47

Hacía un rato que el sol se había ocultado tras el horizonte, después de haber descendido sin pausa, como impulsado por la certeza de que la batalla del día siguiente comenzaría en el momento oportuno. Un brillo cubría el cielo occidental, cuyos colores eran extraños en algunas zonas. Mientras caminaba, Reivan se preguntó si en algún lugar habría algún Pensador que supiera por qué a esas horas el cielo adoptaba colores tan improbables como el verde y el rojo púrpura.

Luego alcanzó a Imenja y se detuvo. La Voz Segunda contemplaba el istmo, que estaba bañado en la luz inquietante del cielo encendido. Esa estrecha franja de tierra se extendía hacia una sombra apenas visible.

«Sennon. Ithania del Norte».

—Aún no han llegado —le dijo Imenja.

—¿Cruzaremos para tomar Diamyane? —preguntó Reivan. La posibilidad había sido objeto de discusión en varias reuniones.

—No. Nuestra ventaja consiste en permanecer aquí. Los circulianos solo pueden cruzar en cantidades reducidas, por lo que podremos dar cuenta de ellos fácilmente.

—¿Y si el ejército llega precedido por los Blancos?

—Entonces las Voces nos enfrentaremos a ellos.

—Lo que haría innecesarios a los soldados —dijo Reivan.

—Sí —aseveró Imenja, esbozando una mueca—. Pero eso no es malo. La guerra no es precisamente benigna para los mortales sin habilidades.

Reivan se estremeció. Ella era una mortal sin habilidades. Imenja se volvió y posó una mano sobre su hombro.

—No te preocupes. Estarás protegida.

—Lo sé. —Reivan asintió y luego exhaló un suspiro—. Pero también seré innecesaria.

El resplandeciente cielo se había ido apagando, y la cara de Imenja estaba en la sombra. Reivan no veía su expresión.

—No para mí —dijo Imenja, apretando el hombro de su Acompañante. Luego se volvió—. Ya han levantado la tienda. Vayamos con los demás.

Volvieron a pie al campamento. Lo que antes había sido una extensión de tierra seca y polvorienta ahora estaba cubierto de figuras puntiagudas con hogueras crepitando como estrellas anaranjadas dispersas. Reivan había observado consternada cómo montaban las tiendas. El diseño de cinco lados era una complicación innecesaria que estaba dando problemas a algunos criados. Además, la lona negra absorbería la luz del sol. A veces se preguntaba si los pentadrianos no se tomaban demasiado en serio sus símbolos.

Cuando saliera el sol, las tropas no estarían acurrucadas en sus tiendas de campaña caldeadas, sino derramando sangre u observando cómo los hechiceros lanzaban letales azotes de magia en todas las direcciones, esperando no estar en el lugar equivocado cuando erraran su objetivo. Reivan pensó en lo que le había dicho Imenja. Un único enfrentamiento entre las Voces y los Blancos sonaba demasiado bien para ser cierto. Pero los Servidores y sacerdotes no se mantendrían al margen de la batalla. Sumarían su propia magia a la de sus respectivos bandos. Una vez que las Voces derrotaran a los Blancos o, no lo quisieran los dioses, los Blancos derrotaran a las Voces, no tendría sentido que los Servidores y sacerdotes continuaran el enfrentamiento. Sin embargo, era posible que siguieran luchando aunque solo fuera por lealtad a sus respectivos dioses.

«Y entonces ¿qué? —se preguntó Reivan—. Una vez que venza un bando, ¿qué ocurrirá con los ejércitos?».

Dudaba que las Voces dejaran volver a casa a los circulianos, tal como habían hecho los Blancos tras la última batalla. También sabía que aquella sería una guerra en la que las Voces y los Blancos no dejarían con vida a sus adversarios.

Imenja se detuvo y exhaló un suspiro. Reivan alzó la vista y vio que se acercaban a una tienda de campaña grande. Esta no estaba hecha de cinco lados como el resto, sino que tenía forma de estrella. La entrada era una abertura en uno de los vértices. Siguió a Imenja hasta el interior y vio que se trataba de una habitación de cinco paredes. En cada una había una puerta de lona que probablemente conducía a las habitaciones de las Voces.

El suelo estaba cubierto por una enorme alfombra, encima de la cual habían dispuesto varias sillas de mimbre. Sobre mesas pequeñas y bajas había cuencos con nueces o frutos secos y jarras de agua. Un Servidor hizo la señal de la estrella cuando Imenja se volvió hacia él. Este bajó la vista y le señaló una de las puertas de lona.

