Board Shorts. Neve Black

A medida que el sol de verano comenzaba a quemar a través de la espesa capa de neblina marina gris, cariñosamente llamada como penumbra de junio en el sur de California, también empezaba el calentamiento del océano y los surfistas colgaban sus trajes de neopreno a favor de los cómodos pantalones cortos de surf. Unos bañadores hechos con un material de nylon, que se secaba rápidamente y que se podían encontrar en una miríada de colores brillantes, desde el naranja suculento al amarillo limón, pasando por el rojo Rusia.

Los surfistas masculinos tienden a tener cuerpos divinos, parecidos al David de Miguel Ángel, que posee el cuerpo triangular por excelencia: hombros anchos, trapecios bien desarrollados, musculosos brazos fuertes y un paquete de seis abdominales planos que se afilan hacia abajo hasta terminar en unas caderas estrechas y sexys. Me gusta la forma del bañador ajustado alrededor del apretado culo de un hombre, sobre todo cuando el material se moja con el reflujo del océano, acentuando cada músculo tenso. Las piernas de los surfistas son de roca dura y cada músculo nervudo está exquisitamente bien definido. Los surfistas a menudo suelen llevar los bañadores por debajo del ombligo, abrazando los salientes de sus caderas. Para mí, estos bañadores parecen regalos alegremente envueltos que están pidiendo ser abiertos. Una vez que lo desenvuelvas, encontrarás dentro la polla más deliciosa.

Era una típica noche de comienzos del verano en el sur de California, un poco fría, y opté por usar mis llamativos pantalones cortos de surf turquesa y un top negro de lycra de manga larga, que abrazaba mi tonificado cuerpo en todos los lugares deseados.

“¿Jitterburg? ¿Eres tú? Maldita sea. Has crecido desde la última vez que te vi”, gritó una voz vagamente familiar mientras me acercaba a mi equipo de surf, con mi tabla bajo el brazo ya que iba a encontrarme con los chicos para una sesión.

“¿John Quiñones? – Respondí - Wow. Cuanto tiempo sin verte. ¿Cómo estás?”

Conocí a John Quiñones cuando yo era una curiosa de trece años que pensaba que tenía una especie de poder entre mis piernas, pero sin idea de cómo funcionaba o cómo usarlo. Él era un chico confiado, aparentemente experimentado a sus dieciséis años de edad. Incluso entonces, tuve la sensación que él sabría exactamente qué hacer con mi poder. Tuve un enorme y completamente impuro flechazo por él en el instante en que nos conocimos y él me tomó gusto a mí también. En ese momento, su interés en mí era más como el de un hermano mayor. Yo simplemente era demasiado joven para él. Su apodo cariñoso para mí era “Jitterbug”. No estoy segura de por qué me llamó así, pero se propagó y todos dejaron de llamarme Kathleen y comenzaron a llamarme Jitterbug.

Algunas cosas no habían cambiado para mí desde la última vez que vi a John, pero por otra parte, algunas eran muy diferentes. Todavía hacia surf con los mismos inofensivos tipos cachondos que había conocido desde que tenía once años, pero había acabado hace mucho la escuela primaria. Acababa de graduarme en la Universidad, y estaba considerando una escuela de postgrado al terminar mi trabajo de jornada completa.

Cuando John se había marchado para ir a la universidad, dejó atrás a una lujuriosa chica que apenas iniciaba su viaje como mujer. Durante sus años de ausencia, mi cuerpo comenzó a cambiar. Puedo recordar cuando mi madre se sentó y me aconsejó que usara un sujetador de bikini por debajo de mi traje de lycra porque mis endurecidos pezones e incipientes senos empezaban a señalarse por debajo del material blanco cuando estaba mojado. También tuve que usar mi braga de bikini debajo de los pantalones de surf con el fin de ocultar el vello púbico que se aferraba a la entrepierna de mis pantalones cortos de nylon puro. Embarazoso, pero liberador, también.

