Un Regalo Especial.
Barbara Elsborg
A Kate le dolía la mandíbula. La última vez que le dolió así, había sido después de una maratoniana sesión de besuqueos con su primer novio. Hacía diez años. Ella tenía quince, y se habían estado escondiendo detrás de los cobertizos de las bicis en su escuela en Londres. Lamentablemente, el dolor actual no tenía nada que ver con besos.
Desde el momento en que había sido encerrada en esa monstruosidad de color naranja que se hacía pasar por un vestido de dama de honor, se había visto obligada a sonreír. Su cabello había sido peinado con un estilo que odiaba. Sonrisa. Sus zapatos le rozaban los dedos. Sonrisa. Ella no había sonreído desde hacía nueve meses, cuando su novio, Pete, había caído bajo el hechizo de su amiga Jennifer, su definición de amiga estaba aún bajo revisión. Pero la sonrisa estaba hoy de regreso a su lugar, mientras la pareja se casaba. Kate sonrió incluso cuando el bastardo de Pete le dio las gracias en su discurso por haberlos unido. Ella sonrió más furte cuando Pete la pilló sola en el pasillo y trató de darle un beso de borracho. La risa no funciono en ese momento. La rodilla en la entrepierna sí lo hizo.
Cuando las otras cinco damas ronronearon agradecidas por las joyas regaladas por la novia, Jennifer entregó a Kate un paquete largo y estrecho. “Un regalo especial para ti.”
Kate forzó una carcajada de alguna parte cuando vio lo que había dentro. Entonces Jennifer le lanzó una de sus miradas, una que conseguía que Kate sintiera un trasfondo implícito que no había llegado a comprender del todo.
“Ahora tendrás a un hombre en tu vida,” dijo Jennifer.
Kate contempló el juguete en sus manos: un muñeco moreno que llevaba solamente un par de pantalones cortos, vaqueros. Exactamente lo que Pete había estado llevando cuando ella abrió la puerta de su apartamento para encontrarse con Jennifer paseando por allí en ropa interior.
“Es lo mejor que puedo regalarte”, dijo Jennifer y sonrió.
La mandíbula de Kate se cerró en una estúpida sonrisa.
Ni siquiera pudo borrar esa sonrisa en el interior del taxi de camino a su casa de Lewisham. El conductor era pariente de Pete. Sólo después de cerrar la puerta de su apartamento y dejar al mundo fuera, Kate dejó caer los hombros y la cabeza.
Se quitó los zapatos y suspiró. Se había terminado. Había prometido hace mucho tiempo que sería la dama de honor de Jennifer y había cumplido su palabra. Ojalá Jennifer hubiera mantenido la promesa que se habían hecho de no robarse los chicos de la otra.
Kate miró al muñeco en su mano. El GI Joe[1]. Era mono. Mandíbula cuadrada, ojos oscuros, nariz fuerte y un físico impresionante, aunque un poco frío y rígido. La única imperfección era una cicatriz bajo el ojo derecho. Kate frotó los pantalones cortos con el pulgar, impresionada por la costura en miniatura y los pequeños remaches. Se preguntó si sería anatómicamente correcto. Desabrochando los minúsculos botones, bajó los pantalones cortos de su firme trasero y sonrió. La primera sonrisa genuina del día. Un montículo liso. Sin boda a afrontar. Pobre Joe asexuado. No era la clase de tipo que necesitaba.
Abrió su armario y lo arrojó dentro. Kate tenía que arreglar la luz del interior. Tal vez Joe lo hiciera por ella. Se recostó en su cama, separando las sofocantes capas naranja que salieron volando hacia arriba y cerró los ojos. Hubiera querido tener un hombre que traer a casa, le hubiera gustado tener uno para sentarse a su lado en la boda, deseo…
El golpe fue tan fuerte que Kate se puso en pie de un salto. Se mantuvo tensa, en espera de otro sonido, pero sólo oyó el tictac del reloj que le decía que su vida se alejaba. Parecía como si el ruido hubiera venido desde el interior del armario. Tal vez un riel se habría roto o un anaquel se habría vencido con el peso y su ropa se había caído al suelo. El final de un día perfecto.
