10

Salieron a la oscuridad de la noche, con el batir de los rotores del helicóptero sonando cada vez más cerca. Rebecca vio sus luces a menos de un kilómetro al noroeste, vio que estaba inmóvil en el aire, con el reflector apuntando a la llanura desértica.

La furgoneta, han descubierto la furgoneta.

Claire también se había percatado de aquello, pero David estaba mirando a los edificios parecidos a almacenes que estaban a su espalda a la vez que se descolgaba el rifle del hombro, con su intensa mirada estudiando su disposición. Rebecca apenas podía verlo con la pálida luz de la luna.

—Tendrán que posarse en el exterior de este lugar, al otro lado de la valla —les explicó—. Seguidme, y manteneos cerca de mí.

Empezó a trotar hacia la oscuridad, con el sonido de las hélices del helicóptero aumentando a su espalda.

Dios, espero que pueda ver mejor que yo, pensó Rebecca empuñando con fuerza su pistola de nueve milímetros, sintiendo el frío metal contra sus dedos ateridos. Ella y Claire empezaron a correr detrás de David, que se dirigía hacia una de las estructuras a oscuras, en concreto la segunda de la izquierda en la hilera de cinco. No sabía la razón por la que había escogido aquélla, pero David tendría algún motivo, siempre lo tenía.

Corrieron hacia el espacio en negro que se abría entre el primer y el segundo edificio, unos cinco metros de sedimento árido y prensado que se extendía por delante de ellos hasta una distancia indeterminada. El aire helado le abrasaba los pulmones, y salía en vaharadas de vapor que ella no podía ver. El tronar del helicóptero ahogó el sonido de sus pasos y le impidió oír la mayor parte de lo que David le estaba diciendo mientras se paraba, con una puerta a cada lado de donde ellos estaban.

—… escondernos hasta que… no podemos… volver…

Rebecca negó con la cabeza y David lo dejó, girándose hacia la izquierda y señalando con su arma la puerta del primer edificio. Rebecca y Claire le siguieron. Rebecca se preguntó qué estaba tramando. Si la gente del helicóptero aterrizaba para empezar a buscar, cosa que harían sin duda, la puerta acribillada a balazos les delataría. Parecía estar hecha a base de alguna clase de plástico de alta densidad, pero no destacaba por ninguna otra característica. Tenía un tirador y una cerradura en vez de una apertura por tarjeta. El edificio en sí parecía construido con cierto tipo de material de estuco, sucio y polvoriento, y no se podía distinguir su color. La estructura que estaba detrás de ellos presentaba el mismo aspecto. Ninguno de los dos tenía ventanas.

El haz del foco del helicóptero estaba recorriendo la valla situada en la parte delantera del complejo, y su resplandor iluminaba la fría noche como una llama brillante. Unos torbellinos de polvo se alzaban en el aire, ensuciándolo, y Rebecca pensó que quizá tenían un minuto como máximo antes de que los encontraran. El lugar tampoco era tan grande. ¡Bang-bang-bang-bang!

La mayor parte del ruido quedó ahogado por el rugido del motor del helicóptero. Rebecca pudo ver la fila de agujeros incluso en la oscuridad, todos concentrados alrededor de la cerradura. David dio unos pasos y le propinó una fuerte patada a la puerta, luego otra… y salió despedida hacia dentro, convertida en un hueco negro en la pared.

El rayo de luz volvió a pasar por encima del complejo de edificios, y la panza hinchada del helicóptero les sobrevoló casi por encima mientras el foco iluminaba el otro lado del primer edificio. El bramido de su motor y la tremenda polvareda que estaba levantando le hicieron sentir a Rebecca como si la Muerte se estuviese acercando. No la muerte de todos los días, sino la Muerte con mayúscula, esa bestia mitológica de poder inmisericorde y decisión inamovible…

David se giró y las tomó a ella y Claire de la mano, empujándolas con firmeza hacia la puerta abierta. En cuanto la cruzaron, les indicó con un gesto que se detuvieran y que le esperaran. David desenfundó su pistola, cruzó al trote el espacio abierto, y se quedó de pie cerca de la puerta del segundo edificio. Giró su cuerpo un poco y… ¡BANG!

El proyectil de nueve milímetros resonó con mayor fuerza que el calibre 5.65 del rifle automático, pero apenas se oyó cuando el helicóptero comenzó a recorrer la hilera donde se encontraba, y la puerta salió disparada hacia dentro. David se metió en el interior de un salto, justo en el momento que el foco iluminaba el terreno que los separaba. Medio segundo más tarde, y la luz cegadora lo habría enfocado. Los casquillos de los disparos de David quedaron perdidos, por suerte, en mitad de aquel torbellino de nubes de polvo que los azotaban y que les hacía difícil respirar. Se giró y vio que Claire había metido la cara dentro de su camiseta negra, y la imitó. El aire frío y lleno de partículas de tierra quedó filtrado por la lana, y a pesar del ruido ensordecedor, Rebecca pudo percibir el sonido de los latidos de su corazón, veloces y atemorizados, en los oídos.

