Dirty Little Boxer Boy. Ryan Field

Durante mi primer año de estudiante en la Universidad trabajé a media jornada como dependiente en un salón de bronceado. Era un lugar bastante funesto con deprimentes alfombras marrones, pero era un buen trabajo, limpio, que me permitía pasar mucho tiempo estudiando entre cliente y cliente, la mayor parte de los cuales eran hombres de mediana edad y mujeres sin demasiadas ocupaciones. Habría preferido un trabajo a tiempo parcial en una tienda de ropa masculina, con tipos jóvenes a los que ayudar a elegir los calcetines y ropa interior adecuados. Yo siempre he usado calzoncillos sueltos tipo bóxer; hay algo muy caliente sobre el modo en que ellos caen en un hombre, pero el salón de bronceado estaba cerca de la residencia de estudiantes y el trabajo no requería demasiado desgaste mental.

Dejando de lado a los clientes dolorosamente adictos a las lámparas ultravioletas, no era malo en conjunto, excepto porque a menudo había demasiado tiempo libre. Los meses de septiembre y octubre eran lentos; era afortunado si tenía dos o tres clientes al día. Y era casi impensable ver a un tipo estupendo de unos treinta años contratar un mes de bronceado antes de un viaje a Belice, México.

Pero esto fue lo que pasó.

Era una lluviosa mañana de lunes a finales de septiembre, cuando Rick entró en el salón vacío. Yo había estado estudiando para un examen de química, cuando levanté la mirada para ver, parado ante mí, a un tipo alto con el pelo corto y negro, vestido con un chándal azul marino. Su aspecto era militar, con pelo oscuro de punta, pegado a las sienes por el sudor, con una sombra de barba de un color casi verdoso, y manos fuertes que se movieron elegantemente cuando habló. Obviamente acababa de dar un carrera matutina, había señales de transpiración entre sus piernas.

“Estoy interesado en el bronceado durante un mes aproximadamente”, dijo él. “Soy médico, voy a ir a Belice para una investigación, y no quiero quemarme allí. Nunca he hecho este tipo de cosas antes. ¿Crees que puedo conseguir un bronceado decente para el viaje?”, su voz era profunda y suave. Noté que tenía manos grandes con gruesos, largos dedos.

Al instante dejé caer mis apuntes de química y comencé a explicar el proceso de bronceado a este guapo chico. Tenía una expresión firme, pero suaves ojos marrones que me recordaban a un cachorro de perro. A pesar de que su chándal era amplio y colgaba de su alto y rígido cuerpo, supe que había un buen relleno por debajo. Y disfruté del poder que me dio: un estudiante universitario que no sabía nada, excepto tal vez como chupar una polla a la perfección, explicando algo a un maduro hombre de mundo.

Cuando terminé con el rollo publicitario de la venta y tuve la certeza de que iba a firmar el contrato por un mes de bronceado, le sugerí, “Deberías comprar una loción bronceadora. Eso te ayudaría a conseguir un mejor dorado e hidratará tu cuerpo. Realmente es un factor muy importante en el bronceado de interior.” Honestamente pensaba que las lociones también ayudaban.

“¿Puedes recomendarme alguna?”, preguntó. “Pareces tener un estupendo bronceado. Quiero lo mismo que usas tú.” Sus cejas subieron y el encogió sus anchos hombros.

“Yo uso esto”, dije, cogiendo una loción bronceadora de una estantería de exhibición que había sobre el mostrador. “No es cara y funciona, como puedes ver.” Estiré mis morenos brazos. Yo sólo me bronceaba una vez por semana, pero tenía un tipo de piel que absorbía la luz del sol; una sola sesión de veinte minutos ponía mi culo tan suave y marrón como el de alguien que hubiera tomado cinco sesiones de igual duración. Mi piel era la razón principal por la que el dueño del salón me había contratado. Aunque nacido y criado en la costa este, la gente siempre me decía que tenía la apariencia de un surfista de la Costa Oeste.

“¿Y se aplica como cualquier otra loción bronceadora?”, preguntó, dándome su tarjeta de crédito para poder finalizar la transacción.

“Debes extenderla por todo el cuerpo”, le contesté, notando que la cabeza de su pene hacía un ligero esbozo en la tela de sus pantalones de footing. “Y también es muy importante extenderla por la espalda.” Entonces alcancé adelante y suavemente dirigí las puntas de mis dedos sobre la parte de atrás de su hombro derecho.

