35

Cuando Nekaun y ella abandonaron el balcón, Auraya buscó la mente del sacerdote siyí. Le tomó un tiempo encontrarlo y, cuando lo hizo, descubrió por qué. Teel estaba semiinconsciente y aquejado de un dolor intenso.

Si bien Nekaun caminaba deprisa, ella deseaba que lo hiciera más rápido. Incluso que corriera. Sin embargo, al mismo tiempo no podía evitar recordar que Teel era el único siyí que no le había caído bien. Su santurronería y su fanatismo alentados por Huan habían hecho mella en sus nervios durante la travesía hasta allí. Pero no hasta el punto de desearle dolor y sufrimiento al joven.

Llegaron a la parte vieja del Santuario y enfilaron por el camino que conducía a la sala donde se encontraba el último cautivo. Los Servidores que vigilaban la última verja la abrieron apenas los vieron aparecer. En el interior aguardaban otros dos Servidores, un hombre y una mujer, atentos a un siyí recostado junto al enorme trono. En sus pensamientos ella percibió desconcierto y preocupación. No sabían qué era lo que afligía al hombre alado. Cuando vieron entrar a Nekaun y a Auraya, se apartaron. Ella invocó magia, se cubrió con una barrera y se acercó al siyí. Se acuclilló a su lado.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Nekaun.

Los Servidores respondieron a la vez, luego la mujer se quedó callada. Auraya apoyó la mano en el pecho del siyí.

—Esta mañana parecía estar bien —explicó el Servidor—. Es extraño. Hay un…

Nekaun alzó una mano para hacer callar al hombre.

—Auraya querrá hacer su propio diagnóstico —dijo él. Luego se dirigió a ella—: Continúa.

Ella cerró los ojos y serenó la mente tal como Mirar le había enseñado. No era fácil, pero la aflicción del cuerpo bajo su mano la absorbió. Lo que vio la asustó.

—Se está muriendo —dijo.

—¿No puedes hacer nada? —preguntó Nekaun.

Ella empezó a influir en el funcionamiento del cuerpo, dando energía al corazón del siyí, animando a sus pulmones a trabajar con más fuerza. Dondequiera que miraba, los órganos estaban fallando. Entonces detectó la causa. Algo que se originaba en el estómago.

«Lo han envenenado».

Auraya invocó más magia… y se sorprendió y horrorizó al ver que sus esfuerzos por sanar al siyí no daban resultados. Proyectó sus sentidos, intentó atraer todo el poder necesario, pero no obtuvo respuesta. De golpe, su conciencia abandonó al sacerdote y voló hacia fuera. Reconoció el vacío alrededor.

«Un vacío. Estoy en un vacío. Uno muy grande. Debí detectarlo antes, pero solo pensaba en Teel. Habrá que trasladarlo. Me pregunto si Nekaun sabe…».

Se le heló la sangre. Por supuesto que Nekaun lo sabía. ¿Cómo podía ignorarlo? Estaba dentro del Santuario, el hogar de las Voces.

«Una trampa. He caído como un niño inocente en ella».

De pronto, notó que él se estaba inclinando sobre ella. Auraya se desplazó un poco, se puso de pie y se volvió hacia él.

—Lo han envenenado —declaró ella.

Nekaun sonrió. No era la sonrisa encantadora a la que ella ya se había habituado, sino una sonrisa amenazadora, de superioridad. Se le aceleró el pulso.

Nekaun dio un paso hacia ella.

—Entonces no creo que podamos soltar a tu amigo siyí mañana.

Ella retrocedió. «Tal vez no sepa nada del vacío. Tal vez esté malinterpretando su sonrisa…».

—¿Diste tú la orden? —preguntó ella.

—Sí. ¿Cómo si no te iba a traer hasta aquí? —Él miró por encima del hombro de ella. A Auraya se le hizo un nudo en el estómago cuando comprobó que los dos Servidores estaban de pie a su espalda. En sus mentes leyó las órdenes de la Voz Primera.

:Apresadla. No puede defenderse. Como habéis notado, no hay magia aquí.

Ellos no tenían idea de los planes de Nekaun, pero siguieron sus indicaciones. Unas manos la cogieron de los brazos. Ella intentó zafarse, pero los Servidores eran fuertes. Ambos eran Servidores guerreros, de los que se enorgullecían de su forma física tanto como de sus habilidades mágicas.

—Soltadme —les exigió Auraya.

Su orden les pareció divertida. No tenían la menor intención de obedecer.

