9

Cole estaba trasteando en una caja de transistores bipolares, pensando que era un idiota. Ya debería estar durmiendo. Tenía que ser cerca de la medianoche, y llevaba todo el día partiéndose el culo para contentar al señor Azul, y tendría que sacar el culo de la cama dentro de seis horas para seguir haciendo lo mismo. Estaba cansado y hasta las narices de que le increparan porque el último capullo con una caja de herramientas que había pasado por Planeta lo había hecho todo mal.

No es culpa mía —pensó con resentimiento—, que ese majadero no conectara los cabezales del MOSFET antes de instalarlos. Y además, sus conductos externos son una porquería, no pensó en la carga inductiva de Planeta… capullo incompetente

Quizá se estaba pasando, pero no se sentía muy misericordioso después del día que había tenido. El señor Azul le había ordenado claramente que arreglara las cámaras de vídeo de la superficie en primer lugar… y luego le había seguido y había insistido en que lo que él había dicho era que arreglara el sistema de intercomunicadores en primer lugar. Cole sabía, lo mismo que los demás trabajadores de Planeta, que aquel tío era un mierda, pero Reston era uno de los cargos más importantes, un verdadero peso pesado, así que cuando decía que saltaras, saltabas, y nunca se cuestionaba quién tenía razón. Cole sólo llevaba trabajando un año para Umbrella, pero había ganado más dinero en ese año que en los cinco anteriores juntos. Él no iba a ser quien cabreara al señor Azul (al que llamaban así porque siempre iba vestido con un traje azul) para que lo despidiera.

¿Estás seguro de eso? ¿Después de todo lo que has visto en las últimas semanas?

Cole dejó a un lado la caja llena de transistores y se frotó los ojos. Le escocían y los notaba irritados. No había dormido demasiado bien desde que había llegado para trabajar en Planeta. Tampoco es que fuera un tipo sensible, y le importaba una mierda en lo que se gastaran los de Umbrella su dinero, pero…

Es difícil sentirse a gusto en este sitio. Tiene mala pinta. Es un circo de horrores.

Había montado las conexiones de energía de un laboratorio químico en la costa oeste, había instalado un puñado de anuladores de cortocircuitos en una megacomputadora en la otra costa y, en general, había realizado numerosos trabajos de mantenimiento dondequiera que le llevasen a lo largo de todo el año que llevaba trabajando en Umbrella. La paga era realmente estupenda, no era un trabajo muy difícil, y la gente con que solía trabajar era bastante agradable. Eran sobre todo tipos de chaqueta haciendo el mismo tipo de trabajo que él. Y lo único que había tenido que hacer, aparte de sus tareas normales, era prometer que no diría nada sobre lo que había visto. Había firmado un contrato a tal efecto cuando lo habían empleado por primera vez, y aquello nunca le había supuesto un problema. No hasta que había visto Planeta.

Cuando Umbrella te llamaba para que hicieras un trabajo, no te explicaban nada de nada. Sólo te decían: «Arregla eso», tú lo arreglabas y ellos te pagaban. Las directrices de la empresa desaconsejaban de forma rotunda las discusiones sobre el fin que tenían las instalaciones, incluso dentro de los mismos grupos de trabajo. Sin embargo, los rumores corrían, y Cole ya sabía lo bastante sobre Planeta como para pensar que ya no quería trabajar para Umbrella nunca más.

Para empezar, estaban aquellas criaturas, los animales de prueba. En realidad, no los había visto, ni tampoco al ser al que llamaban Fósil, el monstruo congelado, pero los había oído un par de veces. La primera vez fue en mitad de la noche, un sonido aullante y chirriante que lo dejó completamente helado, un sonido parecido al de un pájaro, pero como un chillido tremendo. La segunda fue el día que estaba en la fase Dos, realineando una de las cámaras de vídeo, cuando oyó un extraño ruido repiqueteante, como el de unas uñas que golpearan una caja de madera vacía… pero el sonido también era animal. Estaba vivo. Había oído decir que eran unos seres especialmente creados para Umbrella, una especie de híbridos genéticos que servían para el estudio, pero híbridos ¿de qué? Además, todas las criaturas tenían nombres raros y desagradables. Había escuchado cómo los tipos de investigación hablaban sobre ellos en más de una ocasión.

Dáctilos. Escorps. Escupidores. Cazadores. Parecen un grupo interesante… para una película de terror.