Cuando las sesiones fueron cargadas en la tarjeta, y había rellenado una hoja de registro de cliente, le dije que me siguiera a una cabina bronceadora, para que pudiera enseñarle lo que tenía que hacer. Aunque me sentía claramente atraído por él, todo fue muy profesional.

Hasta que, cuando estaba a punto de dejarlo sólo en la cabina, me preguntó. “Oye, colega, ¿Crees que podrías ayudarme a aplicar la loción? ¿Para qué no cometa ningún error?”

“Claro”, respondí, “No hay problema. Hoy no estoy demasiado ocupado.”

Estaba a punto de conseguir el masaje de su vida; de eso, yo estaba seguro.

Se quitó la sudadera, dejando al descubierto un pecho bien definido ligeramente cubierto de una áspera alfombra de pelo negro azabache. En el centro del esternón había una pelusa negra que formaba una estrecha línea de pelo que conducía hacia abajo por su magro abdomen, como si señalara en dirección a su pene. Se quitó las deportivas y tiró de los calcetines húmedos de sudor. Mientras estaba allí, de pie mirándolo desnudarse, no era tímido en absoluto, yo sostenía la loción de bronceado con el rostro inexpresivo. No estaba seguro de adónde nos llevaba esto y no quería resultar presuntuoso. Pero cuando se arrancó los pantalones rápidamente y los alejó, revelando un arrugado bóxer de color blanco, casi me caí de rodillas. Tenía las piernas peludas, largas y musculosas, y quise sepultar mi cara en ese bóxer blanco… para lamerlo, y olerlo, y morderlo. Podía ver el contorno de su pene descansando al lado de la apertura delantera. Para un pirata de bóxers como yo, esto era un sueño hecho realidad. Aquellos gastadísimos bóxers sueltos, pedían a gritos ser olidos y lamidos.

“Creo que te debería poner la loción por todo el cuerpo”, comenté, tratando de no parecer demasiado excitado. “Para mostrarte como debe hacerse.” Tuve que sostener la botella de la loción fuerte para que mis manos no temblaran. La idea de tocar sus fuertes muslos me debilitaba las rodillas.

“Si tú lo dices, compañero”, contestó, listo para quitarse también los bóxers blancos.

“No”, grité de sopetón, esperando no haber parecido desesperado. “No te quites los bóxers. Déjatelos durante las primeras veces que te bronceas. No querrás quemarte en sitios que antes no has expuesto al sol.” Si se los hubiera quitado, probablemente no me hubiera decepcionado completamente, pero los calzoncillos solo parecían realzar las cosas.

“Bien pensado”, dijo, colocando unas grandes manos sobre su estrecha cintura.

Aunque fuera verdad, yo no quería que se quemara ese culo tan mono, mi único pensamiento en ese momento es que se mantuviera en esos sexys calzoncillos tanto tiempo como fuera posible. Y los dos supimos entonces que algo iba a pasar, como poco, se la chuparía.

“Quédate ahí quieto y relájate”, le dije mientras vertía la loción en las palmas de mis manos y me arrodillaba frente a él. Comencé por sus grandes pies, con calma, trabajando la suave loción entre los dedos y luego subiendo hasta los tobillos con ambas manos. Le masajeé suavemente, no me limité a extenderla. Lo conducía lentamente hacia una erección. Froté sus piernas, asegurándome de que la loción traspasara el vello corporal y llegara a la piel.

“Maldita sea, amigo”, dijo, extendiendo sus piernas. “Esto se siente genial. Debería haber venido aquí hace mucho tiempo. ¿Haces esto a todos los clientes?”

“De ninguna manera”, dije, riéndome. “Eres el primero.”

“¿Cuántos años tienes? ¿Cómo te llamas?”, preguntó. Sonrió y se frotó la mandíbula con la palma de la mano.

“Diecinueve, y mi nombre es Bob”, respondí. “Ahora túmbate en la camilla de bronceado y terminaré de darte el masaje con la crema bronceadora por todo el cuerpo. Quiero que cubra cada pulgada de ti, y es mucho más relajante estas acostado.”

