15
Del terrible y abrasador calor del cegador desierto de escorpiones pasaron al frescor sombrío de un pico montañoso. Se quedaron al lado de la puerta mientras observaban con detenimiento su nueva prueba. Leon se preguntó si se enfrentarían a los cazadores o a los escupidores en aquel lugar de color gris.
Gris era la ladera empinada de una montaña tachonada de rocas que se alzaba ante ellos. Grises también eran las paredes, el techo, y el serpenteante sendero que se dirigía hacia el oeste, rodeando la cima montañosa. Incluso los escasos hierbajos que había sobre y alrededor de las rocas irregulares, eran de color gris. La montaña parecía muy real, con peñascos de granito mezclados con el cemento, que había sido pintado y tallado para adaptarse a la piedra natural y formar unos riscos. El efecto general era el de un picacho solitario y barrido por el viento en lo más alto de una montaña desolada.
Excepto que no hay viento… ni ningún olor. Igual que en las otras dos, ningún olor en absoluto.
—Quizá quieras ponerte otra vez esa camiseta —le dijo John a Leon, pero el joven ya se estaba desanudando la prenda de la cintura. La temperatura había caído al menos cuarenta grados, y el frío estaba secando el sudor que se había formado en la fase Dos.
—¿Y adónde vamos? —preguntó Cole, nervioso y con los ojos abiertos de par en par.
John señaló en diagonal a través de la estancia, hacia el suroeste.
—¿Qué te parece la puerta?
—Creo que se refería a por qué camino —le dijo Leon. Mantuvo la voz baja, lo mismo que los demás. No había ningún motivo para poner sobre aviso a los habitantes del lugar e indicarles dónde estaban. Sin duda, pronto entrarían en acción.
Los tres examinaron sus opciones, que eran dos: seguían el sendero gris o trepaban por la ladera gris. Cazadores o escupidores…
Leon suspiró en su fuero interno. Sentía el estómago hecho un nudo, y ya temía lo que fuera a ocurrir a continuación. Si lograban salir de allí, si lograban encontrar a Reston, iba a darle al señor Azul una buena tanda de patadas en el culo. Iba contra sus creencias como policía hacer algo así, pero también lo era la misma existencia de White Umbrella.
—Desde un punto de vista defensivo, yo escogería el sendero —dijo John mientras observaba la rocosa superficie de la ladera—. Podríamos quedar atrapados si subimos por ahí.
—Creo que hay un puente —indicó Cole—. Sólo arreglé una de las cámaras de este sitio, la de ahí…
Señaló hacia arriba, a la esquina de la derecha. Leon ni siquiera pudo verla: las paredes tenían unos veinte metros de altura, y su color monótono se confundía con el del techo. Creaba una especie de ilusión óptica que hacía parecer la estancia infinitamente vasta.
—… y yo estaba subido a una escalera y podía ver por encima de eso, más o menos —continuó explicando Cole—. Hay una garganta al otro lado, y la cruza uno de esos puentes de cuerda.
Leon abrió su mochila de cadera mientras Cole hablaba y le echó un vistazo a la munición que le quedaba.
—¿Cuánto queda para el M-16?
—Unos quince cartuchos, más o menos, en éste —le respondió John palmeando el cargador curvo que estaba puesto—. Otros dos llenos, con treinta en cada uno… dos cargadores para la H&K, y una granada. ¿Y tú?
—Me quedan siete balas en el puesto, otros tres cargadores y una granada. Henry, ¿has contado las veces que has disparado?
El trabajador de Umbrella asintió.
—Creo que… cinco disparos. He disparado cinco veces.
Tenía aspecto de querer decir algo más. Miró a John y a Leon alternativamente, y por último, bajó los ojos a sus botas sucias. John miró a Leon, que se encogió de hombros. No sabían nada de Henry Cole, excepto que no encajaba en aquel lugar más de lo que ellos encajaban.
—Escuchad… Sé que seguramente no es el momento ni el lugar apropiado, pero quiero deciros que lo siento. Quiero decir que sabía que había algo raro en todo esto, en Umbrella. Y sabía que Reston era un cabrón de narices, y si no hubiese sido tan estúpido o tan avaricioso, nunca os habría metido en este follón.
—Henry —le contestó Leon—. No lo sabías, ¿vale? Y créeme, no eres el primero al que engañan…
—Eso seguro —le interrumpió John—. En serio, el problema son los tipos de chaqueta, no gente como tú.
