidiéndola de su asiento hacia territorio peligroso.
Cecilia se aferró a la puerta y tiró, poniendo más espacio entre ellos. Lo último que necesitaba era saltar a su regazo. Echó un vistazo al lateral del camino. Ningún carril, gran caída, carretera estrecha. Su piel se estremeció y la imperiosa necesidad de largarse la golpeó, de nuevo. Junto con las arañas y serpientes, ella odiaba las alturas. Mucho.
“¿Y bien?”
“¿Qué?”
“Me preguntaba por qué eligió mi clase. No parece lo más mínimamente interesada en el plan de estudios.”
“Pensé…” Ella apretó su agarre cuando el camión se acercó al precipicio. El polvo del vehículo que iba delante creaba una nube que ocultaba todo, excepto el borde y el hombre sexy a su lado. Mejor mantener sus ojos en filo de la pendiente. Menos peligroso.
“¿Usted pensó, qué?”
“Que podría ser interesante.”
Ella bajó la vista a la mano que coronaba el extremo de la bola de la palanca de cambios y visualizó sus dedos en otra actividad. Él la pilló mirando fijamente otra vez y levantó la mano de la palanca. “Sigue mirando mi mano. ¿Hay algo malo en ella?”
“No”, chilló ella. No había nada malo, excepto que podría estar participando en otras actividades. Cerró los ojos y trató de centrar sus pensamientos en cualquier cosa, menos en la mano y el bulto en sus pantalones cortos. Respiró hondo y abrió los ojos. Ellos gravitaron de nuevo a su mano y luego se deslizaron más abajo. ¿Por qué tiene que llevar pantalones cortos? Ella podía manejarle con traje.
“¿Interesante?” El condujo lejos del borde y resopló, desplazándose a una velocidad más baja, ya que comenzó el descenso por la pendiente del cañón Turkey Creek. “Durante un segundo pensé que usted podría haber elegido la clase para conseguir conocerme.”
“¿De dónde sacó una idea como esa?” Oh, ella sabía de dónde la había sacado. No podía mantener sus malditos ojos fuera de él o su boca cerrada. Por todo lo que sabía, ella había estado babeando. Mentirosa. Eres una mala mentirosa. Al principio había hablado de los colgados chicos calientes de su clase. Siendo soltera, y un poco más mayor, parecía una buena idea en ese momento. No había esperado que el profesor fuera uno de ellos. Maldita sea. Lo tenía mal. El rubor le inundó la cara y su frente se perló de sudor.
“El modo en que me mira en clase, la forma en que me estaba observando en el aparcamiento. ¿Todavía tiene esa foto en su teléfono móvil?”
Cecilia se sonrojó con un escarlata más profundo. “Ah Dios ¿Usted vio eso?”
La esquina de su boca se curvó. “No se me escapa mucho. He estado muriéndome por tener un cara a cara con usted, Srta. Thompson.”
“Cecilia.”
“Cecilia. Puedes llamarme Devin.”
“Devin. No te ves como un Devin.” Un Devin parecería más pequeño, tal vez rubio y con ojos verdes. No tendría el pelo color café y pecaminosos ojos lapislázuli. Cecilia se movió en su asiento, agarrándose más fuerte y tratando de ralentizar los latidos de su corazón antes de que él se diera cuenta. Devin era mucho más personal que Profesor.
“¿Por qué escogiste realmente mi asignatura, Cecilia?”
¿Por qué no llamar a su clase Interrogatorio 101? Mierda. Dale algo, cualquier cosa. “Me dijeron que era fácil.” Su cara se sentía como si fuera a derretirse por el calor que ardía bajo su piel.
“Honestidad. Me gusta eso.” El cambió otra vez, reduciendo la marcha aún más que antes. “Me gustaría conocerte más. Cuándo hayas acabado con mi asignatura, ¿te gustaría salir a cenar conmigo algún día?”
“¿Una cita? No lo sé.” ¿Estaba interesado en ella? Nunca lo hubiera sospechado.
“Casi ha acabado. Sólo dos semanas más.”
“¿No piensas que eso hará que se levanten algunas cejas?”
