7
Tyve había regresado a la cueva dos veces durante la última semana, al parecer con el único fin de averiguar si Auraya y Jade necesitaban comida o ayuda. Jade se lo había agradecido cortésmente y lo había mandado a casa con algunos de los remedios que había elaborado para la gente de su aldea.
«Que hemos elaborado», corrigió Auraya mientras machacaba las hojas secas que Jade había dejado allí. Si bien esta se aventuraba todos los días a salir durante varias horas para buscar los ingredientes, Auraya dedicaba buena parte de su tiempo a prepararlos. Precisamente en aquel momento la mujer estaba fuera, recolectando ingredientes. En ocasiones Auraya se preguntaba si existía un motivo especial para que hubiera una reserva de remedios cada vez mayor al fondo de la cueva, o si sencillamente Jade no podía quedarse mano sobre mano.
«Me pregunto si nunca la asaltan dudas cuando vuelve a la cueva, si jamás fantasea con la posibilidad de que yo la haya traicionado y de que uno de los Blancos esté esperándola aquí».
Auraya sonrió, después se puso seria. Tal vez esa era la razón por la que Jade le había escrutado los pensamientos. Quizá lo hacía cada vez que se disponía a entrar en la cueva para asegurarse de que su alumna no se la hubiera jugado.
No podía evitar preocuparse por lo que Jade pudiera leer en su mente. Como había sido incapaz de arrancarle la promesa de que no volvería a hurgar en sus pensamientos, Auraya estaba decidida a procurarse cuanto antes un escudo mental fuerte y permanente. Cada vez le resultaba más fácil mantenerlo activado, a veces incluso de forma inconsciente. Pronto estaría en condiciones de marcharse.
Sin embargo, no quería irse sin antes hacer algunas preguntas a Jade.
El tarro con hojas machacadas estaba casi lleno cuando Jade volvió. La mujer guardó silencio mientras dejaba sus cubos junto a la cama y se sentaba. De uno de ellos extrajo un fragmento de lo que parecía ser una roca y empezó a descascarillarla y a arrancar trocitos de una sustancia blancuzca que dejaba caer dentro de un recipiente.
—¿Qué es eso?
—Veneno —respondió Jade—. Al menos en una dosis que logre su efecto.
—¿Necesitas recurrir al veneno con frecuencia?
—Rara vez, aunque parezca mentira. Solo he utilizado veneno tres veces en un milenio. Es el tipo de muerte que se reserva para gente verdaderamente desagradable.
La mujer hablaba con tal desenfado que Auraya no estaba segura de si bromeaba o no. Permaneció callada por un momento y luego decidió que era mejor no averiguarlo.
—Así que has vivido mil años —comentó en cambio.
—Por lo menos.
—¿No lo sabes con certeza?
—No. Antes llevaba la cuenta, pero al cabo de un tiempo descubrí que los calendarios que la gente usaba para contar los años estaban errados, y luego hicieron un auténtico desastre al intentar corregirlos. Yo había viajado tanto que al final perdí la cuenta, pero para entonces ya no tenía importancia.
—¿Cómo es… vivir tanto tiempo?
Jade alzó la vista hacia Auraya y se encogió de hombros.
—No es tan emocionante como cabría imaginar —explicó—. La mayor parte del tiempo no piensas en eso. Te concentras en lo inmediato: qué comerás hoy, dónde dormirás. Das por sentado el conocimiento que has acumulado a lo largo de los años. Cuando lo necesitas, está allí, y rara vez te preguntas desde cuándo lo tienes.
»En determinadas ocasiones algo te hace pensar en el pasado, y es en esos momentos cuando tomas conciencia de tu edad. Adviertes cambios que nadie más percibe, ni siquiera los historiadores. También te percatas de que algunas cosas nunca cambian. La gente seguirá enamorándose y desencantándose. Los hombres ambiciosos continuarán ansiando poder; los codiciosos, amasando fortunas. Los mortales seguirán siendo mortales.
—¿Pueden los inmortales experimentar cambios que no están al alcance de los mortales?
Jade meditó sobre la pregunta.
