25
Un colchón suave quería decir una cama, y una cama quería decir que Auraya estaba en su habitación en la Torre…, pero eso no podía ser verdad.
Auraya abrió los ojos y soltó un gemido al recordarlo todo: el ataque fallido de los siyís a los pájaros pentadrianos, su acuerdo con Nekaun; su estadía en el Santuario, el hogar del enemigo. Se incorporó de golpe y pensó en el día que le esperaba y en lo que estaba a punto de suceder.
«Llevo aquí casi una noche y un día. Si Nekaun mantiene su palabra, soltará a un siyí.
»¿Y si no lo hace?».
Entonces se marcharía —si podía— y buscaría la manera de liberarlos.
Cuando se levantó de la cama, oyó un ruido débil y soñoliento de protesta. Miró hacia el suelo y vio a Travesuras parpadeando en su dirección. El viz se desperezó, agitando la punta de su cola.
—Commmía —dijo mientras bostezaba.
—Veré lo que puedo hacer —le aseguró ella.
El día anterior, los criados le habían llevado una montaña de ropa. Auraya había elegido una muda sencilla para usar por la noche y había lavado y secado el cirque, los pantalones y la túnica sin mangas con los que había llegado. Tras ponerse de nuevo su atuendo de sacerdotisa, se acercó a la ventana.
La vista de la ciudad, los tejados y los patios del Santuario era magnífica desde allí. Las habitaciones que le habían dado estaban probablemente reservadas para huéspedes importantes. «Me pregunto quién se ha quedado aquí antes que yo. Las estancias son grandes, pero apenas están decoradas. Los muebles son escasos. Sin duda los reyes y personajes similares ocuparían apartamentos más grandes y lujosos».
Travesuras saltó al alféizar con las orejas en punta y el hocico alerta.
—Quédate aquí —le advirtió. El viz dejó caer las orejas decepcionado, pero, obediente, se acurrucó con la cola enroscada.
Alguien llamó a la puerta de la habitación contigua. Ella permaneció inmóvil, luego inspiró profundamente y exhaló el aire despacio. Se alejó de la ventana y se dirigió a la puerta de doble hoja de la estancia principal. Cuando la abrió, se encontró a Turaan, el Acompañante de Nekaun, y a un grupo de criados inclinando la cabeza en señal de respeto.
—Buenos días, sacerdotisa Auraya —dijo Turaan—. Te traigo comida y agua.
Ella se hizo a un lado. Los criados entraron en fila en la habitación, cada uno de ellos con algo en las manos. Turaan les dio instrucciones. Varios dejaron su carga sobre la mesa y levantaron fundas tejidas para revelar platos elaborados y frutas y pan. Colocaron dos jarrones de cerámica enormes en el suelo, y un pequeño grupo de hombres los llenó de agua hasta que estuvieron a punto de desbordarse.
Varios criados se dirigieron al dormitorio. Auraya se acercó a la puerta y los vio tender la cama con experimentada eficiencia, recoger la ropa con la que había dormido y las prendas que no había usado y salir ordenadamente de la habitación. No tocaron su morral ni parecieron notar la presencia de Travesuras en el alféizar de la ventana.
Uno de ellos, una mujer joven, se volvió hacia Auraya cabizbaja. Señaló primero la habitación de azulejos y los jarrones de agua después.
Auraya meneó la cabeza, aunque no sin una punzada de lástima. Hacía mucho que no disfrutaba de un baño caliente, pero no habría podido relajarse sabiendo que pronto iba a tener que desempeñar el papel de huésped de Nekaun.
—Sacerdotisa Auraya.
Se volvió hacia Turaan.
—La Voz Primera me ha pedido que te diga que se reunirá contigo en breve. Por favor, come y refréscate. Lo acompañarás al tejado para presenciar la liberación de un siyí.
Ella asintió y observó a los criados retirarse en fila. Aunque eran reservados, sus mentes estaban llenas de curiosidad, resentimiento y miedo. Ella era el enemigo. Ella era peligrosa. ¿Por qué la trataba Nekaun como a un huésped?
Cuando cerraron la puerta tras de sí, se acercó a la mesa y examinó la comida. La noche anterior había considerado la posibilidad de que Nekaun intentara envenenarla. Todavía no había probado su don de sanación contra el veneno, pero cuando se preguntó qué haría en caso de enfrentarse a semejante amenaza, sintió que recuperaba la confianza en sí misma.
