Matrimonio, celos y granos

Cada vez estoy más convencida de que hay tres ansias inherentes al hecho de ser mujer: el del matrimonio, el de los celos y el de sacar un grano (no precisamente en ese orden de intensidad). Y cuanto antes lo asumamos, mejor. Es como si los políticos reconocieran que son de genética avariciosa. Sin poderlo evitar. Que les sale el amor por el dinero (ajeno, a ser posible)… qué se le va a hacer.

Una mujer ve a un chico que le gusta y, automáticamente, hay un flash mental donde se ve a ella misma con el velo, los rulos y los cachorrillos por ahí corriendo por detrás felices y a cámara lenta, como si del musical de Annie se tratara. Puede que en la visión tenga un hijo feo, ya os lo advierto. Muy feo. Feo, feo. Feo, pero feo, feo, feo. Que ella le querrá porque es su hijo, pero es feo con inquina el bicho. Y, encima, sale en el sueño con un parche en el ojo. Eso es del recreo de la escuela, porque se las gana como panes. A ver, normal… Es que, si además de feo, al pobre me lo vistes con la ropa del mayor… ¡Es que va provocando! Y es que no concibes que pueda ser tan desagradable y habrá un día en que le estés mirando y solo pienses: “¿¡Pero qué cené yo la noche que te engendré!?” Porque dice el refrán que somos lo que comemos, ya sabéis. Yo leí unas declaraciones de Nacho Vidal en las que decía que desayuna todas las mañanas entrecot de búfalo y lo he pensado mucho y tiene que ser verdad lo del refrán porque, pensad conmigo: ¿qué es un delfín, sino un tiburón gay? El tiburón se mete para desayunar, entre pecho y aleta, ¡un surfero! ¿¡Y el delfín!? ¡No pasa de pescaditos del Mercadona! ¿¡A quién vas a intimidar luego, alma de cántaro!? Así pasa, que los meten en unas piscinas a dar vueltas a los pobres, hasta que llegue un niño cabroncete un día y les meta el dedo en el agujerito ese que tienen arriba para respirar y… ¡Pumba! ¡A tomar por culo el mariquita!

En cuanto a los celos pues es algo que creemos poder disimular y hacer con que pasamos tres pueblos. Pero se nos pilla. Es más, se nos va de las manos:

Él: Cariño, mañana me voy dos días a un congreso, a Barcelona.

Ella: [Sonriente como Jordi Hurtado] ¡Ah! ¡Qué bien, jo!

Pero ella se queda pensando para tratar de sostener la ira que se está autoalimentando. Miles de pensamientos cruzan su cabeza. Hace cuentas y todo. Algo falta o algo no cuadra en ese mensaje y al final:

Ella: ¿Y con quién vas?

Él: Con Almudena, una compañera de la oficina.

Pero antes de que acabe su frase ya está ella con ese tono inquisitivo y acongojado a la vez: —“¿¡Está buena!?”—. Y ahí, en ese momento, llegados a ese clímax de terror, todo dependerá de los reflejos del chico: o afirma con voz varonil, ligeramente elevada un: —“¡¡Ni punto de comparación contigo, mi amor!!”—. O podemos llegar a los escupitajos. Así de triste y de desagradable.

Y dejo para el final el ansia más animal. El más irracional. La panacea de los orgasmos públicos disimulados: ¡sacar granos! ¡Nos vuelve locas! Y sobre todo si no es nuestro porque ahí, he de reconocer, perdemos perspectiva: a lo mejor es realmente imperceptible al ojo humano y, sin embargo, ¡nosotras sentimos como si lleváramos una tercera teta en la cara! Y si encima nos sale en la nariz… ¡Tiembla, novio, tiembla! Nos tendrá de mal humor incesante hasta que lo veamos reducido, independientemente de que nos dejemos la piel en ello, nunca mejor dicho. Sí, amigos: un grano propio nos puede amargar durante días. Como un día de lluvia o de viento desagradable nos puede fastidiar una excursión romántica. Que él, el pobre, está como un niño pequeño de feliz porque por fin sale del centro y tú enrabietada perdida porque se te estropean los pelos. No podemos ser más tocapelotas, de verdad.

¡A lo que iba! Sacar un grano ajeno es un vicio sin parangón. Y si se lo descubres mientras estáis en un sitio público, tipo una cafetería, por ejemplo, pues mejor que mejor porque ¡que te puedan ver sacándolo no tiene precio! Da igual que el grano esté naciendo. Él nos mira y nos desafía y nosotras nos lanzaremos a por él, como si estuviéramos de parto: —“Aguanta, aguanta, cari, aguanta. ¡Si ya sale!”—. Y, por supuesto: se lo enseñas. Si no… No tiene gracia.

Ella: Lo que no entiendo es por qué sangra…

Él: Porque era una puta peca.