17

La fase Cuatro era una ciudad de verdad, y Leon pensó que era lo más anormal que había visto hasta entonces. Las tres primeras fases habían sido raras, irreales, pero también habían sido montajes obvios: los bosques estériles, las paredes blancas del desierto, la montaña esculpida. En ningún momento se habían olvidado de que el entorno era un montaje.

Pero esto… esto no es hábitat orgánico falso. Esto es realmente como debe parecer de verdad.

La fase Cuatro consistía en varios bloques de una ciudad por la noche. Un pueblo más bien, ya que ninguno de los edificios superaba los tres pisos de altura, pero era un pueblo: farolas, aceras, tiendas y casas, coches aparcados, y calles de asfalto. Habían salido de una montaña para meterse en Hometown, Estados Unidos de América.

Sólo había dos cosas que no encajaban, al menos a primera vista: los colores y el ambiente. Los edificios eran todos de color rojo ladrillo o de una especie de tono alquitranado oscuro. No parecían acabados, y todos los pocos coches aparcados que Leon pudo ver eran de color negro, aunque era difícil estar seguro en aquella sombría oscuridad.

Y el ambiente…

—Inquietante… —dijo John en voz baja, y Leon y Cole se limitaron a asentir. Se quedaron con la espalda pegada a la puerta y observaron con detenimiento el silencioso pueblo, y descubrieron que era tremendamente perturbador.

Como una pesadilla, una de esas en las que estás solo y no encuentras a nadie y todo te da mala espina…

No es que fuera un pueblo fantasma, no tenía el aspecto de ser un lugar abandonado, un lugar que había superado su época de utilidad. Nadie había vivido allí, y nadie lo haría jamás. Ningún coche había recorrido sus calles, ningún niño había jugado en sus esquinas, ningún ser viviente lo había llamado su hogar… y aquel sentimiento vacío y sin vida era… inquietante.

La puerta por la que habían entrado daba a una calle que iba de este a oeste y que terminaba bruscamente en una pared pintada de color azul oscuro. Podían ver, desde donde estaban, toda una larga calle pavimentada que iba hacia el sur, y que acababa en la oscuridad a una distancia indeterminada. Varias calles se cruzaban en perpendicular en toda su longitud. La escasa luz de las farolas provocaba largas sombras, y brillaban con la luminosidad justa para ver los objetos, pero insuficiente para distinguirlos con claridad.

Había un coche justo delante de ellos, aparcado enfrente de un edificio parduzco de dos plantas. John caminó hasta él y golpeó suavemente el capó. Leon pudo oír el sonido hueco bajo su mano: estaba vacío.

John regresó hasta la puerta, observando con aprensión las sombras.

—Así que… cazadores —dijo, y Leon se dio cuenta de repente que aquello era casi tan enfermizo como los edificios sin vida que se alineaban delante de ellos.

—Todos los sobrenombres son descriptivos —dijo mientras sacaba el cargador de su semiautomática para contar las balas que le quedaban. Cinco, y sólo tenía otro cargador, aunque a John le quedaban un par… No, sólo le quedaba uno, Cole tenía el otro. Y a menos que se equivocase, Leon sabía que a John sólo le quedaba otro cargador para el M-16 treinta proyectiles, más lo que le quedara en el rifle. Ya no quedan granadas, apenas tenemos munición

—Entonces, ¿qué? —preguntó Cole.

Fue John quien le contestó, entrecerrando los ojos mientras hablaba, y su expresión se hizo aún más vigilante mientras observaba las densas sombras de cada esquina, de cada ventana.

—Piensa un poco —le dijo—. Pterodáctilos, escorpiones, animales que escupen… cazadores.

—Yo… ah —Cole parpadeó y miró a su alrededor con un temor renovado—. Esto no pinta bien.

—¿Dices que la última puerta está cerrada con cerrojo? —le preguntó Leon.

Cole asintió, y John meneó la cabeza al verle.

—Y yo, como un idiota, voy y utilizo la última granada —dijo en voz baja—. No podremos echar la puerta abajo.

—Si no lo hubieras hecho, estaríamos muertos —le contestó Leon—. Y probablemente no hubiera servido de nada si tiene el mismo tipo de montaje que la de la primera entrada.

John dejó escapar un gran suspiro, pero asintió.

—Supongo que nos podremos encargar de ese problema cuando se presente.

Los tres se quedaron callados unos instantes, en un silencio tremendamente incómodo que Cole rompió por fin.

—Entonces… mantenemos los ojos y los oídos bien abiertos, y permanecemos juntos, ¿no? —dijo dubitativamente, más como una pregunta que como una afirmación.

John alzó las cejas y sonrió.

—No está mal, ¿eh? ¿Qué vas a hacer en la vida si logramos salir de aquí? ¿Quieres unirte a la causa, darle un palo a Umbrella?

