Ranger Danger. C. Margary Kempe

Esta dama encantadora es el búho”, dijo el joven guardabosques, mostrando una sonrisa que derritió el corazón de Christine, o tal vez eran sólo sus rodillas. El pájaro parecía mirarla directamente con aquellos enormes ojos mientras ella lo alcanzó cautelosamente para acariciarle las plumas. ¡Qué maravillosa sensación! Nunca había sentido nada parecido.

“¿Qué come?” Barb le echó su sonrisa de mayor potencia al guarda, notó Christine. ¿Esto era solo una costumbre o había decidido que estaba interesada en este también? No era raro que su compañera de la liga juvenil se agitara tanto por la competencia como por la lujuria. Teniendo en cuenta los rasgos juveniles pero esculpidos del guardabosque, Christine sabía que había mucho para codiciar.

“Bien, ella sobre todo come topillos, topos, ratones, y ratones de los ciervos también. Pero cuando llegando hasta aquí abajo, el búho come una gran variedad de cosas.” Él estaba sonriendo, pero solo a las aves. Christine podía sentir la irritación de Barb porque su primera línea ofensiva había fallado. “Tomarán grandes insectos e incluso ranas y peces si tienen suficiente hambre”, continuó.

“El hambre te hace hacer cosas extrañas”, murmuró Christine, siendo recompensada inmediatamente con una brillante sonrisa del Ranger Tom Rafferty, según decía la etiqueta. “Supongo que no puedes ser demasiado exigente si quieres sobrevivir.”

Su sonrisa era cálida y amistosa, y ella sintió las rodillas temblarle otra vez. ¡Ah, venga, Christine!, se reprendió. Tiene que ser al menos diez años más joven que tú. No importaba que su cuerpo perfectamente tonificado por el tenis negara esa diferencia. Ella por lo general no tenía tiempo para hombres más jóvenes.

Pero desde el primer vistazo a esos poderosos muslos mientras caminaba por el centro educativo, los pensamientos habían estado allí en su mente. ¡Ah, uniformes de verano! Ya fueran el tipo FedEx o los estudiantes universitarios con sus mochilas, Christine disfrutaba viendo todas esas piernas bronceadas caminar alrededor de ella, aprovechando para ovservar a sus culos, llevándola a ensueños ociosos. Mientras el Ranger Rafferty caminaba para compartir el agitado búho con los demás del grupo, Christine admiraba el juego de sus músculos. Debía hacer mucho senderismo. El pelo de sus piernas se había aclarado tanto como el de su cabeza. Había una costra en la parte posterior de la pantorrilla izquierda, que parecía el rasguño de una caída. Se preguntó que se sentiría con esas piernas envueltas alrededor de ella.

Christine sintió la familiar subida de la lujuria a lo largo de su columna y sonrió. Echando un vistazo a Barb, vio una similar mirada de hambre en la cara de su rival. Un rubor de irritación lleno los pensamientos de Christine, pero los apartó. De cualquier modo, todo estaba en su imaginación,.

Pero después de que la sesión informativa se terminara, Christine se encontró retrasándose para tratar de conversar con el atractivo guardabosques. Por desgracia, también lo hizo Barb. Ninguna de las dos permitieron que sus miradas se encontraran, pero ambas eran conscientes del interés de la otra.

“Mi sobrino está pensando en trabajar para el sistema de parques”, mintió Christine. “¿Hay algún tipo de programa para puestos de internos?”

“Sí, lo hay”, contestó Rafferty mientras entregaba el hermoso pájaro al cuidador. “Si puedes esperar unos minutos, podemos ir a la oficina central y conseguir un formulario de inscripción y un folleto. Es un adiestramiento realmente bueno.”

“Oh”, dijo Barb atenta. “¿Podrías darme uno también?”

Christine se estremeció. ¿No sería capaz de conseguir estar a solas con este tipo sólo por un minuto? Esperaron con paciencia y luego fueron en tropel detrás de él a la oficina, donde, amable como siempre, Rafferty, recordó su propia experiencia como interno. “Hay una gran camaradería, así como una experiencia fantástica de aprendizaje. Haces un montón de amigos y ves una belleza asombrosa por todas partes.”