Kate abrió la puerta del armario. Un hombre yacía en el suelo. Un tipo moreno en pantalones cortos vaqueros y nada más. Kate rió. Aquella copa extra de champán no había sido una buena idea. Cerró la puerta. Necesitaba tomar un café. Mucho café.
***************
Joe Kendrick parpadeó. No creía haber reconocido a la alta y delgada rubia, pero se había ido demasiado rápido para estar seguro. ¿Qué hacía ella en su piso? Joe dejó caer su cabeza hacia atrás y miró el panel que colgaba del techo. Ah, ahora recordaba. La caída había sacudido su cerebro. No era su armario. Estaba en el piso de abajo. Podía ver parte del suyo a través de un hueco en el techo. Había hecho un agujero y se había puesto a comprobar si el suelo era lo bastante fuerte para soportar una caja fuerte. Bien, sospechaba que ya sabía la respuesta. Joe también sabía que no debería moverse. Podría haberse roto algo en la caída. Tenía un dolor horrible a la mitad de su espalda. Sólo la lógica le dijo que si algo catastrófico hubiera pasado en su columna vertebral, no sería capaz de sentirlo. Joe trabajaba en valoración de riesgos. Se arriesgó y se sentó.
Estaba tumbado sobre un muñeco. Rió y lo arrojó a un lado sobre un montón de zapatos. Incluso con la tenue luz que brillaba dentro vio que eran de mujer. Sandalias de tacón alto. Zapatos cerrados de tacón alto. Zapatos con flores. Zapatos con lazos. Negros. Azules. Ohh, rojos. Su polla se despertó y presionó contra los botones de sus pantalones cortos. Desabrochó un botón y alivió la presión. Su mirada cayó sobre el muñeco. ¿Ella tenía un hijo? ¿Un marido? Su polla se desinfló.
Joe se puso en pie y se estiró. No había huesos rotos. Alcanzó el panel por el que había caído y lo colocó en su lugar. Dejó escapar un suspiro de alivio. Podría marcharse a su piso y nadie se enteraría. La mujer que había mirado dentro no debía haberlo visto, probablemente no podría creer lo que veía. Aunque no estaba muy contento con la forma en que había sido construido este edificio. ¿Habían seguido las normas de seguridad?
La puerta del armario se abrió y se dio la vuelta.
“Joder. Quiero decir, ¡Oh, Dios mío!,” espetó ella.
Joe sofocó una carcajada.
“Eres real. Arrojé ese muñeco aquí, deseando un hombre. ¿Así que los sueños se hacen realidad?”
Joe abrió la boca para decirle que había caído del piso de arriba y ella sonrió. En ese instante se perdió y el yo-yo maldito dentro de sus calzoncillos se irguió. Era bonita, cara en forma de corazón con los labios más besables que había visto desde que llegó a Inglaterra. Tenía curvas en todos los sitios correctos. Y no alucinaba al ver a un extraño en su armario.
“El muñeco no tenía nada dentro de sus pantalones, pero puedo ver que tú sí,” susurró.
Joe se ruborizó. Abrió la boca otra vez para hablar, pero ella se acercó y lo besó. Sus suaves manos le ahuecaron la cara y presionó la lengua contra la comisura de sus labios. Por supuesto, ahora no mantendría la boca cerrada. Joe la abrió para dejarla entrar en su interior y casi se hundió en su garganta. Trató de reírse entre dientes pero le salió más bien como un gemido ahogado. Era bueno. El beso era más que bueno.
Los seductores labios se apretaron contra los de él. Una lengua caliente serpenteaba alrededor de su boca, como una intrépida exploradora en un mundo nuevo, y esperaba que a ella le gustase lo que encontrara.
“Cerveza.” Suspiró ella. “Me encanta su sabor.”
Sus pelotas se apretaron. A él le también encantaba su sabor. Algo dulce. ¿Pastel? Deslizó las manos por su cintura. Su vestido era… había demasiado vestido. ¿Cómo se suponía que iba a ponerle las manos encima a través de metros y metros del áspero material? ¿Y naranja? Demasiado pronto para Halloween. Entonces perdió la cabeza dentro de su boca e hizo lo que debería haber hecho hace varios minutos. Le devolvió el beso.