Cole se puso en pie, estirando sus cansados músculos, sin dejar de tener pensamientos desagradables. Y también estaba Reston, por supuesto. El tipo era un dictador de primer grado, y de la peor clase, el típico con un montón de poder y muy poca paciencia. Cole estaba acostumbrado a tratar con directivos, pero el señor Azul estaba demasiado arriba en la cadena alimenticia como para que se sintiera cómodo. El tipo intimidaba todo lo que podía. Pero eso no es lo peor, ¿verdad?

Suspiró, y echó una mirada a su alrededor, a la docena de celdas, seis en cada pared, que se alineaban en la estancia. No, lo peor estaba justo delante de él. En cada celda había un camastro, un retrete, un lavabo… y correas de sujeción enganchadas a las paredes y al camastro. Y el bloque de celdas estaba a menos de seis metros del vestíbulo del primer entorno, donde las puertas tenían las cerraduras en el exterior.

Después de esto, voy a pensar muy seriamente en cuáles son mis prioridades. Tengo ahorrado lo suficiente como para tomarme unas largas vacaciones, y reflexionar un poco

Cole suspiró de nuevo. Eso estaba muy bien, pero para más adelante. Sin embargo, en aquel momento tenía que intentar dormir un poco. Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Apagó las luces de un manotazo mientras abría la puerta…, y se encontró a Reston. Estaba dando la vuelta a toda prisa a la esquina donde el pasillo principal giraba hacia los ascensores, con una expresión de extrema inquietud.

Mierda, ¿y ahora qué?

Reston lo vio y prácticamente corrió hacia él, con su traje azul arrugado, algo inusual, mientras sus ojos miraban nerviosamente a izquierda y derecha.

—Henry —dijo, casi sin aliento, y se detuvo delante de él, jadeante—. Gracias a Dios. Tienes que ayudarme. Hay dos hombres, unos asesinos, han entrado y me están buscando para matarme. Necesito que me ayudes.

Cole se quedó tan sorprendido por su comportamiento como por lo que le había dicho. Nunca había visto a Azul inmutarse lo más mínimo, o perder aquella sonrisilla satisfecha que sólo poseían los increíblemente ricos.

—Yo, yo… ¿Qué?

Reston inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud.

—Lo siento. Es que yo… Han invadido Planeta. Hay dos hombres dentro que me están buscando. Quieren matarme, Henry. Los he reconocido de un intento de asesinato contra mí de hace seis meses. Han colocado a otro hombre en la superficie, al lado de la puerta, y estoy atrapado, me encontrarán…

Se calló, jadeando de nuevo. ¿Estaba intentando no llorar?

Cole se lo quedó mirando, pensando: Me ha llamado Henry.

—¿Por qué quieren matarle? —le preguntó.

—Fui el encargado de llevar a cabo una adquisición hostil el año pasado, una empresa de empaquetado. El hombre al que se la compramos era un poco inestable mentalmente y juró que me las haría pagar. Y ahora han venido, acaban de encerrar a todo el mundo en la cantina, pero sólo me quieren a mí. He llamado pidiendo ayuda, pero no llegarán a tiempo. Henry, por favor, ¿me ayudarás? Yo, yo… te recompensaré, te lo prometo. No tendrás que volver a trabajar, tus propios hijos no tendrán que volver a trabajar…

La súplica evidente en los ojos de Reston era tan desconcertante que le impidió a Cole decirle que no tenía hijos. El hombre estaba aterrorizado, su cara arrugada estaba temblorosa, y su cabello plateado estaba despeinado en mechones. Cole lo hubiera ayudado incluso aunque no le hubiera ofrecido dinero.

Bueno, quizás.

—¿Qué quiere que haga?

Reston casi sonrió de alivio, y alargó la mano para agarrarle del brazo.

—Gracias, Henry. Gracias. No… No lo sé. Si pudieras… Sólo me quieren a mí, así que si pudieras distraerles de algún modo…

Frunció el ceño, todavía con los labios temblorosos, y luego miró por encima del hombro de Henry a la pequeña habitación que era la antesala de la entrada a los entornos.

—¡Esa habitación! Tiene una cerradura por la parte de fuera, y es la entrada a Uno… Si pudieras atraerlos hacia ti, y meterte en Uno… Los podría encerrar dentro, podría cerrar todo el lugar en cuanto salieras. Podrías pasar directamente hasta Cuatro y salir por la zona médica. Yo te la abriría en cuanto ellos quedaran atrapados.