Un segundo más tarde, la luz pasó de largo. Otro segundo después, el polvo pareció comenzar a asentarse, aunque era difícil de decir debido a la oscuridad. La repentina ausencia de luz implicaba que sus ojos tendrían que acostumbrarse de nuevo a la oscuridad…

—¿Estás bien?

Rebecca dio un salto a causa del susto cuando David le gritó prácticamente delante de la cara, sin ser más que una sombra justo enfrente de ella. Claire dejó escapar un pequeño grito.

—¡Lo siento! —les dijo David—. ¡Vamos! ¡Al otro edificio!

Rebecca, que apenas veía nada, salió trastabillando, con Claire a su lado. David se colocó a sus espaldas, tocándoles los hombros para guiarlas hacia el segundo edificio. El helicóptero todavía se estaba alejando de ellos, en dirección sur, pero se quedaría sin nada que observar en muy poco tiempo, y entonces aterrizarían y se acercarían a registrar el lugar. Todos sabían que el helicóptero era de Umbrella; la única duda era saber cuántos hombres habían enviado, y si los capturarían para interrogarlos o los matarían directamente.

Cuando atravesaron la puerta del segundo edificio, Rebecca se dio cuenta de lo que David había hecho. Los sicarios de Umbrella verían la primera puerta acribillada a balazos y supondrían que su objetivo se había escondido allí.

Y sólo hizo un disparo a la cerradura de la puerta de este edificio. Al final acabarán viendo el agujero, pero eso nos da algo más de tiempo

O eso esperaba ella. La oscuridad era casi tan fría como la del exterior, y olía a polvo acumulado. Apareció una pequeña fuente de luz: la linterna que David estaba tapando con una mano, y que les sirvió lo justo para ver que estaban rodeados de cajas. Cajas grandes, cajas pequeñas, de cartón y de madera, apiladas en estanterías y en el suelo hasta el techo inclinado. En el breve instante que David iluminó con la linterna la enorme estancia, vieron que tenía que haber miles de cajas.

—A ver qué puedo hacer con la puerta y para cortar las luces —dijo David—. Buscad un sitio donde escondernos. Es nuestra mejor opción hasta que sepamos cuántos son y qué táctica van a emplear. Puede que tengan visores nocturnos, no nos sirve el suelo. Tiene que ser en lo alto y en una esquina. Lo mejor serían las estanterías. ¿Entendido?

Ambas asintieron y la luz se apagó, dejándolos a todos en la oscuridad más absoluta. Antes, al menos, podía distinguir las siluetas y las sombras. En ese momento, Rebecca no era capaz de ver ni siquiera la mano que puso delante de su cara.

—¿Qué esquina? —susurró Claire, como si la helada oscuridad en la que se encontraban exigiera silencio.

Rebecca alargó una mano, encontró la de Claire y la colocó en su propia espalda.

—A la izquierda. Vamos hacia la izquierda hasta que tropecemos con algo.

Oyó un susurro de movimientos a sus espaldas: era David que se afanaba con sus preparativos. Rebecca inspiró profundamente, puso las manos por delante de ella y comenzó a avanzar lentamente.

Todas las puertas que daban al pasillo estaban cerradas con llave, a excepción de un pequeño trastero situado más allá del ascensor. Allí no encontraron absolutamente nada de interés, a no ser que las estanterías repletas de rollos de toallas de papel y montones de vasos de plástico fueran algo interesante. Intentaron de nuevo poner en marcha el ascensor, pero no hubo suerte, y no encontraron ninguna caja de fusibles ni ningún mando manual de control cerca del mismo. No se sorprendió, pero Leon sintió una punzada de inquietud. Los otros tres ya tendrían que estar realmente preocupados…

¿Y tú no lo estás? ¿Qué pasa si ha ocurrido algo malo allí arriba? Quizá la zona de pruebas de este lugar está allí arriba precisamente. Y quizá Reston ha soltado a algunos de los especímenes guerreros de Umbrella, y Claire está ahora mismo

—¿Qué te parece que si nos encontramos con otra puerta cerrada con llave utilicemos las granadas? Yo tengo dos —le dijo John con un tono de voz irritado.