Cole sonrió con nerviosismo.

—Pregúntamelo otra vez si logramos salir de aquí.

Estaban todo lo preparados que podían estar, así que se dirigieron al sur caminando lentamente por el centro de la calle, con los oscuros edificios observándolos con sus ojos de cristal sin expresión. Aunque intentaron avanzar en silencio, el eco del pueblo vacío parecía devolver los leves ruidos de sus pisadas en el asfalto, incluso el sonido de sus respiraciones.

Ninguno de los edificios mostraba carteles o decoración alguna, y por lo que Leon pudo percibir, tampoco había luces en su interior. La sensación opresiva y como sin vida le trajo desagradables recuerdos de la noche que había llegado a Raccoon City en su primer día como policía, después de que Umbrella hubiera esparcido su virus.

Sólo que las calles olían a muerte y los caníbales rondaban por doquier en la oscuridad, los cuervos se estaban comiendo a los muertos, era una ciudad en los estertores de la muerte

John levantó una mano cuando llegaron a la mitad de la manzana, lo que sacó a Leon de su ensimismamiento.

—Un segundo —dijo, y se acercó al trote hasta una de las «tiendas» situadas a la izquierda, un establecimiento con vitrinas que a Leon le recordó una pastelería de esas que siempre tienen pasteles de boda en el escaparate. John miró a través del cristal y luego intentó abrir la puerta. Para sorpresa de Leon, se abrió. John metió el cuerpo durante un largo instante, luego la cerró y regresó a paso ligero.

—No hay mostradores ni nada de eso, pero es un local de verdad —dijo, siempre hablando en voz baja—. Hay una pared trasera y un techo.

—Quizá los cazadores están escondidos en uno de los edificios —comentó Leon.

Sí, y nos tienen más miedo ellos a nosotros que nosotros a ellos. Eso estaría bien. Sería toda una suerte

—¡Eso es! —exclamó Cole en voz demasiado alta, y luego la bajó inmediatamente, sonrojándose—. Ya sé cómo podemos salir de aquí, bueno, quizá. Todos los, eeeh, animales, se mantienen en jaulas o en una especie de perreras o en algo parecido detrás de las paredes traseras. No sé en las otras fases, pero hay un pasillo que corre alrededor de la Cuatro. He visto la puerta que lleva a él, a unos seis metros de la esquina suroeste. Tiene que ser mucho más fácil de abrir que la salida. Me refiero a que estará cerrada, pero no tendrá una barra que impida abrirla.

John comenzó a asentir, y Leon pensó que era muchísimo más factible que intentar atravesar una puerta cerrada con una gran barra en el lado opuesto.

—Bien —dijo John—. Buena idea. Vamos a ver si podemos…

Algo se movió. Algo en las sombras de un edificio de dos pisos de la derecha, algo que hizo que John se callara y que todos apuntaran hacia la oscuridad, tensos y alertas. Pasaron diez segundos, luego veinte… y fuese lo que fuese, parecía capaz de mantenerse perfectamente inmóvil.

O en realidad no hemos visto nada.

—Nada por aquí —susurró Cole, y Leon comenzó a bajar su nueve milímetros, indeciso, pensando que le había parecido que algo se movía…, y en ese preciso momento, algo que no podían ver lanzó un chillido, un grito agudo y terrible como el de alguna clase de pájaro espantoso, como el de una bestia salvaje cegada por la furia… Y la misma oscuridad se movió. Leon seguía sin poder distinguirlo con claridad, porque era como una sombra, una parte del edificio que se hubiera puesto en movimiento, pero vio los pequeños ojos brillantes, resplandecientes y al menos a dos metros del suelo, y las garras melladas y desiguales que casi tocaban el asfalto. Se dio cuenta de que era un camaleón justo cuando se lanzó a por ellos sin dejar de chillar.

Reston se apresuró a regresar a la sala de control, y el peso de la pistola en su funda le hizo sentirse mejor. Se sentiría todavía mejor si lograba regresar a tiempo para ver cómo los cazadores despedazaban a los tres hombres, aunque se conformaba con ver los tres cadáveres.

Me conformaría con eso, no me importaría siempre que mueran.

Reston quería tomarse una copa, quería estar cuanto antes de vuelta en la sala de control, encerrarse y esperar a que Hawkinson regresara. Se sintió casi histérico un momento cuando se dio cuenta de que las comunicaciones habían quedado cortadas, pero lo cierto es que nada había cambiado. El montacargas seguía desconectado y el incompetente sargento volvería con el helicóptero en poco tiempo. Si los tres intrusos del exterior habían sido los autores del corte de comunicaciones, algo sobre lo que no tenía dudas, ninguna en absoluto, Hawkinson se encargaría de ellos. Si por una casualidad se trataba de un problema técnico, enviarían a un nuevo electricista en cuanto no realizara su informe matutino rutinario.