Imenja echó a un lado la colgadura y la sujetó para que pasara Reivan. Una alfombra cubría el suelo, y había un par de arcones junto a una cama grande.

—¿Dónde dormiré? —preguntó Reivan.

—Debe de haber una tienda para ti cerca de aquí.

Reivan inclinó la cabeza afirmativamente.

—¿Encontráis todo a vuestro gusto?

Al volverse, vieron a Nekaun de pie en el umbral, sonriendo. A Reivan se le puso la carne de gallina.

—Casi ni me entero de que ya no estamos en el Santuario —dijo Imenja en tono seco.

La sonrisa de Nekaun se ensanchó.

—Te enterarás mañana. —Miró sobre su hombro—. Ha llegado la comida. Venid a comer.

Nekaun se alejó. Reivan se volvió hacia Imenja y la encontró sonriendo.

—Me alegra ver que ya no te tiene a su merced —murmuró—. Aunque habría preferido que te ahorraras tanto dolor.

Reivan parpadeó sorprendida y luego, al caer en la cuenta de que Imenja tenía razón, asintió. Ya no sentía esa turbación ni esa debilidad cuando veía a Nekaun. Ya no ansiaba su atención. Desde que…

Se estremeció al recordar su último encuentro. Él le había enseñado un lado cruel y maligno que, por suerte, ella nunca iba a olvidar. Ahora, cuando lo veía, sentía repulsión.

Imenja pasó a su lado y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Venga, vamos a comer.

Reivan salió del dormitorio tras su patrona y comprobó que las otras Voces y sus Acompañantes ya habían llegado. Los criados portaban platos de comida humeante que llenaban el recinto de deliciosos olores. Se sentó junto a Imenja y empezó a comer. Entraron unos Servidores Devotos e incluso unos cuantos Pensadores. Nekaun dio un breve discurso en el que les dijo que mientras ellos se daban un banquete el enemigo realizaba una larga y agotadora marcha, solo para ser vencido al día siguiente.

La conversación giró en torno a la guerra. Un Servidor Devoto informó de que habían hundido varios barcos de carga circulianos. Durante la cháchara, Reivan oyó a los Pensadores discutir acerca de una gigantesca criatura marina que había sido avistada en el golfo de la Tristeza. Querían matarla para estudiarla.

—Si lo hacéis, os retiraremos nuestro apoyo —retumbó una voz grave con un acento marcado.

Todos se volvieron hacia la entrada. A Reivan el corazón le dio un vuelco cuando reconoció al recién llegado. Miró alrededor y vio el efecto que producía la imponente figura del rey sobre los que jamás habían visto a un elay.

Aunque el rey Ais hubiera sido un pisatierra, su estatura, la anchura de su pecho y las joyas de oro que llevaba lo habrían convertido en una figura intimidatoria. Su piel azul negruzca y lampiña, sus ojos de doble párpado y las membranas interdigitales de sus manos y pies producían una impresión que para algunos podía ser fascinante y para otros repulsiva. El rey entró en la habitación mirando a los Pensadores con los ojos entrecerrados.

—El robal es una criatura marina antigua y benigna. Aunque podríamos obtener de él suficiente comida para alimentar a muchísimas familias, los elay no lo cazamos. Matar a uno para saciar la curiosidad sería… —El rey de los elay meneó la cabeza—. Sería un desperdicio cruel.

—Nadie va a matar a la criatura —le aseguró Nekaun. Se levantó de su asiento y se acercó a saludar al rey—. Bienvenido a Avven y al campamento militar pentadriano, rey Ais. Espero que hayáis tenido un viaje sin incidentes.

Mientras los dos líderes se enfrascaban en un intercambio de cumplidos formales, Reivan volvió a mirar alrededor. Los presentes escuchaban y miraban fascinados al rey de los elay. Nekaun dio media vuelta y frunció el ceño, y los que los observaban apartaron la mirada de inmediato y empezaron a hablar entre ellos.

—El rey Ais ha aprendido bien el avveniano —observó Imenja. Reivan asintió. La Voz Segunda recorrió la habitación con los ojos y se detuvo en Vervel—. ¿Dónde está Mirar? —preguntó en voz baja.

Vervel se encogió de hombros.

—Se ha retirado a su tienda de campaña.

