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Rebecca se acomodó en el pequeño asiento del pequeño avión, se puso el cinturón de seguridad y miró por la ventanilla, deseando que David hubiera alquilado un avión a reacción. Un avión sólido, grande, un reactor de los «no puede pasar nada malo porque soy gigantesco». Podía ver desde donde ella estaba sentada las hélices en una de las alas del aparato. Las hélices, como en el juguete de un niño.
Apuesto a que este trasto se hundirá como una piedra en cuanto caiga desde el cielo a unos cuantos cientos de kilómetros por hora y se estampe contra el océano…
—Para que lo sepas, éste es el tipo de avión en el que siempre se matan las estrellas de rock y gente así. Justo cuando despegan y se elevan en el aire, llega una ráfaga de viento y los estrella contra el suelo.
Rebecca levantó los ojos y vio la sonriente cara de John. Se había asomado por encima de los asientos situados delante de ella, con sus enormes brazos apoyados en los respaldos. Probablemente necesitaría dos asientos para él solo. No es que John fuera muy grande, es que tenía la complexión de un levantador de pesas: ciento diez kilos de músculos concentrados en un cuerpo de un metro ochenta de altura.
—Tendremos suerte si conseguimos despegar cargando ese culo tan gordo que has criado —le replicó Rebecca, y se vio recompensada por un atisbo de preocupación en los ojos negros de John.
Se había roto un par de costillas y había sufrido una perforación en el pulmón en su última misión, menos de tres meses atrás, y todavía no estaba en condiciones de ponerse a trabajar en el banco de pesas. Rebecca sabía que a pesar de su actitud burda y machista, John era muy vanidoso y se preocupaba de su aspecto físico, y realmente odiaba no haber podido entrenar.
La sonrisa de John se hizo todavía más amplia, y la piel de color marrón oscuro de su cara se agrietó con unas pequeñas arrugas.
—Sí, probablemente tienes razón. Subiremos unos cuantos cientos de metros y luego, ¡pam!, se acabó la historia.
Nunca debió decirle que era la segunda vez que iba a volar. La primera ocasión fue cuando acompañó a David a Exeter para participar en la misión de la ensenada de Calibán. Ése era exactamente el tipo de cosas de las que John sacaba continuamente partido para soltar chistes y burlarse…
El avión comenzó a estremecerse cuando los motores empezaron gemir hasta que produjeron un rugido profundo que hizo que Rebecca apretara los dientes. No estaba dispuesta a permitir que John se diera cuenta de lo nerviosa que estaba. Volvió a mirar por la ventanilla y vio a Leon y a Claire acercándose a los peldaños metálicos de la escalerilla. Al parecer, todas las armas ya estaban cargadas.
—¿Dónde está David? —preguntó Rebecca, y John se encogió de hombros.
—Creo que hablando con el piloto. Sólo tenemos uno, ¿sabes?, un amigo de un amigo de un tipo de Arkansas. Supongo que no existen demasiados pilotos que estén dispuestos a meter gente a escondidas en Europa…
John se inclinó para acercarse a ella y bajó la voz hasta convertirla en un susurro fingido al tiempo que la sonrisa desaparecía de su rostro.
—He oído decir que bebe. Lo conseguimos por un precio tan bajo porque estrelló su avión con todo un equipo de fútbol contra la ladera de una montaña…
Rebecca soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—Tú ganas. Estoy aterrorizada, ¿te vale?
—Me vale. Eso es lo único que quería —dijo con voz grave, y se giró para sentarse de nuevo mientras Claire y Leon entraban en el reducido espacio de pasajeros.
Se colocaron en el centro del avión, acomodándose en los asientos situados al otro lado del pasillo de la misma fila donde estaba Rebecca. David había comentado que la zona ubicada justo encima de las alas era la más estable, aunque tampoco es que hubiera mucho donde escoger, el aparato tan sólo disponía de veinte asientos.
—¿Has volado antes? —le preguntó Claire inclinándose sobre el pasillo que las separaba, y con aspecto de estar un poco nerviosa también.
Rebecca se encogió de hombros.
—Una vez. ¿Y tú?