—Sí y no. No es la inmortalidad lo que nos hace más listos, sino la experiencia. Intentamos no cometer dos veces el mismo error, pero los recuerdos se desvanecen, algunos más rápidamente que otros. Y siempre caes en nuevos errores. —Jade hizo una mueca—. A veces queremos repetir los fallos. El amor, por ejemplo. Al enamorarse, los mortales se arriesgan a sufrir un gran dolor; para los inmortales, ese dolor está garantizado: si no muere el amor, muere el objeto de nuestro amor.
La voz de Jade se había teñido ligeramente de amargura. Auraya sintió una punzada de empatía.
—¿El dolor vale la pena?
Jade sonrió con sequedad.
—Sí, siempre y cuando uno no sufra a menudo. He parido hijos a los que he visto morir. Eso fue aún más doloroso y, sin embargo, lo he vivido más de una vez.
—¿De modo que los inmortales podéis tener hijos?
—Claro —respondió Jade, arrugando el entrecejo—. ¿Por qué no habríamos de poder? —Abrió mucho los ojos al comprender el sentido de la pregunta—. Los dioses te incapacitaron para concebir mientras fueras Blanca, ¿verdad?
Auraya se encogió de hombros.
—Tener y criar hijos nos impediría dedicarnos a nuestro trabajo.
—Los dioses no son muy partidarios del tiempo libre, ¿verdad? De todos modos, tener hijos te habría hecho vulnerable. No sabes lo indefensa que te quedas cuando los utilizan contra ti.
—¿Qué ocurrió?
—Preferiría no hablar de eso —dijo Jade, sacudiendo la cabeza—. Algunos recuerdos están mejor enterrados.
Auraya asintió y buscó la manera de cambiar de tema.
—¿Tus hijos fueron hechiceros?
—Algunos. Otros apenas poseían dones. Ninguno se volvió inmortal. No eran lo bastante fuertes. No creo que ningún inmortal haya tenido hijos inmortales.
—¿Ni siquiera si ambos padres lo eran?
—Hasta donde sé, nadie ha tenido semejante linaje.
—Tal vez eso cambiaría las cosas.
Jade alzó los hombros y se volvió hacia Auraya.
—¿Estás pensando en hacer la prueba en un futuro próximo? Tenía la impresión de que no estabas tan enamorada de Mirar.
Auraya frunció el ceño y se preguntó a qué se debía su súbito cambio de estado de ánimo.
—No.
—¿Está al tanto Mirar de lo tuyo con Chaia? —preguntó Jade.
—Claro que no.
—¿Piensas decírselo?
—¿Piensas decírselo tú?
Jade interrumpió su labor.
—Sí. Mirar merece saber que no le correspondes.
—Lo sabe.
—Si no sientes nada por él, ¿qué más da si se entera de quién es tu amante?
—Querrás decir quién fue mi amante —la corrigió Auraya—. Esa información es privada.
—Para bien o para mal, ya no es un secreto. Tal vez debería contárselo antes de que haga alguna otra estupidez por amor.
—Pues díselo. —Auraya exhaló un suspiro—. No me gustaría que me culparan de su costumbre de meterse en líos… otra vez.
—De modo que es cierto que no sientes nada por él, ¿verdad? —preguntó Jade, entornando los párpados.
—Amé a Leiard, no a Mirar.
—Él es Leiard. Leiard forma parte de él.
Auraya se obligó a mirar a Jade a los ojos.
—Leiard nunca fue real. No puedo renunciar a lo poco que queda de mi vida por una personalidad inventada, arrumbada en el interior de un hombre al que no conozco. Y después de todo tu discurso sobre lo inconveniente que resulta enamorarse, no sé por qué esperas que sienta algo distinto.
Jade sostuvo la mirada de Auraya durante largo rato antes de apartar la vista.
—Creo que lo que me enfurece es que estoy de acuerdo contigo —dijo con aspereza, sin levantar la voz—. Yo haría lo mismo. Creo que deseaba oír que lo amabas sencillamente para aplacar mis temores. Si lo quisieras, no nos harías daño. En cambio, tengo que fiarme de Mirar. Él jura que no lo harás. Pese a lo necio que es, nunca se ha equivocado al juzgar a alguien…, ni siquiera estando deslumbrado por el amor. —Levantó un dedo en señal de advertencia—. No lo hagas quedar mal.
Auraya no dijo nada. Jade dejó caer el trozo de roca en el cubo y cerró el frasco de polvo blanco. Se levantó, colocó el tarro entre sus remedios y se volvió hacia Auraya.