—¿El viaje lo ha agotado? —preguntó Shar, sonriendo—. ¿O ha sido Genza? Ha pasado mucho tiempo con ella.

Genza miró a la Voz Quinta con una ceja arqueada y expresión desdeñosa.

—En una litera. A la vista del ejército.

—¡Qué suerte ha tenido!

—¿Puede agotarse un inmortal? —preguntó Vervel con gesto meditativo. Nadie respondió.

—Tal vez ha vuelto disimuladamente al Santuario —dijo Genza. Cuando Nekaun dejó al rey y se incorporó de nuevo a la mesa, ella se volvió hacia él—. ¿Auraya está bien vigilada?

La Voz Primera sonrió con maldad.

—Sí. No te preocupes. También Mirar está vigilado. Y los guardianes de Auraya tienen orden de matarla si alguien intenta interferir. —Imenja le dedicó una mirada intensa. Él se volvió hacia ella con una sonrisa aún más amplia—. Tengo la tentación de darles la orden de todos modos y de hacer traer aquí su cadáver para entregárselo a los Blancos. Puede que eso les haga detenerse.

Las otras Voces intercambiaron miradas, pero no dijeron nada.

—Pero no lo harás —le dijo Imenja en voz queda—. Porque ella es la razón por la que él nos está ayudando.

Nekaun se encogió de hombros.

—Mirar no se arriesgaría a arruinar las buenas relaciones que tenemos con su pueblo.

—Nosotros tampoco deberíamos correr ese riesgo.

La Voz Primera resopló con gesto desdeñoso.

—No necesitamos a los tejedores de sueños.

La habitación se sumió en el silencio. Todos escuchaban y observaban a las dos Voces. Reivan notó que se le había acelerado el pulso. Era la primera vez que Imenja lo desafiaba públicamente.

La Voz Segunda frunció los labios con expresión meditativa.

—Tal vez deberíamos consultar a nuestra gente antes de tomar una decisión de semejante alcance. No me gustaría causar una división innecesaria entre ellos o negarles el acceso a las superiores habilidades de curación de los tejedores de sueños. Tal vez podríamos someterlo a votación.

Ella miró a las demás Voces. Estas asintieron y se volvieron expectantes hacia Nekaun.

Nekaun frunció el ceño, y por un instante Reivan creyó que iba a gruñir. Pero de pronto sonrió y extendió las manos.

—Por supuesto que lo haremos. Después de la guerra. Por ahora, centrémonos en el tema que nos ocupa. Dejadme que os presente a Ais, el rey de los elay.

Mientras las Voces lo seguían, Reivan permaneció donde estaba. Observó a Nekaun. Algo la incomodaba.

Luego cayó en la cuenta. Después de la guerra no tendría sentido consultar a la gente acerca de los tejedores de sueños. Nekaun habría matado ya a Auraya, o Mirar habría intentado rescatarla y obligado a Nekaun a cumplir con su amenaza.

La Voz Segunda la miró desde el otro lado de la habitación e inclinó la cabeza afirmativamente. No había duda de que su patrona había leído su mente o había llegado a la misma conclusión por su cuenta. Nekaun estaba al corriente de la promesa que Imenja le había hecho a Mirar de entregarle a Auraya después de la guerra. ¿Estaba Nekaun tomando el pelo a las demás Voces con sus amenazas de matar a Auraya? ¿O la mataría para escarmentar a las Voces por el intento de interferir en sus planes?

Reivan se estremeció. A esas alturas, no era capaz de decidir cuál de las dos opciones era la más probable.

Las interminables jornadas de viaje en platén no habían contribuido a mejorar la forma física de Danyin. El sudor bajaba por su rostro y le empapaba la túnica. Los anillos se clavaron en sus dedos cuando cogió los remos. Le dolía la espalda y solo ansiaba tumbarse y perder el conocimiento.

—Tómate tu tiempo —le había dicho Elar, dándole unas palmaditas en el hombro—. Tómate toda la noche si hace falta. Pero asegúrate de estar despejado al amanecer.

Luego ella había impulsado la embarcación tan lejos como había podido. Por el titilar de las luces a ambos lados, él había calculado que había llegado a la mitad del golfo. Cuando el bote se había detenido, él había cogido los remos para empezar a bogar.