Nekaun sonreía abiertamente, disfrutando del momento. El corazón de Auraya dio un vuelco cuando él se le acercó. «¿Es así como voy a morir? —se preguntó de pronto—. ¿Se llevará mi alma Chaia?». Buscó señales de proximidad de los dioses, pero no encontró nada. Nekaun se volvió hacia los Servidores.

—Detrás del trono encontraréis cadenas.

«¿Cadenas? —El corazón se le hinchó de esperanza—. ¡No tiene pensado matarme! A menos que quiera matarme poco a poco. ¿Cómo? ¿De hambre? ¿Un veneno de efecto lento? ¿O algo peor?».

La idea le asustó. Miró a Nekaun con intención de decirle algo para persuadirlo: una amenaza con la que asustarlo o una oferta difícil de rechazar. Pero su mente se negaba a pensar, y ella no conseguía articular ni una palabra. El corazón le aporreaba, y tensó los brazos como reacción instintiva ante la presión de las manos que la sujetaban. Invocó magia en vano. Un Servidor acercó las cadenas y las sujetó firmemente con pernos a los reposabrazos de la enorme silla.

—Sentadla en el trono —les ordenó Nekaun—. Ponedle unas manillas.

La Servidora extendió el brazo izquierdo de Auraya, luego el derecho, mientras el Servidor le colocaba las anillas de hierro en las muñecas. Cuando terminaron, Nekaun les hizo una seña para que se marcharan. Se acercó y cogió la mano de Auraya. Ella protestó cuando él le arrancó el anillo de sacerdotisa.

«De todas formas, no funciona en los vacíos», recordó.

Él retrocedió unos pasos para mirarla.

—Ha sido muy fácil —dijo él, meneando la cabeza—. ¿Quién iba a imaginar que una Blanca, una ex Blanca, mejor dicho, resultaría tan fácil de atrapar?

Auraya apretó los dientes. ¿Acaso esperaba que ella le rogara e implorara? ¿Que le hiciera una oferta a cambio de su libertad?

«Pues vaya con la paz, las alianzas y las promesas solemnes».

—Juraste por tus dioses que no se me haría daño mientras permaneciera aquí —dijo ella en el idioma local para que la entendieran los Servidores—. ¿Cómo es posible que tú, la Voz Primera, rompas una promesa hecha en el nombre de ellos?

La sonrisa de Nekaun se esfumó, pero sus ojos seguían brillando.

—Lo puedo hacer —le dijo en tono grave—. Pero solo por orden de mis dioses. Me han dicho que haga esto. Del mismo modo que me ordenaron averiguar si podía convencerte para que te quedaras, y así como me advirtieron del inminente ataque de los siyís. —Se encogió de hombros—. Y también te mataré si ellos me lo piden. Ya te puedes poner a rezar para que no lo hagan. —Luego volvió a sonreír—. Por fin podré dedicarme de nuevo a un trabajo más interesante.

Nekaun dio media vuelta y salió de la habitación seguido por los Servidores y Turaan.

La procesión que se dirigía a Chon era un espectáculo triste. Delante, a pie, se desplazaban los pentadrianos, flanqueados por guerreros. Elar, Danyin, Yem y Gret iban después, en el platén cubierto. Los aldeanos caminaban detrás, rodeados de más guerreros. En una de las granjas habían conseguido un arem y un carro para llevar a los ancianos y a los niños.

Los pasajeros del platén cubierto apenas habían hablado. Gillen había intentado iniciar una conversación unas horas después de empezar la travesía, pero los demás prácticamente lo habían ignorado. Ofendido, se había sumido en un resignado silencio.

Danyin miró a Yem. El joven guerrero mantenía una actitud digna y callada, tal como le correspondía al estar presente el líder de un clan. Gret parecía decidido a mostrarse malhumorado ante la humillación que suponía exhibir por todo Dunway la prueba de que una de sus aldeas había acogido a los pentadrianos. Elar se mostraba tan distante como lo había estado de camino al pueblo. Tenía su atención puesta en otro lugar. Su expresión variaba sutilmente de vez en cuando. Fruncía el ceño, suspiraba o sonreía sin razón aparente. Él sabía que estaba vigilando a los pentadrianos por si intentaban huir o atacar a los guerreros. Si bien los guerreros no estaban faltos de habilidades, ninguno de ellos era un hechicero poderoso y, por tanto, necesitarían su ayuda en caso de que los prisioneros se rebelaran.

Las colgaduras de las puertas del platén habían sido plegadas. Danyin habría apreciado el paisaje de no ser porque le remordía la conciencia al ver a los aldeanos que los seguían. Por si fuera poco, en ese momento oyó un débil golpeteo y reparó en que estaba lloviendo. ¿Cuánto tiempo tardarían en caer enfermos los empapados lugareños?