“Estoy bien, Jitterbug. Estoy muy bien. Te ves realmente increíble”, dijo John con ambas manos descansando casualmente en sus caderas. Su intensa mirada me dijo que su ser primitivo estaba en alerta máxima.

De pie, envuelta en la refrescante caricia de la brisa marina, mi rubio pelo fue golpeado con una sacudida que enmarcó mis altos pómulos y delicada mandíbula. Yo seguía estando tan delgada como la última vez que John puso sus ojos en mí, hacía más de diez años. Ahora, sin embargo, en vez de tener el cuerpo de una chica poco femenina, era una mujer con curvas como para dejarlos muertos. Mi figura se había llenado y había pasado de torpe y flaca, a esbelta, elegante y atlética. Un cuerpo hecho para noches largas y calientes, arqueándose y golpeando bajo un compañero ardiente. Mi piel era dorada, del color ámbar de un banco de algas, y ondulaba fácilmente bajo un toque. Mis ojos redondos, azules oscuros, como la parte más profunda del Pacífico, y por lo general llenos de travesuras, como atreverse con una ola más grande, o mantenerme fuera un para un juego más, incluso cuando mi piel se pusiera de gallina o mis dientes castañetearan de frío.

Tenía los brazos largos, elegantes y piernas musculosas. Mis caderas y pechos se complementaban los unos a los otros, y tenía un culo alto y firme que estaba orgullosa de lucir. El oleaje de mis pequeños pero bien formados pechos, la mella natural de mi cintura, el balanceo de mis caderas saludaron a John por primera vez desde aquel virginal antiguo beso de la infancia.

“Te ves muy bien también, John”, ronroneé, cerrando mis ojos sobre él. Podía sentir los latidos de mi corazón golpeándome el pecho y el estómago chapotear en la forma en que acostumbraba cuando me acercaba a John Quiñones en mi rebelde juventud desenfrenada.

John no había cambiado demasiado. Tenía el ondulado cabello negro azabache, de una largura por la que los extremos rozaban la cumbre de sus amplios hombros, hombros para agarrarse a ellos. Hombros destinados a agarrarte a ellos entre las convulsiones del clímax. Tenía la atractiva piel marrón moca, como miel dorada por el sol, el mar y la arena. Sus ojos eran redondos y observadores, del color del chocolate con leche caliente, derretido.

Su cuerpo era compacto y musculoso. Me quedé mirando su pecho bien desarrollado y brazos fornidos, preguntándome que se sentiría al estar envuelta dentro de su cálido abrazo. Su pecho suave derivaba seductoramente hacia abajo en su estómago, plano, ondulado y con caderas estrechas. Hoy, llevaba un bañador de surf negro azabache que le llegaba justo por encima de las rodillas y se asentaba a lo largo de las crestas de sus caderas. Los huesos de sus caderas estaban haciéndome señas para que me acercara.

Una cresta de pelo negro y sedoso corría tentadoramente de su ombligo hacia abajo por la parte delantera de sus pantalones. Quería trazar esa oscura línea de pelo de ébano con mis dedos, siguiendo por el frente de sus bermudas, dejando que mis dedos acariciaran su excitado pene que se escondía dentro. Pelo negro pulido cubría sus nervudas pantorrillas y cuádriceps. Sus piernas me recordaban el tronco de una palmeta: fuertes, sólidas y bien plantadas en la arena.

“Sí. Jitterbug, creció para convertirse en un bombón, mientras que tú estabas fuera, John”, dijo uno de los atentos chicos del grupo.

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Esa tarde, John y yo hicimos surf juntos, y fue muy diferente a cuando yo era una joven chica torpe, impaciente por dejar atrás su inocencia y totalmente encaprichada de él. Nos sentamos en nuestras tablas más allá del rompeolas. Estas iban a la deriva junto con la corriente del océano y nuestras piernas se rozaban entre sí, enviando descargas eléctricas de placer por todo mi cuerpo. Yo estaba en el cielo. Me reía, hablaba, y coqueteaba con mi mayor petulancia de todos los tiempos y esta vez yo tenía edad suficiente para hacer algo acerca de mis sentimientos. Tuve que pellizcarme para recordar que esto me estaba pasando realmente a mí.

