Hasta La Próxima Semana. Lisa Lane
Me siento en mi escritorio, mirando fijamente la página en blanco de mi ordenador, sabiendo que mi distracción mantiene las musas a raya, nada más. Me doy la vuelta para echar un vistazo por la ventana, las persianas tienen tal ángulo que nadie puede ver nada desde fuera, pero yo puedo verlo todo. Sé que mi impaciencia no tiene sentido, solo hace el día más largo mientras estoy al cuidado del negocio, y sin embargo no puedo evitarlo.
Hoy es sábado, y aunque en casi todos los aspectos los sábados son como cualquier otro día de la semana: comienzo con una taza de café en mi escritorio y una dedicación de ocho horas a mi trabajo, para al final terminar sola en mi cama, perdiéndome en la lectura de un buen libro, me permito este único placer morboso una vez a la semana. A mi pesar, siento que hoy no soy productiva en absoluto. Mi expectativa es dar lo mejor de mí. En cualquier caso, la semana ha sido provechosa, por lo que lo dejo pasar.
Sólo por hoy.
Rob está lejos de nuevo, haciendo sólo Dios sabe qué, y solo Dios sabe dónde. Dice que me llamará, pero siempre se olvida, en lugar de eso, cuando por fin encuentra el camino de regreso a casa, me ofrece las mismas excusas poco convincentes una y otra vez. Me siento resentida y solitaria. He cuidado impecablemente de mí a lo largo de los años, conservando la misma figura esbelta que tenía cuando nos casamos. El, por otra parte, se ha dejado ir, poco inspirado por mis intentos de recortarle la dieta o mandarle al gimnasio, usando su edad como excusa para su indiferencia o inactividad. Sé que todavía le importo, sin embargo, él está poco dispuesto a esforzarse como yo lo he hecho. Tal vez simplemente está cansado, me digo… y luego me doy cuenta que yo también estoy cansada.
Oigo el familiar ruido de la camioneta de trabajo, y me asomo a hurtadillas una vez más. Mi corazón se acelera. Él está aquí.
Le observó mientras baja una cortadora de césped por una rampa improvisada, sacándola cuidadosamente de la caja trasera del camión hasta la calzada. Lleva unos pantalones cortos vaqueros, con unos flecos colgando en perfecto desorden sobre sus musculosos muslos oscuros. Lleva una andrajosa camiseta sucia con manchas de hierba y tierra, pero aún puedo ver cada detalle necesario. Tiene un culo apretado y brazos firmes, no de horas con un entrenador personal o en un gimnasio, sino de genuino trabajo duro. Tiene el pelo largo y liso, recogido en una cola de caballo que cae estirada sobre su espalda. El sol golpea en él de una manera que lo hace brillar con su luz.
Me recuerdo a mí misma que debo respirar.
Arranca la segadora y empieza a cortar el césped, comenzando en un lado y caminando con unos pasos largos, sinuosos. Mis ojos lo siguen de acá para allá, mi atención cambia más o menos cada minuto de arriba hacia abajo de su hermoso cuerpo. No tiene ni idea que lo estoy mirando, y aun así, se mueve con confianza y determinación, cada uno de sus pasos refleja el brío con el que realiza su trabajo. Hace girar el cortacésped al llegar al borde, trayéndolo con garbo hacia aquí, acercándose a mí un poco más, una fila perfecta cada vez.
Extiendo ligeramente las piernas y deslizo una mano dentro de mis pantalones, encontrando el clítoris ya hinchado y preparado para mi toque. Lentamente lo masajeo, con movimientos lentos y circulares, mientras le observo ir de acá para allá por el césped. Me siento, caliente y húmeda, la tensión creciendo en mi interior mientras construyo y trabajo en mi excitación. Imagino que son sus dedos los que me acarician, ásperos y callosos, pero tiernos y suaves, su mano morena en marcado contraste contra mi pálida piel.
“He estado fantaseando contigo toda la semana”, me dice, su acento fuerte y exótico, haciendo cada palabra aún más seductora que la anterior. Nunca he oído su voz, nunca nos hemos hablado, ni una sola vez, y sin embargo estoy segura que he acoplado su acento a la entonación de cada palabra a la perfección.
“He estado fantaseando contigo también”, le contesto.
Pienso en el hecho de que él ha estado viniendo aquí, contratado por una gran empresa durante unos meses, y tengo aún que reunir el valor para presentarme. No estoy segura de qué es lo que temo. ¿Rechazo, quizás? ¿Perder mi honor? No, es más que eso, aunque estoy confusa en cuanto a qué es exactamente lo que continúa deteniéndome. Tal vez tengo miedo de estropear mi fantasía…
Me imagino como será por debajo de sus pantalones cortos, permitiendo a mi imaginación rellenar los espacios en blanco. Es grueso y sólido, desvergonzadamente erecto mientras evalúa mi ansioso y delgado cuerpo.
“Eres hermosa”, dice, acercándose y pasando sus dedos por mi pelo.
“Tú también”, le contesto, tomando su voluminoso pene caliente en mi mano y acariciándolo en mi imaginación.