—Los guerreros de Scalar han llegado al pueblo más cercano —dijo Elar de repente—. Iremos a su encuentro allí y nos detendremos para descansar y aprovisionarnos.

Todos la miraron y asintieron. Gret frunció el entrecejo, dio media vuelta y observó la lluvia con desprecio.

Pasaron junto a una casa, y junto a otra varios minutos después. El platén descendió lentamente a un valle por un camino que discurría al borde de un río de aguas rápidas. De pronto, se vieron rodeados de casas, todas apiñadas en un recodo del río. En el camino y en los portales había personas observándolos.

Elar se volvió hacia Gret.

—¿Te importaría saludar a los scalarenses de nuestra parte?

La expresión de Gret se relajó un poco. Ella le estaba dando la oportunidad de aparentar que llevaba el control del grupo. Inclinó la cabeza afirmativamente y se apeó del platén en movimiento. Danyin lo oyó ladrar órdenes.

El platén se detuvo poco después, y Elar descendió seguida de Danyin, que echó un vistazo alrededor. Los pentadrianos habían sido conducidos a lo que al parecer era un patio de distribución del ganado. Gret y varios hechiceros dunwayanos vigilaban de cerca. Los aldeanos arrestados fueron amontonados bajo la amplia galería de un almacén. Un subordinado de Gret corrió hacia Elar en compañía de un hombre de espalda ancha y cabello cano.

—Este es Sin, el portavoz de los habitantes de esta aldea —dijo el guerrero—. Dice que tiene suficiente comida y sugiere que cojamos una parte para el viaje.

El hombre hizo la señal del círculo. Elar inclinó la cabeza.

—Eso haremos. Gracias.

Cuando los dos hombres se alejaron, Elar se dirigió hacia los scalarenses. Los guerreros hechiceros tenían un aspecto formidable con los uniformes azules y los tatuajes en la cara. Gret les presentó al líder, Wek.

Tras el intercambio de saludos, Elar se volvió para señalar con la cabeza al grupo de pentadrianos.

—Hay unos cuantos con dones poderosos —le advirtió—. Hasta ahora no nos han dado problemas.

Wek asintió.

—Tenemos órdenes de ejecutarlos de inmediato. —La miró a los ojos—. ¿Puedes confirmar que todos los hombres y las mujeres de ese grupo son pentadrianos?

—Lo son —dijo ella—. Todos, menos tres mujeres y un hombre, son de Ithania del Sur. Los cuatro dunwayanos se consideran pentadrianos plenamente convertidos.

Wek arrugó la nariz.

—¿Y los aldeanos?

—Algunos son culpables de ayudar a los pentadrianos; a otros se los acusa de negligencia, pues no denunciaron la presencia del enemigo. Unos cuantos, demasiado jóvenes o viejos para actuar por su cuenta, pueden ser perdonados.

Wek inclinó la cabeza afirmativamente. Cuando desistió de hacer más preguntas, a Danyin se le hizo un nudo en el estómago. Miró intensamente a Elar, pero ella no se dio por aludida. En lugar de ello, se volvió hacia Gret.

—Debo hablar contigo en privado.

Empezó a alejarse, se detuvo y se volvió para mirar a Danyin.

—Tú también, Danyin. —Por un instante, él tuvo la impresión de que Elar iba a sonreír, pero su expresión se volvió seria otra vez mientras se ponían fuera del alcance de los oídos de los demás—. Tengo que partir de inmediato hacia Chon —le dijo a Gret—. Danyin, tú vendrás conmigo, pero no los demás. Tengo que viajar ligera para llegar cuanto antes. —Hizo una pausa—. Os tengo que dar a ambos la mala noticia de que vamos a ir a la guerra. Los dioses han convocado a los Blancos en el altar. Han decidido hacer lo que deberíamos haber hecho desde el principio…, librar al mundo de esos hechiceros pentadrianos.

«Así que eso era lo que la había tenido entretenida en el platén —pensó Danyin de pronto—. ¡Estaba hablando con los dioses mediante una conexión con Juran o con algún otro Blanco!».

Gret arqueó las cejas sorprendido, y en sus ojos apareció un brillo de expectación. Danyin conjeturó que el hombre podía beneficiarse de aquel giro de los acontecimientos. Puede que hubiera amparado a pentadrianos sin saberlo, pero ahora se le presentaba la oportunidad de restablecer su honor. Y no tendría que pasar por la vergüenza de acompañar a los aldeanos a Chon.

—Iré contigo, Elareen la Blanca —se ofreció Gret—. ¿Cuándo partiremos?