No ser capaz de poder comunicarse con sus colegas había sido algo inquietante, pero luego pensó que podría utilizarlo a su favor. ¿Quién no se sentiría impresionado de que, en unas circunstancias tan terribles, él hubiera logrado manejar la situación a pesar de todo? Si se tenían en cuenta todas las circunstancias, atrapar a los intrusos en el programa de prueba había sido su única posibilidad. Nadie lo culparía por ello, al menos, no demasiado.

Recoger el revólver del calibre 38 de su habitación lo había tranquilizado todavía más. Se lo había llevado a Planeta sobre todo porque era un regalo de Jackson, y aunque sabía muy poco del manejo de armas de fuego, estaba seguro de que lo único que tenía que hacer con aquella arma era apretar el gatillo. El pesado revólver casi se disparaba él solo, ni siquiera tenía que trastear con un mecanismo de seguro…

Reston estaba a mitad de camino de la sala de control cuando se le ocurrió que quizá debería haber dejado salir a los trabajadores de la cantina. Había pasado justo por delante de la puerta cerrada dos veces, y ni siquiera había pensado en ello. Quizás había tomado demasiado coñac. Pensó por un breve momento en retroceder, pero luego decidió que bien podían esperar otro rato. Asegurarse de que los 3K se estaban comportando como debían era mucho más importante. Además, estaba resuelto a despedirlos a todos en cuanto recuperara el contacto con la oficina central. Ninguno de aquellos inútiles había ni siquiera intentado proteger a Planeta o a su jefe.

Vio la sala de control un poco más adelante. Reston echó casi a correr y dobló la esquina que daba al corto pasillo, apresurándose a atravesar la puerta. Distinguió movimiento en una de las pantallas, y se acercó a la carrera a la silla, a la vez nervioso y ansioso por ver morir a los intrusos. No tenía por qué avergonzarse de ello, al fin y al cabo, ellos eran de los malos…

Y vio que no estaban muertos, ninguno de ellos, pero también se dio cuenta de que sólo era cuestión de segundos. Los tres hombres estaban disparándole a uno de los cazadores, y mientras miraba, apareció en escena un segundo. Seguía del mismo color negro intenso del coche tras el que seguramente se había estado ocultando.

Rojizo se giró hacia su derecha y empezó a disparar contra la nueva amenaza, pero el 3K no iba a echarse atrás por unas cuantas balas: el cazador cruzó la distancia que los separaba de un tremendo y único salto, seis metros de golpe. Reston sabía por los datos preliminares que podían saltar hasta casi siete metros…

Cole empezó a disparar también contra el segundo espécimen, mientras John continuaba acribillando al primero, ya del color gris oscuro del asfalto. El primero había recibido bastantes disparos de los tres intrusos, así que se dio la vuelta y saltó fuera del ángulo de visión de la pantalla.

El segundo todavía mantenía su intenso color negro, y su cuerpo quedó claramente definido cuando alzó un musculoso brazo para intentar detener las balas que estaban acribillando su cuerpo. Era una figura humanoide enorme, desnuda y sin sexo, una bestia formidable, con un cráneo alargado y reptiliano y unas garras de casi diez centímetros, que echó atrás la cabeza y lanzó un aullido. Reston conocía aquel grito, y su mente suplió la carencia de sonido en el sistema mientras la silenciosa criatura empezaba a desaparecer en el entorno. La concordancia de colores con la calle era casi perfecta cuando alzó de nuevo el brazo y Rojizo salió volando hacia un lado.

¡Sí!

John se colocó delante de su camarada caído y acribilló al monstruo furtivo mientras Cole ayudaba a Rojizo a ponerse en pie para luego retroceder ambos. Intercambiaron algunas palabras y los dos se salieron del ángulo de visión de la cámara, hacia el sur…

¿Habían herido a la criatura? John dejó de disparar y vio sangre saliendo de algún lado, cubriendo la cara del 3K, cubriendo su pecho…

En los ojos, debe haberle acertado en los ojos. ¡Maldita sea!

La criatura trastabilló y retrocedió. No era una herida mortal, pero la dejaría temporalmente incapacitada.

John se giró y echó a correr en pos de sus compañeros. No había más cazadores a la vista, al menos Reston no lo creía. Tampoco es que importara, porque los tres intrusos ya podían considerarse muertos. No había modo alguno de que pudieran atravesar la ciudad sin que los atacasen, ni tenían ningún sitio donde esconderse… aunque Reston, sólo por estar seguro, apretó el botón que cerraba la puerta que daba a la fase Tres.