Cada cien paladas aproximadamente hacía una pausa para recuperar el aliento. Cuando volvió a contar cien paladas —ya había perdido la cuenta de cuántos cientos llevaba—, se volvió para mirar atrás. Para su alivio, había conseguido mantener el rumbo. Las luces del campamento pentadriano estaban a su izquierda. Por la derecha se extendía la oscuridad. Detrás de él apenas vislumbraba una línea fina y pálida: la playa.

Y, mientras miraba, se encendió y apagó una diminuta luz azul.

«¡La señal, por fin!». Se volvió y empezó a remar otra vez, espoleado por un dudoso entusiasmo. En parte, estaba orgulloso de haber sido elegido para realizar una tarea más adecuada para un hombre más joven y aventurero.

—¿Por qué yo? —le había preguntado a Elar.

—Conoces a Auraya lo bastante bien para resistirte si se pone en contacto contigo a través del anillo e intenta hacerte cambiar de opinión. También eres lo bastante listo para evitar los actos heroicos.

—¿Como tratar de rescatarla?

Ella había sonreído.

—Sí. Incluso ocultando tu mente, jamás conseguirías colarte en el Santuario y superar a los guardianes.

Por supuesto, había considerado la posibilidad. De haber tenido la oportunidad de liberar a Auraya, lo habría hecho. No solo por afecto y lealtad, sino también por el bien de los circulianos. Necesitaban su fuerza para volver a inclinar la balanza a su favor.

Pero los Blancos no habían mandado a Danyin a liberar a Auraya. Lo habían enviado a entrevistarse con la otra causa del desequilibrio de poderes.

La quilla del barco rozó la arena del fondo. Danyin metió los remos y se preparó para ponerse de pie, pero estuvo a punto de caer cuando algo empezó a tirar del bote en dirección a la costa. Se sujetó a la borda y se volvió, esperando ver a alguien tirando de la proa.

Pero no había nada. Tenía que dirigirse hacia una sombra con forma de hombre que ya había divisado en la distancia. El barco se detuvo unos metros más adelante. Danyin se puso en pie y se apeó por uno de los lados. El agua estaba casi helada. Miró hacia abajo y arrugó el entrecejo, pero no ante la visión de sus pantalones y botas empapados.

«Más vale que me vaya en buenos términos. No creo que pueda arrastrar el barco hasta aguas profundas».

Levantó la vista hacia la figura, inspiró profundamente y echó a andar hacia ella chapoteando. Que lo hubieran traicionado y aquel fuera un Servidor era la peor de las posibilidades, pero no la única fuente de inquietud. Incluso si era el hombre con el que debía entrevistarse, y a pesar de que había trabajado antes con él, había muchas razones para desconfiar de él y temerle.

Danyin se detuvo a unos pasos de distancia y miró el rostro oculto en la oscuridad.

—Bienvenido a Ithania del Sur, Danyin Lanza —dijo Mirar en tono seco.

A Danyin se le heló la sangre. La voz era demasiado familiar, pero el tono era completamente nuevo para él. «Leiard siempre mantenía una actitud digna y reservada. Hablaba en voz baja, casi como disculpándose».

Aunque había hablado en voz queda, el tono era el de una persona llena de seguridad en sí misma. Pero no de arrogancia, pensó. Su manera de hablar rezumaba longevidad y experiencia. Aquella era la voz de Mirar el Inmortal.

«O tal vez solo oigo lo que quiero», se dijo con ironía.

—Gracias, Mirar —respondió—. Aunque debo preguntarme si estás autorizado a darme la bienvenida en nombre de los pentadrianos.

—Mientras no se enteren, no tienen de qué preocuparse —aseguró Mirar.

«¿Lo dice con desprecio?», se preguntó Danyin.

—Pero cuanto menos tarde en volver, menor será la posibilidad de que noten mi ausencia y se pregunten dónde estoy. —Mirar hizo una pausa—. ¿Qué has venido a decirme?

Danyin se irguió.

—Los Blancos me han enviado a hacerte una oferta. Estoy conectado con ellos, así que si tienes alguna pregunta o petición…

—Quieren que no intervenga en la batalla —lo interrumpió Mirar—. No lo puedo aceptar.

Danyin tragó en seco.

—¿Ni siquiera a cambio de la libertad para tu gente?

Mirar permaneció un instante en silencio.

—De modo que… ¿es una oferta o una amenaza?

—No es una amenaza —se apresuró a responder Danyin—. Están dispuestos a permitir que tu gente ponga en práctica todas sus habilidades, incluidas las conexiones mentales, si desistes de ayudar a los pentadrianos.