“No es como si acabáras de salir de la escuela secundaria. Los dos somos adultos. ¿Sí?” El la miró de reojo. “Cumple con tu trabajo y aprobaras. No te trataré de manera diferente al resto de los estudiantes. Pero te tengo que confesar que, desde que te conocí, he sentido esta atracción, esa necesidad de llegar a conocerte mejor.”
Hora de cambiar de tema. “Entonces, ¿qué haces para divertirte?”
“Todo tipo de cosas. Y tú, ¿qué te gusta hacer, Cecilia?” Su voz la acariciaba entre los muslos, por lo que sus bragas ya estaban mojadas, empapadas.
Me gustaría montarte con fuerza. Cecilia respiró. “Me gusta bailar, hacer senderismo, dibujar, montar a caballo.” Yee-hah.
“¿Algo más?” El tono de su voz bajó a un gruñido que le revolvió el estómago y le dijo que sabía que había algo más que ella no había revelado. El tipo había dicho que no se le escapaba casi nada.
“No.”
Volvió a cambiar. “Estamos llegando abajo. ¿Estás segura que no hay algo más que quieras decirme?”
“¿Hay arañas y serpientes en la cueva?”
“Sí.”
“Mierda.”
***********
“La Srta. Thompson y yo vamos a documentar la cámara que se encuentra situada a la izquierda. Quiero al resto de ustedes en la cámara principal ayudando a documentar todo. La disposición, el arte. Quiero cada pira marcada en un mapa. Si ustedes tienen cualquier pregunta, el Dr. Smith es el responsable.” El grupo siguió adelante y Devin la agarró del codo. “Por este camino.” El levantó su linterna y giró hacia un pasillo a la izquierda.
“La gente que vivió en esta cueva adoraba a un ídolo de la fertilidad. Me han dicho que la cámara a la que estamos a punto de entrar estaba dedicada a ella. La diosa. No te sorprendas por nada de lo que veas.”
“¿Qué se supone que significa esto?”
Devin agachó la cabeza y se metió en una cámara que se abría hasta un máximo de quince pies de altura. “Ah, muchacho. Mi anterior observador no exageró. Tal vez es mejor que esperes.” Él la bloqueó en la entrada.
Cecilia lo empujó de su camino y se metió dentro. “Soy una chica grande. No hay nada que no pueda manejar. Bueno, mientras el cuarto no esté lleno de arañas y serpientes.”
“Ni arañas, ni serpientes.”
“Ah.” Cecilia jadeó al entrar.
Cierto, ella podría manejar casi cualquier cosa, pero no se esperaba un pene de dos metros montando guardia delante de ella, y era la última cosa que una chica querría encontrar en una habitación oscura a solas con el hombre de sus sueños. El levantó la linterna iluminándolo todo.
“Símbolos fálicos”, dijo él.
Eufemismo. Penes gigantescos. Alguien hizo una sobrecompensación excesiva. En todas partes a su alrededor, estaban erectos. Algunos derechos, otros torcidos y deformes, pero todos estaban erectos, gritando míradme. ¿Y qué otra cosa podía hacer? ¿Esto era a lo que se parecía un viaje de ácido de una zorra? ¿Dalí babearía? Sin importar lo que fuera, hizo que aumentara la tensión entre ellos. Cecilia cerró los ojos y contó desde diez hacia atrás, respirando con calma. Ella podía manejar esto y estaría condenada si dejaba que esto la molestara.
Abrió los ojos y trató de tomarlo desde la perspectiva de una artista, haciendo su mejor esfuerzo para olvidar qué era lo que realmente estaba estudiando. Sus ojos recorrieron las paredes y se posaron en la versión Neandertal del Kama Sutra. Dibujos gráficos detallados de Pedro, Wilma y Barney colocándose en todas las posiciones imaginables. “Dios mío”. Olvídalo. No había ninguna manera de que pudiera ocultar su reacción a esto.
“En realidad, era una diosa” El señaló a un nicho de la pared, donde había una estatua de una mujer gorda con grandes pechos y muslos. No exactamente una modelo delgada como un alfiler.
“Ellos eran cazadores y recolectores. Tenían que depender los unos de los otros para sobrevivir. Cuantos más niños tuviera una mujer, más valor tenía ella para su gente. ¿Trajiste el cuaderno de dibujo?”
