Tarjetas y compras

A pesar del título, este pensamiento no va solo para nosotras las mujeres, para que hagamos reflexión, no. Pretendo ayudar a los indefensos y, en ocasiones, mutilados emocionales masculinos. Para que os ayude a entendernos mejor. Leed con atención.

Las mujeres con las compras tenemos un problema genético. Es una compulsión incontrolable. No podemos evitarlo. Vamos andando por la calle, vemos un Zara (me voy a poner neutra) y, mientras nos tapamos los ojos, pensamos: “¡¡No mires, no mires!! ¡¡Sé fuerte!!”. 20 segundos más tarde estamos dentro. Nada más cruzar la puerta nos repetimos cual mantra: “¡Venga! ¡Tienes de presupuesto 60€!”. Y, normalmente, ya lo primero que coges lo dobla. Pero, como quieres salir pronto de allí porque te sientes culpable, pues cargas y cargas y cargas y luego la mitad de las cosas no te valen. Y así pasa, que después lo devolvemos todo:

CHICA: Hola, perdona. Mira, es que no me queda bien.

DEPENDIENTA: Señorita, es un maniquí.

CHICA: Ya. Pero no me queda bien.

Y es que entrar a una tienda de ropa y no revolver es imposible. Hacerlo nos es inevitable, ¡es un reflejo! Nuestras manos tienen vida propia, como “Cosa”, la mano de la familia Adams. Yo entro y ¡desdoblo, desdoblo, desdoblo! ¡¡Sin poder parar!! ¡¡Desdoblo, desdoblo, desdoblo!! Que la pobre dependienta te mira alucinada y cabreada pero solo puede decirte un medio educado: —“Señorita, por favor…”—. Frase que te hace pararte en seco medio segundo, mirarla mal y seguir desdoblando al grito interno de “¡Frígidaaaaa!” (por ser suave).

El problema es que se nos puede ir muy mucho de las manos. A mí en rebajas mis tarjetas de crédito me tienen miedo. Me han llegado a saltar del monedero asfixiadas, pidiendo ventolín. Pobres… Es que en rebajas me desato, lo confieso. Con eso de que no hay tiempo que perder, solo pillo complementos, porque no tienen talla, claro (si te queda pequeña una bufanda es que tienes el cogote de Fernando Alonso).

Y aquí está el mejor consejo para arreglar algún desaguisado amoroso: venid con nosotras de compras o, mejor aún: ¡¡¡Venid con nosotras de rebajas!!! Que pintáis menos que Llamazares en las elecciones, sí, pero estáis ahí. Y cogednos un bolso, por cierto. Nada de bisutería o ropa interior. Un bolso, que por algo es el complemento estrella. ¿Cómo que por qué? Pues porque es el único complemento que nosotras no elegimos: ¡él nos elige a nosotras! Observadnos cuando entramos en un pasillo de bolsos, chicos. ¿Cómo entramos? Pues atentas y sigilosas hasta el punto de que nuestros tacones dejan de hacer ruido, como si de repente se convirtieran en pies de Hobbits, y nuestros cuellos parecen los de las lechuzas, que giran y giran sobre ellos mismos. Solo nos ponemos en ese estado de alarma ante la presencia de un Velencoso en un radio inferior a 20m. Sí: estamos preparadas para recibir, en cualquier momento, la señal que nos hará el bolso antes de saltar a nuestro hombro como una gitana saltaría a por un traje rojo de lentejuelas. Pero tampoco vale un bolso cualquiera, ¿eh? Tiene que ser un buen bolso. Uno grande. Muuuuy grande, como se llevan ahora. Aunque sin pasarse, que el último que me eligió era tan grande, pero tanto, tanto, tanto… Que un día buscando un bolígrafo digo: —“¡Ahí va! ¡La hija de Albano!”.

Lo preocupante es que esto no nos pasa solo con la ropa. Nos pasa también con la comida y con los cacharritos inútiles que podemos encontrar en un bazar, como esas cajitas inservibles que jamás usamos. Y hay una ley universal: cuanto más inútil es el objeto, ¡más nos atrae! Yo creo que este es el motivo de nuestra obsesión por el matrimonio. Ahí lo dejo.

Esto es una verdad como un castillo, amigos. Yo misma el otro día vi en un Vips un cacharro verde lima, fosforito, monísimo, no sabía para qué servía, pero me sacó el Gollum que llevo dentro: “mi tesoooroooo”. Que el chico de la caja me dijo que era un exprimidor pero de mentira, que realmente no funcionaba, que si quería uno de verdad que me lo sacaba. Indignadísima dije: —“¿Uno de verdad? ¿Uno que funcione?… Pues no me interesa, gracias”.

Somos como niños pequeños que quieren lo que no tienen y viceversa. De hecho, a la hora de echarnos novio, es más bien como ir de inmobiliarias porque los vemos como “piso a reformar”. Que luego lo reformas ¡y no te gusta cómo ha quedado! ¡Nos ha fastidiado: te enamoraste de uno diametralmente opuesto!

Otra cosa ya son las compras coaccionadas, que son todas aquellas a las que nos llevan los comerciales carroñeros o los dependientes coaccionadores que se juegan llegar a fin de mes por su comisión de ventas. El caso más terrible me pasó a mí hace un par de años, amigos: me compré una aspiradora de 1750€. ¡1750€ de aspiradora! ¡Con dos ovarios! ¡Dos años pagando una cuota mensual de 120€ más una cuota final de 180€! Que estaréis pensando si es de esas que se pasa sola… ¡Pues es que, encima, nooo! Pero acababa de cumplir los 30 y tenía una depresión tremenda encima. Parecía Massiel: soltera y sin nada a lo que agarrarme, salvo un whisky añejo (del chino). Ese día me había puesto Ghost y me había sacado el Alfanova de cuando era pequeña y entré en bucle con la escena del barro (esa en la que el gran Swayze hacía el amor con las manos a las manos de la perra de la Moore sobre una pasta de arcilla, ¿recordáis?). Y sonó el timbre de casa. Abrí y unos comerciales que sonreían con más dientes que Jordi Hurtado, me dijeron que me hacían una demostración si quería, que era gratis. Y pasaron a la cocina, claro. Soy española ¡y era gratis! Y ahora bien pienso que esta gente se lleva los ácaros en un papel de plata, como en las Barranquillas, porque yo no tenía tanta mierda y ¡me sacaron ácaros hasta del quitagrasa con olor limón de la cocina! Que yo pensé: “¡¡Madre mía, Sara, has estado a punto de morir!! ¡¡Menos mal que han venido estos salvadores!!”. ¿¡Salvadores!? Lo que son es escoria que se aprovechan de los débiles emocionales para arruinarles y hacer que se tengan que levantar con el sol todas las mañanas para pasar la puñetera aspiradora mientras piensas medio zombie: “La estás amortizandoooo… La estás amortizandoooo… La estás amortizando…”.