Cuando se tumbó de espaldas en la cama, decidí desnudarme también.

“No quiero mancharme la ropa”, dije, mientras él miraba como me quitaba la camiseta blanca y comenzaba con los vaqueros. Me deshice de todo: zapatos, calcetines y ropa interior. Quería estar sobre mis rodillas, con la espalda arqueada, el culo al aire y las piernas extendidas tan ampliamente como fuera posible. La invitación perfecta, según yo había aprendido.

“Tienes un gran cuerpo, amiguito, y veo que tu bronceado es uniforme en todos los lugares adecuados”, dijo, entonces se incorporó hasta el frente de la camilla y recorrió despacio mi trasero con la áspera palma de su mano izquierda. Luego su grueso dedo corazón, comenzó a rodear la apertura de mi culo. En ese momento, mi polla ya estaba dura como una roca.

Me arrodillé, mientras seguía trabajando mi agujero con el dedo, y empecé a masajear la loción por sus fuertes muslos. El debía ser un buen corredor; sus muslos eran bloques de cemento. Sin un gramo de grasa en ningún sitio.

“Ahora, cierra los ojos y relájate”, susurré. Mis piernas se abrieron tan amplias como podía extenderlas; ahora su dedo estaba completamente dentro de mi culo. “Voy a seguir aplicando la loción en tus fuertes piernas, de modo que si los rayos atraviesan los bóxers, no te quemes.”

Cerró los ojos y suspiró. “Tú eres el experto, chaval.”

Vertí más loción en las palmas de mis manos y luego, despacio, dirigí ambas hacia arriba, bajo los bóxers blancos. Masajee la loción hacia arriba camino a su ingle, mientras sus grandes bolas peludas me rozaban la punta de las manos. Haciendo esto, noté que su pene estaba creciendo por momentos. De repente, la cabeza comenzó a asomar a través de la abertura delantera de los calzoncillos. Y con bastante rapidez, la erección de ocho pulgadas reventó a través de la rendija, palpitando con cada movimiento que yo hacía.

“¿Está esto bien?”, preguntó, miró hacia mí, y luego hacia abajo a su enorme polla dura, mientras, lentamente, su de dedo me follaba conduciéndome a un delirante estado de sumisión.

Sonreí. “No te preocupes. Yo me encargaré de eso también.”

Enterré la cara en sus sudorosos bóxers blancos. Estaban empapados por la carrera matutina, pero olían como el néctar de los dioses. Lamí el blanco algodón, usando la lengua para traspasar la abertura delantera, más allá de la base de su dura polla, por lo que pude liberar sus grandes bolas peludas. Sorbí las dos en mi boca, poco a poco las saqué por la rendija. Durante un momento, cuando su polla y sus testículos estaban saliendo por ese resquicio, les eché un rápido vistazo. Nada, para mí, es más sexy que ver una polla enorme y un par de elegantes pelotas sudorosas asomando por la ranura de unos calzoncillos tipo bóxer blancos.

Poco a poco, mientras mis manos se aferraban al algodón, empecé a lamer el camino desde la base de su eje hacia la cabeza de su pene. Una enorme cabeza de polla, empapada con líquido pre-seminal en ese momento.

Pero justo en el momento en que metí la polla entera hasta el fondo de mi garganta y estaba a punto de comenzar con los primeros movimientos de la mamada, una voz sonó desde la entrada del salón. “¿Hay alguien aquí?”

La voz era familiar: una mujer que nunca perdía un día de broncearse.

Pero pensé rápido. “Voy en seguida, Bárbara, estoy con un electricista. Estamos arreglando una de las camas.” Grité esto mientras seguía lamiendo su polla. “Hemos tenido problemas con tu cama de bronceado favorita. Estará arreglada en una hora o así. ¿Por qué no vuelves para ese momento?”

“Oh, está bien”, oí una débil voz responder. “Tengo algunos recados que hacer de todos modos. Volveré.”

Con su polla todavía erecta y preparada para reventar, y el dedo metido en mi culo tanto como podía, susurró. “Bien pensado, muchachito travieso.”

“Relájate”, dije, agarrando mi propia polla para que no disparara su carga demasiado pronto. “Esto sólo nos tomará otro minuto más o menos. Estás a punto de explotar.”

“Cuéntame a mí”, se quejó. “Me encantaría follarte.”

