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John ya se había puesto en pie antes de que Leon terminara su aviso, saltando al pasillo y plantándose delante de Leon con una única zancada.
—Qué demonios… —gruñó John, sus hombros tensos, listo para partir al tipo en dos si tan sólo se le ocurría parpadear de forma incorrecta.
El extraño levantó unas manos pálidas y de dedos largos, dando la impresión de que apenas podía contener su regocijo, lo cual hizo que John desconfiase aún más. Podría convertir al tipo fácilmente en una hamburguesa, ¿por qué demonios parecía tan feliz?
—Y tú eres John Andrews —dijo el hombre, su tono era bajo y tranquilo, tan complacido como su expresión—. Anteriormente un experto en comunicaciones y reconocimiento de campo para los STARS de Exeter. Es un placer conocerte… dime, ¿cómo van tus costillas? ¿Todavía duelen?
Mierda. ¿Quién es este tipo? John se había fracturado dos costillas y astillado una tercera en una misión encubierta, y no conocía a este hombre… ¿cómo demonios le conocía a él?
—Mi nombre es Trent —dijo el extraño con sencillez, señalando con la cabeza tanto a Leon como a John—. Presumo que vuestro Sr. Trapp puede confirmar mi identidad…
John echó un rápido vistazo a su espalda, y vio que David y las chicas estaban justo a su espalda. David asintió a su vez, con un gesto tenso.
Trent. Mierda. El misterioso señor Trent.
El mismo señor Trent que le había entregado una serie de mapas y pistas a Jill Valentine justo antes de que los STARS de Raccoon City descubrieran el escape inicial del virus T de Umbrella en la mansión Spencer. El mismo Trent que le había entregado un paquete similar a David una lluviosa noche de agosto, y que contenía información sobre las instalaciones de Umbrella en la ensenada de Calibán, donde Steven y Karen habían sido asesinados.
El mismo Trent que había estado jugando con los STARS y con la vida de su gente, desde el principio.
Trent todavía estaba sonriendo, todavía mantenía sus manos en alto. John se fijó en un anillo con una piedra negra tallada que mostraba en un delgado dedo, el único adorno que el señor Trent parecía llevar. Tenía un aspecto pesado y caro.
—¿Y qué cojones quieres? —volvió a gruñir John.
No le gustaban las sorpresas ni los secretos, y tampoco le gustaba el hecho de que Trent no pareciera estar impresionado en absoluto por su gran tamaño. La mayoría de la gente retrocedía cuando se plantaba delante de ellos. Trent parecía simplemente estar divirtiéndose…
—Señor Andrews, por favor…
John no se movió, y se quedó mirando a los ojos oscuros y de mirada inteligente de Trent. Éste le devolvió la mirada, impasible, y John pudo ver en aquellos ojos una tranquila confianza en sí mismo, con una mirada que casi era, pero que no terminaba de serlo, condescendiente. John, a pesar de ser tan grande y tan bocazas, no era un tipo violento, pero aquella mirada alegre y confiada le hizo pensar que al señor Trent no le vendría mal una buena paliza. No dada por él, no necesariamente, pero alguien debería dársela.
¿Cuánta gente ha muerto tan sólo porque ha decidido remover un poco el asunto?
—Está bien, John —dijo David en voz baja—. Estoy seguro de que si el señor Trent hubiese pretendido hacernos daño no estaría ahí de pie presentándose a vosotros.
David tenía razón, le gustase o no a John. Suspiró en su fuero interno y se hizo a un lado, pero pensó que aquello no le gustaba nada. Por lo poco que sabía de aquel tipo, no le gustaba nada en absoluto.
Voy a estar vigilándote, «amigo»…
Trent se limitó a asentir como si no hubiera ocurrido nada y pasó de largo por delante de John, sonriéndoles a todos. Les indicó con un gesto que se sentaran a un lado del pasillo. Se quitó la gabardina y la dejó sobre un asiento, moviéndose con lentitud y cautela, evidentemente a sabiendas de que cualquier movimiento brusco podría ser perjudicial para su salud. Bajo la gabardina llevaba puesto un traje negro, corbata negra y zapatos a juego. John no sabía mucho sobre ropa, pero los zapatos eran de la marca Asante. Estaba claro que Trent tenía buen gusto, y un montón de dinero si podía permitirse el lujo de gastarse dos mil dólares en unos zapatos.
—Esto llevará un rato —les dijo—. Por favor, pónganse cómodos.