La boca de Cecilia cayó abierta. ¿Se suponía que debía estar haciendo bocetos de penes gigantes todo el día? De eso y de la gente follando. ¿Detalladamente? Ella estaría tan caliente que no sería capaz de pensar con claridad. Dos semanas con esto, al lado de él dibujando erecciones y ella seguro que fundiría su vibrador. “Yo…”
“¿Puedes creer en el detalle?”
¿Detalle? Lo miró horrorizada. Habían coloreado hasta el vello púbico, y las pollas y los testículos de las pinturas tenían venas. ¿El realmente quería que dibujara esa cámara?
Se deslizó por detrás de ella y le susurró al oído. “Mira para arriba. Tienes que ver el techo.”
Cecilia tragó y durante un segundo, cerró los ojos. Incapaz de resistirse, los abrió y observó adonde él señaló, encontrándose cara a cara con una orgía Neanderthal.
“Parece que toda la tribu estuviera en la ceremonia.” Una muchacha de la cueva succionaba una enorme polla y otra la tomaba por detrás.
“Esto es… interesante.”
“Tu elegiste esto por ser interesante”. Devin se rió. “Y es nuestro trabajo documentarlo”. El sacó un bloc de notas y dejó la linterna en la punta de una enorme erección. Caminó a través del cuarto y se dejó caer en el suelo arenoso. Cruzando sus piernas, comenzó a explorar las paredes y tomar notas.
Bien, ¿no era él todo negocios? Cecilia resopló y se hundió en la arena. Ella abrió su cuaderno y se dio un golpe en la barbilla. “¿Debo empezar con los penes gigantescos o con el espectáculo sexual del techo?”
“No van a irse a ninguna parte. Puede que sea más fácil comenzar con los símbolos fálicos y trabajar a partir de ahí.”
Ella no se lo había estado preguntando. Más bien era una conversación consigo misma. El comentario sólo le recordó su situación y la última cosa que ella quería mirar, era un pene enorme. Se tumbó de espaldas y miró hacia arriba, abarcando todo. En el centro, un hombre con el pelo color café y una mujer menuda. Ella se sentaba a horcajadas sobre él de cuclillas y estaban frente a frente. El artista había elaborado la polla del hombre. La mujer tenía la mitad de la gigantesca…
Cecilia parpadeó. Devin se colocó de pie sobre ella, sonriendo. “Yo no me tumbaría si no me gustaran las arañas.”
“No veo ninguna araña”. Él se inclinó a su lado sobre una rodilla y le cogió el pelo. Su mano se separó con una araña que le cubría la parte posterior.
“Tarántula. No es venenosa, pero tienen una mordedura repugnante”. Se puso de pie y se alejó con el peludo monstruo marrón.
Cecilia gritó y se puso de pie, sacudiéndose el pelo y saltando en el sitio lugar. El profesor posó la araña en un pene, y ella saltó a sus brazos, envolviendo las piernas alrededor de su cintura, no queriendo estar en contacto con cualquier parte de la cueva o en cualquier lugar en que una araña pudiera estar al acecho.
“Dije que me gustaría llegar a conocerte mejor, pero esto es un poco repentino.” Sus manos se deslizaron bajo su culo, sosteniéndola contra él, pero no se movió para dejarla en el suelo.
Ella se congeló. ¿Qué estaba haciendo? Sí, tú eres una verdadera profesional, Cecilia. Ella empezó a aflojar su abrazo y el apretó.
“¿A dónde vas?”
Ahora, a ninguna parte. Su cuerpo duro contra el de ella, un inesperado efecto secundario de su ataque de pánico que no estaba segura de querer suprimir. Ella fijó la mirada en él. “Lo siento, yo…”
Él la hizo girar y le presionó la espalda contra una de las erecciones de piedra. “Oh, demonios, cuando estés en Roma…” Bajó la boca y la besó, enviando energía comprimida a través su sangre. Su estómago se volcó y ella se arqueó hacia él, necesitándole más cerca. Deseándole desnudo, piel contra piel. Dentro de ella.
Por otra parte, la mitad de la universidad estaba en la habitación de al lado…
“Creo que quizás deberíamos parar”. No era una buena idea, sin importar lo tentadora que resultase.
“No pienses”, murmuró él contra sus labios.
