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John rompió el silencio apenas dos segundos después de que Trent desapareciera en la cabina del piloto.

—A la mierda con todo esto —dijo con aspecto de estar más cabreado de lo que jamás Rebecca lo había visto—. No sé vosotros, pero a mí no me gusta ni un pelo que jueguen conmigo de esta manera. No estoy aquí para ser el chico de los recados del señor Trent, y no me fío de él. Yo digo que le obliguemos a contarnos todo lo que sepa sobre Umbrella, que nos diga lo que sabe sobre nuestro equipo en Europa, y que si nos da otra de esas respuestas que no dicen nada, le pateemos su evasivo culo hasta echarlo por la puerta.

Rebecca sabía que John estaba tremendamente enfadado, pero no se pudo contener.

—Sí, John, pero dinos, ¿cómo te sientes de verdad?

Él la miró… y sonrió, y de algún modo, aquello rompió la tensión que todos sentían. Era como si de repente hubieran recordado respirar a la vez. La inesperada visita de su misterioso benefactor había hecho difícil durante unos momentos recordar nada más.

—Ya tenemos el voto de John —dijo David—. ¿Claire? Sé que estás preocupada por Chris…

Claire asintió con lentitud.

—Sí, y quiero volver a verle lo antes posible…

—Pero —replicó David iniciando el resto de la frase.

—Pero… creo que dice la verdad. Sobre lo de que están bien, me refiero.

Leon asintió a su vez.

—Yo también lo creo. John tiene razón en lo de que es escurridizo, pero no creo que nos haya estado mintiendo sobre nada de lo que ha dicho. No nos ha dicho mucho, pero no me dio la impresión de que nos estuviera intentando dar gato por liebre con lo que nos ha contado.

David se giró para mirar a Rebecca.

—¿Rebecca?

Ella suspiró y meneó la cabeza.

—Lo siento, John, pero estoy de acuerdo con ellos. Creo que tiene algo de credibilidad. Nos ha ayudado con anterioridad, a su manera rara y extraña, y el hecho de que apareciera aquí, y desarmado, significa algo…

—Significa que es un capullo idiota —murmuró John, y Rebecca le propinó un leve puñetazo en el brazo, y de repente se dio cuenta, de modo instintivo, de por qué se resistía tanto a aceptar la palabra de Trent.

John no ha intimidado a Trent.

Estaba segura. Conocía a John lo bastante bien como para saber que la indiferencia de Trent le tenía que haber sacado de sus casillas por completo.

Rebecca escogió las palabras con cuidado, mantuvo un tono de voz jovial y le sonrió.

—Creo que lo que te saca de quicio es que no se haya asustado de lo grande y feo que eres, John. La mayoría de la gente se mea en los pantalones cuando te pones así por encima de ellos.

Era lo más adecuado que se podía haber dicho. John frunció el ceño pensativo, y luego se encogió de hombros.

—Sí, bueno, a lo mejor. De todas maneras, sigo sin fiarme de él.

—No creo que ninguno de nosotros deba hacerlo —dijo David—. Se está guardando muchas cosas en la manga para ser alguien que quiere ayudarnos. La cuestión es, ¿vamos en búsqueda de ese tal Reston, o continuamos con nuestro plan original?

Nadie habló por un momento, y Rebecca se percató de que nadie quería decirlo, reconocer que si Trent estaba diciendo la verdad, no había motivo alguno para ir a Europa. Ella tampoco quería decirlo: sentía que en cierto modo era una traición a Jill, a Barry y a Chris, algo así como decir «Hemos encontrado algo mejor que hacer que acudir en vuestra ayuda».

Pero si no nos necesitan…

Rebecca decidió que ella bien podía ser la primera en hablar.

—Si ese lugar es tan fácil de atacar como él dice, ¿cuándo encontraremos otra oportunidad como ésta?

Claire se estaba mordisqueando el labio, y no parecía estar muy contenta. Parecía estar dividida.

—Si encontramos ese libro de códigos, tendremos algo útil que llevar a Europa. Algo que realmente podría resultar ventajoso.

—Si encontramos el libro —dijo John, pero Rebecca se dio cuenta de que la idea ya estaba calando en él.

—Podría ser un punto de inflexión —dijo David en voz baja—. Cambiaría las posibilidades que tenemos en contra de un millón a uno a quizás unos cuantos miles contra uno.

—Tengo que admitir que sería estupendo poder filtrar a la prensa los archivos privados de Umbrella —dijo John—. Descargar de sus ordenadores todos sus secretos de mierda y pasárselos a todos los periódicos del país.

Todos asintieron, y aunque llevaría un poco más de tiempo hacerse a la idea, Rebecca sabía que la decisión ya estaba tomada.

Al parecer, iban a ir a Utah.

