Una Noche Secreta En Grouse Woods. Karen Sutow

La brisa de otoño golpeó en la puerta, trayendo a dos hombres y una mujer. Levanté la vista de mi capuchino, la espuma salpicaba mi labio superior. El más alto de los hombres pasó junto a mí, sus delgadas caderas casi rozaron mi hombro cuando se metió entre las mesas. Sus pantalones vaqueros le abrazaban el culo y su camiseta blanca le acentuaba los músculos de la espalda. Llevaba algo negro en las manos, aunque no pude ver lo que era, mi vista estaba obstaculizada por sus amigos, que se habían unido a él en el mostrador.

Me volví a Lacy, advertí su mirada fija en los hombres, y se apoyó en la mesa esforzándose para mirarlos. A la izquierda estaba el hombre de los pantalones vaqueros que seguía de espaldas a mí. A su derecha estaba la mujer, bebida en mano, recorriendo la sala con los ojos. Ella era pequeña, no más de 1.58 o 1.60 metros, con pelo corto, negro y ondulado, sexy pero elegante. Sus profundos ojos marrones, cara esculpida. Sin una pizca de maquillaje, pero atractiva como el infierno.

El tipo de su derecha sonrió antes de apoyar la mano sobre su hombro, luego dijo algo al otro hombre, el que sostenía el objeto negro. Cambió el objeto a su mano izquierda, se pasó los dedos por su corto pelo castaño y sonrió antes de devolver su atención hacia el camarero.

“¿Los habías visto antes?”, preguntó Lacy.

“No. ¿De dónde crees que son?”

“¿Cómo podría saberlo? Probablemente sólo estén de paso de camino a otro lugar.”

“¿En camino hacia dónde?”, le dije. “Desde este pueblo no se va a ninguna parte.”

Lacy se echó a reír, y yo me reí con ella. Almeida, con una población de 1683 habitantes, era un punto en el mapa. Si el tiempo era bueno y no había ningún desprendimiento de rocas o el barro no había borrado el camino de la montaña, se necesitaban más de un par de horas conduciendo por las colinas hasta el pueblo más cercano y cuatro horas hasta la ciudad de Carlton. La vida era sencilla, la gente vivía de la tierra, los vecinos se ayudaban los unos a los otros, sin ese brusco metete-en-tus-propios-asuntos que consigues en otros sitios, sobre todo en las grandes ciudades. Por supuesto, la gente joven no se quedaba mucho tiempo, huyendo en busca de algo nuevo y emocionante, por lo que la población no dejaba de menguar. Lacy y yo somos más o menos la excepción, aunque no estoy segura de cuánto durará esto. Siento que la ciudad me llama y estoy desesperada por experimentar aventuras. Deber ser una crisis de mediana edad o algo así, aunque no sé cuál es la mitad de tu vida, cuando apenas estás llegando a los treinta.

“¿Qué crees que están haciendo?”

“¿Cómo quieres que lo sepa?”

Los dos hombres y la mujer se habían trasladado a la pared del fondo y sentado de cara a la habitación. El de la caja negra miró fijamente, primero a la Sra. O’Leary, con su peinado pelo gris y cara arrugada, luego a Mabel Osterburch, cuya cabeza estaba enterrada en un libro. Mabel lamió su labio inferior, inconsciente del hombre que la miraba. Su atención cambio de Mabel y fue a pararse en Robin Koots, que sintió cómo la observaba, levantó la vista del periódico, y sonrió como si hubiese pensado que le ofrecía el mundo. El saludó con la cabeza muy ligeramente, luego miró la caja y suavemente pasó el dedo por su costado, como si acariciara a un amante. Tragué con fuerza. Desplacé la vista de ese dedo a su cara y capturó mi mirada con sus penetrantes ojos azules mientras me observaba directamente. Sonriendo. Con unos dientes muy blancos. No pude menos que responder con otra sonrisa, abriendo tanto mis labios que casi llegó a ser embarazoso. Lacy me dio una patada por debajo de la mesa cuando el hombre caminó hacia mí. El otro hombre y la mujer permanecieron en el sitio.