La verdad era que ella no había podido pensar en nada más que en sexo desde que había entrado con él en la habitación. El conjunto de imágenes y pollas por toda la habitación habían hecho imposible cualquier otra intención.
“¿Para qué se utilizaba esta cámara?”
“Hmm.” El siguió mordisqueándole los labios. Presionando una erección muy obvia contra ella. El calor manó de su cuerpo.
Resiste, resiste, resiste. Cecilia retiró su boca. Tenía que haber algo muy incorrecto sobre hacer esto aquí, además de la muy obvia razón de que podrían ser sorprendidos. “¿Para qué se utilizaba esta sala?”
“Fertilidad. Mira la superficie de los penes. Se han alisado por las manos que los han recorrido.”
“Mejor no tentemos al destino.”
Él se retiró. “Tengo protección.” Sus ojos chispearon divertidos. “¿No me digas que eres supersticiosa?”
Ella negó con la cabeza. “Esto me ataca los nervios, pero no creo que por tocar esa mierda pudiera quedarme embarazada.”
La soltó y retrocedió. “Tú lo has dicho.”
Cecilia asintió con la cabeza. “Gracias por hacerte cargo de la araña.”
El sacudió la cabeza y sonrió. “Lo repetiría si tu saltaras así sobre mí otra vez.”
Cecilia sonrió, lo rodeó y agarró su cuaderno de dibujo, abriéndolo. Encontró un saliente en la roca y se sentó en él. Devin se apoyó en el pene de dos metros y la observó. Ella trató de ignorarlo, evitar echarle un vistazo, pero su atención iba a la deriva de nuevo a él vistiendo esos malditos pantalones cortos y con los brazos cruzados sobre su duro pecho.
Deja de mirarme. Un ardiente calor la recorría. Se giró en la roca y examinó una parte diferente de la cueva, todavía sintiendo sus ojos en la espalda, y luego más abajor mientras inspeccionaba su culo.
“Pinta una imagen. Durará más.”
Le oyó reír detrás de ella y sintió cómo sus ojos la abandonaban. “¿Eres consciente de que te estás sentando en un pene?”
***********
Cecilia iba y venía frente a su tienda. Se detuvo y miró a través del campamento, donde había un grupo sentado alrededor de una fogata, asando malvaviscos y hablando de la excavación.
“Solo llama o algo así”. La tienda estaba en un rincón oscuro. Nadie sabría que estaba aquí. Echó un vistazo a la puerta de lona. “Estúpida, estúpida, estúpida. No puedes golpear esa puerta. Llámalo por su nombre. Dile que vienes a hacer una pregunta. Eso es estúpido. Sabrá que viniste a asaltarlo” Cecilia suspiró. “Jodidos penes gigantescos. Tengo que conseguirme una vida”. Ella se giró y su cabeza chocó con el pecho de Devin. Caliente, duro, delicioso. La agarró por los brazos para sostenerla, abrazándola con fuerza contra él. Cecilia inclinó la cabeza hacia atrás y tomó aliento.
“¿Acechando fuera de mi tienda, Srta. Thompson?”
“Yo no estaba al acecho. Yo, yo…”
“Oí tu conversación entera. Muy entretenida. ¿Te gustaría entrar?”
“No, yo…” Se separó de su agarre y se alejó.
“¿Estás segura?” Le rozó el hombro con la mano mientras se iba. Una corriente eléctrica zigzagueó por su sangre, encendiendo un fuego bien alimentado. “Sé por qué estás aquí.”
“¿Por qué estoy aquí?”
“Por la misma razón que yo terminé en tu tienda, buscándote.” El apartó la solapa y le indicó que pasara. Cecilia entró y echó un vistazo alrededor de la tienda. Un catre a un lado, junto a una mesa, sillas y un ordenador portátil. Mucho espacio abierto en el centro. Una lona cubría el arenoso suelo, suave, perfecta para rodar sobre ella y ni una araña a la vista.
Devin se acercó a un refrigerador y lo abrió, inclinándose con sus pantalones cortos. Cecilia tomó aliento. “¿Quieres una cerveza o deseas ir directa a la parte del salto?”
Cecilia negó con la cabeza y él dejó caer la puerta del refrigerador.