Cogió unas frutas y pan y se dirigió a la ventana a comer. Un ruido sordo devolvió su atención a la mesa. Travesuras estaba olfateando uno de los platos. Cuando el viz empezó a mordisquear uno de los trozos, ella dio un respingo. ¿Y si la comida estaba envenenada? Probablemente lo podría sanar, pero ¿y si no estaba cerca de él cuando ocurriera?
«Lo tendré que llevar conmigo a todos lados».
Terminó de comer y cogió su morral del dormitorio. Estaba muy liviano. En el interior solo había un odre vacío, algunas medicinas, una túnica de recambio y un par de pantalones.
Lo vació, sacudió la arena y el polvo, y lo dejó a un lado. Luego se sentó a esperar.
Poco después volvían a llamar a la puerta. Esta vez encontró a Nekaun en el vano, con Turaan detrás.
—Te saludo, hechicera Auraya.
—Sacerdotisa —lo corrigió.
—Sacerdotisa Auraya. Es hora de que cumpla con mi parte del acuerdo —declaró Nekaun, sonriendo.
—Un momento. —Auraya cogió el morral y llamó a Travesuras. El viz se acercó corriendo y saltó a sus brazos. Habituado a esta rutina, se lanzó directo al morral. Ella se lo colgó del hombro y se volvió hacia Nekaun.
—Estoy lista.
Él asintió y le hizo una seña para que lo siguiera en dirección al pasillo.
—¿Qué clase de criatura es esa?
—Es un viz —le dijo ella—. De Somrey.
—¿Una mascota?
—Sí.
—Sabe hablar.
—Aprenden las palabras que necesitan para expresar sus necesidades o preocupaciones, tales como «comida», «calor» o «peligro»…, lo que no los convierte precisamente en grandes conversadores.
Él se rio entre dientes.
—Supongo que no. ¿Has dormido bien?
—No.
—¿Te molestó el calor?
—En parte.
—Has elegido la época más calurosa del año para visitarnos —le recordó él.
Ella decidió no responder a eso. Él la condujo por un tramo de escalera.
—¿La comida ha sido de tu agrado?
—Sí.
—¿Alguna cosa especial que quisieras pedirnos?
Travesuras se movió dentro del morral. Se sentía un poco sofocado por el calor.
—Carne cruda para Travesuras —respondió—. Y que se retire toda la comida de mi habitación cuando yo salga. No quiero que el viz coma nada inadecuado.
«Le gustará la carne —pensó—. Y si lo envenenan sabré que el ataque iba dirigido a él para hacerme daño, no que comió algo destinado a mí».
—Así se hará —aseveró Nekaun—. Ya hemos llegado.
Él la precedió por una escalera angosta que conducía a un agujero en el techo. Salieron a la luz del sol, en el terrado de un edificio. Ella ya había visto bancos y macetas con plantas en las cubiertas del Santuario, lo que indicaba que las utilizaban como patios.
Junto a otra abertura en el techo había cuatro Servidores. Contemplaban expectantes a Nekaun. Él pronunció una palabra, y ellos miraron hacia abajo, a través del agujero.
A Auraya se le encogió el corazón cuando un siyí trepó al terrado. Hizo una mueca de dolor y parpadeó varias veces mientras sus ojos se adaptaban a la luz. Tenía las muñecas atadas con una cuerda, lo que debía de resultar incómodo, pues se clavaba en la membrana de sus alas. Movió la cabeza de un lado a otro intentando asimilar el lugar en el que se encontraba. Cuando vio a Auraya junto a Nekaun y Turaan, se quedó inmóvil.
«Soy el primero —pensó lleno de alegría. Luego se sintió culpable—. Los otros… No quiero dejarlos atrás…, pero debo hacerlo. Si no lo hago, podría poner en peligro el acuerdo al que ha llegado Auraya».
Un Servidor cortó sus ligaduras, y otro le extendió un odre con agua y un paquete con comida. El siyí los examinó con recelo y luego los metió bajo el chaleco.
Dedicó una mirada llena de gratitud a Auraya. Ella asintió a modo de respuesta.
«Vete», le dijo en su mente.
Cuando los Servidores se apartaron, el siyí les dio la espalda, se echó a correr, saltó al vacío y se alejó planeando.
Auraya soltó lentamente el aliento que había estado reteniendo. La figura alada trazó una curva en el cielo, voló en círculo sobre la colina y se dirigió al sur. Ella lo siguió con la mirada hasta que se perdió de vista.
Nekaun se volvió hacia ella y le sonrió.
—Ahora te toca a ti cumplir con tu parte del trato, sacerdotisa Auraya, y tengo mucho que enseñarte.