Tardó sólo unos momentos en cruzar la habitación, pero me parecieron una eternidad. Cuando habló, fue como si su profunda voz rompiera el silencio, aunque el ruido aún nos rodeaba. “Para ti”, dijo, sosteniendo la caja. Era de terciopelo, de unas cinco pulgadas por tres. Sin ninguna marca. Sólo un puro terciopelo negro que contrastaba profundamente con su mano bronceada. Dedos fuertes. Ningún anillo. Una pequeña cicatriz a través del nudillo de su pulgar.

“¿Qué… qué es esto?”

“Sólo cógelo. No te arrepentirás.”

Dudé, luego tome la caja, sintiendo su piel caliente contra la mía. Alargándolo para saborear el momento. El tocó con su mano libre mi mejilla, y sentí que el fuego marcaba mi piel, entonces el abandonó el café sin decir otra palabra y sus amigos le siguieron.

Los seguí por la ventana hasta que se alejaron de mi vista.

“Apresúrate. Ábrelo”, dijo Lacy.

“¿Qué crees que hay dentro?”

“¿Cómo diablos voy a saberlo? Limítate a abrirla.”

“¿Y si es una bomba o algo así?”

“Tienes que estar bromeando, ¿verdad? Además, es demasiado pequeño. Samantha, si tu no la abres, yo lo haré.”

Con cuidado, tiré del pequeño pestillo metálico de un lado y aflojé la tapa para encontrar la seda roja que revestía el interior. Un brillante trozo de papel descansaba en la parte superior de la seda. Parecía una entrada de teatro, y decía: “Para ti, nuestra cliente especial, una única noche extraordinaria, este sábado, ocho de la tarde, prepárate para la experiencia de tu vida. Entrada gratuita al Mystery Theater con este boleto. Válido sólo para el portador. Sin excepciones. Llega al claro del centro de Grouse Woods y sé puntual. No se permite la entrada con retraso. Parque en Canestoga Spring.”

“Déjame ver esto”, dijo Lacy arrancando el billete de mi mano. “No me lo creo. Eres muy afortunada.”

“¿Qué quieres decir?”

“Te dio una entrada para el Mystery Theater.”

“Nunca he oído hablar de él.”

“Te estás burlando de mí, ¿verdad?”

Negué con la cabeza.

Lacy se inclinó hacia delante y susurró. “Es ese teatro secreto itinerante que recorre todo el país. Nadie sabe dónde va o sobre que trata exactamente, pero se supone que es la experiencia más increíble que tendrás en toda tu vida.”

Recuperé la entrada de Lacy. “Si es tan secreto, ¿cómo sabes de él? Y si nadie sabe de qué se trata, ¿cómo sabes que es tan increíble?”

“Leí sobre él en Internet, pero te hacen jurar que mantendrás el secreto cuando abandonas el teatro.”

“¿Quieres decir que nadie ha roto su promesa? Me resulta difícil de creer.”

Lacy tomó un sorbo de café. “Cree lo que quieras, pero te digo que todo el mundo que ha ido dice que es absolutamente fantástico… si no quieres ir, estaría feliz de quitarte la entrada de las manos.”

Consideré la idea por un momento, y entonces, recordé el toque del hombre. Incluso si tan sólo pudiera echarle un vistazo de nuevo, valdría la pena. “No… yo iré. ¿Qué tengo que perder?”

“Eres muy afortunada”, dijo Lacy, sonriendo. “Te das cuenta, ¿verdad?”.

Negué con la cabeza.

***********

La caminata por el bosque me tomó más de quince minutos desde donde aparqué junto a otros tres coches. El aire de la noche olía a pino y ese húmedo olor limpio me encantaba. Linternas eléctricas delimitaban un camino por la arboleda. El envolvente silencio, roto únicamente por las ramas y las hojas dispersas que crujían bajo mis pies, me saludaba.