“Creo que me gustaría saltarme la cerveza”. Se lanzó sobre él, tirándole al suelo. Rodaron a través del suelo hasta que él estuvo arriba, sujetándola.
“¿Qué, ninguna cerveza?”
“Si tengo que contemplar un solo pene gigante más sin rascarme esta picazón, voy a enloquecer”, dijo ella.
“A mí me pasa lo mismo”. Bajó la boca y devoró sus labios, tomando el aire de sus pulmones. Cecilia deslizó los dedos por su pelo y se abrió a él, dejando a su lengua sumergirse en la boca. Sus labios se arrastraron a lo largo de la mandíbula, mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Su aliento caliente le cosquilleaba en la parte posterior del cuello, transmitiendo temblores que atravesaban su cuerpo. El fuego estalló dentro de ella.
“He querido ponerte las manos encima todo el día. Dios, me estás enloqueciendo.”
“Las manos. Por favor.”
Él empujo sus muslos abiertos con la rodilla y deslizó una mano bajo su camisa. Su pulgar se deslizó bajo el sujetador y le acarició el pezón. Este se transformó, duro como un guijarro. Cecilia gimió y se alimentó de ella, intensificando el beso, moliendo las caderas en su contra. Empujó su sujetador y la camisa, ahuecándole el seno, si parar de trabajar con la almohadilla del pulgar sobre su pezón. Bajó la cabeza y chupó el pezón endurecido entre sus labios.
Cecilia se agarró de su cintura, tirando de él para apretarlo aún más hacia ella. “Ahora. Te necesito dentro de mí.”
Su mano abandonó la camisa y se dirigió al botón de sus pantalones vaqueros cortos, abriéndolos. Acarició de arriba abajo su montículo, frotando, friccionando a través de la tela. Cecilia gimió y le agarró la mano, empujándolo dentro de la cremallera abierta, metiendo sus dedos bajo el encaje empapado del tanga. “Ahí. Tócame ahí.”
Los dedos se deslizaron entre sus labios y Cecilia gritó, arqueándose contra él. Un calor húmedo la inundaba, cubriéndole los dedos con su crema. Esos hábiles dedos le acariciaron el clítoris. Ella azotó su cabeza de lado a lado, mordiéndose el labio. “Oh Dios. Me encantan tus manos.” Ella se había afeitado pensando en sus dedos haciendo lo que estaban haciendo en este momento. Sólo soñando con cómo sería. Una fantasía hecha realidad, pero mejor.
“Amo tu coño desnudo. Liso. Afeitado. Húmedo. Caliente. ¿Tienes alguna idea de lo que esto me hace?”
“Sea lo que sea lo que te hago, hazme sentirlo. Eso sí, no dejes de tocarme”. Un gruñido gutural salió de su garganta mientras deslizaba los dedos más profundo, alcanzando el lugar correcto, directos al nudo nervioso.
Dentro de ella estalló el placer.
“Eso es, cariño. Quiero sentir como te corres en mis dedos”. Dos de ellos se empujaron dentro de ella. Cecilia jadeó y se estremeció. Los insertó más profundo, deslizándolos dentro y fuera, follándola, acariciándola hasta que estuvo dispuesta a llorar. Cecilia levantó la mano y se mordió la palma, amortiguando un grito.
Cuanto más rápido movía los dedos, dentro y fuera, acariciándole el interior, más calor le provocaba, hasta que su coño se apretó en torno a ellos, pulsando ola tras ola del orgasmo, palpitante, tirando de sus dedos más profundo.
“Fóllame. Fóllame”. El los cambió a otro lugar y Cecilia gimió. “Ahí. Oh Dios, sí. Ahí mismo”. Llegó de nuevo. Luces explotaron a su alrededor cuando el segundo orgasmo se desató, dos veces más potente que el primero. Ella gritó y él se inclinó presionándole la boca con la suya, sepultando el sonido. Susurró contra sus labios. “Cálmate nena. No necesitamos invitados.”
¿Cómo podía quedarse tranquila con seis semanas de tensión acumulada golpeando a través de ella?
“Tengo que probarte.”
“No puedes… Vas a matarme.”
