Padres modernos
Una de las cosas más divertidas en esta vida es ver a tu padre modernizándose y que use con sus dedos tamaño fémur un móvil táctil. El mío consiguió escribirme el otro día un “hola, cariño”. Lo siguiente ya era en su línea: “fjerhtuhegabsdtstpf”.
Lloré de la risa cuando me dice, todo emocionado: —“¡Sarita! ¡Que la cámara es de 5 picheles!”—. Picheles ¡y se queda tan tranquilo! Aunque no sé de qué me extraño si son incapaces de pronunciar bien la palabra “Burguer”. A lo más que llegan es “buryer”. Pero siempre tienen ese colchón: —“Yo es que soy de francés, hija”—. ¡De oído duro, qué narices! Y de reflejo perezoso. A un padre le suena el móvil y, para contestar, se pone primero las gafas, ¡y cierra los ojos para enfocar la pantalla! Así, claro, 10 minutos después, cuando da con la tecla, se enfadan: —“¡Que me han colgao!”.
Aún recuerdo aquel moviline que teníamos en casa. Te sentías un Labordeta cuando salías fuera porque, realmente, ¡era como llevar una mochila de piedras encima! Pero a ellos no les complicaba la vida, claro, no tenía para escribir mensajes, ni para hacer fotos, ni para chatear… Vamos, que servía para llamar. Sin más. Justo todo lo contrario a lo que les pasa a los smartphones de hoy: que puedes pedirles que te dicten una receta (o un discurso para el congreso, que viene siendo igual de estático) pero no esperes que aguanten más de tres llamadas. De ahí la venida abajo de las líneas eróticas: puedes estar viendo a las guarrillas de turno horas, pero no las escucharás decir ni un —“¿Qué es lo que tú quieres, papito lindo?”—. (No la he puesto latina a posta, ¿eh? Es que es un requisito para el golfismo telefónico: ya puedes ser una ballena sin dientes, que como tengas una voz sensual y pongas acento meloso… ¡Serás la sirena de los 902!).
Con mi madre he creado un monstruo. Se me ha ido de las manos, amigos. Cuando el moviline decidió retirarse de la vida, llegaron a casa esos duos de llamadas infinitas a una micra de euro. Con sistema pre-pago, evidentemente, para que el resto de euro te lo metieran por indirectos y no te dieras cuenta (es lo que viene siendo “hacer un Iberdrola”). Con estos alcateles, duros como cantos rodados, ya podías mandar mensajes, y mi madre gastaba como tres en subirme la moral: —“Hola, princesa, preciosa, cuchi, mi niña, mi flor, cosita bonita, la más esperada del mundo, hija del amor…”— y a más pusiera, más vergonzantes, os lo aseguro. Y luego ya vendría el mensaje. Pues ante su ruina recargando el móvil la enseñé a acortar palabras, sustituir expresiones con símbolos ¡y ahora me manda auténticos sudokus! Cuando pido socorro a mi chico para que me ayude a descifrarlo siempre piensa que nos está haciendo brujería, que eso debe ser un conjuro raro. Siempre dice que mi madre es la Dumbledore de Movistar. Inciso: por si alguno no lo sabe, este señor, el Dumbledore, es uno de los magos maestros de Harry Potter. Es que mi chico es muy fan. Bueno, muy friky, las cosas claras. Para él, Indiana Jones es lo más parecido a un semidiós y Dios es Sean Connery, porque lo mismo rescata a un pueblo, que encuentra un tesoro, que salva a medio mundo vestido de smoking al grito de 007 (hombre, tiene el pelo blanco y barba… Lo mismo aquí tiene algo de razón, no sé…). En fin, lo que os decía, que esas cosas de recortar vocales o frases enteras solo las pueden hacer nuestros ninis, les sale por reflejo natural, aunque yo creo que realmente es porque no se las saben.
Lo curioso es que un padre se atore con un móvil, pero luego pueda pasarse las horas muertas buscando herramientas “nuevas” que, básicamente, sirven para lo mismo que todas las demás: apretar, aflojar y fijar (una parecida vi yo en un Tupper Sex, por cierto). A un padre le regalas un vale canjeable por algo de la sección de bricolaje del Carrefour y es plenamente feliz porque estará abasteciendo y/o mejorando su caja de herramientas que, a lo mejor no usa en su vida, pero la tiene, ¿por qué? Porque es el hombre de la casa y los hombres de las casas tienen que tener cajas de herramientas. Es una cuestión de pelotas, nunca mejor dicho: ambas cosas les vienen impuestas por naturaleza ;)
Nuestros padres solo controlan un arma: el mando de la tele. A veces se duermen con él tan agarrado que tratas de quitárselo con sigilo para cambiar el documental y de un modo sutil se aferran a él (sin abrir los ojos) como lo haría Massiel a una botella de Jack Daniel’s gran reserva. Como ellos dicen: —“Si es que es de las pocas cosas en las que mando en mi casa, hija”—. A lo que salta tu madre ese —“Anda, anda, que no andas na”— mientras se lo quita.
De todos modos, hay un tipo de padres que, por carga genética, no puede ser nuca excesivamente moderno: el padre abeja. ¿Cómo que qué es un padre abeja? ¡Pues el que tiene mucha tripa y las patitas colgando! Se los reconoce por dos detalles: el primero es que, como de toda la vida han usado calcetines de hilo subidos, ¡el pelo de las piernas les nace a partir de media tibia! ¡De media tibia para abajo no tienen un solo pelo! Y, el segundo, es que para rascarse la espalda todavía usan unos instrumentos que son un palo largo que tiene una mano de nácar torcidita, en un extremo y ¡un calzador en el otro! Que digo yo que será porque el inventor se estaba calzando cuando le picaba, que menos mal que no se estaba dando una alegría al cuerpo porque ¡madre mía lo que me habría puesto ahí!
Pero tienen algo bueno: lo reconocen. Reconocen que lo usan y que lo gozan. Y a mí eso me encanta. Porque sé que nuestras madres también los usan pero lo negarán eternamente, por vergüenza. Igual que niegan que se están tirando cuescos mientras cocinan (de ahí el uso de la campana extractora).