Ella sonrió secamente.

—En cuanto encontremos un platén y aremes descansados.

—Entonces permíteme que te los consiga.

El hombre se alejó con paso airoso y la espalda erguida.

—Guerreros —murmuró Danyin.

Elar se rio por lo bajo.

—Sí, no pierden ocasión para presumir de sus habilidades.

Él la miró de reojo.

—¿Una guerra entonces? Y esta vez nosotros somos los invasores.

Ella inclinó la cabeza afirmativamente.

—La paciencia de los dioses ante los intentos de subvertir a los circulianos se ha agotado. Hemos encontrado Servidores pentadrianos en todas las tierras excepto en Si. En Somrey han convertido a muchos. En Toren hemos descubierto un grupo secreto que reclutaba a los pobres y los sintecho a cambio de enseñarles a usar magia para robar a los ricos. En Genria se hacían pasar por sanadores especializados en tratamientos de fertilidad. Y en Sennon… Bueno, siempre han estado en Sennon, junto con todos los chiflados que veneran a dioses muertos o inventan deidades nuevas. —Torció el gesto—. Ahora hay allí un nuevo grupo que rinde culto al Constructor, quien aparentemente creó a las deidades. Es extraño que los dioses no lo sepan.

Danyin sonrió.

—En efecto.

Ella exhaló un suspiro.

—Pero a las divinidades no les preocupan el llamado Hombre Sabio ni sus ideas. De quienes tenemos que ocuparnos es de los pentadrianos. No podemos matar a sus dioses, pero si acabamos con las Voces es posible que los debilitemos lo suficiente para que dejen de ser una amenaza durante un tiempo.

Él asintió, pero no pudo evitar pensar en lo igualadas que habían estado las fuerzas durante la última guerra. Hasta que Auraya mató al líder del enemigo, los circulianos habían estado perdiendo.

Elar sonrió.

—Sí, tenemos en cuenta, Danyin. Pero esta vez tenemos una ventaja.

—¿Auraya?

Ella arrugó el entrecejo.

—No. No podemos depender de su ayuda, pero los dioses nos han asegurado que no nos estorbará. No, nuestra ventaja no es un individuo, sino una nación. Esta vez tenemos a Sennon de nuestro lado.

—Siempre y cuando el emperador no cambie de idea en el último momento.

—No lo hará —le aseguró ella—. No esta vez. Vamos a llevar la guerra a Ithania del Sur, y él sabe que eso significa que se librará en su territorio, en el istmo.

Danyin se volvió hacia los aldeanos arrestados.

—¿Y qué pasará con esta gente? ¿Cómo sabrá I-Portak quién es inocente si no estaréis allí para leer sus mentes?

Elar se encogió de hombros.

—Su sistema de justicia ha funcionado bastante bien sin mi ayuda en el pasado. Estoy segura de que también lo hará ahora.

—¿De verdad lo creéis? —preguntó él.

Elar lo miró y exhaló un suspiro.

—No tengo otra alternativa. ¿Qué más puedo hacer?

—Redactar una lista —sugirió él—. Anotar qué aldeanos son culpables de qué crímenes.

Ella consideró el consejo y asintió.

—Sí, eso es algo que puedo hacer.

—Y supongo que no os puedo convencer de que dispenséis a los niños y a los enfermos de esta marcha.

Elar negó con la cabeza.

—¿Quién se haría cargo de ellos?

—Alguien lo haría, estoy seguro.

—Incluso si así fuera, ¿te gustaría ser el que arranca a un niño del lado de sus padres?

Él no pudo responder a eso. «Si supiera que me queda poco tiempo de vida, me gustaría compartir lo poco que me queda con mi hijo», pensó.

Ella exhaló un suspiro. De golpe, pareció cansada.

—Tengo que admitir que es un alivio partir finalmente.

Danyin se compadeció.

—No es fácil ver cómo las autoridades infligen un castigo tan severo.

Ella lo miró extrañada.

—Hablaba de partir a la guerra. Los dioses cambiaban frecuentemente de idea. Primero nos dijeron que nos preparáramos para la guerra, luego que desmovilizáramos a los ejércitos y después que los volviéramos a movilizar. Creo que fue por culpa de Auraya. Su decisión de permanecer en Glymma frustró los planes de los dioses. Probablemente ya se ha marchado y podemos actuar con libertad.

Danyin asintió.

—¿De modo que se nos unirá pronto?

—No lo sé. —Elar se encogió de hombros y se volvió hacia Gret, que avanzaba hacia ellos en un platén tirado por dos aremes descansados.