La lluvia y el calor habían asaltado Kave en olas sucesivas durante varios días, de modo que una espesa humedad impregnaba el aire. La ropa lavada se resistía a secarse, y las prendas que la gente vestía se empapaban de inmediato en sudor. El hedor de las cloacas de debajo de la ciudad se había elevado hasta cubrirlo todo con un manto nauseabundo. Los insectos atacaban en enjambres y obligaban a la gente a quedarse en casa, por lo que Mirar y Tintel casi no vieron a nadie en el trayecto hacia el río.
Tintel se enjugó la frente con un paño húmedo y exhaló un suspiro.
—Me encanta esta época del año —dijo en tono seco.
—¿Cuánto suele durar? —preguntó él.
—Hasta cuatro semanas. Una vez se prolongó seis semanas. Los que se lo pueden permitir, se van de Kave en verano. Incluso si pueden aguantar el calor, prefieren evitar la fiebre estival.
Mirar pensó en el creciente número de enfermos que acudían al hospital. Los otros tejedores de sueños le habían dicho que se trataba de una cuestión estacional, y la Casa de los Tejedores no tardó en llenarse de camastros ocupados por personas enfermas. Sin embargo, la fiebre no solía ser mortal.
Delante de ellos, la hilera de casas se interrumpió abruptamente a unos metros de la margen del río. Angostas escaleras de madera descendían a un terreno cenagoso, donde un camino de tablas conducía hasta la orilla.
Mirar y Tintel se detuvieron. Vieron una barcaza amarrada a unos norayes rodeada de Servidores. Unos hombres en pantalones cortos con las espaldas cubiertas de sudor subían cajas y arcas a bordo.
—Tengo un regalo de despedida para ti —le dijo Tintel.
Mirar se volvió hacia ella.
—No hacía fal…
—Espera a que lo veas —le dijo ella con gravedad—. Te hará falta.
Del bolso que le colgaba del hombro, extrajo un jarrón de barro de cuello angosto. En la parte superior había un tapón de cera del que sobresalía una cuerda pequeña. Tirando de esta, Tintel liberó el tapón.
—Extiende las manos.
Mirar obedeció. Ella inclinó la botella y un aceite amarillento llenó la oquedad de una mano. Tenía un agradable olor a hierbas estimulantes.
—Frótatelo en las zonas expuestas de la piel —le ordenó, echando aceite en su propia mano—. Ayuda a repeler a los insectos y a combatir la fiebre estival.
—¿Son los insectos los que transmiten la enfermedad? —preguntó él, untándose el aceite en las manos y la cara.
—Tal vez. —Tintel se encogió de hombros—. Lo que está claro es que el aceite repele a los insectos, y ayuda a bajar la fiebre.
—Es sorprendentemente refrescante. Hace más llevadero el calor.
Tintel taponó la botella y la devolvió a su sitio, luego sacó una pequeña caja de madera. La abrió y le mostró su contenido: velas.
—Están perfumadas con los mismos extractos. Úsalas con moderación y te durarán todo el viaje hasta la escarpa. Cada verano vendemos el aceite y las velas para poder seguir fabricándolos. Somos los únicos que los producimos, si bien compartimos la receta con quien la quiera.
—Así que quien busque obtener ganancias no puede competir con vosotros. ¿Alguna vez habéis tenido escasez de aceite y velas?
—Sí —dijo ella, arrugando la frente—. ¿Piensas que deberíamos obtener ganancias?
—Si el aceite es indispensable para la gente, sí. Las ganancias podrían invertirse en el hospital o en los enfermos.
—No sabes qué alivio supone oírte decir eso. —Cerró la caja y la devolvió a su bolso; luego se lo entregó.
Él sonrió.
—¿Me estás poniendo a prueba, Tintel?
Ella soltó una risita.
—Quién sabe. Las intenciones y las interpretaciones pueden cambiar con el paso de los años. Algunos tejedores creen que en su día prohibiste la venta de remedios.
—No es recom…
—¿Tejedor de sueños Mirar?
La voz estaba cargada de poder y confianza en sí misma. Mirar se volvió hacia la mujer que acababa de pronunciar su nombre y la vio subiendo los últimos peldaños hasta llegar a la plataforma.
—Voz Cuarta Genza —respondió. Hizo un gesto en dirección a Tintel—. Esta es la tejedora Tintel, responsable de la Casa de los Tejedores de Sueños de Kave.
Genza inclinó ligeramente la cabeza.