A medida que ambos nos sentábamos a horcajadas sobre nuestras tablas, subiendo y bajando con el flujo y reflujo de las olas, nuestras piernas se balanceaban con el movimiento del océano. No puede evitar preguntarme eufóricamente como se sentiría sentarme a horcajadas sobre John, balanceándome de arriba abajo con sus movimientos.

Me sonrojé ante mis depravados pensamientos y desvíe los ojos lejos de su cuerpo perfecto, siguiendo cómo las olas llegaban hasta la playa. Me concentré en las lavanderas[13] que corrían rozando a lo largo de la arena mojada tratando de evitar el oleaje espumoso cuando las olas rompían en la orilla. Mientras mis ojos iban a la deriva, pude ver las viudas del acantilado,[14] dispersas en todas partes de la roca encima de la playa, mirando directamente hacia mí. También esperaban a que se formaran las olas perfectas, esas que devolverían a los surfistas a la orilla en su lujurioso abrazo.

“Jitterbug, yo siempre tuve la esperanza de que haríamos juntos de nuevo, cuando nuestra edad importara menos.”

“John, sabes que mi verdadero nombre es Kathleen, ¿verdad?”, seguimos balanceándonos de arriba abajo con el oleaje.

“Lo sé. Sin embargo, me gusta más Jitterbug. ¿Te he mencionado lo bien que te ves?”, reflexionó John.

“Sí. Tú también”, le dije sonriendo y notando las mariposas revoloteando en mi estómago.

“¿Ah, sí? ¿Puedo darte un beso?”, preguntó John con valentía, mientras apretaba la parte superior de mi muslo y sonreía triunfante. El imprudente destello de sus ojos me dijo que él ya sabía la respuesta.

“Um. Um… um…”, tartamudeé, completamente lanzada por la engreída petición de John. El toque de su mano en mi muslo enviaba más corriente eléctrica a mi columna, y entonces, anidó entre mis piernas, no porque estuviera haciendo frío. Yo me quede tranquila. El surfear con un montón de chicos a lo largo de los años me enseñó a parecer fría y tranquila en la mayoría de las situaciones, aunque sintiera un hormigueo y ansias, como si me hubiera tragado una medusa. John quería besarme. El hombre exquisitamente sexy, con el que había soñado durante años, quería besarme

“Sí… me gustaría.” Escuché las palabras abandonando mis labios.

El sol comenzaba a ponerse sobre el horizonte y John y yo estábamos esencialmente solos ahora. Tiró de mi tabla más cerca de él, mientras inclinaba su cabeza hacia la mía. Sus pestañas húmedas, oscuras enmarcaban los profundos e irresistibles ojos marrones, antes de que los cerrara y presionara sus labios contra los míos, suaves y húmedos, con sabor a sal marina. Gemí y sentí que los jugos dentro de mi coño comenzaban a soltarse y fluir. Yo había esperado este momento durante mucho tiempo. John retiró sus labios, solo para hundirse insistentemente hacia delante de nuevo, lanzando su lengua exigente dentro de mi boca; sondeando y rozándose contra mi lengua.

Yo quería sentir los sólidos brazos de John a mí alrededor. Me imaginaba nuestros cuerpos fundidos, juntos en la arena mojada, mientras hacía el amor conmigo, mientras las olas se estrellaban sobre nosotros.