Cole no levantó la mirada, pero asintió, y sus estrechos hombros se relajaron, como si se sintiera aliviado. John le entregó otro cargador, y señaló con un gesto de la barbilla al sendero mientras Cole se lo metía en el bolsillo de atrás del pantalón.
—Vamos allá —dijo John, hablándoles a los dos, pero dirigiéndose en realidad a Cole. Leon detectó en su voz profunda un cierto tono de ánimo a Cole que le sugirió que el trabajador de Umbrella empezaba a caerle bien—. Si la cosa se pone muy fea, nos retiramos a Dos. Permaneced unidos, en silencio, e intentad dispararles a la cabeza o a los ojos… suponiendo que tengan ojos.
Cole sonrió levemente.
—Yo me quedo en retaguardia —dijo Leon, y John asintió antes de separarse de la puerta y girar a la izquierda.
El aire frío seguía tan silencioso como desde el primer momento que habían entrado en el lugar. No se oían más ruidos que los que ellos producían. Leon se colocó el último de la fila, y Cole comenzó a avanzar lentamente por delante de él.
El sendero era estriado, como si alguien hubiese pasado un rastrillo por su superficie antes de que se secara el cemento. La «cima» quedaba a mano derecha mientras que el sendero se extendía algo más de veinte metros hacia delante antes de girar bruscamente hacia el sur y desaparecer detrás de una colina abrupta y pedregosa.
Habían avanzado unos quince metros cuando Leon oyó un leve repiqueteo de rocas a su espalda. Grava suelta que caía por la ladera.
Se dio la vuelta sorprendido, y vio al animal cerca de la punta de la cima, a unos diez metros por encima de ellos. Lo vio pero no estuvo seguro de lo que veía, excepto que estaba caminando, deslizándose hacia abajo sobre cuatro gruesas patas, como una cabra montes.
Como una cabra despellejada. Como… como…
Como nada que hubiera visto en su vida, y casi había llegado al suelo cuando oyeron un sonido húmedo y gorgoteante en algún lugar por delante de ellos. Eran unos sonidos parecidos al de una garganta cargada de flema al carraspear, o al de un perro que gruñera con la boca llena de sangre… y estaban atrapados, incapaces de huir, porque los terribles sonidos comenzaron a llegar desde los costados.
Regresar al complejo de edificios fue tremendamente fácil. Rebecca necesitó ayuda para poder subir por la valla, pero parecía estar mejor a cada minuto que pasaba, y ya había recuperado buena parte de su sentido del equilibrio y de la coordinación. David estaba más aliviado de lo que estaba dispuesto a admitir, y casi tan agradecido a la guardia de Umbrella, o más bien, de su falta. Tres hombres, dos en la valla y otro en la furgoneta: era algo patético.
Volvieron en cuanto el helicóptero despegó y se dirigieron hacia el sur, estirando los músculos helados mientras atravesaban la oscuridad en silencio. Cuando llegaron a unas pocas decenas de metros, David las dejó atrás para efectuar un rápido reconocimiento, y luego regresó y condujo a sus dos temblorosas compañeras hasta pasar la valla y entrar en el complejo. David sabía que tenían que encontrar un sitio seguro y a resguardo del frío antes de encargarse de los guardias, para repasar su plan y comprobar mejor el estado de Rebecca. Escogió el edifico más obvio: el que estaba en el centro. En su techo se podían ver dos antenas de plato para satélites y una serie de antenas normales, además de un conducto protegido que bajaba por una de las paredes. Si no se equivocaba, era un centro de comunicaciones, y era exactamente donde quería estar.
Y si me equivoco, hay otros dos donde mirar. Uno será el edificio del generador, y seguro que tiene alguna clase de climatizador. Puedo dejarlas allí y dedicarme al sabotaje yo solo…
Habían pasado la valla por el lado sur. David estaba pasmado de lo mal que los de Umbrella habían previsto su posible regreso. Los dos hombres que estaban vigilando el perímetro estaban situados delante y detrás, como si no hubiera ninguna posibilidad de que alguien entrara por otro lado. En cuanto estuvieron dentro, David dirigió al grupo hacia el extremo más alejado del último edificio de la línea y les indicó que se acercaran.