Se reclinó en uno de los asientos que había enfrente de ellos, moviéndose con una cierta elegancia que hizo que John se sintiera todavía más intranquilo. Se movía como alguien que hubiera recibido entrenamiento en artes marciales…
Los otros se sentaron también o se apoyaron en los asientos, cada uno de ellos observando con atención al invitado sorpresa, cada uno con el mismo aspecto de sentirse incómodo por la aparición repentina que tenía John. Trent los observó atentamente a cada uno de ellos por turno.
—El señor Andrews, el señor Kennedy, el señor Trapp y yo ya nos conocemos…
Trent miró alternativamente a Claire y a Rebecca, y su mirada chispeante se posó finalmente en Claire.
—Claire Redfield, ¿verdad?
Parecía algo dubitativo, lo que tampoco era de extrañar. Rebecca y Claire podían haber pasado por hermanas. Ambas eran morenas, de la misma estatura, y con tan sólo unos pocos meses de diferencia de edad.
—Sí —dijo Claire—. ¿El piloto sabe que está a bordo?
John frunció el ceño, irritado consigo mismo por no haberlo preguntado él en primer lugar. Era una pregunta bastante importante, y no se le había ocurrido a él. Si el piloto había dejado a Trent que subiera a bordo…
Trent asintió y se pasó una mano por su encrespado cabello negro.
—Sí, sí que lo sabe. De hecho, el capitán Evans es un conocido mío, así que cuando me percaté de que se marchaban de… viaje, lo arreglé todo para que estuviera en el sitio adecuado en el momento adecuado. En realidad, es mucho más fácil de lo que parece.
—¿Por qué? —le preguntó David, y John percibió un tono en su voz que sólo le había oído en situaciones de combate. El capitán estaba a punto de enfadarse mucho—. ¿Por qué hizo todo eso, señor Trent?
Trent pareció hacer caso omiso de su pregunta.
—Me doy perfecta cuenta de que están preocupados por sus amigos en Europa, pero déjenme que les asegure que están sanos y salvos. De veras. No existe motivo alguno para que estén preocupados…
—¿Por qué? —La voz de David sonó fría y amenazante.
Trent se lo quedó mirando y luego suspiró.
—Porque no quiero que vayan a Europa, y hacer que el capitán Evans fuera el piloto era uno de los modos de lograrlo. No pueden. De hecho, vamos a virar en cualquier momento.
Claire se lo quedó mirando a su vez, sintiendo un nudo en el estómago, sintiendo que ese nudo se transformaba en una furiosa rabia.
Dios, no voy a ver a Chris…
John se separó del asiento en el que había estado apoyado y agarró a Trent por el brazo antes de que Claire tuviera tiempo de abrir la boca, antes de que nadie tuviera tiempo de responder a aquella declaración de intenciones.
—Dígale a su «conocido» que mantenga el rumbo que debe tomar hasta nuestro destino —le dijo John iracundo mientras se mantenía de pie y amenazante sobre Trent.
Por el modo en que las manos de su amigo estaban temblando, Claire pensó que era bastante probable que le rompiera el brazo a Trent…, y se dio cuenta de que no pensaba que fuera tan mala idea.
Trent mostró una expresión de leve incomodidad, pero nada más.
—Siento mucho interrumpir sus planes —les dijo—, pero si escuchan lo que tengo que decirles, creo que estarán de acuerdo conmigo en que es lo mejor… es decir, si lo que quieren es detener los planes de Umbrella.
¿Lo mejor? Chris, tenemos que ayudar a Chris y a los otros, de modo que, ¿qué clase de mierda es todo esto?
Esperó que los demás se pusieran en movimiento, que se lanzaran sobre el señor Trent, lo maniataran a un asiento y lo obligaran a explicarse con mayor claridad, pero todos se quedaron callados, mirándose los unos a los otros y a Trent con algo de asombro, rabia… e interés. Un interés precavido, pero interés al fin y al cabo. John aflojó un poco su presa y miró a David para saber qué hacer.
—Será mejor que tenga una buena razón, señor Trent —le dijo David con un tono de voz seco—. Ya sé que nos ha… ayudado en otras ocasiones, pero este tipo de interferencia no es la clase de ayuda que queremos o necesitamos.
Le hizo un gesto con la cabeza a John. Éste soltó del todo a Trent a regañadientes, y retrocedió. Pero no mucho, como pudo fijarse Claire.
Si Trent se había sentido preocupado en algún momento, no se veía ninguna señal de ello. Asintió en dirección a David y comenzó a hablar en voz baja con su tono musical.
—Estoy seguro de que todos saben ya que Umbrella Corporation posee instalaciones a todo lo largo y ancho del mundo, fábricas y plantas de producción que emplean a miles de trabajadores y que generan unas ganancias de miles de millones de dólares al año. La mayoría de ellas son compañías asociadas, farmacéuticas o químicas, de carácter legítimo y que no tienen nada que ver con lo que estamos hablando, a excepción de que son muy rentables. El dinero que los intereses legales de Umbrella producen les permiten financiar sus operaciones menos públicas, operaciones con las que usted y los suyos han tenido la desgracia de tropezar.
