40

En cuanto tuvo oportunidad, Reivan saltó fuera de la cama. Sus piernas temblaban y no sabía qué hacer. Al ver su túnica en el suelo, decidió que vestida estaría más cómoda. Pero esa muda estaba rota. Entonces se acercó a un baúl y cogió un recambio.

—¿Qué pasa?

Ella se volvió hacia Nekaun. Recostado desnudo en la cama era tan hermoso que producía dolor. Se quedó sin aliento, pero se obligó a erguirse. A enfrentarse a él.

—Ha sido desagradable —le dijo.

Él arqueó las cejas.

—¿De veras? ¿No te ha gustado?

—No.

—Generalmente te gusta. ¿Ya no soy bienvenido aquí?

—No si va a ser así. Casi… casi me asfixias.

—A algunas mujeres les gusta. Dicen que el miedo es un poderoso afrodisíaco.

Ella le dio la espalda y se envolvió en la túnica.

—No para mí.

—No te enfades. ¿Cómo lo íbamos a averiguar si no lo probábamos?

Su irritación empezó a ceder.

—Me lo tendrías que haber preguntado primero.

—Entonces habrías estado prevenida. La sorpresa es parte del placer.

—Pues no ha sido nada placentero. Y el resto tampoco ha sido muy divertido que digamos. Ha sido como si… —Ella hizo un mohín. Su interior estaba magullado.

—¿Como si qué?

Reivan arrugó el entrecejo. Había algo extraño en la voz de Nekaun. Su tono era fatuo. Como si disfrutara haciéndola sentir incómoda.

Se volvió hacia él y le sostuvo la mirada.

—Era como si me hubieras estado dando golpes con tu… Desde luego, con tu experiencia en el arte del amor, deberías saber que eso no es agradable para una mujer.

Él se rio.

—No eres una diosa del amor, precisamente. Tienes mucho que aprender. Creo que con el tiempo le pillarás el gusto a un poco de juego brusco.

—No lo creo.

Él sonrió.

—Oh, estoy seguro de que en el fondo te ha gustado.

Ella lo miró fijamente a los ojos.

—No hablas en serio, ¿verdad? Ha estado bien al principio, pero luego… ¿qué parte de «para, me haces daño» no entendías?

Él se rio.

—No hablabas en serio.

—Sabes que sí. —Ella meneó la cabeza—. Creo que has disfrutado haciéndome daño. Tenías la misma mirada de la que haces gala desde que encadenaste a Auraya. No me hubiera extrañado que pronunciaras su nombre.

A él se le borró la sonrisa de la cara. Luego entornó los párpados. Se acercó al borde de la cama y se puso en pie. Ella observó que se vestía con movimientos rápidos y furiosos.

Su irritación cedió el paso al aturdimiento.

—¿Te marchas?

—Sí. Si mis esfuerzos no son apreciados —dijo—. Iré a donde los aprecien.

Lastimada, las lágrimas asomaron a sus ojos. «Basta —se dijo—. Deja de hacer la tonta. Ha intentado hacerte daño, así que no le des el placer de comprobar que lo ha conseguido».

Él salió del dormitorio. El portazo resonó en las habitaciones. El silencio posterior tronó en los oídos de Reivan. Las palabras de su amante volvían una y otra vez a su mente. «No eres una diosa del amor, precisamente».

«No soy lo bastante buena para él. Por eso ha sido tan brusco. Se ha impacientado».

Se sentó en el borde de la cama con la intención de acurrucarse y entregarse a la tristeza. Luego vio las manchas de sangre. Su sangre. Unas gotas apenas, pero lo suficiente para acordarse del cuerpo de él aporreando el suyo, su mirada maniática, la mano alrededor de su cuello y la manera en que se había reído cuando ella había protestado. Volvió a enrabietarse. Se puso en pie y caminó con decisión hacia el baño.

«Me voy a quitar de la piel hasta el último rastro de él —se dijo—. Puede acostarse con todas las mujeres de Glymma. Por mí, puede acostarse con Auraya. Si lo que necesita para obtener placer es violencia, mejor que la busque en otro sitio. Ya he tenido bastante».

De no ser por el pensamiento recurrente de que Auraya estaba sufriendo en una prisión bajo el Santuario, Mirar habría considerado que el día había sido especialmente satisfactorio y placentero.

Se había reunido con más de cien tejedores de sueños de Glymma para hablar de su papel de sanadores después de la guerra en ciernes. Algunos tejedores habían acudido a la ciudad desde distintos puntos del continente, y Arlij le había pedido que supervisara los arreglos del alojamiento, la alimentación y los viajes. Aunque la mayor parte de ese trabajo correspondía a los líderes de la Casa de los Tejedores de Sueños, necesitaban a alguien que tomara decisiones cuando se produjeran discrepancias y que mediara ante las Voces y los Servidores.