“Quiero terminar así”, le dije. “Realmente quiero mamártela.”

“Bueno, ¿Qué tal esto?”, preguntó, mientras poco a poco metía dos dedos más en mi culo.

Quise decir, “Oh joder, llámame zorra”, pero era demasiado pronto para ese tipo de cosas, y cualquiera podría haber entrado en el salón y escucharme rogando por una polla.

“Jodidamente fantástico”, gemí. Mi culo comenzó a rodar en movimientos lentos, circulares, y comencé a retroceder hacia sus dedos.

Volví a oler y lamer sus bóxers durante un momento, luego comencé algunos fuertes movimientos de succión sobre su polla. No solo lamiendo, o moviendo mi boca de arriba abajo del eje. Esto no hace nada a un hombre. Succioné con fuerza y rápido hasta que mis mejillas se hundieron y mis labios se hincharon, masturbando mi propia polla durante todo el tiempo. En seguida alcanzó un punto en el que su semilla estaba lista para disparar. Generalmente, puedes decir durante una sesión de buena mamada, cuando están listos para disparar su carga, debido a que sus piernas comienzan a temblar y los dedos de los pies a menudo se curvan.

“Ahhhh”, fue el único sonido que hizo cuando disparó su corrida completamente dentro de mi boca. Sentí como golpeaba la parte posterior de mi garganta, y tragué y bebí con placer.

Entonces me corrí también, por toda la cama de bronceado, mientras el me follaba con tres dedos, sin perder el ritmo jamás.

A pesar de que sacó sus dedos después de que llegamos, mantuve su pene en mi boca durante un ratito, dispuesto a no soltarle hasta saber que se había vaciado completamente y estaba listo para descansar y disfrutar de una relajante sesión de bronceado. No lo torturé, a sabiendas de que la cabeza de su polla estaría más sensible después de disparar una carga. Simplemente lo mantuve en mi boca, sorbiendo despacio hasta la última gota de su semen. Quería sentir la carne de su pene descansar lentamente contra mi lengua, y luego, suavemente, volver a chuparle las bolas para llevarlo a un estado de completa relajación. Yo sabía, por el gentil modo en que me acariciaba la cabeza, que le estaba encantando.

“Esto ha sido jodidamente fantástico.”, susurro, entonces solté su desinflada polla y con esmero se la volví a guardar en los calzoncillos, donde permanecería sana y salva. Después, suavemente besé la abertura de su ropa interior, robando una última inhalación en el camino.

“Yo también lo disfruté”, dije, regresando de vuelta a mis vaqueros. Sentí que algo goteaba hacia abajo por mi barbilla y lo limpié con el lateral de mi mano. “Sobre todo los bóxers blancos. Me encantan los calzoncillos tipo boxer, pero los blancos me ponen realmente caliente.”

“¡Joder!, colega”, contestó “a mí sobre todo me gustó el modo en que me drenaste hasta dejarme seco.”

“Sabes a caramelo”, dije. “Tu corrida es muy dulce”. Le gustó oír esto, y yo lo sabía. A todos les gusta saber que tienen el mejor sabor en su corrida.

“Maldita sea”, dijo.

“Ahora, a relajarse y disfrutar de tu sesión de bronceado en primer lugar”, le dije. “Tengo que volver a la recepción antes de que entre alguien más. Y tú necesitas descansar un poco. Hoy has tenido dos sesiones de entrenamiento… una larga carrera y una buena corrida.”

Unos veinte minutos más tarde regresó al mostrador de recepción, donde yo estaba doblando unas cuantas pequeñas toallas blancas. “¿Tengo algo de color?” Bajó sus pantalones de correr lo suficiente para que pudiera ver su negro vello púbico.

“Es demasiado pronto para decirlo”, contesté. “Pero se debería ver algo en aproximadamente una hora, después de que te duches.”

“Genial”, dijo. Vaciló un momento y dio un puntapié al suelo con la punta de la deportiva como si estuviera matando el rato. “¿Debería volver mañana?”

“Oh, sí”, respondí. “Creo que tienes que venir todos los días hasta que te vayas a Belice.”

Él sonrió enseñándome todos los dientes. “Yo también lo creo”, dijo. Luego se dirigió a la salida. Cuando llegó a la puerta, se giró. “Te veré mañana. Por qué tu estarás aquí, ¿verdad?”

