Laundry Day. Heidi Champa

Yo acababa de cerrar de golpe la secadora cuando lo oí estrellarse a través de la puerta. Allí parado durante sólo tres segundos había creado un charco de barro y agua. La lluvia no había parado en todo el día, pero el equipo decidió entrenar de todos modos. Cada pulgada de él estaba cubierta de suciedad. Sus pantalones cortos se agarraban a sus muslos, pegados con marcas de la pelota con la que había estado jugando. Se rió de mí como un muchachito feliz, claramente disfrutando del barro que se aferraba a todo su cuerpo. Anduvo hacia mí, arrastrando el agua sucia con él.

“¡Para!. ¡La estás liando! Te conseguiré una toalla.”

Él sólo sonrió y siguió avanzando poco a poco hacia mí, con los brazos extendidos como Frankenstein. Retrocedí, pero él siguió acercándose.

“Aww, venga ya. Sólo un abrazo. Te he echado de menos.”

Él extendió sus fangosas manos y me encontré retrocediendo de salir del cuarto. Me quedé de pie en la entrada, su cara fangosa goteando a sólo pulgadas de mi alfombra blanca. Miré fijamente en sus ojos risueños, tratando de conseguir que se pusiera serio. Pero parecía que no había ninguna posibilidad de que ocurriera esto.

“La elección es tuya. O me dejas abrazarte o esto es para la alfombra.”

“¿Estás loco, lo sabes?”

Se adelantó, dejando pender sus dedos sobre la alfombra. Vi las gotas de barro y agua formándose, agarrándose a las puntas de cada dedo. Una gota engordó, preparándose para caerse de su pulgar. Sonrió cuando empezó a salpicar alrededor de mis pies, dejando círculos marrón rojizo. Antes de que tuviera la posibilidad de causar más daño avancé hacía sus brazos fangosos y le empujé hacia atrás. Podía sentir el agua y el barro calentado que se filtraba de su cuerpo a mi camiseta. Sus manos me recorrieron la espalda, disfrutando de la transferencia de rayas fangosas. Se rió tontamente cuando las llevó más abajo, agarrando mi culo. Deslizó sus palmas húmedas hacia arriba y sobre mis brazos, dejando señales transparentes y granuladas en mi piel. Con un guiño, tocó mi mejilla con su sucio pulgar, pintando mi cara para que me pareciera a él. Me aparté y él me giró, admirando su artístico trabajo. Cacé mi reflejo en la puerta, y vi la huella de sus manchadas manos empapando mis vaqueros.

“Bien, ya te has divertido, ahora desnúdate. Déjame poner esto en la lavadora”

“Si insistes.”

No tenía intención de que fuera una declaración provocativa, pero de repente cuando se saco la camiseta por la cabeza, el aliento me abandonó. Mi cerebro se puso en cortocircuito ante su imagen. El barro que había empapado la tela se le agarró al pelo del pecho, sus brazos seguían trazados por tierra suave. Yo sabía que lo miraba fijamente, pero no podía evitarlo. Sus zapatos y calcetines golpearon el suelo, enviando ondas por el charco sobre el que estaba de pie. Él finalmente percibió mi mirada, contemplando su pecho untado de marrón y rojo.

Sin decir nada, puso sus manos en el cinturón de los pantalones de deporte. Dios, eran tan cortos. Casi estaba expuesta su pierna al completo, el pelo proporcionaba un conveniente agarre a la hierba y la tierra. Él estaba dispuesto a bajarlos poco a poco, pero envolví mi mano alrededor de su muñeca para detenerle. Simplemente me quedé de pie allí, sosteniéndola. Observé la carne de gallina formándose en su piel mientras el agua le enfriaba. Su aspecto era tan malditamente bueno que no pude resistirme. Fue mi turno para sonreír mientras me agachaba delante de él. No vacilé ni cuando sentí las rodillas de mis vaqueros mojarse por el agua sucia. Él me miró abajo con incredulidad cuando alcancé el elástico de sus pantalones cortos diminutos, diminutos.

“Déjame ayudarte.”

