5
Cuando Danyin entró, Elar se encontraba de pie junto a la ventana. El consejero reprimió un escalofrío e intentó no pensar en lo que supondría precipitarse al vacío desde allí. La nueva Blanca retrocedió un paso, apartándose de la ventana, y se volvió hacia él. Cuando sus miradas se cruzaron, Danyin percibió algo especial en su expresión, algo salvaje. Ella torció el gesto, y él descubrió de pronto de qué se trataba. Lo invadió un súbito sentimiento de compañerismo.
A ella tampoco le entusiasmaban las alturas. Probablemente no le aterraban como a él, pero a todas luces no estaba relajada.
—Gracias por venir a verme tan pronto —dijo ella, haciéndole una seña para que tomase asiento.
Él se sentó.
—No tenéis nada que agradecer. Forma parte de mi trabajo.
Ella sonrió de nuevo.
—Esa no es razón para que sea desagradecida.
—¿En qué puedo serviros?
La sonrisa se desvaneció.
—Mis colegas Blancos y yo nos hemos reunido hoy en el altar. Juran me ha encomendado mi primera misión. Es una tarea de poca envergadura, pero en absoluto sencilla, y me gustaría conocer tu opinión sobre la mejor manera de llevarla a cabo. —Frunció el ceño—. Quiere que consiga que la gente deje de atacar el hospital y a los tejedores de sueños.
—No me extraña que os haya encargado esta tarea —dijo Danyin, inclinando la cabeza afirmativamente—. Habéis trabajado en el hospital. Tenéis experiencia con los tejedores de sueños y los alborotadores.
—Juran dice que los ataques al hospital se han reducido desde mi Elección —le dijo ella—. Pero la violencia contra los tejedores ha ido en aumento.
Danyin asintió.
—Al haber elegido a una sanadora del hospital, los dioses dan a entender que aprueban la actividad de la institución.
—Dudo que sea la única razón por la que me eligieron. Si fuese así, dejaría de serles útil en cuanto desapareciera el peligro para el hospital.
—Por supuesto que no es la única razón —dijo él, sonriendo—. Pero es el tipo de conclusiones a las que llega el mortal corriente acerca de estos temas.
—¿Y algunos de ellos han llegado a la conclusión de que mi Elección justifica las agresiones a los tejedores?
—De ninguna manera apruebo esos ataques, pero creo que debe de haber otros factores en juego, aunque no sé cuáles. Es lo que tenemos que dilucidar.
—¿Qué impulsa a la gente a hacer daño a los tejedores, pese a que es un crimen? ¿Les importan algo nuestras leyes?
Parecía genuinamente consternada, aunque él no estaba seguro de si era por la violencia contra los tejedores o por el quebrantamiento de las normas.
—Siempre habrá quienes piensen que saben más, quienes crean estar por encima de las leyes. O quienes manipulen el significado de lo que decretan los dioses y los Blancos para adaptarlo a sus propios intereses, con la ventaja añadida de que están convencidos de obrar en beneficio de las deidades.
Elar suspiró y apartó la mirada. Sus ojos denotaban una gran frustración. Al seguir la dirección de su mirada, Danyin se sorprendió de ver un huso y una cesta llena de lana sobre una consola.
«¿Así pasa el rato? —se preguntó—. Por su semblante, diría que sí».
Parecía una ocupación ridículamente doméstica para uno de los Elegidos de los dioses, pero su expresión dejaba ver a las claras que en ese momento era lo que habría deseado estar haciendo. Tal vez se trataba de un vínculo con su pasado, una tarea que preservaba su humildad frente a la fama, el poder y la responsabilidad de su nuevo cargo. Elar se volvió hacia él con un gesto de determinación.
—¿Qué propones que haga para detener la violencia?
Danyin reflexionó sobre el problema.
—Poneros en la piel de vuestro adversario. Si esa gente siempre ha odiado a los tejedores de sueños, ¿por qué han empezado a atacarlos ahora?