Christine vio un poco de esa asombrosa belleza cuando él se inclinó para abrir el cajón más bajo del archivador para tomar los formularios. Ella sabía sin mirar que Barb estaba disfrutando del show también. Realmente tenía un culo casi tan perfecto que le dieron ganas de colocar sus manos sobre esos globos gemelos. Se preguntó si su cuello estaba visiblemente ruborizado cuando él le dio los papeles y decidió que no tenía importancia. “Oh, muchas gracias. Mi sobrino estará encantado.”

“Me preguntaba”, cortó Barb cuando Christine se quedó sin nada que decir. “¿Puedo conseguir que identifiques algunas plantas para mí? Me gustaría que mi jardín contara con más plantas autóctonas y había un par que pensé que podrían ser buenas, pero no estoy segura de cuáles pueden ser.” Ella no batió sus pestañas sobre él, pero Christine estaba segura que la intención estaba clara.

“Oh, claro, claro”, dijo el Ranger Rafferty afablemente, haciendo gestos a Barb para mostrarle el camino. Los dos hicieron gestos de despedida a Christine y se alejaron por el camino del oeste. Christine suspiró, se encogió de hombros, y se dirigió hacia el aparcamiento. Superficialmente herida, se dio un puntapié a si misma por dejar escapar entre sus dedos la oportunidad con tanta facilidad. Sin duda, aquellos musculosos muslos merecían el valor para una pelea.

Hizo una pausa para apoyarse contra la baranda del camino y enfriar sus pensamientos. En realidad, es una tontería, se dijo con una sacudida. Hay un montón de peces en el mar, siempre hay un cuidador de piscinas o un repartidor a la vuelta de la esquina. Oyó un ruido debajo de ella y se asomó esperando ver un ciervo o un conejo.

En cambio vio a Barb y al Ranger Rafferty apareciendo de entre un banco de abetos pequeños. Los dos miraron alrededor subrepticiamente y luego Barb agarró la mano y tiró de él hacia una gran roca que los ocultaba de la ruta de la que acababan de salir por los pinos. Él se dejó caer sobre la roca y Barb se movió entre sus rodillas deliberadamente Una oleada de rubor se elevó por el pecho de Christine.

Atrapándolos sigilosamente, ella también miró alrededor. Nadie se acercaba por el sendero en este momento, así que se acercó al único arbusto solitario que podía esconderla del par de ahí abajo. Christine se sentía un poco como un depredador preparado para el ataque mientras observaba la escena, pero a ella no le importaba. Las manos de Barb estaban sobre sus hombros. Ella no podía oír lo que decían, pero se lo podía imaginar bastante bien.

En un movimiento fluido, Barb cayó de rodillas y extendió la mano al cinturón del guardabosque. Christine ya podía anticipar los pantalones cortos cayendo al suelo, dado que conocía los dedos rápidos de Barb, por lo que se sorprendió cuando él se levantó y empujó suavemente a Barb, lejos pero firmemente. Por su mirada baja, supuso que se sentía avergonzado, pero Barb pareció tomar con calma su fracaso. Se sacudió las rodillas, se colgó su bolso Prada por encima del hombro y se alejó como si no le hubiera afectado lo que había pasado. El Ranger Rafferty sacudió un poco la cabeza, como con un poco incredulidad, luego se separó de los abetos y desapareció.

Christine sonrió para sí misma y decidió que podría volver de nuevo a la estación del guardabosque. Era importante parecer como si estuviera deambulando, por lo que se entretuvo por la muestra de animales indígenas de la región. La piel del puma parecía deliciosamente exuberante, y probablemente no era el mensaje que los conservadores tenían en mente. Pero excitada por el coqueteo iniciado por Barb, lo único que podía pensar era en tender algunas pieles en el suelo de una cabaña aislada y poco a poco desnudar al Ranger Rafferty frente a la chimenea.

“Impresionante, ¿verdad?”

Saltó con el sonido repentino, sin esperar a encontrar al objeto de sus fantasías a su lado. Disimulando su sorpresa, Christine asintió vigorosamente con la cabeza. “Oh, sí, ciertamente”, incluso mientras se preguntaba a qué se refería él con ese comentario.

“Ese fue uno de los pumas más grandes que alguna vez se hayan visto por aquí. Es una pena que le dispararan, pero ya sabes cómo son los agricultores. Ellos siempre ven a esta hermosa criatura como un depredador.”