Los tejedores habían celebrado una gran ceremonia de conexión mental de la que él había sacado mucha información. Había descubierto su escudo mental apenas lo necesario para confirmar su identidad. Había querido hablarles de su «muerte» y supervivencia, pero Auraya tenía demasiado protagonismo en la historia, y él no podía arriesgarse a que las Voces leyeran sus mentes y descubrieran que él no la odiaba, tal como ellos creían.

Durante la ceremonia se había enterado de que muchos tejedores sospechaban que él no era Mirar y que las Voces habían reclutado a un tejedor de sueños dispuesto a hacerse pasar por su líder a fin de influir en Ithania del Norte. Arlij les había asegurado que eso no era verdad, pero aun así algunos se habían quedado estupefactos al descubrir, a través de la conexión mental, que él era su fundador legendario e inmortal.

Mirar volvió tarde al Santuario, tras cenar con el líder de la Casa de los Tejedores de Sueños de Glymma. Poco después recibió una invitación para reunirse con la Voz Segunda Imenja. Un Servidor lo acompañó hasta un balcón sobre un patio en el que una fuente brillaba a la luz de varias lámparas. Sentada en una silla de mimbre, Imenja se puso en pie para darle la bienvenida.

—Tejedor de sueños Mirar —dijo ella—, ¿qué tal la reunión con tu gente?

—Muy bien —le dijo él—. Aún no me acostumbro a ver a los tejedores viviendo sin el miedo constante a la persecución. Me alegra comprobar que pueden vivir en armonía con una religión de poder dominante.

Ella sonrió.

—¿Como en los viejos tiempos?

Él meneó la cabeza.

—Sí y no. En el pasado había tantos dioses que pocos ejercían un dominio total como el que tienen tus deidades. Un solo dios podía predominar en naciones pequeñas como Dunway, pero nunca en todo un continente. Y nunca en combinación con otras divinidades.

—Me gustaría oír más sobre esos tiempos. ¿Cómo se refieren a esa época los circulianos?

—La Era de los Múltiples Dioses.

—Sí, y ahora vivimos en la Era de los Cinco. ¿O debería ser la Era de los Diez?

Mirar se encogió de hombros.

—Al menos cuando me refiera al pasado no hablaré de las atrocidades de tus dioses.

Ella soltó una risita.

—No. ¿Debo entender entonces que los circulianos no son conscientes de lo que hicieron sus dioses en el pasado?

—No. Solo lo saben los tejedores de sueños. Nos transmitimos las experiencias e historias de generación en generación a través de las conexiones mentales.

—Quizá esa puede ser la razón por la que tu pueblo es perseguido allí y bienvenido aquí. Nuestros dioses no tienen nada que temer de las historias que los tejedores de sueños puedan contar.

Mirar se volvió hacia ella impresionado. Sus palabras tenían lógica, aunque estaba convencido de que tarde o temprano él habría llegado a la misma conclusión.

Imenja dirigió la mirada hacia el patio.

—Debo advertirte que, cuanto más cerca esté la guerra, más nos urgirá que te comprometas a ayudarnos de alguna manera.

Cuando se volvió, él la miró fijamente.

—Los tejedores de sueños no combatimos.

—No, pero puede haber otras maneras de ayudarnos.

—Curamos a los heridos. ¿Qué más podemos ofrecer?

Ella se acomodó en su asiento.

—Si alguien atacara a un paciente al que estuvieras curando, ¿qué harías? ¿Dejarías que le hicieran daño o lo protegerías?

—Lo protegería —respondió él.

—Si alguien atacara a un amigo… o a un extraño, ¿qué harías? ¿Dejarías que le hicieran daño o lo protegerías?

Mirar frunció el ceño, adivinando adónde se proponía llegar la Voz.

—Lo protegería.

Ella sonrió y volvió a dirigir la vista al patio.

—Es posible que Nekaun se contente con un acuerdo satisfactorio para ambas partes. —Ella borró la sonrisa de su cara y exhaló un suspiro—. No te puedo prometer que él no te castigará, o que no castigará a tu pueblo, si no le ofreces algo. Ese algo no tiene que involucrar a tu gente. Lo importante para él es que se sepa que te tenemos a ti, el legendario Mirar, de nuestro lado.

Mirar meneó la cabeza.

—Eso pondría en peligro a los tejedores del norte.

Ella lo miró con expresión triste.

