Seres modernos
Están entre nosotros, amigos. De momento no hay constancia de que muerdan o ataquen a los normales, a los consumidores, a los no-alternativos que escuchan música comercial y adoran a Almodóvar (condenados al infierno por ello). Me estoy refiriendo a los conocidos como “Hipsters”.
Algunos se camuflan tras la barra del bar fingiendo ser afables camareros (porque aunque les gustaría vivir de su “talento” pues… No siempre llega para pagar el alquiler), otros nos sueltan sermones cuando vamos a comprar un libro o un CD (porque en este país somos muy de lectura y de comprar música original, como sabemos todos), pero la mayoría consiguen —milagrosamente— vivir del aire (para “aire” = papá y mamá) y los veremos en los bares más retros de las ciudades tomando vermú de grifo o anís del mono, que es muy trendy (que es “viejuno” pero dicho en moderno). Vamos, que si mi abuelo hubiera sido más flaco y en lugar de vestir “de faena” y de escuchar a Juanito Valderrama, hubiera lucido corbata y escuchado Jazz afroamericano… (muy habitual en los pueblos de Cáceres de primeros de siglo XX como imaginaréis)… Hubiera sido un Hipster de manual. Porque, en resumen, son gente que hace de lo antiguo algo moderno. Perdón: gente que creen que lo hacen (ahora que no me oyen).
Si buscas en el diccionario el término “cultura hipster” te suelta este rollo: subcultura asociada a la música independiente, cine independiente, comida orgánica, uso de indumentaria adquirida en tiendas de saldos o de segunda mano, y que se caracteriza por una sensibilidad variada, alejada de corrientes predominantes, y afín a estilos de vida alternativos. Es decir: ¡Son los frikis de lo viejuno! ¡Ya está bien de tanta tontuna, hombre por Dios! ¿¡Cómo va a ser moderno un chaval de veintipocos que habla como Nati Mistral, entre susurros y alcohol, y que huele a naftalina!? ¡Entonces Massiel es la reencarnación de Buda, no me fastidies!
Pero lo que más me irrita de todo es eso de la comida orgánica: ¡son los Chicotes de la ecología, coño! ¡Van de tolerantes, pero no soportan ver a alguien comiéndose un pepito de ternera y le increpan a la mínima que tengan ocasión! Claro, ellos se hacen las contradictorias “hamburguesas vegetales” o las salchichas de tofu o los quesos sin leche porque, según dicen, ¡la lactosa mata! La lactosa es el coco, amigos. ¡A sus pequeños hipstercitos les cuentan cuentos entre la bruja lactosa y el superhéroe semilla de lino!
Para ellos la lactosa es como la criptonita para Superman ¡y tratan de alertar al mundo sobre su poder! Que yo me pregunto: —¿¡Cómo entonces habrá sobrevivido el ser humano tantos años, bebiendo leche entera y, para colmo, sin pasteurizar!?
A mí que no me alerten, porque yo sin mi café con leche no estaría viva, y, aunque soy igual de tolerante que ellos, al próximo moderno que me diga que no tengo que cocinar la comida para que no pierda propiedades, o que no puedo tomar harinas (de algo tan anti natural como el trigo, claro) o que el azúcar es veneno… ¡Les voy a meter una milhoja por boca, en plan misil, y veremos quién mata a quién, hombre ya!