Cole asintió, indeciso. Debería funcionar, si no fuese porque

—¿No se darán cuenta de que no es usted? Bueno, me refiero a que deben tener una fotografía suya o algo parecido, ¿verdad?

—No serán capaces de verlo. Sólo te verán por un segundo, cuando doblen la esquina, y desaparecerás inmediatamente. En cuanto estén dentro, yo cerraré el lugar… Puedo esconderme en el bloque de celdas…

Los ojos claros de Reston estaban brillando por la acumulación de lágrimas no derramadas. El tipo estaba desesperado… y por lo que se refería al plan, tampoco estaba mal.

—Sí, vale —le dijo, y la mirada de gratitud del hombre mayor casi fue reconfortante.

Casi. Si fuese un ser humano en condiciones, lo sería.

—No te arrepentirás de esto, Henry —le dijo Reston, y Henry se limitó a asentir, sin saber qué más decir.

—No le pasará nada, señor Reston —comentó por fin, sintiéndose incómodo—. No se preocupe.

—Estoy seguro que llevas razón, Henry —le contestó Reston antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el oscuro bloque de celdas sin decir ni una sola palabra más.

Cole se quedó allí de pie durante un segundo, y luego se encogió de hombros y se quedó mirando a la pequeña habitación, nervioso pero también un poco irritado. El señor Azul estaba asustado, pero seguía siendo el mismo capullo.

Nada de «Tú tampoco te preocupes, Henry», o «Ten cuidado». Ni siquiera un «Buena suerte, espero que no te peguen un tiro por equivocación»…

Meneó la cabeza y entró en la pequeña habitación. Al menos, si ayudaba a aquel pez gordo, probablemente podría dormir, quizás incluso irse de Planeta y de Umbrella sin mayores problemas. Sólo Dios sabía lo mucho que necesitaba el descanso: en los últimos días le había costado horrores dormir bien…

Por lo menos, Rebecca encontró la cámara. Era una lente de poco más de un centímetro, oculta en la esquina suroeste del edificio, a unos tres centímetros del techo. Había llamado a David, y él la había cubierto con la mano, deseando haber hecho una comprobación más exhaustiva del lugar antes de meter a su equipo. Había sido un estúpido. Casi con toda seguridad John y Leon estaban muertos por su culpa.

Claire, en su búsqueda, había encontrado un rollo de cinta adhesiva, pero poco más. David había tapado el agujero con la cinta mientras se preguntaba qué iban a hacer. Hacía mucho frío, tanto, que no sabía cuánto tiempo pasaría antes de que empezaran a perder reflejos. Los códigos ya no funcionaban, haría falta mucho más de lo que tenían para abrir la entrada sellada, y dos miembros de su equipo estaban en algún lugar de las instalaciones subterráneas, quizás heridos, quizá moribundos…

O infectados. Infectados como Karen o como Steve fueron infectados, sufriendo, perdiendo poco a poco su humanidad

—Para ya —le dijo Rebecca, y él se bajó de la mesa que habían empujado hasta la esquina.

Él medio sabía a qué se refería ella, pero no estaba preparado para admitirlo. Rebecca tenía la capacidad de adivinar sus pensamientos en el peor momento posible.

—¿Qué pare de qué?

Rebecca se le acercó, mirándolo fijamente a los ojos y tapando un poco el haz de su linterna.

—Sabes de qué hablo. Tienes esa mirada, y la conozco. Te estás diciendo que todo esto es culpa tuya. Que si hubieras actuado de un modo diferente, ellos todavía estarían aquí.

Él lanzó un suspiro.

—Te agradezco tu preocupación, pero éste no es el momento más apropiado para…

—Sí, sí que lo es —le contestó, interrumpiéndolo—. Si vas a empezar a echarte la culpa, no pensarás con la claridad necesaria. Ya no somos los STARS, y tú ya no eres el capitán de nadie. No es culpa tuya.

Claire se había acercado hasta ellos, y en sus claros ojos grises se podía ver una mirada de curiosidad y de interés a pesar de la expresión de preocupación que mostraban sus delicados rasgos.

—¿Piensas que es culpa tuya? No lo es. Yo no lo pienso.

David levantó ambas manos.

—¡Dios, vale! No es culpa mía, y podremos pasar un rato analizando de lo que sí soy responsable cuando salgamos de aquí, pero, de momento, por ahora, ¿podemos concentrarnos en el problema que tenemos delante?