»La organización de estas operaciones recae en una división de la empresa llamada White Umbrella, y la mayor parte de su actividad está relacionada con la creación de armas biológicas. Existen muy pocas personas que conozcan todos los entresijos del funcionamiento de White Umbrella, pero los que los conocen son gente muy, muy poderosa. Gente poderosa y decidida a crear todo tipo de situaciones desagradables: Armas químicas, enfermedades letales… Los virus de la clase T y G que tantos problemas nos han dado últimamente.
A eso se le llama quedarse corto, pensó Claire algo asqueada, pero intrigada a pesar de todo. Saber por fin algo sobre el ente al que se estaban enfrentando…
—¿Por qué? —le preguntó Leon—. La guerra química no es tan rentable, cualquiera que tenga una centrifugadora y unos cuantos productos de jardinería puede crear un arma química.
Rebecca asintió para mostrar que estaba de acuerdo.
—Y el tipo de investigaciones que están realizando, la aplicación de viriones de fusión rápida a la redistribución genética tiene un coste extremadamente elevado, y es tan peligroso como trabajar con residuos nucleares. Peor.
Trent meneó la cabeza.
—Lo están haciendo porque pueden hacerlo. Porque quieren hacerlo. —Sonrió ligeramente—. Porque cuando eres más rico y más poderoso que ninguna otra persona en el planeta, acabas aburriéndote.
—¿Quién se aburre? —le preguntó David.
Trent se lo quedó mirando por un momento, y luego continuó hablando, haciendo caso omiso a la pregunta de David de un modo evidente.
—El campo de trabajo actual de White Umbrella son los soldados bioorgánicos, si queréis llamarlos así. Especímenes individuales, la mayoría de ellos alterados genéticamente, y todos ellos con una inyección con alguna clase de variante de los virus creados para convertirlos en seres más violentos y fuertes, además de insensibles al dolor. El modo en que esos virus amplifican sus efectos en los humanos, la reacción de tipo «zombi», no es más que un efecto secundario inesperado. Los virus que Umbrella crea no están pensados para ser utilizados en humanos, al menos de momento.
Claire estaba interesada en lo que les estaba contando, pero también se estaba impacientando.
—Vale, ¿cuándo llegamos a la parte en la que nos cuentas por qué estás aquí, y por qué no debemos ir a Europa? —le espetó de forma descortés, sin intentar ocultar su rabia e impaciencia.
Trent la miró, y sus ojos oscuros mostraron de repente un sentimiento de comprensión, y ella se dio cuenta de que él sabía el motivo por el que estaba tan furiosa, que conocía todas las razones que tenía para desear ir a Europa. Lo notó por el modo en que la miraba, y sus ojos le dijeron que lo comprendía…, y ella se sintió muy incómoda de repente.
Lo sabe todo, ¿verdad? Todo sobre nosotros…
—No todas las instalaciones de White Umbrella son iguales —continuó diciendo—. Algunas sólo manejan datos e información, otras llevan a cabo las transformaciones químicas necesarias, en algunas crían a los especímenes, o los unen mediante la cirugía, y muy pocos de esos especímenes son puestos a prueba. Y eso nos lleva al motivo por el que estoy aquí, y por qué me gustaría que pospusieran su viaje.
»Existe una instalación de Umbrella que está a punto de entrar en funcionamiento en Utah, justo al norte de los desiertos de sal. Ahora mismo sólo está trabajando un pequeño equipo de técnicos y de… manipuladores de especímenes, y está previsto que se halle a pleno rendimiento dentro de tres semanas. El individuo encargado de supervisar los preparativos finales es uno de los personajes clave dentro de White Umbrella, un hombre llamado Reston. Se supone que ese trabajo debería haberlo llevado a cabo otra persona, un despreciable tipo llamado Lewis, pero el señor Lewis ha sufrido un desgraciado accidente, no demasiado imprevisto, y ahora Reston se encuentra al mando de todo. Y como es uno de los nombres más importantes dentro de White Umbrella, tiene en sus manos un pequeño libro negro. Sólo existen tres ejemplares de ese libro, y los otros dos son casi imposibles de conseguir…
—¿Y qué hay en ese libro? —le interrumpió John—. Ve al grano.
Trent le sonrió como si John se lo hubiera preguntado con la mayor educación posible.