“Estaré aquí”. “Y no lo olvides, deberías seguir usando unos bóxers las primeras veces.”

“Oh, yo no lo haré”, se rió. “Mañana voy a llevar un par azul claro que realmente son sueltos y holgados. Los usaré durante un rato, por lo que no estarán demasiado frescos ni limpios.”

Me lamí los labios y me reí. “Me parece perfecto.”

“Te veré mañana”, dijo mientras salía por la puerta.

Cuando se fue y volví a limpiar su cama bronceadora, me di cuenta de que había dejado sus bóxers blancos colgando de un gancho cerca de la puerta, obviamente quería que me los quedara. Los saqué despacio del gancho, los coloqué en mi cara e inhalé profundamente, todavía conmocionado por haber logrado realizar una de mis más sagradas fantasías sobre calzoncillos bóxers esta mañana. ¿Cuánta gente pasa por la vida sin practicar alguna vez lo que ansía sexualmente? En muchas ocasiones había estado con tipos que llevaban shorts que había deseado devorar, pero siempre me contuve por miedo a que pensaran que era raro.

Mientras pasaban las semanas, Rick volvió a por su sesión de bronceado todos los días, siempre vistiendo bóxers ligeramente usados. En una ocasión llevó un pantalón sudoroso de correr, y aunque yo disfrutara devorándolo mientras él me clavaba a la pared, le dije que yo seguía prefiriendo los calzoncillos de siempre. Aprendí rápidamente que era un hombre estrictamente dominante, pero nunca supuso un problema para ninguno de nosotros. Me follaba hasta levantarme la tapa de los sesos y yo no me cansaba de su polla. La mayoría de las veces se dejaba puestos los calzoncillos, con su pene apareciendo a través de la abertura, mientras me jodía en la parte superior de la cama de bronceado. Y otras veces, que eran las que más me gustaban, él estaba acostado boca arriba y mientras extendía mis piernas y me sentaba en su gran pene, me cubría la cabeza con los bóxers sucios. Cabalgaba su polla a la vez que masticaba y chupaba el tejido. Se le ponían los ojos como platos y empezaba a respirar pesadamente por el hecho de que me pusiera así por sus calzoncillos, y él siempre se iba dejándome un par para mi colección cuando la follada había terminado.

Pero le gustaba más follarme, alegando que mi culo se sentía como el terciopelo alrededor de su pene. Nunca utilizamos condón, ambos nos habíamos hecho las pruebas, y juramos mantenernos monógamos respecto al otro durante este período, nunca tuvo que retirar su polla al llegar, siempre expulsaba su carga completa dentro de mi culo, ya fuera que yo estuviera montando su verga, o estuviera inclinado mientras él me clavaba a una pared, o al suelo o a una puerta.

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Cuando llegó el momento de que marchara a Belice, aunque ambos sabíamos que nuestra aventura había sido sólo temporal, ninguno estaba demasiado feliz. Al menos, el juró enviarme e-mails y cartas tan a menudo como pudiera. No sabíamos que depararía el futuro y no queríamos hablar de ello. No habíamos gastado tiempo en hacer nada excepto follar (y oler bóxers) y los dos sabíamos que las relaciones no se basan sólo en eso. Trataríamos con esto cuando regresara de su viaje. Como regalo de despedida, me puse de rodillas y le mamé, mientras su dedo me follaba el culo, como habíamos hecho la primera vez. Nos comprometimos a mantenernos en contacto.

Cuando pasó una semana y no había sabido ni una palabra de él, perdí el apetito y tuve problemas para dormir. No había respondido mis e-mails y empecé a asumir que nuestro tiempo juntos no había sido más que una aventura pasajera.

Y entonces, una tarde, un paquete fue entregado en el salón, dirigido a mí, con una dirección de remite extranjera. Rápidamente lo abrí y encontré un par arrugado de bóxers blancos y una pequeña nota que decía: Mi correo electrónico se ha jodido, y no podré arreglarlo hasta la próxima semana, pero quise enviarte algo para que no me olvidaras. Diviértete con ellos. Voy a masturbarme esta noche mientras te imagino oliéndolos. Enviaré un par realmente muy sudados y malolientes la próxima semana… Con amor, Rick