Joe bordeó la suave hendidura del interior de su boca, mordió la almohadilla carnosa del lado inferior y jugueteó con su lengua sintiendo como se derretía. Las manos de ella vagaron por su espalda para acercarlo, arqueando su cuerpo durante el beso, Joe se encontró meciendo sus caderas en las de ella.
“Arráncame el maldito vestido,” suplicó ella.
A Joe le hubiera gustado haber hecho exactamente eso, pero era un hombre prudente ¿Y si esto fuera la creación de un diseñador y él pudiera terminar debiéndole una factura de miles de dólares?
“Por favor. Lo odio,”
Pasó las manos tras su espalda y tiró con fuerza del material, oyendo como se rasgaba, empujó hasta que el vestido se aflojó de sus hombros. Lo dejó resbalar, una pequeña combinación femenina asomó y las capas naranjas cayeron al suelo. La protuberancia de los pantalones cortos de Joe se convirtió en un problema mayor. No llevaba ropa interior que le protegiera de la presión de los botones de la bragueta, y su polla crecía, aumentando la incomodidad. Necesitaba abrirse un par de botones más, pero deseaba que los aflojara ella.
Kate llevaba ropa interior, pero esta no le molestaba. Un sujetador sin tirantes de encaje negro que elevaba sus pechos poniéndolos en bandeja, para jugar en ella. El trozo de cordón negro de seda que se envolvía alrededor de sus caderas y pasaba entre sus piernas no podía ser descrito en ningún modo como un par de bragas. Rubia natural. Él sonrió. Apostaba a que su culo era hermoso, pero no se atrevió a mirar por si su polla hacía una tentativa de fuga con éxito.
Joe dejó caer la cabeza sobre su hombro, mordisqueando el camino hasta la cima del sostén, y luego pasó la lengua por el borde el material. Ella tragó saliva jadeando duramente lo que hizo que su polla cantara olvidándose de la presión de los botones. Se le disparó el pulso. Un golpe de sus dedos y el sujetador cayó. Su visión se enturbió por un momento. Pezones de color frambuesa, como pequeñas gomas de borrar. Abajo rizos rubios. Labios de azúcar. ¿En que debía centrarse?. Se sentía mal por tener que elegir.
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Cuando su caliente boca se cernió sobre un pezón y sus dedos se equilibraron sobre el otro, Kate apretó y aflojó los músculos entre los muslos, la anticipación aumentaba su deseo. En ese momento sus labios, húmedos y suaves, tomaron el pezón y lo chuparon mientras que sus dedos jugueteaban con el otro, trazando círculos alrededor de la punta. Kate colapsó en sus brazos con un grito ahogado. Nunca se había venido tan rápido antes.
Él la sujetó, la sostuvo mientras ella se disparó hacia arriba en un geiser de sensaciones, flechas ardientes recorrían su cuerpo, trazando ardientes caminos de placer que se colaban en ondas brillantes antes de desvanecerse. Más, gritó su cerebro.
“Wow, material caliente,” susurró él.
“¿Puedes hablar?”
Él sonrió y le acarició la mejilla. “¿Crees que has tenido que tocar un interruptor detrás de mí cuello?”
Ella sonrió. “Adoro tu acento americano, Joe.”
“¿Cómo sabes mi nombre?”
Ella pareció perpleja. “Eres GI Joe.” Le tocó la cicatriz bajo el ojo.
Él sonrió. “¿Y tú te llamas?”
“Kate.”
“Encantado de conocerte, Kate.”
“¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿De dónde vienes?”
“Por qué, hace un minuto antes estaba sentado en un estante de Toys R’Us junto a un gatito de peluche, y lo siguiente que supe es que estaba aquí.”
Ella se echó a reír.
“Tienes unos pechos hermosos.”
El calor inundó la cara de Kate y miró hacia abajo. Ooh, demasiado tentador. Ella deslizó un dedo en la abertura de la parte superior de sus pantalones cortos, enroscándolo alrededor de un rizo de vello negro y oyó un jadeo. Alcanzó e insertó sus dedos en los botones por encima de la cabeza de su polla. Cuando acarició su pene con ellos, Joe aspiró sus mejillas. Kate se debatía entre la mirada perdida de sus magníficos ojos oscuros y mirar hacia abajo, hacia la fuente de calor palpitante que estaba cerca de su mano.