“Supongo que tiene mucho que ver con las perspectivas”, murmuró Christine, usando el momento para reevaluar la cara de Rafferty. Bronceado por el sol, estaba más arrugada de lo que ella esperaba, pero sus ojos se arrugaban por encima de una sonrisa desenfadad. El pelo aclarado por el verano enmarcaba una cara cuyos rasgos no eran individualmente perfectos, pero que de alguna manera, reunidos hacían un grupo agradable, la agudeza de su nariz se suavizaba por las manzanas de sus mejillas. El mentón ligeramente puntiagudo le daba un aspecto de duende travieso cuando le mirabas a la cara.

“Sentí que te fueras antes”, siguió él, un leve rubor subió sigilosamente por su cuello. Christine trató sofocar la sonrisa que quería saltar a sus labios. “Creí que te gustaría que te diera un poco más de detalles sobre el, ah, programa de internos.”

Christine, cuyo sobrino tendría tantas probabilidades de solicitar el puesto de interno como ella de ganar el Premio Nobel este año, sin embargo respondió. “Me gustaría. Eso sería realmente útil.”

“Bien, eh”, tosió, “¿Has estado en Roundhouse? Es un poco de aspecto rural, pero la comida es moderna y creo que hará una noche hermosa. Podríamos comer en la terraza.”

“Suena perfecto”, dijo Christine, permitiéndose sonreír un poco, pero conteniéndose de reír abiertamente como una idiota, que era lo que su boca quería hacer, eso, y unirse a los labios de él para ver como sabía. Roundhouse estaba en el extremo norte del parque y era un lugar popular pese a su ambiente rústico. “¿A qué hora?”

“¿Las siete?” Ella asintió con la cabeza. “Te esperaré.”

Él le tocó el brazo, sin añadir nada más, pero pudo ver el resplandor de su rostro. Saludó y se fue. Christine disfrutó mirándole mientras se iba, con esas piernas fuertes dando zancadas a través del camino y la cuesta hacia la estación de guardaparques. Ella esperaba que él no fuera a cambiarse de uniforme antes de las siete y la privara de esas rubias rodillas.

Christine, sin embargo, se cambió de ropa después de una soñadora sesión con su Hitachi, imaginando esa sonrisa tímida y esas piernas bronceadas empujando entre las suyas, y una buena ducha caliente la dejó con una agradable sensación de languidez. Se aseguró de llegar pronto para pedir un martini en el diminuto bar y verlo llegar. Christine llevaba una blusa sencilla Land’s End y una falda, pensando que era la mejor elección. De alguna manera Rafferty no parecía un tipo de etiqueta, aunque estuviera igualmente bien

Lo vio llegar a través de la ventana, todavía con su uniforme de trabajo. Christine sintió un estremecimiento de excitación a medida que levantó la mano para saludarle. Él sonrió y entró en el bar, poniendo la mano sobre su brazo en una especie de saludo.

“¡Lo siento si llego tarde!”, se disculpó un poco sin aliento pero con una sonrisa deslumbrante. “Había un grupo de adolescentes que resultaron ser unos malos bichos. Acabamos de conseguir de meterlos en el autobús de regreso a sus casas. No tuve tiempo de cambiarme”, se quejó, tomando la parte delantera de su camisa verde.

Christine se echó a reír. “No te preocupes. No creo que aquí haya algún código de vestimenta, y en cualquier caso, creo que te ves muy bien”. Dejó que sus ojos fueran a la deriva hasta sus polvorientos pantalones cortos y de nuevo hasta esa cara singular.

Rafferty parecía estar contento por su interés. “¿Vamos a ver si podemos sentarnos ahora?” Él tomó su codo con el brazo, un gesto que la sorprendió para alguien tan joven. Debía tener una buena madre, reflexionó Christine. Un placentero sentido de anticipación creció con el calor de la mano en su brazo, por lo que fue un momento desagradable cuando se dio cuenta que Barb agitaba su brazo con emoción hacia ellos a medida que se acercaban al puesto del maître.

“¡Christine, Ranger Rafferty! ¡Qué gracioso veros a los dos aquí!”, la voz de Barb traicionaba un sabor de amargura, pero Christine vio a Rafferty palidecer un poco ante su efusividad. “¡Uniros a nosotros! ¡Oh, debéis hacerlo!”

El “Nosotros” se convirtió en incluir a otros de los muchachos juguetes de Barb, un taciturno hombre joven llamado Tad. Christine intentó poner reparos, pero Barb fue insistente y los cuatro terminaron sentándose juntos en la mesa seleccionada.