Si alguno de ellos esperaba que Trent saltara de alegría por la noticia, se quedó profundamente decepcionado. Cuando David lo llamó para que regresara y le dijo que estaban dispuestos a ir a la nueva instalación de pruebas, Trent se limitó a asentir, con la misma sonrisa enigmática en su cara curtida.

—Éstas son las coordenadas de la instalación —les dijo mientras sacaba una hoja de papel de su chaqueta—. También encontrarán una lista con bastantes códigos numéricos, uno de ellos es el de entrada, aunque quizá sea difícil encontrar el teclado que da acceso. Lo siento, pero no pude descubrir nada más para poder ser más concreto.

Leon se quedó mirando cómo David tomaba el papel de manos de Trent y éste regresaba a la cabina del piloto para hablar con el capitán, y se preguntó por qué no podía dejar de pensar en Ada. Desde qué había escuchado el pequeño discurso de Trent sobre White Umbrella, los recuerdos sobre la habilidad y la belleza de Ada Wong, los ecos de su profunda y atractiva voz, habían estado asaltando la mente de Leon. No fue algo consciente, al menos no al principio. Era que algo de aquel hombre le recordaba a ella. Quizá se trataba de su enorme autoconfianza, o ese asomo de sonrisa astuta…

Y al final, antes de que aquella enloquecida mujer le disparara, la acusé de ser una espía de Umbrella, y ella me dijo que no lo era, que no era asunto mío para quién trabajaba…

Aunque Claire y él habían llegado a aquella lucha bastante tarde, habían sido informados en profundidad sobre lo que los demás sabían de Umbrella, y el servicio que les había proporcionado Trent en el pasado. La única constante, aparte de ser muy esquivo a la hora de suministrar información personal, era que parecía conocer toda clase de detalles que nadie más sabía.

No pasará nada si se lo pregunto.

Cuando Trent regresó al compartimento de pasajeros, Leon se le acercó.

—Señor Trent —le dijo con mucho tacto y cuidado, sin dejar de observarle—. En Raccoon City conocí a una mujer llamada Ada Wong…

Trent se lo quedó mirando, sin dejar translucir ninguna emoción.

—¿Y?

—Me preguntaba si usted sabía algo sobre ella, o para quién trabajaba. Estaba buscando una muestra del virus G…

Trent alzó las cejas.

—¿De veras? ¿Y la consiguió encontrar?

Leon se fijó bien en sus ojos oscuros y penetrantes, preguntándose por qué tenía la sensación de que Trent ya conocía la respuesta. No podía saberla, por supuesto, porque Ada había muerto justo antes de que el laboratorio explotara en mil pedazos.

—Sí, lo logró —le dijo Leon—. Sin embargo, al final, ella… se sacrificó en cierto modo, en vez de tener que elegir entre matar a alguien y perder la muestra.

—¿Y ese alguien era usted? —le preguntó Trent en voz baja.

Leon se dio cuenta de que los demás los estaban mirando, y no se sorprendió demasiado al descubrir que tampoco le importaba mucho. Un mes antes, una conversación sobre temas tan personales le hubiera hecho sentirse avergonzado.

—Sí —dijo en un tono de voz casi desafiante—. Era yo.

Trent asintió lentamente, sonriendo un poco.

—Entonces me parece que no necesita saber nada más sobre ella, sobre su carácter o los motivos que la impulsaban a hacerlo.

Leon no estaba muy seguro de si estaba esquivando la respuesta o le estaba diciendo sinceramente lo que pensaba, pero de cualquier manera, la pura lógica de aquella contestación le hizo sentirse mejor. Era como si él mismo hubiese sabido la respuesta a sus dudas desde el principio. Fuese cual fuese la clase de psicología que Trent estaba utilizando, era todo un maestro en ella.

Es educado, culto y atemorizador como el mismísimo diablo a su modo tranquilo… A Ada le hubiera gustado.

—A pesar de lo mucho que disfruto de mis charlas con ustedes, debo tratar sin demora ciertos asuntos pendientes que tengo con el capitán —les estaba diciendo Trent—. Llegaremos a Salt Lake City en unas cinco o seis horas.

Dicho aquello, los saludó con una inclinación de cabeza y desapareció tras la cortina de nuevo.

—¿Qué pasa? ¿Es demasiado bueno como para sentarse con la tropa? —preguntó John, sin haber superado obviamente su disgusto inicial hacia el individuo.

Leon paseó la vista entre los demás, y vio unos cuantos rostros con expresiones de preocupación e intranquilidad, vio a Claire con cara de querer poder cambiar de opinión.

Leon se acercó hasta donde ella estaba apoyada en un asiento, con los brazos cruzados con fuerza, y le puso una mano en el hombro.