—El edificio de en medio —les susurró—. No debería estar cerrado con llave, si es lo que yo me imagino, pero lo más probable es que la luz de dentro esté encendida. Yo entraré primero, y luego os haré una señal para que me sigáis. Si escucháis disparos, meteos dentro todo lo deprisa que podáis. Permaneced cerca de los edificios y agachadas mientras nos acercamos. ¿Vale?
Claire y Rebecca asintieron al unísono. Rebecca seguía apoyándose en Claire. Aparte de una ligera cojera, parecía estar bien. Les había dicho que todavía estaba un poco mareada y que le dolía la cabeza, pero al parecer, los pensamientos confusos y erráticos que tanto la habían atemorizado habían desaparecido.
David se dio la vuelta y comenzó a avanzar a lo largo de la pared del edificio más cercano a la valla, aprovechando todas las sombras y mirando hacia atrás con frecuencia para asegurarse de que sus compañeras le seguían. Llegaron a la esquina de la pared encarada al oeste y la doblaron con rapidez, después de que David comprobara dónde estaba el guardia estacionado al oeste. Estaba demasiado oscuro como para ver apenas nada, pero había una sombra más oscura que las demás apoyada en la verja metálica, y eso lo delató. David alzó su M-16 y le apuntó, preparado para disparar si les veía.
Mala suerte que no podamos dispararle ahora mismo…, pero un disparo alertaría a los demás, y aunque a David no le preocupaba el otro guardia de la verja, el que estaba apostado en la furgoneta podía resultar un problema: estaba lo bastante lejos como para mandar un mensaje por radio antes de bajar a comprobar qué ocurría.
Estos dos serán bastante fáciles, pero ¿cómo acercarse al otro? No existía ninguna clase de cobertura si el guardia de la furgoneta detectaba su acercamiento…
Eso podía esperar. Tenían tareas por delante antes de tener que preocuparse por los guardias. David se mantuvo agazapado y les indicó a Rebecca y a Claire que cruzaran, sin dejar de apuntar a la sombría figura de la valla. Contuvo el aliento mientras cruzaban el espacio abierto, pero lograron pasar sin apenas hacer ruido.
David las siguió en cuanto estuvieron al otro lado, y sus años de entrenamiento le permitieron moverse tan silenciosamente como un fantasma. Se relajó un poco en cuanto estuvieron bajo la cobertura de la sombra del edificio: lo peor ya había pasado. Podían llegar hasta la estructura central bajo la densa oscuridad del pasillo formado por los edificios.
Llegaron a su destino en menos de un minuto. David les hizo un gesto a sus compañeras para que esperaran y cruzó el trecho que quedaba hasta la puerta, donde se detuvo. Tocó el frío metal del pomo de la puerta y lo bajó, asintiendo para sí mismo cuando oyó el leve clic de la cerradura al abrirse.
Es el centro de comunicaciones. El jefe del equipo lo ha dejado abierto para que puedan entrar los hombres que ha dejado aquí y tengan acceso a la conexión por satélite por si regresamos.
Era una intuición, pero acertada.
Había llegado el momento de rezar para tener un poco de suerte: si las luces estaban encendidas, abrir la puerta sería como encender un faro para cualquiera que tan sólo estuviese mirando de reojo. Los guardias estaban mirando al exterior del complejo cuando había efectuado el reconocimiento, pero eso no significaba nada.
David respiró profundamente, abrió la puerta, y se dio cuenta de que había poca luz mientras entraba y cerraba la puerta a su espalda. Se recostó en la puerta y contó hasta diez, luego se relajó, inhalando agradecido el aire tibio mientras examinaba el interior. La estructura en forma de almacén había sido dividida al parecer en pequeñas estancias, y en la que él había entrado estaba repleta de equipos de ordenador, de gruesos cables que cruzaban el suelo y subían por las paredes, de conectores de satélites…
Todo lo que comunica esta instalación con el mundo exterior.
David pulsó el interruptor de la pared y apagó la única luz del techo. Sonrió y les abrió la puerta a Claire y a Rebecca para que entraran.
—¡Contra la pared! —gritó Leon, y Cole lo hizo antes ni siquiera de saber por qué. El sonido carraspeante parecía proceder de algún lugar por delante de ellos… y entonces vio a la criatura que se acercaba lentamente desde detrás, lo que hacía imposible la retirada, y logró reprimir a duras penas un grito. Se detuvo a unos cinco o seis metros de ellos, y a Cole le pareció que seguía sin verlo bien de lo extraño que era.
Oh, Dios, ¿qué es eso?