Por un instante, pensé en subir de nuevo a mi coche y regresar a casa, pero una molesta sensación comía mis entrañas y me decía que me arriesgara. Consideré que no tenía nada que perder. Infierno, yo me había estado quejando de que quería una aventura, y cuando la tenía enfrente, dudaba. No, esa no era la manera en que yo quería vivir mi vida, y que me aspen si mi miedo conseguía arrancar lo mejor de mí. Di un paso adelante, seguido de otro, hasta que me encontré en medio de un claro en el que estaba colocada una enorme tienda de campaña negra. Ninguna marca. Ninguna persona más. Ninguna luz. Nada.

Oí la música del interior, relajante, pero con un matiz alegre, una melodía tentadora, incluso erótica en un modo que no alcanzaba a descifrar. Aparté la solapa de la tienda y entré. Una suave voz femenina me habló al oído. “¿Puedo ver tu entrada, por favor?”

Me di la vuelta y la miré, pero no pude ver nada ya que estaba tan oscuro como la boca de un lobo. Le entregué mi entrada. Ella encendió una linterna, la mínima cantidad de luz reveló poco más que el ajustado traje de una sola pieza que vestía la mujer.

“Sígueme, por favor.” Apagó la linterna, cogió mi mano, y me condujo a través de la tienda. No me podía imaginar cómo era capaz de encontrar el camino sin nada que le sirviera de guía. Oí la respiración y el crujido de ropa cuando pasamos a alguien a mi izquierda. “Aquí tienes”, dijo la mujer mientras giraba mis hombros y me ayudaba a acomodarme en un sillón reclinable de felpa. “Comenzaremos en breve. Sólo relájate y disfruta de la música.”

Fueron cinco minutos, tal vez diez o veinte. Era difícil de decir sin nada que me orientara excepto la interminable música. Las notas aumentaron en ritmo y volumen hasta que vibraron e hicieron bailar las paredes de la tienda, encerrándome en un capullo de alegría. Los tambores y una guitarra se unieron a este fervor, luego una suave voz moderó la música, cantando una melodía que atrajo a las notas a un ritmo cada vez más tranquilo y estable, hasta que el resto desapareció, dejando sólo la voz de la mujer para llenar suavemente el aire. Parecía como si estuviera cantando para mí y nadie más, la oscuridad era mi única compañera.

Tras la última nota, una fresca brisa barrió mi piel, levantando la piel de gallina por mis brazos, la percepción magnificada. Entonces, la silla comenzó a calentarse, muy ligeramente, y sentí algo suave acariciar mi piel, tal vez plumas o algodón. El aliento se me atascó en la garganta mientras el objeto pasaba por mis mejillas y seguía hacia abajo por mis brazos, y parándose en mis dedos antes de iniciar el camino de regreso y volver a mi cara. Luché entre el deseo de experimentar la sensación y la necesidad de averiguar quién me lo estaba proporcionando, en cualquier caso, comprendí que sería incapaz de ver cualquier cosa. Vino otra brisa fresca, y luego, nada.

Todo lo que podía hacer era intentar anticipar que vendría después, mis sentidos estaban en llamas.

Una vez más, parecía que pasaría un largo tiempo hasta que ocurriera algo, pero la espera sólo incrementaba el placer. Cinco focos suaves rosados bañaban ahora a cinco hombres magníficos, todos desnudos excepto por unos shorts idénticos, de talle alto y estrechos. Pechos desnudos y musculosos brillaban con la luz, con sonrisas dibujadas en sus caras, las manos plantadas en las caderas. Podía ver las sombras de las sillas de salón cerca de cada hombre y supuse que un sexto hombre estaba de pie cerca de mí. Me pregunté qué aspecto tendría. Como se sentiría. Como olería. Como sabría. Giré la cabeza para mirar, pero las luces se apagaron antes de que tuviera la oportunidad.