—¿Acaso estás pensando en Chris? —le preguntó con voz amable.

Para su sorpresa, ella negó con la cabeza y le dirigió una sonrisa nerviosa.

—No. Lo cierto es que estaba pensando en la mansión Spencer, y en el ataque a la ensenada de Calibán, y en lo que ocurrió en Raccoon City. Estaba pensando en que no importa lo que diga Trent sobre lo fácil que va a ser, nada es tan simple con Umbrella. La situación logra complicarse siempre que ellos están involucrados. Una pensaría en que ya deberíamos estar acostumbrados a todo eso…

Su voz se fue apagando lentamente, y luego sacudió la cabeza como si estuviese intentando aclararse las ideas. Le sonrió de nuevo, pero de un modo más alegre.

—Mira cómo hablo. Voy a pillar un bocadillo. ¿Quieres algo?

—No, gracias —le respondió con gesto ausente, pensando todavía en lo que ella había dicho mientras Claire se alejaba. Se preguntó de repente si su viajecito hasta Utah no sería el último error que alguno de ellos cometería.

Steve López, el bueno de Steve, con su cara tan falta de expresión y tan blanca como una hoja de papel, de pie en mitad del extraño y enorme laboratorio, de pie y apuntándole con su arma semiautomática y diciéndoles que soltaran las armas…

Y la rabia, el dolor y la furia que asaltaron a John con la fuerza de un huracán cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido, de que Karen estaba muerta, de que Steve había sido convertido en uno de aquellos soldados zombis cabrones…

Y John gritó, ¡qué le has hecho! No pensó, en vez de eso giró sobre sí mismo y disparó al ser sin voluntad que tenía a su espalda, el proyectil le atravesó limpiamente la sien izquierda y el aire frío comenzó a apestar como la misma muerte mientras la criatura caía…

¡Y el dolor! Un dolor que le atravesó cuando Steve, su amigo y camarada Stevie, le disparó por la espalda. John sintió la sangre en la boca, sintió cómo daba la vuelta, sintió más dolor del que jamás creyó poder sentir. Steve le había disparado, el doctor loco había utilizado su virus con él y Steve ya no era Steve, y el mundo giraba, y gritaba…

—John, John, despierta, tienes una pesadilla. Eh, tiarrón…

John se enderezó en el asiento, con los ojos abiertos de par en par y con el corazón a punto de saltarle del pecho, desorientado y atemorizado. La mano fría que notaba en su brazo era la de Rebecca, su contacto era suave y reconfortante, y se dio cuenta de que estaba despierto, de que había estado soñando y de que ya estaba despierto.

—Mierda —murmuró, y se dejó caer sobre el respaldo del asiento cerrando los ojos. Todavía estaban en el avión, y el suave ronroneo de los motores y el siseo del aire acondicionado lo tranquilizaron del todo.

—¿Estás bien? —le preguntó Rebecca, y John se limitó a asentir, respirando profundamente unas cuantas veces antes de abrir los ojos de nuevo.

—¿He llegado a… gritar, o algo así?

Rebecca le sonrió, y lo miró atentamente.

—No. Lo que pasa es que volvía del lavabo y te he visto retorcerte como el rabo de una lagartija. No me pareció que estuvieras divirtiéndote precisamente… Espero no haber interrumpido nada bueno.

Dijo lo último casi como una pregunta. John se obligó a sí mismo a sonreír y evitó por completo hablar del tema. Prefirió mirar por la ventanilla a la veloz oscuridad.

—Me parece que comerme esos tres bocadillos de atún antes de irme a dormir no ha sido una buena idea. ¿Ya estamos llegando?

Rebecca hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Acabamos de comenzar el descenso. David dice que quedan unos quince o veinte minutos.

Ella todavía lo estaba mirando fijamente, con la misma impresión de calidez y preocupación, y John se dio cuenta de que estaba actuando como un idiota. Mantener toda aquella mierda encerrada y sin sacar era un pasaporte seguro para perder la chaveta.

—Estaba en el laboratorio —le dijo, y Rebecca volvió a asentir. Era lo único que le tenía que decir. Ella también había estado allí.

—Yo tuve una así hace un par de días, justo después de que decidiéramos marcharnos de Exeter —dijo Rebecca en voz baja—. Una pesadilla realmente desagradable. Era una especie de mezcla entre el laboratorio de la mansión Spencer y el de la ensenada.

A John le tocó el turno de asentir, y pensó en lo increíble que era aquella chica. Se había enfrentado a toda una casa llena de monstruos en su primera misión con los STARS, y aun así había decidido aceptar participar en la misión que les llevó a la ensenada cuando David se lo pidió.