No sé de dónde vino mi voz. Él ya estaba duro cuando deslicé hacia abajo de sus asquerosos muslos la tela mojada. Me reí por dentro, su dura polla era la única parte limpia de él. Envolviendo mis labios alrededor de la suave cabeza aterciopelada, sorbí su polla profundamente en mi garganta. Él olía como la lluvia torrencial, todo terroso y húmedo. Sus manos mugrientas hendieron mi pelo cuando se empujó más profundo. Sentí vagamente las gotas de agua recorriendo mi espalda y golpeando mi piel mientras me jodía la cara. No podía resistirme a frotar las manos sobre sus piernas sucias, haciendo que quedaran igualmente sucias. Alzando la vista hacia él, podía ver sus ojos verdes mirarme fijamente a través de la neblina de felicidad. Se quedó con la boca abierta cuando empujé toda su longitud dentro de mi garganta. Soltó su apretón en mi pelo, dejándome marcar el paso durante un rato.

Me apremió a que me pusiera de pie y comenzó a quitarme la ropa. Mi, una vez, vestimenta limpia se unió ahora a la maraña sobre el suelo mojado. Todo que me dejó fueron mis blancas, blancas bragas. Sonrió, incapaz de resistirse a pasear sus sucios dedos sobre la tela, sobre mí al completo. Mis tetas de repente eran marrón oscuro, mi cuerpo tatuado con más remanentes del patio de entrenamiento. Frotando mi clítoris a través del algodón, lo marcó con el barro húmedo que permanecía en sus manos. Presionó la tela mojada entre los labios de mi coño, que empapé por el otro lado otra vez. Cuando me besó, pude probar el salado, arenoso barro en su dulce boca. La secadora ronroneó y me empujó hacia atrás, poniendo el resto de mi cuerpo tan asqueroso como el suyo.

Me giró, empujándome por la cintura hacia delante. Mis bragas cayeron al suelo, y después de vacilar un momento, entró en mí. Resbaló dentro sin problemas, mi coño estirándose sobre su polla con facilidad. Presionando su pecho mojado en mi espalda, gruñía mientras me jodía, ambos cubiertos de barro y sudor. Aporreó dentro de mí con fuerza y rápido, forzándome más allá sobre la secadora. Justo cuando me estaba acostumbrando a su ritmo, retiró su polla de mí, embromándome el clítoris con la cabeza mojada. Bajé la espalda mientras jugaba conmigo, tratando de traerle de vuelta a mi interior. Me hizo esperar, disfrutando de mantenerme en el límite.

Sin previa advertencia, empujó su polla profundamente otra vez. Su fiereza me robó el equilibrio, mis pies resbalaron en el suelo mojado. Sus manos se envolvieron a mi alrededor, encontrándome los pechos, mis pezones deslizándose entre sus hábiles dedos. Usé mi propia mano sucia para frotarme el clítoris, sin querer que él parara con lo que estaba haciendo. Tirando suavemente, mis pezones dolían bajo su toque, endureciéndose más con cada pase de su carne sobre la mía.

El sonido de nuestros cuerpos mojados al moverse juntos; su olor, el mío y el de la suciedad me dominaron. Gemí contra el sonido de la lluvia, sus dientes se hundieron en mi cuello cuando me vine. Sus manos, ahora secas y pegajosas por la suciedad, se agarraron a mis caderas, cuando me resistí a él. Su propia liberación siguió, cavando con su frente en mi espalda mientras gruñía y suspiraba. Sentí de pleno su peso en mi espalda, la secadora vibrando bajo mi pecho.

Despacio, volvimos a la tierra y estábamos de pie en mitad de un desastre. El barro y el agua habían esparcido por todas partes, incluso, de alguna manera, sobre las paredes. Su sonrisa era la misma de antes; la de un muchacho feliz y sucio. Me limité a sacudir mi cabeza hacia él, contemplando la escena.

“Me parece que es tu turno de hacer la colada.”

Pasé por delante suyo, dejando un rastro de huellas fangosas sobre la alfombra blanca.