“Tócame,” graznó con voz ronca.
Kate le desabrochó los tres últimos botones del pantalón, su pene se excitó totalmente y saltó como un gato de una caja. Oh Dios, era grande. Un eje oscuro, grueso, cortante se balanceaba frente a ella.
“¿Te gusta lo que ves?” preguntó Joe.
“No hay mucho que me guste más que un chico en pantalones cortos. Excepto tal vez un tipo sin pantalones cortos.”
Kate le bajó los vaqueros por las caderas y los pantalones cayeron al suelo. Él les dio un puntapié al apartándolos. Oh Dios, ella tenía un hombretón desnudo de 1.90, con amplios hombros musculosos y largas piernas largas fuertes en su armario, y ella no quería despertar.
“Me gusta lo que veo,” le dijo a Joe en un susurro. “Eres magnífico.”
Una pequeña llama brilló en el pecho de Kate. Sus manos todavía estaban agarradas a la estantería y tenía la sensación de que el dejaba que ella jugara a su ritmo.
Ella se arrodilló y le acarició la parte superior de los pies, pasó las palmas hacia arriba por la parte posterior de sus pantorrillas y sintió como sus músculos ondeaban. Cuando acarició el dorso de sus rodillas, Joe se tambaleó y rió. Kate lamió el caliente camino hacia sus muslos y se movió de uno al otro cuando la polla latió a centímetros de su cara. Kate extendió las manos sobre las mejillas del culo y tragó saliva. Pequeño, duro y firme. Una lamida lenta de la raíz a la punta del aterciopelado pene para recoger una perla diminuta de líquido pre-seminal y él gruñó. Kate le mostró la gota salada que se asentaba en su lengua antes de untársela sobre los labios.
“Oh, joder,” murmuró.
Kate delineó la gruesa vena de la parte posterior de su polla con la punta de la lengua y le rodeó con las manos para acariciar su angular cadera antes de tocarle el eje. Le encantaba la forma en que la sedosa piel exterior del pene se deslizaba sobre su rígida base, amaba su olor almizcleño, su sabor, pero lo que más le gustaba era la forma en que se mantenía erguido mientras jadeaba y sus pantalones daban sacudidas a su boca. Kate arrastró la lengua sobre la costura oscura en la parte media inferior de su pesado saco y suavemente le tomó las pelotas en la boca. Ella sintió la frágil danza de estas en torno a su lengua y ronroneó.
“Kate, Kate,” gimió él. “Me estás matando.”
Ella lo soltó. “Eres un soldado. Suck It Up[2].”
Se sacudió cuando se echó a reír. “Eso es lo que esperaba que hicieras.”
En un descenso en picado sobre la cabeza de su polla, la trago todo lo que pudo, que, francamente, no era mucho, y la risa acabó ahogada. Kate movió una mano a la base del eje y lo apretó mientras envolvía su boca alrededor de la sedosa corona. Chupo en viajes cortos y rápidos. Después, succiones lentas. Luego duro, con la fuerza de una bomba. Enroscó las manos en su pelo mientras se mecía dentro de ella y gimió.
“Ah Dios, que bueno es. Tu pequeña boca caliente… ah, joder.”
Kate se meneó mientras bombeaba, lamía mientras chupaba, variaba la acción para prolongar la sensación del grueso eje que crecía en ella, llenándola. Su coño se apretaba cada vez más, con cada succión. Sus manos fueron a su garganta, descansando allí los pulgares mientras jodía su boca.
“Puedo sentir mi polla dentro de ti. Oh Cristo, voy a correrme. ¿Quieres que me salga?”
Kate apretó sus labios en respuesta. Nunca lo había tragado antes, pero ahora quería. Un empuje profundo y la polla tocó el fondo de su garganta. Ella sintió como sus bolas se apretaban y separaban, como su polla se hacía más grande, más caliente y luego palpitó. Él gritó cuando sus caderas se sacudieron y se vino en chorros en el fondo de su garganta. Kate tragó cada chorro salado, deleitándose con cada jadeo entrecortado. Ella levantó la vista y lo vio mirándola fijamente en ella mientras sus espasmos se desvanecían. Sonrió a través de sus jadeantes respiraciones. Le apartó con una mano el pelo de los ojos y se retiró de su boca.