Acababan de intentar abrir la novena puerta del silencioso pasillo, y casi habían llegado a la esquina situada más al norte. Por lo que sabían, era posible que ya hubiesen pasado de largo del sitio donde estaba Reston, o del corredor que les podía llevar hasta él.

—Al menos, veamos lo que hay al otro lado de la esquina antes de empezar a hacer saltar cosas por los aires —le contestó Leon, aunque él también estaba perdiendo la paciencia. No es que le importara dañar la propiedad de Umbrella, no, pero es que aquélla no era su prioridad: quería reunir al equipo lo antes posible. Ya habían decidido que si no lo encontraban en poco tiempo, regresarían a la cantina e intentarían que uno de los trabajadores arreglara el ascensor, y que Reston se fuera al diablo. La misión sería un fracaso, pero al menos todos estarían vivos para luchar otro día.

Eso suponiendo que todos continuemos con vida

Llegaron a la esquina y se detuvieron. John alzó su M-16 y bajó la voz.

—¿Te cubro?

Leon asintió, y se acercó más a la pared interna.

—A la de tres. Una… dos… tres…

Se alejó un paso de la pared con toda rapidez y se agachó apuntando con su semiautomática al extremo occidental del pasillo al mismo tiempo que John se asomaba con el rifle por la esquina. El pasillo era mucho más corto, no llegaba a veinte metros, y acababa en una estancia abierta y sin puerta. Había una puerta a la izquierda… y alguien cruzó el espacio abierto en el extremo del pasillo, la silueta presurosa de un hombre.

Reston.

Leon le vio, un tipo delgado, no demasiado alto, con unos pantalones vaqueros y una camisa de trabajo de color azul. El señor Azul, justo como lo habían descrito…

—¡Alto! —gritó John.

Reston se giró, asombrado… y desarmado. Vio el M-16 y se alejó casi de un salto de la puerta de doble hoja, quizás en dirección a una salida… Leon echó a correr, moviendo los brazos para conseguir mayor velocidad, pero John le sobrepasó a plena carrera. Llegaron a la habitación en un instante, y allí estaba Reston, intentando abrir desesperadamente una puerta situada a la derecha. Echó una mirada aterrorizada por encima del hombro cuando entraron en tromba en la estancia, con los ojos abiertos de par en par por el pánico.

—¡No se abre! —gritó con una voz cargada de histeria—. ¡Abra la puerta!

¿Con quién habla?

—Déjalo ya, Reston —le dijo John con voz ronca…

Una compuerta metálica a sus espaldas bajó hasta cerrar la abertura, encerrándolos en la habitación con un chasquido tremendo. Leon bajó la vista, y se dio cuenta de que el suelo era de acero… y sintió la primera punzada de intranquilidad.

Reston se giró con los brazos en alto y sus delgados rasgos deformados por el miedo.

—Yo no soy él, no soy Reston —balbuceó, y su pálida faz se cubrió de sudor…

Detrás de ellos apareció una cara en la ventanilla de la compuerta de metal, con los rasgos deformados por la gruesa hoja de plexiglás, pero que obviamente estaba sonriendo. Era un hombre mayor, vestido con un traje de color azul oscuro…

Oh, no

El individuo desvió la mirada un momento, alargó la mano para tocar algo que Leon no pudo ver… y una voz suave y culta llegó a la habitación procedente de un altavoz colocado en el techo.

—Lo siento, Henry —dijo el hombre, con la cara deformada por el cristal—. Permítanme que me presente: me llamo Jay Reston. Quienesquiera que sean, me alegro mucho de haberles conocido. Bienvenidos al programa de pruebas de Planeta.

Leon miró a John, quien no había dejado de apuntar con su rifle al casi histérico Henry. Él le devolvió la mirada, y Leon pudo ver en sus ojos negros que John empezaba a darse cuenta de la situación a la vez que él mismo.

Estaban metidos hasta el cuello en la mierda.

¡Sí!

Reston empezó a reírse a carcajadas. Los pistoleros estaban atrapados, y los tres de la superficie probablemente ya habrían sido eliminados por los equipos enviados por Umbrella. Había logrado manejar la situación, y lo había hecho de un modo magnífico.

Claro que no es tan divertido si no tienes a nadie cerca para que lo aprecie… pero también tengo una audiencia atrapada, ¿verdad?

—No estaba previsto iniciar el programa hasta dentro de veintitrés días —dijo Reston, sonriendo de oreja a oreja, mientras ya se imaginaba la expresión del hinchado rostro de Sidney—. Llegado ese momento, iba a poner en marcha la prueba inicial de nuestro programa, cuidadosamente diseñado, para un grupo de gente extremadamente importante. Iba a incluir sólo especímenes, no habíamos planeado utilizar humanos en las distintas fases todavía, y mucho menos soldados. Pero ahora, gracias a vosotros, podré mostrarle a mis invitados una grabación de vídeo de la razón para la que fueron creados nuestros especímenes. Siento deciros que vuestros amigos de la superficie ya habrán sido capturados a estas horas, pero creo que vosotros tres seréis suficientes. Sí, creo que lo haréis bastante bien.