—Debo disculparme por privaros de vuestro fundador y guía. Sé que en esta época del año sus poderes y conocimientos os serían de gran utilidad.
Tintel se encogió de hombros.
—Hemos estado tratando la fiebre cada verano durante años. Estoy segura de que nos las arreglaremos sin él.
Los ojos de Genza se iluminaron con un brillo jovial.
—Desde luego que lo habéis hecho. Kave está en deuda con vosotros. —Se volvió hacia Mirar—. Ya casi estamos listos para zarpar.
Él asintió y se dirigió a Tintel.
—Gracias por darme alojamiento. Espero que el calor del verano termine pronto en Kave.
Tintel inclinó la cabeza afirmativamente.
—Confío en que todo salga bien en Glymma. Y en que puedas seguir explorando Ithania del Sur después. Me encantaría volver a verte en Kave, aunque quizá en una época del año más benigna.
—Me gustaría venir en la temporada de lluvia.
—Tal vez la próxima vez. —Ella hizo el viejo gesto de los tejedores de sueños: un toque en el corazón, la boca y la frente—. Adiós.
Sorprendido, él le devolvió el gesto y luego dio media vuelta. Genza dedujo entonces que Mirar estaba listo y lo condujo hacia la escalera.
Mientras la seguía hasta el camino de tablas, y después en dirección al barco, pensó en la noticia que los Mellizos le habían dado durante una conexión onírica la noche anterior.
«Auraya está en Glymma», le habían dicho. Cuando le habían descrito la misión de los siyís y su fracaso, él no había podido creer que los Blancos hicieran algo tan estúpido. No le había sorprendido que el ataque fracasara, aunque era preocupante que se hubiera puesto sobre aviso a los pentadrianos. ¿Había un espía entre los siyís? No podía haber ninguno entre las personas de confianza de los Blancos, pues habrían leído el engaño en la mente del infiltrado.
Tampoco le había sorprendido averiguar que Auraya había aceptado la oferta de Nekaun y que había convenido en quedarse en Glymma a cambio de la liberación de los siyís. «Me pregunto cómo interpretarán los Blancos su pacto con el enemigo. O, más bien, su disposición a ser chantajeada y permanecer allí hasta la puesta en libertad de todos los siyís».
Quedaban veintiocho prisioneros. Aquel día habrían soltado a uno. Por la descripción de Tintel del viaje por el río hasta la escarpa, más de tres cuartos de los siyís estarían libres antes de que él hubiera recorrido un tercio del camino a Glymma. En aquella época del año, el río fluía con tanta lentitud que las barcazas debían ser impulsadas con pértigas o a remo.
«Así que Tamun y Surim no tienen de qué preocuparse». A los Mellizos les había inquietado la idea de que Nekaun planeara usar a Auraya contra Mirar, o viceversa.
:Todos piensan que Auraya y tú sois enemigos mortales. Algunos creen que Nekaun ofrecerá matarte a cambio del apoyo de Auraya. O que ofrecerá matar a Auraya a cambio de tu apoyo.
:Auraya no se aliará con los enemigos de los Blancos, les había respondido Mirar, aunque no estaba completamente convencido de su afirmación. En el pasado había hecho grandes sacrificios para salvar a los siyís.
:Menos mal que no saben lo que realmente ha habido entre vosotros, ¿eh? —había dicho Surim—. Solo tendrían que decidir a quién aprisionar y a quién chantajear.
:No les serviría de nada chantajear a Auraya, les había recordado Mirar.
:Ah, pero sin lugar a dudas les serviría contigo.
Surim tenía razón, pero había dos cosas que tranquilizaban a Mirar: nunca iba a llegar a Glymma a tiempo, y hacía falta muchísima magia para aprisionar a alguien como Auraya. Las Voces necesitarían emplearse a fondo por turnos. Lo que las haría mucho más vulnerables si los atacaran los Blancos.
Genza y él habían llegado al barco. Ella lo condujo a bordo y le enseñó el camarote que habían preparado para él. Era pequeño, pero limpio.
Soltaron las amarras, y la tripulación utilizó pértigas para alejarse del muelle. De casco poco profundo, la barcaza dio tumbos en el agua. Genza se dirigió a la proa y dijo algo a los marineros, que recogieron las varas.
Luego Mirar dio un paso atrás involuntario cuando el navío se puso en marcha. El estómago se le hizo un nudo a la vez que se le aligeraba el corazón.
«Al parecer, tengo posibilidades de llegar a Glymma a tiempo para ver a Auraya».