No existe retirada posible, caballeros

Todavía no habían aparecido en la pantalla que mostraba la calle justo al sur de la primera cámara. Reston frunció el ceño y cambió de cámara, conectando la que había en la parte delantera de un edificio… y vio que se cerraba una puerta: los intrusos habían buscado refugio en una de las tiendas. Reston meneó la cabeza. Aquello les protegería probablemente durante cinco minutos, pero seguro que no más. Los 3K tenían la fuerza suficiente como para echar abajo toda la ciudad, si así lo querían, y cazaban sobre todo con el sentido del olfato. Rastrearían a los acobardados hombres, los descubrirían, y finalmente pondrían fin a sus inútiles vidas causantes de problemas.

No había cámara en el edificio en que habían entrado. Tendría que esperar a que reapareciesen, o a que los cazadores los sacasen. Reston sonrió, y sus dientes chirriaron por la impaciencia que sentía, preguntándose por qué tardaban tanto los puñeteros 3K. Ya iba siendo hora de que acabara la prueba, de que Planeta volviera a la normalidad.

Los cazadores no le fallarían. Tan sólo tenía que esperar unos cuantos minutos más.

Encontraron el modo de entrar en la parte trasera del edificio central, al otro lado del cuarto del generador, donde habían dejado a los tres furibundos guardias. Fue cuestión de pura suerte, ya que sólo habían estado buscando los controles para desbloquear el ascensor del edificio de entrada.

Eran cuatro en total, toda una serie de ascensores en un gabinete enmoquetado en la pared occidental. No funcionaban, pero había un ascensor para dos personas en el primer hueco que abrieron, aunque con bastante esfuerzo, David y Claire. Aunque estaba cansada y no se sentía bien, ver la pequeña plataforma enganchada a su propio sistema de cables hizo que Rebecca sintiera deseos de reír a todo pulmón.

Ni siquiera sospecharán que bajamos, nos colaremos como sombras.

—Me parece que a alguien se le olvidó cerrar la puerta trasera —dijo David con una expresión de triunfo en su rostro cansado.

Claire miró dubitativamente el pequeño espacio metálico.

—¿Cabremos todos?

David no contestó inmediatamente, sino que se giró para mirar a Rebecca. Ella sabía lo que le iba a sugerir, y comenzó a pensar en una razón convincente antes de que su compañero abriera la boca.

Puede que el helicóptero regrese, probablemente lo hará; si os hieren, me necesitaréis, ¿qué ocurrirá si los guardias consiguen soltarse…?

—Rebecca… necesito que digas sinceramente cuál es tu estado físico —le dijo con una expresión cuidadosamente neutral en su rostro.

—Estoy cansada, me duele la cabeza, cojeo… y me necesitáis ahí abajo, David. No estoy al cien por cien, pero tampoco estoy al borde del desmayo, y dijiste que probablemente ya han enviado otro equipo que estará de camino…

David sonrió y alzó ambas manos.

—Vale, vale, bajaremos todos. Estaremos apretados, pero no creo que el peso sea un problema, las dos sois pequeñitas…

Entró e iluminó con la linterna primero los cables, y luego los mandos de aspecto simple conectados al sistema de cableado propio del ascensor.

—Creo que nos las podremos apañar bastante bien. ¿Vamos?

Rebecca y Claire entraron en el ascensor. La plataforma de servicio improvisada sólo cubría una cuarta parte del espacio a oscuras. Encima y debajo sólo sentían el frío y oscuro aire, y el raíl corría sólo por un lado. Claire se apretó intranquila contra la barra metálica: los tres estaban bastante apretujados.

—Ojalá tuviera un caramelo para el aliento —murmuró Claire.

—Desde luego, ojalá tuvieras un caramelo para el aliento —le replicó Rebecca, y a Claire le entró la risa floja. Rebecca sintió el movimiento de las costillas de Claire contra su brazo. Estaban realmente apretados allí dentro.

—Allá vamos —dijo David, y pulsó el botón de arranque.

El ascensor comenzó a bajar con un zumbido rugiente y sonoro que resonaba tanto que Rebecca se pensó otra vez lo del ataque sorpresa. También era bastante lento, puesto que descendía a la mitad de velocidad que cualquier ascensor normal.

Demonios, esto puede tardar días

Aquella idea hizo que Rebecca se sintiera muy cansada de repente, y el ruido del rugiente motor aumentó su dolor de cabeza. Quedarse de pie y quieta le hizo darse cuenta realmente de lo enferma que se sentía, y cuando el brillante rectángulo de la entrada al ascensor desapareció hacia arriba mientras ellos bajaban a la oscuridad, se sintió agradecida de estar tan apelotonados: le proporcionaba una excusa para apoyarse del todo en David, con los ojos cerrados, para intentar mantenerse de una pieza un poco más de tiempo.