¿Cultura popular?

No entenderé nunca quién o quiénes diseñaron los trajes regionales de nuestras comunidades. ¿Cuál fue el criterio por el que se rigieron? Porque no me entra en la cabeza… Debe ser el mismo que decidió pintar a las abejas en los dibus con carita de buenas cuando, y ya pido perdón por adelantado: ¡¡son unas hijasdeputa!! Sí, escrito todo junto, que suena más a terror.

Que terror, precisamente, ¡es lo que dan estos trajes! ¡Son más recargados que la casa de Alaska y Mario, por favor! Que uno no sabe dónde mirar primero: si a los pendientes tamaño barra de pan, si a las ensaimadas que llevan por moño, si al faldumico de veinte capas doradas y bordadas a mano, o si a las polainas de lana de oveja de debajo, que tiene que tener cocida la entrepierna. Yo creo que si se pone una bicha de esas una mujer embarazada que esté a punto de salir de cuentas ¡saca al niño incubado!

Y ojo, que el de hombre no se queda atrás en estilismo, ¿eh? Lo que pasa es que al no llevar esos abalorios, ya parecen más discretos. Es como imaginarte a una choni toda maqueadita para salir de fiesta, pero sin sus pendientes de aro. El loro que llevan dentro a lo mejor se las posa en los hombros, vale… Pero no es lo mismo.

Aunque a mí hay algo que me genera zozobra cuando veo a un abuelillo vestido con el traje regional, con sus polainas, sus pantalones abombados tipo trovador y, en muchas zonas, con camisas con volantes, chorreras y hombreras. ¿Son los mismos que luego acusan de mariconismo a sus nietos como los vean con pelo largo?

Pero en el caso de los trajes de mujer, resulta normal que, entre la lana y el oro, acaben pesando como 120 kilos. Y que las chicas que “los lucen” (concepto en cuarentena) a duras penas puedan saludar al respetable que las observa cuando pasean por las calles del pueblo. No entiendo yo eso de que te exhiban delante de tus vecinos. Sobre todo si eres crío. Imagina a esa madre gritando a su hijo: —“¡Vamos, Ricardito! Ven que te vista de… de… de… ¡Ven que te vista para pasear por el centro!”—. Pero, querida madre empecinada: ¡¡¿¿Pa qué??!!

Sí comprendo el peso desproporcionado de los trajes porque, de cabeza a pies, se componen de: casquete, sombrero, cofia, paño, camisa, mantón, mantillo, corpiño, xubón, justillo, dengue, chaleco, chaquetilla, sapo, saya, mandil, muradana, enaguas, refajo, pololos, calzas y zocos. ¡Ahí es ná!

Ahora coge aire y repítelos de carrerilla sin respirar. ¡Venga, valiente!

Por cierto: ¡¡Sí!! Este es el origen del refrán de “Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo”. Porque, como casi siempre pasa en esta lengua nuestra, cuando algo que se suele escribir en femenino es molesto o de baja calidad, o tiene alguna connotación negativa, lo ponemos en masculino y queda claro: “¡Pásame el coso ese, que me estoy poniendo negro!” o “¿¡Quieres hacer el favor de cambiarte el camiso ese, que es tan hortera que no se lo pone ni un hipster!?”. Así que, sabiendo que la saya es la falda de estos trajes, y que tocando el suelo y dando vuelta y media a la cintura pinta de ser cómoda, cómoda no tiene… Pues no quedaba otra que cambiarle de sexo, claro.

Me da igual que sea en Murcia de huertanos, que en Extremadura de lagarteranos o que en Valencia de falleros: ¡no me creo que eso sea una recreación o un homenaje a los oriundos de antaño! Me extraña que en Murcia recogieran los tomates en pleno agosto con unos trajes que ni mojados refrescan, o que para poner petardos en fallas se vistieran como Las Meninas. ¡Con lo que mancha la pólvora, por favor!

El único que me puede cumplir un poco este criterio es el traje de chulapo y chulapa madrileño, sobre todo en el caso del traje masculino, que no puede ser más provocador. Fama merecida, la del madrileño, las cosas como son. Ahora: tienen la misma chulería que valentía, porque ver en las fiestas de la Paloma cómo se pasean por Chueca vestidos de chulapos “los modernos” estos que se visten de tradicionales por aquello de que les ponen las cosas retro… Tiene su valor, coñe. Que van desafiando al personal: culillo literalmente en pompa y las manitas agarrando el chaleco, en plan cinturón de seguridad (¿¡Será por si caen al suelo tras repentina colleja!?).