—Cada uno de los libros es una especie de llave maestra. Cada uno tiene un directorio completo de códigos que se utilizan para programar la organización de todas las instalaciones de White Umbrella. Con ese libro, cualquier persona podría entrar impunemente en cualquier laboratorio o instalación de investigación y acceder a cualquier clase de archivo, desde los datos personales de los empleados hasta los balances financieros. Por supuesto, cambiarán todos los códigos en cuanto se den cuenta de que el libro ha sido robado, pero, a menos que quieran perder todo lo que tiene almacenado, les llevará meses.
Nadie dijo nada durante unos momentos, y el único sonido fue el persistente zumbido de los motores del avión. Claire los miró uno por uno a todos, vio sus expresiones pensativas, vio que estaban pensando seriamente en la propuesta implícita en las palabras de Trent…, y se dio cuenta de que, al fin y al cabo, iba a ser bastante improbable que fueran a Europa después de todo.
—Pero ¿qué pasa con Jill, con Barry y con Chris? Ha dicho que estaban bien, pero ¿cómo lo sabe? —le preguntó Claire, y David pudo notar la desesperación apenas oculta en su tono de voz.
—Me llevaría bastante tiempo explicarles cómo conseguí esa información —le respondió Trent con voz suave—. Y aunque estoy seguro de que no quieren oír esto, me temo que tendrán que confiar en mí. Su hermano y los demás no se encuentran en un peligro inminente, y no les necesitan de momento, pero la oportunidad de conseguir el libro de Reston, de entrar en ese laboratorio, se perderá en menos de una semana. No existe ningún destacamento de seguridad ahora mismo, la mitad de los sistemas ni siquiera están en funcionamiento, y mientras se mantengan lejos del programa de pruebas, no tendrán que enfrentarse a ninguna criatura.
David no sabía qué pensar. Sonaba bien, sonaba exactamente como la oportunidad que habían estado esperando…, pero también había ocurrido lo mismo con la ensenada de Calibán. Lo mismo que tantas otras cosas.
Y por lo que respecta a confiar en el señor Trent…
—¿Cuál es su interés en todo esto? —le preguntó David—. ¿Por qué quiere perjudicar a Umbrella?
Trent se encogió de hombros.
—Digamos que es una afición que tengo.
—Lo digo en serio —le respondió David.
—Yo también.
Trent sonrió, y en sus ojos siguió brillando un cierto humor chispeante. David tan sólo le había visto una vez con anterioridad, y no habían intercambiado más allá de unas pocas palabras, pero Trent parecía estar extrañamente contento de tenerlos allí. Fuese lo que fuese lo que le impulsaba, estaba claro que le estaba proporcionando mucha alegría.
—¿Por qué tiene que ser tan críptico? —le espetó Rebecca. David asintió, y vio que los demás hacían lo mismo—. El material que le entregó a Jill, y a David… todos esos acertijos y adivinanzas. ¿Por qué no nos cuenta lo que necesitamos saber?
—Porque deben averiguarlo —le contestó Trent—. O más bien, porque debe parecer que lo averiguan ustedes solitos. Y como ya he dicho, muy poca gente sabe lo que White Umbrella está haciendo. Si parece que saben demasiado, puede que me descubran al final.
—Entonces, ¿por qué debemos arriesgarnos ahora? —le preguntó David—. En cuanto a eso, ¿para qué nos necesita? Es obvio que tiene conexiones con White Umbrella. ¿Por qué no lo hace público, o les sabotea desde dentro?
Trent sonrió de nuevo.
—Corro el riesgo porque ha llegado el momento de arriesgarse. Y respecto a lo demás… lo único que puedo decir es que tengo mis razones.
Habla y habla, y todavía no sabemos qué puñetas está haciendo, o por qué… ¿Cómo demonios lo logra?
—¿Por qué no nos cuenta unas cuantas de esas razones, señor Trent?
Nada de todo aquello le estaba haciendo ninguna gracia a John. David se dio cuenta de que su compañero miraba enfurecido al polizón, con todo el aspecto de que haría falta hablar bastante con él para que no empezara a darle puñetazos al señor Trent.
Trent no respondió. En vez de eso, se puso en pie, recogió su gabardina, y se giró para mirar a David.
—Me doy perfecta cuenta de que querrán discutir sobre todo eso antes de tomar una decisión —le dijo—. Tendrán que perdonarme, pero aprovecharé para visitar a nuestro capitán. Si deciden no ir en busca del libro de Reston, me quitaré de en medio. Antes les dije que no tenían alternativa, pero supongo que fue una entrada en plan dramático. Siempre existe una alternativa.
Tras decir aquello, Trent se dio la vuelta, se dirigió hacia la parte delantera del avión y desapareció tras la cortinilla sin mirar hacia atrás.