Apartó la mano y tiró de sus pantalones cortos y ropa interior, bajándoselos por las piernas, dejándola desnuda bajo su ardiente mirada. Los hizo un ovillo, los arrojó contra la pared de la tienda y se puso de espaldas. “Siéntate a horcajadas sobre mi cara.”
Con miembros inestables, Cecilia trepó por su cuerpo, goteando mojada, tan caliente que apenas podía mantenerse derecha. Se deslizó sobre su cara y él la agarró por las caderas, bloqueándola firmemente contra sus labios, lamiéndola, chasqueando su clítoris con la punta de la lengua. Ella gimió y él empujó la lengua dentro, lamiendo a lo largo de la tierna carne. La retiró y un aliento suave acarició su clítoris.
“Ah”, jadeó Cecilia. “Oh, joder.” La combinación de su áspera barba y los labios la empujó a la locura. Le pasó la lengua entre los pliegues y le mamó el clítoris entre los dientes, raspándolo suavemente. Ella trató de resistir, pero la mantuvo inmóvil, haciéndole el amor con la boca, más duro, más rápido hasta que ella no pudo pensar. Su lengua empujó dentro de ella otra vez y se corrió, cayendo hacia delante, extendiendo los brazos para sujetarse antes de colapsar.
No se detuvo, sino que continuó hasta tenerla lloriqueando, jadeando, sin saber dónde terminaba un orgasmo y comenzaba el siguiente.
“¡Por favor!”, gritó y el la soltó, deslizándose por debajo de ella. Lo siguiente que supo es que él se había colocado detrás, desechado sus pantalones cortos, y su dura polla apretaba contra sus hinchados labios inferiores.
“No te preocupes, estoy cubierto”. Tiró hacia atrás de sus caderas y la meció hacia sus rodillas, y luego se introdujo en ella. Las pelotas golpearon contra su culo, mientras su polla se hundía hasta el cuello del útero. “Lo siento, esto no va a durar mucho tiempo.”
¿Estaba bromeando? Un poco más y se rompería en mil pedazos.
El bombeó en ella, lento al principio, cada movimiento más duro, más rápido, hasta que Cecilia enterró la cara en su antebrazo para amortiguar el aullido. La agarró por las caderas con aquellas manos, retirándola después de cada empuje. Una y otra vez. Más duro y más rápido. Carne palpitando contra carne. Borracha de placer, el mundo de Cecilia comenzó a girar. “Oh Dios, me voy a correr otra vez.”
“Perfecto” gruñó, y se sepultó hasta la empuñadura, corriéndose con ella. Un gemido brotó de su pecho y la sostuvo apretada, palpitando en su interior mientras ella tenía espasmos alrededor de él.
Le rozó el cuello con los labios mientras se inclinaba. “¿Quieres quedarte a dormir en mi tienda esta noche?”
“¿Vamos a dormir?”
Lo sintió ponerse duro otra vez, todavía dentro de ella. “¿A ti que te parece?”
“Creo que podría cambiar mi carrera por la antropología y tomar más de tus clases.”
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“Cuéntenos sobre el lanzamiento de su nuevo libro sobre las pinturas rupestres del cañón de Turkey Creek”, dijo el periodista garabateando en su cuaderno. El lanzamiento coincidió con el inicio de la exposición itinerante alrededor del mundo de los objetos extraídos. Un recorrido internacional.
“Es un esfuerzo de colaboración. Mi esposo analizó e interpretó todas las pinturas y yo las ilustré. Ha sido un proyecto que ha durado varios años. Por supuesto, la cueva fue sellada hace seis años para proteger la integridad de las pinturas y conservarla para la historia, por lo que el único modo que el público tiene para ver estas asombrosas obras, es a través de los ojos de los artistas que las pintaron para los demás.”
“¿Por qué eligió el título de ‘La Cueva de los mil Placeres’?”
“Lea el libro. Habla por sí mismo.” Cecilia sonrió a Devin, que estaba sentado en la sala.
“Se rumorea que se encontró a su marido en las cuevas.”
“Yo lo conocía de clase, pero no caí enamorada hasta que “lo vi” en pantalones cortos.”
“¿Pantalones cortos?”
“Tiene buenas piernas.”
“Hablando de amor, ¿la cueva inspiró el romance?”
“No hizo daño.”