Después de unos canapés y una botella de Chablis demasiado dulce, elección de Barb, la conversación languidecía con frecuencia a pesar de los intentos de ésta por excavar en la vida de Rafferty. Christine admiró el modo en que esquivó su persistencia, desviando una pregunta sobre novias con la afirmación de estar demasiado ocupado con el trabajo. “Oh, no puedo creer eso”, insistió Barb. “Debes encontrar muchas mujeres dispuestas a compartir la vida silvestre contigo.”

“No, nunca pasa”, dijo Rafferty, tratando de no traicionar la creciente irritación que Christine compartía.

“Bueno, es agradable que estés dispuesto a pasar una noche con una mujer madura”, dijo Barb, con énfasis adicional en las dos últimas palabras.

Christine casi escupió su vino cuando Rafferty contestó con tranquilidad: “Me halaga que nos invitarás a compartir tu mesa, señora. Estoy seguro de que nos beneficiaremos de tu sabiduría”, los ojos de Barb destellaron su ira, aunque Christine tuvo que admirar su capacidad para mantener la expresión educada de cualquier manera.

Ella se aseguró de pedir un amargo Shiraz para beber con los entrantes, aunque Barb chasqueó con la lengua por el consumo de la bebida roja con la trucha. No había manera de que Christine tomara otro sorbo de ese insípido vino blanco con el pescado fresco. Efectivamente, el camarero colocó la bandeja ante ella con una reverencia y un aroma celestial se levantó para atormentar sus sentidos.

“Wow, yo debería haber pedido eso”, dijo Rafferty, aunque su fritada pareciera excelente también, llena de champiñones frescos y pimientos rojos.

“Pruébalo”, ofreció Christine, haciendo gestos con su tenedor.

“Realmente me gustaría probar algo de esto”, dijo mirándola a los ojos y no al plato. Christine sintió un escalofrío de emoción en el pecho y una punzada a juego entre sus muslos. Él tomó un buen bocado y cerró sus ojos con placer. “Maravilloso, simplemente maravilloso.”

“Sí, lo es”, dijo Christine. “¿Puedo probar un poco del tuyo?”

“¡Por supuesto, por supuesto!” Su sonrisa la hizo sentir segura de que él sabía exactamente lo que ella pensaba. Pinchó una pieza en la que había un gran trozo de champiñón que se sentía como carne entre sus dientes. Mientras Barb intentaba conseguir que ellos dos entablaran una discusión sobre los problemas de las zonas locales, Christine se encontró robando miradas a Rafferty, quién se apresuró a verter más vino en su copa vacía, o pasarle rápidamente un condimento o una pieza de pan cada vez que ella intentaba alcanzar algo.

Cuando terminó su comida, Rafferty dejó los cubiertos de plata en el plato y se reclinó en su asiento con un suspiro de felicidad. Christine se inclinaba hacia delante por otra cucharada de su plato oriental a base de arroz cuando sintió el peso de su mano apoyada cautelosamente en su muslo. Se las arregló para no soltar la cuchara, pero las palabras de Barb salieron directamente de su cabeza por el otro oído. “¿Qué decías, Barb?”, contestó mientras lentamente dejó caer su propia mano para cubrir la de él y darle un apretón de aliento.

“¡Creo que el Ayuntamiento debería dirigir allí sus prioridades si quieren que la Avenida principal permanezca vibrante!”, dijo Barb con un rastro de indignación, aunque era difícil saber si estaba destinado a Christine, al taciturno Tad, o a los concejales de la ciudad. Christine estaba demasiado distraída para preocuparse cuando la mano de Rafferty comenzó a trazar círculos sobre su muslo, arrastrándose hacia sus bragas que ya estaban empapadas por la excitación. Su dedo meñique la acarició contra la tela suave y Christine trató de esconder su ahogado gemido tras un golpe de tos, lanzando una mirada ladeada a Rafferty, pero él miraba a través de la mesa y sonreía a Barb. ¡Muchacho travieso!

Ese dedo meñique se estaba poniendo insistente ahora, moviéndose entre sus muslos y acariciando en busca de su clítoris hinchado. Christine se alegró de que el vino hubiera dado color a sus mejillas, pero iba a ser difícil esconder el clímax que ya estaba empezando a hacer su camino desde sus rodillas hacia arriba. Se llevó la servilleta a la cara y se aclaró la garganta mientras él aplicaba más presión y más dedos. De repente las estrellas estallaron en su visión y sus vacías paredes vaginales se contrajeron humedamente mientras las ondas de placer la dominaban.

