36

Los pasos retumbaron como martillazos en la cabeza de Teel. Abrió los ojos. Vio acercarse a unos hombres vestidos con túnicas negras. Unas manos lo sujetaron con fuerza y le produjeron un dolor agudo. Se le nubló la mente.

Algo fresco tocó sus labios. Al recuperar de nuevo la conciencia, tragó el agua que le vertían en la boca. Tenía un sabor amargo. Le vino a la memoria una voz que había oído antes. Una voz conocida.

—Lo han envenenado.

Escupió el líquido, pero las manos represivas lo volvieron a sujetar. Unos dedos crueles le apretaron la mandíbula. El brebaje repugnante se deslizó de nuevo por su garganta, y esta vez él se rindió. Cuanto antes muriera, antes acabaría el dolor. Iría a donde la diosa Huan. Él era su favorito. Ella lo acogería.

Durante un rato, se sumió en la oscuridad. El dolor remitió. No tenía fuerzas y estaba aterido, pero se sentía mejor. Abrió los ojos y contempló el elevado techo de la sala. Recordó cómo sus compañeros siyís desentumecían las alas en el reducido recinto.

«Ya no están —pensó—. Me he quedado solo».

:No, Teel, no estás solo.

Al oír estas palabras en su mente, se sobresaltó. No era Huan. Era una voz masculina.

:Soy Chaia.

«¡Chaia!».

:Sí. Mira a tu derecha, Teel.

Obedeció. El enorme trono se alzaba sobre él. Recordó que lo habían arrastrado hasta allí después de que la enfermedad —el veneno— se cebara en él. También recordó que lo habían levantado entre varios y luego lo habían dejado de nuevo en el suelo.

Un movimiento captó su atención, y por unos instantes no dio crédito a sus ojos. Una mujer estaba sentada en el trono. Encadenada.

«¡Auraya!».

:Sí. La han traicionado.

Teel soltó un quejido.

:Jamás saldré de aquí, ¿verdad?

:Es poco probable. No te puedo liberar. No hay nadie aquí que obedezca mis órdenes.

:¿Por qué Auraya no usa su magia para romper las cadenas?

:Está en un lugar en el que no hay magia.

Auraya tenía la mirada perdida en algún lugar remoto. Parecía aturdida. Inesperadamente Teel sintió lástima por ella. Estaba tan acostumbrada a ser poderosa e invulnerable… Era una situación difícil de aceptar. Y humillante.

:No puedo contactar con ella —le dijo Chaia—. Así que debes hacerlo tú. ¿Le transmitirás mis palabras?

:Por supuesto.

:Dile lo siguiente…

Tras escuchar con atención, Teel inspiró y llamó a Auraya con todas sus fuerzas. Aunque la voz le salió más débil de lo que esperaba, Auraya enfocó la mirada y la volvió hacia él.

—¡Teel! —exclamó ella en tono de preocupación—. ¿Cómo te encuentras? Los Servidores te han administrado algo. Confiaba en que fuera un antídoto contra el veneno.

El siyí supo de inmediato a quién había oído hablar de veneno.

—Ah. Creía que me estaban dando… —Hizo una pausa, súbitamente sin aliento—. Más veneno. —Le costaba hablar. Era como si cada palabra lo despojara de energía.

Ella esbozó una sonrisa.

—No, pero era una suposición lógica. Yo habría pensado lo mismo.

Él se habría encogido de hombros de haber podido moverse.

—No importa. Chaia… me… ha dado… un mensaje… para ti.

—¿Chaia? —Auraya abrió mucho los ojos, a los que asomó un brillo de esperanza.

—Sí. Ha dicho que… intentará… seguir hablando… contigo… a través de… mí. Si el… enemigo… me lleva… a otro sitio…, encontrará a… otra… persona. —Cada vez le costaba más hablar—. Sabrás que… se trata… de él… por el… santo y seña… «sombra».

Se interrumpió. La cabeza le daba vueltas. Cerró los ojos y notó que algo lo arrastraba lejos de allí.

—¡Teel!

Él abrió los ojos con esfuerzo y le sonrió.

—Mantente despierto, Teel —le suplicó ella—. Háblame.

El siyí abrió la boca, pero no logró pronunciar ni una palabra. Un ruido ensordecedor le retumbó en los oídos. La habitación se iluminó y se tornó borrosa al mismo tiempo. Era una luz fría. Él no sentía las manos ni las piernas. Le costaba respirar.

Aquello era demasiado. Se rindió, y el resplandor se apoderó de él, borrando los últimos pensamientos de su mente.