—Voy a buscar algo para la cena.
Cuando la mujer se marchó, a Auraya la cueva le pareció opresivamente silenciosa. No podía evitar sentir que de algún modo le había fallado a Jade. «Solo está decepcionada porque no amo a Mirar —se dijo—. Y no hay razón para que me sienta culpable por ello».
Recorrió la cueva con los ojos y suspiró. «Me siento sola —descubrió—. ¿Cómo estará Travesuras? —Echaba de menos su compañía, su lealtad incondicional—. ¿Por qué serán así los vices? Vivir en compañía humana no es muy bueno para su especie…, salvo porque no tienen que salir a cazar, cuentan con un hogar seguro y una cama caliente… Creo que acabo de responderme».
Travesuras se disgustaba cada vez que ella se marchaba. Ella deseaba poder comunicarse con él de alguna manera.
«Me pregunto si podría encontrarlo por medio de una exploración superficial».
Valía la pena intentarlo. Auraya se recostó en la cama, cerró los ojos y se sumió lentamente en un trance onírico. Cuando consideró que estaba lista, proyectó sus sentidos en dirección al Claro.
Unos minutos más tarde, se encontró con las mentes de tres siyís que volvían a su poblado después de una cacería exitosa. Luego topó con una aldea y se detuvo para escrutar la mente de una siyí que preparaba un plato complicado. El hambre de la mujer hizo que Auraya notara que también estaba hambrienta.
Exploró los pensamientos de varios siyís más y se sintió aliviada cuando reconoció el Claro a través de los ojos de un hombre. Localizar a Travesuras por la mente de tantos siyís no iba a resultar fácil. Al cabo de un rato, vio su propia enramada a través de los ojos de un niño siyí, lo que le proporcionó la pista que necesitaba para encontrar a la bestezuela.
Proyectando sus sentidos hacia la estructura, se concentró al máximo, suponiendo que la mente de un viz sería más diminuta y débil, pues era una criatura pequeña. Percibió los pensamientos de un animal abstraído en una tarea. Fascinada, observó cómo este invocaba magia con la misma facilidad con que respiraba y la utilizaba para mover un objeto. A continuación, notó la golosa satisfacción del animal al conseguir lo que se había propuesto. El viz cogió algo comestible, lo extrajo del recipiente en el que había permanecido guardado y procedió a engullirlo.
«Me parece que Travesuras acaba de robar algo de un recipiente de comida —pensó, divertida—. Nunca lo había visto utilizar magia…».
De pronto, otra cosa atrajo su atención. Algo mucho más cercano. Oyó una voz y se tambaleó cuando unas mentes mucho más poderosas avasallaron sus sentidos y la devolvieron de inmediato a un lugar situado en el exterior de la cueva.
:… envía a uno de los veladores siyís con la orden de que ella se reúna conmigo en el Templo. Si Chaia está en lo cierto, no se atreverá a desobedecernos.
:¿Y si lo hace?
:Todos sabremos que Chaia se ha equivocado.
La primera voz pertenecía a Huan; Auraya tardó un poco más en reconocer la segunda. Cuando esta volvió a hablar, advirtió que era la de Saru.
:Y no podrá impedir que ordenemos que la maten.
A Auraya se le heló la sangre. ¿Hablaban sobre ella?
:Aun así, lo intentará, dijo Huan.
:Sí. ¿Por qué crees que se obstina en que ella siga con vida?
:Por lujuria. No es sino uno más de sus pequeños caprichos.
:Si lo fuera, él no dudaría en deshacerse de ella como suele hacer con las otras. Esto es distinto.
:En el peor sentido. No es una muñequita con la que quiere jugar, como las otras chicas. Es demasiado poderosa. —La voz de Huan se tornó lúgubre—. Debe de tener planes para ella.
:¿Demasiado poderosa para matarla?
:Aún no. No mientras ignore su verdadero potencial. Por eso no me gusta que haya desaparecido en el vacío para atender a esa mujer. Si mis sospechas son ciertas, esta no es una mera sanadora. Auraya podría estar aprendiendo de ella todo lo que no nos interesa que aprenda.
:Tú la animaste al permitir que aprendiera a sanar con magia.
:Lo hice para convenceros de que era demasiado peligrosa.