“¿Estás bien, Christine?”, Barb parecía realmente preocupada.

Christine siguió tosiendo, tratando de recuperarse sin reírse de alegría. Una mirada a Rafferty reveló que él parecía apropiadamente preocupado, pero había un brillo de reconocimiento en sus ojos. “Caramba, no estoy segura, pero creo que algo se me atragantó. Ya sabes”, dijo con súbita inspiración. “Creo que tal vez es mejor que me vaya a casa. Me siento un poco indispuesta. Espero no estar incubando algo.”

Después de esto, parecía que Barb la observaba como si transportara una plaga y estaba muy feliz de dejarla marchar. “Podrías controlarte la próxima vez”, dijo, enviando lejos el débil intento de Christine para hacer las paces. Pero ella aún tenía bastante veneno al contemplar el modo en que Rafferty pasó el brazo solícitamente bajo el suyo. Estaban apenas en el aparcamiento antes de que él la hiciera girar y la arrastrará en un explorador beso profundo que le recordaba como de mojadas estaban sus bragas.

“¡Eres un muchacho travieso! Tuviste suerte de que no gritara.”

“Oh, quiero que grites”, dijo, los ojos grandes y brillantes. “¿Quieres dar un paseo por el parque?”

“Pero estoy tan enferma”, dijo Christine, llevándose la mano a la frente. “¿No debería irme a casa?”

“Sé exactamente lo que necesitas”, contestó Rafferty, dejando que sus manos se deslizaran para masajearle las mejillas del culo. “Necesito lo mismo. Llegar a conocerte mejor. Eres tan hermosa, Christine. Pareces una modelo.”

“Soy lo suficientemente mayor para ser amiga de tu… madre”, Christine se rió entre dientes.

“Yo siempre estaba caliente por las amigas de mi madre. Ella conoce a algunas mujeres asombrosas. Vamos”, tiró de sus brazos. “Si nos quedamos aquí vamos a tener que ver a Barb otra vez.”

“Supongo que ella no tiene por qué saber que no me fui a casa.”

“Se va a dar cuenta cuando vea que tu coche sigue en el aparcamiento. ¿Te importa?”

“No”, Christine contestó francamente. “Vamos.”

Una vez que estuvieron fuera de las luces del aparcamiento, Rafferty se detuvo el tiempo suficiente para arrastrarla en otro beso arrebatador. Christine aprovechó la oportunidad para sentirle también, alcanzando las suaves curvas de su apretado culo, tan musculosos como las fuertes piernas que tenía debajo. Rafferty la atrajo hacia sí y pudo sentir su polla dura clavándosele en el vientre. Oh, esto iba a ser bueno.

Riéndose, él la condujo a lo largo del oscuro camino durante unos minutos más, luego sin previo aviso, la condujo entre los árboles, fuera del camino. Christine tuvo que confiar en su excelente sentido de orientación, ya que nunca vaciló ni un segundo. Podía oler los pinos y cuando él de repente se detuvo, estaban rodeados por los altos centinelas silenciosos. Rafferty se volvió, puso las manos sobre sus mejillas y la luz de la luna atrapó sus ojos.

“Christine, me cautivaste desde el primer momento en que te vi, pero ¿sabes por qué me atrapaste?”

“¿Por qué?” Ella apenas podía creer en el placer que sentía.

“El modo en que tocaste al búho”, sus dientes brillaron en la oscuridad cuando él sonrió. “Fuiste tan increíblemente sensual, me di cuenta por la forma en que lo tocaste. Tan inteligente, también. Tu curiosidad era autentica. Yo te deseé inmediatamente.”

“Yo… yo no lo sabía. Te estaba inspeccionando con tu uniforme de guardabosques, ya sabes.”

Se echó a reír y tiró de ella hacia abajo para sentarse en la mullida manta de agujas de pino. “Tú me estabas mirando piernas. ¿Quién iba a sospechar que serías una mujer de piernas?”

Christine se echó a reír, un poco avergonzada. “¿Lo sabías?”

“Sí, y yo estaba realmente enojado porque tu amiga Barb mantuviera su serenata continua. No creerías lo persistente puede llegar a ser”, continuó, alcanzando a jugar con los botones de su blusa.

“Lo sé”, dijo Christine, “Vi su intento de conseguirte.”

Sus dedos se detuvieron. “¿Viste eso?”