Tenía cuatro patas acabadas en pezuñas hendidas, como una cabra o un carnero, y tenía aproximadamente el mismo tamaño… pero no tenía pelo, ni cuernos, ni nada que pareciera un desarrollo propio de la naturaleza. Su cuerpo esbelto estaba cubierto de unas pequeñas escamas de color marrón rojizo, como la piel de una serpiente, pero en tono apagado en vez de brillante. A primera vista parecía que estaba cubierto de sangre reseca. Su cabeza tenía aspecto de anfibio, como la de una rana: un rostro liso y sin orejas, unos pequeños ojos oscuros que sobresalían a los lados, una boca demasiado ancha, en la que de su saliente mandíbula inferior asomaban unos dientes afilados. Era una mandíbula de bulldog en una cabeza cubierta de escamas de sangre reseca.
Aquel ser abrió la boca y dejó al descubierto unos pocos dientes afilados, tanto en la mandíbula superior como en la inferior, pero ninguno de ellos en la parte frontal, y aquel terrible sonido gorgoteante surgió de la oscuridad de su garganta. La extraña llamada fue respondida por otras, procedentes de algún punto al otro lado de la cima artificial.
La llamada aumentó y se alargó, haciéndose más profunda y fuerte cuando el ser levantó la cabeza, girando su cara asquerosa hacia el techo… y luego la bajó de repente, con un movimiento rápido e inesperado, y les escupió. Un grueso y pegajoso escupitajo rojizo de una sustancia semilíquida cruzó el espacio que les separaba, hacia Leon… y el joven levantó el brazo para detenerlo al mismo tiempo que John comenzaba a disparar, alejándose de la pared y acribillando al monstruo escupidor a balazos.
La sustancia impactó a Leon de lleno en el brazo, y le hubiera dado en la cara si no la hubiera parado. El escupidor, por toda respuesta a la lluvia de balas, se giró y saltó por la ladera de la montaña artificial. Subió dando largos saltos sin aparente esfuerzo y llegó a la cima en pocos segundos, sin mostrar señal alguna de pánico o de frenesí. Trotó unos seis o siete metros y luego bajó con agilidad de nuevo al suelo, deteniéndose delante de la puerta que llevaba a Dos, como si supiera que estaba impidiendo su huida.
Y ni siquiera ha pestañeado, me cago en…
Los múltiples gritos, cuyos causantes permanecían fuera de la vista, no elevaron su volumen, pero tampoco cesaron. Los sonidos gargajeantes sí pararon, poco a poco, ya que no había presas contra las que escupir. De repente, todo se quedó en silencio de nuevo, tan tranquilo como cuando habían entrado por primera vez.
—¿Pero qué demonios era eso? —dijo John al mismo tiempo que sacaba otro cargador de su macuto, con una expresión de absoluta incredulidad en su rostro.
—Ni siquiera estaba herida —susurró Cole, empuñando su nueve milímetros con tanta fuerza que empezó a perder la sensibilidad en los dedos. Apenas lo notó, porque estaba observando cómo Leon tocaba el pegote húmedo y abultado que le manchaba la manga… y lanzaba un siseo de dolor, retirando la mano como si se la hubiera quemado.
—Esto es venenoso —les dijo.
Se secó rápidamente los dedos en la sudadera y luego los mantuvo en alto. Las puntas de sus dedos índice y corazón se habían puesto tremendamente rojas. Enfundó inmediatamente su pistola y se quitó la camisa negra, procurando no tocar de ningún modo el fluido ácido, dejándola caer al suelo.
Cole se sintió enfermo. Si Leon no lo hubiera parado con el brazo…
—Vale, vale, vale —dijo John con el ceño fruncido—. Esto pinta mal, así que queremos salir de aquí lo antes posible… ¿Dices que hay un puente?
—Sí, pasa por encima de la, mm…, trinchera —le respondió Cole rápidamente—. Mide unos seis o siete metros de ancho, pero no vi lo profunda que era.
—Vamos —dijo John.
Comenzó a caminar a grandes pasos hacia el punto donde el sendero giraba y quedaba fuera de la vista. Cole le siguió, con Leon justo a su espalda. John se detuvo a unos tres metros de aquella curva y se pegó a la pared de nuevo, mirando de reojo a Leon.
—¿Quieres cubrirme, o te cubro yo? —le dijo Leon.