“Ven aquí, labios dulces,” le dijo a la vez que la ponía de pie.
Kate no estaba segura de si la besaría, o de si lo que quería era probarse a sí mismo, pero dirigió la boca hasta la suya como si se consumiera, como si estuviera muriéndose de hambre.
La cabeza de Joe giraba. ¿Se había golpeado cuando se cayó al suelo del armario? ¿Se había muerto? ¿Estaba soñando con un ángel que le había hecho la felación de su vida? Ella pensaba que él no era real. Pensaba que era un GI Joe, un soldado de juguete que cobraba vida. Había pegado su caliente cuerpo contra él y Joe se preguntaba si estaba perdiendo el tiempo pensando. Tenía que apagar su analítico cerebro y dejarse arrastrar por la corriente.
Un giro de caderas y sus pensamientos murieron. Su culo era tan bonito, tan suave y curvilíneo. La apretó contra él mientras la besaba y su polla se animó. Maldita sea, eso había sido rápido. No es que se quejara. Joe empujó la rodilla entre las suyas, para que abriera las piernas y deslizo la mano hacia el paraíso.
Era el cielo, caliente y mojado. Ella lo apretó con más fuerza, y lo besó más duro a medida que jugaba con sus hinchados pliegues, dejando deslizar sus dedos, teniendo cuidado de no tocarle el clítoris, no importando lo mucho que se retorcía contra él. Joe se separó de su boca para tomar un poco de aire. Era difícil recordar que necesitaban respirar cuando las llamas del deseo eran tan intensas.
“Afiánzate, dulzura,” susurró él.
Deslizó un dedo profundamente en su interior mirándola fijamente a los ojos. Ella tembló y se mordió el labio inferior. Parecía terciopelo, tan caliente y mojada, goteaba a través de su mano. Joe retiró el dedo, y tocó el nudo tenso de su clítoris, y Kate se deshizo entre sus brazos, sus piernas cedieron. Si no hubiera estado sosteniéndola, se habría caído. Le encantó esto, la adoraba. La deseaba en una cama, quería hundirse profundamente en ella y joderla una y otra vez.
Su pene estaba empujando entre sus piernas cuando recobró el sentido. Sin condón. Malditos fueran esos pantalones cortos de mierda. Tenía un preservativo en la cartera, pero ésta estaba en otros pantalones colgados a unos inaccesibles metros sobre su cabeza. Podría salirse en el último momento, pero solo se necesitaba que un pequeño golpe saliera para convertirlo en papá. Joe entendía de probabilidades. El cálculo de probabilidades era su vida.
“Estoy tomando la píldora.”
Pop. El sonido de su fuerza de voluntad evaporándose.
“Yo estoy limpio. Yo… nunca he tenido…” Joe se rindió. Las palabras no le salían correctamente.
Kate agarró el saliente metálico que había tras su cabeza y subió las piernas colocándolas alrededor de su cadera. Joe esperaba que los estantes estuvieran firmemente fijados, a continuación, tuvo una panorámica de su coño y dejó de preocuparse. Le deslizó una mano bajo el trasero y usó la otra para dirigir la polla a su sitio. Parecía tan grande y ella tan pequeña. Cristo. Su gran pene golpeó contra esos húmedos pliegues y atravesó su entrada.
“Joe,” suplicó ella.
De un sólo empellón vio cómo la polla se hundía profundamente en su interior, con su pelo rubio unido al negro propio y se le atascaron los pulmones.
“Esto es tan bueno,” jadeó él.
Colocó las dos manos bajo su trasero para sostenerla y ella envolvió las piernas en torno a su cadera, metiéndolo más profundo. Estaba apretada y caliente, y Joe quería seguir empujando, quería meter más polla en ella. Quería meter el cuerpo entero en su interior. Dejo caer la cabeza contra su pecho y lamió el pezón. Una lamedura y después una succión y empezó a golpear sus caderas en ella, tomando el pezón a la vez que hundía la polla.