Los fuertes brazos de John me cogieron por la cintura y me levantaron a su propia tabla. Ahora los dos estábamos a horcajadas sobre ella, mirándonos el uno al otro y su tabla se hundió un poco más profunda en el agua por nuestro peso. La mía comenzó a alejarse a la deriva, pero no se había liberado de la fijación de mi tobillo, así que sabía que no se podría escapar. Levanté mis brazos alrededor de sus amplios y tonificados hombros y cuidadosamente deslizó mi culo más cerca de él. Podía sentir que la cera de las tablas de surf se pegaba a mis pantalones, frustrando mis movimientos. John puso sus manos debajo de los cachetes de mi culo y me levantó sobre él. Mi culo estaba caliente y hormigueaba con su tacto. Unimos los labios otra vez y ambos gemimos con placer cuando el agua del océano salpicó alrededor nuestra.

Con la corriente, nuestros cuerpos se balanceaban arriba y abajo en la tabla, clamaban y se frotaban precariamente el uno al otro, mientras el mar estaba en calma bajo nosotros. Los labios de John hicieron un viaje ferviente de mis labios a otras áreas disolutas de mi cuerpo. Comenzó a succionar mis orejas, el cuello y los hombros, jugando a morderme como un lobo marino hace cuando corteja a su compañera. Eché mi cabeza hacia atrás y deje que John me inhalara, yo olía a jabón de frambuesa de mi ducha anterior, a mar, sal y lujuria. El rozó sus labios en mi cara y cuello. El sol se había puesto y estaba empezando a hacer frío y oscurecer.

John era implacable. Levantó mi lycra hacia arriba, exponiéndome el vientre, y empujó la parte superior del bikini a un lado, chupando mis pezones endurecidos. Por instinto, me cogí de la cintura de su bañador y del velcro que los abría. Tiré de la banda y escuche el maravilloso sonido de la húmeda tira abriéndose. Metí mi mano dentro del frente del bañador y envolví mis dedos alrededor de su polla agradablemente dotada, semierecta. El me miró, parpadeando de nuevo el agua salada de sus pestañas y, arqueó su espalda mientras sus caderas se resistían contra mi mano.

Estabilizándose a mí misma con una mano detrás mía en la tabla de surf, usé la otra mano para sacar su polla y la deslice de arriba abajo a lo largo del perfecto eje. John, a su vez, alcanzó el cierre de velcro de los míos y lo abrió. Empujó la mano libre en la parte delantera de mi pantalón y la metió por dentro de la braguita del bikini. La punta de sus dedos se movió a través de mi clítoris. Gemí en su toque, echando la cabeza hacia atrás y empecé desesperadamente a moler mi coño contra sus dedos. Nuestro oasis flotante se balanceaba de lado a lado y las olas golpeaban contra la tabla de surf, de fibra de vidrio, amenazando con derribarnos.

John gimió cuando moví mi mano más rápido de arriba abajo su polla dura, lista. Los dos queríamos agitarnos sobre el placer que sentíamos, pero por supuesto no podíamos si no queríamos terminar en el mar, perdiendo el momento y disminuyendo nuestras probabilidades de alcanzar el orgasmo. Seguí frotando su polla apasionadamente mientras sus dedos encontraron el camino mojado dentro de mí, en mi hinchado coño. El encontró mi punto G y comenzó a masajearlo, empujándome más cerca de la explosión. Sentí que su pene reunía fuerzas y empezaba a tener espasmos, enviando las primeras oleadas del orgasmo sobre mi impaciente cuerpo. Me estremecí y sentí que mi vagina se contraía y pulsaba cuando John gritó en la oscuridad y su polla vomitó el caliente semen en mi mano.

Los dos nos abrazamos mientras bailábamos arriba y abajo en el océano, aguantando la respiración, nuestros cuerpos tarareando con gratitud.

Ese verano, John y yo pasamos casi todos los días juntos hasta que él se alejó por una oportunidad para su carrera y yo fui aceptada en la universidad de postgrado lejos de las playas del sur de California. Realmente vuelvo para visitar aquel lugar e intentar conseguir una o dos sesiones de surf de vez en cuando. El sol, el mar y, más concretamente, los hombres que usan pantalones cortos de surf hacen que mis rodillas tiemblen.