Reivan exhaló un suspiro mientras se tumbaba en la cama. La canícula era implacable. Le costaba recordar cómo habían sido los veranos anteriores, pero le resultaba muy fácil imaginar que aquel no tendría fin.

Había transcurrido más de un mes desde la última visita de Nekaun. Ella había empezado a repetirse en su fuero interno que él ya no la visitaría más. Se había hastiado de ella. Había satisfecho su curiosidad. Ahora se enfrentaba a desafíos más interesantes.

«Como Auraya».

Pero Nekaun había dejado de seducir a Auraya. Con visible satisfacción, Imenja le había contado que Nekaun había encerrado a la ex Blanca.

Reivan no sabía cómo lo había conseguido. O por qué Nekaun no la había matado. Cuando se lo había preguntado a Imenja, esta se había apresurado a cambiar de tema.

La noticia había arrancado sonrisas a muchos Servidores, y el alivio general era patente en los cotilleos que se oían en los baños termales y en los pasillos. A Reivan le había sorprendido su propia reacción de alegría ante la noticia. «¡Debería preocuparme por la desventaja que supone no contar con Auraya, pero en lo único que pienso es en que Nekaun ya no le dedicará todo su tiempo!».

Unos golpecitos en la puerta interrumpieron su monólogo interior. Suspiró. Para entonces la noticia debía de haberse difundido más allá del Santuario. Muchas de las personas con las que trataba en nombre de Imenja se acercarían a ella en busca de confirmación.

Abrió la puerta y se quedó paralizada por la incredulidad.

—Buenas noches, Reivan.

«Estoy soñando —pensó—. Probablemente sueño que me he levantado de la cama y me despertaré dentro de unos instantes».

Pero no despertó. Nekaun estaba realmente delante de ella. Reivan no sabía qué hacer. O decir.

La Voz Primera le sonrió.

—¿No me vas a invitar a entrar?

Enmudecida, ella retrocedió unos pasos. Al pasar a su lado, Reivan percibió su olor y sintió un profundo deseo.

Él se volvió para mirarla.

—Hace mucho que no conversamos.

Ella asintió y cerró la puerta.

Después se acercó a la mesa, sirvió agua en dos vasos y le tendió uno a él.

Como solía hacer antes.

Él bebió, dejó a un lado el vaso vacío, se acercó a ella y retiró de su mano el que ella sostenía.

Como solía hacer antes.

—¿Te has enterado de la noticia? —preguntó—. Auraya está recluida, indefensa, bajo el Santuario.

«Auraya». Reivan arrugó el entrecejo cuando el nombre la sacó de su turbación.

—Sí.

Él suspiró.

—No sé por qué los dioses me hacen pasar por todo esto. ¿Me ponen a prueba a mí o a ella? No lo sé. Y ahora mismo me da igual.

—Entonces ¿no estabas disfrutando de su compañía? —preguntó ella de pronto.

Él hizo una mueca de disgusto.

—Absolutamente aburrida. —Entornó los ojos—. ¿Estabas celosa?

Ella apartó la mirada. Sabía que habría sido inútil negarlo.

Nekaun rio con suavidad y la aferró por los hombros.

—Oh, Reivan. Tontita. ¿Cómo iba a sentirme atraído por una mujer tan amargada y desconfiada? Preferiría seducir a un arem.

Su olor y su calidez la abrumaban. «¡Ha vuelto!», pensó.

«¿Por cuánto tiempo?», preguntó una voz oscura.

«Cállate», le espetó.

—Te he echado de menos —le aseguró él.

El corazón le dio un vuelco.

—Yo también te he echado de menos.

Nekaun se le acercó más. Ella supo lo que ocurriría a continuación y se le aceleró el pulso cuando él se inclinó para besarla.

De pronto, la Voz Primera se quedó inmóvil. Su mirada se volvió feroz, intensa. Reivan se libró de su abrazo rígido, un poco asustada por su expresión. Nekaun frunció el ceño, exhaló lentamente y clavó en ella unos ojos centelleantes de furia.

—Lo siento, Reivan. No puedo quedarme. —Tensó la mandíbula—. Los dioses me acaban de ordenar que prepare nuestro ejército. Los circulianos planean atacarnos.

Ella lo miró con fijeza. La conmoción casi se había impuesto a la decepción. Tras acariciarle suavemente la mejilla, Nekaun se marchó.

La Voz Segunda Imenja había mantenido ocupado a Mirar todo el día, llevándolo a ver artesanos a las afueras de la ciudad. Habían comido pescado fresco y charlado sobre la sanación y la magia. Durante todo el día, él había sido consciente de que solo quedaba un siyí por liberar. Había supuesto que Imenja le ofrecería matar a Auraya en cualquier momento, pero ella no había mencionado el tema.

