PALABRAS DEL AUTOR
¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo estáis todos? Yo he pasado por una úlcera de estómago y diversas hemorragias nasales, pero por fin puedo presentaros ROM IV. No tengo palabras para expresar mi agradecimiento a mi ilustradora THORES Shibamoto, mi esforzado editor, la gente de la editorial Kadokaga y la imprenta, quienes trabajan en la sombra para que todo salga bien; y, por supuesto, a ti, que tienes ahora este libro en las manos. Muchas gracias a todos.
Como viene siendo habitual, esta vez también he sufrido mucho para cumplir los plazos. Hasta que se me desatascaron las ideas perdí mucho tiempo. El propio día en que se me acababa el plazo aún estaba mirando a la pantalla blanca del procesador de texto… Cuando uno está nervioso nunca salen bien las cosas. Incluso en momentos así, o, mejor dicho, precisamente en momentos así es cuando uno necesita distraerse.
Claro que si hay límites de tiempo, tampoco hay tantas opciones. Podía ir al cine (últimamente hay buenas películas francesas; os recomiendo Amélie y Pacto de lobos), hacer alguna figura de modelismo u ocuparme de mis peces tropicales. Pero no hay mejor distracción cuando uno necesita cambiar de aires que dar un paseo.
Mi casa en Tokio está justo al lado del río Kamogawa.
La orilla está bastante cuidada, no hay casi basura y el paisaje es hermoso. Es idóneo para pasear. Caminar sobre la tierra en vez de asfalto siempre es agradable y, cuando uno se cansa de andar, siempre se pueden mirar los partidos de futbito o tenis que juegan allí o charlar con la gente que pasea al perro. El fin de semana incluso se puede escuchar música, porque hay gente que va a la orilla a practicar con sus instrumentos en un sitio tranquilo donde no molesten a nadie. Hay quien toca instrumentos clásicos como la guitarra o la trompeta, flautas tradicionales japonesas o incluso instrumentos étnicos como la gaita o el tam-tam. Los instrumentos y los músicos son de todas partes del mundo. La verdad es que vale más pena ir a allí que no a cualquier mal concierto.
Así es que senté en un banco y, con la música de fondo de un hurdy-gurdy, empecé a leer un libro y dejé que el tiempo se deshiciera poquito a poco. Cuando me di cuenta, el viento que soplaba en la orilla empezó a traer el aroma de la noche y las sombras de la gente que se apresuraba para volver a casa se proyectaban alargadas.
¡Ah, qué gran día! Tras librarme del peso que me oprimía el corazón, cerré el libro y me dispuse a volver, pensando en que me podía hacer para cenar. Gracias al paseo había olvidado completamente lo que me preocupaba. Llegué a casa con una gran sensación de felicidad.
Pero… un momento. Hoy tenía algo importante que hacer…
Me había olvidado completamente del plazo de entrega.
Pálido, corrí hacia casa, encendí atolondradamente el ordenador y empecé a teclear como si me fuera la vida en ello. Mientras tanto, como tiene que ser, hice una llamada a la editorial para contarles una excusa.
Y así, después de este episodio, que no tiene nada de heroico ni de cultural, y gracias a las habilidades sobrehumanas de organización de mi editor y al genio de la maestro THORES Shibamoto, pudimos acabar más o menos el libro. La verdad es que los seres humanos podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos…, me digo yo, pero la verdad es que siento un poco avergonzado (T-T).
Espero que volvamos a vernos. ¡Hasta la próxima!