:A mí me convenciste. ¿Qué crees que hace falta para persuadir a Lore y a Yranna?
Huan permaneció en silencio por un momento.
:La confirmación de mis sospechas. Si ella sale del vacío con los conocimientos que no debería haber adquirido, solo Chaia se opondrá a su muerte.
:Por fin perderá la votación.
:Sí.
:¿Y si ella sale sin esos conocimientos?
:Ya encontraremos alguna otra manera de convencerlos. Tarde o temprano Auraya nos volverá a desafiar. Solo es cuestión de tiempo.
:¿Y sus ejecutores?
:Veamos…
Las dos mentes se alejaron a velocidad de vértigo hasta desaparecer. El breve contacto con ellas había dejado estupefacta a Auraya. Poco después recuperó la consciencia. Sin levantarse de la cama, repasó las palabras de los dioses: «Tú la animaste al permitir que aprendiera a sanar con magia», «… para convenceros de que era demasiado peligrosa», «… solo Chaia se opondrá a su muerte».
«Huan quiere verme muerta —pensó Auraya—. ¡Desde antes de que me negara a ejecutar a Mirar! Está tan decidida a matarme que incluso manipula a las otras deidades para conseguir su objetivo».
Sintió una oleada de náuseas. «Poco importa que Chaia se les oponga. Ellos ganarán en la votación». Se incorporó y fijó los ojos en la pared de la cueva.
La revelación la había dejado aturdida. No tardarían en votar en su contra, ya que en cuanto ella abandonase el vacío los dioses se enterarían de que había aprendido a ocultar su mente, tanto si realmente la ocultaba como si no. Poco importaba que nunca hubiera albergado la intención de encubrir sus pensamientos. El mero hecho de aprender a hacerlo la había condenado.
«¿Por qué? —se preguntó con una mezcla de curiosidad y amargura—. ¿Porque poseo demasiados poderes? ¿Cuán poderosa soy en realidad?».
Lo bastante para intimidar a los dioses.
Auraya se entusiasmó, pero la sensación no tardó en desvanecerse en el aire. «Puede que sea lo bastante poderosa para inquietarlos, pero dudo que lo sea para sobrevivir si deciden matarme».
No obstante, tanto Mirar como Jade habían sobrevivido. Si ellos podían, ella también lo haría.
Se puso en pie y echó a andar de un lado a otro del vacío pensando en ello. «Tengo dos opciones —decidió finalmente—. O me someto al juicio de los dioses y dejo que me ejecuten, o les planto cara. Dudo que Huan o los demás acojan mi alma cuando muera, pero Chaia lo haría. ¿Incluso si me enfrentara a los otros y fracasara? Me cuesta creer que fuera capaz de abandonar mi alma y dejar que desapareciera. ¿Cuánta desobediencia está dispuesto a perdonar?».
¿Podía luchar ella contra Huan y las otras deidades sin enfrentarse a Chaia?
«No quiero desafiar a Chaia —se dijo—. Debo dejar esta decisión en sus manos. Lucharé contra los demás o me someteré, según sea su voluntad».
Esta decisión le proporcionó cierto alivio, pero no suprimió del todo su miedo. ¿Realmente era capaz de renunciar a la vida si así lo decidía Chaia? «No lo hará». Lo que la llevó a plantearse otra pregunta: ¿quiénes eran los ejecutores de los que habían hablado Saru y Huan?
La respuesta era dolorosamente obvia: los Blancos.
Un ruido interrumpió su razonamiento. Al levantar la mirada, vio a Jade entrar en la cueva con dos guirris. La mujer sostuvo ambas aves en alto.
—Esta noche comeremos bien —dijo.
Auraya consiguió esbozar una sonrisa. Ya no tenía hambre; se le había hecho un nudo en el estómago. Jade la observó, intrigada.
—Tienes cara de haber recibido malas noticias.
Auraya apartó la vista.
—Explorar mentes es muy parecido a leerlas. A veces te enteras de cosas que hubieras preferido no saber.
—Ah. —Jade dejó caer las aves sobre la piedra de cocinar, entre las camas—. Créeme si te digo que eso de saber más de la cuenta es una maldición común entre los inmortales.
—¿Como conocer el secreto de la inmortalidad?
Jade miró a Auraya y entornó los ojos.