Algo suave empujó contra mis labios y el zumo corrió por mi barbilla. Abrí la boca para probarlo, la fresa tan dulce y excitante como si la probara por primera vez. Su aliento calentó mi piel y luego su lengua lamió el zumo, limpiándolo con una completa, extensa lamida. Me dolía. Cada pedacito de mí. Y anhelaba más y más de estas maravillosas sensaciones. No sabía que se podía sentir algo tan bueno… que yo podría sentirme tan bien.

Los dedos encontraron los botones de mi camisa, los abrieron, y suavemente separaron la tela a los lados. Una vez más, sentí el cálido aliento en mi piel, las manos barrieron a través de mis pezones, sin detenerse para satisfacer los dolorosos brotes, bajando hacia mis muslos y tobillos y subiendo de nuevo. Pero esta vez, los dedos separaron la correa de mi sujetador y liberaron mis pechos. Un breve latido, y luego hielo en mis pezones. Gemí. El frío era delicioso en contra del calor de mi piel. Extendí la mano hacia él en la oscuridad, apenas capaz de permanecer quieta, pero él empujó mis brazos contra la silla y los sostuvo allí durante un momento. No me atrevía a moverme otra vez, no queriendo darle una razón para detenerse.

Una suave, aguda campanada resonó una vez, dos veces, seguida de una caliente ducha desde la parte superior. El agua rociaba mi piel, cada gota como agujas, sin embargo, tan estimulante. Después de un minuto, la campana sonó de nuevo y el agua se detuvo, dejándome la ropa empapada pegada a la piel. Los focos rosados se volvieron a encender, vertiendo una franja de luz más ancha que iluminaba tanto cada silla como a los hombres que estaban junto a ellas, sus cuerpos ahora brillaban por el agua, los shorts se aferraban a su piel. Volví a girar la cabeza, pero el hombre se agachó detrás de mí silla y me empujó la cara al frente. “Míralos y disfruta”, dijo en mi oído, su voz era como la crema y suave.

Reconocí esa voz, la de la cafetería, el hombre que me dio la entrada, y mi estómago se sentía como si se precipitara a mi garganta, pero luego se reasentó rápidamente. “Pero… ¿por qué?”

“La vida no es para preguntarse ningún porqué, sino para disfrutar.” Con esas palabras, me empujó a una postura vertical, me quitó la camisa, y desenganchó mi sujetador, todo el tiempo acariciando la parte de atrás de mi cuello con sus labios. Sabía que las otras mujeres de la sala me miraban. Sentí sus ojos, sus miradas, no me importó, únicamente me centraba en los hombres en pantalones cortos que se ocupaban de ellas, y en el hombre que se ocupaba de mí.

Su boca encontró mi deseoso y lo succionó, a continuación, lo mordió suavemente con sus dientes mientras su mano jugueteaba con mi otro pezón. Su lengua se arrastró por mi estómago, se detuvo en mi cintura, y luego hizo el camino de regreso a mi pecho. Vi a otro hombre hacer lo mismo con una mujer justo frente a mí, volví mi atención de un lado a otro y vi lo mismo. Esto sólo sirvió para aumentar mi excitación. Yo quería que él me tomara allí mismo. No me importaba quién me viera. Lo único en lo que podía centrarme era en el dolor ardiente y la humedad entre mis piernas.

La carpa se oscureció nuevamente. Me estremecí, pero no por frío. Sentí unas manos en mis caderas arrastrando mis pantalones hasta los tobillos y por mis pies. Un dedo empujó bajo mis bragas, jugueteando durante un segundo, luego desapareció. De nuevo hielo en mis pechos. Una caliente boca en la mía. Dedos en mi pelo. Me acerqué a él. Sentía los músculos duros como rocas de su pecho. Dirigió mis manos a su cintura, a través de sus pantalones cortos, sobre la protuberancia, manteniéndolas un largo momento.

Apartó mi mano. Oí su cremallera. Sólo quería alcanzarle. Sostenerle. Llevarlo dentro de mí. Pero conocía las reglas.