—Un par de veces, pero siempre en aviones de línea grandes, Boeing 747… o 727, no me acuerdo. Ni siquiera sé qué clase de avión es éste.
—Es un DHC 8 Turbo —dijo Leon—. Eso creo. David lo ha comentado en algún momento…
—Es un ataúd, eso es lo que es —les dijo la profunda voz de John flotando por encima de los asientos—. Una piedra con alas.
—John, cariño… Cállate la boca —le dijo Claire con un tono de voz amistoso.
John soltó una carcajada, obviamente encantado de haber encontrado alguien nuevo con quien jugar.
David apareció tras las cortinas de la parte delantera, procedente de la cabina del piloto, y John se calló. Todos le prestaron atención inmediatamente.
—Al parecer, ya estamos preparados para despegar —dijo David—. Nuestro piloto, el capitán Evans, me ha asegurado que todos los sistemas son completamente operacionales, y que despegaremos dentro de un momento. Me ha pedido que nos quedemos sentados hasta que nos indique lo contrario. Aahh… el lavabo está al otro lado de la cabina, y hay una nevera pequeña al otro extremo del avión con bocadillos y bebidas…
Su voz fue apagándose poco a poco, y se quedó con aspecto de querer decir algo más, pero de no saber qué era exactamente. Era una apariencia que Rebecca había visto a menudo en las semanas anteriores, una especie de incertidumbre intranquila. Suponía que desde el día que Raccoon City había volado en mil pedazos hecha una mierda, todos habían tenido esa mirada en un momento u otro…
Porque no deberían haberlo podido hacer. Eso debería haber sido su fin, y no lo ha sido, y ahora todos estamos más cabreados y atemorizados de lo que ninguno quiere admitir.
Cuando las noticias sobre el desastre comenzaron a aparecer en los periódicos, todos habían estado completamente seguros de que, esa vez, Umbrella no podría ocultar las pruebas. El accidente en la mansión Spencer había sido relativamente pequeño, fácil de explicar después de que el fuego arrasara toda la mansión y los edificios adyacentes. La instalación situada en la ensenada de Calibán se hallaba en un terreno privado y estaba demasiado aislada como para que nadie sospechara nada… De nuevo, Umbrella había recogido todas las pruebas y se había mantenido callada.
Pero había llegado Raccoon City. Miles de personas muertas… y Umbrella se había salido de rositas después de colocar pruebas falsas y conseguir que sus científicos mintieran por la compañía. Debería haber sido imposible. Aquello los había dejado descorazonados. ¿Qué posibilidades tenían un puñado de fugitivos contra una compañía de miles de millones de dólares que podía matar a todos los habitantes de una ciudad y encima salirse con la suya?
David decidió por fin no decir nada en absoluto. Hizo un breve gesto de asentimiento y se acercó para sentarse con ellos, pero antes se detuvo un momento al lado de Rebecca.
—¿Necesitas compañía?
Ella se dio cuenta de que estaba intentando darle ánimos… y también de que estaba muy cansado. David se había mantenido despierto casi toda la noche, comprobando hasta el más mínimo detalle los preparativos del viaje.
—No, estoy bien —le respondió con una sonrisa—. Además, si quiero cháchara siempre tengo a John a mano.
—Ya sabes que sí, cariño —le dijo John en voz alta, y David asintió de nuevo mientras le daba un ligero apretón en el hombro antes de marcharse hacia los asientos posteriores.
David necesita un poco de descanso. Todos lo necesitamos, y es un vuelo bastante largo… así que, ¿por qué tengo la sensación de que no vamos a poder tenerlo?
Por los nervios, sólo era eso.
El ruido del motor se hizo más fuerte, más agudo, y el avión comenzó a avanzar después de dar un brusco tirón. Rebecca se agarró a los reposabrazos y cerró los ojos, pensando que si tenía agallas para enfrentarse a Umbrella, desde luego podía soportar un viaje en avión.
E incluso aunque no pudiera, ya era demasiado tarde para cambiar de idea: ya estaban en camino, y no había marcha atrás.