Ambas jóvenes asintieron, y aunque se alegraba de haber detenido la sesión de terapia antes de que hubiera empezado, se dio cuenta de que no sabía qué hacer a continuación, qué tareas encargarles aparte de las que ya habían realizado, cómo iban a resolver aquella crisis, qué decir o cómo decirlo. Era un momento terrible. Estaba acostumbrado a tener algo contra lo que luchar, algo frente a lo que reaccionar o contra lo que disparar o contra lo que planear, pero su situación parecía ser estática, parecía haberse estancado. No existía un camino claro para resolver el problema, y aquello era todavía peor que la culpabilidad que sentía por su falta de previsión.

Y justo en ese momento, oyó el distante zumbido de un helicóptero que se acercaba, un lejano palpitar que no podía ser otra cosa… y aunque hasta cierto punto era una solución, era la peor de todas.

Ningún lugar donde ponerse a cubierto excepto este conjunto de edificios, y nunca lograríamos regresar a la furgoneta, sólo tenemos dos o tres minutos

—Tenemos que salir de aquí —dijo David mientras comenzaba a pensar en todo lo que tendrían que hacer si querían tener una oportunidad de sobrevivir, incluso cuando ya estaban corriendo hacia la puerta.

Los trabajadores fueron pan comido. Se produjeron algunos momentos tensos cuando los levantaron de sus camastros en las habitaciones a oscuras, pero todo había transcurrido sin incidentes. Aun así, John había observado con cuidado a dos de ellos cuando los había conducido hasta la cantina, donde Leon seguía vigilando a los jugadores de cartas. Eran, sobre todo, dos en concreto; ambos tipos musculosos con aspecto de dárselas de machote, y un individuo flaco y nervioso de ojos hundidos que al parecer no podía parar de lamerse los labios. Era algo compulsivo: cada pocos segundos su lengua salía disparada, se movía velozmente entre los labios y luego desaparecía durante unos cuantos segundos. Inquietante.

Sin embargo, no había tenido problemas. Había catorce hombres, pero ninguno tuvo ganas de ponerse a jugar a ser el héroe después de que John les diera unas cuantas razones. Había sido breve y claro:

—Hemos venido en busca de algo, no tenemos intención de herir a nadie, sólo queremos que os mantengáis al margen mientras estamos aquí. No seáis estúpidos y no os pegaremos un tiro.

Bien fuera por la lógica del asunto o por el M-16, aquello había sido suficiente para convencerles de que sería mejor no discutir.

John se quedó en la puerta que daba al extenso pasillo, de espaldas a ella mientras vigilaba al grupo de aspecto infeliz que estaba sentado en mitad de la gran sala, alrededor de una larga mesa. Unos cuantos parecían cabreados, otros parecían atemorizados, y la mayoría parecían cansados. Nadie dijo una palabra, lo que dejó aliviado a John. No quería tener que preocuparse de que alguien provocara un incidente.

A pesar de la certidumbre razonable que sentía de que todo iba bien, le alegró oír el ligero golpeteo en la puerta. Leon sólo había estado ausente unos cinco minutos, pero le había parecido mucho más tiempo. Entró con un trozo largo de cadena y un par de perchas de alambre.

—¿Algún problema? —le preguntó Leon en voz baja. John negó con la cabeza sin dejar de observar al grupo, que se mantenía en silencio.

—Han estado tranquilos y callados —le contestó—. ¿Dónde has encontrado la cadena?

—En una caja de herramientas que estaba en una de las habitaciones.

John asintió, y luego habló más alto, sin dejar de mantener un tono de voz tranquilo.

—Muy bien, señores, estamos a punto de irnos. Les agradecemos su paciencia…

Leon le dio un ligero codazo.

—Pregúntales si Reston está aquí —le dijo con un susurro.

John suspiró.

—¿Crees que nos lo van a decir a nosotros?

El joven se encogió de hombros.

—Merece la pena intentarlo, ¿no? Cosas más raras han pasado…

John carraspeó para aclararse la garganta antes de hablar de nuevo.

—¿Está un individuo llamado Reston entre ustedes? Tenemos que hacerle una pregunta. No pretendemos hacerle daño.