—Cúbreme —le respondió John—. Yo salgo el primero y atraigo su atención. Tú echas a correr, con Henry pegado a tus talones, y con la cabeza agachada, ¿entendido? Cruzad, llegad hasta la puerta, y si podéis, me ayudáis…
El rostro de John estaba completamente serio.
—Y si no podéis, no podéis.
Cole volvió a notar una sensación muy familiar, la de vergüenza.
Me están protegiendo, ni siquiera me conocen y yo les he metido en este follón…
Si pudiera hacer algo para devolverles el favor, lo haría, aunque de repente estuvo bastante seguro de que jamás podría pagar del todo su deuda. Le debía la vida a aquellos tipos, y por lo menos un par de veces ya.
—¿Listos?
—Espera… —le dijo Leon, y regresó al trote al lugar donde había dejado caer la sudadera.
El escupidor apostado al lado de la puerta permaneció tan silencioso e inmóvil como una estatua, observándoles. Leon recogió la prenda del suelo y se apresuró a regresar con sus compañeros mientras sacaba una navaja de su mochila de cadera. Cortó la manga manchada y la tiró, luego le entregó el resto de la prenda a John.
—Si te vas a quedar de pie y quieto, mantén cubierta la cara —le indicó Leon—. Puesto que parece que las balas no les afectan, no tendrás por qué ver ni disparar. Te daré un grito en cuanto estemos al otro lado. Y si no es seguro, yo…
Los gritos de llamada sonaron de nuevo, y a Cole le recordaron, por algún motivo, el chirrido de las cigarras, el soniquete casi mecánico de las cigarras en una calurosa noche de verano. Tragó saliva con dificultad e intentó convencerse de que estaba preparado.
—Se acabó el tiempo —les dijo John—. Preparaos para salir pitando…
Levantó la sudadera y entonces, sorprendentemente, le sonrió a Leon.
—Pero tío, tienes que gastarte más dinero en un buen desodorante. Apestas como un perro muerto.
John se colocó la sudadera sobre la cabeza sin esperar una respuesta, pero dejó un hueco por debajo para poder ver el suelo. Salió al trote a terreno abierto con la cara hacia abajo, y Leon y Cole se pusieron tensos…
Oyeron un rápido patpatpatpat, y la tela que cubría el rostro de John quedó cubierta de repente de grandes hilachos de aquel espeso veneno rojo. Él les hizo un gesto brusco con la mano…
—¡Vamos! —gritó Leon, y Cole echó a correr detrás de él con la cabeza agachada, viendo tan sólo las botas de Leon una detrás de la otra, lo mismo que sus delgadas piernas, con el suelo de roca gris convertido en un borrón. Oyó otro grito gorgoteante a su izquierda y se agachó todavía más, aterrorizado…
A continuación oyó el chasquido de la madera justo delante de él, y un instante después, se encontraba sobre el puente, con las planchas de madera atadas con cuerdas de fibra vegetal, crujiendo bajo sus pies. Vio el abismo en forma de V más abajo, vio que era profundo, que había sido excavado en la tierra bajo Planeta, unos doce o quince metros… y la roca gris apareció de nuevo antes de que le diera tiempo a sentir vértigo. Siguió corriendo, pensando en lo maravilloso que era tener que prestar atención tan sólo a las botas de Leon, con el corazón golpeándole con fuerza contra el esternón.
Segundos o minutos después, no lo supo con seguridad, las botas bajaron de ritmo y Cole se atrevió a levantar la vista. La pared, ¡la pared, y allí estaba la puerta! ¡Lo habían logrado!
—¡John, vamos! —gritó Leon con todas sus fuerzas, regresando unos pocos pasos por el mismo camino que ya había recorrido, con su semiautomática empuñada y preparado para disparar—. ¡Vamos!
Cole se giró y vio a John quitarse la improvisada capucha negra, vio al puñado de escupidores reunidos delante de él, en un grupo de seis o siete de ellos, gritando de nuevo. John atravesó el grupo, y al menos dos de ellos le escupieron, pero iba demasiado deprisa, lo bastante como para que sólo le rozaran un hombro, por lo que Cole pudo distinguir. Las monstruosas criaturas comenzaron a perseguirlo con su movimiento saltarín, no tan veloces, pero casi.
¡Corre, corre, corre!
Cole apuntó con su nueve milímetros hacia los escupidores, listo para disparar si conseguía tener una línea de tiro despejada, mientras John llegaba al puente… y desaparecía.
El puente se hundió, y John desapareció.