Llevaban en el aire tan sólo veinte minutos y Claire ya estaba medio dormida apoyada en el hombro de Leon. Él también estaba cansado, pero sabía que no podría dormirse con tanta facilidad. Para empezar, tenía hambre… por no mencionar el hecho de que no estaba seguro de estar actuando del modo más correcto.
El mejor momento para ponerte a pensar eso, ahora que estás metido hasta el cuello —le dijo su subconsciente con voz sarcástica—. Quizá podrías pedirles que te dejaran bajar en Londres, o algo así. Podrías esperarles en un pub hasta que acaben… o mueran.
Leon se ordenó callar a sí mismo, y dejó escapar un pequeño suspiro. Estaba comprometido. Lo que Umbrella había estado haciendo no sólo era un delito criminal, era algo malvado… o al menos, lo más cercano a la maldad a que podían llegar todos aquellos avariciosos capullos de la compañía. Habían asesinado a miles de personas, habían creado armas biológicas capaces de asesinar a miles de millones, habían destruido la vida que él había planeado, y habían sido los responsables de la muerte de Ada Wong, una mujer por la que había sentido respeto y bastante aprecio. Se habían ayudado mutuamente en algunos de los momentos más difíciles de aquella terrible noche en Raccoon City. Sin ella no hubiera logrado salir con vida de allí.
Creía en lo que David y su gente estaban haciendo, y no es que tuviera miedo, no era nada de eso en absoluto…
Leon lanzó otro suspiro. Había pensado mucho en todo aquello desde que Claire, Sherry y él habían salido de la ciudad en llamas, y la única conclusión verdadera a la que había llegado era tan estúpida que no quería creérsela. Enfrentarse a Umbrella era hacer lo correcto… pero es que él no se sentía cualificado para estar allí.
Sí, eso es bastante estúpido.
Quizás era algo estúpido, pero le estaba haciendo contenerse, le hacía sentirse inseguro, y tenía que examinarlo en profundidad.
David Trapp había pasado casi toda su carrera profesional en los STARS, y había visto caer a la organización de su vida en manos de Umbrella; había perdido a dos amigos en una misión de infiltración en una instalación de pruebas de armas biológicas, al igual que John Andrews. Rebecca Chambers acababa de comenzar su vida profesional en los STARS cuando todo el asunto saltó por los aires, pero era una especie de niña científico prodigio que sentía un gran interés por los trabajos desarrollados por Umbrella, y el hecho de que hubiera pasado por más penalidades que ninguno de ellos hacía que fuese comprensible su dedicación continua. Claire quería encontrar a su hermano, que era la única familia que le quedaba: sus padres habían muerto, y eso los había acercado todavía más. No había llegado a coincidir con Chris, Jill y Barry, pero estaba seguro de que tenían motivos propios más que suficientes. Sabía que la mujer y los hijos de Barry habían sufrido amenazas, Rebecca se lo había dicho…
¿Y qué pasaba con Leon Kennedy? Se había encontrado de repente metido en aquella lucha sin tener ni una sola pista, Era tan sólo un policía recién salido de la academia de camino a su primer día en el trabajo, que resultó ser el departamento de policía de Raccoon City. También era cierto que debía tener en cuenta a Ada… pero la había conocido durante menos de medio día, y ella había muerto justo después de admitir que era una especie de agente secreto a la que habían enviado para que robara uno de los virus de Umbrella.
Así que perdí mi trabajo, y una posible relación con una mujer a la que apenas conocía y en la que no podía confiar. Está claro que alguien debe detener a Umbrella, pero… ¿tengo derecho a estar aquí?
Se había hecho policía porque quería ayudar a la gente, pero siempre había supuesto que eso sólo se refería a mantener la paz en la ciudad, a empapelar a los conductores borrachos, a detener las broncas en los bares, a pillar a los rateros. Jamás, ni en sus sueños más desbocados, se hubiera imaginado que acabaría atrapado en mitad de una conspiración a nivel internacional, en una estrategia de infiltración del tipo de espías y misterios contra una compañía gigantesca que creaba monstruos para la guerra. Era un crimen a una escala mucho mayor de la que él se sentía preparado a enfrentarse… ¿Y ésa es la verdadera razón, agente Kennedy? Y en ese preciso instante, Claire murmuró algo en su sueño inquieto y metió su cabeza en el hueco de su brazo antes de quedarse quieta y en silencio de nuevo… lo que provocó que Leon se percatara de un modo incómodo de otro aspecto de su relación y compromiso con los STARS: Claire. Claire era… era una mujer increíble. Habían hablado mucho a lo largo de los días posteriores a su huida de Raccoon City, sobre lo que les había pasado, las experiencias que habían sufrido, tanto juntos como por separado. En aquellos momentos le había parecido un simple intercambio de información, una manera de rellenar los detalles que faltaban en el relato. Ella le había contado su encuentro con el jefe Irons y la criatura a la que ella llamaba el señor X, y él le contó todo sobre Ada y el terrible ente que antes había sido William Birkin.