Un pequeño grito salió de su boca cuando dejo su pecho, pero necesitaba hacerlo para moverse más firmemente, con golpes rápidos ahora, construyendo su orgasmo.
“Sostente firmemente, cielo.” Vio cómo agarraba más duramente los estantes con las manos, los nudillos blanqueados por la presión.
Joe machacó nuevamente su pene contra ella, la fricción alrededor de la polla lo llevo hacía el olvido. El rubor de sus pechos lo arrastró al borde. Sus músculos apretaron alrededor de su pene cuando se corrió. Ah Dios, ¿cómo podía ser tan afortunado? El dolor de sus bolas se desvaneció rápidamente a la vez que un salvaje placer hizo brotar el hirviente esperma dentro de su coño. Él le separó las manos del estante y Kate rodeó su cuello con los brazos en los últimos momentos del paseo. Joe lamentó no poder quedarse en ella para siempre.
La abrazó mientras sus piernas descendían deslizándose por su cuerpo, luego le salpicó de besos la cara, frente, nariz y siguió hacia abajo, a lo largo de la barbilla.
“Cariño, has salido directamente de mis sueños,” susurró él.
“¿Vas a venir otra vez?”
Él se echó a reír. “Dame un momento.”
Kate frunció el ceño. “Quiero decir, si pongo el muñeco en el armario.”
“Ah, sí, seguro.”
“¿No es magia de una sola noche?”
El corazón empezó a latirle con fuerza. “No, si tu no quieres que así sea.”
Ella sonrió y dijo. “Te veré mañana por la noche, Joe.”
La puerta del armario se cerró y Joe exhaló. Agarró sus pantalones y se los puso. El muñeco estaba donde lo había tirado y lo puso en la parte superior de su sujetador negro antes de que se alzara de nuevo a través del techo. Él estaba en el suelo del armario para sustituir el panel y el cuadrado de madera que había hecho para poner la caja fuerte. Entonces se sentó y apoyó la espalda contra la puerta del armario pasando los dedos por su cabello. ¿Qué demonios había pasado? ¿Realmente creía que era un muñeco que cobraba vida? ¿Estaba loca?
Con un sexo así, ¿Por qué se preocupaba?
***********
Joe no podía reprimirse por más tiempo. Se armó de valor en el bar mientras tomaba una copa con su amigo Ken y le contó todo. La mandíbula de Ken cayó hasta sus zapatos
“Mierda santa,” jadeó él. “Así que piensa que eres una figura de acción que cobra vida.”
Joe asintió con la cabeza.
“Eres un cabrón con suerte.”
Joe asintió con la cabeza más duramente
Ken sonrió. “¿Crees que debería comprar una Barbie y arrojarla dentro de mi armario?”
Joe lo fulminó con la mirada. “Lo digo en serio. El problema es que ella no cree que yo exista fuera del armario.”
“¿Estás seguro de que es lo que ella cree? ¿No te ha visto por el edificio, sabe que vives encima de su piso y te está tomando el pelo?”
“Nunca la he visto antes. Realmente cree que soy GI Joe. Tengo pantalones cortos vaqueros, el mismo pelo, la misma cicatriz bajo el ojo. Seguramente la suya fue causada mientras luchaba con algún soldado enemigo, yo tengo la mía de cuando me caí en una obra que estaba inspeccionando. Dios, ella es magnífica. Me podría ahogar en esas tetas, un coño en el que quiero hundirme, unos ojos en los que no quiero dejar de sondear.”
“Entonces, ¿cuál es el problema?”
“El problema es que no soy GI Joe. Soy Joe Jarvis, asesor de riesgos de Boulder, Colorado. No salí de la estantería de una tienda de juguetes. Tengo un pasado y me gustaría un futuro con ella.”
“Vete y llama a su puerta.”
Joe sintió que toda la sangre abandonaba su cabeza. “Pero, ¿y si ella sólo desea un sueño?”
Ken puso sus ojos en blanco. “Arriésgate, Joe.”
