Campamentos tardíos
Llamadme desconfiada, pero a mí me genera mucha zozobra, mucha desconfianza, esa gente que con treinta y tantos sigue yendo de campamentos. Y todavía si van de monitores pues pase. ¡Pero si con 34 tacos van de acampados es que algo no marcha bien ahí, no me jorobes! Que con tus ovarios en plena recesión o con más pelos en la espalda que un ñu, tu juego favorito sea tirar globos de agua o jugar al “Toma tomate tómalo”, indica, a todas luces que hay ciertas fases infantiles incompletas, o que eres lo que en clínica se llama “Raro de cojones”.
He podido observar que este fenómeno al que yo he bautizado como “Falconismo”, porque son como Tamaras Falcó que se niegan a crecer (y a aprender a vocalizar en consecuencia), se da casi siempre en casos de hijos únicos. Esos hijos que crecen con una sobre protección materna, quizá porque ya la madre intuye que su hijo no lleva bien lo que es el adaptarse al mundo. Una madre que niega toda evidencia de bigote en su crío de 9 años y lo lleva hecho un Constantino Romero al colegio cuando todo el mundo sabe, ¡por favor, señora!, que tener bigote cuando no toca es como llevar una flecha de neón encima que te señala en plan: “¡Miradme todos! ¡Mi mamá dice que solo es pelusica!”. “¡¡Plas!! ¡¡Pimba!! ¡¡Bumba!!”… ¡¡Como panes!!
De hecho, todo el fenómeno del bulling que hay ahora, viene de la deformación brutal (y denunciable, por supuesto) de estas antiguamente conocidas como “Hostias terapéuticas anti-pelusa”, que se daban en el colegio a estos ejemplares falconistas. Por su propio bien, por supuesto. Se daban sin saña, ojo, sin querer hacer daño (porque antes los niños no escuchaban rap y se notaba, quieras que no). Tan solo se les calentaba de lo lindo pues, no sé, buscando el despertar de aquellos infantes perennes, ya que en sus casas parece que no había cordura. Porque lo que probablemente no se paraban a pensar estas mujeres es que si con 14 años los siguen vistiendo como si fueran bebés… algo están propiciando ellas, sin darse cuenta. No sé, a lo mejor soy yo que hoy lo veo todo negro, ¡pero los están llevando al matadero!
A mi clase recuerdo que venía un niño que dibujaba de cine. Se preparaba unos cuadernos hechos a mano que eran auténticos libros: con desplegables, con fundas de corcho, con recortables… Impresionantes, de verdad. ¡No los sacaba en fascículos de milagro! Y ahora, con sus 34 años los recuerda con pena en lugar de con júbilo y orgullo. Normal: aquel derroche de horas en semejantes piezas de conocimiento dictado solo demostraba que ¡este niño no tenía amigos! ¡Era inviable! De haberlos tenido, esos libracos no hubieran pasado de libretillas como mucho ¡y habría perdido la virginidad a los 15 y no a los 29!
Porque por muchos años que pasen, esa es una señal de adaptación social en el entorno: los tocamientos y las experiencias sexuales juveniles y/o compartidas. Cuando un niño se estrenaba, ¡el colegio tenía que saberlo! Y cuando se empezaba a hacer patente la imposibilidad de cópula entre ese niñus rarus y alguna niña normal, se trataba de hacer lo imposible para que aprovechara el campamento e invitara a un sorbito de cerveza a alguna rarus femenina y ¡zas! ¡Triunfar como Cristiano Ronaldo en una discoteca de Valencia!
Muchos de estos niños emocionalmente taraos, vamos a hablar en plata, vienen de matrimonios pijipis que tratan de inculcarles el amor al campo y esas cosas maravillosas cuando uno tiene pasta. Sí, amigos, por eso digo pijipi. Porque desde un chalé en la sierra, con guardián de la finca y con un deportivo rojo es supersencillo ser hippie, ya me entendéis. Del tofu y el trigo orgánico se vive de lujo, mientras tengas unos ingresos mensuales mínimos de 3 000 euritos, que te lo traigan directamente de dónde sea que nazca el conato de queso insípido ese, con perdón. Que a mí no me gusta pero no digo yo que no sea sano, ¿eh? (Aunque también lo son las alcachofas y me llaman menos la atención que a Paquirrín el Reina Sofía.)
Así que, si os encontráis con treintañeros que pasan sus veranos de campamento en campamento: denunciad a las madres. Quizá así aprendan a no meter a su hijo en la boca del lobo. Que luego los pobres vuelven a la realidad de sus estudios o trabajos y se ponen a escribir un diario, con sus pastas, sus desplegables y sus recortables.