“Yo estaba en el camino de arriba”, dijo Christine, extendiendo su mano hacia abajo para acariciarle el muslo. Todo era tan sólido como parecía. Deslizó la mano por debajo de sus pantalones cortos para llegar a unos breves boxers, resbalando un dedo por debajo de la banda de la pierna y le ofreció los mismos círculos que él había realizado en ella.

“Ella fue persistente”, dijo, echándose hacia atrás y mirando lo que ella iba a hacer.

“Pero no parecías muy interesado”, continuó Christine, dejando que su mano continuara el viaje hasta alcanzar la palpitante erección y marcando el pulgar a lo largo de su longitud mientras el suspiraba feliz. “¿Vas a apartarme si intento lo mismo?”

“Oh, no, en absoluto”, dijo Rafferty, con los ojos cerrados. “Por favor hazlo.”

Christine no esperó una segunda invitación. Se puso de rodillas y cogió la parte superior de sus pantalones cortos, haciendo resbalar el botón con un chasquido y deslizando la cremallera hacia abajo. Agarrando los pantalones y ropa interior, los deslizó, liberando la polla, que se agitó ante sus hambrientos ojos. Ella disfrutó de la vista por un momento antes de inclinarse hacia delante para llevárselo dentro de la boca y cerrar los ojos en éxtasis.

“Hey, hey”, dijo él suavemente, alcanzando sus pantalones cortos y sacando un condón. “Creo que podrías querer esto.” Christine tomó el paquete y lo rasgó para abrirlo y deslizarlo sobre su polla, despacio, haciéndolo rodar hacia abajo. Entonces ella la metió dentro de su boca una vez más, disfrutando de la ráfaga afrutada de la lubricación. Llegó con su mano directamente hacia abajo para cosquillear en sus pelotas y le oyó suspirar feliz.

Después de sólo unos pases más de arriba abajo por la longitud de su pene, el gimió y le pidió que parara. “No quiero correrme a menos que sea dentro de ti”, explicó jadeando. “Lo siento, creo que estoy muy excitado, y no creo que vaya a durar demasiado la primera vez.”

“Está bien”, dijo Christine con una sonrisa genuina. “No puedo esperar a venirme otra vez, contigo en esta ocasión. Me calentaste tan rápidamente en el restaurante, que quise saltar sobre ti.”

“¿Por qué no saltas sobre mí ahora?”, dijo tentativamente, los ojos brillando bajo la luz de la luna menguante. “Quiero sentirte a horcajadas sobre mí, y quiero verte llegar cuando no haya nadie que te oiga excepto yo. Quiero oír que te vienes con mis manos en tus pechos y mi polla dentro de ti.”

“Bien, está bien”, dijo Christine, quitándose las bragas empapadas y subiéndosele encima, mientras se levantaba la falda por encima de las caderas. Se detuvo un momento antes de deslizarse hacia abajo sobre él, tomando toda su longitud en su interior, haciendo que ambos suspiraran en voz alta. Incluso pensando que estaba a punto de alcanzar otro clímax, al sentir la polla pasando por encima sobre su punto G, Christine comenzó a moverse lentamente mientras el alcanzó a masajearle los pechos, rozando sus endurecidos pezones con los pulgares. Ella se estiró hacia atrás para acariciarle las pelotas y arqueó su espalda por el placer.

Podía sentir que comenzaba a ponerse rígido para la explosión final y aceleró sus giros en anticipación. En poco tiempo, él estaba gimiendo y gritando su nombre cuando se disparó en su interior, animándose y golpeando su cuello uterino. Fue estupendo. Abrió los ojos y le sonrió. “Dios, eres buena. No puedo creer cuánto lo eres. Yo sabía que lo serías.”

“Tú tampoco eres malo”, dijo Christine, frotando la mano por su vientre, también bronceado y bien musculado, con una ondulación de un paquete de seis. Un verdadero trabajo y no el gimnasio le había proporcionado ese cuerpo. Un muy buen cuerpo. “Me ha gustado la lección de naturaleza, guardabosques. ¿Puedes decirme algo más sobre los hábitos de apareamiento de las especies?”

“¿Por qué no te lo muestro?”, dijo, girándolos a los dos de manera que él se posicionó encima. “Hay una gran variedad de prácticas, y creo que tienes que probar una buena muestra para obtener una imagen completa.”

“Estoy aquí para aprender, Ranger. ¿Qué tienes?”

En lugar de responder, él detuvo su boca con la lengua, decidido a mostrarle todo lo que había aprendido sobre la vida silvestre.