***********
Al día siguiente, Kate había abierto y cerrado tantas veces la puerta del armario que los goznes crujían. La figura de acción permanecía donde ella la había dejado, con los pantalones cortos desabotonados, junto a sus tacones de aguja. Cerró la puerta y suspiró. Así que no iba a venir. Kate había barajado un montón de teorías sobre cómo había llegado a su piso y rechazó todas excepto una. Era un ladrón.
Por supuesto, ésta la dejaba con la dificultad de explicar su falta de ropa aparte de los vaqueros cortos, pero ¿qué otra explicación podía haber? A menos que fuese realmente GI Joe, y fuera mágico. ¡Ja! ¿Jennifer era tan rara? Pero Joe tenía la misma cicatriz, el mismo cuerpo musculoso, los mismos pantalones cortos que el muñeco. Kate se golpeó la cabeza con la palma de la mano. Tal vez se había imaginado todo el asunto, incluso los dolores musculares que sentía hoy.
Sólo había una manera de averiguarlo.
Pasado un tramo de escaleras, encontraría la respuesta.
Kate permaneció tras la puerta del apartamento que estaba justo por encima del suyo con una mano levantada a punto de golpearla. En la otra mano, ella llevaba al GI Joe. Antes de pensárselo más, llamó.
Una mujer contestó. Pequeña, menuda, pelo largo y muy oscuro. Anillo de boda en su dedo. Kate se congeló.
“¿Sí?” preguntó la mujer.
“Lo siento. Me equivoque de piso.”
Kate se dio la vuelta y regresó a la escalera. Bajó y siguió andando.
***********
Joe se quedó fuera del apartamento de Kate, el corazón le latía con fuerza. Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió y un tipo de aspecto enfadado salió. “¿Qué?” espetó.
“¿Usted… vive aquí?
“Sí.”
Joe pensó de repente ¿eres idiota? Y dio marcha atrás. “Lo siento. Apartamento equivocado.”
Hizo una pausa en las escaleras en vez de subir a su apartamento, las bajó aturdido. Fuera, en la calle, respiró hondo. Le temblaban las manos. Joe no sabía en que estaba pensado. ¿Era cólera por sentirse engañado? ¿O pena? Se tambaleó cuando el hombre que había visto arriba surgió tras él con una mujer y un muchachito. La mujer no era Kate. ¿Se habría mudado? Joe comenzó a seguirlos y se detuvo. No necesitaba que le dieran un puñetazo en la cara. Necesitaba a Kate.
Casi al mismo tiempo que pensaba en su nombre, apareció en su línea de visión. Estaba de pie, fuera de la puerta del edificio de enfrente, sosteniendo a GI Joe en la mano. Joe olvidó mirar a ambos lados. Olvidó comprobar otra vez por si acaso. Olvidó que se suponía que no era un hombre real. Se precipitó a cruzar la calle y se congeló frente a ella.
“Fui a tu apartamento.” Hablaron al mismo tiempo y luego se rieron.
“¿Vives allí?” susurró ella.
“¿Vives aquí?”
Kate tragó saliva. “Una vez que me convencí de que no eras un ladrón que tuviera un juego de llaves adicional de mi piso, decidí que habías atravesado el techo de mi armario a través del suelo del tuyo.”
“Lo hice. Esto es imposible.”
Él se pasó los dedos por el pelo y Kate le agarró la mano.
“¿Importa eso?” Preguntó ella, con la ansiedad escrita por todo su hermoso rostro.
Joe sonrió. La tomo en sus brazos y la besó, el muñeco presionado entre ellos. Su erección agrandándose por segundos.
“Sube a mi apartamento”, susurró Kate. “¿Crees que podemos llegar al tuyo a través del mío?”
Ella lo cogió de la mano, subieron las escaleras, llegaron a su apartamento y se metieron en el armario. Por alguna razón, Joe no estaba sorprendido por encontrar el panel del techo firmemente fijo en su lugar y las vigas por encima intactas.
“No va a volver a funcionar, labios dulces,” dijo.
Kate puso mala cara. “Maldita sea, y yo que pensaba ver qué pasaría si pusiera dos GI Joe aquí.”
Joe se rió. “¿Significa esto que la magia se ha ido de nuestra relación?”
Ella sonrió. “Quítate esos pantalones cortos y veamos.”