—Y a cambio de abandonar a los pentadrianos, mi pueblo sufrirá en estas tierras. ¿Qué bando tiene más posibilidades de ganar la guerra si acepto la oferta de los Blancos, Danyin Lanza?

—No lo sé.

—¿Y qué bando vencería si permanezco con los pentadrianos?

—El tuyo —dijo Danyin, exhalando un suspiro.

:Pregúntale si Auraya le perdonaría las muertes de sus amigos y su pueblo. —La voz de Elar sonó como un suspiro en la mente de Danyin. Se resistió a tocar el anillo de la Blanca.

—¿Qué pensará Auraya de ti si ayudas a matar a su gente, a sus amigos y a su familia? —preguntó con serenidad.

—Oh, dará saltos de alegría —respondió Mirar en tono sarcástico—. Pero al menos existe una pequeña posibilidad de que ella no muera. Si los Blancos ganan la guerra, morirá.

—¿Es esa la razón por la que estás haciendo esto? —susurró de pronto Danyin. «¿Por qué estoy susurrando? ¿Acaso pienso que los Blancos no me oirán?».

Mirar no contestó. Su silencio podía dar a entender que ocultaba algo. «¿Que aún siente amor por Auraya? —Danyin consideró las respuestas de Mirar. No había revelado absolutamente nada—. Tal vez no quiere admitir que sus razones son todo menos nobles, que lo está haciendo por venganza».

—¿Hay algo que los Blancos te puedan ofrecer? —inquirió Danyin.

Le sorprendió oír suspirar a Mirar.

—No. Pero ten la seguridad de que no pondré en peligro la postura de los tejedores de sueños sobre la violencia. Es una lástima que tu gente no haya sido igual de coherente. Hace apenas unos años se escandalizaron ante el afán de los pentadrianos de invadir otra tierra. Ahora se disponen a marchar sobre el sur. Di a los Blancos que si mi apoyo pone en desventaja a los circulianos, tal vez deberían abandonar sus planes. Sería lo mejor para todos.

Danyin se indignó. ¿Cómo se atrevía ese hechicero pagano a pensar que podía cambiar el curso de una guerra como si fuera un dios? Pero luego tuvo una idea que calmó su cólera.

—De modo que, si los Blancos abandonan la invasión, ¿retirarías tu apoyo a los pentadrianos?

Mirar hizo una pausa.

—Lo consideraría. —Se dio la vuelta de golpe—. Se acerca una patrulla. Debes marcharte.

Danyin se alarmó.

—¿A qué distancia están?

—Tienes tiempo suficiente para huir si te vas ahora. Empujaré tu bote todo lo que pueda.

Danyin inclinó la cabeza en señal de gratitud, luego se le ocurrió que en aquella oscuridad probablemente era tan difícil verlo a él como a Mirar.

—Gracias —dijo.

Dio media vuelta, corrió hacia la embarcación y subió a bordo. Al oír chapoteos, se volvió y comprobó que Mirar lo seguía.

—Haré por Auraya todo lo que esté en mi mano —dijo Mirar en voz baja—. Pero te lo advierto: si vuelve, descubrirás que no es la misma mujer que conocías. Los dioses la han traicionado y utilizado como una ficha en un juego de venganzas mezquinas entre ellos. Uno no pasa por eso sin acumular amargura.

Danyin se estremeció. Definitivamente la voz de Mirar transmitía longevidad y experiencia. Se agarró a la borda mientras el barco se separaba de la arena con unas sacudidas y se alejaba rápidamente de la costa. Cuando hubo avanzado lo suficiente, la embarcación se dio la vuelta, y Danyin quedó de cara a la orilla, apenas capaz de divisar la figura que permanecía en la playa. Luego abruptamente el bote salió despedido hacia delante. Fue ganando velocidad hasta que empezó a salpicar agua por ambos costados. Danyin, con el pulso acelerado, se agarró con más fuerza a la borda. Empezó a preocuparle que se estrellara contra algo, pero estaba demasiado aterrado para mirar alrededor.

El alivio se apoderó de él cuando finalmente el barco empezó a reducir la marcha. Para su tranquilidad, las luces de la costa pentadriana estaban lejos. Se volvió e inspiró. Las luces de Diamyane estaban inesperadamente cerca.

«Mirar me ha enviado mucho más lejos que Elar. —Frunció el ceño—. ¿Quiere eso decir que es más fuerte?».