Nuestros labios se mueven juntos, llega a acariciar el interior de mi boca con su lengua. Esta se encuentra con la mía, degusto su dulce aliento. Sus labios son llenos, su suave rostro afeitado me acaricia mientras lo presiona contra el mío. Se aleja, y luego suavemente me toma en sus brazos, y me recuesta sobre la cama. Le empujo sobre mí, abriendo las piernas ampliamente y abriéndome para él, preparada para tomarlo en mí.
Muevo los dedos hacia atrás, penetrándome lentamente con dos de ellos. Se deslizan con facilidad, húmedos y firmes, y los muevo duramente, buscando el punto dulce y esponjoso que se esconde en lo más profundo. Lo encuentro, esperándome, y comienzo a frotar, primero lentamente y después con creciente intensidad, mientras mi excitación aumenta. Imagino que es él empujándose en mí, sus ojos negros clavados en los míos, ricos y expresivos. Sus labios contraídos por el placer cuando me aprieto a su alrededor, tomándole completamente, sintiendo y disfrutando sus sutiles contornos desde el interior.
Para de segar durante un momento, lo justo para quitarse la camiseta, y la usa para limpiarse el sudoroso rostro. Mi mandíbula cae, miro embobada, nunca antes se había quitado la camiseta. Su pecho es tan musculoso como había imaginado, su abdomen plano y en forma. Envuelve la camisa por la parte de atrás de su sudoroso cuello, vuelve a coger el mango del cortacésped y continua con el trabajo. Su moreno cuerpo reluce bajo el sol, mientras el sudor le recorre los costados.
Imagino que su liso pecho musculoso roza contra mis pechos flexibles, su estómago de lavadero se estrecha firmemente contra el mío mientras su cuerpo me aprieta con placer. Nuestros sudores se mezclan cuando envuelvo los brazos a su alrededor y lo sujeto a mí. Su corazón late contra el mío, rápido y con vigor, con entusiasmo compartido. Sus manos exploran el resto de mi cuerpo, y suelto un ligero jadeo cuando todo mi cuerpo comienza a zumbar y temblar. Mis músculos se tensan y aprietan fuerte alrededor de mis ocupados dedos mientras me imagino que se corre dentro de mí. Se sumerge en mí aún más duro, y me desplazo contra él, encontrándonos con igual intensidad en cada acometida. Ambos lanzamos un grito, nuestros embates satisfactorios y gratificantes, el deseo hinchándose en nosotros, y luego se para en mi interior, palpitando y temblando mientras se corre con un gemido de placer.
De repente detiene el cortacésped, mirando fijamente hacia la ventana. Me quedo helada. ¿Me está viendo? Siento que mi cuerpo se ruboriza, como si me cayera agua hirviendo, y me siento inestable y débil. Me saco la mano del pantalón, caliente y pegajosa con mi excitación, mientras se da la vuelta y comienza a llevar la máquina de nuevo hacia el camión.
Miro hacia fuera, desconcertada y cohibida mientras remplaza la segadora por otra máquina para arrancar las malas hierbas. Mira a su alrededor, parece contemplar algo, y luego se retira otra capa de sudor con el bulto de su camisa. Arranca la máquina, más pequeña y ligera, y comienza a esculpir los bordes del césped con precisión y cuidado.
A pesar de que parece afanado con su trabajo, no puedo dejar de obsesionarme con la posibilidad de que de algún modo supiera que yo lo estaba mirando. Definitivamente está más iluminado el exterior de lo que lo está el interior de mi oscuro estudio, pero me acuerdo de que la pantalla del ordenador sigue encendida.
¿Podría esto haber proporcionado la luz suficiente para que pueda ver, simplemente desde el ángulo adecuado, todo lo que he estado haciendo aquí?
Incapaz de dejarlo pasar, decido que tengo que encontrar una excusa para salir ahí fuera. Tengo que comprobarlo personalmente. Voy al cuarto de baño y me lavo las manos, tomando un momento para mirarme en el espejo y ponerme un poco de lápiz labial. Satisfecha con mi apariencia, voy a la cocina y sirvo dos grandes vasos de té con hielo.
Respirando hondo, y buscando valor, me dirijo a la puerta principal.
No me ve en un primer momento, el ruido de la podadora amortigua el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse por detrás de mí, y se sorprende cuando grito sobre dicho ruido para llamar su atención.
“Pensé que podrías tener sed.”
El apaga el motor. “¿Eh?”
“Pensé que podrías estar sediento”, repito, bajando la voz, y ofreciéndole un vaso antes de echar un vistazo a la ventana de mi estudio.
Respiro un profundo suspiro de alivio. Solo un reflejo, y nada más.
Acepta el vaso con garbo. “Gracias”, dice, su acento más espeso de lo que esperaba.
Ambos damos un sorbo a nuestras bebidas.
“Soy Erin”, le digo.
Él asiente con una sonrisa.
“No puedo dejar de notar que no llevas un anillo”, le comento, esperando no estar siendo demasiado rápida. Me doy cuenta del mío y rápidamente me llevo las manos a la espalda. ¿Qué estoy haciendo?