—No, ese es un conocimiento que no me arrepiento de tener. —Enarcó una ceja—. Y tú también lo tienes. Solo necesitas dedicar un tiempo a reflexionar sobre ello.
No le faltaba razón. Los dioses consideraban sus conocimientos de sanación mágica casi tan incriminatorios como el secreto de la inmortalidad. Y Huan había permitido que Auraya aprendiera la sanación mágica a fin de persuadir a los demás de la necesidad de matarla.
—¿Un tiempo para meditar sobre la inmortalidad? ¿No hace falta nada más que eso?
—No —respondió Jade, sonriente—. Piensa en todo lo que Mirar te ha enseñado sobre la sanación de un cuerpo con magia. Lo único que debes hacer es aplicarlo al tuyo. Si entras en un estado de renovación constante, dejarás de envejecer. Mirar me dijo que no te costó aprender a sanar; esto se te debería dar igual de bien. Pero no le des más vueltas ahora —añadió en un tono súbitamente pragmático—. Necesito que desplumes y destripes estas monadas mientras voy a por verduras.
En el interior de la casa se percibía un tufo a sudor rancio y moho bajo el penetrante olor de las hierbas de limpieza. Danyin empezó a subir la escalera procurando no respirar demasiado hondo.
Elar había alquilado dos habitaciones en una vivienda situada frente al hospital. No había conseguido nada mejor. Debían tener acceso visual a la gente que pasaba delante del hospital y, puesto que este estaba en el barrio pobre, la mayor parte de los edificios de los alrededores estaban destartalados y sucios. A Elar el hedor no parecía molestarla. Sin embargo, no tocó la comida que le había llevado la esposa del propietario de la casa, y Danyin lo interpretó como una advertencia. Si una persona con la facultad de leer la mente se abstenía de comer algo, lo más prudente era imitarla.
Elar le había asegurado a Danyin que el propietario y su mujer no dirían una palabra a nadie sobre sus huéspedes. Conscientes de las protestas que tenían lugar frente al hospital y de los asesinatos de tejedores de sueños, sus caseros no correrían el riesgo de llamar la atención sobre sí mismos.
Se habían tomado las medidas necesarias para mantener el callejón que había detrás de la casa libre de indigentes y merodeadores. Elar y Danyin llegaban cada día en un platén corriente, entraban en la casa por la puerta trasera y, durante unas horas, ella permanecía sentada ante la ventana observando a la gente que discurría por la calle, abajo. El día anterior había visto en la mente de alguien un plan para bloquear la entrada al hospital y había conseguido frustrarlo impidiendo que los destinatarios de los mensajes los recibiesen.
La noticia reciente del asesinato de un tejedor de sueños y de la desaparición de su discípulo había producido rabia y decepción a Elar. Conocía y respetaba al tejedor, aunque no recordaba al discípulo. Danyin era consciente de que ella se sentía frustrada. Ambos habían confiado en que podrían evitar semejantes crímenes si observaban a la gente que circulaba por las inmediaciones del hospital. Desde la muerte del tejedor de sueños, Elar había intensificado la vigilancia.
Tras llegar al rellano, Danyin se encaminó a la última puerta y llamó. Se oyó un leve chasquido, y la puerta se abrió hacia el interior. Elar estaba sentada junto a la ventana, como solía hacerlo desde que se instalaron allí.
—Entra, Danyin Lanza —le indicó Elar.
Tras cerrar la puerta, él se volvió y vio que ella se masajeaba las sienes.
—Parecéis afligida, Elareen la Blanca.
—Leer la mente es desconcertante. —Se irguió—. He llegado a unas cuantas conclusiones. Siéntate y dame tu opinión.
Él tomó asiento en una robusta silla de madera de una incomodidad apenas mitigada por un par de cojines raídos.
—¿Recuerdas cuando dije que el asesino al que interrogamos no solo odiaba a los tejedores de sueños, sino que les tenía miedo? He intentado averiguar qué es lo que le asusta a la gente de los tejedores. Es interesante. No temen a tejedores concretos, ni a los tejedores en general. Siempre han sido una minoría demasiado insignificante y carente de influencia y ambición como para constituir una amenaza. Lo que atemoriza a la gente es la posibilidad de que esto cambie. —Posó los ojos en Danyin—. Temen que el regreso de Mirar convierta a los tejedores en un peligro.
