Dime qué música escuchas…

Y te diré cómo eres. Esta es una de las mayores verdades del mundo y, si dudáis, pensad en cómo están de alegres la gente que se pasa el día escuchando cantautores, como Roberto Carlos, el brasileño: [Cantad conmigo] “Yo quiero tener un millón de amigos, y así más fuerte poder cantar…”. ¡Que, de entrada, es para pensar lo solito que debe andar el pobre hombre! Y es que los cantautores, así, en general, alegres, alegres, lo que vienen siendo unos cachondos mentales… no son, vamos. Yo creo que si en algún momento de sus vidas la cosa les va bien y están felices, ¡ya se encargan ellos de fastidiarlo para poder seguir componiendo!

Estoy pensando que si tienes menos de 30 años es muy probable (y de agradecer) que no sepas quién es Roberto Carlos, pero no pasa nada, que lo vas a entender igual ¡porque es lo bueno de los cantautores, que no evolucionan! La desolación y desesperanza eróticofestiva de sus canciones es como Ramón García: eterna. Y si no, pensad en Conchita. Esta chica canta lo mismo que Marilyn Monroe pero como si estuviera puesta de Prozac. ¡Así de juergas es la madrileña! Que seguro que es un encanto de mujer, ojo, ¡que yo solo analizo los decibelios que es capaz de engullirse cuando actúa! Aunque… Una última cosa: ¿¡A vosotros “Conchita” os parece un nombre artístico!? Yo no lo veo, qué queréis que os diga. “Joselito” en sus tiempos, pues sí. Pero no creo que hubiera conseguido lo que consiguió Camarón si se hubiera llamado “Camaroncito”.

En un plano de júbilo paralelo estarían los Heavy. Son estos seres de melena y pantalón pitillo (imprescindible para llegar a esos agudos), algo siniestros, que están como cansados de vivir o cabreados hasta con los gorriones rechonchos que pueblan nuestros cables de la luz. Yo tengo un amigo superheavy, de los que usan collar de pinchos, como los dóberman. Si salimos con él a la calle un día nublado… ¡Cuidado que se te tira por una alcantarilla! Hicimos el Camino de Santiago hace unos años y le tuvimos que poner una correa para que no se tirase al suelo a cada paso porque, claro, en Galicia el sol es como la verborrea en un futbolista: un bien muy escaso. Y no es que sean gente “floja” qué va. Lo que pasa es que es normal que tengan ese ánimo teniendo en cuenta que las canciones que escuchan se titulan: “¡Agoníaaaaa!”, ”¡Muerteeee!” o “¡Cocoguaguaaaa!”.

La música es tan importante que te puede fastidiar hasta la celebración más especial, hasta tu boda, incluso. Yo fui a una hace unos años que nos tuvo todo el banquete ¡con Julio Iglesias de hilo musical! Que a mí un poquito me gusta pero ¿¡cinco horas!? ¡Aquello fue una pesadilla! Es que cogías una gamba y oías “¡Weah!”. La pobre gamba te miraba, abría los ojos, movía la cola y suplicaba: “¡Cómeme! ¡Cómeme y acaba con esta puta pesadilla, por favor!”. Entre eso, y que a mi izquierda tenía un aprendiz de mago cosa cansina… ¡Vaya día! Porque pocas cosas hay tan pesadas como un mago y, sobre todo, un mago novato. A la que se te presenta ya está agobiando: “Hola, soy Miguel y soy mago. ¿Te hago un truquito? ¿Uno rápido, eh?”. Estoy por conocer al fontanero que te aborde en plan: “Hola, soy Manolo, fontanero, ¿te arreglo un tubo?”.

Volviendo al tema y pensándolo bien, hubiera sido peor ¡que en lugar de Julio hubieran puesto a los Camela! Que yo no tengo nada en contra, ojo. Pero a mí me mosquea un grupo donde la voz aguda la hace el chico, las cosas como son. Aquí no entro a explicaros quiénes son porque absolutamente toda España los conoce, aunque media no reconocerá nunca que le encantan porque dan como vergüenza. Es el efecto página porno de internet: las estadísticas dicen que son las más visitadas por los tíos. Y tú luego preguntas… ¡Y ni uno las ve! Valiente panda de pajill… Mentirosos, mentirosos…

Además, es algo curioso pero está demostrado: los gustos musicales evolucionan con la edad. Yo misma, por ejemplo. Hasta cumplir los 30 me gustaba la música fresca, divertida… ¡loca! Como Alejandro Sanz o El Puma. Aunque yo creo que soy fan de este hombre por el pelo que tiene. ¡Eso debe ser fibra de carbono como poco! ¡Qué pelamen! ¡Para mí, que ya nació con esa melena! Me imagino a la madre en el parto acongojada perdía: “Ahí va, ahí va, ¡qué estoy pariendo un kiwi!” Pero ahora, a mis 32, me noto más tranquila, más serena, más de escuchar música con mensaje, rollo indie, ¿sabéis la que os digo? Esa que se llama “alternativa” (evidente: o escuchas música o escuchas estas cosas, ¡de ahí lo de “la alternativa”!). Lo peor no es escucharlos, es verlos. Porque también son alternativos en la moda (por no pensar que lo que tienen es un Diógenes que les lleva a ponerse todo lo que rescatan de por ahí). Mi abuela, algún día que me trasnocha, cuando los ve en Radio3 y estos programas que por algo se ponen a las 3 de la madrugada, se lleva las manos a la cabeza asustada la mujer:

—¡Ay, hija! ¡Qué lavao les daba yo a esos pobres!

DIGO: Abuela, no son pobres: son alternativos.

ME DICE: ¿El qué?

Y LE DIGO: Unos guarros, de toda la vida, yaya.

Será eso, la tranquilidad del paso de los años. Porque, otro ejemplo: el mundo odia a Justin Bieber. Críticas para arriba, para abajo, odios, querellas, vudú… ¡Parad ya, ¿no?! Pobre niña.