Sonríe tímidamente y de repente noto que me ruborizo.
“¿Estás saliendo con alguien?”, pregunto, su silencio me mata.
Sus ojos se pierden por un momento, y luego mira directamente a los míos mientras responde con timidez. “No hablo inglés. ¿Hablas español?[16]”
Sacudo la cabeza, decepcionada. “No.”
Sintiéndome avergonzada y algo derrotada, rápidamente me retiro de regreso a casa. Le escucho poner en marcha el motor otra vez, pero no me vuelvo a mirar. Cierro la puerta detrás de mí, apoyándome en ella un momento para reflexionar sobre lo que acaba de suceder.
A pesar de mis mejores esfuerzos para sacarle de mis pensamientos, mi mente no para de soñar con el hermoso hombre que trabaja en mi jardín delantero: sus brazos musculosos, su abdomen perfecto, el contorno de sus piernas fuertes, morenas bajo aquellos pantalones cortados. Me siento hinchada y caliente una vez más.
“Necesito una ducha”, refunfuño, caminando hacia el cuarto de baño, quitándome la ropa mojada y sudorosa por el camino.
Abro el grifo, y me quedo paralizada al oír un golpe en la puerta de la entrada. Peleándome con una toalla, me apuro, mi corazón acelerado.
Abro la puerta, y él está de pie en el porche, sosteniendo el vaso vacío. Me lo ofrece, y su mano comienza a temblar al contemplarme medio desnuda, devolviéndole la mirada.
“Gracias”, dice, su voz poco más que un susurro. Estoy segura de que se está excitando.
Acepto el vaso, y de pronto, a pesar de mí misma, permito que la toalla caiga al suelo. Supongo que posiblemente todos los vecinos nos estén echando un vistazo, y aún así, no me apresuro a taparme con la toalla de nuevo. Me siento bella y deseable, sentimientos que he esquivado durante demasiado tiempo, mientras él observa mi cuerpo, con ojos llenos de pasión y deseo.
“Por favor, entra”, le digo.
A pesar de la barrera idiomática, entiende mi petición, y traspasa el umbral, cerrando la puerta tras él. Tan nerviosos como excitados, le guío de regreso a la ducha conmigo. El cuarto está caldeado y húmedo. Se mueve para besarme y le permito que me abrace. Le quito la ropa, incapaz de contenerme.
Entramos en la ducha juntos. El agua está caliente y relajante, al igual que su toque, mientras me lava y explora, nuestros cuerpos llenándose de burbujas de jabón. Me besa el cuello, de espaldas a él, su pelo largo y húmedo me roza cuando se acerca. Erecto contra mí, cierro los ojos cuando se acomoda entre mis piernas. Me inclino, ofreciéndome, y él me penetra fácilmente, sus manos sujetándome suavemente de las caderas. Se mueve con empujes largos y tiernos, y me agarro de la bañera mientras me muelo contra él.
Ardiente y henchida en torno a él, siento como se construye, trasladándose a mi clítoris, el ansiado clímax. Suelto un ligero quejido, mis piernas tiemblan y amenazan con dejarme caer. Me apoyo contra el lateral de la bañera para evitar caerme, deleitándome en el momento. Su excitación crece con la mía y me froto duro y fuerte, lo que le permite conducirme hacia una deliciosa felicidad cuando sus movimientos se transforman en duros y rápidos en mi interior. El gime, tomándome profundamente, y yo gritó, sosteniéndole apretado contra mí. Permanece conmigo mientras caigo de rodillas, el agua golpeando sobre nosotros, nuestros corazones latiendo con fuerza y nuestras respiraciones pesadas.
Nos aclaramos el uno al otro, sintiéndonos satisfechos y serenos, silenciosos y contentos. Cierro el grifo y le ofrezco una toalla, admirando su cuerpo mientras busca la ropa. Le acompaño a la puerta, deseando que pudiera quedarse.
Le observo desde mi ventana una vez más, contemplando el día. El ruido de la cortadora de hierbajos suena en el jardín delantero, y parece que presta aún más atención a su trabajo mientras termina el ribete del césped. Vuelvo a mi ordenador, se me ocurre de repente una idea.
La máquina se apaga y me apresuro a terminar mi tarea. Busco un traductor en línea, mis dedos tiemblan mientras escribo.
Oigo el golpe de la puerta de la camioneta al cerrarse, el arranque del motor. Pego un salto y voy disparada hasta la puerta principal. Salgo a la carrera, encontrándole en la calzada justo cuando se dispone a salir.
“¡Espera!”, grito.
Detiene el camión, se gira hacia mí, su cara confundida.
“Hasta la próxima semana[17]”, digo, haciendo todo lo posible para disimular mi acento americano.
Él sonríe, se le iluminan los ojos. “Hasta la próxima semana[18]”, responde, y luego saca su camioneta a la carretera y desaparece por la larga y solitaria calle.
Respiro satisfecha. “Hasta la próxima semana”, susurro, y no puedo evitar una sonrisa impaciente cruce mi cara, sabiendo que él estará de vuelta pronto.