—Lo sé. No me gustaría estar en tu piel. —Se puso en pie y sonrió—. Pero si te unes a nosotros, existe una buena posibilidad de que ganemos. Ese resultado sería mejor para los tejedores de sueños que la victoria de los circulianos.

Él inclinó la cabeza afirmativamente.

—Puede que sea así.

—Medita sobre mi propuesta —le urgió ella—. Ya es tarde; incluso las Voces necesitamos dormir de vez en cuando.

—Y los inmortales —dijo él, incorporándose—. Buenas noches, Segunda Voz Imenja.

—Buenas noches.

El Servidor que lo había acompañado a la reunión apareció y lo condujo de vuelta a sus habitaciones. Mirar pasó un rato de pie junto a la ventana, pensando en lo que Imenja le había sugerido.

«Una solución intermedia. Que no involucre a mi pueblo, solo a mí. Yo protegería a los pentadrianos con magia. Eso dejaría las manos libres a las Voces para dedicar más magia al combate. Con Auraya encerrada bajo el Santuario, sin duda los pentadrianos vencerían esta vez».

¿Cómo se lo tomaría su pueblo? ¿Perderían el respeto que le tenían por posicionarse a favor de uno de los bandos? Era posible, pero, de todos modos, los tejedores del sur se sentirían traicionados si se enteraban de que él había podido impedir que los circulianos conquistaran el continente del sur y los sometieran al trato habitual.

Exhaló un suspiro y se tumbó en la cama. En cuanto alcanzó un trance onírico, buscó la mente de Auraya, pero solo recibió una respuesta apática e inconexa, de modo que decidió dejarla dormir. Pronunció otro nombre.

:Emerahl.

:Mirar —respondió ella en tono vacilante—. Acabo de hablar con los Mellizos. ¿Cómo van las cosas en Glymma?

:Bien para mí; igual para Auraya.

:Pobre mujer. ¿Has encontrado la manera de liberarla?

:No. Está demasiado vigilada, como yo, pero espero que eso cambie cuando la guerra empiece a distraer a todos. A la menor muestra de interés por ella, Nekaun empieza a preguntar si quiero estar presente cuando la mate. Cuando le pregunto a qué espera, simplemente me responde «a que lo decidan los dioses». Esta noche Imenja me ha hecho una propuesta. —Le contó lo que la Segunda Voz había sugerido—. ¿Qué crees que debo hacer?

:No involucrarte. Pero puesto que ya estás involucrado, no tomar partido. Pero puesto que lo más probable es que las Voces no te dejen alternativa, hacer lo que te sugiere Imenja. Pero no inmediatamente. Si cedes ahora, empezarán a exigirte más. Espera hasta el último minuto. Y, si puedes, haz que la suerte de Auraya forme parte del trato, aunque solo sea para retrasar su ejecución.

Como siempre, Emerahl era una fuente de buenos consejos.

:Parece un buen plan. ¿Has hecho progresos en la búsqueda del Manuscrito de los Dioses?

:Aún no hemos conseguido descifrar los símbolos. No he tenido mucho tiempo para trabajar en ello. Los Mellizos quieren que me vaya de Ithania del Sur, por si los Pensadores me localizan. Pasaré por Glymma. —Hizo una pausa—. ¿Hay alguna manera de que nos veamos sin correr riesgos? Me gustaría que echaras un vistazo al diamante.

:Me encantaría verlo, pero creo que sería muy peligroso. Aunque entro y salgo del Santuario con plena libertad, no sé de ningún lugar en el que podamos vernos sin correr riesgos. Además, estoy seguro de que me siguen cada vez que salgo.

:No creo que los Mellizos sean partidarios de que nos veamos. No solo nos arriesgaríamos a que las Voces nos descubran y destruyan el diamante, sino que también podrían extorsionarme para que me una a ellos. Y eso es lo último que nos falta.

:Es verdad —convino Mirar—. A las deidades circulianas les encantaría. Según Auraya, han estado merodeando bastante por el Santuario.

:¿Los dioses pentadrianos no los echan?

:Ella no ha percibido su presencia.

:Qué raro. Tal vez teman al Círculo.

:Quizá son de naturaleza tan distinta que Auraya no los puede percibir, sugirió Mirar.

:Tal vez sepan que puede escuchar a los dioses y la están evitando. Supongo que nunca lo sabremos.

:No a menos que decidan contárnoslo.

:No creo que eso entre en sus planes. ¿Alguna otra novedad?

:No.

:Buena suerte entonces. Me pondré en contacto contigo en cuanto llegue a Ithania del Norte.

:Buena suerte.

La mente de Emerahl abandonó sus sentidos. Combatiendo un molesto cansancio, Mirar se embarcó en la última tarea de esa noche: explorar los pensamientos de la gente de su entorno.