Reston se echó a reír otra vez, incapaz de contenerse.

—Quizá queráis matar a Henry antes de empezar. Al fin y al cabo, sólo será una carga para vosotros, y ha sido él quien os ha atraído, ¿verdad?

—¡Cabrón!

Henry Cole se apartó de la pared y entonces se abalanzó hacia la compuerta. Empezó a golpearla con los puños, pero los cinco centímetros de metal ni siquiera resonaron o se estremecieron.

Reston meneó la cabeza, sin dejar de sonreír.

—Lo siento, de verdad, Henry. Te echaremos mucho de menos. No acabaste de arreglar el sistema de intercomunicadores, ¿verdad? O el sistema de audio… Al menos, conectaste éste, y te estoy muy agradecido por ello. ¿Se me oye con claridad ahí dentro? ¿No hay interferencias ni chasquidos?

Fuese cual fuese la rabia demoníaca que se había apoderado del electricista, desapareció, y el hombre se derrumbó contra la compuerta, respirando de forma jadeante. El más grande de los dos hombres armados, el tipo musculoso de piel oscura que llevaba el rifle automático, se acercó hasta la ventana con una expresión amenazadora.

—No vas a hacernos pasar por ninguna de tus pruebas —le dijo, con su voz profunda y temblorosa por la rabia—. Adelante, mátanos, porque no estamos solos… y Umbrella va caer, y no importa si nosotros vamos a estar presentes o no para verlo.

Reston suspiró.

—Tienes razón en lo de que no vais a estar presentes. En cuanto al resto… sois algunos de esos miembros de los STARS, ¿verdad? Vosotros y vuestros ataques ridículos no son nada para nosotros. Sois unos mosquitos, una simple molestia. Y participaréis aunque no queráis…

—Participa de esto —le respondió John, y se agarró la entrepierna. El gesto fue inconfundible a pesar de la gruesa hoja de plexiglás.

Qué vulgar y soez. Los jóvenes de hoy no tienen ningún respeto por sus mayores

—John, ¿por qué no utilizas una de tus granadas? —dijo el otro hombre con voz tranquila, y Reston suspiró de nuevo.

—Las paredes son de acero recubierto de escayola, y la compuerta puede aguantar mucho más de lo que podáis llevar encima. Sólo lograréis volaros a vosotros mismos en pedazos. Sería una pena, pero si tenéis que hacerlo, hacedlo.

No parecieron capaces de ofrecer una respuesta ingeniosa a aquello. Nadie habló, aunque Reston siguió oyendo los jadeos de Cole a través del intercomunicador. De todas maneras, ya se había cansado de pincharlos. Los equipos de superficie le llamarían a la sala de control en poco tiempo, y debía estar allí.

—Caballeros, si me disculpan —les dijo—. Debo atender a otros asuntos, como por ejemplo, soltar a nuestras mascotas para que entren en sus nuevos hogares. Sin embargo, estén tranquilos, porque seguro que estaré observando su debut. Al menos intenten superar las dos primeras fases, si pueden.

Reston se apartó de la ventana, se acercó al panel de control de su izquierda, e introdujo el código de activación. Uno de los individuos comenzó a gritar que no estaban dispuestos a hacerlo, que no podía obligarlos…, y en ese momento, Reston pulsó un botón verde y grande, el que al mismo tiempo abría la compuerta que daba a Uno y liberaba un gas lacrimógeno en la pequeña antesala desde unas aberturas en el techo. Regresó a la ventanilla, interesado por ver lo efectivo que era el proceso.

Una neblina blanca descendió en pocos segundos desde lo alto, ocultando a los tres hombres. Reston escuchó sus gritos y cómo empezaban a toser, y un segundo más tarde distinguió el chasquido de la otra compuerta al bajar, lo que significaba que habían pasado al otro lado. Las placas de presión del suelo, al quedar desactivadas, pusieron en marcha un sistema de ventilación del lugar que vació la habitación de gas en menos de un minuto.

Muy bonito. Tendría que acordarse de felicitar al diseñador que hubiera recomendado semejante sistema.

—Tomaré nota —le dijo Reston a la habitación vacía.

Se alisó las solapas del traje y se dio media vuelta para dirigirse a la sala de control, emocionado por ver cómo se comportarían aquellos individuos frente a las nuevas adquisiciones de la familia Umbrella.