Los hombres se los quedaron mirando a los dos, y John se preguntó, por un instante, si sabían lo que estaban haciendo allí. No parecían nazis, sino un puñado de currantes. Tipos que trabajaban a base de bien y a los que les gustaba tomarse un par de cervezas después de un día de trabajo duro. Eran, eran… tíos.

¿Y qué aspecto tenían los nazis? Esta gente es parte del problema, trabajan para el enemigo. No van a ayudarnos…

—Azul no está aquí.

Era un tipo grande con barba, que sólo llevaba puesta una camiseta y unos calzoncillos largos, uno de los individuos que John había estado vigilando más de cerca. Tenía la voz carrasposa y parecía irritado. Su cara seguía hinchada por el sueño.

John miró a Leon, sorprendido, y vio que el novato tenía esa misma expresión en el rostro.

—¿Azul? —preguntó John—. ¿Se refiere a Reston?

Un hombre que estaba sentado en el otro extremo de la mesa, de cabellos largos y manos manchadas de grasa asintió.

—Sí. Y es el señor Azul para ti.

El sarcasmo era evidente. Algunos de los miembros del grupo intercambiaron miradas de odio… y un par de risas flojas.

Trent dijo que Reston es uno de los tipos importantes. Y casi todo el mundo odia a su jefe… ¿pero hasta el punto de meterse con él delante de un par de terroristas?

Reston debía ser realmente impopular.

—¿Hay algún otro que trabaje aquí y que no esté en esta habitación? —les preguntó Leon—. No queremos sorpresas…

La implicación era obvia, pero también era obvio que no iban a sacar nada más de los empleados allí reunidos. Puede que odiaran a Reston, pero John pudo darse cuenta por sus brazos cruzados y por sus miradas que no iban a hablar de uno de sus compañeros. Si es que había alguien más en las instalaciones, algo que él dudaba mucho. Trent había dicho que había poco personal…

Lo que significa que probablemente fue Reston el que nos hizo bajar, lo que significa que podríamos matar dos pájaros de un tiro si lo encontramos: tendríamos el libro y le obligaríamos a poner el ascensor en funcionamiento otra vez. Encerramos a Reston en algún cuartito, regresamos con David y las chicas, y nos vamos antes de que ocurra algo inesperado de nuevo.

John le hizo un gesto de asentimiento a Leon con la cabeza y empezaron a retroceder hacia la puerta. John se dio cuenta de que no quería irse sin más, que sentía algo parecido a la comprensión por aquellos hombres a los que había sacado casi a rastras de la cama. No mucha, pero al menos, alguna.

—Vamos a cerrar del todo esta puerta —les dijo—, pero estarán bien hasta que la compañía envíe a alguien. Tienen comida… y si no les importa que les dé un pequeño consejo, escuchen con atención: los de Umbrella no son los buenos. Les paguen lo que les paguen, no es suficiente. Son unos asesinos.

Las miradas sin expresión los siguieron hasta que salieron del lugar. Leon cerró la puerta doble y comenzó a montar el cierre improvisado, metiendo la cadena por los tiradores y doblando las perchas para unirla. John se acercó unos cuantos pasos hasta la siguiente esquina y miró a lo largo del extenso pasillo gris en el que habían entrado al salir del ascensor. Podían continuar el camino que habían tomado al principio para seguir buscando a Reston. Había otra esquina no muy lejos de la zona de descanso del personal…

Pero no está por ahí —pensó al recordar el ruido que creyó oír cuando bajaron del ascensor—. Está en algún lugar del sitio por donde vinimos.

Leon acabó de asegurar la cadena que cerraba las puertas y se acercó a él, con la cara un poco pálida, pero todavía entero.

—Ya, ahora qué… ¿Nos ponemos a buscar a Reston?

—Sí —le respondió John, pensando que el chaval lo estaba haciendo bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias. No tenía demasiada experiencia, pero era listo, tenía agallas, y no se arredraba bajo la tensión—. ¿Estás bien?

Leon asintió.

—Sí. Yo sólo… ¿Crees que están bien allí arriba?

—No, creo que se les está helando el culo de esperarnos —le contestó John con una sonrisa, y esperó que fuese así: que Reston, después de anular el sistema del ascensor, no hubiese soltado a los perros o cualquiera que fuese el equivalente que tenía aquel lugar.

O que hubiese llamado pidiendo ayuda…

—Vamos a lo nuestro —le dijo John, y Leon volvió a asentir. Se dieron la vuelta para recorrer otra vez el pasillo por donde habían venido para resolver la situación.