Otra vez, las luces. Esta vez un poco más tenues, mezcladas con violeta. La música suave y una brisa fresca que soplaba directamente sobre mi piel. Él se expuso ante mi vista. Desnudo. Esculpido como una de esas famosas estatuas que yo había visto en los cuadros de algún museo. “Por favor”, le dije.

Él sonrió, sacó un vibrador de detrás de su espalda y lo encendió. Sólo el zumbido casi me hizo alcanzar el orgasmo. Eché un vistazo alrededor, vi a otro hombre sosteniendo un vibrador contra una mujer, la felicidad plasmada en su cara. Mi hombre me presionó el vibrador en el clítoris, y envió excitantes pulsos de electricidad por mi cuerpo. Yo arqueé la espalda y extendí las piernas, deseando desesperadamente que lo introdujera en mi interior, deseando que él estuviera dentro de mí. Él también lo sabía. Sonrió maliciosamente y se paró simplemente porque podía hacerlo, justo cuando estaba al borde del orgasmo.

Alcanzó detrás de él, y sentí el agua fría golpeando mi piel otra vez seguida de aquella brisa fresca y luego su boca en mi cuello. Su “¡Oh!, tan caliente” boca. Se sentó a horcajadas sobre mí con sus musculosas y gruesas piernas y se inclinó hacia mi pecho y me besó. Con fuerza. Manos que sujetaban como abrazaderas mi cabeza. Dedos que casi se clavan en mi cuero cabelludo.

Las luces se apagaron.

El me abandonó. Sola en la silla. Deseando su toque. Necesitándole como nunca antes había necesitado a nadie. Me toqué los pechos y bajé las manos hasta mi estómago, pero no era lo mismo. ¿Dónde estaba él? “Por favor”. Dije otra vez. “Te deseo.”

Ahora música, tan suave que apenas podía oírla.

Volvió a subir por mi espalda y le alcancé, queriendo guiarle a mi interior. Otra vez las malditas reglas. Apartó mis manos. Rozó suavemente mi pezón, luego extendió mis piernas y me tomó en el momento exacto en que la luz volvió de nuevo.

Me quedé contemplando su cara, nuestras caderas moviéndose juntas, despacio al principio, y luego más y más rápido hasta que pensé que podría morir de placer. Alguien gritó, alguien más gimió, y me corrí rápido y duro. No sólo una vez, sino dos. El orgasmo fue tan intenso, que bajó hasta los dedos de mis pies y subió hasta los de mis manos. Sentí que él se venía, y sonreí.

La tienda se sumergió en la oscuridad otra vez. Me besó en los labios, luego besó mis pechos y dijo, “Que placer tan exquisito.” Con esto, desapareció. Yo intenté retenerlo con mis manos, y no puede encontrar nada, salvo la silla en la que me sentaba.

“Aquí tienes algo de ropa seca”, dijo una mujer y presionó una sudadera y unos pantalones de chándal en mis manos. Creo que fue la misma mujer que me había llevado hasta la silla. Encendió su linterna para que pudiera vestirme, a continuación, me volvió a guiar desde la silla a la entrada de la tienda. Traté de vislumbrar a las otras mujeres, ver a los hombres que habían llevado los shorts, encontrar al hombre que me tanto me había complacido, pero no podía ver nada más allá del pequeño haz de luz de la linterna.

A la salida, la mujer presionó un trozo de papel en mi mano que decía: “Gracias por venir. Espero que hayas disfrutado del Mystery Theater.”

No sabía qué decir, así que me limité a asentir y me dirigí de nuevo hacia mi coche con el papel apretado en mi puño. A mitad de camino, recliné mis hombros sobre el asiento y apagué el motor, sin poder creer lo que había sucedido. Agarré el papel del asiento del pasajero, dónde lo había arrojado, y luego lo desplegué para descubrir una rosa. Bajo ella, el papel decía: "Mantén en secreto lo que pasó aquí esta noche. Si se lo cuentas a alguien, echarás a perder la magia para otras mujeres como tú. En la vida, son lo desconocido y la sorpresa lo que hacen todo tan increíblemente excitante. "