—¿Por la renuncia de Auraya? ¿Crees que culpan a los tejedores de eso?
—Lo dudo. —La miró atentamente—. No veo relación entre ambas cosas, aunque eso no quiere decir que otros no la establezcan. ¿Habéis visto alguna asociación similar en la mente de alguien?
—Debería enfrentarme a la próxima protesta en el hospital e intentar explorar algunas mentes —dijo ella, frunciendo el ceño.
—Sí, pero no es seguro que eso os ayude a comprender a vuestro adversario. Tenéis que intentar leer el pensamiento de quienes incitan a las protestas o de los que planean matar a un tejedor de sueños. Puesto que la capacidad de los Blancos de escrutar la mente de otras personas no es un secreto para nadie, dudo que la gente que buscáis acuda a las protestas.
—Entonces ¿cómo puedo encontrarlos?
—Lo más probable es que visiten los alrededores del hospital de vez en cuando o que envíen a otras personas a rastrear la zona y a seleccionar víctimas. Si estuvieseis allí, oculta, podríais pillarlos.
Elar asintió.
—Sí. Aunque… tomará tiempo. —Exhaló un suspiro—. Lástima que los sacerdotes comunes no sepan leer la mente. Tardaríamos menos en encontrar a nuestros asesinos y conspiradores.
—Si la lectura mental fuese una habilidad al alcance de los sacerdotes, también los no circulianos podrían poseerla… y utilizarla para hacer el mal.
—Sí. Tienes razón —dijo ella en tono apreciativo—. ¿Algún otro consejo?
Él asintió.
—Hay un hombre en la prisión de Jarime que hace un mes mató a un tejedor de sueños. Tengo entendido que Dyara le leyó la mente para confirmar su culpabilidad. Si examináis sus pensamientos, aprenderéis a reconocer con mayor facilidad la presencia de un criminal entre la muchedumbre.
Elar abrió los ojos como platos.
—¿Leer la mente de un asesino? No…, no se me habría ocurrido.
—¿Queréis que os acompañe? —se ofreció él.
—¿Lo harías? Podría resultar desagradable.
Él se encogió de hombros.
—Una vez acompañé a Auraya en una visita similar.
—¿Auraya visitó la prisión? ¿Con qué objeto? —preguntó Elar, arqueando las cejas.
—Habían acusado a un tejedor de manipular los sueños de alguien. —La Blanca escuchaba su explicación sin pestañear. Desconcertado por esta muestra de vivo interés, Danyin se planteó la posibilidad de que la historia del tejedor de sueños fuera lo que a Elar le había llamado la atención, pero descartó esta idea enseguida. «No», se dijo. «Ella siente curiosidad por Auraya»—. Auraya dictaminó que era inocente —apostilló.
Ella se irguió de golpe, recuperando una actitud circunspecta.
—¿Podrías realizar las gestiones necesarias para que vayamos a ver a ese asesino? —preguntó.
—Claro —contestó él—. ¿Deseáis que lo haga ahora?
—Sí —dijo ella, inclinando la cabeza. Se puso de pie, frotándose las manos.
Él la siguió hasta la puerta.
—¿A qué hora os vendría bien?
Ella meditó por unos instantes.
—¿Mañana por la mañana?
—Veré qué puedo hacer —declaró él, trazando la señal del círculo con la mano—. Que paséis un buen día, Elareen la Blanca.
Salió de la habitación y empezó a bajar la escalera. Mientras descendía, consideró el interés de Elar por Auraya. Había mostrado algo más que simple curiosidad.
«Tal vez celos —pensó—. Pero ¿qué puede envidiarle? Tiene todo lo que Auraya tenía…, excepto la facultad de volar. —Sonrió al recordar la notoria incomodidad de Elar ante la vista desde la ventana de la Torre—. Dudo que anhele poseer ese don».