—Rebecca, eres cojonuda. Si yo tuviera un par de años menos, creo que quizá llegaría a ser amor —le dijo, y se quedó encantado al ver que ella se ruborizaba y sonreía.

Ella era, casi con toda seguridad, el doble de lista que él, pero también era una adolescente, y si él no recordaba mal sus días de juventud, a las chavalas no les disgustaba oír lo mucho que molaban.

—Cállate —le dijo, pero su tono de voz le indicó que había logrado avergonzarla por completo, pero que a ella no le importaba en absoluto.

Se produjo un momento de silencio cómodo y tranquilo entre los dos, con los últimos restos de la pesadilla evaporándose mientras la presión de la cabina de pasajeros iba cambiando a medida que el avión descendía. Llegarían a Utah en pocos minutos. David ya había sugerido que debían dirigirse a un hotel para comenzar a trazar planes, y que entrarían al día siguiente por la noche.

Entramos, pillamos el libro y salimos cagando leches. Fácil… excepto que me parece que ése es el mismo plan que teníamos para la instalación de la ensenada.

John decidió que en cuanto aterrizaran tendría otra pequeña charla con el señor Trent. Ya estaba de acuerdo con la misión, con lo de coger el libro y de paso torpedear un poco las actividades de Umbrella, pero seguía sin estar contento con la información tan selectiva que les había proporcionado Trent. Sí, vale, el tipo les estaba ayudando, pero ¿por qué portarse de un modo tan raro para hacerlo? ¿Y por qué no les había contado lo que estaban haciendo sus compañeros en Europa, o quién estaba al mando de White Umbrella, o cómo había logrado colocar a su propio piloto en el vuelo privado que habían contratado?

Porque le encanta manejar a la gente. Es un loco de la autoridad.

No le parecía la respuesta más acertada, pero a John no se le ocurría ninguna otra razón para que el señor Trent se comportara como una especie de agente secreto en plan espía. Quizá si le retorcía un poco el brazo hablaría con mayor claridad…

—John, sé que no te cae bien, pero ¿crees que lleva razón con eso de que va a ser una misión facilona? Quiero decir que, bueno, ¿qué pasará si Reston se resiste? O qué pasará si… ¿Qué pasará si ocurre alguna cosa?

Estaba intentando sonar como una profesional, con un tono de voz tranquilo y relajado, pero la mirada preocupada que se asomaba a sus ojos castaños la delataba.

Alguna cosa. Algo como un estallido vírico, algo como un científico enloquecido, algo como unos monstruos biológicos sueltos y sin control. Algo como lo que siempre ocurre en Umbrella…

—Si lo que yo haga sirve para algo, lo único que saldrá mal es que Reston se cagará encima y el olor será asqueroso —dijo, y se vio recompensado de nuevo con una sonrisa de la chica.

—Eres un idiota —le respondió ella, y John se encogió de hombros pensando en lo fácil que era lograr que la chavala sonriera, y preguntándose a la vez si era buena idea darle mayores esperanzas.

Momentos más tarde, el avión aterrizó suavemente, y el piloto utilizó por primera vez el sistema de comunicación interno. Les dijo que permanecieran sentados y con los cinturones abrochados hasta que el avión se detuviera por completo, y luego cortó la comunicación, sin soltarles el rollo habitual sobre que esperaba que hubieran disfrutado del vuelo o cuál era la temperatura media del exterior. John se sintió agradecido, al menos por aquello. El pequeño aparato recorrió la pista de aterrizaje hasta detenerse con suavidad, y el equipo se puso en pie desperezándose y poniéndose los abrigos.

En cuando oyó abrirse la puerta exterior, John pasó de largo al lado de Rebecca y se dirigió hacia la cabina del piloto, decidido a no dejar marcharse a Trent antes de que hubieran charlado un rato. Atravesó la cortina, y un soplo frío de viento les llegó a los demás ocupantes del compartimento de pasajeros, situado a espaldas de la cabina del piloto, pero vio que había llegado demasiado tarde. El piloto, Evans, estaba solo en la puerta que daba a la cabina.

Trent había logrado de algún modo escaparse en los escasos segundos que John había tardado en cruzar el pequeño avión. Las escalerillas metálicas que bajaban desde la puerta del aparato estaban vacías, y aunque John bajó los peldaños de dos en dos, llegando al suelo en menos de un segundo, no pudo ver nada más que la vacía extensión de la pista de aterrizaje, y desde luego, a nadie más excepto al trabajador del aeropuerto que había ayudado a bajar las escalerillas. Cuando le preguntó por Trent, el individuo insistió en que la primera persona que había bajado del avión había sido el propio John.

—Hijo de puta —dijo con rabia, pero ya no importaba, porque estaban en Utah. Con Trent o sin él, habían llegado, y como ya era medianoche, disponían de menos de un día para prepararse.