—Así que cuando se disipen los rumores, el hospital volverá a ser un sitio seguro.
—No se disiparán. —Elar meneó la cabeza—. Lo cierto es que Mirar ha vuelto.
Él clavó la vista en ella, estupefacto. ¿Mirar, el líder inmortal de los tejedores de sueños, estaba vivo? Ahora entendía cómo debían de sentirse los que daban crédito al rumor. ¿Cómo no tener miedo ante la revelación de que el legendario enemigo inmortal de los dioses seguía con vida? Para ser inmortal, un hechicero debía poseer dones extraordinarios. A Juran, el más poderoso de los Elegidos de los dioses, se le había encomendado la misión de ejecutar a Mirar. Todos creían que lo había matado. ¿Había sido una mentira o Juran había sido engañado?
—¿Cómo sobrevivió? —preguntó el consejero a Elar.
—Mirar quedó enterrado y su cuerpo aplastado, pero, gracias a su magia sanadora, se sustentó a base de su energía durante el tiempo suficiente como para recuperarse. Suprimiendo el conocimiento de su propia identidad, consiguió ocultarse a los ojos de los dioses.
«Oculto durante un siglo. Esperando la oportunidad de… ¿De qué?».
—¿Por qué ha revelado su identidad ahora? —preguntó Danyin, tanto para sí como para que Elar lo oyera—. ¿Ha sido intencional?
—No —respondió Elar, sonriendo.
—¿Qué es lo que ha ocurrido?
Ella apartó la vista.
—Eso es algo que no estoy autorizada para decirte. Por ahora.
Danyin sonrió e inclinó la cabeza afirmativamente.
—Lo que significa que sabéis más cosas. —Ya reflexionaría sobre ello más tarde. Por el momento, solo podía asesorar a Elar basándose en la información que ella le había proporcionado—. La mayor parte de la gente no sabe si el rumor es cierto o no —dijo, pensando en voz alta—. Vuestro principal motivo de preocupación son los que están convencidos de que Mirar volverá y detestan lo bastante la idea como para arremeter contra el hospital y atacar a los tejedores.
—Mirar inspira terror en la gente —asintió ella—. Hay incluso quienes no se atreven a pedir ayuda a los tejedores por miedo a que el que acuda a atenderlos resulte ser Mirar. Tal vez podríamos pedir a los artesanos que dibujen su retrato para que la gente sepa que el tejedor al que acuden no es más que un hombre corriente.
—La gente que va al hospital no es la que os debería preocupar —señaló él—. Dudo de que los alborotadores se planteen siquiera la posibilidad de pedir ayuda a los tejedores. Decís que la gente teme que los tejedores cambien bajo la influencia de Mirar. Ese es el miedo que los impulsa a matar.
—¿Cómo puedo luchar contra eso? —preguntó ella, arrugando el entrecejo—. Podría decirles que sería fácil detener a los tejedores si se volviesen contra nosotros, pero ¿por qué habrían de creerme? Si confiaran en nosotros, no estarían atacando a nadie.
—A veces resulta útil recordar a la gente que no corre peligro. Nunca están de más unas palabras tranquilizadoras de vez en cuando.
Elar relajó el gesto y meditó por unos instantes.
—Si decimos que estamos preparados, ¿no dará la impresión de que estamos a la espera de que los tejedores nos ataquen?
—Tal vez. Tal vez no es malo que la mayoría de las personas empiecen a recelar de los tejedores. Os habría sugerido que buscarais la manera de apaciguar a la gente asegurándoles que Mirar no puede o no quiere influir en los tejedores, pero me temo que eso sería una insensatez. Imagino que Mirar recuperará el control de su gente.
Elar frunció el ceño.
—No vivirá tanto tiempo. —La seguridad con que lo dijo resultaba tan alentadora como inquietante.
—Me alegra oírlo. —Danyin hizo una pausa—. Y tal vez sea esto lo que necesita oír la gente…, a menos que exista la posibilidad de que su ejecución fracase de nuevo.
Ella lo miró con expresión sombría.
—No fracasará. A menos que pueda reconstruir su cuerpo a partir de las cenizas —afirmó, frunciendo los labios—. Pero primero debemos encontrarlo, de modo que será mejor que no mencionemos aún lo de la ejecución.