Si no eran celos, ¿qué era? Ella había arrugado el entrecejo en varias ocasiones. No podía ser una señal de desaprobación. ¿Qué razones podía tener para censurar a Auraya?
Sacudió la cabeza. «Bah, estoy concediendo demasiada importancia a sus gestos. Si empiezo a pensar de esta manera, acabaré como los chismosos de la ciudad, creyéndome cualquier rumor sobre Auraya».
Elareen sencillamente sentía curiosidad por su antecesora, eso era todo.
—¿Eso es todo?
Auraya miró a Jade con incredulidad. La mujer sonrió, y un brillo de diversión le asomó a los ojos.
—¿Qué esperabas?
—Pensaba que me instruirías de la misma manera en que Mirar me enseñó a sanar: mediante una conexión mental.
—¡Como si eso fuera posible! —exclamó Jade con una carcajada—. Por desgracia, no existe modo alguno de explorar una mente protegida, por lo que no puedo mostrarte de qué forma escudo mis pensamientos.
—O sea, ¿que tengo que descubrir la manera yo sola? ¿Sin ayuda de nadie? —preguntó Auraya con el entrecejo fruncido—. Entonces, ¿para qué estoy aquí?
—Necesitas que alguien intente percibir tus pensamientos para que te diga si están ocultos o no.
Auraya movió la cabeza afirmativamente.
—Pero solo puedes examinar mi mente por medio de una exploración superficial. ¿Piensas pasarte todo el tiempo en trance onírico?
—Todos los inmortales son capaces de percibir las emociones —le explicó Jade—. Cuando ya no detecte las tuyas, intentaré escrutar tu mente.
La información le pareció interesante a Auraya. Mirar también debía de ser capaz de distinguir las emociones. No había captado las de ella cuando era una Blanca, pero ahora le sería posible hacerlo. En cambio, ella ya no podía leerle la mente a él.
«Cómo se han vuelto las tornas —se dijo—. Me alegra que no esté aquí».
—Como te he dicho —continuó Jade—, imagina que cubres tu mente con un velo. Puedes ver lo que hay fuera, pero nadie puede ver en tu interior.
Auraya lo intentó. Se imaginó el velo una y otra vez, incluso imaginó su cabeza tapada con un saco de tejido grueso, pero, por mucho que se esforzara, Jade seguía percibiendo sus emociones.
Pronto se apoderó de Auraya una frustración tan grande que hasta un mortal sin habilidades la habría detectado. Las horas se sucedieron. Finalmente Jade suspiró y dejó en el suelo el cesto que estaba tejiendo.
—Es suficiente por hoy. Ya es tarde. Duerme un poco.
Auraya se abstuvo de sonreír ante la displicencia de la mujer. Se recostó en su cama y oyó que Jade se alejaba hacia el fondo de la cueva y comenzaba a trastear con los objetos que guardaba allí.
Permaneció así un rato, preocupada. Tyve le había dicho que los sacerdotes del Claro habían intentado comunicarse con ella a través de su anillo de sacerdotisa. Aunque ella le había explicado que el anillo no funcionaba bien, no le había revelado que la causa era el vacío.
«Solo me queda confiar en que ninguno de los Blancos intente ponerse en contacto conmigo —se dijo—. Cuanto antes me vaya de aquí, mejor.
»De modo que… un velo que cubre la mente —pensó—. A veces se emplea esta metáfora para describir el sueño. ¿Será como quedarse dormida? —Cerró los ojos y dejó vagar la mente. Poco a poco empezó a relajarse, a sentir que la tensión de la lucha con su cerebro remitía—. Estoy más cansada de lo que creía. Dejar descansar la mente es una sensación maravillosa».
:Auraya.
La voz la arrancó de su plácida somnolencia. Por unos instantes, ella no sintió más que irritación, pero luego advirtió que se trataba de una voz conocida.
:¿Mirar?
Hubo un silencio.