Entre los dos habían logrado hilar un relato continuado, con información de importancia para el grupo de fugitivos.
Al pensar en ello de forma retrospectiva, se dio cuenta de que aquellas largas conversaciones fragmentadas habían sido esenciales por otra razón completamente distinta: habían sido la manera de extraer el veneno de lo que les había ocurrido, como si hubiesen conversado sobre una pesadilla. Pensó que si hubiera tenido que quedarse con todo aquello en su interior, se hubiera vuelto loco.
En cualquier caso, los sentimientos que tenía hacia ella eran algo confusos: cariño, entendimiento, dependencia, respeto, y otros a los que no podía ponerles nombre. Y eso le daba miedo, porque jamás antes había tenido unos sentimientos tan fuertes hacia una persona… Y porque no estaba muy seguro de cuánto de aquello era verdadero y cuánto era producto de una especie de estrés postraumático.
Enfréntate a ello, deja de engañarte con toda esta mierda. Lo que de verdad temes es que sólo estés aquí por ella, y no te gusta lo que eso puede suponer respecto a tu persona.
Leon asintió en su fuero interno, y se dio cuenta de que era verdad, que ése era el verdadero motivo que causaba su incertidumbre. Siempre había pensado que querer estaba bien, pero ¿necesitar? No le gustaba ni un pelo la idea de verse arrastrado por alguna clase de compulsión neurótica que le obligaba a estar cerca de Claire Redfield.
¿Y qué pasa si no es una necesidad? Quizá tan sólo se trata de querer, y todavía no lo sabes…
Se fustigó a sí mismo por sus patéticos intentos de autoanalizarse, y decidió que quizá lo mejor sería dejar de preocuparse tanto por todo aquello. Fuese cual fuese la razón por la que se había comprometido con aquella empresa, lo cierto es que estaba comprometido. Podía patear culos tan bien como el mejor de ellos, y Umbrella merecía que le patearan el culo, y a base de bien. En aquellos instantes, lo que más necesitaba era mear, y luego iba a comer algo antes de intentar con todas sus fuerzas dormir algo.
Leon se apartó suavemente de debajo de la cálida cabeza de Claire, haciendo lo posible por no despertarla. Se deslizó al pasillo, observando a los demás. Rebecca observaba por su ventanilla, John ojeaba una revista de culturismo y David dormitaba. Todos eran buena gente, y pensar eso hizo que se sintiese un poco mejor acerca de las cosas.
Eran buenos chicos. Demonios, yo soy un buen tío, luchando por la verdad, la justicia y contra unos cuantos zombies producidos por un virus…
El baño estaba al frente. Leon se encaminó hacia él, sujetándose a cada asiento al pasar, pensando que el sonido de los motores del avión tenía un efecto calmante, como una cascada… cuando la cortina que separaba la cabina del resto se descorrió y un hombre alto y sonriente llevando un abrigo que a primera vista parecía muy costoso, dio un paso al frente. No era el piloto, y se suponía que no había nadie más en el avión. Leon sintió que se le secaba la boca con un terror casi supersticioso, a pesar de que el delgado y sonriente hombre no parecía estar armado.
—¡Hey! —gritó Leon, dando un paso hacia atrás—. ¡Hey, tenemos compañía!
El hombre sonrió, sus ojos brillaban.
—Leon Kennedy, supongo —dijo con suavidad, y Leon supo inmediatamente que quien fuese, este hombre significaba problemas con P mayúscula.