Durante unos instantes permaneció sentado allí, meditando. No era posible. Elar había reemplazado a Auraya, así que debía de tener una fuerza equivalente. Los dioses no habrían enviado a Auraya a matar a Mirar si fuera más débil que él.

Un chapoteo cerca del bote hizo que devolviera la atención a su entorno. Se asomó por un costado sin esperar ver nada. En lugar de ello, se encontró con un par de ojos observándolo.

Paralizado por la sorpresa, se los quedó mirando. Las dos manos negras saltaron del agua hacia su garganta.

Dio un respingo y se las quitó de encima al mismo tiempo, tras producirle la impresión de una piel fría y resbaladiza. Las manos se sujetaron de la borda. Eran extraordinariamente grandes y tenían membranas entre los dedos. Oyó un golpe seco y, al volverse, vio aparecer otra mano con un arma extraña en el otro lado de la embarcación.

:¡Elar!

:¡Los veo! ¡Dame un instante para encontrarte!

Asomaron unas cabezas negras, lampiñas, con extraños ojos cubiertos por una película fina. Danyin estaba aterrorizado. Cogió un remo y lo blandió contra uno de los hombres, que lo esquivó. Acto seguido, se volvió y lanzó un golpe contra el otro. El sonido seco del impacto lo tranquilizó.

El hombre cayó al agua, y el primero desapareció. Danyin se preguntó si le había causado una lesión mortal. Si había herido al hombre o lo había matado, su compañero se vería obligado a llevárselo. Si no lo había herido, los dos volverían para vengarse.

Para su consternación, dos cabezas aparecieron en el agua, a escasa distancia. De la nariz de uno de ellos manaba sangre profusamente hasta una boca retorcida en un gesto de odio. La sangre, de un rojo cárdeno, contrastaba con los dientes blancos del hombre.

«Pero hace apenas un rato estaba demasiado oscuro para poder ver con tanto detalle…».

Cuando los dos hombres miraron hacia la orilla, el miedo se apoderó de ellos. Desaparecieron bajo el agua. Al volverse, Danyin vio una chispa de luz avanzando velozmente hacia la playa. Él sacudió los brazos y, cuando la embarcación se puso en marcha con una sacudida, cayó al fondo del bote. Exhaló un suspiro de alivio y decidió quedarse allí.

Afortunadamente el viaje hasta la orilla fue corto. Cuando notó que el barco reducía la marcha, se incorporó y volvió a sentarse. Más adelante, a escasos metros, aguardaba una figura blanca y brillante que irradiaba bondad: Elar. Cuando el bote se deslizó sobre la arena, ella empezó a acercarse con el vestido y el cirque mojándose en el agua. De pronto, sintió afecto por ella.

—¿Estás bien, Danyin?

Danyin bajó del barco y se examinó.

—Sí. Un poco magullado, pero feliz de estar vivo. —Se dio la vuelta y miró hacia el mar—. ¿Qué eran esas criaturas?

—Elay —respondió ella con el entrecejo arrugado—. Varias de nuestras embarcaciones de suministros y un barco de guerra dunwayano han sido hundidos esta noche. Lo que has visto no era un arma, sino una herramienta para perforar agujeros.

Danyin asintió. Por supuesto. Ahora que ella lo había dicho, él asoció el objeto con las herramientas que se usaban para reparar embarcaciones. En manos de la criatura le había parecido realmente peligrosa.

—Tendremos que buscar la forma de combatirlos o no sobreviviremos a una batalla prolongada aquí —añadió Elar.

—Bueno, me alegra que no tuviera oportunidad de agujerearme —dijo él.

Ella sonrió.

—Yo también me alegro. Ojalá no hubiera tenido la necesidad de enviarte al territorio enemigo, pero la única otra manera de hablar con Mirar era a través de Arlij, y existía la posibilidad de que él accediera a pactar siempre y cuando no se enterara su gente.

—¿Ha salido algo bueno del intercambio? —Quiso saber él.

Ella lo miró y se encogió de hombros.

—Tal vez. Tendremos que discutirlo. Deberías dormir un poco durante las escasas horas que quedan antes de que llegue el ejército.

—No creo que pueda.

—Pero inténtalo —le dijo ella con firmeza—. Te quiero despejado y en forma mañana.

Elar puso una mano en su hombro y lo condujo hacia el pueblo.