:¿Cómo te va?
:Te estás conectando en sueños… ¿Cómo es posible? Mi anillo de sacerdotisa no funciona en el vacío.
:No lo sé, pero supongo que el anillo requiere que exista un campo continuo de magia entre las dos personas que quieren comunicarse. O tal vez el anillo necesita un vínculo con los dioses para funcionar.
:¿Significa eso que para establecer una conexión onírica y explorar la mente no se requiere un campo de magia continuo?
:Así es. En fin, ¿cómo te va?
:Si te refieres a los progresos en mi entrenamiento, muy mal. No sé cómo se supone que voy a aprender esa habilidad yo sola en pocos días. —Notó que la frustración del día se trocaba en rabia—. ¿Eres consciente del riesgo que me has obligado a asumir, de la posición en que me has colocado? Los dioses me permitieron renunciar a mi condición de Blanca y seguir siendo una sacerdotisa con la salvedad de que no los estorbara ni me aliase con sus enemigos. Está claro que para ellos tú eres un enemigo. Tendría que haberme marchado de aquí en cuanto me enteré de que Jade era tu amiga, aunque eso implicara que los dioses la descubrieran o que te localizaran a ti.
:Pero no lo has hecho.
:No. Ambos os habéis aprovechado de mí. Me habéis obligado a aprender a ocultar mis pensamientos para protegerte.
:Te hemos obligado a aprender algo que podría salvarte la vida.
:O acabar con ella.
:¿Crees que los dioses te matarán si no son capaces de leer tus pensamientos?
Auraya hizo una pausa. La rabia y el miedo la estaban haciendo decir cosas carentes de lógica.
:No. Solo empeorará las cosas entre nosotros. ¿Es esta tu manera de vengarte? ¿Me estás castigando o intentando forzarme a renegar de los dioses?
:¡Ninguna de las dos cosas! Quiero ayudarte enseñándote a protegerte. ¡Quiero que seas todo lo que estás llamada a ser…, todo lo que mereces ser! Una sacerdotisa poderosa. Una inmortal. —Mirar guardó silencio por un instante—. ¿Acaso no quieres ser inmortal?
Un escalofrío recorrió a Auraya. «¿Que si quiero? Por supuesto que quiero. Pero no al precio de renegar de los dioses. No quiero convertirme en una indómita, perseguida y odiada».
Sintió que su ira iba en aumento, pero esta vez contra los dioses. «¿Por qué tiene que ser así? Puedo ser inmortal y, al mismo tiempo, adorar a los dioses. ¿Por qué tienen que impedir que desarrolle todo mi potencial si no representa una amenaza para ellos?».
Tal vez Chaia le permitiera esa libertad, pero Huan jamás transigiría; exigía obediencia ciega a sus devotos. «Ya he perdido su respeto al demostrar no ser digna de su confianza —pensó—. Tal vez con el tiempo llegue a perdonarme. Mientras tanto, será mejor no dar a la diosa más razones para dudar de mí».
:Según Jade, cuando me instruiste en la sanación me enseñaste lo bastante para que pudiera descubrir el secreto de la inmortalidad por mí misma —le dijo a Mirar—. Tal vez algún día estaré en posición de intentarlo sin ofender a los dioses. Pero por ahora es inútil. Lo que llamas «inmortalidad» no lo es en realidad. Podrían matarme si quisieran. Y lo harán, si los desobedezco de nuevo.
Mirar guardó silencio durante un rato antes de responder:
:El resentimiento de los dioses suele durar mucho tiempo, Auraya. Es posible que no usen la magia para matarte, pero pueden asegurarse de que la vejez lo haga por ellos. Y recuerda: si yo hubiera creído que la posibilidad de volverte inmortal sería la única razón por la que los dioses querrían matarte, jamás habría corrido el riesgo de enseñarte a sanar.
Una vez pronunciadas estas palabras, se esfumó.