Mientras volvía al Santuario después del anochecer, él había percibido un zumbido de entusiasmo y satisfacción alrededor. En cuanto llegó a sus habitaciones, se recostó y entró en un trance onírico con la intención de explorar las mentes cercanas y descubrir qué tenía tan agitados a los Servidores. Pero antes de que pudiera proyectar sus sentidos, alguien lo llamó.

:¡Mirar!

:¿Surim? ¿Tamun?

:Sí —dijo Surim—. Tengo noticias. Malas noticias.

:¿Qué ocurre?

:Las Voces han hecho prisionera a Auraya bajo el Santuario, le informó Tamun.

Mirar se despertó sobresaltado. Vio el techo, cerró los ojos de nuevo y se esforzó por reducir el ritmo cardíaco y la frecuencia de la respiración. Tardó una eternidad en volver a sumirse en un trance onírico.

:¿Surim?

:Mirar. ¿Te has despertado?

:Sí.

:Lo siento. Tendría que haberte comunicado la noticia con más tacto, dijo Tamun.

:No te disculpes. Solo dime cómo y por qué.

:Parece ser que hay un vacío bajo el Santuario. Debía de ser un secreto, conocido solo por las Voces.

:Un vacío. Ella será completamente vulnerable allí.

:Tan vulnerable como cualquier mortal.

:¿Por qué no lo percibió? No habría entrado de haberlo sabido.

:No lo sé. Una distracción, quizá.

:¿Por qué la han aprisionado en vez de matarla? —Mirar hizo una pausa—. No se han enterado de que ella y yo fuimos amantes, ¿verdad?

:Hasta donde saben los mortales del Santuario, no, lo tranquilizó Surim.

:Ya te enterarás si intentan utilizarla contra ti, señaló Tamun.

:Lo más probable es que te lleven allí abajo y te dejen matarla a cambio de algo, le advirtió Surim.

:¿Y qué harán si me niego?

:Yo en tu lugar no lo haría. Fingiría que quiero pensármelo.

:Tampoco puedes estar seguro de que tú seas la única razón por la que la han encerrado —objetó Tamun—. Los circulianos han movilizado su ejército. Van a invadir Ithania del Sur. Mantener a Auraya fuera de combate es una decisión inteligente.

:Sería más inteligente matarla —discrepó Mirar, apesadumbrado—. Si los pentadrianos saben que les van a declarar la guerra, intentarán reclutarme a mí y a mis tejedores de sueños.

:¿Qué harás en ese caso?

Mirar no respondió. ¿Lo obligarían los pentadrianos a elegir entre infringir la ley de su pueblo y sacrificar a Auraya?

«Lo intentarán», pensó.

:Salvaré a Auraya, aseguró a los Mellizos.

:Eso sería una enorme insensatez —dijo Tamun—. Te ganarías la enemistad de los pentadrianos. Todos los tejedores de sueños sufrirían las consecuencias.

:Solo si se enteran de que lo he hecho yo.

Tras emerger de la conexión onírica, Mirar clavó los ojos en el techo. Acto seguido, proyectó sus sentidos para explorar las mentes de quienes lo rodeaban.

Sin duda la noticia de la reclusión de Auraya se había propagado por el Santuario. Buscó y encontró las mentes de dos Servidores guerreros que montaban guardia en una cámara subterránea. A través de sus ojos vio una figura solitaria con los brazos encadenados a una silla enorme. El corazón se le encogió, tan horrorizado por la escena como su mente.

En un vacío, ella no tenía acceso a la magia. Estaba más indefensa que una mendiga desprovista de dones. Peor aún, pues no estaba habituada a la adversidad física ni a la humillación.

Tras inclinarse hacia atrás, se sumió en otro trance onírico y buscó la mente de la ex Blanca.

:¿Auraya?

Ella no respondió. Después de varios intentos, volvió a las mentes de los guardias. La figura encadenada se movió, y él concluyó que estaba despierta.

«Yo no podría dormir en esa posición —pensó. Continuó observándola por medio de los ojos de los guardias, con una sensación creciente de impotencia—. La liberaré —decidió—. Encontraré la manera. Y cuando lo haga, las Voces ni siquiera sabrán que yo he tenido algo que ver».

Era más fácil trazar un plan inteligente entre dos. Tras retirarse de la visión de Auraya y entrar de nuevo en otro trance, buscó la mente de una vieja amistad.